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martes, 25 de febrero de 2014

Teología de rodillas (por Fray Gerundio)

(Los subrayados y negritas son míos. Añado a continuación un vídeo para que se entienda mejor lo que dice Fray Gerundio en este artículo. Ver desde 0:08 hasta 1:11 min)




El Papa ha dado su apoyo al informe del cardenal Kasper sobre la familia, que el pasado día 20 de febrero fue leído ante el Consistorio. Así lo ha visto casi toda la prensa. No es extraño este impulso del Papa al teólogo alemán, acostumbrado a recibir de los últimos Pontífices el mismo trato de favor, aun a pesar de que su teología no es católica. Claro que entre lo que diga este pobre fraile y lo que dice el Santo Padre hay tanta diferencia, que no me extraña que nadie me haga el menor caso. Pero bueno, dada mi edad y condición, y dado también mi temperamento, es algo que me tiene sin cuidado, una vez que he aplicado a este caso –como a tantos otros–, el sentido común y la doctrina de la Iglesia de siempre, antes de llegar estos teologuchos de tres al cuarto.





Y lo digo de esta forma, porque no se puede llamar teólogos a estos señores, por muy cardenales que sean y por muchas ediciones que hayan publicado de sus pseudo-teologías. Casi todos sus libros han tenido treinta mil ediciones, sin que nadie les haya dicho ni mu. Han tenido suerte de vivir en esta época, porque en otros tiempos les habrían metido los libros en el Indice y el índice en el ojo. Habrían sido discípulos predilectos de Lutero. Aunque por otra parte me temo que habrían hecho otra teología distinta, si hubieran vivido en tiempos distintos. 
Porque mi nariz frailuna sabe oler bien, y sabe que este tipo de científicos ilustrados, investigan y hacen teología con el rabillo del ojo y con la lengua en el lugar adecuado, para ser aclamados por el mundo y por las modas reinantes. El cardenalato bien vale una misa. Y quién sabe si estos habrían sido más intransigentes que el mismo Torquemada, al que tanto denigran. Yo estoy seguro de ello. Ya he visto muchos ejemplos similares en mi larga vida.

El caso que suscita mi admiración es el hecho de que el Papa, con caída de baba y con simpatías de ayudante de cátedra hacia el teutón, dice con palabras nerviosas que le agradece su teología serena, que es teología de rodillas.

Las rodillas, efectivamente, sirven para adorar a Dios y para postrarse ante Él en actitud de arrepentimiento o de sumisión y respeto. Pero no hay que olvidar que las rodillas son también síntoma de postrarse ante los ídolos-falsos dioses, e incluso ante el Diablo. Por eso Satanás tentaba a Jesucristo con la posesión de todos los reinos del mundo, si postrado le adoraba. O por eso el Apocalipsis habla de los varones que no han doblado su rodilla ante Baal y por su valentía y gallardía han sido escogidos y amados por Dios. Así que la pura expresión teología de rodillas puede significar tanto el hacer teología sometida a Dios, como una teología sometida al Diablo o al Mundo en que él mismo reina como Príncipe. O sea, que ya vamos aclarando las cosas.

Yo siempre estudié de jovencito –y he constatado de viejo–, que la teología hay que hacerla sobre todo y en primer lugar con fe. Luego ya, si se aplican las rodillas o los tobillos o las vértebras lumbares, tiene menos importancia. Pero por muchos codos y muchas rodillas, por mucha masa encefálica gastada, por muchos papiros consultados y por mucho humo que salga de la cabezota… como no tenga fe, el teólogo de turno hará un churro, una pifia, un pastiche y una herejía. Por mucho que la adorne con doctorados en la Ponti, en Roma, en el Instituto Bíblico de Jerusalén o en un cursillo de fin de semana en Taizé.

No soy nada original al decir esto. Lo dijo ya la Iglesia en varias ocasiones. Me limitaré a citar el Concilio Vaticano I –al que tanto odian éstos–, que dice sin lugar a dudas:

"La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí también que hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de este sentido so pretexto y nombre de una más alta inteligencia". (D, 1800).

