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sábado, 24 de octubre de 2020

Epístola a un amigo (Antonio Caponnetto)



Querido amigo:

Me sugieres que te mande alguna reflexión sobre los últimos episodios bergoglianos que ya son por todos conocidos. A cálamo currente y con cierto desgano –que no es tu culpa- déjame pensar en voz alta:

Lo substancial de cuanto tomó estado público el miércoles 21 de octubre, sobre la legitimidad de la unión de los homosexuales, y su política general favorable a la justificación benevolente de la sodomía, ya lo pensaba y lo expresaba Bergoglio públicamente cuando estaba en la Argentina. Lo he escrito en el capítulo 11 de “La Iglesia Traicionada”, casi cuatro años antes de que fuera nombrado para ocupar la silla petrina. Mientras termino este párrafo, las redes informan que el Tucho Fernández redactó una noteja a la que dio en llamar, justamente, “Bergoglio siempre tuvo esta opinión”. Por cierto que el prelado difiere conmigo en que ese “siempre” lo condena a la ignominia al encumbrado opinador y a él mismo, que su aquiescencia plena le otorga. Pero ninguno de ambos está puesto en los sitiales que ocupan para tener reacciones decentes y ortodoxas. Son, el uno y el otro, cada quien en su bajura, encarnaciones torvas del Anti-Testimonio. Muecas paródicas de la Lex Credendi y de la Lex Vivendi.

Por otro lado, durante sus años al frente del Pontificado, resultan incontables las veces en las que Bergoglio ha tenido palabras y gestos, posturas y conductas, de inadmisible contemporización y beneplácito con el homosexualismo; sin que, paralelamente, se le conozca reprobación alguna del vicio nefando y del pecado contra natura. Todo esto está registrado hasta la minucia. Y da asco; no hay otro modo “suaviter” de decirlo.

Es un hecho concreto, en síntesis, que existe un Bergoglio pro y filo homosexualista (y aun pro enseñanza en los seminarios de la “teoría queer”); como que no existe un Bergoglio que, en tan delicada materia, recuerde y ratifique la doctrina católica al respecto. A mi juicio, este punto ya está fuera de discusión. Insisto: precisamente por el registro detallado que se lleva de la cantidad de veces en que Bergoglio se muestra propenso a convalidar, sino a festejar, lo que repugna a la moral cristiana y aun a la mera moral natural.

Entiendo, pues, que si algún esfuerzo analítico cabe hacer aquí y ahora, sería el mismo para intentar dilucidar dos cosas. La primera, la causa en virtud de la cual, Bergoglio lleva a cabo inexorablemente un plan sistemático de demolición de la Iglesia Católica. No deja nada librado al azar o a la improvisación. No cesa un solo día. Es infatigable para el mal. Hay un “intelligent design”, como dirían los gringos. Sólo que ese designio inteligente no parece responder propiamente a la Voluntad Divina; sino lo contrario. ¿Por qué lo hace? ¿Cuál es la causa?

La respuesta me excede, por cierto. Pero escribí otro trabajo para ensayar una contestación, titulado “No lo conozco”. Allí sostengo, en síntesis, que este sujeto ha recorrido su carrera eclesiástica como un itinerario funesto que lo lleva “Del Iscariotismo a la Apostasía”. Y que la explicación última de cuanto hace hay que hallarla en ese pasaje trágico del Evangelio, en el cual, Nuestro Señor, le dice a Pedro: “Vade retro Satanás” (Mc. 8, 33). Es el Pedro de la triple negación inspirado por el demonio, el que gobierna hoy a la Iglesia. Sin la presencia y la patencia del demonio es imposible dilucidar la causa profunda de la cada vez más pública, insolente y provocativa perversión de Bergoglio.

No niego el concurso de otras causas; desde las que nos lleven a constatar la existencia de un antiguo y remozado complot, hasta las que señalen el cumplimiento de las revelaciones contenidas en el Libro del Apocalipsis. Pero lo que está demostrando la conducta escandalosa de este personaje oscurísimo, obliga necesariamente, a mi juicio, a tener en cuenta un factor preternatural. Sepamos, en suma, a qué nos estamos enfrentando. Ni tan calvo ni con dos pelucas, me atrevería a sintetizar campechanamente. Ni la causa es únicamente que se trata de un “porteño peronista” ( ¡y vaya si esto cuenta, que escribí un libro titulado “De Perón a Bergoglio”!); ni tampoco de que ejecutó un secretísimo ritual de sangre en alguna sinagoga(¡ y vaya si esto contara!). Pero que el demonio está metido en el presente baile, a mi entender, es un hecho.

Consecuentemente debería ser otro hecho que los católicos fieles tuviéramos una reacción condigna y proporcionada. De mínima denunciarlo, sin paños fríos ni eufemismos ni elipsis. Basta ya de “dudas”, “correccciones filiales” o simulaciones diplomáticas. De máxima, rogar que aparezcan exorcistas probos que ejecuten su oficio sin temores delante del principal sospechoso, y de la sede que habita. Desenmascarar y repudiar hoy a Bergoglio, como cabeza de La Iglesia Traidora, es lo menos que nos está exigido. Rezar por su conversión también. Y para que sea liberado de las ataduras endemoniadas que a todas luces lo atenazan, mucho más.

El segundo esfuerzo analítico que cabría hacer (después del anteriormente enunciado sobre la dilucidación de la causa de tamaña felonía), guarda relación con la recurrente pregunta sobre nuestro obrar posible, oportuno y prudente. Y es aquí donde mi respuesta es forzosamente más débil que en el planteo anterior. Porque en tanto simple laico de a pie, feligrés sin parroquia y parroquiano errante, no me sé en condiciones de trazar un rumbo de acción, ni mucho menos de tenerlo por viable. Estoy entre los huérfanos no entre los patriarcas; entre los náufragos antes que entre los timoneles.

