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lunes, 7 de enero de 2019

¡Atrévase Monseñor! Un llamamiento de la Fundación Lepanto


Esta entrada se encuentra ya en el blog, pero en inglés. Aquí viene traducida y, dada su importancia, la vuelvo a colocar, ahora en español.



Veinticinco años después…
Hace veinticinco años, el 8 de febrero de 1994, el Parlamento Europeo aprobó una resolución que invitaba a los Estados europeos a promover y tutelar jurídicamente la homosexualidad. En el Ángelus del 20 febrero de 1994, el Santo Padre Juan Pablo II se dirigió a la opinión pública mundial afirmando que «lo que no es moralmente admisible es la aprobación jurídica de la práctica homosexual (…) con esa resolución del Parlamento europeo, se ha querido legitimar un desorden moral. El Parlamento ha conferido indebidamente un valor institucional a comportamientos desviados, no conformes al plan de Dios».
En el mes de mayo de aquel mismo año, el Centro Cultural Lepanto, difundió en Estrasburgo, entre los europarlamentarios, un manifiesto con el título “Europa en Estrasburgo: representada o traicionada” en el cual dirigía una indignada protesta contra la promoción de un vicio condenado por la conciencia cristiana y occidental e instaba a todos los Obispos europeos «a unir sus voces a la del Supremo Pastor, para multiplicarla en sus propias diócesis, denunciando públicamente la culpa moral con la cual se ha manchado la euro asamblea y poniendo en alerta a su rebaño acerca de los crecientes ataques de las fuerzas anticristianas en el mundo».
Hoy, uno después del otro, los principales Estados europeos, incluidos aquellos de la más antigua tradición católica, elevaron la sodomía a la categoría de bien jurídico, reconociendo, bajo diversas formas, el denominado “matrimonio homosexual” e introduciendo el delito de “homofobia”. Los Pastores de la Iglesia, que deberían haber opuesto un inquebrantable dique a la homosexualización de la sociedad promovida por la clase política y por la oligarquía mediático-financiera, de hecho la favoreció con su propio silencio.
Incluso en la cumbre de la Iglesia se ha difundido como una metástasis la práctica de la homosexualidad y una cultura denominada “gay-friendly” que justifica y alienta el vicio homosexual. Monseñor Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de Astana, en un mensaje del 28 de julio de 2018 afirmó que «Somos testigos del increíble escenario en el que algunos sacerdotes, y hasta obispos y cardenales, sin ruborizarse, ofrecen ya granos de incienso al ídolo de la ideología de la homosexualidad o de la teoría de género ante los aplausos de los poderosos de este mundo; es decir, ante los aplausos de los políticos, de los medios de difusión y de las poderosas organizaciones internacionales».
El Arzobispo Carlo Maria Viganò, en su histórico testimonio del 22 agosto de 2018, denunció, con nombres y circunstancias precisas, la existencia de una «corriente filo homosexual favorable a subvertir la doctrina católica respecto a la homosexualidad» y la presencia de «redes de homosexuales, actualmente difundidas en muchas diócesis, seminarios, órdenes religiosas, etc.», que «actúan protegidas por el secreto y por la mentira con la fuerza de los tentáculos de un pulpo y triturando víctimas inocentes, vocaciones sacerdotales y siguen estrangulando a toda la Iglesia»
Hasta hoy estas voces valientes se mantuvieron aisladas. El clima de indiferencia y de silencio que reina en el interior de la Iglesia tiene profundas raíces morales y doctrinales, que se remontan a la época del Concilio Vaticano II, cuando la Jerarquía Eclesiástica aceptó el proceso de secularización como un fenómeno irreversible. Pero cuando la Iglesia se subordina al secularismo, el Reino de Cristo es mundanizado y reducido a una estructura de poder. El espíritu militante se disuelve y la Iglesia en lugar de convertir al mundo a la ley del Evangelio, doblega el Evangelio a las exigencias del mundo. 
