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lunes, 17 de enero de 2022

¡VOX CRECE EN CASTILLA Y LEÓN, IVÁN ESPINOSA RETRATA AL PP Y JUANMA MORENO ARRASA EN ANDALUCÍA!




Duración 10:51 minutos

LA VERDAD DEL COVID-19. LO QUE LOS MEDIOS OCULTAN



(Daily Motion)

En esta entrevista el periodista Jörg Metzger Lozano saca a la luz pública las razones para que muchos piensen que la pandemia del Coronavirus es realmente una situación planificada y premeditada. La entrevistada la Dra. María José Martínez Albarracín, médico por la Universidad de Murcia, investigadora, docente retirada de las cátedras de Técnicas de Laboratorio Instrumental e inmunología, miembro activo de médicos por la verdad en España.

Esta entrevista tuvo lugar hace ya más de siete meses. Y es profética, por lo que hoy estamos viendo.
Duración 41:25 minutos



La gente tiene miedo, debido a la gran influencia de los medios y por ello se vacuna. Y, sin embargo, el miedo que debería de tener es más bien de la inoculación de estas "vacunas". 

Tormenta de citoquinas: aprox. minutos 21:30 a 23:30

Otros tratamientos más eficaces son con hidroxicloroquina + Zn; o también, el tratamiento con dióxido de cloro, todo ello como prevención o en los momentos iniciales ... y, sin embargo, no se recomiendan por la OMS. ¿Por qué? No hay razones de tipo científico: parece que queda muy claro que la auténtica razón para actuar de ese modo es que dichos productos son muy baratos, lo que entra en conflicto con los intereses millonarios de la industria farmaceútica.

El virus Sars Cov-2 contra el que se quiere combatir no ha sido aislado.

27:30 a 29:00. Se indica que hay claramente una PLAN-demia.

29:00. Las mascarillas para la población sana y al aire libre no sirven para nada. Producen más mortalidad. El confinamiento fue absurdo. En Suecia, en donde no se produjo tal confinamiento de la población, la mortalidad estuvo muy por debajo del resto de lugares en los que sí se produjo.

31:50 - 41:25. El autoconfinamiento, por otra parte, deteriora el sistema inmune de las personas. 

34:30 y ss. Se va educando a la población mal. Los vacunados contagian y contagian más que los no vacunados o aquellos que han sufrido la enfermedad y han adquirido una inmunidad natural

Sobre la tecnología 5G se están haciendo bastantes estudios.

Dilecta mea. Reflexiones sobre la misa tradicional de Mons. Viganò

(Tomado de Adelante la Fe)


Mons. Carlo Maria Viganò celebrando la Misa

Los que permitís que se prohíba la Misa Tradicional, ¿la habéis celebrado alguna vez? Los que desde lo alto de vuestras cátedras de liturgia dictáis amargas sentencias sobre la Misa de antes, ¿habéis meditado alguna vez en sus oraciones, sus ritos y sus sagrados gestos ancestrales? Me lo he preguntado muchas veces en estos últimos años. Porque yo mismo, que he conocido esa Misa desde pequeño, que cuando todavía llevaba pantalón corto aprendí a acolitarla, prácticamente la tenía olvidada y perdida. Introibo ad altare Dei. Me arrodillaba en invierno sobre las gradas heladas del presbiterio antes de ir al colegio. Sudaba bajo la ropa de monaguillo en algunos días de canícula. Me había olvidado de esta Misa, que fue precisamente aquella con la que me ordené sacerdote el 24 de marzo de 1968, en una época en la que ya se oteaban en el horizonte los primeros indicios de aquella revolución que en poco tiempo despojaría a la Iglesia de su más valioso tesoro para imponer en su lugar un rito adulterado. 

