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miércoles, 3 de marzo de 2021

EL ORGULLO DEL CRISTIANO (Meditación del padre Gabriel de santa María Magdalena, el miércoles de la segunda semana de cuaresma)

INTIMIDAD DIVINA

(Meditaciones sobre la vida interior para todos los días del año)


“En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme 

si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14)



“Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará” (Mat 20,18-19) Es la tercera vez que Jesús anuncia a sus íntimos la pasión que ha de padecer, y también esta vez no es entendido. La primera vez Pedro había protestado enérgicamente; al anunciársela por segunda vez, los tres discípulos predilectos no habían captado el sentido de las palabras del Señor, pero no se habían atrevido “a preguntarle acerca de este asunto” (Luc 9, 45); en esta tercera ocasión, el anuncio de la pasión es seguido de la petición presuntuosa que Santiago y Juan lanzan por boca de su madre: “Él le dijo: ¿qué quieres? Dícele ella: Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino” (Mat 20, 21). Jesús habla de pasión, de desprecios, de muerte ignominiosa; los apóstoles están preocupados únicamente de asegurarse los primeros puestos. Es la eterna tendencia del orgullo -triste herencia del pecado original- que pretende afirmarse e imponerse en todos los campos, no excluido el religioso. Para entender, aquellos hombres necesitarán ver a su Maestro literalmente “ ridiculizado, azotado, crucificado”, y después resucitado como ha profetizado él mismo. Por el momento Jesús les amonesta “¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?”. Se repite la lección del Tabor: es imposible llegar a la gloria sin pasar por el camino estrecho de la Cruz. A la cual se debe añadir otra: no se comprende, y menos se puede vivir, el misterio de la Cruz sin la humildad. Para quien aspira a honores, a triunfos, a gloria del mundo, la Cruz es un escándalo, es un enemigo que atenta contra la propia felicidad, que coarta la libertad. El soberbio, que quiere ser dueño indiscutido de su propia vida, se rebela contra cualquier forma de sufrimiento físico o moral que pueda impedirle la afirmación de su capacidad y valores. En esa actitud es muy fácil caer en el riesgo de convertirse de apóstoles en enemigos de la Cruz de Cristo. Sólo los humildes son capaces de doblar sus espaldas, como Jesús, bajo el peso de la Cruz, de aceptar, como él, ultrajes, humillaciones, trato injusto. Y sólo en los humildes la Cruz realiza esa obra de purificación y de aniquilamiento que prepara al hombre para resucitar con Cristo.

Padre Gabriel de santa María Magdalena

miércoles, 24 de febrero de 2021

Miércoles de la primera semana de Cuaresma (Summa Theologica, III C.46 a.6)

MEDITACIONES ENTRESACADAS DE LAS OBRAS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO


INTENSIDAD DEL DOLOR DE CRISTO EN LA PASIÓN (1)

Atended, y mirad si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12).

Cuando Cristo padeció se dio en Él un verdadero dolor, tanto sensible, causado por algún daño corporal, como interior, proveniente de la aprehensión  de algo nocivo, y que se llama tristeza. Ambos dolores fueron en Cristo los mayores que pueden sufrirse en la vida presente. Y esto sucedió por  cuatro razones.

Primero. Por las propias causas del dolor, pues la causa del dolor sensible fue la lesión corporal, la cual llegó a la acerbidad [cualidad de implacable, cruel, despiadado], tanto por la universalidad como por el género del sufrimiento. Porque la muerte de los crucificados es acerbísima, ya que son clavados en las partes nerviosas y sumamente sensibles, esto es, en las manos y en los pies; y  el mismo peso de su cuerpo colgado aumenta continuamente el dolor; y junto con esto está la larga duración del dolor, porque no mueren inmediatamente como sucede con los que son muertos a espada. La causa del dolor interior fue, en primer lugar, el cúmulo de todos los pecados del género humano, por los que satisfacía padeciendo; por lo cual se los atribuye a sí mismo, diciendo con Sal 22, 2: "Las palabras de mis delitos". En segundo lugar, de manera especial, la ruina de los judíos y de otros que delinquieron ante su muerte; principalmente de sus discípulos, que fueron víctimas del escándalo en la Pasión de Cristo. Finalmente, también la pérdida de la vida corporal, que es naturalmente horrible para la naturaleza humana.  

