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jueves, 12 de noviembre de 2015

Discurso de Clausura del Sínodo -2 (Análisis crítico)



Al igual que ocurre con cualquier otra realidad terrena, también esta realidad del matrimonio adquiere sentido cuando Jesús nos la da a entender tal y como Él la entiende. Al fin y al cabo, todo cuanto es y existe, en Él es y existe. Y Él conoce mejor que nadie cómo son todas las cosas, puesto que todo ha sido creado por Él. 

Como hemos visto los discípulos, ante la respuesta que Jesús les dio con relación al matrimonio y al libelo de repudio, le dijeron: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse" (Mt 19, 10). Pero Jesús les respondió: "No todos entienden estas palabras, sino aquellos a quienes les ha sido concedido" (Mt 19, 11). Y en vista de que no acababan de asimilar esta doctrina, aparentemente dura, concluyó: "El que pueda entender, que entienda" (Mt 19, 12c).

Me viene ahora a la memoria -y viene a cuento de lo que estamos hablando- otro nuevo asombro de los discípulos ante las afirmaciones de Jesús, aunque esta vez referido al episodio del joven rico, cuando dijo Jesús aquello de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos" (Mt 19, 24); un asombro de tal calibre que les llevó a preguntarse: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Mc 10, 26). Y Jesús, los mira y les dice: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, pues para Dios todo es posible" (Mc 10, 27).

No deja de llamar la atención este asombro de los discípulos, puesto que ellos no eran ricos (al menos no lo eran en el sentido en el que se da normalmente a esta palabra) y, además, lo habían dejado todo para seguir a Jesús. De alguna manera, sin embargo, por lo que fuera, se vieron reflejados en la persona del joven rico. De lo contrario no se hubiesen asombrado del modo en que lo hicieron. Posiblemente entendieron que cuando Jesús utilizó la palabra "rico" se estaba refiriendo, en realidad, no al hecho de tener o no muchos bienes o dinero (lo cual a ellos no les afectaba directamente, pues no era su caso) sino al apego exacerbado a las cosas, que nos lleva a depender de ellas y nos esclaviza ... pues esto sí que nos ocurre a todos, independientemente de que se tenga más o se tenga menos. Nos agarramos a lo que tenemos con demasiada fuerza. Esto suele ser lo normal.

Son muchas las cosas que pueden atarnos y que, de hecho, nos atan. Y toda atadura nos esclaviza. Y nos entristece. Las riquezas que nos atan pueden ser muy variadas: El caso de las drogas, el sexo y análogos está más que claro, pero están también el amor propio, el egoísmo, el querer tener siempre la razón, la pereza, la gula, etc ... Lo más nimio nos puede atar ... y nos ata. También nosotros, al igual que los apóstoles, nos vemos reflejados en el joven rico, cuando eso ocurre. Y podríamos preguntarnos, al igual que hicieron ellos: ¿Quién puede salvarse, entonces?

Y como siempre, en Jesús encontramos la respuesta adecuada a todas nuestras preguntas, una respuesta que siempre es clara y diáfana y no deja lugar a dudas: y es que aunque esto ciertamente es imposible para los hombres, dejados a sí mismos, debido a su naturaleza caída, sin embargo no lo es para Dios: si estamos unidos a Él todo es posible.

De la unión con Jesús -y sólo de ella- se saca la fortaleza necesaria para cumplir los mandamientos. Y así, lo que a los ojos de los hombres parece imposible -y de hecho, lo es- junto a Jesús, que es Dios, deja de serlo y se transforma en posible. 

Concretando, con relación al tema que nos ocupa: unidos a Jesús la fidelidad entre los esposos en el matrimonio es posible; y, por supuesto, es posible vencer todo tipo de tentaciones: soberbia, lujuria, avaricia, ira, gula, envidia, pereza. La unión efectiva con Jesús (unión amorosa) es la que lo hace posible, como hemos dicho.

"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15), decía el Señor ... De ahí la enorme importancia de la doctrina y del conocimiento de los mandamientos de la Ley de Dios: la razón de ser del cumplimiento de los mandamientos es el amor al Señor. En los cristianos Doctrina y Vida van (o deben de ir) siempre unidas: son inseparables ... pues la Ley de Cristo no es como la Ley mosaica. No consiste en un conjunto de preceptos rígidos, sin vida y sin razón de ser. Nada más lejos de la realidad.

