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viernes, 23 de septiembre de 2022

Cardenal Brandmüller: “Las decisiones del camino sinodal alemán son una apostasía masiva” (Carlos Esteban)



Walter Brandmüller, cardenal alemán y uno de los dos supervivientes de los firmantes de los Dubia nunca respondidos sobre Amoris laetitia, ha calificado las decisiones adoptadas por sus compatriotas en el episcopado de “apostasía en masa”.

En declaraciones públicas recogidas por LifeSiteNews, el anciano cardenal alerta sobre las decisiones que se han adoptado recientemente en la asamblea sinodal alemana, que ha aprobado la homosexualidad , la ordenación de mujeres y la fluidez de género, calificándolas directamente de apostasía.

En su declaración, Brandmüller señala que las decisiones de los obispos alemanes, la mayoría de los cuales apoyaban las declaraciones heréticas, “contradicen diametralmente las enseñanzas de las Sagradas Escrituras y la Tradición Apostólica”. Se pregunta si se han olvidado de los juramentos que hicieron en su ordenación sacerdotal y luego en su consagración episcopal. Las recientes decisiones de la asamblea alemana revelan para él “una concepción de la Iglesia, de la doctrina de la fe y la moral, que está a años luz de la auténtica proclamación de la fe de la Iglesia”.

El Camino Sinodal alemán parece pensar que puede adaptarse al zeitgeist de su tiempo, olvidando la revelación de Dios.

Al Cardenal Brandmüller, esta actitud le recuerda a “esa rebelión del hombre contra su Creador, como la toma fatal del fruto del Árbol Prohibido, que en el curso de la historia humana se ha repetido una y otra vez, y en formas siempre nuevas, y ha resultado en ríos de sangre y lágrimas.”

Como historiador de la iglesia, el prelado de 93 años también ve un paralelo con las luchas de los siglos IV y V d.C. , “cuando la mayoría de los obispos orientales de la herejía arriana negaban la divinidad de Jesús, mientras que San Atanasio , perseguido por ellos, fue expulsado varias veces de su sede episcopal o tuvo que huir”. Pero también advierte a los obispos alemanes y a los laicos de las consecuencias de la herejía cuando agrega: “Pronto, los ejércitos del profeta de La Meca cayeron sobre estas iglesias, dejándolas en humo y ruinas…”.

Carlos Esteban

viernes, 7 de mayo de 2021

Cardenal y obispos lanzan el Día Internacional de la Reparación (Contra los obispos desviados)



El cardenal de Hong Kong, Joseph Zen, el obispo auxiliar de Astana, Athanasius Schneider y el obispo auxiliar jubilado de Chur, Marian Eleganti, publicaron junto con 15 sacerdotes y decenas de intelectuales un llamamiento datado el 5 de mayo, en el que se critica al Sínodo alemán en curso.

Califican las ideas del sínodo de “descaradamente contrarias” a la doctrina católica, diciendo que entre sus errores se encuentra el ataque al matrimonio y al sacerdocio, porque quieren imponer “uniones sodomíticas” y “sacerdotes casados y mujeres”.

Los firmantes observan que el clero alemán, salvo contadas excepciones, se está apartando de la Iglesia. El llamamiento se refiere a la próxima “bendición homosexualista” del 10 de mayo en toda Alemania, que es apoyada abiertamente por 2.500 sacerdotes y agentes de pastoral y más o menos abiertamente por la mayoría de los obispos: “El camino sinodal alemán tiende cada día a convertirse en un paso hacia el cisma declarado y la herejía”.

El llamamiento pide a Francisco (¡!) que ponga fin a “estas derivaciones” del Sínodo alemán y que aplique “sanciones canónicas” -aunque en la Iglesia del Novus Ordo las sanciones sólo se utilizan contra los católicos, nunca contra los liberales heterodoxos:

Como medida inmediata, el llamamiento proclama el 10 de mayo como Día Internacional de Oración y Reparación contra las ofensas y sacrilegios cometidos por los desviados obispos alemanes.

Los católicos están llamados a rezar las Letanías del Sagrado Corazón. El sacerdote celebrará la Missa pro remissione peccatorum.

domingo, 4 de abril de 2021

Cardenal Walter Brandmüller: «Quieren el sacerdocio femenino, el cisma en Alemania ya ha comenzado»

 SECRETUM MEUM MIHI


Aparece hoy una entrevista en Il Messaggero con el presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas, el cardenal Walter Brandmüller. Esta es una traducción, con algunas adaptaciones, de Secretum Meum Mihi.

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«¿El cisma en Alemania? De hecho ya ha iniciado. Técnicamente podemos hablar del cisma cuando hay en acto un proceso que lleva a desprenderse de la comunión jerárquica, del Papa». El cardenal Walter Brandmüller, presidente emérito del Pontificio comité de Ciencias históricas, gran conocedor de las dinámicas de la Iglesia, tiene pocas dudas de lo que está ocurriendo. «El cisma, en pobres palabras, es la negación de la comunión jerárquica al obispo o al Papa, cosa que está sucediendo ante nuestros ojos, basta con mirar las declaraciones o posiciones tomadas por muchos obispos alemanes».

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Desde hace tiempo se solicitan reformas sustanciales, por ejemplo en el frente del celibato sacerdotal, de la ordenación femenina y también, últimamente, la bendición de las parejas homosexuales...

«La demanda más urgente de estas reformas nace sobre todo de los funcionarios del catolicismo organizado, de los movimientos, del Comité Central de católicos alemanes que entonces son para la abrumadora mayoría dependientes de las estructuras eclesiásticas porque, no olvidemos, que la Iglesia católica es el segundo mayor empleador después del Estado en Alemania. Para volver a lo del cisma hay que tener cuidado de no confundir dos aspectos, el cisma y el disenso a nivel doctrinal respecto a la doctrina, porque en este caso se trata de herejía. En el caso alemán tenemos ambos aspectos».

Tal vez sea solo una fase de crisis pasajera...

«En mi opinión, la situación en Alemania está comprometida porque no solo existe la negación de la comunión jerárquica, sino también el disenso en el plano magisterial. A veces puede haber disensos que no implican necesariamente un cisma. Este caso, en cambio, es todo nuevo y en mi opinión preocupante».

¿Podría amplificarse aún más la distancia con Roma?

«Como le decía: en este caso también tenemos disensión dogmática sobre las verdades de la fe. Lo que implica el delito de herejía. Lo que ocurre en Alemania es cisma y herejía desde un punto de vista dogmático».

¿Por han llegado a tanto, según Usted?

«Hace tiempo que piden el sacerdocio femenino, la comunión para los divorciados vueltos a casar, la aceptación de la homosexualidad, la bendición de las parejas homosexuales. Es un deslizamiento sobre las posiciones protestantes, tal vez quieran una Iglesia unida con los protestantes».

¿Y la cuestión sobre el celibato sacerdotal?

«Aunque no se trata de una cuestión doctrinal, se trata siempre de una tradición apostólica. Inaceptable».

¿Quién, según Usted, se unirá a este cisma?

«No sabría con precisión. Pero puedo decir con certeza que la mayoría de los católicos alemanes son indiferentes a todo esto. Tenemos una sociedad altamente secularizada, la participación en la misa dominical se refiere como máximo al 10 por ciento de la gente. Los que se adhieren a las tesis progresistas son personas vinculadas al Comité Central católico pero la mayoría de los fieles son indiferentes, créame. El secularismo galopa rápido y la distancia de los fieles a la Iglesia se ha incrementado».

Técnicamente, ¿cuándo comienza un cisma?

«Es un proceso. No hay un solo acto. Los cismas históricos se han materializado a lo largo del tiempo a partir de que ya no se reconocía la autoridad del Papa y de la jerarquía. El comienzo de un acto cismático es éste, luego las formas se realizan de otra manera. Por ejemplo, el gran cisma de occidente de 1054 no fue el resultado de un único momento. No se cristalizó en una fecha determinada, sino que fue un proceso formalizado a finales del siglo XII».

Y luego también estaba Lutero...

«Esa era una herejía, más que un cisma. Lutero negaba los dogmas fundamentales, rechazaba los sacramentos excepto el bautismo y la Eucaristía. En cualquier caso, es difícil contar los cismas de la historia. En la Iglesia antigua, por ejemplo, fueron muchos y luego a lo largo de los siglos han ido disminuyendo».

¿Y el cisma de Lefebvre?