Segundo. Por la capacidad de la percepción del paciente: Cristo estaba óptimamente complexionado en cuanto al cuerpo, ya que éste fue formado milagrosamente por obra del Espíritu Santo (...) En Él fue exquisito el sentido del tacto, de cuya percepción se sigue el dolor. Y también su alma, conforme a sus facultades interiores, percibió eficacísimamente todas las causas de tristeza.

Tercero. Por la pureza del dolor. Porque en los demás pacientes se mitiga la tristeza interior, e incluso el dolor exterior, con alguna consideración de la mente, en virtud de cierta derivación o redundancia de las fuerzas superiores en las inferiores. Esto no aconteció en la pasión de Cristo, porque "permitió" a cada una de sus potencias, "realizar lo que le es propio"

Cuarto. Porque Cristo tomó aquella pasión y aquellos sufrimientos voluntariamente, con el fin de liberar del pecado a los hombres. Por ese motivo, asumió tanta cantidad de dolor cuanta fuese proporcionada a la grandeza del fruto que de ahí iba a seguirse.

Por consiguiente, de la consideración de todas estas causas juntas resulta evidente que el dolor de Cristo fue el máximo posible.

Tomás de Aquino

(1) La traducción correspondiente no me convence del todo, de modo que he usado una traducción intermedia entre que enlaza al libro y la dada por la BAC (Suma de Teología V - Parte III e índices), págs 404 y 405 

sábado, 28 de marzo de 2020

Jn 13, 31-32




En cuanto salió (Judas), dijo Jesús: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificara a él en sí mismo, y pronto le glorificará”.

Casi un trabalenguas, pero no hay que desesperar. Estas son las palabras que salen de la boca de Jesús en el momento en que Judas se marcha. Hace un momento, hemos leído que “Jesús se turbó en su espíritu”(Jn. 13, 21) al hablar de la traición que iba a sufrir a manos de Judas Iscariote. ¿Cómo puede pasar tan pronto a hablar de que esto, que es la traición que le llevará a su muerte, también el momento de la gloria?

Ante el sufrimiento presente o en que nos va a venir, fácilmente nos vemos desbordados y completamente absortos en nuestro dolor. La angustia del mundo ahora mismo a causa de la pandemia es prueba de ello. Y cada caso, dentro de las UCI de tantos hospitales, verdaderas tragedias humanas… muchas veces se quedarán es eso… tragedias humanas, puramente humanas. Jesús, sin embargo, ante el sufrimiento, es capaz de mantener esa visión sobrenatural, que tantas veces se queda relegado, para nosotros, en un consuelo que tan solo somos capaces de ver después de terminada la tribulación. Y menuda pena, puesto que no vemos la situación en su totalidad, y así no le podemos dar todo su valor y todo su significado.

Jesús ve en la cruz que ha de sufrir la gloria venidera. Jesús, al aceptar el suplicio que significa para él su obediencia al Padre exclama, “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él”. No se encierra en el dolor del momento por la traición de un amigo. No se queda anulado ante el dolor físico que le vendrá encima dentro de poco. Sino que es capaz de ver esta aceptación de la voluntad de su Padre como la glorificación del Hijo del hombre.

Para el que está cerca del Señor, las cruces son su gloria. Las dificultades son su manera de compartir la cruz. Y la Cruz es la única manera de tomar a asalto el Reino de Cielo. Nos queda pedirle al Señor que no nos deje quedarnos ciegos a la realidad sobrenatural ante el sufrimiento terrenal. En los momentos de mayor dificultad y sufrimiento, al igual que hizo Jesús, podemos glorificar a Dios, aceptando su voluntad con el amor a un Padre que solo quiere el bien de sus hijos. Seguramente no veremos ese bien con claridad, pero sí podemos saber que el hecho de que nos amoldemos a la voluntad del Padre, muriendo a la nuestra propia, siempre glorifica a Dios.