Pero me parece poder creer sinceramente ( y someto mi mera opinión a la corrección o emienda de los doctos) que, en tales circunstancias, se aplicaría, siquiera por extensión o en sentido figurado aunque legítimo, la figura jurídica deSede Impedida”, prevista en el canon 412. Se considera impedida a una Sede por “cautiverio, relegación, destierro o incapacidad” de su titular. De las notas previstas en el canon, la incapacidad de Bergoglio es evidente. Hablo de una incapacidad raigal, hondísima e insuperable de ser católico. 

También es evidente que está voluntariamente cautivo de las estructuras judeomasónicas mundialistas, a las que acaba de regalarle “Fratelli tutti”, sólo por contar el reciente obsequio. De su destierro igualmente voluntario, también hay hirientes y lacerantes pruebas. Se ha auto-desterrado de la Barca, recordando su conducta la de aquellos desterrados infieles que menciona el Libro de Esdras.

Está asimismo para nuestra eventual consideración lo que estipula el canon 194,& 1-2: “Queda de propio derecho removido del oficio eclesiástico quien se ha apartado públicamente de la Fe Católica o de la comunión de la Iglesia”. Que no es sino un eco de aquello de San Pablo: ”Que sea quitado de en medio de vosotros, el que tal mal hizo” (Cor.5, 1-2).Y está –estuvo siempre, que conste- la doctrina segura sobre la licitud de los súbditos de rebelarse contra la autoridad injusta, dañina y corruptora; tanto más si el ejercicio de la misma es tiránico, y su origen no tiene una transparente legitimidad. Recordemos la logia mafiosa de San Galo, maniobrando tras la abdicación de Benedicto XVI.

De todo surge que de brazos cruzados no podemos seguir. Esperar una migaja de ortodoxia de este hombre sin Fe Católica, es ilusión vana; y es conformarse cada vez con menos, principio de la tibieza. Precipitarse en una conclusión apresurada, al amparo de aparicionismos privados o del libre examen de ciertos textos venerables, tampoco podemos. Pero ignorar que existe el Libro del Apocalipsis, y en él la figura del anfitrión del Anticristo, tampoco sería sensato.

Hasta aquí mi opinión, caro amigo. A vuelapluma, como te dije; y con la esperanza de que se explayen los que saben, y nos marquen un rumbo tan cierto cuanto concreto y perentorio.

No puedo sacarme de la cabeza las curiosas y hasta inexplicables palabras veraces que escribiera un hombre en las antípodas de nuestro ideario: “Cayó un muro tras otro[de la Iglesia]. Y la destrucción no resultó muy difícil una vez que la autoridad de la Iglesia fue quebrantada[…]. Un trozo se desplomó tras el otro[…]. Hemos dejado que se desmoronara la casa que nuestros padres construyeron[…]. El Cielo se ha convertido para nosotros en espacio físico y el empíreo divino no es sino un bello recuerdo. Nuestro corazón sin embargo arde, y una secreta intranquilidad carcome las raíces de nuestro ser.

Lo escribió Gustav Jung, en “Arquetipos e Inconsciente Colectivo” (Buenos Aires, Paidos, 1977,ps.17-18; 20-21). Parece mentira; pero lo de la burra de Balaam sucede. Las imágenes satánicas de los templos chilenos incendiadosa mansalva, y otros fuegos similares en la Vieja Europa, por cierto que nos hicieron recordar estas estremecedoras palabras precitadas. Pero el fuego material al que han sido arrojadas nuestras entrañables iglesias(sin la más mímima reacción viril de las cúpulas eclesiásticas) es nada, comparado con el temor y temblor que nos causa ver ese desmoronamiento espiritual, moral y doctrinal causado intencionalmente por las llamas de quien se supone debería ser el Vicario del Agua de Salvación.

Amigo, te pido unirte a este ruego simple pero sincero: ¡Señor! No permitas que dejemos demoler impunemente Tu Casa. No permitas que renunciemos a conquistar el Cielo por asalto. No permitas que nuestros corazones dejen de arder por amor a Tí. No permitas que el buen combate sea únicamente un bello recuerdo.

Buenos Aires, 22 de octubre de 2020
Antonio Caponnetto

lunes, 6 de enero de 2020

Nueva muestra de “misericordia”. Despiden docente católico de una Escuela Universitaria de Teología en Argentina (Mario Caponnetto)