Quisiéramos oír resonar las palabras incandescentes de un San Pedro Damián y de un San Bernardino de Siena, en lugar de la frase del Papa Francisco «Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?» Si el significado de esta frase ha sido distorsionado por los mas-media, debería combatir la instrumentalización mediática con documentos claros y solemnes de condena de la sodomía, como lo hizo San Pío V con dos constituciones, Cum primum del 1 de abril de 1566 y Horrendum illud scelus del 30 agosto de 1568. Por el contrario, la Exhortación post-sinodal Amoris laetitia del Papa Francisco del 8 de abril de 2016, no sólo calla sobre este gravísimo desorden moral, sino que relativiza los preceptos de la Ley Natural, abriendo el camino al concubinato y al adulterio. Es por esto que Le dirigimos un llamamiento Monseñor.
 Servir a la Iglesia
Las palabras, Monseñor, evocan una dignidad, no un poder ni una función burocrática.
A todos los Obispos, sucesores de los Apóstoles, se reconoce la condición de Monseñor, pero también simples sacerdotes pueden recibir este título
La palabra dignidad, aunque a la misma está dedicada una declaración del Concilio Vaticano II, hoy parece haber perdido el significado. Dignidad significa conciencia de un papel y de una misión confiada por Dios. Del respeto de la propia dignidad emana el sentimiento del honor. Su dignidad, Monseñor, deriva del honor que Usted tiene de servir a la Iglesia, sin buscar ni sus propios intereses ni el consenso de los poderosos. La dignidad de Monseñor la ha recibido de la Iglesia, no de los hombres de la Iglesia y a la Iglesia debe prestar cuentas. La Iglesia es la sociedad divina, fundada por Jesucristo, siempre perfecta y siempre victoriosa en el tiempo y en la eternidad.
Los hombres de Iglesia pueden servirla o traicionarla. Servir a la Iglesia significa anteponer los intereses de la Iglesia, que son los de Jesucristo, a los intereses personales. Traicionar a la Iglesia significa anteponer los intereses de una familia, de un instituto religioso, de una autoridad eclesiástica, entendida como persona privada, a la Verdad de la Iglesia, que es la Verdad de Jesucristo, único Camino, Verdad y Vida (Jn. 14, 6). Seríamos injustos con su inteligencia, Monseñor, si no supusiéramos que Usted tiene un cierto conocimiento de la crisis en la Iglesia. Algunos eminentes Cardenales han manifestado, en diversas ocasiones, su inquietud y su preocupación por todo cuanto está ocurriendo en la Iglesia. El mismo malestar es advertido en el hombre común, profundamente desorientado por los nuevos paradigmas religiosos y morales.
Cuántas veces frente a este malestar, en privado, Ella extendió los brazos, intentando tranquilizar a su interlocutor con palabras «No podemos hacer otra cosa que callar y predicar. El Papa no es inmortal. Pensemos en el próximo cónclave». 
Todo, pero no hablar, pero no actuar. El silencio como regla suprema de comportamiento. En este comportamiento ¿pesa el servilismo humano, el egoísmo de quien, con comodidad, mira en primer lugar a la vida, el oportunismo de quien es capaz de adaptarse a cada situación? Afirmarlo sería promover un proceso contra las intenciones, y el proceso contra las intenciones no podemos hacerlo los hombres, podrá hacerlo solo Dios, el día del Juicio, cuando estaremos solos delante de Él, para escuchar de Sus Labios, la inapelable sentencia que nos pondrá en marcha hacia la eterna felicidad o la eterna condenación.
Quien vive en la tierra puede juzgar únicamente hechos y palabras, como objetivamente suenan
Y las palabras con las cuales Él, Monseñor, explica su comportamiento son a veces más nobles que sus sentimientos. «Debemos seguir al Papa incluso cuando nos disgusta, porque Él es la roca sobre la cual Cristo construyó su Iglesia»; o «Debemos evitar a toda costa un cisma, porque sería la más grave desgracia para la Iglesia». 
Nobles palabras, porque enuncian verdades. El Papa es el fundamento de la Iglesia, y la Iglesia no puede temer nada peor que un cisma. Pero, Monseñor, sobre lo que queremos hacerle reflexionar es que el camino del silencio absoluto que Usted quiere recorrer, provocará daño al Papa y acelerará el cisma en la Iglesia. De hecho es verdadero que el Papa es el fundamento de la Iglesia, pero antes que sobre él, la Iglesia se fundamenta sobre Jesucristo. Jesucristo es el fundamento primario y divino de la Iglesia, Pedro no es sino el fundamento secundario y humano, aunque sea divinamente asistido.