Suficiente por hoy. Que el Señor nos conceda tal claridad ante el sufrimiento venidero. 
 
misatradicional

viernes, 27 de marzo de 2020

Jn. 13, 21-30



No voy a transcribir la cita aquí. Así cada uno tiene que sacar el Nuevo Testamento y encontrarlo por su cuenta. El ejercicio no vendrá mal.

Esta es una escena entrañable a la vez que desgarrador. Se percibe, o mejor, se palpa, a la vez una terrorífica presencia del demonio, con todo su odio, toda su soberbia, toda su repugnancia, junto con otro elemento que mejor se describe con una palabra que no acostumbramos(por error) utilizar al hablar de nuestra relación con Jesús: la ternura, junto con la confianza de donde puede brotar esa cercanía.

Por un lado está la entrañable escena de San Juan, recostado sobre el pecho de Jesús. La cercanía de dos amigos entre los cuales hay una confianza perfecta. La presencia de Jesús siempre imponía. No hay más que ver la manera que tenían los fariseos de tratarle, siempre con sus malas artes y engaños, pero se le acercaban con respeto. Entre sus amigos, entre sus más cercanos, ese respeto no restaba nada a la cercanía total, sin extrañezas, llena de ternura. Ojalá nuestra oración fuera más un rato de recostar nuestra cabeza en el pecho de Jesús: ¡quién pudiera seguir el ejemplo de San Juan!

Choca esa ternura con el odio de Judas. Esta es la escena en que Satanás entra definitivamente en él. Si había alguna reserva en la cabeza de Judas, aquí consiente, del todo, a la tentación, y no hay vuelta atrás. Cuánta podredumbre había infectado ya el corazón del traidor. En todo lo que hacía Jesús, Judas le miraba con ese odio que tintaba cuanto veían sus ojos. Jesús revela a San Juan quién es el que le va a entregar a través un último acto de caridad hacia Judas. Le entrega un trozo de pan mojado. Judas ya no podía aguantar más y con ese gesto de cariño, con esa muestra de ternura, el demonio, Satanás, entra en él. Cuando está de por medio el demonio, la comunicación se destroza completamente. Se desbarata irremediablemente. Entra la soberbia, el odio, la inquina y todos son malentendidos. Incluso las palabras mejor intencionadas se toman a mal. Pasa en los matrimonios, entre padres e hijos, entre amigos, entre hermanos. Característica infalible: allí está presente Satanás.

Sin embargo, entre Jesús y San Juan no había ningún problema de comunicación. San Juan sabía que podía preguntarle cualquier cosa a Jesús y sabía que le iba a entender. Sabía que no hacía falta largas y farragosas explicaciones. Más se entendían con el corazón que con las palabras; lo que podía faltar en las palabras, el cariño lo suplía. También entre San Pedro y San Juan hay una comunicación perfecta: el resultado del amor que se profesaban. Con señas, San Pedro le insta a San Juan que le pregunte a Jesús quién iba a traicionarle. San Juan, en voz baja y con discreción, y seguro que sin muchas palabras, le hace la pregunta, y Jesús no tarda en responder. Así es la comunicación entre los que se quieren.

“Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los que estaban a la mesa supo por qué le dijo esto.Jn. 13, 28

Los demás no entendían este lenguaje en que se había metido ya el diablo. La oscuridad y la confusión hizo que no se percataran de lo que Judas estaba a punto de hacer. Si no, uno se imagina que hubieran hecho todo lo posible por pararle.

Suficiente por hoy.
misatradicional

jueves, 26 de marzo de 2020

Jn 13, 17


Bienaventurados sois si conocéis estas cosas, si las hacéis.
Este doble paso para conseguir la bienaventuranza: conocer y hacer.
Desde el mismo capítulo 13 hay un tema que se repite una y otra vez hasta culminar en la muerte física de Jesucristo. Nos muestra lo que significa imitar esa muerte en cruz mientras todavía caminamos en esta tierra. Nos da mil y una maneras de vivir esa muerte(con toda la paradoja que supone), que es la única manera de terminar en la Resurrección.