Y claro está que para guardar el depósito, para custodiar los sagrados dogmas, hay que tener fe. Sin fe, los dogmas son verdades históricas pasajeras, que pueden ser remodeladas a gusto del primer chiquilicuatre que meta sus patazas en el trabajo teológico. Un teólogo que no tenga fe en los dogmas es como un matemático que no confíe en la tabla de multiplicar, pero con el agravante de que el matemático será considerado como un ignorante y puede salvarse; mientras el teólogo es un hereje y puede acabar en ese lugar que no existe o que está vacío. Ya me entienden.

En este discursito de teología serena y de rodillas, se pone en tela de juicio con muchas razones históricas la indisolubilidad del matrimonio, digan lo que quieran. A mí no me la pegan. Por muchas razones pastorales que aduzcan, por muchos casos especiales que se presenten. Lo que está en juego –y lo que nos quieren imponer–, es que el matrimonio es indisoluble a la de dos, pero no a la de una. Como si esto fuera el juego de la Oca.

Y también está en juego el desprecio por la Sagrada Eucaristía, que podrán recibir sin haberse arrepentido de tal unión, por mucho que estén sufriendo.

Estos señores están volviendo del revés el razonamiento del Señor. Porque Jesucristo dijo que Moisés había permitido el divorcio “por la dureza de vuestros corazones, pero al principio no fue así” (Mt 19,8). Pero estos descreídos –con dureza de corazón–, vienen a decir que tampoco está tan mal volver a las normas de Moisés para algunos casos especiales. Total, tampoco es para tanto si hay de por medio una situación dolorosa, lastimera y dramática.

Yo le recomendaría a Kasper que haga teología en la postura que quiera. Pero por favor, que la haga con fe. Aunque le hayan nombrado este semana oficialmente Doctor de la Iglesia.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Triste Aniversario (Fray Gerundio)

Con la misma superficialidad e irresponsabilidad con que se acogió e interpretó la dramática noticia y en la línea marcada ya por todos los manipuladores y creadores de opinión mundial, conmemoramos el triste aniversario de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado. Aquél funesto día 11 de febrero del pasado año, se derrumbó una parte del edificio que todavía quedaba en pie, a pesar de que ya las ruinas estaban acumuladas desde muchos años antes.

El pueblo cristiano se sintió huérfano al escuchar atónito al primer papa de la historia –digan lo que quieran los historiadores hermenéuticos al uso-, que tira la toalla, que abandona sus graves responsabilidades y renuncia a seguir guiando el rebaño a él encomendado. Sólo Dios conoce los pensamientos y los secretos últimos de los corazones, es verdad; pero a la vista de los acontecimientos, y sin saber todavía lo que nos esperaba, muchos dijimos ya en aquel aciago día que algo estaba sucediendo entre bambalinas, perfectamente programado por los directores de la obra escénica. Sean cuales fueran, el Príncipe de este Mundo se constituía en Mentor y Patrono de lo que habría de venir. No me cabe la menor duda, independientemente de los casuales rayos que pudieran caer por aquí o por allá. Y elegir el día de la Virgen de Lourdes para tal representación, añadía todavía más gravedad al tema: dos veces desde entonces, ha quedado completamente anegada la gruta de Lourdes, como en una especie de protesta sencilla, pero anunciadora del desastre.



Me he referido a la superficialidad e irreponsabilidad de muchos, que acogieron la nueva elección con una euforia desmedida desde la filas católicas; al tiempo que desde los asientos anticatólicos, ateos, escépticos y por supuesto los claramente heréticos y blasfemos, se enorgullecían de la noticia y cantaba loas a la Nueva Era que llegaba, cerrando para siempre una etapa oscura e inquisitorial

Los cardenales electores, bien apiñados antes y después en torno a la perversa situación, iban en la cabeza de la manifestación y del alboroto entusiasta, al tiempo que se diluían entre la multitud de corifeos aduladores, tanto del Recién Elegido, como de esa parte del Mundo Blasfemo que lo aclamaba. Ni uno sólo de estos cardenales ha salido al paso de la tremenda situación. Ni siquiera un San Atanasio que -sin abandonar la Iglesia-, hubiera dado ejemplo de gallardía y nobleza.