La asistencia divina no excluye el error, no excluye el pecado. En la historia de la Iglesia no faltaron Papas que pecaron y se equivocaron, sin que ello jamás perjudicara la institución del Papado. Afirmar que es necesario seguir siempre al Papa, sin nunca apartarse de él, renunciando, en casos excepcionales, a corregirlo respetuosamente, significa atribuir a la Iglesia todos los errores que en el transcurso de los siglos han sido cometidos por los hombres de la Iglesia. La ausencia de esta distinción entre Iglesia y hombres de Iglesia sirve a los enemigos de la Iglesia para atacarla y a tantos falsos amigos para renunciar a servirla.
Igualmente cargada de consecuencias es la afirmación según la cual romper el silencio, afirmar la verdad, denunciar -si necesario fuera- la infidelidad del mismo Pastor Supremo, conduciría a un cisma. Pero el cisma es división y nunca como en este momento de su historia la Iglesia aparece en su interior dividida y fragmentada. En el interior de cada parroquia, de cada diócesis, de cada nación, es imposible definir una regla común de vivir el Evangelio, porque cada uno tiene la experiencia de un cristianismo diferente, en el campo litúrgico y dogmático, construyendo la propia religión, de tal modo que de común sólo queda el nombre, ya no más la substancia.
¿Cuáles son las razones de esta fragmentación? Desapareció la estrella que indica el camino y los fieles avanzan en la obscuridad de la noche siguiendo opiniones y sentimientos personales, sin que una voz se levante para recordarles cuál es la doctrina y la práctica inmutable de la Iglesia
El cisma es provocado por la obscuridad, hija del silencio. Únicamente voces claras, voces cristalinas, voces íntegramente fieles a la Tradición pueden disipar las tinieblas y permitir a los buenos católicos superar las divisiones provocadas por este Pontificado y evitar nuevas humillaciones a la Iglesia, después de aquellas ya inflingidas por el Papa Francisco. Para salvar a la Iglesia del cisma sólo hay un modo: el de proclamar la verdad. Guardando silencio lo favoreceremos.
 Extremo apelo
Monseñor, Usted que goza de una dignidad, Usted que ejerce una autoridad moral, Usted que recibe una herencia, ¿de qué tiene temor? El mundo puede agredirlo y maldecirlo, sus superiores pueden privarlo de su autoridad y dignidad externa. Pero es al Señor a quien deberá rendir cuentas, como cada uno de nosotros, el día del Juicio, cuando todo será pesado y juzgado según medida
No se pregunte qué hacer en concreto. Si quiere atreverse, el Espíritu Santo no dejará de sugerir a su conciencia el tiempo, el modo y el tono de salir al descubierto y ser «luz del mundo, ciudad situada sobre una montaña, candela encendida sobre el candelero» (Mt 5, 13-16). Lo que le pedimos, Monseñor es que asuma una actitud de filial crítica, de respetuosa resistencia, de devota separación moral con respecto a los responsables de la autodemolición de la Iglesia. Que se atreva a alentar abiertamente a quienes defienden a la Iglesia en su interior y profesan públicamente toda la Verdad católica.
Como también a acercarse a otros hermanos que se unan a usted y a nosotros para lanzar juntos aquel grito de guerra y de amor que San Luis María Grignion de Montfort elevó en la Oración Abrasada con las palabras proféticas: «¡Fuego, fuego, fuego! ¡Fuego en la casa de Dios! ¡Fuego en las almas! ¡Fuego en el santuario!». Lenguas de fuego como las de Pentecostés, destellos de fuego como aquellos del infierno, parecen suspendidos sobre la tierra. Fuego destructor, fuego purificador, fuego restaurador, destinado a envolver la tierra, a consumirla y a transformarla. Que el fuego divino se extienda antes que aquel de la cólera, que reducirá nuestra sociedad a cenizas, como ocurrió en Sodoma y Gomorra. Es ésta la razón del llamamiento que Le dirijo, veinticinco años después de la desdichada resolución del Parlamento europeo, para el bien de las almas, por el honor de la Iglesia y para la salvación de la sociedad. Monseñor, acoja este llamamiento, que es también una invocación a María Santísima y a los Ángeles para que intervengan, cuanto antes, para salvar a la Iglesia y al mundo entero.
¡Atrévase Monseñor, asuma este santo propósito en el 2019 y nos encontrará a su lado en la buena batalla!