La entrega de la vida es clave para vivir el cristianismo. Lo dejó claro Jesucristo al decirnos, hablando de su vida, “Nadie me la quita, sino que yo la doy voluntariamente” (Jn. 10, 18). La entrega voluntaria de la vida, por obediencia al Padre, es el valor que tiene la muerte en cruz. La entrega de la vida propia que llevó a cabo Jesús en la Cruz ya lo había hecho mil veces antes de llegar a esa entrega final. 

La muerte le venía, sin duda alguna, a manos de los judíos; repetidas veces lo anunció Jesús a lo largo de sus tres años de vida pública. Sin embargo, pudo decir el Hijo de Dios que nadie le quitaba la vida, sino que Él lo entregaba voluntariamente. Dichosos somos si lo entendemos. 

A nosotros nos impone la Iglesia algunos días de ayuno a lo largo del año: pocos, muy pocos. Pero el hecho de que nos son impuestos no les quita valor. Tenemos que ayunar. Pero yo puedo ayunar porque me lo han mandado, y a la vez entregar ese sacrificio con amor. Ayunar a regañadientes no sirve para nada salvo para añadir disgusto al hambre. (Es el momento de volver a leer los primeros versículos del capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios.)

Estos días el pueblo fiel se ha quedado sin la Santa Misa por esta llamada de atención de Dios que se llama coronavirus. Se entiende la protesta lógica de aquellos que tanto valoran la Misa al conocer tan bien lo que es. Pero, conociendo que es el Sacrificio Supremo del Hijo de Dios que nadie le impuso sino que Él entregó libremente, y valorando lo que es ¿no será que los cristianos deberíamos plantear esta ausencia de la Santa Misa de la misma manera? Parece que a mano está la oportunidad de no dejar que nos quiten la Santa Misa, sino que podemos entregar esta dificultad como algo agradable a Dios, aunque solo sea por no lograr mi propia voluntad –que sería poder ir a Misa, comulgar y confesarme cuando yo quiero, donde yo quiero y con el sacerdote que yo quiera. 

Nos hace falta práctica en esto de morirnos a nosotros mismos. Permitimos que nos quiten demasiadas cosas, y así desperdiciamos el valor de nuestra propia entrega. Una vez que nos lo han quitado… ya no lo podemos entregar. Cuando algún inoportuno me quita mi tiempo… yo ya no lo puedo entregar. Cuando algún indigente me quita la limosna por su insistencia, ya no lo puedo entregar. Claro que le puedo dar una moneda, pero su único valor será el de callar la voz molesta del que pide. Cuando algún molesto me quita alguna comodidad mía, ya no puedo morir a mi mismo y entregar aquello como ofrenda suave y de buen olor a Dios. Los ejemplos son casi infinitos, y la bienaventuranza viene de comprender que hemos de morir en todo a nosotros mismos. 

Suficiente por hoy. Bienaventurados somos si conocemos estas cosas, si las hacemos.

misatradicional

miércoles, 25 de marzo de 2020

Jn 13, 12-16



Así como Jesús lavó los pies a sus apóstoles, hemos de lavar los pies a los demás… Y para aquel acto de tanta humildad de lavarles los pies, primero Jesús se quitó el manto. Es curioso cómo el evangelio nos explica tanto que se lo quitó como que se lo volvió a poner. El quitarse el manto era quitar aquello que le vestía, quedar a la vista de todos, y con el aspecto de sirviente, ceñido con una toalla. Para rebajarse a ese nivel, es necesario quitarse el manto de todo aquello que me viste, y si dejamos de lado el manto físico, hay un manto que consiste en esa idea que tengo de mí mismo en donde confluyen mi orgullo, mi vanidad y esa idea tan grandiosa que tengo de mí mismo. Para rebajarme a hacerme el último de entre todos los demás, tengo que despojarme de ese manto. Tragarme mi orgullo, olvidarme de mi vanidad, apagar esa estima tan alta en que me tengo. Total, nunca será tanto lo que me tengo que rebajar como el Hijo de Dios que se hizo hombre, y luego que se hizo sirviente. Y la gran diferencia es que Su dignidad era real, se despojó de un rango y una altura que le correspondía. Mi “rango” y mi “altura”, por lo general, lo fabrica mi propia vanidad y se basa en lo que yo creo que los demás deben pensar de mi y cómo me han de estimar.