El hecho, de enorme gravedad, ocurrió en la Diócesis de Mar del Plata, Argentina, cuyo titular es el Obispo Gabriel Mestre. Se trata del Doctor Maximiliano Loria, un joven docente, doctor en filosofía, uno de los mayores especialistas en el pensamiento del filósofo inglés A. MacIntyre, que se venía desempeñando desde hace varios años como profesor en la Escuela Universitaria de Teología dependiente del Obispado de Mar del Plata. Loria era además miembro del Consejo Superior de esa Escuela en representación del área de filosofía.
El motivo de la separación del Doctor Loria -así se le informó expresamente- fue el haber publicado en su muro de Facebook la carta del Arzobispo Carlos María Viganó, fechada el último 19 de diciembre, en la que el ex Nuncio en Estados Unidos formula graves acusaciones al Papa Francisco, vinculadas con los actos de idolatría permitidos por el mismo Papa en templos católicos de la Ciudad Eterna. Tal como el mismo Loria ha declarado, en dicho posteo, no se emitía opinión alguna. “Mi propósito- sostiene Loria- fue poner de manifiesto que en la Iglesia las cosas no están bien. Yo respeto al Papa pero no puedo dejar de afirmar que me resultan incomprensibles muchos de sus gestos y palabras, por ejemplo, el hecho de que permita que se le rinda culto a un ídolo pagano dentro de los muros de la Iglesia”.
No pueden pedirse palabras de mayor preocupación y de perplejidad frente a la situación actual de la Iglesia dichas, además, con respeto y profundo sentido eclesial. Sin embargo, la reacción del Obispo no se hizo esperar. A escasas dos horas de la publicación del Doctor Loria el mismo Obispo, en conversación telefónica, le hizo saber que quien difunde este tipo de textos como el de Viganó demuestra que no es leal al “magisterio del Papa Francisco” y no puede, por tanto, enseñar en una institución universitaria católica. A los pocos días, el telegrama de despido ratificaba la decisión episcopal de excluirlo del claustro docente.
Estos son los hechos sucintamente referidos. Algunas acotaciones se imponen. En primer lugar, la Escuela Universitaria de Teología de Mar del Plata fue creada por el Consejo Superior de la Universidad Católica de Mar del Plata, el 14 de febrero de 1968 y recibió la aprobación canónica del que fuera el primer Obispo de dicha Diócesis, Mons. Enrique Rau, el 14 de marzo de 1968. Tal vez la obra de mayor envergadura de Monseñor Rau, prematuramente fallecido en 1971 en pleno ejercicio de sus funciones pastorales, fue precisamente la fundación de la Universidad Católica de Mar del Plata. Tras la muerte de Monseñor Rau, su sucesor, el futuro Cardenal Eduardo Pironio, tuvo el triste privilegio de poner fin a esa Universidad entregándola a un grupo de personajes oscuros visiblemente vinculados a la Teología de la Liberación y a las formaciones armadas guerrilleras. Incluso puso el rectorado en manos de un dirigente montonero que ejercía a la vez el cargo de rector y de titular del Tribunal Supremo de Justicia de La Rioja, ciudad situada a mil quinientos kilómetros de Mar del Plata. En una época en que aún no existían ni las redes sociales ni el skype aquel Rector debió gozar del don de bilocación.
De la Universidad Católica no quedó casi nada, salvo la actual Escuela Universitaria de Teología que ahora es parte de un llamado Centro Diocesano de Estudio y Reflexión (CEDIER) creado el 1º de marzo de 1973 por Pironio. Las varias e importantes carreras que se dictaban en la liquidada Universidad Católica, a excepción de la de Teología, pasaron a la actual Universidad Nacional de Mar del Plata.
Estos antecedentes históricos han pesado, sin duda, y siguen pesando, en la posterior vida académica de la Escuela Universitaria de Teología cuya conducción ha pasado por diversas manos y diversas orientaciones doctrinales dependiendo, en buena medida, de los obispos que se han ido sucediendo. El actual ordinario, Monseñor Mestre (que condujo la Escuela como vicerrector a cargo antes de su elevación al episcopado) es de una clara filiación progresista con indisimulados y fuertes vínculos con las izquierdas locales.
En abril del año pasado, por expresa invitación del Obispo Mestre, disertó en la Escuela Universitaria de Teología el publicitado y cuestionado monje Anselm Grün cuyas enseñanzas han sido tildadas de heréticas. Grün, quien es ampliamente conocido por sus posturas sobre la homosexualidad y el diaconado femenino, llegó a declarar que es posible que en un futuro no muy lejano tengamos ¡una papisa! Por cierto, que este personaje asaz dudoso cuenta con el firme aval del Papa Francisco lo que le abre las puertas de todos los centros académicos católicos del mundo.
Una vez más se confirma algo que ya sabíamos: un profesor católico, de firme doctrina y aquilatado testimonio de fidelidad a la Iglesia no puede enseñar en una institución universitaria católica. Y esto en nombre de la sinodalidad, el pluralismo, la misericordia, el diálogo, la defensa de la casa común y la conversión ecológica. Obra maestra de la hipocresía.
Oremus pro Ecclesia.

miércoles, 10 de julio de 2019

La escalada del Papa Francisco (Mario Caponnetto)