«Los lefebvrianos son muy fieles pero no reconocen los desarrollos del Vaticano II que, en mi opinión, se ha malinterpretado en el sentido de que no distinguen entre el valor dogmático y vinculante de las cuatro constituciones dogmáticas y de esos textos de contenidos disciplinarios prácticos que son de carácter pastoral jurídico y que, por tanto, están sujetos al cambio de la historia».

Pero, ¿no cree Usted que es correcto asignar a la mujer en la Iglesia un peso mayor del que siempre ha tenido hasta ahora, es decir, casi cero?

«En el futuro, las mujeres pueden jugar un papel de gran importancia. Pueden ser responsables de las finanzas de la Iglesia, por ejemplo. Pueden dirigir el IOR pero no pueden ocupar el cargo de secretario de Estado o prefecto de congregación porque la ordenación sacerdotal es indispensable. Pueden ocupar roles de vértice en todos los roles donde se trate de una consecuencia del orden sagrado».

¿Seguirá siempre la Iglesia siendo tan machista?

«La Iglesia tiene dos niveles, el dogma de los sacramentos y su posición en la sociedad actual. La mujer podrá tener posiciones de vértice en el segundo campo, sin ningún problema. Pero nunca podrá ser sacerdote, obispo...»

¿Ni tampoco cardenalesa?

«Hay un debate. Pero la elección del Papa en el cónclave es un acto del más alto ministerio pastoral vinculado al sacramento del orden».

Pobres mujeres, siempre al márgen...

«Los hombres somos mucho más pobres, piense que nunca podremos parir...»

Franca Giansoldati

lunes, 29 de marzo de 2021

Cardenal Sarah: Altares de la basílica de San Pedro están condenados a muerte



El cardenal Sarah pide a Francisco que retire su reciente decreto contra las Misas en la basílica de San Pedro. Al escribir en el blog de Sandro Magister, Sarah se suma explícitamente a las voces de los cardenales Burke, Müller y Brandmüller.

Para él, las normas “violan tanto el sentido común como las leyes de la Iglesia”. Sarah apoya la evidente posición teológica de que una Misa concelebrada reduce el don de la gracia en comparación con varias Misas individuales.

Él advierte “violencia” en la redacción del ukase de Francisco que exige brutalmente que se “supriman” las celebraciones individuales. Sarah no nota un “espíritu de acogida” para los sacerdotes que antes, durante siglos, pudieron celebrar en San Pedro.

El cardenal observa que el coronavirus hace menos prudente la concelebración, y resalta el carácter provincial de la decisión que impone que todas las concelebraciones se realicen sólo en italiano y siguiendo el Novus Ordo.

Sarah recuerda que todos los altares en la basílica de San Pedro contienen las reliquias de santos, pero que ahora ya no es posible celebrar en esos altares: “En este sentido, esos altares están casi condenados a muerte” y reducidos a “meras obras de arte”.

“Esos altares, en cambio, deben vivir, y su vida es la celebración diaria de la Santa Misa”, enseña Sarah lo obvio.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Cardenal alemán dirige preguntas inofensivas a una herejía dura

 ES NEWS


El cardenal Walter Brandmüller, de 91 años, enfrentó al obispo Georg Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, con preguntas muy cautelosas, después de que Bätzing pidiera la ordenación de mujeres.

Brandmüller pretendía ser ingenuo frente al sitio web Kath.net el 30 de diciembre, preguntando si Bätzing había elaborado realmente esas declaraciones.
“¿Usted dijo realmente, en contradicción con la tradición inquebrantable de la Iglesia y a pesar de la declaración definitiva e infalible de San Juan Pablo II, que la ordenación de mujeres al diaconado y al sacerdocio era posible, e incluso deseable?”
Si lo hizo, entonces el cardenal recuerda que Bätzing hizo un juramento de lealtad a la doctrina y disciplina de la Iglesia antes de ser consagrado obispo: “¿Cómo quiere explicar esta contradicción entre entonces y ahora?”.

Brandmüller se justifica diciendo que hubiera preferido dirigirse a Bätzing en privado. Pero dado que Bätzing contradecía la enseñanza de la Iglesia en público, necesitaba una respuesta pública.

lunes, 10 de agosto de 2020

Vaticano II y el Calvario de la Iglesia (Padre Lanzetta)



Aquí está el reciente discurso del padre Serafino Lanzetta, en el contexto del reavivado debate sobre el Vaticano II [ ver índice ], muy recomendado por Peter Kwasniewski al final de su artículo [ aquí ] como una de las mejores intervenciones: un ejemplo de discusión equilibrada y profundidad de pensamiento requerido por la severidad del tema.

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Artículo de interés (aunque está en inglés) Why Vatican II cannot simply be forgotten, but must be remembered with shame and repentance (Peter Kwasniewski)

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Recientemente se ha reavivado el debate sobre la correcta interpretación del Concilio Vaticano II. Es cierto que todo concilio trae consigo problemas de interpretación y muchas veces abre otros nuevos en lugar de resolver los que se han planteado. El misterio siempre lleva consigo una tensión entre lo dicho y lo indecible. Baste recordar que la consustancialidad del Hijo con el Padre del Concilio de Nicea (325), contra Arrio, se estableció de manera incondicional sólo sesenta años después con el Concilio de Constantinopla (385), cuando también se definió la divinidad del Espíritu Santo. 

Llegando a nosotros, unos sesenta años después del Concilio Vaticano II, no tenemos la aclaración de alguna doctrina de fe, sino un enturbiamiento adicional. La Declaración de Abu Dhabi (4 de febrero de 2019) [ ver índice] establece con total certeza que Dios quiere la pluralidad de religiones como quiere la diversidad de color, sexo, raza e idioma. Según el Papa Francisco, en el vuelo de regreso tras la firma del documento, "desde el punto de vista católico, el documento no pasó ni un milímetro más allá del Concilio Vaticano II". Sin duda, se trata de un vínculo más simbólico con el espíritu del Consejo que resuena en el texto de la Declaración sobre la Hermandad Humana. Sin embargo, existe un vínculo y ciertamente no es el único con lo eclesial de hoy. Una señal de que entre el Concilio de Nicea y el Vaticano II hay una diferencia que hay que tener en cuenta.

La hermenéutica de la continuidad y la reforma nos ha dado la esperanza de poder leer las nuevas doctrinas del Vaticano II en continuidad con el magisterio anterior en nombre del principio según el cual un concilio, si se celebra con las debidas normas canónicas, es asistido por el Espíritu Santo. Y si no ves la ortodoxia, búscala. Mientras tanto, sin embargo, surge aquí un problema no secundario. Confiar en la hermenéutica para resolver el problema de la continuidad ya es un problema en sí mismo. In claris non fit interpretatio, dice un conocido adagio, que si no se demostrara la continuidad con la interpretación, no habría necesidad de la hermenéutica como tal. La continuidad no es evidente, pero debe demostrarse o más bien interpretarse. Desde el momento en que se utiliza la hermenéutica, entramos en un proceso creciente de interpretación de la continuidad, un proceso envolvente que no se detiene. Mientras haya intérpretes también estará el proceso interpretativo y existirá la posibilidad de que esta interpretación sea confirmada o negada por ser adecuada o perjudicial a los ojos del próximo intérprete.

La hermenéutica es un proceso, es el proceso de la modernidad que sitúa al hombre como existente y lo capta dentro del rango del ser aquí y ahora. Un eco de esto es el problema del Concilio que intenta dialogar con la modernidad, que a su vez es un proceso existencial que no puede resolverse fácilmente en los círculos hermenéuticos. Si nos apoyamos únicamente en la hermenéutica para resolver el problema de la continuidad, corremos el riesgo de enredarnos en un sistema que coloca la continuidad como existente (o en el lado opuesto de la ruptura), pero que en realidad no la alcanza. Y no parece que lo hayamos alcanzado hoy, casi sesenta años después del Vaticano II. No hace falta una hermenéutica que nos dé garantía de continuidad, sino un primer principio que nos diga si la hermenéutica utilizada es válida o no: la fe de la Iglesia.

