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martes, 22 de septiembre de 2020

¿Se puede interpretar el Vaticano II a la luz de la Tradición? (Mons. Viganò)


Este artículo se encuentra ya en este blog, pero traducido por Google y por mí. Seguro que esta traducción es bastante mejor que la mía.


El comentario de Peter Kwasniewski titulado Por qué hay que tomarse en serio las críticas de Viganò al Concilio me ha causado una excelente impresión. Se publicó el pasado 29 de junio en OnePeterFive ([en español] aquí), y quedó rezagado entre otros artículos que me habría gustado comentar. Me dispongo a hacerlo ahora, dando gracias al autor y a la redacción por el espacio que tengan a bien concederme.

Para empezar, creo que estoy de acuerdo con prácticamente todo el contenido de lo escrito por Kwasniewski: su análisis de la situación es sumamente claro y lúcido y refleja en su totalidad lo que pienso. En concreto, lo que más me agrada es constatar que «desde la carta que escribió monseñor Viganò el pasado 9 de junio y lo que ha escrito después, se debate lo que supondría anular el Concilio Vaticano II ».
Encuentro interesante que se empiece a poner en tela de juicio un tabú que desde hace casi sesenta años impide toda crítica teológica, sociológica e histórica del Concilio, y más cuando esa intangibilidad reservada al Concilio Vaticano II no se aplica -según sus partidarios- a ningún otro documento magisterial ni a las Sagradas Escrituras

Hemos leído infinidad de intervenciones de los defensores del Concilio en las que califican de superados los cánones del de Trento, el Syllabus del beato Pío IX, la encíclica Pascendi de San Pío X, y la Humanae vitae y la Ordinatio sacerdotalis de Pablo VI. La propia enmienda al Catecismo de la Iglesia Católica que corrige la legitimidad de la pena de muerte se cambia en nombre de una supuesta nueva manera de entender el Evangelio demuestra que para los novadores no hay dogmas ni principios inmutables que no se puedan corregir o derogar: la única excepción es el Concilio Vaticano II, que por su naturaleza –ex se, como dirían los teólogos- goza del carisma de infalibilidad e inerrancia que a su vez se niega a la totalidad del Depósito de la Fe.

Ya expresé mi opinión de la hermenéutica de la continuidad teorizada por Benedicto XVI y retomada constantemente por los defensores del Concilio que -indudablemente de buena fe- tratan de hacer una interpretación del mismo en armonía con la Tradición. A mí me parece que los argumentos en favor del criterio hermenéutico propuesto por primera vez en 2005 (1) se limitan a realizar un análisis teórico del problema y prescinden obstinadamente de la realidad de cuanto sucede ante nuestros ojos desde hace décadas. Este análisis parte de un postulado válido y aceptable, aunque en este caso concreto presupone una premisa que no es necesariamente cierta.

El postulado consiste en que hay que interpretar todos los actos del Magisterio a la luz de los textos magisteriales en razón de la analogia fidei (2), la cual de algún modo se expresa también en la hermenéutica de la continuidad. Con todo, dicho postulado parte de la premisa de que el texto que nos disponemos a analizar es un acto concreto de magisterio, con un grado de autoridad bien explícito en las formas canónicas previstas. Y precisamente ahí está el engaño, ahí salta la trampa. Porque los novadores consiguieron dolosamente colocar la etiqueta de Sacrosanto Concilio Ecuménico a su manifiesto ideológico, del mismo modo que a nivel local los jansenistas que manipularon el Sínodo de Pistoya se las arreglaron para poner un falso manto de autoridad sobre sus heréticas tesis, más tarde condenadas por Pío VI (3).

Por un lado, el católico se fija en la forma del Concilio y entiende sus actos como una expresión del Magisterio, e intenta por tanto interpretar su sustancia, patentemente equívoca por no decir errónea, en coherencia con la analogía de la fe, por el amor y veneración que tienen todos los católicos a la Santa Madre Iglesia. No pueden entender que los pastores hayan sido lo bastante ingenuos para imponerles una adulteración de la Fe, pero tampoco entienden la ruptura con la Tradición y procuran explicar esta contradicción.

Por otro lado, los modernistas se fijan en la sustancia del mensaje revolucionario que quieren transmitir, y para dotarlo de una autoridad que no tiene ni debe tener la magisterializan mediante la forma del Concilio, publicándola en actas oficiales. 

Saben bien que están forzando las cosas, pero se valen de la autoridad de la Iglesia –la cual en circunstancias normales rechaza y refuta- para que sea prácticamente imposible condenar esos errores, que fueron ratificados nada menos que por la mayoría de los padres sinodales. La instrumentalización de la autoridad con fines contrarios a los que la legitiman es una estratagema de lo más astuta: por una parte se garantiza una especie de inmunidad, de escudo canónico, a doctrinas heterodoxas o próximas a la herejía; por otra, se permite aplicar sanciones a quien denuncia tales desviaciones, todo en virtud de un respeto formal a las formas canónicas. 

En el ámbito civil, este comportamiento es típico de las dictaduras. Si esto ha sucedido también en el seno de la Iglesia, es porque los cómplices de dicho golpe de estado carecen del menor sentido de los sobrenatural, no temen a Dios ni a la condenación eterna y se consideran partidarios del progreso, investidos de una misión profética que legitima todos sus nefandos actos, al igual que las masacres comunistas son realizadas por funcionarios de partido convencidos de que promueven la causa del proletariado.