Ese manto no se cae con tanta facilidad. Pero una vez que logramos quitárnoslo, entonces lavar los pies a los demás ya no cuesta tanto. Y no solo vemos que ése es nuestro sitio, el de sirviente, sino que podemos llegar a entender que sí somos capaces de amar a aquellos a quienes tanto nos cuesta.

Es la imitación de Cristo: “Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros os pies unos a otros”. Pero, como bien explica la biblia… primero hay que quitarse el manto. “Os he dado ejemplo para que como yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros.”

Y, por si acaso encontramos que tenemos demasiado pegado el manto, o si creemos que en nuestro caso sí está justificado que no nos lo quitemos por nuestra propia y tan gran dignidad, el Señor remata la enseñanza poniendo nuestros pies bien asentados en la tierra: “Os lo aseguro, no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía.” Si lo hizo Él. Si Él se quitó un manto verdadero, y se rebajó de verdad… cuánto más ese manto ficticio que nosotros mismos fabricamos para nuestra supuesta gloria mundana ha de caerse al suelo. Qué gran gracia sería que ese manto se quedara desintegrado, de una vez por todas, en el suelo.

Suficiente por hoy. 
misatradicional

martes, 24 de marzo de 2020

Evangelio según San Juan 13, 9-11



Simón Pedro le dice: “Señor, no sólo mis pies, sino hasta las manos y la cabeza”. Jesús le contesta: “Quien se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, pues todo él está limpio, y vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Pues sabía quién era el que le iba a entregar; por eso dijo: “No todos estáis limpios”.

“No todos estáis limpios.” Y el Señor sabe que no todos están limpios. Tantos lugares se han quedado sin los sacramentos o con muy difícil acceso a ellos. Los fieles no pueden acceder a las Misas que dicen en las parroquias a puerta cerrada, y puede que no haya posibilidad de salir de casa siquiera, para acudir a la iglesia a buscar el consuelo y la limpieza de la confesión. Recordad, pues, lo que la Iglesia enseña acerca de la contrición perfecta.

Jesús, vestido de sirviente, toalla ceñida para limpiar los pies de sus apóstoles, nos ayuda entender el sentido de la contrición perfecta, y cómo opera en nosotros. La raíz de tal enseñanza radica en el hecho de que Dios sí toma el amor en serio. La contrición perfecta, tal dolor de los pecados sin mezcla de egoísmo por mi parte, se logra moviendo el corazón hacia ese dolor al darnos cuenta de Quién es Aquel a que hemos ofendido. 

Pero, al concebir a Dios como mi Rey y Señor, puede que el corazón tienda más bien a pensar en el castigo o la retribución que me espera al haberle ofendido. ¡Una ofensa al Rey de Reyes! Ahora bien, si le veo a Jesús como el que ama de tal manera que le lleva a lavar los pies de aquellos a quienes tanto quería, me será más fácil comprender el daño hecho al Amigo a quien he traicionado. Es más fácil ver a Jesús, pequeño, haciendo labores de sirviente, lavando los pies a los demás, para olvidarnos de nosotros mismos y comprender que a ese Amigo más vale morir que perpetrar un acto de traición, cualquier pecado.

Ese dolor — que ya no es por mí, ya no es por lo que me acarrea a mí el haber pecado contra Dios, sino tan solo es por haber traicionado al Amigo — es la contrición perfecta. Mis intereses ya no cuentan (evitar el Infierno y no perder el Cielo), sino tan sólo que he ofendido a Aquel al que he de amar con toda mi mente, mis fuerzas y mi corazón.

Y según la enseñanza perenne de la Iglesia, esta contrición perfecta conlleva el perdón de los pecados, incluso mortales, aun antes de recibir la confesión sacramental, porque es un acto de amor perfecto; completamente desinteresado. Como se puede comprender, lógicamente, es necesario que esta contrición perfecta vaya unida al deseo de recibir el sacramento de la confesión. Pero según enseña el Concilio de Trento, para que no haya dudas, la contrición perfecta confiere al que se encuentra en pecado mortal la gracia de la justificación aun antes de que éste reciba actualmente el sacramento de la penitencia.