Pues bien, aquella Misa que las reformas conciliares suprimieron y prohibieron en mis primeros años de sacerdocio permanecía como un lejano recuerdo, como la sonrisa de una persona querida lejana, la mirada de un pariente difunto y el amable tañido de las campanas en los domingos. Era algo relacionado con la nostalgia, la juventud, el entusiasmo de una época en que las obligaciones eclesiásticas aún estaban por venir, en la que todos creíamos que el mundo podía recuperarse de la posguerra y del peligro del comunismo con un renacimiento espiritual. Queríamos creer que el bienestar económico vendría acompañado de un renacimiento moral y religioso de nuestro país. A pesar del 68, las huelgas, el terrorismo, las Brigadas Rojas y la crisis de Oriente Próximo. Entre mil y un cometidos eclesiásticos, se consolidó en mi memoria el recuerdo de algo que en realidad había quedado sin resolver y que por el momento se había dejado de lado durante años. Algo que esperaba pacientemente, con la paciencia que sólo Dios tiene con nosotros.

Mi decisión de denunciar los escándalos de los prelados estadounidenses y la Curia Romana me brindó la oportunidad de ver desde otra perspectiva no sólo mi misión como arzobispo y nuncio apostólico, sino también el alma de aquel sacerdocio que mi servicio, primero en el Vaticano y más tarde en Estados Unidos, había dejado incompleto; más para mi sacerdocio que para el ministerio. Lo que hasta aquel momento no había entendido me resultó diáfano debido a una circunstancia inesperada, cuando mi seguridad personal pareció peligrar y, de mala gana, me vi obligado a vivir prácticamente en la clandestinidad, lejos de los palacios de la Curia. Entonces, gracias a aquella bendita separación, que actualmente considero una especie de vocación monástica, me llevó a redescubrir la Misa Tridentina. Recuerdo bien el día en que en lugar de la casulla me revestí con las vestiduras tradicionales, gorjal ambrosiano y manípulo. Recuerdo el temor que experimenté al pronunciar, al cabo de casi cincuenta años, aquellas oraciones del Misal que afloraban a mis labios como si las hubiese recitado hacía poco tiempo. Confitemi, Dominus, quoniam bonus en lugar del salmo Judica me, Deus del Rito Romano. Munda cor meum ac labia mea. Estas palabras ya no eran las del acólito o el joven seminarista, sino las del celebrante. De mí que, me atrevo a decir por primera vez, celebraba ante la Santísima Trinidad. Pues si bien es cierto que el sacerdote es una persona que vive esencialmente para los demás –para Dios y para el prójimo–, también es verdad que si no es consciente de su propia identidad y no cultiva la santidad su apostolado será estéril como címbalo que retiñe.

Sé bien que estas reflexiones pueden dejar indiferente, o incluso despertar compasión, en quien jamás haya tenido la gracia de celebrar la Misa de siempre. Pero supongo que pasará igual con quien nunca se haya enamorado y no entienda el casto éxtasis del amado ante la amada, para quien no conozca la dicha de perderse en la mirada de ella. El adusto liturgista, el prelado de clergyman con el pectoral en el bolsillo, el consultor de una congregación romana que va por ahí con el último número de Concilium o de Civiltà Cattolica bajo el brazo, observan la Misa de San Pío V con la atención que pone un entomólogo en el estudio de los insectos, o como un naturalista mira las venas de una hoja o las alas de una mariposa. Es más, a veces me pregunto si lo hacen con la asepsia del cirujano que corta con el bisturí un cuerpo vivo. Pero si un sacerdote con un mínimo de vida interior se acerca a la Misa antigua, independientemente de que la hubiera conocido antes o la acabe de descubrir, quedará hondamente impresionado por la majestuosidad del rito, como si saliera del tiempo y se adentrara en la eternidad de Dios.

Lo que me gustaría que entendieran mis hermanos en el episcopado y el sacerdocio es que esa Misa es intrínsecamente divina, porque en ella se percibe lo sagrado de un modo visceral; literalmente, uno se siente arrebatado al Cielo, en presencia de la Santísima Trinidad y la corte celestial y lejos del mundanal ruido. Es un canto de amor en el que la repetición de los gestos, reverencias y palabras sagradas no tiene nada de superfluo, del mismo modo que una madre nunca se cansa de besar a su hijo y una esposa de repetir a su esposo que lo quiere. Se olvida uno de todo lo demás, porque todo lo que se dice y canta en dicha Misa es eterno, todos los gestos son perennes, quedan fuera de la historia y se está inmerso en un continuum que une el Cenáculo, el Calvario y el altar donde se celebra. El celebrante no se dirige a la asamblea con la preocupación de que se le entienda, o de caer simpático o estar al día, sino que se dirige a Dios; y ante Dios sólo hay una sensación de infinita gratitud por el privilegio de transmitir las oraciones del pueblo cristiano, la alegría y el dolor de tantas almas, los pecados y faltas de quienes imploran perdón y misericordia, el agradecimiento por las gracias recibidas y el sufragio por nuestros seres queridos difuntos. Si se está solo, uno se siente al mismo tiempo íntimamente unido a una interminable multitud de almas que atraviesa el tiempo y el espacio.

