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viernes, 15 de mayo de 2020

NO TENGÁIS MIEDO (Padre Santiago Martín)


Duración 11:58 minutos

Según el padre Santiago Martín, frente a los ataques absurdos contra nuestra libertad y nuestros derechos como personas, es preciso no acobardarse y actuar pacíficamente pero con firmeza  y sin miedo. 

Es mucho lo que nos jugamos

¿Cómo anónimo? Viganó quiere desenmascarar a los desenmascarados



El coronavirus afecta no solo a los temas de salud, sino que tiene implicancias sociales, económicas, políticas y religiosas, escribe el 14 de mayo en el sitio web LifeSiteNews el arzobispo Carlo Maria Viganò.

Él predice un futuro en el que “los poderes” que piensan que “no hay autoridad superior a la de ellos” “controlarán a los gobiernos y a la Iglesia. Viganò denuncia los “planes para un Nuevo Orden Mundial” promovido por grupos internacionales que “deben ser desenmascarados, comprendidos y revelados”.

Pero hay que decir que los “poderes” que inundan a los países con decadencia, jueces izquierdistas, inmigrantes ilegales y billones de deuda no son para nada “anónimos”.

¿Qué autoridad tiene el Alto Comité? (Carlos Esteban)



Hay en el Vaticano un Alto Comité para la Fraternidad Humana que convoca a todas las religiones a una jornada de oración y penitencia para que Dios acabe con el Covid-19. ¿Con qué autoridad? ¿Qué tiene que ver eso con nuestra fe?
“Convocados por el Alto Comité para la Fraternidad Humana, los creyentes de todas las religiones oramos hoy por el fin de la pandemia”, reza un reciente comentario en Twitter desde la cuenta del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. “Y mostramos también nuestro compromiso con la construcción de un mundo más fraterno”.
May 14, 2020 Carlos Osoro Sierra (@cardenalosoro) 


Es dudoso. Un ‘alto comité’ no es una institución eclesial de Derecho Canónico y, de serlo, desde luego no tendría autoridad ninguna sobre “todas las religiones”. De hecho, en Italia la Asamblea de Rabinos no se ha adherido a la llamada, y nos tememos que será la única.

La iniciativa está creando no poca confusión y desconcierto en los creyentes, a quienes se les dice que no deben convertir a nadie y, luego, que tienen el mismo dios (permítanme en este caso la minúscula) que todas las religiones del mundo, desde el vudú haitiano a los adoradores de la diosa Kali. Por no hablar de los entusiasmos de algunos párrocos que ya están llenando sus iglesias de ídolos, literalmente.

Por supuesto, Osoro se suma. ¿A qué no se ha sumado? ¿Algún obispo se ha mostrado más entusiasta con la conversión ecológica o con la acogida universal a los ‘refugiados’? Que sus entusiasmos surjan coincidiendo milimétricamente con los que les llegan de lo alto es prueba de perfecta obediencia.

El indiferentismo religioso que transmite esta propuesta ha provocado la protesta de tantos fieles escandalizados que el propio Papa se ha sentido impelido esta mañana a responder a las dudas en su homilía en Santa Marta. “¿No podemos rezar al Padre de todos?”, se ha preguntado retóricamente.

Naturalmente que podemos. Pero surgen varios problemas. El primero es, como hemos dicho, la autoridad del líder católico para convocar a creyentes de otras religiones. Por ejemplo, el Corán, en su azora 5:51, dice: “’¡Creyentes! No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos”. Ahora, ¿a qué creen que obedecerá el pío musulmán, al jefe de los ‘rumíes’ o a la Palabra de Alá? Para un luterano convencido y tradicional, Roma es la “prostituta de Babilonia”; ¿debe hacerle algún caso?

Sería interesante llevar un seguimiento de la jornada, saber qué proporción de católicos, protestantes, musulmanes, judíos, etcétera la siguen. Sospecho que no será una proporción abrumadora, pero ni siquiera es la cantidad lo más importante aquí; es que lo abrumadoramente probable es que quien la siga de otras religiones serán quienes no estén demasiado seguros de la verdad que contienen.