Hasta tal punto es importante el cumplimiento de los mandamientos que aquél que no los cumple es señal de que no ama: "No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no codiciarás y cualquier otro precepto, en esto se resume: amarás a tu prójimo como a tí mismo. La caridad no hace mal al prójimo" (Rom 13, 9). Por eso "el amor es la plenitud de la Ley" (Rom 13, 10) y "el que ama al prójimo ha cumplido la Ley" (Rom 13, 8 c).

El que adultera, el que mata, el que roba, el codicioso, etc... todos ellos hacen mal a su prójimo, le hacen daño ... y se hacen daño a sí mismos, haciéndose esclavos del pecado. Faltando a la Ley de Cristo se está actuando contra el amor. Y la consecuencia es el vacío y la tristeza. Esto decía Jesús: "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Y fue "para librarnos de este mundo malo" (Gal 1, 4b) por lo que "nuestro señor Jesucristo se entregó a sí mismo por nuestros pecados" (Gal 1, 4a).

El pecado es la causa de todos los males. Esto se suele olvidar con demasiada frecuencia, lo que es un grave error:

Comete pecado el que no cumple los mandamientos...
y si no cumple los mandamientos es porque no ama ...
y no ama porque el Amor de Dios no está en él ...
y el Amor no está en él porque no se reconoce pecador y necesitado de perdón.

El arrepentimiento de nuestros pecados es el primer paso para llegar a la unión con Jesús y hacer posible así nuestra salvación. Y, además, no hay otro camino: Jesús es el único Camino, al igual que es la Verdad y es también la Vida. Él da a todo su sentido y hace de la vida una verdadera y maravillosa aventura. Y así es.

No puede haber excepciones a la indisolubilidad del matrimonio, como no las hay al aborto o al robo. El adulterio es un pecado grave, que va contra el sexto mandamiento. El aborto es un pecado gravísimo que va contra el quinto mandamiento. El robo y la corrupción son graves pecados contra el séptimo mandamiento, etc ... 

Todos los pecados son ofensas a Dios y al prójimo ... El que adultera, el que mata, el que roba, etc... comete pecado contra la Ley de Dios. Y no está en él el Amor de Dios. Ninguna otra cosa peor se le podía decir que estas palabras: Dios te perdona. No te preocupes. ... ¡Son palabras mentirosas, al tratarse de medias verdades! No producen sino confusión en quien las oye. Se trata de expresiones que deben de ser completadas y no dejarlas a medio.

Lo correcto y lo que les haría mucho bien sería decirles: Dios te quiere infinitamente. Y no hay pecado que Él no pueda perdonar, siempre y cuando reconozcas que has pecado y te arrepientas de ello, doliéndote en tu corazón por haber ofendido a Dios. Que no te quepa la menor duda de que, si eres sincero en tu dolor y, con esa misma sinceridad, te propones no volver a ofenderle, Él te va a perdonar y te va a dar un fuerte abrazo ... Esa es la única condición que se requiere para que el perdón sea posible.

Sólo si los pecados son reconocidos como tales pecados y sólo desde el reconocimiento de la verdad (esa verdad que consiste sencillamente en llamar a las cosas por su nombre) es posible el arrepentimiento y el propósito de enmienda, necesarios, como hemos dicho, para que Dios nos pueda perdonar. Y con ese fin instituyó el sacramento de la Penitencia. La confesión de nuestros pecados a un sacerdote que actúa "in Persona Christi" es esencial para llevar a su término este perdón.

Son dos las cosas a tener en cuenta: Primero, que Dios es infinitamente bueno y misericordioso y no sólo está siempre dispuesto a perdonar sino que, además, nos busca de continuo y nos da su gracia para que salgamos de nuestra apatía y nos decidamos a cambiar de una vez por todas. Y segundo: Este perdón se hace posible porque, previamente, la persona que ha sido perdonada ha reconocido su pecado como tal pecado y se ha arrepentido de haberlo cometido. Estas dos realidades, la Verdad y la Misericordia, son inseparables ...Y esto vale para todos los casos, no sólo para el caso de adulterio. 