En el primer caso, el análisis de los documentos conciliares a la luz de la Tradición se topa con la constatación de que se formularon de tal modo que evidencian el propósito subversivo de quienes los redactaron, y lleva inevitablemente a la imposibilidad de interpretarlos en sentido católico sin debilitar todo el cuerpo doctrinal. En el segundo, el dar a conocer lo novedoso de las doctrinas insinuadas en las actas conciliares ha hecho necesaria una formulación deliberadamente equívoca, precisamente porque para que la autorizadísima asamblea diera el visto bueno y los publicara era imprescindible hacer creer que eran coherentes con el Magisterio perenne de la Iglesia.

Habría que señalar que el mero hecho de tener que buscar un criterio hemenéutico para interpretar las actas del Concilio pone de manifiesto la diferencia entre el Vaticano II y cualquier otro concilio ecuménico, cuyos cánones no dan lugar a malentendidos

Objeto de hermenéutica puede ser un pasaje poco claro de las Sagradas Escrituras o de los Santos Padres, pero desde luego nunca un acto de magisterio, que tiene precisamente por objeto disipar la falta de claridad. Y sin embargo, tanto los conservadores como los progresistas concuerdan, sin proponérselo, en reconocer una especie de dicotomía entre lo que es un concilio y lo que fue aquel concilio, el Vaticano II; entre la doctrina de todos los concilios y la expuesta o implícita en el concilio de marras.

En un texto reciente en el que cita a Benedicto XVI, monseñor Pozzo afirma precisamente que «un concilio sólo lo es en tanto que no se aparta del surco de la Tradición y es preciso entenderlo a la luz de toda la Tradición» (4). Pero esta afirmación, irreprochable desde el punto de vista teológico, no lleva necesariamente a considerar católico el Concilio Vaticano II, sino a preguntarse si al no mantenerse dentro del surco de la Tradición y no pudiendo interpretarse a la luz de toda la Tradición sin trastornar la intención que lo ha motivado, puede calificarse efectivamente de católico. Desde luego esta pregunta no puede ser respondida con imparcialidad por quien se profesa orgulloso defensor, partidario y formulador del Concilio. 

Evidentemente, no me refiero a la ineludible defensa del Magisterio católico, sino al puro Concilio en cuanto primer concilio de una nueva Iglesia que pretende sustituir a la Iglesia Católica, a la que se apresuran a rechazar como postconciliar.

Hay además otro aspecto que a mi juicio no conviene descuidar: que el criterio hermenéutico -entendido en el contexto de una crítica seria y científica del texto- no puede prescindir del concepto que desea expresar: en realidad no se puede imponer una interpretación católica de una tesis que es en sí patentemente herética o próxima a la herejía por el mero hecho de que esté inserta en un texto declarado como magisterial

La tesis de Lumen gentium que dice «El designio de la salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando profesar la fe de Abraham, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día» (LG 16) no puede tener una interpretación católica: en primer lugar porque el dios de Mahoma no es uno y trino, y en segundo porque el islam condena como blasfema la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Afirmar que «el designio de la salvación abarca también a aquellos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes» contradice a las claras la doctrina católica, que profesa en exclusiva la Iglesia Católica, única arca de salvación

La salvación que pudieran llegar a alcanzar los herejes, y más aún en el caso de los paganos, proviene siempre únicamente del inagotable tesoro de la Redención de Nuestro Señor, tesoro custodiado por la Iglesia, mientras que la pertenencia a cualquier otra religión es un impedimento para alcanzar la eterna bienaventuranza. Quien se salva, se salva por el deseo al menos implícito de pertenecer a la Iglesia, a pesar de su adhesión a una religión falsa; nunca por medio de ésta. Porque lo que tenga de bueno esa religión no le pertenece, lo ha usurpado; y lo que tiene de erróneo es lo que la hace intrínsecamente falsa dado que la mezcla de error y verdad engaña con más facilidad a sus adeptos.

No es posible alterar la realidad para ajustarla a un esquema ideal: si la evidencia demuestra que la heterodoxia de alguna tesis de un documento conciliar (y lo mismo se puede decir de los actos de magisterio bergoglianos) y la doctrina nos enseña que los actos de Magisterio no contienen errores, la conclusión no es que esas tesis no sean erróneas, sino que no pueden formar parte del Magisterio. Y punto.

La hermenéutica sirve para aclarar el sentido de una frase oscura o aparentemente contradictoria con la doctrina, no para corregirlo en sustancia después. Un método similar no daría la clave de interpretación de los textos magisteriales, sino que sería una intervención correctora, y por tanto el reconocimiento de que en tal tesis específica de tal documento concreto se afirma un error que es preciso corregir. Y habría que explicar además no sólo el motivo por el que no se evitó ese error desde el principio, sino también si los padres sinodales que aprobaron el error y el Papa que lo promulgó tenían intención de empeñar su autoridad apostólica para ratificar una herejía, o si en realidad quisieron servirse de la autoridad implícita derivada de su condición de Pastores para avarlala sin que se pusiera en duda la acción del Paráclito.

Monseñor Pozzo admite que «la dificultad para aceptar el Concilio se puede atribuir a que se han enfrentado dos hermenéuticas o interpretaciones del mismo, y conviven por tanto opuestas entre sí». Pero al decir eso confirma que la opción católica de aceptar la hermenéutica de la continuidad se adhiere a la acción innovadora de recurrir a la hermenéutica de la ruptura, con un arbitrio que pone de relieve la confusión imperante y, lo que es más grave, el desequilibrio entre las fuerzas que combaten a favor de una u otra tesis. «La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de terminar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la postconciliar, y presupone que los textos del Concilio no serían la verdadera expresión del mismo sino el resultado de una conciliación», según monseñor Pozzo. Pero la realidad es precisamente ésa, y negarla no resuelve en lo más mínimo el problema, sino que lo agrava al negarse a reconocer la existencia del cáncer cuando éste ha llegado a un punto en que es innegable la metástasis.