Cristo fue bastante contundente en este punto, hasta intransigente para la sensibilidad moderna: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.
Carlos Esteban

¿Es la ‘rigidez’ el principal problema de la Iglesia de hoy? (Carlos Esteban)


 
Su Santidad ha vuelto al ataque este mañana en la homilía de la Misa retransmitida en ‘streaming’ desde Santa Marta contra una de sus obsesiones más repetidas: la rigidez. La rigidez es un mal, pero, ¿es el principal mal que afecta ahora a la Iglesia?

“La rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo”, ha dicho esta mañana el Santo Padre, en un ‘ritornello’ que se nos ha hecho ya más que habitual. De acuerdo, la ‘rigidez’ -nunca definida con alguna precisión- es mala. Pero, ¿es el principal defecto de la Iglesia de 2020?

La rigidez de la que habla comúnmente el Papa Francisco tiene una dirección particular. No hay denuncia de clérigos o doctrinas rígidamente progresistas y, créanme, existen. No, la rigidez a la que se refiere el Pontífice, como se ha encargado de aclarar en sus numerosas pláticas y entrevistas, es la que representan esos curas de sotana y saturno, apegados a las tradiciones tanto como a la Tradición, esos que convierten el confesionario en un lugar de tortura (sic) y hablan obsesivamente de sexo.

Esa rigidez, cuando existe, puede ciertamente ser mala, pero, ¿es común? ¿Es mayoritaria? ¿Es lo que más llama la atención en la Iglesia de hoy, en la Iglesia del último medio siglo? La visión de un sacerdote con un saturno, ¿es la habitual, o más bien una rareza exótica, de la que nos hace llevarnos la mano al móvil para sacarle una foto? Confesar los propios pecados rara vez es un plato de gusto, pero, ¿es su experiencia que el confesor convierta la experiencia en una sesión de tortura? ¿Cuándo fue la última que oyó disertar sobre la castidad desde un púlpito en una iglesia elegida al azar?

Advertir contra los males, contra cualquiera, es labor encomiable, pero la eficacia debería ir en el sentido de insistir en lo más frecuente, no en lo inusual. La sequía y la inundación son igualmente males, pero hablar obsesivamente de campos agostados en medio de la riada resulta, cuanto menos, desconcertante.

Su Santidad también ha indicado a menudo su intención de llevar a término las esperanzas nacidas del Concilio Vaticano II, que venía a acabar con tantas rigideces y a abrir la Iglesia al mundo, actualizándola (aggiornamento). Iba, en fin, a iniciar una nueva primavera en la Iglesia, entre otras cosas introduciendo flexibilidad donde había rigidez.

Pero, como metáfora, las primaveras parecen gafadas. No hace tanto que aplaudíamos las ‘primaveras árabes’, que acabaron trayendo cosas como el Estado Islámico. En el caso que nos ocupa, lo que trajo, contabilizándolo del único modo posible, con números, no es mucho más alentador.

El Centro de Investigación Aplicada al Apostolado de la Universidad de Georgetown (CARA) ofrece algunos números interesantes, comparando datos de 1970 con los de 2018 del catolicismo en Estados Unidos. Son, creo, ilustrativos. En 1970 se bautizaron 1.089.153 personas, frente a los 615.119 de 2018. Se ordenaron aquel año 805 sacerdotes; en 2018, 518. De los católicos, iba a misa dominical el 54,9%; hace dos años, el 21%. Si esta es la primavera que nos ha traído la flexibilidad, no quiero imaginar cómo sería el invierno.
Carlos Esteban

Los obispos no pueden ordenar que se reciba la Comunión en la mano ni prohibir recibirla en la boca (Peter Kwasniewski)