Cuando celebro la Misa apostólica, pienso que en ese mismo altar consagrado con las reliquias de mártires han celebrado innumerables santos y millares de sacerdotes empleando las mismas palabras, los mismos gestos, haciendo las mismas inclinaciones y genuflexiones y vistiendo las mismas vestiduras. Y ante todo, comulgado el Cuerpo y Sangre mismos de Nuestro Señor, al que todos hemos sido asimilados en la ofrenda del Santo Sacrificio. Cuando celebro la Misa de siempre, me doy cuenta del modo más sublime y total del verdadero significado de lo que nos enseña la doctrina. Actuar in persona Christi no es la repetición mecánica de una fórmula, sino saber que mi boca dice las mismas palabras que pronunció el Salvador sobre el pan y el vino en el cenáculo; que mientras elevo la Hostia y el Cáliz repito la inmolación de Cristo en la Cruz; que al comulgar consumo la Víctima propiciatoria y me alimento de Dios, y no participo en un banquete. Y junto conmigo, toda la Iglesia: la triunfante, que se digna unirse a mi súplica; la purgante, que la espera para abreviar su paso por el Purgatorio; y la militante, que cobra fuerzas en la batalla espiritual de cada día. Pero si, tal como profesamos con fe, nuestra boca es la boca de Cristo; si de veras las palabras que pronunciamos en la Consagración son las de Cristo; si las manos con las que tocamos la Santa Hostia y el Cáliz son las de Cristo, ¿qué respeto no habremos de tener por nuestro cuerpo para mantenerlo puro e incontaminado? ¿Qué mejor estímulo para permanecer en gracia de Dios? Mundamini, qui fertis vasa Domini. Y, con las palabras del Misal: Aufer a nobis, quæsumus, Domine, iniquitates nostras: ut ad sancta sanctorum puris mereamur mentibus introire.

Me dirá el teólogo que eso es doctrina común, y que la Misa es ni más ni menos que eso, sea cual sea el rito. Racionalmente, no lo niego. Pero si bien la celebración de la Misa Tridentina es una constante exhortación a una continuidad ininterrumpida de la obra de la Redención constelada de santos y beatos, no me parece que eso se pueda decir del rito reformado. Si observo la mesa versus populum, veo el altar luterano o la mesa protestante; si leo las palabras de la Institución como una narración de la Última Cena, percibo las modificaciones introducidas por el Libro de oración común del anglicano Cranmer y el servicio de Calvino; si hojeo el calendario reformado, veo que faltan precisamente los santos que acabaron con los herejes de la pseudoreforma. Y lo mismo pasa con los cantos, que pondrían los pelos de punta a un católico inglés o alemán: oír bajo la bóveda de una iglesia corales de quienes martirizaban a nuestros sacerdotes y pisoteaban el Santísimo Sacramento en desprecio de una superstición papista, debería ayudar a entender el abismo que media entre la Misa católica y su falsificación conciliar. Y no digamos la lengua: los primeros en suprimir el latín fueron los herejes para que el pueblo entendiera mejor el rito; un pueblo al que engañaban impugnando la verdad revelada y propagando el error. En el Novus Ordo todo es profano. Todo es momentáneo, accidental, contingente, variable, mudable. No hay nada de eterno, porque la eternidad es inmutable, como es inmutable la Fe. Y como es inmutable Dios.

