Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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El amor que mueve al sol y a las estrellas (padre Alfonso Gálvez)
sábado, 29 de julio de 2023
domingo, 28 de noviembre de 2021
Curación del sordomudo
miércoles, 3 de marzo de 2021
EL ORGULLO DEL CRISTIANO (Meditación del padre Gabriel de santa María Magdalena, el miércoles de la segunda semana de cuaresma)
INTIMIDAD DIVINA
(Meditaciones sobre la vida interior para todos los días del año)
“En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme
si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14)
miércoles, 24 de febrero de 2021
Miércoles de la primera semana de Cuaresma (Summa Theologica, III C.46 a.6)
MEDITACIONES ENTRESACADAS DE LAS OBRAS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
INTENSIDAD DEL DOLOR DE CRISTO EN LA PASIÓN (1)
Atended, y mirad si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12).
Cuando Cristo padeció se dio en Él un verdadero dolor, tanto sensible, causado por algún daño corporal, como interior, proveniente de la aprehensión de algo nocivo, y que se llama tristeza. Ambos dolores fueron en Cristo los mayores que pueden sufrirse en la vida presente. Y esto sucedió por cuatro razones.
Primero. Por las propias causas del dolor, pues la causa del dolor sensible fue la lesión corporal, la cual llegó a la acerbidad [cualidad de implacable, cruel, despiadado], tanto por la universalidad como por el género del sufrimiento. Porque la muerte de los crucificados es acerbísima, ya que son clavados en las partes nerviosas y sumamente sensibles, esto es, en las manos y en los pies; y el mismo peso de su cuerpo colgado aumenta continuamente el dolor; y junto con esto está la larga duración del dolor, porque no mueren inmediatamente como sucede con los que son muertos a espada. La causa del dolor interior fue, en primer lugar, el cúmulo de todos los pecados del género humano, por los que satisfacía padeciendo; por lo cual se los atribuye a sí mismo, diciendo con Sal 22, 2: "Las palabras de mis delitos". En segundo lugar, de manera especial, la ruina de los judíos y de otros que delinquieron ante su muerte; y principalmente de sus discípulos, que fueron víctimas del escándalo en la Pasión de Cristo. Finalmente, también la pérdida de la vida corporal, que es naturalmente horrible para la naturaleza humana.
Segundo. Por la capacidad de la percepción del paciente: Cristo estaba óptimamente complexionado en cuanto al cuerpo, ya que éste fue formado milagrosamente por obra del Espíritu Santo (...) En Él fue exquisito el sentido del tacto, de cuya percepción se sigue el dolor. Y también su alma, conforme a sus facultades interiores, percibió eficacísimamente todas las causas de tristeza.
Tercero. Por la pureza del dolor. Porque en los demás pacientes se mitiga la tristeza interior, e incluso el dolor exterior, con alguna consideración de la mente, en virtud de cierta derivación o redundancia de las fuerzas superiores en las inferiores. Esto no aconteció en la pasión de Cristo, porque "permitió" a cada una de sus potencias, "realizar lo que le es propio"
Cuarto. Porque Cristo tomó aquella pasión y aquellos sufrimientos voluntariamente, con el fin de liberar del pecado a los hombres. Por ese motivo, asumió tanta cantidad de dolor cuanta fuese proporcionada a la grandeza del fruto que de ahí iba a seguirse.
Por consiguiente, de la consideración de todas estas causas juntas resulta evidente que el dolor de Cristo fue el máximo posible.
Tomás de Aquino
(1) La traducción correspondiente no me convence del todo, de modo que he usado una traducción intermedia entre que enlaza al libro y la dada por la BAC (Suma de Teología V - Parte III e índices), págs 404 y 405
sábado, 28 de marzo de 2020
Jn 13, 31-32
Casi un trabalenguas, pero no hay que desesperar. Estas son las palabras que salen de la boca de Jesús en el momento en que Judas se marcha. Hace un momento, hemos leído que “Jesús se turbó en su espíritu”(Jn. 13, 21) al hablar de la traición que iba a sufrir a manos de Judas Iscariote. ¿Cómo puede pasar tan pronto a hablar de que esto, que es la traición que le llevará a su muerte, también el momento de la gloria?
Ante el sufrimiento presente o en que nos va a venir, fácilmente nos vemos desbordados y completamente absortos en nuestro dolor. La angustia del mundo ahora mismo a causa de la pandemia es prueba de ello. Y cada caso, dentro de las UCI de tantos hospitales, verdaderas tragedias humanas… muchas veces se quedarán es eso… tragedias humanas, puramente humanas. Jesús, sin embargo, ante el sufrimiento, es capaz de mantener esa visión sobrenatural, que tantas veces se queda relegado, para nosotros, en un consuelo que tan solo somos capaces de ver después de terminada la tribulación. Y menuda pena, puesto que no vemos la situación en su totalidad, y así no le podemos dar todo su valor y todo su significado.