La hermenéutica de la continuidad nos deja oír algunos crujidos desde el principio; más recientemente parece que el propio Joseph Ratzinger se ha distanciado un poco. De hecho, en sus notas relativas a las raíces del abuso sexual en la Iglesia [ aquí ] (publicadas exclusivamente para Italia por Corriere della Sera , 11 de abril de 2019), el Concilio Vaticano II es cuestionado repetidamente. Con más libertad teológica y no a título oficial, Benedicto XVI apunta a una especie de biblicismo que emana de Dei Verbum la principal raíz doctrinal de la crisis moral de la Iglesia. En la lucha emprendida en el Concilio, trató de liberarse del fundamento natural de la moral para basarla exclusivamente en la Biblia. 

La estructura de la Constitución sobre la Divina Revelación -que no quiso mencionar el papel de la Traditio constitutiva , aunque estaba regida por Pablo VI- quedó reflejada en el dictado de Optatam totius16, que de hecho fue luego declinado con la sospecha de una moral pronto definida como "preconciliar", despectivamente identificada como manuales por derecho natural. Los efectos negativos de este reposicionamiento no tardaron en sentirse y aún están bajo nuestra asombrada mirada. En las mismas notas de Ratzinger también hay una denuncia de la llamada "conciliaridad" que se convirtió ende lo verdaderamente aceptable y proponible, hasta el punto de llevar a algunos obispos a rechazar la tradición católica. En los diversos documentos posconciliares que han tratado de corregir el juego, dando la correcta interpretación de la doctrina, nunca se ha considerado seriamente este problema teológico-fundamental inaugurado por la "conciliaridad", que de hecho se abre a todos los demás problemas y sobre todo se vuelve un espíritu libre que deambula y siempre sobresale del texto y sobre todo de la Iglesia. Se habló de ello durante el Sínodo de los Obispos de 1985, pero nunca se materializó en un claro distanciamiento.

El problema hermenéutico del Vaticano II está destinado a no acabar nunca si no abordamos un punto central y radical del que depende la clara comprensión de las doctrinas y su valoración magisterial. El Vaticano II se configura como un concilio con una finalidad puramente pastoral. Todos los concilios anteriores han sido pastorales en la medida en que afirmaron la verdad de la fe y lucharon contra los errores. El Vaticano II, con un propósito pastoral, elige un nuevo método, el método pastoral que se convierte en un verdadero programa de acción. Al declararlo varias veces, pero sin dar nunca una definición de lo que significa "pastoral", el Vaticano II se sitúa así de una manera nueva con respecto a los otros concilios. Es el consejo pastoral que más que ningún otro ha propuesto nuevas doctrinas, pero habiendo optado por no definir nuevos dogmas, ni para reiterar nada de manera definitiva (quizás la sacramentalidad del episcopado, pero no hay unanimidad). El pastoralismo preveía una ausencia de condena y una indefinición de la fe, pero solo una nueva forma de enseñarla para el tiempo de hoy. Una nueva forma que influyó en la formación de nuevas doctrinas y viceversa. Un problema que sentimos hoy con toda su virulencia, cuando preferimos dejar de lado la doctrina por motivos pastorales, sin poder prescindir de enseñar otra doctrina.

El método pastoral (era un método) juega un papel primordial en el Concilio. Dirige la agenda conciliar. Establece lo que se va a discutir y rehace algunos esquemas centrales poco pastorales; omitir doctrinas comunes (como el limbo y la insuficiencia material de las Escrituras, reiteradas por la enseñanza ordinaria de los catecismos) porque aún están en disputa y abrazar y enseñar doctrinas muy nuevas que no gozaron de ninguna disputa teológica (como la colegialidad episcopal y la restauración del diaconado matrimonial permanente). De hecho, la pastoral llega a ascender al rango de constitución con Gaudium et Spes (estábamos acostumbrados a una constitución que era tal en relación a la fe), un documento tan cutre que incluso a Karl Rahner se le ponen los pelos de punta, quien aconsejó al cardenal Döpfner que el texto declarara su imperfección desde el principio. Esto se debió principalmente a que el orden creado no parecía dirigido a Dios, pero Rahner fue el promotor de una pastoral trascendental.

Así, el Consejo se planteó el problema de sí mismo, de su interpretación, y esto no partiendo de la fase receptiva, sino a partir de las discusiones en la sala del Consejo. Comprender el grado de calificación teológica de las doctrinas conciliares no fue una empresa fácil para los mismos Padres, que repetidamente hicieron una solicitud a la Secretaría del Concilio. La pastoralidad entra entonces también en la redacción del nuevo esquema sobre la Iglesia. Para muchos Padres el misterio de la Iglesia (aspecto invisible) era más amplio que su manifestación histórica y jerárquica (aspecto visible), y esto hasta el punto de considerar una no co-extensividad del Cuerpo Místico de Cristo con la Iglesia Católica Romana. ¿Dos iglesias yuxtapuestas? ¿Una Iglesia de Cristo por un lado y la Iglesia Católica por el otro? Este riesgo no surgió del intercambio verbal con el " subsistit in”, Pero fundamentalmente por haber renunciado a la doctrina de los miembros de la Iglesia (pasamos de membris a de populo ) para no ofender a los protestantes, miembros imperfectos. Hoy parece que todos pertenecen más o menos a la Iglesia. Si hiciéramos una pregunta: "¿Creen los Padres que el Cuerpo Místico de Cristo es la Iglesia Católica?", ¿Qué responderían muchos? Varios Padres conciliares dijeron que no, por eso estamos donde estamos.

El espíritu del Concilio nació por tanto en el Concilio. Se cierne sobre el Vaticano II y sus textos; Suele ser reflejo de un espíritu pastoral no claramente identificable, que construye o derriba en nombre de la conciliaridad, es decir, muchas veces del sentimiento teológico del momento que más arraigó porque la voz del hablante era más fuerte, no tanto a través de los medios de comunicación, sino en el aula. y en la Comisión Doctrinal. Una hermenéutica que no lo advierte acaba cediendo su lado a un problema aún hoy sin resolver: el Vaticano II como absoluto de fe, como identidad del cristiano, como paspartú en la Iglesia "posconciliar". La Iglesia está dividida porque depende del Concilio y no al revés. Esto puede generar otro problema.

Primero el concilio como absoluto de la fe y luego el papa como absoluto de la Iglesia son de hecho dos caras de la misma moneda, del mismo problema de absolutizar ahora uno, ahora el otro, pero olvidando que primero está la Iglesia, luego el Papa. con su magisterio papal y luego un concilio con su magisterio conciliar. El problema de estos días de un Papa visto como absoluto surge como un eco del concilio como ab-solutus y esto por el hecho de que se enfatiza como criterio clave de medida un espíritu conciliatorio, es decir, el acontecimiento superior a los textos y sobre todo al contexto. ¿Es una coincidencia que quienes intentan bloquear el magisterio de Francisco apelen constantemente al Vaticano II, viendo los motivos de la crítica en un rechazo al Vaticano II? Sin embargo, el hecho es que entre Francisco y el Vaticano II hay un vínculo más bien simbólico y casi nunca textual. Los papas del Concilio y del postconcilio son santos (o lo serán pronto) mientras la Iglesia languidece, sumida en un desierto silencioso. ¿Eso no nos dice nada?

En cuanto a las últimas posiciones adoptadas, paradójicamente, no me parece que las razones de Su Excelencia Monseñor Viganò y el Cardenal Brandmüller estén tan lejos. 

Viganò prefiere olvidar el Vaticano II; no cree que la corrección de sus doctrinas ambiguas sea una solución porque en su opinión en el Vaticano II hay un problema embrionario, un golpe modernista inicial que ha socavado no su validez sino su catolicidad. 

Brandmüller, en cambio, prefiere adoptar el método de lectura histórica de los documentos del Concilio, especialmente para aquellas doctrinas que son más difíciles de leer en línea con la Tradición. Esto le permite afirmar que documentos como Nostra aetate, al que Unitatis redintegratio y Dignitatis humanae , por ahora sólo tienen un interés histórico, también porque la interpretación correcta de su valor teológico fue dada por el magisterio posterior, especialmente por Dominus Iesus . 

Si Viganò prefiere olvidar el Concilio y Brandmüller sugiere historizarlo y así superarlo sin golpe, evitando una corrección magisterial ad hoc y dejando fuera la hermenéutica de la continuidad, parece que la distancia está en las modalidades. 