A medida que se van suavizando las restricciones a las concentraciones públicas, algunas diócesis están comenzando a fijar nuevas normas para la celebración de misas. Dichas normativas suelen declarar su preferencia por la administración de la Eucaristía en la mano, llegando a veces a prohibir que se reciba en la lengua.
En el presente artículo me propongo demostrar dos cosas: en primer lugar, con relación al Rito Ordinario, aunque los prelados son libres de manifestar su preferencia personal, carecen de potestad para ordenar que se reciba en la mano o para prohibir que se reciba en la lengua (es más, ningún párroco tiene autoridad para ello). Segundo, con respecto al Rito Extraordinario, la Comunión sólo se puede recibir en la boca.
Antes de entrar en estos temas canónicos, es importante señalar que no hay pruebas de que la normativa y la manera tradicionales de recibir la Comunión –es decir, en la boca– sea menos higiénica o en modo alguno menos peligrosa para la salud pública que recibirla en la mano. Un canonista me escribió lo siguiente: «Muchos han señalado que los microbios se propagan con igual facilidad mediante el contacto frecuente de la mano que colocando la Hostia en la boca (cosa que, si el sacerdote sabe hacerla bien, no debería entrar en contacto con la saliva del comulgante)».
El pasado 2 de marzo, la Arquidiócesis de Portland publicó la siguiente declaración:
«Consultamos a dos especialistas, uno de los cuales ejerce de inmunólogo en el estado de Oregón, y ambos concordaron en que si se hace correctamente el riesgo viene a ser más o menos igual tanto si se comulga en la boca como en la mano. Evidentemente, existe el riesgo de tocar la lengua de algún y fiel y transmitir a otros su saliva; no obstante, las posibilidades de rozar la mano son las mismas, y las manos están más expuestas a los microbios.»
A fines del pasado febrero, monseñor Athanasius Schneider sostuvo lo mismo:
«No es más higiénico comulgar en la mano que en la boca. La verdad es que puede agravar el riesgo de contagio. Desde el punto de vista de la higiene, la mano contiene ingentes cantidades de bacterias. Las manos transmiten numerosos gérmenes patógenos. Ya sea al estrecharle la mano a alguien, al tocar constantemente diversos objetos, como manijas o tiradores de puertas, o al asirse de la barra del bus o del metro, los microbios pasan con facilidad de mano en mano, y luego la gente se lleva con frecuencia esas manos y dedos sucios a la nariz o la boca. No sólo eso; a veces los microbios pueden sobrevivir durante días en la superficie de objetos que se han tocado. Según un estudio publicado en 2006 en el boletín BMC Infectious Diseases, los virus de la gripe y otros semejantes pueden sobrevivir durante varios días en superficies como puertas, barandillas o barras del transporte público.
Muchos fieles que van a la iglesia y reciben la Comunión en la mano han tocado antes manillas de puertas o se han asido de la barra en el transporte público o de la baranda en una escalera. Llevan virus sobre la palma de la mano y los dedos, y luego durante la Misa se llevan esas mismas manos a la nariz o la boca. Con esas manos y dedos contaminados tocan la Hostia consagrada, con lo que los virus pasan a su vez a la Sagrada Forma, y luego los virus juntamente con ella a la boca.
Sin duda alguna, comulgar en la boca es menos arriesgado y más higiénico que hacerlo con la mano. Es más, si no se lavan concienzudamente, la palma de la mano y los dedos acumulan muchos microbios.»
Un estudio realizado el pasado noviembre en el Reino Unido obtuvo este inquietante resultado:
«La próxima vez que vaya a un McDonald’s preferirá no pasar por las nuevas máquinas de autoservicio, ya que un estudio reciente descubrió restos de materia fecal en todas las pantallas táctiles de un restaurante de dicha cadena. El estudio, realizado el pasado mes de noviembre [2019] por el diario inglés Metro, tomó muestras de pantallas de ocho establecimientos de la cadena en Londres y Birmingham. Todas las máquinas expendedoras dieron positivo para toda una serie de bacterias patógenas.»
El P. John Zulfsdorf sintetiza la experiencia de todos los sacerdotes con los que he hablado del asunto:
«En mi experiencia de casi tres décadas de distribuir la Comunión tanto en la mano como en la lengua a congregaciones enteras, de forma casi exclusiva en la mano con raras excepciones en el rito del Novus Ordo y en la boca sin excepción en el Extraordinario, es muy raro –repito: muy raro– que me lleguen a rozar los dedos con una lengua. En cambio, es muy frecuente –pasa casi siempre– que haya contacto entre mis dedos y una mano. Insisto: cuando pongo la Hostia directamente en la boca es rarísimo que roce la lengua. Mientras que cuando la doy en la mano es frecuente, muy frecuente, que toque los dedos o la palma de la mano del comulgante. (…) Si se hace bien, aunque sigue siendo frecuente el contacto cuando se comulga en la mano, eso prácticamente no sucede nunca cuando se recibe en la lengua».