Las declaraciones de monseñor Pozzo, según el cual el concepto de libertad religiosa expresado en Dignitatis humanae no contradice el Syllabus de Pío IX (5) demuestran que el citado documento conciliar es en sí equívoco. De haber querido sus redactores evitar tal equívoco, habría bastado con indicar en una nota a pie de página la referencia a las tesis del Syllabus; pero los progresistas jamás habrían aceptado tal cosa, que precisamente por no remitir al Magisterio precedente pudieron introducir subrepticiamente un cambio de doctrina. No parece que las intervenciones de los pontífices postconciliares –y la misma participación de ellos, incluso in sacris en ritos no católicos o hasta paganos– hayan corregido en modo alguno los errores propagados por la interpretación heterodoxa de Dignitatis humanae. Si se examina bien, en la redacción de Amoris laetitiae se siguió el mismo método, con lo que la disciplina de la Iglesia en materia de adulterio y concubinato público se formuló de manera que en teoría se pudiera interpretar en un sentido católico mientras en la práctica se entendió justamente en el obvio y único sentido herético que se quería difundir. Hasta tal punto que esa clave de interpretación querida por Bergoglio y sus exégetas en lo que respecta a la administración de la Comunión a los divorciados ha alcanzado el grado de interpretatio authentica en las actas oficiales de la Santa Sede (Acta apostolicae Sedis).

La tentativa por parte de los defensores del Concilio ha resultado ser como el inútil esfuerzo de Sísifo. En cuanto consiguen con innumerables esfuerzos y matizaciones formular una solución en apariencia razonable que no afecte directamente a su idolito, al momento resultan contradichos por declaraciones de opuesto signo por un teólogo progresista, un prelado alemán o el propio Francisco. Y así, el peñasco conciliar rueda una vez más montaña abajo atraído por la gravedad al lugar que naturalmente le corresponde.

Está claro que para un católico un concilio reviste de por sí tal autoridad e importancia que acepta espontáneamente sus enseñanzas con filial devoción. Pero es igual de evidente que la autoridad de un concilio, de los padres que aprueban sus decretos y los papas que los promulgan no hace menos problemática la aceptación de documentos que están en abierta contradicción con el Magisterio, o que como mínimo lo debilitan. Y si esa problemática se mantiene después de sesenta años, demostrando su perfecta coherencia con la engañosa voluntad de los novadores que prepararon sus documentos e influyeron en sus protagonistas, debemos preguntarnos cuál es el óbice, el obstáculo insuperable que nos obliga contra toda razón a considerar forzadamente católico lo que no lo es, en nombre de un criterio que tan sólo se aplica a lo que es claramente católico.

Es necesario tener bien claro que la analogía fidei se aplica a la verdad de la fe, ni más ni menos, y no sólo al error, porque la armoniosa unidad de la Verdad en todas sus expresiones no puede hallar coherencia con aquello a lo que se opone. Si un texto conciliar expresa un concepto herético o próximo a la herejía, no hay criterio hermenéutico que lo pueda volver ortodoxo simplemente porque ese texto forme parte de las actas de un concilio. Conocemos de sobra los engaños y hábiles maniobras efectuadas por los consultores y teólogos ultraprogresistas con la complicidad del ala modernista de los padres. E igualmente conocemos bien la complicidad con que Juan XXIII y Pablo VI aprobaron esos golpes de mano vulnerando las normas que ellos mismos habían aprobado.

El vicio sustancial está por tanto en que se llevó a los padres conciliares a aprobar textos equívocos, que ellos consideraban lo bastante católicos como para ameritar el plácet, sirviéndose luego del mismo carácter equívoco para hacerles decir ni más ni menos lo que querían los novadores. Hoy en día no es posible alterar aquellos textos en su sustancia para hacerlos más ortodoxos o más claros. Hay que rechazarlos sin más según las formas que la autoridad de la Iglesia juzgue en su momento oportunas, porque están viciados de una intención dolosa. Habría también que determinar si una asamblea anómala y desastrosa como el Concilio Vaticano II puede seguir mereciendo el título de Concilio Ecuménico cuando se reconoce universalmente su heterogeneidad con respecto a los que lo precedieron. Heterogeneidad que es tan patente que exige nada menos que el recurso a una hermenéutica, cosa que jamás fue necesaria con ningún otro concilio.

Sería necesario destacar que este mecanismo inaugurado por el Concilio Vaticano II ha conocido un recrudecimiento, una aceleración, un resurgimiento inaudito con Bergoglio, que recurre deliberadamente a expresiones imprecisas astutamente formuladas prescindiendo del lenguaje teológico, precisamente con el objeto de desmantelar poco a poco lo que queda de la doctrina en nombre de la aplicación del Concilio. Es cierto que con Bergoglio las herejías y la heterogeneidad con respecto al Magisterio son patentes y casi descaradas; pero no es menos cierto que la declaración de Abu Dabi habría sido inimaginable sin el antecedente de Lumen Gentium.