Sin embargo, se podría objetar que será difícil que con la hermenéutica historizadora sola, aunque necesaria, en un nuevo Enchiridion de los Concilios, actualizado a esta reciente discusión histórico-teológica, el Vaticano II aparece sólo como un concilio de interés histórico. Y nada evitará que un Abu Dhabi 2.0 se refiera explícitamente a Nostra aetate , ignorando Dominus Iesus nuevamente , o que Amoris laetitia se involucre en Gaudium et spes sin pasar por Humanae vitae . No hay que olvidar que la Escuela de Bolonia intentó hacer algo así con el Concilio de Trento, considerándolo ahora sólo un Concilio general y ya no ecuménico, de rango inferior desde el punto de vista teológico. El Vaticano II ciertamente no es Trento, sino solo desde el punto de vista teológico y no histórico.

También debemos ser conscientes de que la hermenéutica histórica, que deja el texto en su contexto y en las ideas del editor, se adapta bien al Vaticano II como un concilio pastoral plenamente inmerso en su tiempo. La misma hermenéutica, sin embargo, no funciona con el Concilio de Trento, por ejemplo. De hecho, si intentáramos historizar la doctrina y los cánones del Santo Sacrificio de la Misa, nos encontraríamos haciendo el mismo trabajo de Lutero con respecto a la tradición doctrinal y favoreceríamos el trabajo de los neoprotestantes que ven en la Misa nada más que una cena.

Entre estas dos posiciones se encuentra la de Monseñor Schneider que parece más practicable: corregir las ambiguas expresiones y doctrinas presentes en los textos conciliares que han dado lugar a innumerables errores acumulados a lo largo de los años, sin desconocer las múltiples enseñanzas virtuosas y proféticas, como la santidad laical y el sacerdocio común de los fieles. Monseñor Schneider señala como "cuadrar el círculo" el funcionamiento de quienes ven todo en continuidad en nombre de la hermenéutica correcta.

Debemos comenzar con un sincero acto de humildad propuesto por Monseñor Viganò, reconociendo que nos hemos dejado engañar por la presunción de resolver todos los problemas en nombre de la autoridad, tanto de buena como de mala fe. O la autoridad se basa en la verdad o no se sostiene. No se trata de repudiar o anular el Vaticano II, que sigue siendo un concilio de la Santa Iglesia, sino todas las distorsiones, tanto por exceso como por defecto. Ni siquiera se trata de dárselo a los tradicionalistas, sino de reconocer la verdad. Cuando el Vaticano II se libere de toda la política que lo rodea, estaremos en un buen camino.

P. Serafino Maria Lanzetta

NOTA: La traducción del italiano al español se ha realizado usando el traductor de Google

jueves, 16 de julio de 2020

¿Bulo? No, verdad histórica (Roberto De Mattei)



El pasado 13 de julio, El vaticanista Sandro Magister criticó duramente en su blog Settimo Cielo a los prelados Carlo Maria Viganò y Athanasius Schneider, a los que acusó de difundir bulos.

Aplica también el término bulo a la tesis de monseñor Schneider, según la cual la Iglesia ha corregido a lo largo de su historia errores doctrinales cometidos en concilios ecuménicos anteriores sin socavar por ello los cimientos de la Fe católica. Magister acusa a Schneider de falta de rigor histórico, y para confirmarlo cita una breve intervención del cardenal Walter Brandmüller a propósito del Concilio de Constanza, la cual en realidad no desmiente nada de lo afirmado por monseñor Schneider.

La cosa fue como sigue: el 6 de abril de 1415 el Concilio de Constanza promulgó el decreto conocido como Haec Sancta, (texto de Haec Sancta en Mansi, XXIX, col. 21-22), que afirmaba solemnemente que el Concilio, asistido por el Espíritu Santo, recibía su autoridad directamente de Dios. Por consiguiente todo cristiano, el Papa incluido, estaba obligado a obedecerlo. Haec Sancta es un documento revolucionario que ha generado mucho debate, porque en un principio se interpretó en continuidad con la Tradición y fue corroborado por el magisterio pontificio. Tuvo su aplicación coherente en el decreto Frequens del 9 de octubre de 1417, que anunció un concilio a celebrarse cinco años más tarde, seguido por otro siete años después y luego uno cada diez años. Atribuía de hecho al Concilio la función de órgano colegial permanente, al mismo nivel que el Papa y en realidad superior.

Señala el cardenal Branmüller que «la asamblea que promulgó aquellos decretos no era en modo alguno un concilio ecuménico autorizado con capacidad para definir la doctrina de la Fe. Consistió por el contrario en una asamblea de meros secuaces de Juan XIII (Baldasarre Cossa), que era uno de los tres pontífices que en aquel momento se disputaban el gobierno de la Iglesia. Aquella asamblea carecía de la menor autoridad. El cisma duró hasta que se incorporaron a la asamblea de Constanza las otras dos partes, esto es los partidarios de Gregorio XII (Angelo Correr) y la nación hispánica de Benedicto XIII (Pedro Martínez de Luna), lo cual tuvo lugar en el otoño de 1417. Hasta aquel momento, el de Constanza no fue un verdadero concilio ecuménico, aunque faltara el Papa, que aún no había sido elegido». Todo esto es cierto, pero Martín V, elegido verdadero papa en Constanza el 11 de noviembre de 1417, reconoció en la bula Inter cunctas del 22 de febrero de 1418 la ecumenicidad del Concilio de Constanza junto con todo lo que éste había decretado en los años anteriores, si bien con una fórmula genérica restrictiva: in favorem fidei et salutem animarum (Joseph von Hefele, Histoire des Conciles d’après les documents originaux, Letouzey et Ané, París 1907, vol. I, pp. 53, 68-74 e vol. VII-1, p. 571). Como se ve, no repudió Haec Sancta, aplicó rigurosamente el decreto Frequens y fijó la fecha para un nuevo concilio general, el cual se celebró en Pavía y Siena (1423-1424), y designó la ciudad de Basilea como sede la siguiente convocatoria.

Este último se inauguró en dicha ciudad suiza el 23 de julio de 1431. Eugenio IV, sucesor de Martín V, ratificó mediante la bula Duduum Sacrum del 15 de diciembre de 1433 los documentos que había promulgado la asamblea hasta aquel momento, entre ellos Haec Sancta, que los padres conciliaristas de Basilea proclamaban como su carta magna. El propio Eugenio IV, en el decreto del Concilio de Florencia que el 4 de septiembre de 1439 condenó a los padres de Basilea por haber salvado el Concilio de Constanza, recurrió a lo que en términos actuales se podría calificar de hermenéutica de la continuidad, como se hace actualmente con el Concilio Vaticano II. De hecho sostenía que la propuesta de la superioridad de los concilios sobre el Papa afirmada por los padres de Basilea apoyados en Haec Sancta era «una mala interpretación (pravum intelectum) de los propios basilienses, que en realidad demuestra ser contraria al auténtico sentido de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y del propio Concilio de Constanza» (Decreto del Concilio florentino contra el sínodo de Basilea, VII sesión, del 4 de septiembre de 1439, en Conciliorum Oecumenicorum Decreta, editado por el Istituto per le Scienze Religiose, EDB, Bolonia 2002, p. 533). Según el Papa, los padres de Basilea «interpretaron la declaración del Concilio de Constanza en un sentido malo y reprensible, totalmente ajeno a la sana doctrina» (Íbid., p. 532). Actualmente se diría: una interpretación abusiva del Concilio Vaticano II, cuyos documentos tergiversa.

Seguidamente, en la carta Etsi dubitemus del 21 de abril de 1441 Eugenio IV condenó a los diabolici fundatores de la doctrina conciliarista: Marsilio de Padua, Juan de Jandun y Guillermo de Ockam (Epistolae pontificiae ad Concilium Florentinum spectantes, Pontificio Istituto Orientale, Roma 1946, pp. 24-35), pero con respecto a Haec Sancta adoptaba una postura vacilante, siempre en la línea de la hermenéutica de la continuidad. El mismo Eugenio IV ratificó el Concilio de Constanza en su conjunto y en sus decretos, absque tamen praejudicio juris, dignitatis et praeminentiae Sedis apostolicae, como escribió a su legado el 22 de julio de 1446: se trata de una fórmula que aclaraba el sentido de la restricción de Martín V condenando implícitamente en nombre de la primacía del Romano Pontífice a cuantos invocaban el Concilio de Constanza para afirmar la superioridad de los concilios sobre los papas.