Las anécdotas de cambios menores, clamorosamente aireadas por los medios, no eran sino la cáscara de los auténticos cambios que se avecinaban. Cambios en los modos y maneras –jubilosa e irreflexivamente aceptados-, anunciaban cambios en el fondo, presentados con la etiqueta de la comprensión hacia los que sufren, misericordia divina para todos sin conversión previa, redención de todos sin distinciones y en definitiva una serie de gestos y mensajes implícitos a todo el mundo no católico, a la par que otra serie de mensajes mucho más explícitos de dureza y excesiva severidad, para con los pocos sacerdotes y fieles que denunciaban tales cambios.

La doctrina de la Iglesia, después de este año, ha quedado herida de muerte. Lo estaba ya en la práctica. Los católicos llevaban tiempo permitiéndose opinar y vivir conforme a las exigencias del mundo. Muchos de ellos, con sus Pastores a la cabeza – alemanes y no alemanes-, ya vivían fuera de las normas más elementales del dogma y la moral católicos. Pero todavía quedaba -como un leve punto de referencia-, la mirada hacia Roma. Los hijos pervertidos, temían que su padre les amonestara y les recordara el texto de la doctrina. Ahora, es el padre quien anima a los hijos a pervertirse. No se puede interpretar de otro modo las continuas llamadas a comprender a los que cometen los pecados más graves denunciados y castigados por Dios en la Sagrada Biblia, mientras no se dice una palabra acerca de la gravedad de los mismos. A comprender a los homosexuales, los divorciados, los blasfemos, los ateos, los que no tienen fe, los que pisotean los dogmas eternos de la Santa Iglesia… en tanto no se dice una sola palabra sobre los pecados en cuestión.

El Pontificado se ha vaciado de contenido, de prestigio (todavía más), de estilo, de clase, de pose, de autoridad en definitiva. Uno más entre la muchedumbre, podría haber sido el lema del escudo, superado ya el clásico Servus servorum Dei, que ahora se interpreta en clave ramplonamente marxista.

Pero insisto en que todo esto no es más que un nuevo capítulo del guión. Y me importa un bledo lo que puedan pensar mis novicios, también entusiasmados y claramente manipulados. El guión empezó a escribirse hace mucho. No han faltado quienes lo denunciaran a su tiempo, entonces y ahora. Pero el guión sigue. El dimitido Benedicto XVI, ya decía hace 40 años lo que iba a suceder. Los tontorrones y malvados de turno (que coinciden casi siempre), lo interpretan en clave profética. Yo lo interpreto en clave programática. No es profeta quien dice a sus oyentes: si hacemos las cosas de este modo, va a pasar esto, y esto, y esto. Y se pone a la cabeza de los actores (aunque eso sí, con la prudencia y la precaución debidas). Todo estaba programado en general, con añadidos programáticos al hilo de la actualidad. El Gran Teatro del Mundo, cada uno con su papel específico, puesto en marcha para destruir lo que quedaba de la Iglesia. Incluso el papel de Pontífice Emérito, al que el Papa Francisco llamaba estos días Su Santidad Benedicto XVI. Malicia sobre malicia.

Si todo esto ha pasado en el corto plazo de un año, veremos lo que nos espera a lo largo del año venidero. Los estragos acumulativos son siempre exponenciales, porque destruir es más sencillo que edificar. Vamos a ver lo que organizan los nuevos gestores nombrados para ayudar al Papa, quien a pesar de tantas declaraciones en contra de la autoridad que representa, tiene ahora más Autoridad Destructiva que nunca, bajo capa de permisividad, pobreza y humildad.