Con toda razón Peter Kwasniewski afirma: «Lo que hace que el Concilio Vaticano II sea singularmente merecedor de repudio es la mezcla, el revoltijo de cosas grandes, buenas, indiferentes, malas, genéricas, ambiguas, problemáticas y erróneas, todo ello en textos de gran extensión». La voz de la Iglesia, que es la voz de Cristo, es por el contrario cristalina e inequívoca y no puede inducir a error a quien confía en su autoridad. «Por eso el último concilio es totalmente irrecuperable. Si el proyecto de aggionarmento dio lugar a una pérdida masiva de la identidad católica, incluido lo relativo a la doctrina y la moral fundamentales, la única salida hacia adelante es enterrar honrosamente el gran símbolo y sepultarlo.

Finalizo recalcando algo a mi juicio muy significativo: si el mismo empeño que prodigan desde hace años los pastores en la defensa del Concilio y de la Iglesia conciliar se hubiera dedicado a corroborar y defender la doctrina católica en su totalidad, o siquiera para promover en los fieles el conocimiento del Catecismo de San Pío X, la situación del cuerpo eclesial sería radicalmente distinta. Pero no es menos cierto que los fieles instruidos en la fidelidad a la doctrina habrían empuñado las armas ante las adulteraciones llevadas a cabo por los novadores y los defensores de éstos. Es posible que la ignorancia por parte del pueblo de Dios haya sido provocada intencionalmente para que los católicos no se den cuenta del fraude y la traición de que han sido objeto, del mismo modo que el prejuicio ideológico que pesa sobre el rito tridentino sólo sirve para impedir que haya algo con que comparar las aberraciones de los ritos reformados.

¿Acaso borrar el pasado y la Tradición, renegar de las propias raíces, deslegitimar a los disidentes, los abusos de autoridad y el respeto aparente de las normas no son elementos recurrentes en las dictaduras?

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

21 de septiembre de 2020

Festividad de San Mateo, apóstol y evangelista

(1) http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia.html

(2) CCC 114: Por «analogía de la fe» entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.

(3) Es interesante señalar que, también en aquel caso, de las 85 tesis sinodales condenadas por la bula Auctorem fidei, sólo eran totalmente heréticas 7, mientras que las otras fueron calificada de «cismátiica, errónea, capciosa, subversiva del orden jerárquico, falsa, temeraria, conducente al desprecio de los sacramentos y costumbres de la Santa Madre Iglesia, injuriosa para la piedad de los fieles, injuriosa contra la Iglesia y derogadora de su autoridad, perturbadora de la tranquilidad de las almas, contraria e injuriosa al Concilio Tridentino, alteradora del orden en las iglesias, injuriosa a la veneración debida especialmente a la bienaventurada Virgen, lesiva del derecho de los concilios universales, etc.»

(4) https://www.aldomariavalli.it/2020/09/10/concilio-vaticano-ii-rinnovamento-e-continuita-un-contributo-di-monsignor-pozzo/

(5) «Al mismo tiempo, el Concilio ratifica en Dignitatis humanae que la única religión verdadera se verificó en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres (DH 1), y niega con ello el relativismo e indiferentismo religioso condenado en el Syllabus de Pío X».

(6) https://lanuovabq.it/it/lettera-del-papa-ai-vescovi-argentini-pubblicata-sugli-acta


(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Lo que preocupa a nuestros obispos (Carlos Esteban)



“¿Tanto le preocupa a la gente que los benedictinos tengan que salir o no salir de ese monasterio?”, ha preguntado retóricamente el presidente de la Conferencia Episcopal Española y Arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, en una entrevista en su cadena COPE. Pero la pregunta es: ¿qué les preocupa verdaderamente a los obispos españoles?

Arriesgaré una respuesta a la pregunta de Su Eminencia: Nada. O muy poco a muy pocos. Quiero decir, lo que preocupa, preocupa mucho y preocupa a bastantes fieles no es que unos benedictinos tengan o no que trasladarse de este a aquel monasterio, algo que ni siquiera sería noticia de primera. No, lo que preocupa es que el traslado en cuestión no lo disponga la Orden, o siquiera el ordinario del lugar, sino el gobierno, un gobierno, por lo demás, abiertamente hostil a la Iglesia.

Lo que preocupa es que la jerarquía eclesiástica española parezca no apoyar jamás a los suyos frente al gobierno, que ceda constantemente ante el gobierno, salvo en lo que se refiere a un puñado de asuntos -inmatriculaciones, IBI, clases de religión- que significan, al cabo, cuotas de poder.

Creo sinceramente que los católicos españoles pasarían por alto incluso esta cesión si vieran a sus pastores centrados con celo evangélico en la salvación de las almas de sus fieles. Pero no es así, y oímos mucho más a menudo a nuestros prelados perorando de lo que ignoran, como la ecología, que apenas tiene incidencia en la vida cristiana de su rebaño y que no parece figurar de modo muy prominente en dos mil años de predicación cristiana -empezando por el propio Evangelio-, que sobre Cristo y las realidades sobrenaturales.

Omella y su vicepresidente, el cardenal arzobispo de Madrid Carlos Osoro, han estado en Roma con Su Santidad, y a la vuelta, ante las declaraciones del gobierno de que el Valle de los Caídos se convertirá en un cementerio civil y se ‘estudiará’ retirar la gigantesca cruz de piedra, han mostrado cualquier cosa menos irritación.