Jesús ve en la cruz que ha de sufrir la gloria venidera. Jesús, al aceptar el suplicio que significa para él su obediencia al Padre exclama, “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él”. No se encierra en el dolor del momento por la traición de un amigo. No se queda anulado ante el dolor físico que le vendrá encima dentro de poco. Sino que es capaz de ver esta aceptación de la voluntad de su Padre como la glorificación del Hijo del hombre.
Para el que está cerca del Señor, las cruces son su gloria. Las dificultades son su manera de compartir la cruz. Y la Cruz es la única manera de tomar a asalto el Reino de Cielo. Nos queda pedirle al Señor que no nos deje quedarnos ciegos a la realidad sobrenatural ante el sufrimiento terrenal. En los momentos de mayor dificultad y sufrimiento, al igual que hizo Jesús, podemos glorificar a Dios, aceptando su voluntad con el amor a un Padre que solo quiere el bien de sus hijos. Seguramente no veremos ese bien con claridad, pero sí podemos saber que el hecho de que nos amoldemos a la voluntad del Padre, muriendo a la nuestra propia, siempre glorifica a Dios.
Suficiente por hoy. Que el Señor nos conceda tal claridad ante el sufrimiento venidero.
viernes, 27 de marzo de 2020
Jn. 13, 21-30
Esta es una escena entrañable a la vez que desgarrador. Se percibe, o mejor, se palpa, a la vez una terrorífica presencia del demonio, con todo su odio, toda su soberbia, toda su repugnancia, junto con otro elemento que mejor se describe con una palabra que no acostumbramos(por error) utilizar al hablar de nuestra relación con Jesús: la ternura, junto con la confianza de donde puede brotar esa cercanía.
Por un lado está la entrañable escena de San Juan, recostado sobre el pecho de Jesús. La cercanía de dos amigos entre los cuales hay una confianza perfecta. La presencia de Jesús siempre imponía. No hay más que ver la manera que tenían los fariseos de tratarle, siempre con sus malas artes y engaños, pero se le acercaban con respeto. Entre sus amigos, entre sus más cercanos, ese respeto no restaba nada a la cercanía total, sin extrañezas, llena de ternura. Ojalá nuestra oración fuera más un rato de recostar nuestra cabeza en el pecho de Jesús: ¡quién pudiera seguir el ejemplo de San Juan!
Choca esa ternura con el odio de Judas. Esta es la escena en que Satanás entra definitivamente en él. Si había alguna reserva en la cabeza de Judas, aquí consiente, del todo, a la tentación, y no hay vuelta atrás. Cuánta podredumbre había infectado ya el corazón del traidor. En todo lo que hacía Jesús, Judas le miraba con ese odio que tintaba cuanto veían sus ojos. Jesús revela a San Juan quién es el que le va a entregar a través un último acto de caridad hacia Judas. Le entrega un trozo de pan mojado. Judas ya no podía aguantar más y con ese gesto de cariño, con esa muestra de ternura, el demonio, Satanás, entra en él. Cuando está de por medio el demonio, la comunicación se destroza completamente. Se desbarata irremediablemente. Entra la soberbia, el odio, la inquina y todos son malentendidos. Incluso las palabras mejor intencionadas se toman a mal. Pasa en los matrimonios, entre padres e hijos, entre amigos, entre hermanos. Característica infalible: allí está presente Satanás.
Sin embargo, entre Jesús y San Juan no había ningún problema de comunicación. San Juan sabía que podía preguntarle cualquier cosa a Jesús y sabía que le iba a entender. Sabía que no hacía falta largas y farragosas explicaciones. Más se entendían con el corazón que con las palabras; lo que podía faltar en las palabras, el cariño lo suplía. También entre San Pedro y San Juan hay una comunicación perfecta: el resultado del amor que se profesaban. Con señas, San Pedro le insta a San Juan que le pregunte a Jesús quién iba a traicionarle. San Juan, en voz baja y con discreción, y seguro que sin muchas palabras, le hace la pregunta, y Jesús no tarda en responder. Así es la comunicación entre los que se quieren.
“Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los que estaban a la mesa supo por qué le dijo esto.Jn. 13, 28
Los demás no entendían este lenguaje en que se había metido ya el diablo. La oscuridad y la confusión hizo que no se percataran de lo que Judas estaba a punto de hacer. Si no, uno se imagina que hubieran hecho todo lo posible por pararle.