Suficiente por hoy. Vuelve a leerlo. Medítalo. Grábalo en el corazón.
misatradicionalmurcia

lunes, 23 de marzo de 2020

Evangelio según S. Juan 13, 5-9



“Después echó agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.”Jn. 13, 5

Entender que Dios nos ama desde su trono celestial es reconfortante. Es decir, tener el favor del Rey, siempre nos viene bien e incluso nos podemos sentir protegidos.

Comprender que Dios no sólo se hizo uno de nosotros, sino que quiso hacerse el más pequeño, eso ya nos suele costar un poco más. Ver en el lavatorio de los pies un amor verdadero de un amigo, y ver un amigo tal que está dispuesto incluso a limpiar la suciedad acumulada en la planta del pie, que hasta allí llega el detalle de su amor, eso ya no es tan fácil. En muchos casos, ni nosotros iríamos tan lejos para aquellos a los que se supone que amamos. Ni nos consideramos tan indignos de una tarea tan baja, ni consideramos que nuestros queridos son tan dignos de que nosotros les lavemos los pies.

Con lo que cuesta dejar que otro tenga la última palabra, o dejar que en un momento malo digan algo de más y no tenérselo en cuenta, o sufrir una injusticia, o no tener en cuenta un defecto de alguien con quien convivo… ¿lavarle los pies? Si me cuesta mirarle a los ojos… ¿cómo cogerle el pie, echarle agua, y secarlo con aquello que viste mi desnudez?

Y no es que esto tuviera algo de importancia para Jesús, sino que le pone a San Pedro entre la espada y la pared: O me dejas que te quiera como a un verdadero amigo, o no podrás tener parte conmigo. Tan solo si se admite que Jesús nos quiere como a verdaderos amigos suyos, podremos, entonces, entender el valor de su muerte en la Cruz. Si no creo que es capaz de lavarme los pies, ¿cómo comprenderé que es capaz de dar su vida por el amor que me tiene? Imposible. Y Jesús se lo deja ver con toda claridad. No es que sea importante, sino que ante SU humildad de lavarme los pies, me pide a mí la humildad de aceptar su cariño, su amor, su amistad verdadera. Es inequívoco el Señor con sus palabras a San Pedro.

Llegó a Simón Pedro, que le dice: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le respondió: “Lo que yo hago, tú ahora no lo entiendes, lo entenderás después”. Díjole Pedro: “No me lavaras los pies jamás”. Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.Jn. 13, 6-9

Suficiente por hoy.
misatradicionalmurcia

domingo, 22 de marzo de 2020

Evangelio de San Juan 13, 2


MISA TRADICIONAL MURCIA


Y durante la cena, cuando el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó.
Jn. 13, 2
“…cuando el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote…Ya estaba cogido por el demonio, y sin embargo estaba a la mesa con Jesús. Tanto asombra que los demás no se daban cuenta, como que Jesús permitía que estuviera allí a la mesa con ellos. Jesús sabía quién era. Jesús le conocía, y permitía que siguiera con los demás. ¿Esperando que se arrepintiera? Era necesario que el Hijo del Hombre fuera entregado. Pero nunca vemos que Jesús huya de los pecadores. Vino a salvar lo que estaba perdido, a sanar al que estaba enfermo; y cuánto le dolería al Señor tenerle tan cerca, pero no poder convencerlo, ya que estaba cogido por el diablo. ¿Cómo estar tan cerca de uno que va a hacerle tanto daño y no mostrarle ningún odio, ni rencor, ni aversión, ni mandarle indirectas, ni críticas veladas? Al contrario, irá Jesús aún más lejos para mostrarle el amor que todavía le tenía.

sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a Dios volvía… Jesucristo sabía quién era. Pero no es tan ridículo como nosotros cuando nos damos tanta importancia, “¿Acaso no sabes quién soy yo?”. Aunque no lo formulemos así, de alguna manera nos sentimos heridos cuando nos tratan de alguna manera por debajo de lo que consideramos nuestro merecido. Si tan solo supiéramos lo que es nuestro merecido. Este pasaje nos posiciona para comprender la grandeza de lo que está Jesús a punto de hacer. Aun sabiendo Jesús quién era: el Hijo de Dios sin equivocación… Peligrosos somos nosotros cuando estamos demasiado conscientes de quienes somos… o quienes nos creemos ser; porque de ahí establecemos el baremo de cómo pensamos que nos han de tratar. A no ser, claro está, que estemos conscientes de que somos hijos de Dios; así nos ponemos siempre en nuestro sitio correcto y nos hace conscientes de nuestra verdadera dignidad. Dignos de imitar al Hijo.

“…se levantó de la cena, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó.” No se muestra como siervo, sino que se hace siervo. Jesús no era un actor ni un farsante: quiso hacerse el siervo de aquello a los que amaba. Sabiendo quién era Él, no era obstáculo mostrar el amor con el que ardía su corazón. Al contrario, ese amor es lo que movió a servirles de esta manera. No se tuvo que obligar a hacerse el más pequeño o el más humilde o el que sirve. No se tuvo que violentar, sino que le salió del amor de su corazón. ¡Con cuánto gusto pudo Dios mismo, el Hijo del Altísimo, hacerse el más pequeño, el más humilde, el servidor de todos! No era un espectáculo, era un acto profundo de amor; era una expresión visible y tangible de cómo ama uno que está enamorado.

Suficiente por hoy.
misatradicionalmurcia

sábado, 21 de marzo de 2020

Juan 13, 1


“La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin.” (Jn. 13, 1)
En primer lugar, estaban a punto de celebrar la Pascua que era la fiesta judía conmemorativa de la liberación del pueblo de Israel de su cautiverio en Egipto. Jesús, con su muerte, estaba a punto de efectuar la liberación nuestra del cautiverio del pecado.

Jesús sabía lo que le venía encima. Veía con total claridad que estaba a un paso de la muerte. Esto nos muestra la conciencia clara que tenía Jesús de que le quedaba poco tiempo con sus discípulos y que todo lo que les va a decir desde aquí hasta el final tiene el tono de uno que sabe que se va… y que son éstas sus últimas palabras.

…hubiera amado a los suyos…” ¿Los suyos? Aquellos que su Padre le había confiado, y los que habían decidido responder ante esa llamada del Señor. Cómo y porqué el Padre elige, para nosotros es un misterio, pero lo que sí depende de nosotros es ser de los suyos porque respondemos a su llamada. La elección, el porqué me ha concedido a mí conocerlo y poderle amar, es algo que nunca entenderemos del todo en esta tierra. Tantos hay que no le conocen… Tan solo podemos intentar comprender el valor de tal regalo y hacer todo lo posible por no perderlo. No cabe mayor ofensa que despreciar este regalo se Él.

…los amó hasta el fin…” En el tiempo, por supuesto. Hasta el momento de su muerte, habiendo sufrido lo indecible por nosotros. No hay descansos en el amor del Señor, no hay que temer que se vaya a cansar de amarnos. Sí que “se cansará” algún día, pero no de amar, sino del pecado. No cabe en la boca del Señor las palabras, “Ya no te quiero”. Qué diferencia con la pequeñez del amor humano que no se fundamenta en el Amor De Dios.

Pero ama sin fin no sólo en el tiempo, en extensión, sino en intensidad también. El amor del Señor no conoce límites. No es mezquino para decir, “Hasta allí podemos llegar”. Nuestros defectos no restan de su amor; ni siquiera nuestros pecados. Y como nos dijo que habíamos de amar a los demás como Él no ha amado, nuestra manera de amar tiene que ser hasta el fin, tanto en el tiempo, como en intensidad.

Esto queda más patente en lo que se refiere al matrimonio, por ejemplo. Ni los pecados, ni las traiciones, ni las faltas de comprensión, ni la dureza de corazón pueden hacer que Él nos deje de amar hasta el último día de nuestra vida. De esta lección de cómo es el amor del Señor, hasta el fin, tenemos mucho, mucho, mucho que aprender.

Suficiente para hoy.

misatradicionalmurcia