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martes, 9 de julio de 2019

Entre bastidores. El fallido “regalo” de Francisco a los ucranianos (Sandro Magister)



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La visita del 4 de julio de Vladimir Putin al Vaticano, que ciertamente para los ucranianos no es un rostro amigo, ensombreció la convocatoria a Roma, en los dos días posteriores, del Sínodo de la Iglesia Greco-Católica de Ucrania, con su arzobispo mayor Sviatoslav Shevchuk (ver foto).
El 5 de julio el papa Francisco les dirigió un discurso muy elusivo sobre las cuestiones candentes, es decir, tanto el conflicto militar en curso como la confrontación entre las Iglesias del campo ortodoxo, ambas con Rusia como protagonista. Y ni siquiera dio una pista respecto a lo que el nuncio vaticano en Kiev, Claudio Gugerotti, había anticipado como un “regalo” que el Papa habría hecho a la Iglesia ucraniana.
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Este “regalo” no podía ser ciertamente la elevación de esa Iglesia a patriarcado, con sus 5 millones de fieles. Quien se hizo vocero de esta secular aspiración fue, en una memorable sesión del Concilio Vaticano II, el entonces metropolitano ucraniano Josef Slipyj, liberado poco antes de la prisión de Siberia. Y en el 2003 este sueño estuvo cerca de hacerse realidad, cuando el entonces presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, Walter Kasper, envió al Patriarca ortodoxo de Moscú una carta para anunciarle el inminente viraje. Pero esto fue inmediatamente cancelado por el Vaticano a causa de las fortísimas reacciones negativas, no sólo de los ortodoxos rusos sino también del Patriarca ecuménico de Constantinopla.
Para el fallido patriarca se recayó en el estatus de “arzobispo mayor” y en público, por parte de la Santa Sede, desde entonces jamás se volvió a proponer la elevación a patriarcado de la Iglesia Greco-Católica ucraniana. Pero esa expectativa sigue estando siempre muy viva entre los greco-católicos ucranianos, y también a nivel académico es considerada por muchos eruditos como histórica y teológicamente fundamentada. Entre sus más convencidos y notables partidarios se ha distinguido, por ejemplo, el jesuita estadounidense Robert Taft, gran especialista de las Iglesias de Oriente y durante treinta años docente de primerísimo nivel del Pontificio Instituto Oriental, fallecido en el 2017 a los 86 años.
Pero es un hecho que la realización de este objetivo aparece hoy todavía más lejana que ayer, a pesar del deshielo entre Roma y el Patriarcado de Moscú, testimoniado por el abrazo de Francisco y Cirilo en La Habana. Más aún, precisamente a causa de este abrazo.
¿Pero entonces, excluido el Patriarcado, cuál podía ser el “regalo” del papa Francisco a los ucranianos?
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Hasta pocos días antes de la sesión romana del 5 y 6 de julio se daba por descontado, entre los bien informados, que la novedad consistiría en la promoción de un obispo ucraniano a un rol de relieve en la curia vaticana: la de secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales.
El preseleccionado era Teodor Martynyuk, obispo auxiliar de la diócesis greco-católica de Ternopil. Pero más que su promoción, la verdadera novedad habría sido el futuro eclesiástico de quien habría tomado el puesto: el arzobispo Cyril Vasil, de 54 años, eslovaco, el actual secretario de la Congregación.
Vasil es jesuita, pero no es del agrado de Jorge Mario Bergoglio, especialmente después que en el 2015, en el intervalo entre los dos sínodos sobre la familia, se alineó públicamente contra la Comunión a los divorciados que se han vuelto a casar. En consecuencia, el Papa vería con agrado su alejamiento del Vaticano.
Alejado de Roma, sin embargo Vasil obtendría lo que para él es el verdadero objetivo. Volvería a su Eslovaquia como arzobispo mayor de una nueva Iglesia Oriental de los Rutenios, la cual reuniría eslovacos, croatas, húngaros de rito greco-católico, más la anexión de una diócesis ucraniana, la de Mukachevo, también ella poblada por rutenios, por un total de casi 200.000 fieles.
La erección a Iglesia arzobispal mayor de esta nueva realidad incluiría las tres diócesis católicas de rito bizantino ya presentes hoy en Eslovaquia: la de Presov, metropolitana, la de Bratislava y la de Košice. Además se crearía una cuarta, la de Humenné. Pero es evidente que si también la diócesis de Mukachevo pasara a esta nueva Iglesia arzobispal mayor, sería un duro golpe para los greco-católicos ucranianos.
En efecto, la diócesis de Mukachevo no forma parte de la Iglesia Greco-Católica ucraniana que tiene su arzobispo mayor en Shevchuk. Figura como “inmediatamente sujeta” a la Santa Sede y es objeto de una vieja disputa entre greco-católicos eslovacos y ucranianos.
Si entonces el objetivo de Vasil se hiciera realidad, el “regalo” de Bergoglio a los greco-católicos ucranianos se transformaría en una burla, no compensada ciertamente por la promoción de Martynyuk a secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales.
Pero poco antes del traslado a Roma del Sínodo de la Iglesia Greco-Católica ucraniana y de su encuentro con el Papa, se ha filtrado que Martynyuk se negó a dejar Ternópil para ir al Vaticano.
El “regalo” se esfumó y toda la operación tuvo un compás de espera temporario. Se volverá a hablar de él en setiembre.
Sandro Magister