A partir de entonces, la tesis de la continuidad entre Haec Sancta y la Tradición de la Iglesia fue abandonada por los teólogos y los historiadores, entre quienes se encuentra el cardenal Brandmüller, que acertadamente expurga de la Tradición de la Iglesia Haec Sancta y el decreto Frequens. Ya en tiempos de la Contrarreforma, el padre Melchor Cano afirmó que había que repudiar Haec Sancta porque no tenía la forma dogmática de un decreto que obligase a los fieles a creer o condenase lo contrario (De logis teologicis, 1562). De igual modo, el cardenal Baudrillart sostiene en el Dictionnaire de Théologie Catholique que el Concilio de Constanza no publicó Haec Sancta con la intención de promulgar una definición dogmática, y precisamente por eso el documento fue repudiado después por la Iglesia (voz Concile de Constance, in DTC, III,1, col. 1221). Lo mismo afirma el historiador de la Iglesia August Franzen (Das Konzil der Einheit, in A. Franzen y Wolfgang Mueller, Das Konzil von Konstanz. Beitraege zu seiner Geschichte und Theologie, Herder. Friburgo-Basilea-Viena 1964, p. 104). Por eso, planteando el problema de la ecumenicidad del Concilio de Constanza, uno de sus mayores conocedores, el P. Joseph Hill escribe: «Los historiadores concuerdan en considerarlo ecuménico, si bien en proporciones variables» (Constance et Bale-Florence, Editions de l’Orante, Paris 1965, p. 111).

No se puede excluir la posibilidad de que algún día el Concilio Vaticano II pueda ser repudiado en parte o en bloque, como pasó con los decretos del Concilio de Constanza.

Roberto De Mattei
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

lunes, 13 de julio de 2020

Las “fake news” de Viganò y asociados, desenmascaradas por un cardenal (Sandro Magister)






*

La Santa Sede calla sobre el caso grave del arzobispo Carlo Maria Viganò. También callan la congregación cuyo deber es vigilar sobre la “doctrina de la fe” y el papa Francisco, cuyo mandato original, como sucesor de Pedro, es confirmar en la fe.

Lo que subyace a este silencio es, verosímilmente, la idea de dejar que Viganò vaya a la deriva en solitario. O casi.

Efectivamente, desde que ha empezado a arremeter contra el Concilio Vaticano II -según él un foco de herejías-, sosteniendo que hay que “olvidarse de él totalmente”, el número de personas que están de acuerdo con el ex nuncio apostólico en Estados Unidos ha empezado a disminuir.

Viganò alcanzó la cima de su éxito mediático el 6 de junio con su carta abierta a Donald Trump, al que define como “hijo de la luz” contra el poder de las tinieblas, y con la respuesta entusiasmada del presidente estadounidense en un tuit que se hizo viral.

Pero entonces los temas eran otros, más políticos que doctrinales. Eran los que Viganò había expuesto en el llamamiento anterior, del 8 de mayo, contra -según él- el “Nuevo Orden Mundial” de impronta masónica que esos poderes “sin nombre y sin rostro” quieren alcanzar, para lo cual también doblegan a sus intereses la pandemia del coronavirus.

Este llamamiento lo firmaron, además de Viganò, tres cardenales y ocho obispos. Pero si hoy lanzara otro llamamiento para eliminar todo el Concilio Vaticano II, tal vez ni siquiera uno de esos once estaría dispuesto a firmarlo.

El miembro más cercano a las posiciones de Viganò entre la jerarquía de la Iglesia es Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, la capital de Kazajistán.

Es más: fue precisamente un texto de Schneider, publicado el 6 de junio, el que le dio a Viganò el punto de partida para arremeter contra el Concilio Vaticano II.

La diferencia es que mientras Schneider pedía que se “corrigiera” cada error doctrinal contenido en los documentos conciliares, sobre todo en las declaraciones “Dignitatis humanae” sobre la libertad religiosa y “Nostra aetate” acerca de la relación con las religiones no cristianas, Viganò, en un texto publicado el 9 de junio -y en todos sus textos sucesivos- ha sostenido que hay que eliminar todo el Vaticano II.

Exactamente, esta es la formulación que Viganò ha dado a su tesis, en una de sus últimas intervenciones, fechada 4 de julio, en respuesta a algunas preguntas del director de “LifeSite News” John H. Westen:

“Para una persona con sentido común es absurdo querer interpretar un Concilio, dado que este es y debe ser una norma clara e inequívoca de fe y moral. En segundo lugar, si un acto magisterial plantea dudas serias y motivadas de coherencia doctrinal con los que lo han precedido, es evidente que la condena de cada punto heterodoxo individual desacredita, en cualquier caso, todo el documento. Si a esto le añadimos que los errores formulados, o que se pueden leer entre líneas, no se limitan a uno o dos casos, y que a los errores afirmados les corresponde una mole enorme de verdades no ratificadas, podemos preguntarnos si no sea necesario suprimir la última asamblea del catálogo de los Concilios canónicos. La Historia y el ‘sensus fidei’ del pueblo cristiano emitirán la sentencia, mucho antes que lo haga un documento oficial”.

Si este rechazo de Viganò a todo el Concilio Vaticano II no es un acto cismático, es indudable que le falta poco. ¿Quién, entre los obispos y cardenales, querrá seguirlo? Probablemente ninguno.

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Volviendo al obispo Schneider, hay que decir que también sus argumentos son frágiles para quien tiene un mínimo de competencia en la doctrina y en la historia de los dogmas.

Su tesis es que ya en otras ocasiones, a lo largo de su historia, la Iglesia ha corregido errores doctrinales, incluso graves, cometidos en los concilios ecuménicos anteriores, sin con ello “socavar los cimientos de la fe católica”. Por consiguiente, la Iglesia debería hacer hoy lo mismo con las afirmaciones heterodoxas del Vaticano II.

En una intervención del 24 de junio, Schneider puso dos ejemplos de errores doctrinales que fueron seguidamente corregidos:

El primero atribuido al Concilio de Constanza:

“Con una Bula del año 1425 Martín V aprobó los decretos del Concilio de Constanza e incluso el decreto ‘Frequens’ de la 39a sesión (del 1417), un decreto que afirma el error del conciliarismo, es decir, de la superioridad del Concilio sobre el papa. Sin embargo, su sucesor, el papa Eugenio IV, declaró en el año 1446 que aceptaba los decretos del Concilio Ecuménico de Constanza excepto aquellos (de las sesiones 3, 5 y 39) que ‘perjudican los derechos y el primado de la Sede Apostólica’ (absque tamen praeiudicio iuris, dignitatis et praeeminentiae Sedis Apostolicae). El dogma del Concilio Vaticano I sobre el primado del papa rechazó definitivamente el error conciliarista del Concilio Ecuménico de Constanza”.

Y el segundo al Concilio de Florencia:

“Una opinión diferente de la que ha enseñado el Concilio de Florencia sobre la materia del sacramento del Orden, es decir de la ‘traditio instrumentorum’, se permitió en los siglos posteriores a este Concilio y dio lugar al pronunciamiento del papa Pío XII en el año 1947 en la Constitución Apostólica ‘Sacramentum Ordinis’, con la cual corrigió la enseñanza no infalible del Concilio de Florencia, estableciendo que la única materia estrictamente necesaria para la validez del sacramento del Orden es la imposición de las manos del obispo. Con este acto, Pío XII hizo, no un acto de hermenéutica de la continuidad sino, precisamente, una corrección, porque esta doctrina del Concilio de Florencia no reflejaba la doctrina constante y la praxis litúrgica de la Iglesia universal. Ya en el año 1914 el cardenal G.M. van Rossum había escrito respecto a la afirmación del Concilio de Florencia sobre la materia del sacramento del Orden, que aquella doctrina del Concilio es reformable y que incluso hay que abandonarla (cfr. ‘De essentia sacramenti ordinis’, Freiburg 1914, p. 186). Entonces, en este caso concreto no había margen para una hermenéutica de la continuidad”.

No sorprende que, al leer estas líneas, un insigne historiador de la Iglesia de la talla del cardenal Walter Brandmüller, presidente de 1998 a 2009 del comité pontificio de ciencias históricas, se haya alarmado por los errores en ellas contenidas, evidentes para él.

Así, ha decidido enviarle a Schneider un rápido resumen de las inexactitudes, que después ha puesto por escrito en esta nota que ha enviado a Settimo Cielo:

“El concilio de Constanza (1415-1418) puso fin al cisma que había dividido a la Iglesia durante cuarenta años. En ese contexto, a menudo se ha afirmado -y se ha repetido recientemente- que ese concilio, con los decretos ‘Haec sancta’ y ‘Frequens’, definió el conciliarismo, es decir, la superioridad del concilio sobre el papa.