(Continuará)

Los fariseos y saduceos de nuestra época

Como es ya habitual, Roberto de Mattei vuelve a poner los puntos sobre las íes y a llamarle a cada cosa por su nombre. ¿Quiénes son los verdaderos fariseos y saduceos hoy en día? Recojo en este blog el estudio que realiza este experto. El artículo original puede leerse pinchando aquí.


La crítica a los «fariseos» es habitual en las palabras del papa Francisco. En numerosos discursos pronunciados entre 2013 y 2015, ha hablado de la «enfermedad de los fariseos» (7 de septiembre de 2013), «que reprochan a Jesús que no respete el sábado» los escribas, fariseos y doctores de la ley del tiempo de Jesús» (19 de septiembre de 2014).

En el ángelus del 30 agosto dijo que, al igual que para los fariseos, «también nosotros corremos el peligro de creer que somos muy buenos, o lo que es peor, considerarnos mejor que los demás por el sólo hecho de que cumplimos las reglas, las costumbres, aunque no amemos al prójimo y seamos duros de corazón, soberbios, orgullosos».

El 8 de noviembre de 2015 contrapuso la actitud de los escribas y de los fariseos, basado en la «exclusión», al de Jesús, fundamentado en la «inclusión». La alusión a los fariseos es evidente, por último, en el discurso con el que el pasado 24 de octubre clausuró el XIV Sínodo ordinario sobre la familia. ¿Quiénes si no son «los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia, o detrás de las buenas intenciones, para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas», sino «los fariseos, que hacían de la religión un cúmulo inacabable de mandamientos» (26 de junio de 2014)? Se diría que fariseo es cualquiera que defienda con obstinado orgullo la existencia de mandamientos, leyes y normas absolutas e inderogables de la Iglesia.

Ahora bien, ¿quiénes eran verdaderamente los fariseos? Cuando Jesús empezó a predicar, el mundo hebraico estaba dividido en varias corrientes, de las cuales hablan los Evangelios. Entre los historiadores, Flavio Josefo (37-100 d.C.) los menciona en sus obras Antigüedades judías y La guerra de los judíos. Las principales sectas eran la de los fariseos y la de los saduceos. Los primeros observaban las prescripciones religiosas hasta en los más mínimos detalles, pero habían perdido el espíritu de la verdad. Eran hombres soberbios que distorsionaban las profecías relativas al Mesías e interpretaban la ley divina según sus opiniones particulares. Por su parte, los saduceos enseñaban errores aún más graves, poniendo en duda la inmortalidad del alma y rechazando la mayor parte de los libros sagrados. Ambas facciones se disputaban el poder en el Sanedrín, el cual en el momento de la condena de Jesús estaba dirigido por los saduceos.

A estos últimos sólo los menciona una vez San Marcos y otra San Mateo, mientras que los fariseos aparecen con frecuencia en ambos evangelios. El capítulo 23 de San Mateo en particular es una acusación abierta contra ellos. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto hay que practicar, sin omitir aquello».

Comentando este pasaje de San Mateo, Santo Tomás explica que el Señor no recrimina a los fariseos porque pagaran el diezmo, sino «sólo porque despreciaban preceptos más importantes como son los de índole espiritual. Sin embargo, en cuanto a la práctica en sí, parece que la elogia cuando dice “Esto hay que practicar” (Haec oportuit facere), bajo la ley, añade el Crisóstomo» (Summa Theologica, II-IIae, q. 87 ad 3). San Agustín, refiriéndose al fariseo del que habla San Lucas (18, 10-14), dice que no se condenó por sus obras, sino por haberse jactado de su presunta santidad (Carta 121, 1, 3).

El mismo San Agustín, en su epístola a Casulano, explica que el fariseo no se condenó por ayunar (Lc. 18, 11 ss.), sino «porque, lleno de orgullo, se exaltaba a sí mismo por encima del publicano» (Carta 36, 4, 7). En efecto, «ayunar dos veces a la semana no tiene mérito en una persona como el fariseo, mientras que para una persona humildemente fiel o fielmente humilde es un acto religioso, si bien el Evangelio no dice que se condenara el fariseo, sino que el publicano fue justificado» (Carta 36, 4, 7).