No me gusta ser agorero, ni futurista, ni alarmista, pero debemos pedir a Dios la ayuda de su gracia para mantenernos fieles ante las siguientes fases de destrucción que se avecinan. Me gusta recordar la llamada que hacía San Pedro a la conversión (palabra olvidada o maliciosamente interpretada en nuestros días):

No tarda el Señor en cumplir su promesa, como algunos piensan; más bien tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan. Pero como un ladrón llegará el día del Señor. Entonces los cielos se desharán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados, y lo mismo la tierra con lo que hay en ella. Si todas estas cosas se van a destruir de este modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y apresuráis la venida del día de Dios, cuando los cielos se disuelvan ardiendo y los elementos se derritan abrasados! (2 Pet. 3, 9-12)

Claro que algunos piensan que la conducta santa y piadosa a la que se refiere San Pedro es la comprensión con el pecado, el olvido de la ascesis y el compadreo con las religiones falsas. Es que san Pedro, sin saberlo, era pelagiano. Que Dios nos ayude

domingo, 9 de febrero de 2014

Quien con perros se acuesta, con pulgas se levanta (por Fray Gerundio)

Ya ni recuerdo los años que lleva la Santa Sede flirteando y coqueteando con la ONU en diversos temas y contenidos de todo tipo. No sólo manteniendo un monseñor instalado allí (cosa que no acabo de comprender), sino asistiendo a toda clase de reuniones y formando parte de comisiones que tratan de forma obscena y disoluta los más variados temas. Siempre para mal.

Ya se sabe que la ONU solamente convence a los tontos y a los ingenuotes, porque los que allí habitan suelen ser pájaros de cuenta con apariencia de palomitas mensajeras, cuya misión esencial es la depredación. Y en concreto, la depredación de todo lo que suene a catolicismo de forma específica. Los verbos que más se conjugan en ese antro suelen ser los de corromper, destruir, saquear y, por supuesto pecar e incitar al pecado. Claro que para el monseñor de turno, eso del pecado es algo que no se puede tratar en la Comisiones, porque sería imponer las creencias propias en el lugar inadecuado.

Solamente los programas de Naciones Unidas para promover la ideología de género, la homosexualidad, las esterilizaciones en diversas partes del planeta, las campañas de anti-natalidad de todos los colores, el control de la educación y de la cultura, y un largo etcétera, darían material para una Encíclica en la que se excomulgara a todo el que pasara por la puerta y mirara hacia adentro. 


Acompañado, claro está, de un exorcismo general, tirando agua bendita por todos los conductos apagafuegos del edificio. A lo cual habría que añadir un entredicho para todo el que colabore con esta infame organización.

Sin embargo, la Santa Sede, de forma insistente y machacona, no sólo ha colaborado con tamaña máquina de corrupción, sino que además nunca ha dejado de alabarla, -o sea, darle la coba-, por activa y por pasiva. Los papas del último medio siglo han acudido allí para mostrar que la Iglesia es experta en humanidad (Pablo VI dixit), o que la Iglesia tiene muchas cosas en común con ellos y ve con buenos ojos sus proyectos en favor de la dignidad de los pueblos. Pues no faltaba más. Todavía recuerdo la visita de la Madre Teresa de Calcuta para “rezar por la paz” con la Asamblea General, encandilados todos aplaudiendo su amor por los pobres. Como si un cristiano tuviera que mostrar su amor por los pobres a quienes están destruyendo sistemáticamente las almas y los cuerpos de los pobres. 

Por eso ahora nos ha anunciado la ONU hace poco que comenzará una campaña de paz para Colombia con las imágenes de Teresa de Calcuta y Mandela.

La pareja perfecta para estos pájaros de cuenta. Les preocupa la paz tanto como a mí el precio de la alcachofa coreana. Aunque sí les preocupan los recursos de la madre tierra, sobre todo si estos recursos pueden llenar el bolsillo y llevan el signo del dólar en la etiqueta. El último Secretario General, al que pillaron con las manos en la masa, sigue no obstante por ahí, dando lecciones de honradez y de moralidad.

Como llevo años observando estas cosas, no me extraña ahora que la ONU esté más que envalentonada este último año, a la vista de los guiños constantes de Francisco: con sus llamadas al anticapitalismo, sus proyectadas encíclicas sobre los recursos de la Tierra, sus gestos de complicidad con la homosexualidad, con el divorcio, con la comprensión de los problemas actuales del hombre periférico y sobre todo con la pobreza; porque como ya he dicho, la pobreza de los pueblos le quita el sueño a todos los que trabajan en la ONU.