“Pero esto no es en absoluto verdad. La asamblea que emitió esos decretos no era un concilio ecuménico autorizado y que pudiera, por tanto, definir la doctrina de la fe. Se trató, en cambio, de una asamblea en la que participaron sólo los seguidores de Juan XXIII (Baltasar Cossa), uno de los tres ‘papas’ que se disputaban entonces la guía de la Iglesia. Esa asamblea no tenía ninguna autoridad.

“El cisma duró hasta el momento en que se unieron a la asamblea de Constanza también las otras dos partes, a saber: los seguidores de Gregorio XII (Angelo Correr) y la ‘natio hispanica’ de Benedicto XIII (Pedro Martinez de Luna), hecho que aconteció en el otoño de 1417. Sólo a partir de ese momento el ‘concilio’ de Constanza se convirtió en un verdadero concilio ecuménico, a pesar de que aún no había papa, que fue elegido al final.

“Por consiguiente, todos los actos de esa primera fase ‘incompleta’ del concilio y sus documentos no tenían el más mínimo valor canónico, aun siendo eficaces a nivel político en esas circunstancias. Tras el final del concilio, el nuevo y único papa legítimo, Martín V, confirmó los documentos emitidos por la asamblea preconciliar ‘incompleta’, salvo ‘Haec sancta’, ‘Frequens’ y ‘Quilibet tyrannus’.

“‘Frequens’ era válido porque había sido emitido por las tres ex-obediencias reunidas, por lo que no necesitaba ser confirmado. Pero no enseña en absoluto el conciliarismo y tampoco es un documento doctrinal, sino que sólo regula la frecuencia de convocación de los concilios.

“En lo que respecta al concilio de Florencia (1439-1445), es verdad que en el decreto ‘Pro Armenis’ se declaró necesaria para la validez de la ordenación sacerdotal la ‘porrectio instrumentorum’, es decir, la entrega al que se ordena de los instrumentos de su oficio. Y es verdad que Pío XII en la constitución apostólica ‘Sacramentum Ordinis’ estableció que ya no era necesaria para el futuro, y declaró como materia del sacramento la ‘manus impositio’ y como forma los ‘verba applicationem huius materiae determinantia’.

“Pero el concilio de Florencia, respecto a la ordenación sacerdotal, no abordó en absoluto la doctrina. Sólo reguló el rito litúrgico. Y hay que recordar que siempre es la Iglesia la que ordena la forma ritual de los sacramentos”.

*

Hasta aquí las notas del cardenal Brandmüller sobre las “fake news” de las que se alimenta la oposición al Concilio Vaticano II que tiene en Schneider, pero más aún en Viganò, a sus puntas de lanza.

Asombra el hecho de que, con sus 91 años, Brandmüller sea el único cardenal que se pronuncie, de manera crítica y argumentada, contra la operación de rechazo al Concilio que ha estallado en estas últimas semanas.

Como también asombra el silencio sobre el caso Viganò de otro cardenal, normalmente muy combativo y locuaz, como Gerhard L. Müller, que fue el penúltimo prefecto de la congregación para la doctrina de la fe y, por consiguiente, una persona -suponemos- muy sensible a estas cuestiones.

Por desgracia, Müller es también uno de los tres cardenales que firmaron el manifiesto político de Viganò del 8 de mayo contra el “Nuevo Orden Mundial”. ¿Tal vez se siente obligado a callar debido a su incauto proceder anterior?

Sandro Magister

domingo, 5 de julio de 2020

VIGANÒ: TOO MANY MISTAKES AT VAT II NOT TO AROUSE REASONABLE SUSPICIONS…


(Official translation by Giuseppe Pellegrino)


Marco Tosatti

Dear friends and enemies of Stilum Curiae, the recent speech by Archbishop Carlo Maria Viganò on the subject of Vatican Council II created discussion and controversy. John Henry Westen, director of LifeSiteNews, asked the archbishop some questions. Here are questions and answers. 

§§§


Dear Archbishop Viganò,

I am hoping to get a clarification from you about your latest texts regarding the second Vatican council.

In your June 9 text you said that “it is undeniable that from Vatican II onwards a parallel church was built, superimposed over and diametrically opposed to the true Church of Christ.”

In your subsequent interview with Phil Lawler he asked: “What is the solution? Bishop Schneider proposes that a future Pontiff must repudiate errors; Archbishop Viganò finds that inadequate. But then how can the errors be corrected, in a way that maintains the authority of the teaching magisterium?”

You replied: “It will be for one of his Successors, the Vicar of Christ, in the fullness of his apostolic power, to rejoin the thread of Tradition there where it was cut off. This will not be a defeat but an act of truth, humility, and courage. The authority and infallibility of the Successor of the Prince of the Apostles will emerge intact and reconfirmed.”

From this it is unclear whether you believe Vatican II to be an invalid council and thus to be complete repudiated or if you believe that while a valid council it contained many errors and the faithful would be better served by having it forgotten about and could rather draw on Vatican I and other councils for their sustenance.

I believe this clarification would be helpful.

In Christ and His beloved Mother,

JH

***

1 July 2020

In festo Pretiosissimi Sanguinis

Domini Nostri Iesu Christi


Dear John-Henry,

I thank you for your letter, with which you give me the opportunity to clarify what I have already expressed about Vatican II. This delicate argument is involving prominent persons of the ecclesiastical world and not a few erudite laity: I trust that my modest contribution can help to lifting off the blanket of equivocations that weighs on the Council, thus leading to a shared solution.

You begin with my initial observation: “It is undeniable that from Vatican II onwards a parallel church was built, superimposed over and diametrically opposed to the true Church of Christ,” and then quote my words about the solution to the impasse in which we find ourselves today: “It will be for one of his Successors, the Vicar of Christ, in the fullness of his apostolic power, to rejoin the thread of Tradition there where it was cut off. This will not be a defeat but an act of truth, humility, and courage. The authority and infallibility of the Successor of the Prince of the Apostles will emerge intact and reconfirmed.”

You then state that my position is not clear – “whether you believe Vatican II to be an invalid council and thus to be complete repudiated, or if you believe that while a valid council it contained many errors and the faithful would be better served by having it forgotten about.” I have never thought and even less have I affirmed that Vatican II was an invalid Ecumenical Council: in fact it was convoked by the supreme authority, by the Supreme Pontiff, and all of the Bishops of the world took part in it. Vatican II is a valid Council, supported by the same authority as Vatican I and Trent. However, as I have already written, from its origin it was made the object of a grave manipulation by a fifth column that penetrated into the very heart of the Church that perverted its purposes, as confirmed by the disastrous results that are before everyone’s eyes. Let us remember that in the French Revolution, the fact that the Estates-Generalwere legitimately convoked on May 5, 1789, by Louis XVI did not prevent things from escalating into the Revolution and the Terror (the comparison is not out of place, since Cardinal Suenens called the conciliar event “the 1789 of the Church”).

In his recent intervention, His Eminence Cardinal Walter Brandmüller maintains that the Council places itself in continuity with the Tradition, and as proof of this he remarks:

It is sufficient to glance at the notes of the text. It can thus be seen that ten previous councils are quoted by the document. Among these, Vatican I is referred to 12 times, and Trent 16 times. From this it is already clear that, for example, any idea of “distancing from Trent” is absolutely excluded. The relationship with Tradition appears even closer if we think of how, among the popes, Pius XII is cited 55 times, Leo XIII on 17 occasions, and Pius XI in 12 passages. To these are added Benedict XIV, Benedict XV, Pius IX, Pius X, Innocent I and Gelasius. The most impressive aspect, however, is the presence of the Fathers in the texts of Lumen Gentium. The council refers to the teaching of the Fathers a full 44 times, including Augustine, Ignatius of Antioch, Cyprian, John Chrysostom and Irenaeus. Furthermore, the great theologians and doctors of the Church are cited: Thomas Aquinas in 12 passages, along with seven other heavyweights.