Quienes venimos observando, desde su inicio, el Pontificado del Papa Francisco vemos crecer día a día nuestra zozobra e inquietud. Es que ya no se trata de algún gesto o dicho inconveniente, ambiguo u oscuro. No se trata, siquiera, de un documento asaz cuestionable como Amoris laetitia. Se trata de una verdadera escalada de textos y documentos varios que no tienen siquiera a su favor la ambigüedad ya que son clara y manifiestamente contrarios a la Fe Católica.
Con apenas unos pocos días de diferencia han llegado a nuestro conocimiento dos textos particularmente graves por su contenido y por su más que inequívoca intención de poner en marcha una Iglesia que nada tiene que ver con la verdadera Iglesia de Cristo. Nos referimos al Documento preparatorio o Instrumentum laboris del próximo Sínodo del Amazonia a celebrarse en el mes de octubre de este año (y dado a conocer el pasado 17 de junio) y al Discurso pronunciado por el Papa Francisco el 21 de junio pasado en la ciudad de Nápoles al clausurar el Congreso La Teología después de la Veritatis gaudiumen el contexto del Mediterráneo organizado por la Pontificia Facultad Teológica de la Italia Meridional. 
Ambos Documentos tienen algo en común: uno y otro están referidos a espacios humanos -entendidos íntegramente, esto es, en la conjunción de sus elementos geográficos, históricos, culturales y religiosos- asumidos como espacios teológicos desde los cuales y en los cuales la Iglesia se propone a sí misma de un modo absolutamente novedoso, en franca ruptura con la voluntad y el mandato de su Divino Fundador, Jesucristo. En el primer caso, se trata de la Región Sudamericana de la Amazonia; en el segundo, del espacio bañado por el Mar Mediterráneo. 
De este modo, para el Instrumentum laboris la Amazonia es una suerte de espacio idílico o edénico, una región “llena de vida y de sabiduría” (n. 5) en la que la vida “se identifica, entre otras cosas con el agua” (n. 8) y cuyos habitantes originarios son descriptos como pueblos colmados de sabidurías ancestrales a las que una Iglesia, convertida pastoral, ecológica y sinodalmente (n. 5) debe prestar atenta escucha: “La escucha de los pueblos y de la tierra por parte de una Iglesia llamada a ser cada vez más sinodal, comienza por tomar contacto con la realidad contrastante de una Amazonía llena de vida y sabiduría. Continúa con el clamor provocado por la deforestación y la destrucción extractivista que reclama una conversión ecológica integral. Y concluye con el encuentro con las culturas que inspiran los nuevos caminos, desafíos y esperanzas de una Iglesia que quiere ser samaritana y profética a través de una conversión pastoral” (n. 5).
En lo que se refiere al otro espacio, el Mediterráneo, el Discurso de Nápoles contiene consideraciones bastante similares. Si en la Amazonia de lo que se trata es de “inculturar” el Evangelio fomentando “el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico” (n. 11) -lo que, a la postre termina siendo no una auténtica inculturación (la que presupone una purificación de las culturas a ser evangelizadas a fin de que sean aptas para recibir el anuncio del Evangelio) sino un verdadero sincretismo religioso y cultural en el que coexistan dos cosmovisiones, la amazónica y la cristiana-, en el caso del Mediterráneo lo que se busca es formular una “teología apropiada” al espacio en el que se vive y trabaja, llamada a ser “una teología de la acogida que sirva para desarrollar un diálogo sincero con las instituciones sociales y civiles, con centros universitarios y de investigación, con las autoridades religiosas y con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir pacíficamente una sociedad inclusiva y fraterna y también para custodiar la creación”. En esta “teología” están excluidos la apologética y el proselitismo (este último calificado como “peste”) y sus caminos por excelencia son el discernimiento y el diálogo. Digamos, además, que tanto en el caso de la Amazonia como en el del Mediterráneo, estos “espacios” se proponen como paradigmáticos y, por lo mismo, extrapolables a toda la Iglesia.
Es fácil advertir que en uno y otro caso la esencia misma de la evangelización está radicalmente subvertida. No se trata ya del anuncio de la Buena Nueva y del Id y enseñad a todas las naciones bautizándolas en el nombre del padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28, 19) sino de algo radicalmente distinto y opuesto. En efecto, la Iglesia que enseña ha sido sustituida por una Iglesia que escucha (no a Dios sino a los hombres) y aprende (no de Dios sino del mundo); el mensaje de salvación ha quedado reducido a un vago y evanescente humanismo cuyas miras no van más allá de una fraternidad inmanente e intramundana: la cuestión de fondo, proclama el Instrumentum laboris, citando a Evangelii gaudium, es la “preocupación por una sociedad justa, capaz de memoria y sin exclusión” (n. 37); y el Discurso va en la misma dirección al proponer una teología cuya finalidad última es  el anuncio del Reino de Dios “cuyo fruto es la maduración de una fraternidad siempre más extensa e inclusiva”. 
La atenta lectura de ambos textos nos pone frente a una Iglesia y a una Teología en la que toda noción salvífica ha sido borrada por completo. En vano se buscará en el Instrumentum laboris la menor mención de la misión salvífica de la Iglesia; más aún, cualquier pretensión de que sólo en Cristo y en la Iglesia se encuentran la salvación de los hombres (extra Ecclesia nulla salus) es calificada como “una actitud corporativista, que reserva la salvación exclusivamente al propio credo” y que, en definitiva, resulta “destructiva de ese mismo credo” (n. 39). Por su parte, el Discurso de Nápoles propone una Teología cuyo sujeto ya no es Dios sino el hombre y cuyo fin no es soteriológico (aunque hable de salvación) sino el mero diálogo entre los hombres y las culturas. El Papa Francisco sueña “con facultades teológicas donde se viva la convivialidad de las diferencias, donde se practique una teología del diálogo y de la acogida, donde se experimente el modelo poliédrico del saber teológico, en lugar de una esfera estática y desencarnada. Donde la investigación teológica sea capaz de promover un esforzado y fascinante proceso de inculturación”. Por otra parte, los teólogos que se dediquen a esta particular teología, “como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las heridas de los hombres”, de modo que la teología “sea expresión de una Iglesia que es “hospital de campo”, que vive su misión de salvación y curación en el mundo”.
Tanto el Instrumentum laboris como el Discurso de Nápoles ofrecen abundante materia para un análisis pormenorizado. No es nuestro propósito detenernos ahora en ese análisis. Lo que intentamos señalar es que uno y otro acusan una forma mentis, que es la del Papa precisamente, que está en franca contradicción con la Fe Católica. Tal contradicción se acusa en tres puntos esenciales. Primero, un Evangelio que no apunta a la salvación del hombre, esto es, un fin trascendente, transhistórico y transmundano sino a un fin inmanente, intrahistórico e intramundano consistente en el logro de una paz y una fraternidad meramente humanas ajenas por completo a la paz y a la fraternidad de Cristo. Segundo, una Iglesia que abdica de su misión de enseñar y bautizar a todos los hombres y las naciones -mandato explícito e inequívoco del Señor- y en su lugar se identifica y se conforma con el mundo entendido no como un sujeto a evangelizar sino como sujeto evangelizador al que se apresta a escuchar y del que se propone aprender en una actitud demagógica disfrazada de diálogo. Los mentores de esta nueva Iglesia olvidan que el presupuesto de todo diálogo es el Logos y que el Logos es Cristo. Tercero, una Teología Sagrada que ya no es un discurso acerca de Dios y de las verdades de la Fe, verdades reveladas por Dios en orden a nuestra salvación, sino una propuesta meramente cultural y política reducida a una burda praxis sociológica infeccionada de trasnochado marxismo, de indigenismo a ultranza, de ecologismo radical, de feminismo de pésima factura  y de un hegelianismo de tercera mano. Esto es, un auténtico “batido” de todos los errores y aberraciones del mundo de nuestros días. 
Nos viene a la memoria la advertencia del Apóstol de los Gentiles: Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! (Gálatas, 1, 8). Aquí está la clave del verdadero discernimiento: cambiar el Evangelio. La Iglesia puede cambiar y hasta, en algunas situaciones, debe hacerlo. Hay, obviamente, en ella un aspecto histórico que está sujeto a las mudanzas humanas. Pero lo que no puede cambiar jamás es el Evangelio. No hay tiempo, no hay espacio que justifiquen alterar el Evangelio del Señor. Porque la Palabra no se encarnó ni fue proclamada para un tiempo ni para un lugar sino para todos los hombres de todos los tiempos y todos los lugares, siempre la misma, siempre idéntica: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mateo 24, 35). 
Reiteramos que estos dos Documentos señalan una escalada del Papa Francisco: en efecto, ya no quedan dudas respecto de adonde apuntan las intenciones y los objetivos de su Pontificado. La Iglesia de Francisco ya está configurada ante nuestros ojos y es imposible cerrarse a la evidencia. Habrá, por tanto, que resistir con firmeza, con mansedumbre, en oración constante, en renovada penitencia, pidiendo a Dios los dones del Espíritu Santo y con la serena certeza de que Cristo ha vencido al mundo.
Mario Caponnetto

jueves, 27 de diciembre de 2018

Caponnetto: La Iglesia traicionada. Error, ignorancia, confusión y mentira



Conversación con el profesor Antonio Caponnetto, por Vito Palmiotti

(Nota: este artículo es la traducción de Adelante la Fe -revisada y aprobada por el prof. Caponnetto- del original italiano publicado por Marco Tosatti en su blog)