Normativa vigente en el Rito Ordinario:
La Instrucción general del Misal Romano promulgada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 12 de noviembre de 2002, dice lo siguiente en el apartado 161 (edición para EE.UU. de 2011):
«Si la Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo.»
Corroborándolo, la importante instrucción Redemptoris Sacramentumde la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del 25 de marzo de 2004, dice en su artículo 92:
«Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar [así] la sagrada hostia.»
La Congregación para el Culto Divino ha expresado su parecer en al menos tres ocasiones en respuesta a situaciones en que se ha intentado imponer la Comunión en la mano. En una carta fechada el 3 de abril a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos [Prot. 720/85] se puede leer:
«Desde 1969 la Santa Sede, aun manteniendo la forma tradicional de recibir la Comunión, concede a las conferencias episcopales que lo solicitan facultades para distribuir la Sagrada Comunión colocándola en las manos de los fieles. (…) Éstos no están obligados a adoptar la costumbre de comulgar en la mano. Cada uno es libre de hacerlo de una u otra manera.»
Veamos una respuesta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicada en Notitiae (abril de 1999):
«Pregunta: Si en las diócesis en que se permite administrar la Comunión poniéndola en las manos de los fieles pueden los sacerdotes y los ministros extraordinarios obligar a los comulgantes a recibir la Comunión en las manos en vez de en la lengua.
Respuesta: Sin duda alguna, los propios documentos de la Santa Sede dejan claro que en las diócesis en que el Pan Eucarístico se pone en las manos de los feligreses el derecho a recibirlo en la boca se mantiene intacto. Por consiguiente, quienes obligan a los comulgantes a recibir la Sagrada Comunión exclusivamente en la mano contravienen las normas, al igual que quienes se niegan a dar la Comunión a los fieles de Cristo en las diócesis beneficiadas por el indulto.»
Más recientemente, durante la epidemia de  gripe   porcina, el P. Anthony Ward S.M. subsecretario de la misma congregación, respondió así a una consulta (Prot. N. 655/09/L, con fecha 24 Julio de 2009):
«Nuestra congregación acusa recibo de su carta del 22 de junio preguntando por el derecho de los fieles a recibir la Sagrada Comunión en la boca. Este dicasterio señala que la Instrucción Redemptoris Sacramentum (25 de marzo de 2004) estipula claramente que “todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca” (nº92). Del mismo modo, tampoco es lícito negar la Sagrada Comunión a ninguno de los fieles de Cristo que no esté legalmente impedido para recibir la Sagrada Eucaristía» (cf. nº91).
El pasado mes de febrero, cuando aparecieron las primeras normativas locales, consulté con un canonista, y me respondió lo siguiente:
«Desde mi perspectiva, un obispo no puede exigir a nadie que la reciba en la mano. En el mismo Rito Ordinario, la norma consiste en comulgar en la boca, existiendo el derecho de acercarse a recibirla en la mano. Ésa es ni más ni menos la norma, y se basa en el derecho de los fieles a decidir cómo adorar a Dios en un momento de la Misa profundamente personal por naturaleza, no comunitario. Baso mi opinión en la   abundante jurisprudencia de la Santa Sede en lo referente a hacer valer el derecho de los fieles a comulgar en la boca y arrodillados en una Misa según el Rito Ordinario, aun en el caso de que su obispo haya decretado lo contrario. Estas normas se consideran por naturaleza sugerencias y no son en modo alguno vinculantes. Si esto es así con la normativa emanada de un obispo, con más razón lo es en el caso de un párroco. No se puede negar a un lego el Santísimo Sacramento salvo que se trate de un pecador público notorio. El sacerdote que por iniciativa propia dijese a los feligreses que sólo pueden comulgar en la mano incumpliría el reglamento y haría que lo incumplieran también ellos.»
A fin de evitar toda posible confusión, reitero que toda la legislación arriba citada se aplica exclusivamente al Rito Ordinario o Novus Ordo.
Normas relativas al Rito Extraordinario:
Así como los obispos carecen de potestad para alterar lo legislado por la Iglesia sobre la forma de recibir la Comunión en el Rito Ordinario, tampoco tienen autoridad para modificar lo legislado para el Rito Extraordinario. El documento pertinente, la instrucción Universae Ecclesiae determina lo siguiente en los nº 24 y 28):