Hay otro aspecto de la Santa Misa Tradicional que me gustaría destacar y que nos une a los santos y mártires de otros tiempos. Desde la época de las catacumbas y hasta las últimas persecuciones, dondequiera que un sacerdote celebre el Santo Sacrificio, aunque sea en un sótano, un bosque, un granero o incluso una camioneta, místicamente está en comunión con innumerables testigos heroicos de la Fe, y sobre aquel altar improvisado se fija la mirada de la Santísima Trinidad, se postran adorantes todos los coros angélicos y contemplan las almas purgantes. También en esto, y sobre todo en esto, cada uno de nosotros comprende cómo establece la Tradición un vínculo indisoluble a través de los siglos o sólo con la celosa custodia de dicho tesoro sino también al afrontar las pruebas que supone, incluso la muerte. Teniendo esto presente, la arrogancia del tirano actual con sus delirantes decretos debe confirmarnos en la fidelidad a Cristo y hacer que nos sintamos parte integral de la Iglesia de todos los tiempos, porque la palma de la victoria no se alcanza si no se está dispuesto a combatir el bonum certamen, la buena batalla.

Me gustaría que mis hermanos en el sacerdocio se atreviesen a hacer algo a lo que muchos no se atreven: acercarse a la Misa Tridentina, no atraídos por los encajes de una sobrepelliz o el recamado de una planeta, ni siquiera por la mera convicción racional de su legitimidad canónica, o porque nunca haya sido abolida; sino con el temor reverencial con que se acercó Moisés a la zarza ardiente; sabiendo que cada uno de nosotros, al bajar del presbiterio después del último Evangelio, está interiormente transfigurado por haber estado en presencia del Santo de los santos. Sólo allí, sobre ese místico Sinaí, podemos captar la esencia misma de nuestro sacerdocio, que antes que nada es la entrega de uno mismo a Dios; la oblación total de uno mismo a Cristo Víctima para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas; el sacrificio espiritual que saca fuerzas y vigor de la Misa; la renuncia de uno mismo para dejar lugar al Sumo Sacerdote; señal de verdadera humildad en el aniquilamiento de la propia voluntad y el abandono a la del Padre, siguiendo el ejemplo del Señor; un gesto de auténtica comunión con los santos participando de la misma profesión de fe y el mismo rito. Me gustaría que esta experiencia la tuvieran no solo quienes llevan décadas celebrando según el Novus Ordo, sino sobre todo los sacerdotes jóvenes y todos los que ejercen su ministerio en primera línea; la Misa de San Pío V es para espíritus indómitos, para almas generosas y heroicas, para corazones ardientes de caridad por Dios y por el prójimo.

Lo sé muy bien; hoy en día la vida del sacerdote supone miles de pruebas, estrés, la sensación de estar solo en el combate contra el mundo y ante el desinterés y el ostracismo por parte de los superiores; un lento desgaste que distrae e impide el recogimiento, la vida interior y el crecimiento espiritual. Sé de sobra que esa sensación de asedio, de sentirse como un marinero que gobierna solo una nave en medio de la tempestad, no es sólo cosa de tradicionalistas y progresistas; es el destino común de todos los que han ofrecido la vida al Señor en la Iglesia, cada uno con sus miserias, sus problemas económicos, incomprensión por parte del obispo, críticas de los hermanos y las peticiones de los fieles. Y esas horas de soledad, en las que la presencia de Dios y la compañía de la Virgen se sienten lejanas, como en la noche oscura de San Juan de la Cruz. Quare me repulisti? Et quare tristis incedo, dum affligit me inimicus? Cuando el Demonio se arrastra sinuosamente entre internet y la televisión, quærens quem devoret,aprovechándose traicioneramente de nuestro cansancio. En esos casos, que todos afrontamos como Nuestro Señor en Getsemaní, Satanás quiere atacar nuestro sacerdocio presentándose persuasivo como Salomé ante Herodes para pedirle la cabeza de Juan Bautista. Ab homine doloso et iniquo erue me. Todos somos iguales a la hora de la prueba. Porque el Enemigo no sólo quiere vencer sobre nuestras pobres almas de bautizados, sino sobre Cristo Sacerdote, cuya unción llevamos.

