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martes, 6 de octubre de 2015

La muerte "digna" de Andrea (por Luis F. Pérez Bustamante)

El debate sobre la muerte "digna" se ha reabierto a raíz del caso de la niña de 12 años, Andrea. Podemos verlo, por ejemplo, aquí. Reproduzco en este blog un artículo de Luis F. Pérez Bustamante, el director de Infocatólica, cuyo modo de razonar, a raíz de este caso, pienso que nos puede ser bastante útil. En el fondo viene a ser, de nuevo, aquello que decía Fédor Dostoiesvsky: "Si Dios no existe, todo está permitido".


Hospital clínico de Santiago de Compostela

Andrea va a morir en breve. Tras padecer una terrible enfermendad neurológica degenerativa, sus padres, sin duda desesperados ante sus sufrimientos, han pedido que se le retire la alimentación para acelerar su muerte. Los médicos del hospital donde está ingresada, se opusieron en un primer momento a tal medida. Es lógico. Alimentar a un enfermo no tiene nada de encarnizamiento terapéutico. Es, simplemente, hacer lo que cualquier ser humano haría con otro.

Sin embargo, la presión mediática y judicial sobre los galenos les ha hecho cambiar de opinión. Andrea ha empezado ya a morir de desnutrición. No pasará hambre porque la van a sedar para que no sienta nada. Pero lo cierto es que su muerte se va a producir no tanto por la enfermedad que padece -aunque la misma habría provocado su fallecimiento- como por el hecho de que su cuerpo va a dejar de recibir el pan nuestro de cada día.

La Iglesia ya se ha pronunciado sobre este tipo de medidas. Mons. Reig Pla, el único obispo español que, aunque se enfrente a críticas y desprecios del mundo y de parte de sus colegas de episcopado, siempre habla claro sobre estas cosas, recordó hace unos días el dictamen de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Muchos dirán que la Iglesia puede opinar lo que le venga en gana pero sin imponer sus tesis a la sociedad. La realidad es que la Iglesia no puede imponer sus tesis, fruto de su conocimiento de la ley natural y su análisis de la Revelación, ni siquiera entre sus fieles. Primero, porque no tiene capacidad real de hacerlo. No verán ustedes a un guardia suizo poniendo grilletes a los fieles que vayan por libre. Segundo, porque siempre habrá algún obispo, sacerdote, teólogo, etc, que se dedique a contradecir públicamente lo que el Magisterio diga, sin que se mueva una simple briza de aire para impedir tal cosa. Es decir, en la Iglesia la defensa de la vida llega solo a la literalidad de ciertos textos y declaraciones. Cuando se trata de defenderla de verdad, expulsando de la comunión eclesial a quienes hacen la obra sucia de la cultura de la muerte dentro de la propia Iglesia, ésta mira para otro lado. Y no hace falta que dé ejemplos de eso, porque todos los conocemos.

Apelar a la humanidad y a la caridad para justificar que se deje de alimentar a un enfermo es un ejemplo más de la depravación de la conciencia del hombre caído en este momento de la historia. Hay mucha diferencia entre medicar a un enfermo para que no sufra dolor físico y provocar su muerte retirándole la alimentación.

En todo caso, lo que está en juego es si en este país se da vía libre a la eutanasia. Doy por hecho que así será. No hay apenas barrera alguna que impida que la cultura de la muerte imponga también el suicidio asistido. En una sociedad donde Dios no juega ningún papel, es normal que la gente que no quiere vivir, por las razones que sean, encuentren facilidad para poner fin a sus vidas. Y donde Cristo no reina, reina la muerte.

Volviendo al caso de Andrea, no hay muerte digna que consista en dejar de recibir alimento. Eso no se le hace ni a los perros ciegos. Ni a los caballos cojos. Ya que se han empeñado en que muera antes de lo que el transcurrir natural de su enfermedad determine, sería mejor que la mataran directamente por medio de una inyección letal, como si fuera un gatito en una clínica veterinaria. Sí, moralmente sería un crimen. Pero se dejaría al menos la hipocresía a un lado.

Vayamos preparándonos. Los siervos del mal siempre buscan casos extremos para justificar leyes indignas. Y en este país sabemos de casos en que han aplicado sedaciones para acabar con la vida de pacientes, tanto si lo pedían como si no. No daré nombres para que no me caiga una demanda. Pero tengan ustedes muy claro que una vez que se introduce la eutanasia, no habrá nada que impida que se aplique a quien ni siquiera la ha pedido. Otros decidirán por nosotros lo que es una vida digna y cómo alcanzar la “muerte digna”. Veremos si, pasado un tiempo, a los cristianos nos permiten al menos dejar por escrito que no queremos recibir la muerte que ellos proponen. Lo dudo.

Solo una cosa más. Los padres de Andrea son fruto de la sociedad española que ha apostatado del cristianismo. Aunque lo que piden es inaceptable para un católico fiel a la Iglesia, no tiene demasiado sentido cargar contra ellos. Son el síntoma, no la raíz del problema.

Luis Fernando Pérez Bustamante