El Papa no puede propagar sus ideas privadas con respecto a las de la perenne verdad católica (Don Nicola Bux)

 

Lo que no dice la carta del papa Francisco a los obispos de EEUU (P. Santiago Martín)

Actualidad comentada

El video completo del padre Santiago, relativo a la carta del Papa a los obispos de EEUU, sobre el tema de la pederastia,  puede verse y escucharse pinchando aquí.

De dicho video he seleccionado sólo el fragmento que, a mi entender, es el más importante ... pues no es tanto lo que el Papa dice sino también lo que deja de decir. Este punto el padre Santiago no lo considera relevante, por aquello de que no se puede hablar de todo. Yo pienso que hay temas que no se pueden callar (o al menos hacer alusión a ellos) y por eso transcribo lo que el mismo padre Santiago dice sobre esto (desde el minuto 4:37 hasta el 4:54 del original). Que cada lector saque sus conclusiones.

Duración 1:18 minutos

El sonsonete (Fray Gerundio)



Lo malo del sonsonete, como su nombre indica, es que siempre está dale que dale. O sea, que no para. Es una especie de cantinela que en ocasiones puede resultar muy molesta, y que lleva consigo la reiteración en el tema de fondo. No son variaciones para un mismo tema, como hacían nuestros músicos clásicos. Es por el contrario un mismo tema sin variaciones. O mejor dicho, las variaciones son cada vez más escogidas y seleccionadas.
Viene esto a cuento, porque estoy convencido de que si un habitante de esta Madre Tierra y bendita Pachamama que nos ha tocado habitar, se fuera del planeta unos pocos meses, encontraría al volver los mismos sonsonetes y cantinelas, pero con un añadido especial, con ese toque de solera que da el paso del tiempo. En el caso de esta Iglesia bergogliana, la solera de cinco años le ha introducido añadidos tiránicos, malolientes, tramposos… y si se me permite decirlo, mientras me santiguo con agua bendita preconciliar, también añadidos diabólicos cocidos en salsa satánica. Nada de cocina minimalista.
Las noticias se suceden sin cesar. Y van apareciendo como un rosario de cerezas enredadas. A cualquier hora. En cualquier medio. 
Que si se les pega la patada a los –hasta hace poco- astros de la comunicación de Francisco, justo cuando tenían las uvas del 2018 en el galillo. Adiós Míster Greg.
 Que si se promueve al amiguete de turno, que si se le da un carguito al periodista pelotillero en un ritornelo (o ri-tornelli) de enchufados. 
Que si se le dice a la Curia que lleven cuidado con su alma (la de ellos, claro). Que si se envía una carta a los Obispos USA como si fueran chilenos, sacando el carnet de sucesor de Pedro pata negra –Ja, como si eso le preocupara-, que si se dice que la Virgen no era santa, sino aprendiza de ídem y poco a poco. 
Que si se prefiere que la gente no vaya a la iglesia y sean ateos. 
Que si se acoge en Roma a un curita sosssssspechoso que fue expulsado de allá, pasó por Osorolandia, llegó a Santa Marta y se instaló en el refectorio con un carguito a medida para él. 
Que si se encumbra a otros más sosssspechosos todavía a la Peña más alta de la diplomacia vaticana. Casi nada, Edgar…
El caso es que no hay cuartel, ni en días de vacaciones (en que los hijos de las tinieblas sigue laborando), ni en plena Navidad. No se deja títere con cabeza ni en días sagrados como los que estamos celebrando. No para el sonsonete cantinelo. 
Incluso trabaja a distancia: -Oye Trucho, hazme un decreto en el que te cargues la misa tridentina, a ver qué dicen los pepinillos en vinagre. Sirva tu diócesis como globo sonda para que se vayan preparando. Ya sabes que el próximo capelo va para tí. Tú que entiendes de besuqueos, hazles besar el suelo a tus tradis. Que luego entro yo en acción.
Así las cosas, mientras se dan consejos variados y muy políticamente estables. Mientras se pone cara de ético. Mientras se pontifica sobre lo mala que es la gente y lo bueno que es el que suscribe -yo, sucesor de Pedro- ..., se predica la paz y se insiste en que no hay que criticar ni chismorrear, se va liando la cosa y se va organizando, desarrollando y remodelando el embrollo que ya la serpiente quiso organizar en el Paraíso, cuando los primeros monos pillines empezaron a pecar y a comer manzanas en lugar de comer plátanos.
Así que no quiero felicitar el año a mis frailes, porque 2019 va a ser de cuidado. 
Mientras se acusa a los del otro lado del atlántico para que no permitan en sus diócesis abusadores, se concentran bujarrones-abusadores junto a la tumba de San Pedro y a la sombra de Santa Marta. 
Mientras se denuncia a los cómplices silenciosos de allá, se acoge a los cómplices amiguetes acá. Y el Jefe Cómplice admite renuncias según de quién. Ahí está el renunciado Wuerl, sin renunciar al motivo de la renuncia y sin ser renunciado por el Renunciador. Tiempo tendremos de hablar de ello si Dios nos da fuerza y salud.
De momento, la felicitación del año puede reducirse a pedirle a Nuestro Señor, que es Juez Justo, que ponga a sus enemigos por escabel de sus pies. Tal como ha rezado la Iglesia durante tantos siglos. Siempre y cuando no sean inmigrantes, musulmanes o luteranos, claro. Ya sabemos quiénes son los enemigos…
Fray Gerundio

NOTICIAS VARIAS 5 y 6 de enero de 2019



INFOCATÓLICA


EL DEBATE.ES


MISES.ORG.ES





Selección por José Martí

El lenguaje de Francisco, deliberadamente impreciso (Stefano Fontana)



En tan solo unos días el Papa Francisco ha hecho tres afirmaciones cuyo contenido es muy problemático. En primer lugar, ha dicho que María no nació santa sino que se convirtió en santa porque nadie nace santo, se hace. Después, ha afirmado que el cristianismo es revolucionario. Finalmente, ha dicho que es mejor ser ateos antes que ir a la Iglesia y después portarse mal; “Hay gente que es capaz de componer oraciones ateas, sin Dios, y lo hace para ser admirado por los demás. ¡Y cuántas veces asistimos al escándalo de personas que van a la Iglesia y están allí todo el día, o van todos los días, y después viven odiando a los demás o hablando mal de la gente! Mejor no ir a la Iglesia; vive así, como si fueras ateo. Pero si vas a la Iglesia, vive como hijo, como hermano y da un testimonio verdadero, no un contra-testimonio”.

La primera afirmación pone en entredicho la correcta interpretación del dogma de la Inmaculada Concepción. 