La definición más sintética de los fariseos la da San Buenaventura: “Pharisaeus significat illos qui propter opera exteriora se reputant bonos; et ideo non habent lacrymas compunctionis» (De S. Maria Magdalena Sermo I, en Opera omnia, Ad Claras Aquas, Florencia 2001 vol. IX, col. 556b). "Se llama fariseos a los que se consideran a sí mismos buenos por sus obras externas y no tienen, por tanto, lágrimas de contrición".

Jesús condenó a los fariseos porque conocía su corazón: eran pecadores, pero se consideraban santos. El Señor quería enseñar a sus discípulos que no basta con hacer exteriormente buenas obras; lo que hace bueno a un acto no es sólo su objeto, sino la intención. No obstante, si bien es cierto cuando falta la buena intención no son suficientes las buenas obras, también es verdad que no basta la buena intención cuando faltan las buenas obras.

El partido de los fariseos, al que pertenecían Gamaliel, Nicodemo, José de Arimatea (Antigüedades judías, 20.9.1) y el propio San Pablo (Hechos 23,6), era mejor que el de los saduceos, precisamente porque, a pesar de su hipocresía, respetaban la ley, mientras que los saduceos, entre cuyas filas se contaban Anás y Caifás (Antigüedades judías, 18.35.95), la despreciaban. Los fariseos eran unos conservadores orgullosos, mientras que los saduceos eran unos progresistas descreídos, pero unos y otros estaban equiparados en el rechazo de la misión divina de Jesús.

¿Quiénes son los fariseos de nuestra época? Podemos decirlo con certeza moral. Son todos los que antes del Sínodo, durante el mismo y después han intentado e intentarán modificar la costumbre de la Iglesia, y mediante ese cambio de costumbre, modificar la doctrina relativa a la familia y al matrimonio (Mat. 3, 7-10). Jesús proclamaba la indisolubilidad del matrimonio, fundamentándola en el restablecimiento de la ley natural, de la cual se habían alejado los judíos, y la ratificó elevando el vínculo conyugal a la categoría de sacramento. Tanto los fariseos como los saduceos rechazaban esta doctrina negando la palabra divina de Jesús, que sustituían por sus propias opiniones. Falsamente invocaban la ley de Moisés, así como los innovadores de nuestros días invocan una supuesta tradición de los primeros siglos, falseando la historia y la doctrina de la Iglesia.

Por esa razón, un valeroso obispo defensor de la fe ortodoxa, monseñor Athanasius Schneider, habla de una «costumbre neomosaica» que resurge: «En las dos últimas asambleas del Sínodo (2014 y 2015), los nuevos discípulos de Moisés y los nuevos fariseos han ocultado que niegan la indisolubilidad del matrimonio y que han dejado como en suspenso el sexto mandamiento apoyándose en el «caso por caso», escudándose en un aparento concepto de misericordia y empleando expresiones como «vía de discernimiento», «acompañamiento», «orientación por parte del obispo», «diálogo con el sacerdote», «fuero interno» o «una integración más plena en la vida de la Iglesia», para proponer una posible eliminación de la imputabilidad para los casos de convivencia en uniones irregulares (cfr. Relazione Finale, nn. 84-86)».

Los saduceos son los innovadores que afirman abiertamente que la doctrina y la costumbre de la Iglesia está superada. Los fariseos son los que proclaman de palabra la indisolubilidad del matrimonio pero en la práctica la niegan hipócritamente, proponiendo la transgresión de la ley moral dependiendo de los casos particulares. 

Los verdaderos seguidores de Jesucristo no pertenecen ni al partido de los neofariseos ni al de los neosaduceos, ambos modernistas; son de la escuela de San Juan Bautista, que predicaba en el desierto espiritual de su tiempo.

El Bautista, cuando estigmatizaba a los fariseos y los saduceos llamándolos «raza de víboras» (Mt. 2, 7) y amonestaba a Herodes por su adulterio, no era duro de corazón; lo motivaba el amor a Dios y a las almas. Los hipócritas y los duros de corazón eran los consejeros de Herodes, que pretendían conciliar su condición pecadora e impenitente con las enseñanzas de las Escrituras. Herodes mató al Bautista para sofocar la voz de la verdad, pero al cabo de veinte siglos la voz del Precursor resuena todavía. 

Quien defiende públicamente la buena doctrina no imita el ejemplo de los fariseos y los saduceos, sino el de San Juan Bautista y el de Nuestro Señor.

Roberto de Mattei