Por eso, hoy más que nunca la Santa Misa Tridentina es la única ancla de salvación del sacerdocio católico, ya que con ella el sacerdote renace todos los días en esos momentos privilegiados de íntima unión con la Santísima Trinidad y obtiene de ella gracias indispensables para no caer en pecado, avanzar en el camino de la santidad y encontrar un sano equilibrio para ejercer su ministerio. Pensar que todo se pueda despachar como una cuestión de simple ceremonia o estética significa que no han entendido nada de su vocación. Porque la Santa Misa de siempre –y lo es de verdad, y siempre se ha opuesto a ella el Adversario– no es una amante complaciente que se ofrece a cualquiera, sino una esposa celosa y casta, como también el Señor es celoso.

¿Queréis agradar a Dios o a quien os tiene alejados de Él? En el fondo, la pregunta siempre es la misma: hay que elegir entre el yugo suave de Cristo y la cadena de esclavitud del adversario. La respuesta se mostrará clara y nítida en el momento en que, deslumbrados por el inconmensurable tesoro que os estaba oculto, descubráis lo que significa celebrar el Santo Sacrificio no como ridículos presidentes de asamblea sino como «ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios» (1Cor.4,1).

Echad mano del Misal, pedid ayuda a un sacerdote amigo y subid al monte de la Transfiguración; Emitte lucem tuam et veritatem tuam: ipsa me deduxerunt, et adduxerunt in montem sanctum tuum, et in tabernacula tua. Como Pedro, Santiago y Juan, exclamaréis: Domine, bonum est nos hic esse, «Señor, qué bueno es estar aquí» (Mt.17,4). O, con las palabras del salmista que repite el celebrante durante el Ofertorio, Domine, dilexi decorem domus tuæ, et locum habitationis gloriæ tuæ.

Cuando lo hayáis descubierto, nadie os podrá arrebatar aquello por lo cual el Señor ya no nos llama siervos sino amigos (Jn.15,15). Nadie podrá convenceros jamás para que renunciéis a ello obligándoos a contentaros con su adulteración, fruto de una mentalidad rebelde. Eratis enim aliquando tenebræ: nunc enim lux in Domino. Ut filii lucis ambulate. «Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz» (Ef.5,8). Propter quod dicit: Surge qui dormis, et exsurge a mortuis, et illuminabit te Christus. «Por lo cual dice: “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo”» (Ef.5,14).

†Carlo Maria Viganò, arzobispo

(traducido por Bruno de la Inmaculada)

Cinco motivos para dudar de algunos que se venden como ‘derecha’ pero ya son otra cosa



El actual esquema de izquierda y derecha, en el que solemos dividir el mapa político, surgió en los tiempos de la Revolución Francesa, hace más de dos siglos.


Hoy en día ese esquema se sigue usando de forma indiscriminada, a pesar de que en este tiempo han cambiado muchas cosas en el panorama político. Es cierto que se han incorporado algunas novedades, como el llamado centro político (un espacio ambiguo y difuso entre ambos lados) y los llamados extremos (que algunos sólo ven en la derecha, cuando son más acentuados y abundantes en la izquierda), pero para muchos políticos, medios y académicos, la política se sigue dividiendo básicamente en esos dos bandos.

Por supuesto, hay diversas interpretaciones de lo que podría ser la derecha. Para el caso que nos ocupa voy a utilizar como referencia la izquierda política, que se suele reivindicar como tal con mucha más frecuencia de lo que lo hace la derecha con este término. Y es que a día de hoy, podríamos clasificar como “derecha” en sentido amplio, a aquellas posiciones que rechazan abiertamente el socialismo y el comunismo. En este punto llegamos a un dilema, y es que cada vez que se acercan unas elecciones, el autotitulado “centrismo” desempolva su chaqueta “centro-derecha” para captar votos. ¿Intentan darnos gato por liebre? Hay una forma de comprobarlo, y consiste en no fiarse de las etiquetas y fijarse en lo que propone y defiende cada partido:

1. Defensa del derecho a la vida

La izquierda ha sido la gran promotora del aborto a lo largo del último siglo. Recordemos que el primer país que legalizó ese crimen horrendo fue la Unión Soviética en 1920. Dictaduras comunistas como Cuba, la China comunista y Vietnam figuran entre los países que más desprotegen el derecho a la vida de los hijos por nacer. El comunismo promovió el aborto como una forma de destruir la familia, una institución que tachaba de “burguesa”. Presentarlo como un acto de libre elección fue una aberrante manipulación para convencer a las madres de que sus hijos son un estorbo y una carga. Partidos que se decían de derechas han acabado comprando ese discurso y se ha negado a derogar las leyes abortistas promovidas por la izquierda. Ya va siendo hora de desenmascarar a esos partidos: asumir las tesis antivida y antifamilia de la izquierda te convierte en parte de esa izquierda.