Así, Osoro hizo estas desconcertantes declaraciones: “Que ese lugar sea un lugar donde volvamos a recuperar la fraternidad, la reconciliación, la paz… que volvamos a lo que es fundamental y dejemos de vivir de adverbios y de adjetivos. Lo importante son los sustantivos y son dos: hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Luchar por esto es una gran oportunidad”.

Volver a recuperar. Olviden la redundancia: lo que está diciendo el arzobispo es que si en un cementerio hay una cruz, o hay una abadía, no puede haber fraternidad, reconciliación o paz. Sólo el secularismo garantiza esas cosas tan bonitas, esos ‘importantes sustantivos’. Sorprendente en un sucesor de los apóstoles, cuya única razón de ser es dar testimonio de lo que significa esa cruz y afirmar que es la única esperanza de fraternidad, reconciliación y paz verdaderas. Porque si la manera de que haya paz, reconciliación y fraternidad es que un cementerio pase a ser civil y elimine la cruz, entonces quizá él mismo debería preguntarse qué significa su cargo.

A los católicos españoles no nos debe importar la cruz, no nos debe importar que un gobierno secular tome decisiones sobre un espacio eclesiástico. Pero tiene que importarnos muchísimo el equilibrio climático, algo que ni uno entre cien mil (o, probablemente, nadie en absoluto) tiene la posibilidad de alterar con su actitud o sus acciones diarias.

Entendido, Eminencias.

Carlos Esteban

¿Es el Vaticano II "intocable"? (Monseñor Viganò)

 CHIESA E POST CONCILIO

Me impresionó mucho el comentario de Peter Kwasniewski titulado Por qué la crítica de Viganò al Concilio debe tomarse en serio . Aparecido en One Peter Five el pasado 29 de junio ( aquí y aquí también ), quedó entre los artículos que me hubiera gustado comentar: lo voy a hacer ahora, agradeciendo al autor y a la redacción el espacio que me quieren conceder. 

En primer lugar, me parece que puedo compartir prácticamente todo el contenido de lo que escribió Kwasniewski: el análisis de los hechos es extremadamente claro y lúcido, y refleja exactamente mi pensamiento. Y lo que me alegra especialmente es señalar que "tras la publicación de la carta del arzobispo Viganò del 9 de junio y las intervenciones escritas sobre el mismo tema que siguieron, la gente empezó a preguntarse qué significaría" cancelar "el Concilio Vaticano II." 

Considero interesante que se empiece a cuestionar un tabú que desde hace casi sesenta años ha impedido cualquier crítica teológica, sociológica e histórica del Concilio, sobre todo cuando esta intangibilidad reservada al Vaticano II no es válida -según sus partidarios- para ningún otro documento magisterial o para la Sagrada Escritura

Hemos leído innumerables intervenciones en las que los defensores del Concilio definieron los Cánones de Tridentino, el Programa del Beato Pío IX, la Encíclica Pascendi de San Pío X, la Humanae vitae y la Ordinatio sacerdotalis de Pablo VI como "obsoletos" . La misma modificación del Catecismo de la Iglesia Católica, con el que se modifica la doctrina sobre la legitimidad de la pena de muerte en nombre de un "cambio de entendimiento" del Evangelio, demuestra que para los Novator no hay dogma, ningún principio inmutable que pueda ser inmune a revisión o anulación: la única excepción está representado por el Vaticano II, que por su naturaleza -ex se , dirían los teólogos- disfruta de ese carisma de infalibilidad e inerrancia que, a la inversa, se le niega a todo el depositum fidei . 

Ya he expresado mi opinión sobre la hermenéutica de la continuidad teorizada por Benedicto XVI y constantemente retomada por los defensores del Vaticano II que, ciertamente de buena fe, intentan hacer una lectura armoniosa del Concilio con respecto a la Tradición. Me parece que los argumentos a favor del criterio hermenéutico propuestos por primera vez en 2005 (1) se limitan a un análisis puramente teórico del problema, ignorando obstinadamente la realidad de lo que ocurre ante nuestros ojos desde hace décadas. Este análisis parte de un postulado válido y compartible, pero que, en este caso concreto, presupone una premisa que no es necesariamente cierta. 

El postulado es que todos los actos del Magisterio deben leerse e interpretarse a la luz de todo el cuerpo magisterial, en razón de la analogía fidei (2), que de alguna manera también se expresa en la hermenéutica de la continuidad. Este postulado, sin embargo, parte del supuesto de que el texto que vamos a analizar es un acto específico del Magisterio, con su grado de autoridad claramente expresado en las formas canónicas previstas. Y aquí es donde está el engaño, aquí es donde se dispara la trampa. Porque los Novator fueron capaces, con intencionalidad, de poner la etiqueta de "Concilio Ecuménico Sacrosanto" en su manifiesto ideológico, así como a nivel local los jansenistas que manipularon el Sínodo de Pistoia habían logrado encubrir sus tesis heréticas con autoridad, y fueron luego condenados por Pío VI (3).

Por un lado, el católico mira la forma del Concilio al considerar sus actos como expresión del Magisterio y, en consecuencia, trata de leer su sustancia , claramente equívoca, si no totalmente errónea, en línea con la analogía de la fe, por ese amor y veneración que todos los católicos tienen por la Madre Iglesia. No pueden entender que los Pastores hayan sido tan inexpertos como para imponerles una adulteración de la Fe, pero al mismo tiempo comprenden la ruptura con la Tradición y tratan de explicar esta contradicción. 