Y en ese gesto de valentía, ya está exigiendo a la Iglesia Católica ciertos comportamientos que deben adecuarse a lo que son los Derechos del Niño. Casi me muero de la risa. Que la ONU hable de los Derechos del Niño es lo mismo que si el Abad de Monserrat, dijera que le preocupa que sus frailes ya no canten el Cara al Sol.

Por eso, esta semana, los muy corruptos se han atrevido a indicar lo que debe hacer la Iglesia Católica para salvaguardar a los infantes, dándoles a conocer además de eso, un programa sobre cómo tiene que tratar a los niños, cómo deben ser los seminarios, cómo hay que culturizar a los futuros sacerdotes y no sé cuantas cosas más. 

Imagino que la ONU querrá también organizar cómo se reza el Rosario en los conventos (si es que se reza) o cómo se juega al fútbol en los colegios católicos. Acabarán por nombrar a Sor Forcades comisaria política bajo la supervisión directa de la Bibiana Aído que trajo a España la libertad de las niñas en situación embarazosa, que quisieran desprenderse de su niño, antes de entrar en este mundo en el que sus Derechos serán salvaguardados por todos.

Pues bien. Ante esta intromisión clara y absolutamente intolerable en la doctrina de la Iglesia, las autoridades no entienden lo que pasa. Así lo expresa el informe presentado por el P. Lombardi en el que se asegura que no hay enfrentamiento alguno y que la ONU y la Santa Sede se siguen queriendo y amando como siempre. Son tantos los compromisos, que solamente se puede solventar por la vía diplomática. Vean si no, estas palabras en las que se pide perdón buscando unos puntos de encuentro. Como si tuviera que encontrarse puntos de encuentro con esta ralea y esta gentuza:

“Es típico de tales organizaciones no querer reconocer lo que ha sido realizado por la Santa Sede en la Iglesia en estos años recientes, al reconocer errores, al renovar las normativas, al desarrollar medidas formativas y preventivas”. Y concluye: “Pocas o ninguna otra organización o institución ha hecho lo mismo”.

Y el punto más grave es que las observaciones del Comité parecen superar sus competencias propias, al interferir en las posiciones doctrinales y morales de la Iglesia católica, dando indicaciones que implican evaluaciones morales sobre la contracepción y el aborto, o la educación en las familias, o la visión de la sexualidad humana, a la luz de una propia visión ideológica de la sexualidad. El Padre Lombardi alienta a encontrar el plano correcto del compromiso por el bien de los niños. También a través del instrumento de la Convención. La Santa Sede no hará faltar sus respuestas atentas y argumentadas.

Yo no entiendo nada. O mejor dicho, entiendo demasiado. Pero pienso que este asunto merecería unas palabras de Francisco para dejar a la dichosa ONU en el puesto que le corresponde. Estoy seguro que todos los medios de comunicación, -que hasta ahora han alabado la valentía del Santo Padre para romper los esquemas tradicionales de una Iglesia vetusta-, alabarán y ensalzarán su actitud valiente y decidida. Lo mismo le nombra de nuevo Hombre del Año por haberse atrevido a denunciar a esta panda de ladrones corruptos vestidos con el arco iris gay.

Por eso tiene tanta razón el refrán castellano: Quien con perros se acuesta, con pulgas se levanta. Dos y dos son cuatro. La Iglesia Católica es la que se esfuerza por acercarse a la ONU, mientras la ONU se ceba en las doctrinas de la Iglesia Católica. Así nos luce el pelo.

domingo, 2 de febrero de 2014

Razones pastorales (por Fray Gerundio)

Todos los que tienen ya una cierta edad y conocimiento de los sucesos eclesiales de este último medio siglo, saben perfectamente que la expresión “por razones pastorales” ha sido utilizada con abundancia en muchos documentos emanados de la Santa Sede y por supuesto, de las Conferencias Episcopales. A quien no conozca a fondo el truco que esconde tal expresión -sea por su juventud o por su ingenuidad-, le podríamos decir que su significado viene a ser una declaración de que la ley que se ha dictado, se puede pasar por alto, siempre que existan razones que lo aconsejen