«Los libros litúrgicos de la forma extraordinaria han de usarse tal como son. Todos aquellos que deseen celebrar según la forma extraordinaria del Rito Romano deben conocer las correspondientes rúbricas y están obligados a observarlas correctamente en las celebraciones. (…) Además, en virtud de su carácter de ley especial, dentro de su ámbito propio, el Motu Proprio “Summorum Pontificum” deroga aquellas medidas legislativas inherentes a los ritos sagrados, promulgadas a partir de 1962, que sean incompatibles con las rúbricas de los libros litúrgicos vigentes en 1962.»
 
Jamás ha habido la menor duda sobre lo que significan estas normas: en el Rito Extraordinario, los laicos que se acercan a comulgar deben recibir la Comunión en la boca; la legislación no contempla ni permite otra cosa. Para establecer una nueva costumbre (no lo quiera Dios), un prelado o una conferencia episcopal debería obtener un decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, del mismo modo que los obispos de algunos países lo solicitaron hace décadas para permitir la Comunión en la mano. Es más, en el caso de que lo consiguiera, no se alteraría el derecho de los laicos a escoger la manera de comulgar.
Desde el punto de vista psicológico, sería un abuso decirles a los católicos amantes del Rito Extraordinario por su tremenda reverencia a la Eucaristía que contradijesen todos las inclinaciones naturales y las rúbricas de esta liturgia tradicional romana alargando las manos para recibir la Hostia de un modo que, según el sentir tradicionalista, sólo puede hacerlo el ministro sagrado en nombre de Cristo.
Todo el mundo comprende que pueden darse situaciones extraordinarias que excluyan temporalmente a los católicos de la recepción de los sacramentos. Con todo, los obispos tienen el  solemne deber de velar porque dichas situaciones duren el menor tiempo posible. Es indiscutible que constituiría un abuso de sus atribuciones episcopales establecer medidas arbitrarias que no sólo contravinieran la legislación universal sino que además redundasen en perjuicio de algunos miembros de su grey, como los que participan del rito romano tradicional.
Conclusión
A pesar de su importancia, las consideraciones que acabamos de exponer se reducen al ámbito de lo natural y lo jurídico. Para considerar el asunto en toda su complejidad habría que tener en cuenta además la dimensión sobrenatural de la reverencia que se debe tributar a Nuestro Señor  en el Santísimo Sacramento, que no puede supeditarse a nuestras preocupaciones sanitarias, y que la Ley de la Iglesia tiene por objeto proteger y promover. Como dice monseñor Schneider, los pastores y la grey de la Iglesia serán acusados de mundanos ante el tribunal de Dios si no les importa hacer concesiones en lo que se refiere al tratamiento que corresponde al Cuerpo de Cristo a fin de salvar su vida mortal y perecedera. Se nos acusaría con justicia de anteponernos al Reino de Dios:
«Si la Iglesia de nuestro tiempo no vuelve a esforzarse con el máximo empeño por estimular la fe, la reverencia y las medidas de protección para el Cuerpo de Cristo, toda medida de protección para los fieles será en vano. Si la Iglesia actual no se convierte y vuelve a Cristo, concediendo la primacía a Jesús, y en concreto a Jesús-Eucaristía, Dios demostrará la veracidad de sus palabras: «Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si Yahvé no guarda la ciudad, el centinela se desvela en vano” (Sal.126, 1-2)».
 Peter Kwasniewski
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

NOTA:

"Este modo de distribuir la santa comunión (en la boca), considerando en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conservado no solamente porque se apoya en un uso tradicional de muchos siglos, sino, principalmente, porque significa la reverencia de los fieles cristianos hacia la Eucaristía. [...]" (Memoriale Domini, Pablo VI)

Viganò: “el Llamamiento a la Iglesia y al mundo ha recibido casi 40.000 adhesiones”


 
En pocos días, el Llamamiento a la Iglesia y al mundo ha recibido casi 40.000 adhesiones

El pasado 8 de mayo, tres cardenales y nueve obispos, junto con una serie de médicos, periodistas, abogados, intelectuales y profesionales diversos de todo el mundo lanzaron un Llamamiento para sensibilizar a la opinión pública, los gobernantes, la comunidad científica y los medios informativos sobre los graves peligros que corren las libertades individuales en relación con la propagación del Covid-19.