Por otro lado, el modernista mira la sustancia del mensaje revolucionario que pretende transmitir, y para darle una autoridad que no tiene y que no debería tener, "magisterializa" a través de la forma del Consejo, publicándolo en forma de actos oficiales. Sabe bien que se está exagerando, pero utiliza la autoridad de la Iglesia -que en condiciones normales desprecia y rechaza- para hacer prácticamente imposible la condena de esos errores, que han sido ratificados nada menos que por la mayoría de los Padres sinodales. 

El uso instrumental de la autoridad para fines opuestos a los que la legitiman es una estratagema muy astuta: por un lado garantiza una especie de inmunidad, un “escudo canónico” a las doctrinas heterodoxas o cercanas a la herejía; por otro lado, permite imponer sanciones a quienes denuncien estas desviaciones, en virtud de un respeto formal a las normas canónicas. En el ámbito civil esta forma de proceder es típica de las dictaduras; si esto también sucedió dentro de la Iglesia, es porque los cómplices de este golpe de Estado no tienen el más mínimo sentido sobrenatural, no temen ni a Dios ni a la condenación eterna, y se consideran partidarios del progreso, investidos de un papel profético que los legitima en todas sus atrocidades, así como las masacres masivas del comunismo las llevan a cabo dirigentes del partido convencidos de que están promoviendo la causa del proletariado. 

En el primer caso, el análisis de los documentos conciliares a la luz de la Tradición choca con la constatación de que han sido formulados de tal manera que ponen de manifiesto la intención subversiva de sus autores, y conduce inevitablemente a la imposibilidad de interpretarlos en el sentido católico, sin debilitar todo el corpus doctrinal. En el segundo caso, la conciencia de la novedad de las doctrinas insinuadas en los actos conciliares requería una formulación deliberadamente equívoca, precisamente porque sólo haciendo creer a las personas que estaban en consonancia con el magisterio perenne de la Iglesia podría haberlas hecho suyas la misma asamblea autorizada que se suponía que tenía que ser clara para difundirlos.  

Cabe destacar que la mera necesidad de buscar un criterio hermenéutico para interpretar los actos conciliares demuestra la diferencia del Concilio Vaticano II con cualquier otro Concilio Ecuménico, cuyos cánones no dan lugar a ningún malentendido. El objeto de la hermenéutica puede ser un pasaje poco claro de la Sagrada Escritura o de los Santos Padres, pero ciertamente no un acto del Magisterio, cuya tarea es precisamente disipar esa falta de claridad. Sin embargo, tanto los conservadores como los progresistas coinciden inconscientemente en reconocer una especie de dicotomía entre lo que es un Concilio y lo que es ese Concilio: el Vaticano II; entre la doctrina de todos los concilios y la expuesta o implícita en ese concilio. 

Mons. Pozzo, en uno de sus escritos recientes en el que también cita a Benedicto XVI, afirma acertadamente que " un Concilio es tal sólo si permanece en la estela de la Tradición y debe leerse a la luz de toda la Tradición ". (4) Pero esta afirmación, impecable para la teología, no lleva necesariamente a considerar católico al Vaticano II, sino a preguntarse si lo es, al no quedarnos en el hecho de la Tradición y al no poder ser leído a la luz de toda la tradición, sin molestar a los hombres que la querían, y si puede definirse realmente como tal. Esta pregunta ciertamente no puede encontrar una respuesta imparcial en aquellos que orgullosamente profesan ser sus partidarios, defensores y creadores. Y obviamente no me refiero a la legítima defensa del Magisterio católico, sino sólo al Vaticano II como el "primer concilio" de una "nueva iglesia" que pretende ocupar el lugar de la Iglesia católica, a la que se descarta, apresuradamente, como preconciliar. 

También hay otro aspecto que en mi opinión no debe pasarse por alto, a saber, que el criterio hermenéutico - visto en el contexto de una crítica seria y científica del texto - no puede ignorar el concepto que quiere expresar: no es posible imponer un Interpretación católica de una proposición que en sí misma es claramente herética o cercana a la herejía, simplemente porque está insertada en un texto magisterial declarado. 

La proposición de Lumen Gentium: "Pero el plan de salvación también incluye a aquellos que reconocen al Creador. En primer lugar están los musulmanes, que, profesando tener la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres en el último día"(LG, 16) no puede ser interpretada de manera católica: en primer lugar porque el dios de Mahoma no es uno y trino, y en segundo lugar porque el Islam condena como blasfema la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Afirmar que “el plan de salvación también incluye a quienes reconocen al Creador” y que “en primer lugar entre ellos están los musulmanes” contradice descaradamente la doctrina católica, que profesa que la Iglesia católica es la única arca de salvación. La salvación eventualmente alcanzada por los herejes y, más aún, por los paganos, proviene siempre y únicamente del tesoro inagotable de la Redención de Nuestro Señor que está custodiado por la Iglesia, mientras que la pertenencia a cualquier otra religión es un impedimento para la búsqueda de la bienaventuranza eterna. Quien se salva, se salva por el deseo, al menos implícito, de pertenecer a la Iglesia, y a pesar de su adhesión a una religión falsa: nunca en virtud de ella. Porque el bien que contiene no le pertenece, sino que ha sido usurpado; mientras que el error que contiene es lo que la hace intrínsecamente falsa, ya que la mezcla de errores y  de verdad engaña más fácilmente a sus seguidores. 
No es posible modificar la realidad para hacerla corresponder a un esquema ideal: si la evidencia muestra la heterodoxia de algunas proposiciones de los documentos conciliares (y de manera similar, de actos del magisterio bergogliano) y si la doctrina nos enseña que los actos del magisterio no contienen errores, la conclusión no es que esas proposiciones no sean erróneas, sino que no pueden ser parte del Magisterio. Punto. 
La hermenéutica sirve para aclarar el significado de una oración oscura o que parece contradecir la doctrina, no para corregirla sustancialmente ex post. Tal procedimiento no proporcionaría una simple clave para la lectura de los textos magisteriales, sino que constituiría una intervención correctiva y, por tanto, la admisión de que en esa proposición específica de ese documento magistral concreto se ha afirmado un error que debe subsanarse. Y habría que explicar no sólo por qué ese error no se evitó desde el principio, sino también si los Padres sinodales que aprobaron ese error, y el Papa que lo promulgó, pretendieron usar su autoridad apostólica para ratificar una herejía, o si quisieron valerse de la autoridad implícita derivada de su papel de Pastores para avalarla sin cuestionar al Paráclito. 