Con motivo del XXI Encuentro de Formación Católica de Buenos Aires, organizado por el Círculo San Bernardo de Claraval, que tuvo lugar entre los días 5 y 7 del pasado mes de octubre con el título de «La liturgia, fuente y expresión de la fe: el padre de la mentira lo sabe», y que tuvo como invitado especial a monseñor Nicola Bux, nos hemos reunido con el profesor Antonio Caponnetto, que es filósofo, historiador y poeta. Habló después de los conferenciantes, y es una personalidad destacada de la Iglesia Católica argentina. Autor de varios libros y artículos, ha respondido con claridad, franqueza y esperanza a nuestras preguntas, no obstante su preocupación por cuanto está sucediendo en la Iglesia. Ha sido testigo privilegiado de los numeritos del cardenal Bergoglio cuando éste era arzobispo de Buenos Aires, del cual ha descrito los rasgos más sobresalientes, examinando minuciosamente sus actos y palabras en el libro La Iglesia traicionada, publicado el año 2010. Por añadidura, el año pasado publicó No lo conozco; del iscariotismo a la apostasía, igualmente sobre el cardenal Bergoglio, elegido papa Francisco en 2013.


P.: Profesor, usted sabe que en Europa, y también en otras partes del mundo, reina el desconcierto por los escándalos que han salido a la luz en la Iglesia. Usted sabe que en esos escándalos está implicada la jerarquía. Es muy doloroso, porque muchos fieles se sienten tentados a abandonar la Iglesia. A pesar de ello, aumenta en el mundo la resistencia de numerosos católicos, laicos sobre todo. Es más, son laicos fieles que no se resignan a ver a la Iglesia Católica en semejante estado de división.

Se habla ya de una neoiglesia que aspira a sustituir a la Iglesia Católica. En realidad los cristianos deberían anunciar al mundo el Evangelio de Cristo y no llevar el mundo –es decir, cuanto se opone a Cristo– a la Iglesia. Se desea abrazar el mundo sosteniendo que eso es lo que quiere Jesucristo. Sabemos, sin embargo, que Jesucristo vino al mundo para que éste se salvase por medio de Él, arrebatándoselo al príncipe de este mundo.

Cuando nos bautizamos, se nos pregunta: «¿Renuncias a Satanás? ¿Y a todas sus obras? ¿Y a todas sus pompas?» Y respondemos: «Renuncio». Y luego: «¿Crees en Dios Padre? ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees en la Iglesia?» Y respondemos: «Creo». Ésa es la fe. Hoy en día, se diría por el contrario que esa fe está en crisis. Hace bastante tiempo que usted es uno de los laicos más empeñados y fieles en la Iglesia Católica, en dar testimonio católico. Usted sabe que cuando los adversarios de la Iglesia quieren impedir el testimonio de los laicos los tildan de católicos reaccionarios, de derecha, conservadores, etc.

El año pasado el cardenal Sarah dijo a los católicos reunidos en Roma con ocasión de la peregrinación Summorum Pontificum: «No sois tradicionalistas, sois católicos». Es más, actualmente el enfrentamiento que se observa en la Iglesia no es entre tradicionalistas y progresistas, sino entre católicos y modernistas. Desgracidamente, en este contexto desempeña un papel ambiguo Francisco, que desde que es papa permite que el sector de la Iglesia que ha abrazado las modas actuales (= modus hodiernus), es decir el modernismo, se sienta legitimado. En el libro que usted publicó en 2010, La Iglesia traicionada, anticipó todo esto porque, buen conocedor de Jorge Mario Bergoglio, lo llama primado de Pérgamo y cardenal de Laodicea. Quien no conozca bien el Apocalipsis no lo sabe, pero Pérgamo y Laodicea eran dos iglesias que hoy ya no existen, y el apóstol San Juan las recriminó por su traición y su indolencia. ¿Podría decirnos qué podemos aprender de esta imagen tan eficaz para entender el momento que atraviesa actualmente la Iglesia?


R.: He mencionado la imagen apocalíptica de las dos iglesias precisamente por la fuerza expresiva que tienen, ya que ambas iglesias son, de modo diverso pero convergente, símbolo de traición, deslealtad, infidelidad y apostasía.

Como se dijo antes, el enfrentamiento es entre católicos y no católicos, entre católicos y modernistas, entre católicos y herejes. Percibo en ambas iglesias una síntesis joánica, una síntesis del cambio, de la trágica transición que estamos viviendo y que he descrito con las palabras «del Iscariotismo a la apostasía».

Por tanto, para mí, Pérgamo y Laodicea son iglesias que vuelven a estar de actualidad. Es algo que nos hiere y nos divide. Todo esto me causa un profundo dolor. Pero esto es lo que se puede entender a la luz del Apocalipsis. El escritor francés Leon Bloy, muy conocido también entre nosotros, decía que cuando quería conocer las últimas noticias le bastaba con leer el Apocalipsis.

Esta frase es muy significativa. Leyendo el Apocalipsis entendemos el pontificado de Bergoglio. Él es el jefe de aquellas dos iglesias (Pérgamo y Laodicea), o mejor dicho, de una iglesia que revive hoy las mismas características de aquellas: es apóstata, hereje, blasfema, sacrílega y traicionera.