La segunda se opone a las enseñanzas de muchísimos pontífices que han proclamado la incompatibilidad entre el concepto de revolución y la fe cristiana. 

La tercera es un enredo de graves cuestiones teológicas y pastorales que necesitan ser descifradas con un fino trabajo de exégesis que, sin embargo, ningún fiel es capaz de hacer. 

De aquí el “conflicto de las interpretaciones” y el desconcierto de tantos que -en cambio- esperan del Papa pocas palabras y claras. Para confundirnos, dicen, ya estamos nosotros.

La tercera afirmación referida a los ateos y a los incoherentes frecuentadores de la misa está, entre otras cosas, en contradicción con otras enseñanzas del mismo Francisco

Es conocida -y discutida- la afirmación de la Evangelii gaudium recogida en la famosa nota 351 de Amoris laetitia, según la cual “la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino una ayuda para los débiles”. Siempre que sea así, no se comprende por qué se supone que es mejor ser ateos antes que ir a la iglesia siendo cristianos incoherentes. Se pide aquí coherencia como requisito absoluto, mientras que, en nombre de una superior misericordia, a los divorciados que se vuelven a casar ya no se les pide la coherencia de vivir como hermanos según las indicaciones de Familiaris consortio 84.

De todas formas, la frase, incluso examinada por sí misma, presenta algunas sombras teológicas. El ateísmo, cuando es culpable, un tiempo era considerado pecado. Hoy, de hecho, ya no es así, pues se piensa que Dios se revela en todos los hombres, y por tanto, en los ateos también. Esta es la razón por la que se conceden las iglesias a las cátedras de los no creyentes y se les permite enseñar (en la iglesia) que Dios no existe. 

El ateísmo es la situación del hombre que, conscientemente, rechaza a Dios. ¿Cómo es posible que semejante situación de vida sea preferible a la de quien acude a la iglesia aun sin conseguir, después, ser completamente cristiano en la vida práctica? De este modo la coherencia se convierte en criterio de valoración en lugar de ser contenido de verdad

Un ateo coherente sería preferible a un cristiano incoherente. Puede ser correcto criticar la hipocresía, aunque hoy en día (seamos serios…), ¿cuántos van a la iglesia a diario “para ser admirados por los demás”? Es problemático indicar la coherencia del ateo como alternativa.

La frecuencia con la que el Papa Francisco pronuncia frases problemáticas como estas confirma un cambio significativo del lenguaje pontificio en el que, desde hace tiempo, se centran estudiosos y observadores.

El ejemplo máximo de este nuevo código de comunicación es Amoris laetitia

- Se trata de un lenguaje deliberadamente impreciso, alusivo, evocativo, difuminado, volátil y ondeante

- Un lenguaje que formula preguntas sin respuestas, contraposiciones dialécticas sin síntesis, polaridades sin combustión y que, a menudo, utiliza frases del tipo “sí…pero”, donde el “pero” introduce no sólo atenuantes, sino también excepciones. 

- Es un lenguaje por imágenes más que por conceptos y que tiene una problemática interpretación teológica: la doctrina como piedras lanzadas, la tradición que no es un museo, el pecado que es llamado fragilidad, el confesionario que no debe ser una sala de tortura… 

- Es un lenguaje que no cierra sino que abre; que no especifica, pero que plantea preguntas; que no confirma, pero hace que surjan dudas. Un lenguaje “en tensión”, histórico, biográfico, existencial, dinámico, que procede por contraposiciones y contradicciones, y que inquieta.

La cuestión principal ante estos cambios evidentes sobre los que, repito, ya se han escrito libros y libros, es si tras este cambio de lenguaje hay, también, una transformación de la concepción del papado mismo

El lenguaje nunca es solo lenguaje. Cuando se utilizan palabras nuevas para indicar las cosas de antes significa que ha nacido una nueva doctrina que las ve de manera diferente.

Esto significa que si se quiere que nazca una nueva manera de pensar hay que hablar de forma diferente. Y, en este sentido, el lenguaje del Papa Francisco es la radicalización coherente del paso, que comenzó con el Vaticano II, de la doctrina a la pastoral, de la naturaleza a la historia, de la metafísica a la hermenéutica.

Y esto no podía no terminar incluyendo también el papel del papa en la Iglesia.

Stefano Fontana 

traducido por Isabel Matarazzo para InfoVaticana.

Cardenal Marx: “La verdad no es definitiva” (Carlos Esteban)



Los obispos alemanes se disponen a ‘reflexionar’ sobre la pervivencia del celibato eclesiástico antes incluso de que se cuestione en el Sínodo de la Amazonía de este año, y su presidente, el cardenal Marx, les anima a que arriesguen recordando que “nuestra tradición aún no está completa”.