Mons. Pozzo admite: “La razón por la que el Concilio ha sido recibido con dificultad reside, por tanto, en el hecho de que ha habido una lucha entre dos hermenéuticas o interpretaciones del Concilio, que de hecho han coexistido en oposición entre sí”. Pero con estas palabras confirma que la opción católica de adoptar la hermenéutica de la continuidad va de la mano con la opción innovadora de recurrir a la hermenéutica de la ruptura, en una arbitrariedad que demuestra la confusión imperante y, lo que es más grave, el desequilibrio de las fuerzas en juego a favor de una u otra tesis. "La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de terminar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia posconciliar y presupone que los textos del Concilio, como tales, no serían la verdadera expresión del Concilio, sino el resultado de un compromiso », escribe Mons. Pozzo. Pero la realidad es exactamente ésta, y negarla no resuelve el problema en lo más mínimo, sino que lo agrava, al negarse a reconocer la existencia del cáncer, incluso cuando llegado muy claramente a su metástasis. 

La afirmación de Mons. Pozzo de quel el concepto de libertad religiosa expresado en Dignitatis humanae no contradice el Syllabus de Pío IX (5) demuestra que el documento conciliar es en sí mismo deliberadamente ambiguo. Si sus redactores hubieran querido evitar tal ambigüedad, habría bastado con hacer referencia a las proposiciones del Syllabus en una nota al pie; pero esto nunca habría sido aceptado por los progresistas, que pudieron deslizar un cambio de doctrina precisamente por la ausencia de referencias al Magisterio anterior. Y no parece que las intervenciones de los Papas posconciliares -y su misma participación, incluso en ceremonias no católicas o incluso paganas- hayan corregido alguna vez, o de alguna manera, el error propagado siguiendo la interpretación heterodoxa de Dignitatis humanae . Tras un examen más detenido, se adoptó el mismo método en la redacción de Amoris Laetitia , en el que la disciplina de la Iglesia en materia de adulterio y concubinato se formuló de tal manera que teóricamente podría interpretarse en un sentido católico, mientras que, de hecho, fue aceptada en el único y obvio sentido herético que querían difundir. Tanto es así que la clave de la interpretación deseada por Bergoglio y sus exegetas en materia de Comunión de divorciados [ aquí ] se ha convertido en la auténtica interpretación del Acta Apostolicae Sedis (6)

La intención de los defensores del Vaticano II resulta ser un esfuerzo de Sísifo: en cuanto, con mil esfuerzos y mil distinciones, logran formular una solución aparentemente razonable que no afecta directamente a su ídolo, aquí se desautorizan inmediatamente sus palabras. por las declaraciones de signo contrario de un teólogo progresista, de un prelado alemán o del mismo Francisco. Así, la roca conciliar vuelve a rodar colina abajo, donde la gravedad la atrae a su lugar natural. 

Es obvio que, para un católico, un Concilio es ipso facto de tal autoridad e importancia que acepta espontáneamente sus enseñanzas con devoción filial. Pero es igualmente obvio que la autoridad de un Concilio, de los Padres que aprueban sus decretos y de los Papas que los promulgan, no da lugar a la aceptación de documentos que estén en flagrante contradicción con el Magisterio, o al menos lo debiliten. Y si este problema persiste después de sesenta años, revelando una perfecta coherencia con la voluntad deliberada de los Innovadores que elaboraron sus documentos e influyeron en sus protagonistas, debemos preguntarnos qué es el óbex, el obstáculo insuperable, que nos obliga, contra toda razonabilidad , a considerar católico lo que no lo es, en nombre de un criterio que se aplica única y exclusivamente a lo ciertamente católico.

Es necesario tener muy claro que la analogía fidei se aplica a las verdades de la Fe, precisamente, y no al error, ya que la unidad armoniosa de la Verdad en todas sus articulaciones no puede buscar coherencia con lo que se le opone. Si un texto conciliar formula un concepto herético o cercano a la herejía, no existe ningún criterio hermenéutico que lo pueda hacer ortodoxo, simplemente porque ese texto forme parte de las Actas de un Concilio. Sabemos bien qué engaños y qué hábiles maniobras han realizado consultores y teólogos ultra avanzados, con la complicidad del ala modernista de los Padres. Y sabemos bien con qué connivencia aprobaron Juan XXIII y Pablo VI estos "ataques sorpresa", en violación de las normas que ellos mismos aprobaron. 