Todo eso se puede demostrar punto por punto. Ninguno de esos adjetivos es excesivo. Es un caso único el de Bergoglio, porque no hay persona que pueda sintetizar todo este mal. Pero quien ha conocido a Bergoglio en Buenos Aires sabe que es posible. Me vienen a la memoria las palabras con que San Pío X definió el Modernismo: síntesis de todas las herejías. En este caso se ve diáfanamente. Un botón de muestra: en una entrevista concedida a Scalfari, Bergoglio se atrevió a negar que exista el infierno, y hace poco exhortó a rezar por la Iglesia atacada por el demonio.

Se podrían poner numerosos ejemplos, pero simbólicamente nos limitaremos a tres, como las tres negaciones de San Pedro: primero, afirmar que Cristo se hizo diablo; segundo, elogiar públicamente a Lutero; y tercero, sostener que en la Consagración se opera un cambio en la función de las especies del pan y del vino, en lugar de la Transustanciación.

Pero insisto, la lista de sus ideas erróneas es interminable. No se trata, pues, de una cuestión personal, sino de conceptos. No juzgamos la persona, sino los errores que difunde.

P.: Para los católicos, el Papa es una figura importante que diferencia a la Iglesia Católica de todas las demás iglesias y comunidades. Por consiguiente, a muchos católicos informados les cuesta pensar que el problema sea el propio pontífice. Por eso usted comprende que haya muchos católicos a los que les cause dificultades, tal vez porque no tienen un conocimiento profundo de las verdades de fe con las que tropieza el Santo Padre. No todo el pueblo católico está formado, y mientras tanto van en aumento los que caen en la cuenta. Entonces, es necesario explicar que hay que conocer los antecedentes culturales del papa Francisco. En Buenos Aires han ha conocido de cerca al cardenal Bergoglio. El mundo no lo conocía y asiste ahora a sus numeritos. ¿Qué nos puede decir a este respecto?

R.: Todo lo que hizo en Buenos Aires a escala reducida lo está haciendo a gran escala ahora. Los mismos daños que habíamos observado aquí los hace ahora sentado en el trono de San Pedro. Yo creo que hay cuatro maneras de oponerse a la verdad: el error, la ignorancia, la confusión y la mentira. Aquí en Buenos Aires, Bergoglio actuaba así, pero la peor de estas cuatro cosas es la mentira, porque nos acerca al demonio, que es padre de la mentira y mentiroso desde el principio.

Por eso, sólo podemos entender esta realidad a la luz del misterio de iniquidad. Sin duda Dios lo permite en aras de un bien mayor que en este momento quizá no alcancemos a entender. Respecto a este punto albergo mucha esperanza. No me siento desesperado ni derrotado. Precisamente porque esta situación se entiende a la luz del Apocalipsis, que es un libro de esperanza y consuelo. No es un libro de terror y desesperación. Es un libro que nos enseña a tener esperanza y reconocernos como pequeño rebaño. Así que cuando se cumplan estos signos debemos alzar la cabeza porque se acerca la salvación.

Por lo tanto, tenemos que transmitir dos cosas a los católicos: la gravísima crisis por la que atravesamos; insisto, es un itinerario que va desde el Iscariotismo a la apostasía. Al mismo tiempo, debemos infundirles esperanza, pero no la esperanza natural infraterrena, intrahistórica, inmanentista, sino la esperanza sobrenatural y teologal.

Todo esto está sucediendo con el permiso de Dios, en aras de un bien superior. Debemos esperar. Decía Santa Teresa de Ávila que la esperanza es la virtud del peregrino. Y eso somos: peregrinos suplicantes.

Pero me gustaría insistir en algo que saben los amigos aquí presentes. A mí esta situación me produce un dolor tremendo, una herida, porque pertenezco a una generación que fue educada para servir al Papa con orgullo. Por eso, no poderlo servir y encima enfrentarme a él para desenmascararlo me causa gran sufrimiento. Nos sentimos heridos en el alma, y emocionalmente resulta muy violento oponerse a quien ocupa el solio de San Pedro. Esto sólo lo puede entender quien nos conoce. Pero no podemos callar lo que hemos visto y oído, porque recordamos la frase de San Pablo (1 Cor.5,5), que afirma haber entregado a Satanás a un miembro perverso de la comunidad, o sea haber cortado con él, para que todos entendiesen el problema.

Esta mañana leí la noticia de un sacerdote ecuatoriano de 91 años que ha sido reducido al estado laical por haberse descubierto su pasado de pedófilo. Está bien, estoy de acuerdo, pero ¿qué es peor? ¿La fornicación carnal o la espiritual? Porque existe una fornicación espiritual que está presente en el libro del Apocalipsis: la meretriz con la que han fornicado los reyes de la Tierra. Esto es, la falsificación de la verdad de Jesucristo. La fornicación espiritual es el fundamento de la carnal.

Pues bien, ¿cómo es posible que un sacerdote de 91 años sea destituido de su condición sacerdotal, y con justicia, mientras a los fornicarios espirituales se les permite seguir gobernando la Iglesia? También en este último caso se debería aplicar la sanción prevista. Por eso, estoy muy de acuerdo con lo que ha pedido monseñor Viganò a Bergoglio: que renuncie a la Sede petrina. Hay que decirle: “Basta, hasta aquí nomás, no siga haciendo daño”.

Si a Bergoglio se le aplicase el canon 194, automáticamente sería destituido como papa. No soy canonista, pero si en las circunstancias actuales se aplicara el canon 194, sería muy difícil mantener la autoridad eclesiástica de Bergoglio. Han sido tantas las traiciones a la recta doctrina que no es posible ver hasta qué punto es legítimo el ejercicio de este pontificado. Es más, la legitimidad es dudosa desde el principio si se tiene en cuenta la maniobra del llamado Club de San Galo, ya conocido de todos. Sería necesario un verdadero arrepentimiento, una rectificación concreta de los errores, una conversión sincera, un cambio de rumbo para reparar los errores difundidos. En caso contrario, sería preferible que renunciara.