As I pointed out in the analogous case of the Synod of Pistoia, the presence of orthodox content does not exclude the presence of other heretical propositions nor does it mitigate their gravity, nor can the truth be used to hide even only one single error. On the contrary, the numerous citations of other Councils, of magisterial acts or of the Fathers of the Church can precisely serve to conceal, with a malicious intent, the controversial points. In this regard, it is useful to recall the words of the Tractatus de Fide orthodoxa contra Arianos, cited by Leo XIII in his encyclical Satis Cognitum:

There can be nothing more dangerous than those heretics who admit nearly the whole cycle of doctrine, and yet by one word, as with a drop of poison, infect the real and simple faith taught by our Lord and handed down by Apostolic Tradition.

Leo XIII then comments:

The practice of the Church has always been the same, as is shown by the unanimous teaching of the Fathers, who were wont to hold as outside Catholic communion, and alien to the Church, whoever would recede in the least degree from any point of doctrine proposed by her authoritative Magisterium.

On the pages of L’Osservatore Romano, in an article on April 14, 2013, Cardinal Kasper admitted that “in many places [the Council Fathers] had to find formulas of compromise, in which often the positions of the majority (conservatives) are found alongside those of the minority (progressives), designed to delimit them. Therefore, the conciliar texts themselves have an enormous potential for conflict, opening the door to selective reception in both directions.” This is the origin of the relevant ambiguities, patent contradictions, and serious doctrinal and pastoral errors.

It could be objected that taking into consideration the presumption of malice in a magisterial act ought to be rejected with disdain, since the Magisterium ought to be aimed at confirming the faithful in the Faith; but perhaps it is precisely the intentional fraud that makes an act prove to be non-magisterial and authorizes its condemnation or decrees its nullity. 

His Eminence Cardinal Brandmüller concluded his comment with these words: “It would be appropriate to avoid the ‘hermeneutic of suspicion’ that accuses the interlocutor from the beginning of heretical conceptions.” 

While I surely share this sentiment in the abstract and in general, I think it appropriate to formulate a distinction to better frame this concrete case. In order to do this, it is necessary to abandon the approach, that is a bit too legalistic, that considers all doctrinal questions inherent in the Church as reducible and resolvable principally on the basis of a normative reference: let us not forget that the law is at the service of the Truth, and not vice-versa. And the same holds for the Authority that is the minister of that law and custodian of that Truth. On the other hand, when Our Lord faced his Passion, the Synagogue had deserted its proper function as guide of the Chosen People in fidelity to the Covenant, just as part of the Hierarchy has done for sixty years.

This legalistic attitude is at the foundation of the deception of the Innovators, those who devised a very simple way to actuate the Revolution: imposing it by virtue of authority with an act that the Ecclesia docens adopted in order to define truths of the Faith with a binding force for the Ecclesia discens, restating that teaching in other equally binding documents, albeit in a different degree. In short, it was decided to affix the label “Council” to an event conceived by some with the aim of demolishing the Church, and in order to do this the conspirators acted with malicious intent and subversive purposes. Father Edward Schillebeecks op candidly said: «We express it diplomatically, but after the Council we will draw the implicit conclusions» (De Bazuin, n.16, 1965).

It is not therefore a question of a “hermeneutic of suspicion,” but on the contrary something much more grave than a suspicion, corroborated by a calm evaluation of the facts, as well as by the admission of the protagonists themselves. In this regard, who among them is more authoritative than the 
Cardinal Ratzinger?

The impression grew steadily that nothing was now stable in the Church, that everything was open to revision. More and more the Council appeared to be like a great Church parliament, that could change everything and reshape everything according to its own desires. Very clearly resentment was growing against Rome and against the Curia, which appeared to be the real enemy of everything that was new and progressive. The disputes at the Council were more and more portrayed according to the party model of modern parliamentarism. When information was presented in this way, the person receiving it saw himself compelled to take sides with one of the parties. […] If the bishops in Rome could change the Church, and even the faith itself (as it appeared they could), why only the bishops? In any event, the faith could be changed – or so it now appeared, in contrast to everything we previously thought. The faith no longer seemed exempt from human decision making but rather was now apparently determined by it. And we knew that the bishops had learned from theologians the new things they were now proposing. For believers, it was a remarkable phenomenon that their bishops seemed to show a different face in Rome from the one they wore at home. [J. Ratzinger, Milestones, Ignatius Press, 1997, pp. 132-133].

At this point it is right to draw attention to a recurring paradox in world affairs: the mainstream calls people “conspiracy theorists” if they reveal and denounce the conspiracy that the mainstream itself has devised, in order to divert attention from the conspiracy and delegitimize those who denounce it. 

Similarly, it seems to me that there is the risk of defining as “hermeneutic of suspicion” anyone who reveals and denounces the conciliar fraud, as if they were people who unjustifiably accuse “the interlocutor from the beginning of heretical conceptions.” Instead, it is necessary to understand if the action of the protagonists of the Council can justify the suspicion towards them, if not actually prove such suspicion correct; and if whether the result they obtained legitimizes a negative evaluation of the entire Council, of some of its parts, or of none of it. If we persist in thinking that those who conceived Vatican II as a subversive event rivaled Saint Alphonsus in piety and Saint Thomas in doctrine, we demonstrate a naivety that cannot be reconciled with the evangelical precept, and indeed borders on, if not connivance, then certainly carelessness. 

Obviously, I am not referring to the majority of Council Fathers, who were certainly animated by pious and holy intentions; I speak instead of the protagonists of the Council-event, of the so-called theologians who up until Vatican II were restricted by canonical censures and forbidden from teaching, and who for this very reason were chosen and promoted and helped, so that their credentials of heterodoxy became a cause of merit for them, while the undisputed orthodoxy of Cardinal Ottaviani and his collaborators in the Holy Office were sufficient reason to consign the preparatory schemae of the Council to the flames, with the consent of John XXIII.

I doubt that with regard to Msgr. Bugnini – to cite only one name – an attitude of prudent suspicion is either censurable or lacking in Charity. On the contrary: the dishonesty of the author of the Novus Ordo in pursuing his purposes, his adherence to Masonry and his own admissions in his diaries given to the Press show that the measures taken by Paul VI toward him were all too lenient and ineffective, since everything he did in the Conciliar Commissions and at the Congregation of Rites remained intact and, despite this, became an integral part of the Acta Concilii and the related reforms. Thus the hermeneutic of suspicion is quite welcome if it serves to demonstrate that there are valid reasons for the suspicion and that these suspicions often materialize in the certainty of intentional fraud.

Let us now return to Vatican II, to demonstrate the trap into which the good Pastors fell, misled into error along with their flock by a most astute work of deception by people notoriously infected by Modernism and not rarely also misled in their own moral conduct. As I wrote above, the fraud lies in having recourse to a Council as a container for a subversive maneuver, and in the utilization of the authority of the Church to impose the doctrinal, moral, liturgical, and spiritual revolution that is ontologically contrary to the purpose for which the Council was called and its magisterial authority was exercised. I repeat: the label “Council” affixed to the packaging does not reflect its content.

We have witnessed a new and different way of understanding the same words of the Catholic lexicon: the expression “ecumenical council” given to the Council of Trent does not coincide with the meaning given by the proponents of Vatican II, for whom the term “council” alludes to “conciliation” and the term “ecumenical” to inter-religious dialogue. The “spirit of the council” is the “spirit of conciliation, of compromise,” just as the assembly was a solemn and public attestation of conciliatory dialogue with the world, for the first time in the history of the Church.

Bugnini wrote: “We must take out of our Catholic prayers and the Catholic liturgy everything which could be the shadow of a stumbling block for our separated brethren, the Protestants” [cf. L’Osservatore Romano, 19 March 1965]. From these words we understand that the intent of the reform that was the fruit of the conciliar mens was to reduce the proclamation of Catholic Truth in order not to offend the heretics: and this is exactly what was done, not only in the Holy Mass – horribly disfigured in the name of ecumenism – but also in the exposition of dogma in the documents of doctrinal content; the use of subsistit in is a very clear example.

Perhaps it will be possible to debate the motives that may have led to this unique event, so fraught with consequences for the Church; but we can no longer deny the evidence and pretend that Vatican II was not something qualitatively different from Vatican I, despite the numerous heroic and documented efforts, even by the highest authority, to interpret it by force as a normal Ecumenical Council. Anyone with common sense can see that it is an absurdity to want to interpret a Council, since it is and ought to be a clear and unequivocal norm of Faith and Morals. Secondarily, if a magisterial act raises serious and reasoned arguments that it may be lacking in doctrinal coherence with magisterial acts that have preceded it, it is evident that the condemnation of a single heterodox point in any case discredits the entire document. If we add to this the fact that the errors formulated or left obliquely to be understood between the lines are not limited to one or two cases, and that the errors affirmed correspond conversely to an enormous mass of truths that are not confirmed, we can ask ourselves whether it may be right to expunge the last assembly from the catalog of canonical Councils. The sentence will be issued by history and by the sensus fidei of the Christian people even before it is given by an official document. The tree is judged by its fruits, and it is not enough to speak of a conciliar springtime to hide the harsh winter that grips the Church; nor to invent married priests and deaconesses in order to remedy the collapse of vocations; nor to adapt the Gospel to the modern mentality in order to gain more consensus. The Christian life is a militia, not a nice outing in the country, and this is all the more true for priestly life.