En algunos países se han percibido más dichos peligros; en otros menos. Sea como sea, por todas partes es necesario llamar la atención de los fieles católicos y de los hombres de buena voluntad para que en un momento tan difícil se entienda con un criterio humano lo que está sucediendo. Limitarse a considerar los aspectos sanitarios de la epidemia sin tener en cuenta sus repercusiones sociales, económicas y políticas puede conducir al mundo a un futuro en el que las autoridades de los estados y de la Iglesia se debiliten o se vean absorbidas por poderes autorreferentes con objetivos que como mínimo no están muy claros.

El proyecto de un Nuevo Orden Mundial en el que todos los países y ciudadanos pierdan su identidad se propagandiza además como un bien para la sociedad y para las personas. Es preciso desenmascarar, dar a conocer y denunciar semejante plan propuesto por organismos supranacionales, de manera que cada uno de nosotros seamos conscientes de cuanto sucede y podamos expresarnos claramente como personas, como creyentes y como miembros de la sociedad.

Ése es precisamente el objetivo del Llamamiento: romper el silencio mediático impuesto sobre el momento presente, sobre todo en lo que respecta a las libertades individuales y a los derechos de la persona, amenazados por medios de censura y de control; pedir igual dignidad de debate para la comunidad científica, sin dejarse guiar por intereses económicos o ideológicos; y recordar a los gobernantes la grave obligación que tienen de trabajar con miras al bien común.

Es indudable que el Llamamiento ha dado lugar a cierto debate. En Alemania, numerosos exponentes de Episcopado se han limitado a despachar genéricamente su contenido tildándolo de teoría de la conspiración sin refutarlo, y corroborando con ello que han tomado acríticamente partido por el pensamiento dominante. En una entrevista concedida a Die Tagespost, el cardenal Gerhard Müller (que figura entre los firmantes) ha señalado valerosamente que hoy en día se tiende a «tildar de conspiracionista a todo el que expresa una opinión disidente». Dijo también: «Los que no distinguen entre oportunidades y peligros asociados a la globalización niegan la realidad. El papa Francisco también se opone a que los estados y los organismos internacionales impongan el aborto a los países pobres en una suerte de neocolonialismo negando ayudas al desarrollo para los que no lo acepten. En Perú, durante el gobierno de Fujimori, yo mismo hablé con hombres y mujeres que habían sido esterilizados sin saberlo, engañados con dinero y falsas promesas de salud y felicidad en la vida. ¿Eso es una teoría de la conspiración?» De igual modo, no se puede tildar de conspiracionismo «la hipótesis de vacunar a siete mil millones de personas aunque la vacuna no se haya probado debidamente todavía, limitando los derechos fundamentales. No se puede obligar a nadie a creer que unos pocos filántropos multimillonarios tengan programas más eficaces para hacer un mundo mejor por el mero hecho de haber acumulado enormes riquezas privadas».

Hay que señalar que el Llamamiento, más allá de las evidentes críticas por parte de quienes desean falsear su sentido para no encarar las numerosas incongruencias que tenemos a la vista, ha recabado el apoyo de importantes personalidades dentro del laicado y de destacados exponentes del mundo de la ciencia y la información. Robert Francis Kennedy Jr. también ha manifestado su apoyo. En menos de una semana, el Llamamiento ha reunido casi 40.000 firmas y ya se está difundiendo hasta en los países del Este.

Se percibe claramente que hay una especie de fisura -la cual el Llamamiento tiene el mérito de haber hecho visible- entre los fieles y las altas esferas de la Jerarquía; lo confirma también la imposición obviamente globalista de la Jornada de Oración “por la humanidad” convocada por el Alto Comisionado para la Fraternidad Humana de los Emiratos Árabes para pedir el fin de la pandemia, al que lamentablemente se ha apresurado a adherirse la Santa Sede.