El mismo Paulo VI reconoció al final de su vida que convenía que lo sucediera alguien más fuerte que él y no atado por sus debilidades. En este caso hay mucha más debilidad. En Amoris laetitia, en Veritatis gaudium, en Laudato sì y en Gaudete et exultate hay mucho más que debilidades: lo que hay es una falsificación de la doctrina católica.

P.: Muchos laicos por el mundo, como dijo Juan Pablo II, se están poniendo de pie y, con respecto a la situación del Romano Pontífice, están tomando la palabra y diciendo lo que tienen muchas ganas decir. Laicos que como aquí, en la Asociación San Bernardo, dan ejemplo de resistencia. Como diría Benedicto XVI, son aquella «minoría creativa» que hace renacer la Iglesia. Esta es la esperanza que ya se ve en muchas partes del mundo. A tantos laicos que se sorprenden de los dubia de los cardenales, a la corrección filial, y hasta a un dossier como el presentado por monseñor Viganò –esta mañana me ha dicho un sacerdote jesuita que es un regalo de Dios por el valor que ha tenido para hacer portavoz de lo que él mismo ha podido conocer de vista y de oídas–, ¿qué consejos, qué sugerencias podremos proponerles para que, respetando la función del primado petrino, que es fundamental para la Iglesia Católica, practiquen la obediencia a la manera del beato John Henry Newman en su famoso brindis al Duque de Norfolk: la obediencia debe estar siempre ligada a la conciencia; hay que obedecer al Papa cuando custodia el depósito de la Fe, y no cuando expresa sus opiniones personales. En fin, para concluir, ¿qué consejos podría ofrecer en estos tiempos de resistencia?

R.: Yo diría que el primer consejo sería el que nos dejó el propio San Pedro: saber que el diablo ronda como león rugiente buscando a quién devorar. Pero debemos resistir firmes en la Fe. El segundo consejo nos lo dio San Pablo: dar testimonio de la verdad a tiempo y a destiempo, lo cual es, como diríamos hoy, políticamente incorrecto. Pero si no hablamos nosotros, el testimonio lo gritarán las piedras. Hay que gritar incluso desde los tejados, que hoy en día son los medios de comunicación. El tercer consejo es conservar y dar esperanza a todos los que la necesitan; y el cuarto, crecer en sabiduría y en gracia; y sobre todo no tener miedo. Las cosas de acá abajo pasarán, por eso tenemos que buscar las de Arriba.

Éstas son las palabras que nos dejó el Señor para los tiempos de adversidad, para estos últimos tiempos en los que estamos viviendo. Por eso, no debemos caer en la desesperación; el Señor nos lo ha revelado de antemano. Lo que estamos viviendo estaba anunciado. La dificultad no estriba en recordar que el Señor nos lo ha dicho, sino en darnos cuenta de que lo estamos viviendo para poner en práctica sus consejos.

A los más jóvenes les recalco un consejo en particular: alégrense y regocíjense en el Señor. Debemos combatir la batalla con alegría, con regocijo, con júbilo; en caso contrario no producirá frutos de santidad, porque un santo triste es un triste santo. De modo que debemos esforzarnos por volver a alegrarnos, a exultar sabiendo que luchamos por la verdad.

P.: El Corazón Inmaculado triunfará.

R.: Totalmente de acuerdo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

martes, 19 de junio de 2018

Repudio al Aborto Clerical (Antonio Caponnetto)



Mientras tratamos de reponer fuerzas ante la náusea por el circo romano vivido anoche en el Congreso otorgando media sanción al infanticidio prenatal, comparto con los lectores lo que creo digno de ser difundido, mientras nos sentamos a esperar ‘alguna alusión’ a las penas canónicas para quienes promueven el aborto, como correspondería a quienes tienen a su cuidado el bien de las almas, más que el de las urnas. Hemos recibido muy complacidos, eso sí, los buenos augurios del papa para el Mundial de fútbol que comienza hoy. Las negritas son nuestras
Mª Virginia Olivo de Gristelli
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Tras el resultado favorable al aborto en la Cámara de Diputados, el 14 de junio del corriente,  la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina junto con la Comisión Episcopal de Laicos y Familia (Celaf) emitió un comunicado. [NOTA: Lo transcribo a continuación, para que sirva de orientación al lector]


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El mismo es un muestrario vergonzoso de insensateces y de cobardías, que los católicos verdaderos sólo podemos rechazar con desprecio.

-No podemos aceptar que se diga que lo que acaba de suceder nos causa “el dolor por el olvido y la exclusión de los inocentes”. El aborto no es un olvido o una exclusión. Es un asesinato vil y abyecto, tanto más si, como en este caso, cuenta con el patrocinio de los poderes políticos, subordinados a su vez al Poder Mundial. 

-No podemos aceptar que se nos proponga luchar “por la dignidad de toda vida humana”; porque el que con pertinacia y porfía niega el derecho a la vida a los inocentes y propone su exterminio, su mismo pecado lo vuelve indigno, mezquino y punible; tanto más si es una autoridad devenida en tiránica y propulsora de la violación descarada del Quinto Mandamiento. A esta clase de sujetos, que son verdaderas amenazas contra el bien común y caen en malicia suprema, no debe ofrecérseles amistad, enseña Santo Tomás, sino querella frontal y llegado el caso la muerte (Suma Teológica, II, IIae, q.25, art.6). Una cosa es luchar por la dignidad creatural del hombre, hecho a imago y simillitudo Dei; otra cosa es pecar contra la justicia, tratando al indigno como si no mereciera pugna, impugnación y castigo.

-No podemos aceptar que se insista en la suprema idiotez y complicidad manifiesta, de seguir “con el debate legislativo”. Se ha llegado a este extremo de corrupción de las leyes, de los principios y de las costumbres, precisamente por no tener la cordura y la valentía de impugnar a la democracia como la corrupción de la república y sistema inherentemente perverso. Lo que ha sucedido no es la agregación de “otro trauma, el aborto”, a los problemas que arrastra la mujer, y al cual habría que hallarle una solución prosiguiendo con el susodicho debate legislativo. El aborto no es un trauma; es un pecado mortal. Los que queden traumados por practicarlo tendrán la posibilidad de regenerar su salud psíquica o corpórea. Los niños descuartizados, ya no.