Poco entiendo de Derecho, pero me parece que no sería doctrina jurídica muy de fiar la que dictaminara leyes que se deben cumplir siempre que no haya una razón que permita que la Ley se deje de cumplir. Es como si la Agencia Tributaria dijera que hay que pagar los impuestos, a no ser que razones pastorales aconsejen que no se paguen. Mucho me temo que millones de ciudadanos encontrarían miles de razones para no pagar. Incluso en mi convento, no pagaríamos los impuestos a este gobierno por las razones pastorales evidentes de que no son católicos de verdad, o porque la corrupción instalada en los partidos políticos aconseja no darles ni un céntimo más. Y así, un largo etcétera de razones pastorales. Claro que el Ministerio de Hacienda, no es un Dicasterio de la Santa Sede o una Comisión de la Conferencia Episcopal, así que no hay nada que hacer.

Por razones pastorales, desde los años setenta, se han cometido en la Iglesia los mayores destrozos que imaginarse pueda. Por razones pastorales se empezó a dar la comunión en la mano, con el consiguiente descenso del respeto a la misma, por decirlo de manera suave; por razones pastorales también, se nombraron ministros extraordinarios de la Eucaristía, con lo cual el Santísimo empezó a ser manejado por todo el mundo; por razones pastorales estos mismos ministros extraordinarios empezaron a llevar la comunión a los enfermos; por las mismas razones pastorales se ampliaron las posibilidades para que la confesión se hiciera menos en el confesionario y más en los llamados Ritos Penitenciales en común, con la lógica disminución de la confesión privada. 

Por razones pastorales se permitió que los laicos tuvieran funciones en la Santa Misa que estaban reservadas sólo al sacerdote, y se inventaron las llamadas para-liturgias, especie de bodrio cultual que en la imagen de los fieles sustituía sin problemas a la misa entera y verdadera; por razones pastorales se dejó de administrar la extremaunción si el enfermo no lo pedía expresamente, con lo cual se cargaron el Sacramento y lo convirtieron en una especie de consuelo para los enfermos de gripe; por razones pastorales se ordenaron diáconos permanentes, a la espera de que también por razones pastorales pronto puedan ordenarse como sacerdotes hombres casados, para que enseguida y siempre por razones pastorales se elimine el celibato, porque ya se sabe que ha hecho mucho daño a la Iglesia desde que se implantó.

Que nadie piense que todos estos cambios se hicieron al tuntún, sin medir bien las consecuencias en la doctrina y la práctica secular de la Iglesia. Por mucho que las normativas se revistieran de preocupación y de sufrimiento por la dolorosa situación pastoral (por cierto, creada por ellos), estaba todo atado y bien atado. Claro que se conocía bien el alcance, las secuelas y las consecuencias. 

Pero la clave estaba en que todo esto que se permitía, ¡ojo! siempre que las circunstancias lo aconsejaran, se fue convirtiendo en práctica habitual en parroquias, diócesis e incluso misas vaticanas, en donde también se permitieron bailes tribales y muchos otros ensayos, sin duda porque las razones pastorales lo aconsejaban fuertemente. Todo ello reforzaba, se nos decía, la piedad y el culto, la doctrina y la práctica. Y de paso se auto-daban un auto-enjuague de comprensión hacia el hombre moderno, cansado ya de signos excesivamente trasnochados. Eran ya los comienzos de la misecordina, aplicada solamente a los casos que interesaban. Mientras tanto se les daba palos a los que pensaban de otro modo o expresaban su extrañeza por cambios tan repentinos.

En un paso adelante, también por razones pastorales, se comprendió que el matrimonio pasaba por delicados momentos, según las condiciones sicológicas del hombre contemporáneo (supongo que también de la mujer), lo cual llevó a considerar desde un punto de vista mucho más comprensivo la posibilidad de conceder las anulaciones correspondientes. De todos son conocidos los resultados de tales prácticas, que han puesto al sacramento del matrimonio en un estado de coma irreparable. Por eso precisamente, ahora se aducen también razones pastorales para considerar que la Iglesia tiene que comprender al mundo moderno y debe dar algunos pasos adelante en su salida a buscar a sus ovejas. Ya no se conforman con el destrozo anterior. Hay que dar más pasos.