I conclude with a request to those who are profitably intervening in the debate about the Council: I would like us first and foremost to seek to proclaim salvific Truth to all men, because their and our eternal salvation depends on it; and that we only secondarily concern ourselves with the canonical and juridical implications raised by Vatican II: anathema sit or damnatio memoriae, it changes little. 

If the Council truly did not change anything of our Faith, then let us pick up the Catechism of Saint Pius X, return to the Missal of Saint Pius V, remain before the Tabernacle, not desert the Confessional, and practice penance and mortification with a spirit of reparation. This is whence the eternal youthfulness of the Spirit springs. And above all: let us do so in such a way that our works give solid and coherent witness to what we preach.

+ Carlo Maria Viganò, Archbishop

Arzobispo Viganò responde las objeciones del cardenal Brandmüller



El arzobispo Carlo Maria Viganò contradijo el 4 de julio en el sitio web AldoMariaValli.it la afirmación del cardenal Brandmüller, según la cual el Vaticano II estuvo en continuidad con la Tradición católica y se debería evitar la “hermenéutica de la sospecha”.

Él acusa a Brandmüller de mostrar una “actitud legalista” que – como cuestión de principio – considera que es inconcebible que un Concilio pueda equivocarse.

Viganò argumenta que los revolucionarios en el Vaticano II utilizaron la etiqueta “concilio” para imponer sus herejías “con intención dolosa y finalidades subversivas”.

Él cita al padre Edward Schillebeecks (+2009), uno de los teólogos más activos durante el Vaticano II, quien dijo sobre los documentos del Concilio: “Ahora lo decimos en forma diplomática, pero después del Concilio extraeremos las conclusiones implícitas”.

De esto Viganò concluye que la expresión “hermenéutica de la sospecha” es utilizada para denigrar a los que “denuncian el fraude conciliar”, aunque “la etiqueta ‘concilio’ sobre el paquete no refleja sus contenidos”.

Él ve al Vaticano II como “una obra muy astuta de engaño por personas notoriamente infectadas de modernismo y no pocas veces extraviadas también en su conducta moral”.

Viganò observa que el árbol es conocido por sus frutos: “No es suficiente hablar de una primavera conciliar para ocultar el frío invierno que atenaza a la Iglesia”.

Retomando el argumento neoconservador de que “el Concilio no ha cambiado nada de nuestra fe”, Viganò concluye que si esto es cierto, los neoconservadores también pueden volver al Catecismo de Pío X y al Misal de Pío V.

sábado, 15 de febrero de 2020

Cardenal Brandmüller: Sínodo alemán imita a Lutero



El Camino Sinodal alemán trata sobre el “poder”, escribe el 14 de febrero en el sitio web Die-Tagespost el cardenal Walter Brandmüller, de 91 años.

Los cuatro temas sinodales –“poder”, “mujeres”, “celibato” y sexualidad”- son para él un diagnóstico de la enfermedad del catolicismo alemán: la auto referencialidad que reemplaza al Evangelio.

Él observa que el Sínodo está repitiendo a Lutero, al reclamar una “igualdad fundamental de todos los miembros de la Iglesia”, mientras ignora el sacramento del Orden Sagrado.

Lutero escribió (en el año 1520): “Porque lo que se escurrió del Bautismo puede jactarse que ya ha sido ordenado sacerdote, obispo y Papa …” y “todos somos igualmente sacerdotes”.

Brandmüller se asombra de hasta qué punto el Sínodo “se corresponde con las intenciones de Lutero”.

Él concluye diciendo que el Sínodo intenta imponer estructuras democráticas mundanas, pero esto es contrario a la naturaleza de la Iglesia.

martes, 30 de julio de 2019

Cardenal Brandmüller: el ‘camino sinodal’ emprendido por Alemania lleva al “desastre” (Carlos Esteban)



En una entrevista concedida al alemán Die Tagenpost, el cardenal Walter Brandmüller, uno de los dos firmantes supervivientes de los Dubia, ha advertido del enorme peligro que supone el ‘camino sinodal’ que ha emprendido la Conferencia Episcopal de Alemania para ‘revisar’ la doctrina de la Iglesia sobre moral sexual.

El cardenal alemán Walter Brandmüller no tiene ninguna confianza en el “camino sinodal” que la Conferencia Episcopal Alemana, bajo la égida del cardenal Reinhard Marx y por unanimidad, decidió hace unos meses para ‘revisar’ cuestiones centrales de moral sexual y disciplina eclesiástica, ni sobre el cómo ni sobre el dónde. «Si uno considera las declaraciones de diversos obispos», dice Su Eminencia, «bien puede decirse que este» camino sinodal » lleva a una catástrofe».

Brandmüller enlaza este proceso con la reciente noticia sobre los más de doscientos mil fieles que ha perdido en un solo año, el pasado, la Iglesia alemana, asegurando que «es un síntoma muy alarmante del estado espiritual de la Iglesia Católica en Alemania».

Para Brandmüller, sin embargo, “no debe sorprendernos esta apostasía, a la luz de las declaraciones de Jesucristo en el Evangelio. El amor de muchos se enfriará, dice Jesús en el Evangelio de San Mateo, y muchos falsos profetas aparecerán y conducirán a muchos al extravío . Pero la» verdadera Iglesia de Cristo, sin embargo, no es simplemente una piadosa asociación cuyos estatutos se pueden cambiar fácilmente sino que, más bien, "Nuestro Señor le confió una misión"

Al comentar la reciente afirmación del obispo Franz-Josef Overbeck de que después del Sínodo del Amazonas, en la Iglesia, «nada será como antes», Brandmüller dice que ese punto de inflexión será «en cualquier caso, algo que ya no es la Iglesia Católica. «La idea de tal punto de inflexión, continúa, es una categoría que es» completamente contraria «a un desarrollo orgánico. «Un punto de inflexión con el resultado de que ya no quede nada como era antes, significaría el fin de la Iglesia», concluye el cardenal.

La esencia de la Iglesia “es la transmisión del depósito de la Fe desde los tiempos de los Apóstoles hasta el regreso de Nuestro Señor, pero no una evolución continua en la que se está cambiando la esencia misma de la Iglesia”.

Para Brandmüller, el sínodo no acabará con “una Iglesia clerical”, como se pretende. “El fin de la Iglesia clerical bien podría significar que ahora se va a aplicar la imagen que tenía de la Iglesia Lutero. Y esto ya no sería la Iglesia Católica”.

En cuanto al celibato, Brandmüller admite apesadumbrado que es fácil predecir el resultado de las discusiones del Sínodo de la Amazonía.

Carlos Esteban

martes, 23 de julio de 2019

Cardenal Brandmüller: el celibato es de “tradición apostólica”, “revelación de Dios



El Sinodo sobre la Amazonia no es sobre las selvas amazónicas, es sólo una etiqueta para una “reconstrucción radical de la Iglesia según el programa conocido”, escribió el 23 de julio el cardenal Walter Brandmüller en el sitio web Faz.de.

Él explica que un “tema clave” del Sínodo es el celibato. Como historiador de la Iglesia, Brandmüller recuerda que los enemigos de la Iglesia solían decir en el siglo XIX que la Iglesia “llegaría a su fin” si se aboliera el celibato.

El celibato no es una mera disciplina, sino un “contenido genuino de la tradición apostólica”, explica Brandmüller, y en consecuencia es “revelación de Dios y tan vinculante como la Sagrada Escritura”.

Brandmüller enfatiza que ya en tiempos apostólicos sacerdotes y obispos vivían en abstinencia: san Pablo determina que solamente los hombres que se habían casado una sola vez podían ser sacerdotes (1 Tim 3, 2), porque él no confiaba que los viudos que habían decidido casarse de nuevo vivieran en abstinencia sexual.