Este proyecto, ratificado no hace mucho con la Declaración de Abu Dabi, está claramente inspirado en la ideología relativista propia del pensamiento masónico. Como tal, no tiene nada de católica, y resulta cuanto menos inquietante que las altas esferas de la Iglesia se presten a servir de brazo espiritual al Nuevo Orden Mundial, el cual es ontológicamente anticristiano.

+ Carlo Maria Viganò

Arzobispo y Nuncio Apostólico


14 de mayo de 2020

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

Schneider: “Un día la Iglesia recordará con pesar a los clérigos del régimen”



El pasado 8 de mayo de este año se publicó un texto titulado Llamamiento a la Iglesia y al mundo para los fieles católicos y los hombres de buena voluntad. Entre los primeros signatarios figuraban entre otros tres cardenales, nueve obispos, once médicos, veintidós periodistas y trece abogados

Sorprende que los representantes del as instituciones eclesiásticas y políticas y de los medios de difusión hayan desacreditado al unísono, según el pensamiento dominante, la preocupación del Llamamiento con el falaz argumento de tildarlo de teoría de la conspiración a fin de cortar de raíz todo posible debate. Recuerdo una forma semejante de reacción y de lenguaje en tiempos de la dictadura soviética, cuando los disidentes y los críticos de la ideología y la política dominante eran acusados de complicidad con la teoría de la conspiración del Occidente capitalista.

Los críticos del Llamamiento se niegan a reconocer las pruebas, como por ejemplo la comparación entre los datos oficiales de la tasa de mortalidad correspondiente al mismo periodo para la gripe estacional de 2017/2018 y la actual de Covid-19 en Alemania, donde la tasa de mortalidad es muy inferior. Hay países con medidas moderadas de seguridad y prevención del coronavirus que, por ese motivo, no tienen una tasa más alta de mortalidad. Si reconocer hechos evidentes y debatirlos se tilda de teoría de la conspiración, los motivos de preocupación por la existencia de formas sutiles de dictadura en nuestra sociedad están bien fundamentados para toda persona que todavía piense de manera autónoma. Como es sabido, la eliminación o el descrédito del debate social y de las voces no alineadas es una de las principales características que distinguen a un régimen totalitario, cuya principal arma contra los disidentes no son argumentos tomados de la realidad, sino el recurso a una retórica demagógica y populista. Sólo las dictaduras tienen miedo a los debates objetivos en caso de disparidad de opiniones.

El Llamamiento no niega la existencia de una epidemia y la necesidad de combatirla. Sin embargo, algunas de las medidas de seguridad y prevención suponen la imposición forzada de formas de vigilancia total de las personas que, so pretexto de la epidemia, vulneran las libertades civiles fundamentales y el orden democrático del Estado. También es sumamente peligrosa la anunciada vacunación obligatoria, que excluye toda alternativa, con las consecuencias previsibles de restricción de las libertades personales. A consecuencia de ella, los ciudadanos se están habituando a una forma de tiranía tecnocrática y centralizada, con la consecuencia de que la valentía cívica, el pensamiento independiente y sobre todo, cualquier forma de resistencia están seriamente paralizados.

Un aspecto de las medidas de seguridad y prevención impuesto análogamente en todos los países consiste en la drástica prohibición de todo culto público que sólo ha existido de una forma tan implacable en épocas de persecución de cristianos. Algo verdaderamente novedoso es que en algunos lugares las autoridades estatales llegan a prescribir normas litúrgicas para la Iglesia, como la manera de administrar la Sagrada Comunión; es una injerencia en cuestiones para las que únicamente la Iglesia tiene atribución. Un día la historia recordará con pesar a los clérigos del régimen de nuestro tiempo que aceptaron servilmente tales injerencias de las autoridades civiles. La historia siempre ha deplorado que en tiempos de grandes crisis la mayoría guarde silencio y se acallen las voces disidentes. Al Llamamiento para la Iglesia y para el mundo debería concedérsele por lo menos la oportunidad de entablar un debate objetivo sin miedo a represalias sociales y morales, como lo exige una sociedad democrática.

+Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María de Astaná
13 de mayo de 2020

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)