El defecto sustancial, por tanto, radica en haber llevado, fraudulentamente, a los Padres conciliares a aprobar textos ambiguos - ellos los consideraron lo suficientemente católicos como para merecer el placet-  y luego, usar esa misma ambigüedad para hacerles decir exactamente lo que querían los Novator. 

Esos textos no pueden hoy modificarse  en su sustancia para hacerlos ortodoxos o más claros: simplemente deben ser rechazados - en las formas que la Autoridad Suprema de la Iglesia estime conveniente, a su debido tiempo - porque están viciados por una intención maliciosa. Y también habrá que establecer si un acontecimiento anómalo y desastroso como el Vaticano II puede todavía merecer el título de Concilio Ecuménico, cuando su heterogeneidad con respecto a los anteriores sea universalmente reconocida. Una heterogeneidad tan evidente que requiere el recurso a la hermenéutica, algo que nunca ha sido necesario para ningún otro Concilio. 

Cabe señalar que este mecanismo inaugurado por el Vaticano II ha experimentado un resurgimiento, una aceleración -incluso una oleada sin precedentes- con Bergoglio, quien, deliberadamente, recurre a expresiones imprecisas, astutamente formuladas fuera del lenguaje teológico, precisamente con la intención de desmantelar, pieza por pieza, lo que queda de la doctrina, en nombre de la aplicación del Concilio. Es cierto que en Bergoglio la herejía y la heterogeneidad con respecto al Magisterio son evidentes y casi descaradas; pero es igualmente cierto que la Declaración de Abu Dhabi [ ver ] no habría sido posible sin la premisa de Lumen gentium. 

Peter Kwasniewski afirma acertadamente: "Lo que hace que el Vaticano II sea singularmente merecedor de repudio, es la mezcla, el revoltijo, de elementos excelentes, buenos, indiferentes, negativos, genéricos, ambiguos, problemáticos y erróneos, todo en textos de enorme extensión". La voz de la Iglesia, que es la voz de Cristo, es -en cambio- clara y sin ambigüedades, y no puede engañar a quienes  confían en su autoridad. Por eso el último consejo es absolutamente irrecuperable. Si el proyecto de modernización ha resultado en una pérdida masiva de la identidad católica e incluso de la competencia doctrinal básica y la moral, la única solución es rendir el último homenaje al gran símbolo de ese proyecto y verlo enterrado

Concluyo reiterando un hecho que en mi opinión es muy indicativo: si el mismo compromiso que los Pastores han prodigado durante décadas en la defensa del Vaticano II y de la "iglesia conciliar" se hubiera utilizado para reafirmar y defender la totalidad de la doctrina católica, o incluso sólo para promover  el conocimiento del Catecismo de San Pío X, entre los fieles, la situación del cuerpo eclesial sería radicalmente diferente. Y también es cierto que los fieles educados en la fidelidad a la doctrina habrían reaccionado con horcas a las adulteraciones de los Innovadores y sus protectores. Quizás la ignorancia del pueblo de Dios fue pensada, precisamente, para que los católicos desconocieran el fraude y la traición perpetrados contra ellos, de la misma manera que el prejuicio ideológico que pesa sobre el Rito Tridentino sólo sirve para evitar que se le compare con las aberraciones de las ceremonias reformadas.

La anulación del pasado y de la Tradición, la negación de las raíces, la deslegitimación del disenso, el abuso de autoridad y el aparente respeto por las reglas: ¿no son éstos los elementos recurrentes de todas las dictaduras?

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
21 de septiembre de 2020
San Mateo, apóstol y evangelista
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1.http://www.vatican.va/content/benedictxvi/it/speeches/2005/december/documents/hf_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia.html
2. CIC, 114: Por "analogía de la fe" nos referimos a la cohesión de las verdades de fe entre ellas y en la totalidad del proyecto de Revelación.
3. Es interesante notar que, incluso en ese caso, de las 85 tesis sinodales condenadas con la Bula Auctorem fidei , las totalmente heréticas fueron sólo 7, mientras que las demás fueron definidas "cismático, erróneo, subversivo de la jerarquía eclesiástica, falso, imprudente, caprichoso, insultante a la Iglesia y su autoridad, que lleva al desprecio de los sacramentos y las prácticas de la Santa Iglesia, ofensivo a la piedad de los fieles, disturbios al orden de las diversas iglesias , el ministerio eclesiástico, la quietud de las almas; en contraste con los decretos tridentinos, ofensivos a la veneración debida a la Madre de Dios, los derechos de los Consejos Generales ».
4. https://www.aldomariavalli.it/2020/09/10/concilio-vaticano-ii-rinnovamento-e-continuita-un-contributo-di-monsignor-pozzo/
5. "Al mismo tiempo, sin embargo, el Vaticano II in Dignitatis humanae reafirma que la única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica, a la que el Señor Jesús confía la misión de comunicarla a todos los hombres (DH, n. 1), y con esto niega el relativismo y el indiferentismo religioso, también condenado por el Syllabus de Pío IX ”.
6. https://lanuovabq.it/it/lettera-del-papa-ai-vescovi-argentini-pubblicata-sugli-acta
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Nota del blogero

* Se trata de una traducción realizada haciendo uso del traductor de Google, por lo que es posible que aparezca alguna expresión que no se entienda por completo. En todo caso, yo lo he revisado de modo que si éstas aparecen estén reducidas al mínimo. Imagino que este escrito saldrá también, con mejor traducción, en Adelante la Fe. Si eso ocurre, lo indicaré aquí mismo, mediante un link. Gracias

Al link correspondiente se accede pinchando aquí o también aquí 

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