Y esos pasos son los que nos esperan en el inmediato y cercano futuro. Ya nos están preparando para ellos. Por una parte a los divorciados vueltos a casar, que deben ser comprendidos y, por razones pastorales, hay que darles la comunión. Se aducen todo tipo de razones piadosas: que si ya la Iglesia hizo esto en el siglo tercero (como si les importara a éstos el siglo tercero y lo que hizo la Iglesia entonces), que si las iglesias orientales lo admiten, que si es una carga que hay que ayudarles a soportar… y en el colmo de la caradura o si lo prefieren, en el colmo de la desfachatez, el cinismo y la desvergüenza por razones pastorales (aunque hay quien es un cínico siempre y a toda hora), el maso-cardenal de Viena dice al Papa en la visita ad límina lo siguiente:

Una cosa es clara: la Iglesia debe prestar una más grande atención a aquellos cuyos matrimonios fallan y debe acercarse a ellos. Nadie debe tener el sentimiento de que su vida en la comunidad Católica ha llegado a su fin porque su matrimonio ha fallado… Nosotros en la Iglesia, tácitamente vivimos con el hecho de que la mayoría de los jóvenes, incluídos los que tienen estrechos vínculos con la Iglesia, con toda naturalidad viven juntos.

Con este pequeño dato, ya pueden ir ustedes resolviendo el problema y viendo por dónde van los tiros. Pobrecitos, los jóvenes estrechamente vinculados a la Iglesia que quieren vivir en concubinato por razones pastorales y no quieren recibir el matrimonio. Hay que comprenderlos. Pobrecitos los matrimonios que han fallado y sufren porque la Iglesia no los comprende. Pobrecitos los que se sienten atraidos por uno del mismo sexo y constituyen una forma de unión que también hay que comprender.

Todo llegará. Hasta mis novicios piensan ya que eso de la indisolubilidad es algo cuanto menos, discutible. O digamos que se puede aceptar en teoría, pero que habrá que adecuarlo a las situaciones concretas. Los pobrecitos se saben de memoria las preguntas del catecismo de las razones pastorales, aunque no saben cuántas naturalezas hay en Jesucristo. Pero esto último, ¿qué importancia puede tener? Al fin y al cabo, como dijo el Santo Padre hace unos días a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,

Desde los primeros tiempos de la Iglesia existe la tentación de entender la doctrina en un sentido ideológico, o de reducirla a un conjunto de teorías abstractas y cristalizadas. En realidad, la doctrina tiene el único propósito de servir a la vida del Pueblo de Dios y garantizar un fundamento cierto a nuestra fe. Desde luego, es grande la tentación de apropiarse de los dones de la salvación que viene de Dios, para domesticarlos – tal vez incluso con buena intención – siguiendo la opinión y el espíritu del mundo.

Las doctrinas abstractas tienen que servir al Pueblo de Dios. Vale. Pero yo me pregunto: cómo pueden servir al Pueblo de Dios si se le está diciendo constantemente al Pueblo de Dios que las doctrinas abstractas tienen peligro de ideologización. Será que están en el límite de la plenitud y la penitud del límite, digo yo…, mientras me rasco la capucha.

Y mientras tanto, en la práctica, las doctrinas abstractas nos las vamos cargando en un acercamiento al mundo moderno, al que hay que atraer. La doctrina tiene que adecuarse al mundo contemporáneo, por supuesto. Que se lo digan a los Cardenales que ahora van de comprensivos por el mundo. Olor a oveja, pero olor a adulterio, concubinato y divorcio que no se tiene ninguna intención de remediar, porque no interesa la salvación de las ovejas. Me parece a mí.

Por lo tanto, yo en mi convento ya le he dicho a mi padre Superior que voy a hacer lo que me dé la gana de ahora en adelante. Eso sí, por razones pastorales. Faltaría más.