-No podemos aceptar que, en el Senado, “tenemos la oportunidad de buscar soluciones nuevas y creativas para que ninguna mujer tenga que acudir a un aborto”. No hay soluciones nuevas. Hay una sola solución virtuosa, antigua, vigente y perenne: dejar que los hijos vengan al mundo. No hay tampoco soluciones creativas. Hay un Creador cuya Ley debe acatarse. No se trata asimismo de acudir al Senado “reconociendo el valor de toda vida y el valor de la conciencia”. Ya lo hemos dicho: no estamos a favor de la vida, a secas, in genere, indistintamente tenidas todas por valiosas, desde la de la hiena hasta la del mineral despedido por la lava de un volcán. Para esta demencia están desde los jainistas que no matan las liendres, prefiriendo convertirse en piojosos, hasta los ridículos veganos que ingieren con culpa aún las legumbres, pasando por todas las heterodoxas corrientes filosóficas de cuño vitalista. Tampoco somos defensores de “la conciencia”, si ésta no se tiene a sí misma como el heraldo de Dios, al decir de San Buenaventura. Una conciencia laxa, permisiva, carente de sindéresis y de docilidad a lo creado, no solamente no es defendible sino que ha sido y es, en gran medida, la causa del actual estropicio moral. Ir al Senado a reconocer la validez de la conciencia, es acudir a un prostíbulo valorando las predilecciones aberrantes de cada cliente.

-No podemos aceptar que se le proponga a los fieles no vivir “el debate como una batalla ideológica”, en que “busquemos imponer la propia idea o interés y acallar otras voces”. Por lo pronto porque para un bautizado leal esto es mucho más que una batalla ideológica: es la conflagración contra el demonio, mentiroso y homicida desde el principio. Se quedaría muy corto quien creyese que sólo estamos inmersos en un diálogo entre ideologías. Estamos en la lid postrimera entre Cristo y el Anticristo, con el agravante fatídico de que quienes deberían servir al primero se sienten más cómodos sirviendo al segundo. Empezando, al parecer, por el mismísimo Bergoglio, cuyo silencio ominoso lo llena de niebla, de negritud y de espanto.

No se trata asimismo de “imponer la propia idea” y “acallar otras voces”. Sino de imponer la Voz del Padre y hacer enmudecer la de los blasfemos y sicarios. El Señor nos pidió hablar siempre definiendo, hablar la verdad y hablarla en el desierto o desde los tejados. No nos aconsejó nunca negociar o mezclar el sí con el no. “Enmudezcan los labios mentirosos”, clama la Escritura (Salmo 31,18). “Los labios del necio provocan contienda y su boca llama a los golpes” (Proverbios 18,6-7). Es deber de los fieles acallar las voces mentirosas e imponer la Palabra Revelada. 

-No podemos aceptar que se les agradezca “a todas las personas que, con auténtico respeto hacia el otro, han expresado sus ideas y convicciones aunque hayan sido distintas a las nuestras”. Esto no es caballerosidad ni urbanidad ni decoro de formas. Es vulgar obsecuencia de petimetres cagaleros. Porque no ha consistido la tarea demoledora de los adversarios en presentar convicciones distintas a las nuestras, sino en cometer sacrilegio público contra El Autor de la Naturaleza. Es rebajar el sentido de la virtud del agradecimiento, ligada a la justicia, darle las gracias al maldiciente, al excecrador o al renegado.

-No podemos aceptar que se invoque a María Santísima, parangonándola con una mujer que “conoció la incertidumbre de un embarazo inesperado”. Comparación irrespetuosa e impía, propia de estos imbéciles que fungen de pastores, y apenas si son lacayos de la democracia. Incoada en el seno de la Trinidad, como hija, esposa y madre; conocedora de las profecías escriturísticas y presentidora del anuncio del Ángel que al final se consumó, el Niño no le fue inesperado a la Virgen. Lo esperaba desde el Comienzo, desde la inauguración de los siglos, desde toda la Eternidad. Lo esperaba con su “hágase” dócil, manso y fecundo como los rocíos mañaneros de Belén. Su expectación mesiánica singular e irrepetible no le otorgó incertidumbre a su embarazo, sino confianza, esperanza y evidencia. Los obispos, una vez más, han faltado al Segundo Mandamiento, dando escándalo a su grey y alimento al demonio.

Me siento obligado y moralmente autorizado a concluir estas líneas en primera persona. Toda la vida he enseñado que la democracia es una perversión ingénita, que no debe convalidarse sino exterminarse. Toda la vida he enseñado que el sufragio universal es la mentira universal. Toda la vida he predicado el deber de la guerra justa. Tomado que se me hubo por inmovilista, abstencionista y contrario a la acción política, la horrorosa trampa del debate sobre el aborto, que acabó este 14 de junio, con tahúres y quinieleros jugando la vida y la muerte en la chirlata pestífera del Congreso, no ha venido sino a refrendar dolorosamente mi posición. Un desenlace que me cansé de advertir entre los propios sin ser escuchado, sino marginado. No es una queja. Tal vez acaso, sea el reclamo de un honor.

Hagan lo que gusten, demócratas laicos, mitrados, religiosos, rockeros evangelistas y mixturados de toda especie en el campeonato de los votos. Sigo pensando que nuestro deber es la victoria. Si no se logra la física y temporal –porque no la merecemos, no estamos en fuerza o simplemente porque ha cesado el tiempo de las naciones- se logrará la moral manteniéndonos coherentes, firmes y dignos.


Con suficientes motivos entonces volvemos a Facundo Quiroga, el caudillo que planteó el dilema inexcusable: Religión o Muerte. Que le prometió la victoria a sus llanistas bravíos e irreductibles; y que concluyó una de sus póstumas arengas, diciéndole a los suyos: “Nuestro deber es la victoria. Pero en caso de derrota, os espero en el campo de combate”.

Antonio Caponnetto