Todo el mundo sabe que, en esta nueva Iglesia que atiende especialmente a las periferias, es la iglesia nacional alemana la que marca el ritmo de esa ‘actualización’ o adaptación de la Iglesia al mundo que parece haberse fijado el Papa Francisco como programa esencial de su pontificado. Y, dentro de la iglesia alemana, el presidente de su conferencia episcopal y miembro del consejo de cardenales que asesora al Papa, el cardenal Reinhard Marx, Arzobispo de Munich y Freising.

Y lo que toca renovar este año, en concreto en el llamado Sínodo de la Amazonía, es el celibato eclesiástico. Renovar, se entiende, en el sentido de abolir, al menos su obligatoriedad. Pero el alemán parece querer adelantarse al sínodo con un ‘seminario’ que preparan los obispos teutones para estudiar, precisamente, esta molesta reliquia de la iglesia medieval.

En su homilía en la misa de Año Nuevo en la Catedral de Nuestra Señora en Munich, Marx dijo que la Iglesia debe, “a la luz del fracaso” que pone de manifiesto la crisis de abusos sexuales en el clero, modificar la tradición en respuesta a los cambios de los tiempos modernos. Dado que en la abrumadora mayoría, por encima del 80%, de los casos denunciados de abusos la víctima es un varón, normalmente adolescente, uno se preguntaría cómo podría el fin del celibato solventar la situación, salvo que Su Eminencia pretenda que la Iglesia apruebe al mismo tiempo el matrimonio ‘paritario’ sacramental.

Si les suena herético esto que les digo, les recuerdo que no debemos ser cristianos obsesionados con los puntos de doctrina, como nos ha aleccionado Su Santidad, ni hacer “de la verdad un ídolo”. O las palabras del superior de los franciscanos, que en una de las ruedas de prensa del pasado Sínodo de la Juventud aseguró que el ‘cambio’ era la nota principal de la Iglesia Católica. En esa línea, Marx añadió en su homilía que “ha llegado la hora de comprometernos profundamente para abrir el camino de la iglesia a la renovación y la reforma. La evolución en la sociedad y las demandas históricas han hecho que las tareas y la urgente necesidad de renovación sean claras”.

Si en otro tiempo la doctrina de la Iglesia Católica se conoció como roca de tormentas, que se mantiene igual a sí misma mientras todo cambia a su alrededor, hoy vivimos lo que el periodista Vittorio Messori llamó “Iglesia líquida”, cambiante con las modas ideológicas del mundo, desde que ese acercamiento se hizo explícito y se consideró deseable en el Concilio Vaticano II, de cuyas postrimerías vivimos con Francisco una fase de vertiginosa aceleración.

Y Marx parece ser el hombre que mejor lo ha entiendo. “La verdad no es definitiva”, ha dicho. “Podemos reconocerla más profundamente en el camino compartido de la Iglesia”. Y, naturalmente, si la verdad no es definitiva, el resultado de las ‘reflexiones’ en torno a la obligatoriedad del celibato eclesiástico no pueden dejar lugar a muchas dudas. “Convertíos a un nuevo modo de pensar”, alecciona el cardenal. “Arriesgarse a este nuevo pensamiento es importante al final del año y al comienzo de un nuevo año, no es un vuelo hacia la retórica del pasado. Naturalmente, tenemos una gran tradición, pero esta no es una tradición completa. Es un camino hacia el futuro “.

Carlos Esteban

Discurso del Papa Francisco a la Curia romana en las Navidades de 2018 (6) [UN MAGISTERIO DIFERENTE] (José Martí)



FRANCISCO - También hoy hay «ungidos del Señor», hombres consagrados, que abusan de los débiles, valiéndose de su poder moral y de la persuasión. Cometen abominaciones y siguen ejerciendo su ministerio como si nada hubiera sucedido; no temen a Dios ni a su juicio, solo temen ser descubiertos y desenmascarados. Ministros que desgarran el cuerpo de la Iglesia, causando escándalo y desacreditando la misión salvífica de la Iglesia y los sacrificios de muchos de sus hermanos. Los pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el rostro de la Iglesia socavando su credibilidad

Lo que dice el Santo Padre es perfecto y refleja, al menos, parte de la realidad penosa por la que atraviesa hoy la Iglesia ... pero no deja de llamarme la atención el hecho de que sea él, precisamente, quien pronuncie esas palabras. Y digo esto porque en lo poco que he ido percibiendo durante estos seis años ... y habiendo ahora oído lo que dice, no puedo evitar que se me pase por la mente que, con ellas, se está refiriendo a sí mismo ... al menos en lo que se refiere a "desgarrar el cuerpo de la Iglesia". 
Por supuesto que puedo equivocarme (y casi con toda seguridad lo esté en lo que concierne a sus intenciones, que sólo Dios conoce) pero veo lo que ocurre ... y la aplicación de la lógica me lleva a esa conclusión. Pues es un hecho que tal "desgarramiento de la Iglesia", aunque no es nuevo, nunca se había manifestado con tanta intensidad y rapidez como ahora, desde que Francisco tomó posesión del Trono de san Pedro, hace ya casi seis años. 
Para no repetir lo dicho ya en este blog en otras ocasiones, enlazo a unas pocas entradas (por poner algunas). Los hechos son incontrovertibles.
Cuatro años después: reflexiones sobre un pontificado sin precedentes (Steve Skojec) 5 septiembre 2017
Consejos vendo que para mí no tengo (11)"Podéis criticarme. No es pecado" -dice Francisco- ... Muy bien: pues atreveos a criticarlo ... y veréis lo que
 ocurre (José Martí) 3 diciembre 2018
El cambio de paradigma del papa Francisco. ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? (Roberto de Mattei) 7 diciembre 2018
Francisco socava la credibilidad del papado (padre Brian Harrison) 31 diciembre 2018