Suficiente por hoy.
jueves, 26 de marzo de 2020
Jn 13, 17
Bienaventurados sois si conocéis estas cosas, si las hacéis.Este doble paso para conseguir la bienaventuranza: conocer y hacer.
miércoles, 25 de marzo de 2020
Jn 13, 12-16
Ese manto no se cae con tanta facilidad. Pero una vez que logramos quitárnoslo, entonces lavar los pies a los demás ya no cuesta tanto. Y no solo vemos que ése es nuestro sitio, el de sirviente, sino que podemos llegar a entender que sí somos capaces de amar a aquellos a quienes tanto nos cuesta.
Es la imitación de Cristo: “Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros os pies unos a otros”. Pero, como bien explica la biblia… primero hay que quitarse el manto. “Os he dado ejemplo para que como yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros.”
Y, por si acaso encontramos que tenemos demasiado pegado el manto, o si creemos que en nuestro caso sí está justificado que no nos lo quitemos por nuestra propia y tan gran dignidad, el Señor remata la enseñanza poniendo nuestros pies bien asentados en la tierra: “Os lo aseguro, no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía.” Si lo hizo Él. Si Él se quitó un manto verdadero, y se rebajó de verdad… cuánto más ese manto ficticio que nosotros mismos fabricamos para nuestra supuesta gloria mundana ha de caerse al suelo. Qué gran gracia sería que ese manto se quedara desintegrado, de una vez por todas, en el suelo.
Suficiente por hoy.
martes, 24 de marzo de 2020
Evangelio según San Juan 13, 9-11
lunes, 23 de marzo de 2020
Evangelio según S. Juan 13, 5-9
“Después echó agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.”Jn. 13, 5
domingo, 22 de marzo de 2020
Evangelio de San Juan 13, 2
MISA TRADICIONAL MURCIA
“Y durante la cena, cuando el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó.“
Jn. 13, 2
sábado, 21 de marzo de 2020
Juan 13, 1
“La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin.” (Jn. 13, 1)En primer lugar, estaban a punto de celebrar la Pascua que era la fiesta judía conmemorativa de la liberación del pueblo de Israel de su cautiverio en Egipto. Jesús, con su muerte, estaba a punto de efectuar la liberación nuestra del cautiverio del pecado.
Jesús sabía lo que le venía encima. Veía con total claridad que estaba a un paso de la muerte. Esto nos muestra la conciencia clara que tenía Jesús de que le quedaba poco tiempo con sus discípulos y que todo lo que les va a decir desde aquí hasta el final tiene el tono de uno que sabe que se va… y que son éstas sus últimas palabras.
“…hubiera amado a los suyos…” ¿Los suyos? Aquellos que su Padre le había confiado, y los que habían decidido responder ante esa llamada del Señor. Cómo y porqué el Padre elige, para nosotros es un misterio, pero lo que sí depende de nosotros es ser de los suyos porque respondemos a su llamada. La elección, el porqué me ha concedido a mí conocerlo y poderle amar, es algo que nunca entenderemos del todo en esta tierra. Tantos hay que no le conocen… Tan solo podemos intentar comprender el valor de tal regalo y hacer todo lo posible por no perderlo. No cabe mayor ofensa que despreciar este regalo se Él.
“…los amó hasta el fin…” En el tiempo, por supuesto. Hasta el momento de su muerte, habiendo sufrido lo indecible por nosotros. No hay descansos en el amor del Señor, no hay que temer que se vaya a cansar de amarnos. Sí que “se cansará” algún día, pero no de amar, sino del pecado. No cabe en la boca del Señor las palabras, “Ya no te quiero”. Qué diferencia con la pequeñez del amor humano que no se fundamenta en el Amor De Dios.
Pero ama sin fin no sólo en el tiempo, en extensión, sino en intensidad también. El amor del Señor no conoce límites. No es mezquino para decir, “Hasta allí podemos llegar”. Nuestros defectos no restan de su amor; ni siquiera nuestros pecados. Y como nos dijo que habíamos de amar a los demás como Él no ha amado, nuestra manera de amar tiene que ser hasta el fin, tanto en el tiempo, como en intensidad.
Esto queda más patente en lo que se refiere al matrimonio, por ejemplo. Ni los pecados, ni las traiciones, ni las faltas de comprensión, ni la dureza de corazón pueden hacer que Él nos deje de amar hasta el último día de nuestra vida. De esta lección de cómo es el amor del Señor, hasta el fin, tenemos mucho, mucho, mucho que aprender.
Suficiente para hoy.