2. La ideología de género

Esta ideología tiene su origen en la extrema izquierda, que pretendían aplicar el esquema marxista de la lucha de clases a los sexos. Sin embargo, partidos que se decían de derechas la ha ido asumiendo en gran medida, sometiéndose a los dictados de la izquierda e incluso votando junto a ella la imposición de esos dogmas ideológicos a toda la sociedad, empezando por los más pequeños. No cuesta mucho dstapar el engaño: si un partido político utiliza términos como “género” en lugar de sexo, “violencia de género” o “identidad de género”, o si usa el llamado “lenguaje inclusivo”, es porque ha asumido las tesis de la izquierda, que considera a los hombres como unos opresores de las mujeres, y que niega toda relevancia al sexo biológico. Si asumes las tesis de la izquierda, es engañoso que te sigas etiquetando como “derecha” o “centro-derecha”.

3. Los ataques a la libertad religiosa

La izquierda lleva más de de dos siglos atacando la libertad religiosa. Marx decía que la religión era el “opio del pueblo”. En varios países, la izquierda ha desatado atroces persecuciones contra los creyentes, especialmente contra los cristianos. Hoy en día esa persecución sigue siendo dura en las dictaduras comunistas, pero en Occidente se está plasmando en nuevos métodos de persecución, en unos casos violentos y en otros basados en leyes que coaccionan a los creyentes y vulneran sus derechos fundamentales, imponiéndoles dogmas ideológicos que atentan contra su libertad religiosa y de conciencia. Esto lo están haciendo también partidos que se dicen de centro-derecha, utilizando excusas como la ideología de género e incluso apoyando las algaradas abortistas de la izquierda contra los católicos, como ha ocurrido en Polonia.

4. Patriotismo y defensa de la Nación

Tanto el socialismo como el comunismo son ideologías internacionalistas desde sus orígenes, y por ello han denostado la Patria, presentándola como parte del entramado opresivo de la burguesía. “Los trabajadores no tienen patria”, escribieron Karl Marx y Friedrich Engels en el “Manifiesto comunista” (1848). Partidos que se decían de derechas han asumido parcialmente ese rechazo al patriotismo, evitando esta palabra como si estuviese apestada, y situando en su lugar conceptos engañosos como “europeísmo”, con el que promueven una tendencia a disolver nuestra soberanía nacional en favor de la élite de Bruselas. Paralelamente, algunos de esos mismos partidos de derechas no tienen reparo alguno en promover planteamientos disolventes de la unidad nacional, utilizando las lenguas regionales -que son parte de nuestro patrimonio cultural- como herramientas para desplazar el español. Si el patriotismo les provoca tanto rechazo como a la izquierda, a lo mejor es porque ya son izquierda.

5. El derecho a la propiedad privada

Este derecho ha sido denostado por la izquierda desde hace mucho tiempo. Tanto comunistas como socialistas utilizan el Estado para ir desgastándolo, unos en mayor medida que otros, arrebatándonos cada vez mayores porciones de nuestros ingresos con la excusa de financiar servicios públicos que nos venden cínicamente como “gratuitos”. Ese expolio se traduce en una presión fiscal cada vez más asfixiante, pero también en trabas constantes -tanto burocráticas como ideológicas- a la creación de empresas y a su actividad, tanto de tipo burocrático como ideológico y en diversos ámbitos (desde una avalancha incesante de leyes autonómicas y de normativas nacionales europeas). Hay partidos que se dicen de centro-derecha pero que han acabado aplicando recetas de la izquierda socialdemócrata, que suponen el paso previo a una cada vez mayor apropiación de nuestros bienes e ingresos por parte del Estado. Si apoyan las recetas económicas de la izquierda, no tiene sentido llamarlos “derecha”.

Elentir