Afirma De Mattei que el pontificado de Francisco está en discontinuidad con la Tradición de la Iglesia que, aunque acusada de fariseísmo, de inmovilidad y de legalismo, no ha sofocado, sin embargo, la llama de la Tradición en la Iglesia.
En sus casi seis años de Pontificado, estamos observando el modo de actuar de Francisco ( ... o de dejar de actuar, como en los casos de las Dubia de los cuatro cardenales y en el caso del testimonio Viganò, en los que ha guardado silencio) ... con el claro propósito (¡nunca confesado, pero manifestado en los hechos!) de cambiar lo que ha sido siempre la Iglesia (de dos mil años de Tradición) por "otra Iglesia" diferente, una "Iglesia"  que no sólo sea aceptable por el mundo, sino que se haga -ella misma- "mundana", una "Iglesia" que sea conforme a su propia idea personal de lo que -según él- tiene que ser la Iglesia, una Iglesia "modernista", en definitiva (cuando sabemos muy bien que, al decir del papa san Pío X, en su encíclica Pascendi,  "el modernismo es la suma de todas las herejías" ) ... una Iglesia, por lo tanto, en la que Dios deje de "trascender" al hombre, y sea el hombre, en su "inmanencia" (pues todo queda reducido a este mundo) lo único que importa: él será quien decida acerca de lo que es bueno y de lo que no lo es. Se cambia la Religión de Dios por la "religión del hombre" (si es que tiene sentido hablar así) ... y se vuelve a caer, otra vez más, en la vieja tentación, relatada en el libro del Génesis, del "seréis como Dios" (Gen 3, 5)

Hay un problema, sin embargo. Y es que la "idea" que (al menos, aparentemente) tiene Francisco" sobre la Iglesia ( una "idea" nunca confesada ni expresada como tal, claro está) no coincide con la idea de Iglesia de Jesucristo, Fundador de la única y verdadera Iglesia ... 
¡y ante el cual ni siquiera se arrodilla! 

Francisco contradice el Magisterio anterior de la Iglesia en bastantes puntos, puntos que ni siquiera deberían haber sido planteados (como es el caso de la posibilidad de dar la sagrada comunión a los divorciados vueltos a casar, entre muchísimos otros ejemplos). Cuando habla Francisco, da la impresión de que todos los Papas anteriores a él [incluso el mismo Jesucristo: véanse, por ejemplo, las diferentes ideas que ambos tienen sobre el matrimonio y el adulterio] han estado equivocados. Ha tenido que venir él  y llegar al Pontificado para poner "claridad" y la "correcta interpretación", aun cuando lo que diga suponga una ruptura con el Magisterio anterior ... ¡el único Magisterio "que vale" es el que coincide con lo que él piensa y dice ... incluso -y, sobre todo- cuando improvisa, lo que suele ser bastante frecuente en él. ¡Evidentemente, todo esto es un disparate, que no tiene ningún sentido!  La Iglesia es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana ... y no ha sido él quien la ha fundado.


Es imposible que Dios haya permitido que su Iglesia haya estado equivocada durante dos mil años, hasta la venida de Francisco: es un sinsentido. El Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia a lo largo de veinte siglos, y son muchos los santos y los mártires que han preferido morir antes que renegar de Jesucristo, el único de quien proviene la salvación: no hay otro.


¿Por qué en las homilías de santa Marta, por ejemplo, así como en entrevistas y en otras manifestaciones de distinto tipo, no deja de insultar a los pocos cristianos que viven conforme a la Tradición, a los que tacha -incluso- de hipócritas, dando la impresión de que sería 
preferible que fueran ateos? ¿No tendría más bien que alentarlos a la conversión?  (a aquellos pocos entre los poquísimos cristianos que van todavía a misa)

Ciertamente, Francisco pretende operar un cambio radical en la Doctrina de la Iglesia (los adúlteros pueden comulgar, la pena de muerte es totalmente inadmisible, en todos los casos, etc...) 
con una serie de medidas que aplica conforme a su pensamiento personal (contrario a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre

Por las razones que sean (y que ignoro) no soporta nada que suene a tradicional, como lo ha demostrado sobradamente, hasta en nimiedades,   y "parece" que todo su afán consiste en suprimir esta Tradición eclesial de dos mil años. Por otra parte, no condena la homosexualidad de un modo explícito. Todo lo contrario: se rodea de obispos y cardenales pro-homosexuales ( 
aquí y aquí), algo que es inconcebible en la Iglesia católica de toda la vida. Los tales deberían de ser expulsados de la Iglesia. Y no sólo no los expulsa sino que son encumbrados a los más altos puestos de responsabilidad dentro de la Jerarquía.


Por todas estas cosas -que son hechos- es por lo que me ha llamado mucho la atención las verdades, como templos, que ha dicho ... ¡porque es muy verdad lo que dice!  El problema es el siguiente: Para conocer al verdadero Francisco, ¿adónde tenemos que acudir? ¿A sus dichos? Los hay completamente ortodoxos, pero también los hay heterodoxos. ¿Cómo diferenciarlos? Tenemos que aprender a discernir, conforme a verdad.  San Pablo decía:
"Probadlo todo, quedaos con lo bueno" (1 Tes 5, 21). Ahora bien: para conocer lo bueno tenemos que estar muy bien informados y conocer bien nuestra propia Doctrina, de modo que no seamos engañados. Eso por una parte. Y en cualquier caso, para no fallar en nuestro discernimiento, nada hay mejor que atenerse a las palabras de Jesús: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20). Son los frutos -y no otra cosa- lo que revela el verdadero pensamiento de las personas: esto vale para todos, incluido también el papa Francisco.


La verdad completa sólo es conocida por Dios. En ese sentido, las palabras "no juzguéis y no seréis juzgados" (Lc 6, 37) debemos de grabarlas muy bien en nuestra mente y en nuestro corazón: todos somos pecadores. Es más, como dice San Pablo:  
"el que piense estar en pie, que tenga cuidado de no caer" (1 Cor 10, 12). Él es -y sólo Él- quien nos juzgará ... ¡a todos!. 


A la vista de lo cual, nuestra actitud sólo puede -y debe- ser la de mantenernos siempre vigilantes, y máxime en esta época de tremenda oscuridad, sin perder de vista la meta, que es Jesucristo. A Él sólo podremos alcanzarlo en el seno de la verdadera Iglesia, es decir, la que Él fundó y que conocemos muy bien por la Tradición: "Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8). "... Y ahora vuelvo a decirlo: si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema!" (Gal 1, 10).


De manera que cuando yo hablo aquí del papa Francisco, no lo estoy juzgando. Hago uso de mi capacidad de razonamiento y tomo como base las Sagradas Escrituras, interpretadas correctamente por el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, que han sido siempre las mismas. Nunca un magisterio posterior puede anular el Magisterio anterior. Todo lo más, profundizar en él, pues la Iglesia es viva y crece, pero siempre permaneciendo fiel a su propia identidad: cualquier otro cambio no es de Dios sino que procede del Maligno. La Palabra de Dios está por encima de todo juicio particular: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29) ... incluso aun cuando esos hombres aparezcan como sus representantes ... si lo que dicen contradice el Evangelio y la Tradición. Esto es algo que tampoco debemos olvidar y que está en consonancia con lo que decía el gran san Agustín: "Debemos odiar el pecado y amar al pecador". Así es: eso es lo propio de un cristiano. En este caso, se podría decir: "Debemos amar al Papa, y de una manera muy especial, pues es el Vicario de Cristo en la tierra; pero no podemos comulgar con todo lo que diga, cuando lo que diga sea contrario al sentir de la Iglesia de siempre. Si lo hiciéramos estaríamos ofendiendo a Dios e incumpliendo sus mandamientos. De los posibles errores del Santo Padre sólo él es responsable ... pero nosotros no nos podemos escudar en ellos para justificarnos. No, de nuestros errores sólo nosotros somos los responsables. Por eso debemos amar al Papa, a quien debemos respeto y cariño, pero no debemos aceptar todo lo que diga: sólo si está en conformidad  con la Doctrina Católica ... en este caso tenemos la obligación grave de obedecer ... ¡pero sólo en este caso!

El estudio y la transmisión de la recta Doctrina a nuestros hijos y a todo aquel que nos pregunte, así como la oración constante y confiada son las únicas armas de las que disponemos los cristianos para poder vencer al Maligno, que es nuestro auténtico Enemigo ... lo que nos dará la fortaleza y el ánimo necesarios para seguir adelante, con alegría, en la búsqueda del Señor, sabiendo que contamos con la ayuda y la intercesión de nuestra Madre, la Virgen María: ésta es la razón, más que suficiente, por la que no podemos desanimarnos en ningún momento, por muy grande que sea la oscuridad así como las contrariedades o persecuciones con las que, necesariamente, nos vamos a encontrar. No estamos solos en esta batalla por mantenernos siempre unidos al Señor ... Y eso es consolador.
José Martí (continuará)