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Aprecio mucho la labor del P. Santiago Martín, sacerdote que desde hace
años está haciendo un esfuerzo considerable por defender la doctrina
católica sin arremeter a su vez contra Francisco, a quien siempre evita
criticar abiertamente.
En este vídeo hace un análisis de lo ocurrido en los últimos meses en
torno al CVII. Se refiere sobre todo a la postura de Mons. Viganò, pero
se puede decir lo mismo de la de Mons. Athanasius Schneider y los
obispos -todos ya retirados- que están apoyando sus tesis sobre el
último concilio.
En los primeros minutos del vídeo, el P. Martín incurre en todos los
típicos tópicos sobre el CVII mantenidos por el sector conservador de la
iglesia post-conciliar. No se deja ni uno. Pero no es eso lo que me
interesa. Sí me interesa su tesis de que solo un milagro puede evitar un
cisma dentro del sector conservador.
Primero establece lo que para él son los sectores en los que se “dividió” la Iglesia tras el CVII:
– Los que rechazaron el concilio, con Lefebvre como figura destacada.
Acaba en cisma, dice, pero no añade que la razón del mismo no fue
técnicamente doctrinal, sino “jurisdiccional”. Es decir, se ordenaron
obispos contra la voluntad expresa del Papa lo que provocó la excomunión
de los ordenantes y los ordenados. Esas excomuniones fueron levantadas
por BXVI.
– Los que sí aceptaban el concilio. Que a su vez se dividían en dos:
1) Los que lo aceptaban -y aceptan- si se interpretaba en continuidad con la Tradición.
2) Los que decían -y dicen- que se debía interpretar conforme al “espíritu del concilio”.
Bien, precisamente esa división establecida por el P. Santiago Martín
tiene la virtud de poner en el mismo bando a los que aceptan el CVII
-conservadores o revolucionarios-, en oposición a los que sostienen que
es una ruptura con la Tradición. Señores, ese es el verdadero “cisma”.
El P. Martín comete luego el error de hablar de una división dentro del
bando conservador que va a llevar a una ruptura -cisma- que solo puede
evitar un milagro.
No, mire, no es una división ENTRE conservadores, sino entre
tradicionalistas y conservadores. Lo único que hoy ocurre es que algunos
que eran conservadores -no pocos y cada vez más, pero todavía muy
minoritarios- se han pasado al tradicionalismo, que por otra parte no
está ocupado solo por el lefebvrismo.
Viganó, Schneider y los cinco obispos que se sitúan en su postura
(todavía no sé sus nombres) no pueden ser considerados conservadores. No
lo son. Son tradicionalistas. No cismáticos -no han ordenado obispos
contra la voluntad del Papa-, pero doctrinalmente sostienen exactamente
lo mismo que sostenía la Iglesia antes del CVII, rechazando las
novedades conciliares que los propios papas post-conciliares han
reconocido. Y es aquí donde les vuelvo a recordar a ustedes que ha sido
Benedicto XVI, -no solo Lefebvre, no solo Viganò, no solo Schneider-,
quien ha reconocido que el CVII asume el concepto de libertad religiosa y
de los derechos humanos de la Ilustración -o sea, de la masonería- y el
estado moderno.
En otras palabras, según BXVI el CVII asume algo que la Iglesia había
condenado de forma unánime y continua desde 1789 hasta el propio
concilio. Pretender que puede haber una continuidad entre la condena de
una doctrina y su asunción es cargarse el principio de no contradicción.
Y, en mi opinión, es una falta de honestidad que encima abre las
ventanas a la apostasía generalizada -el famoso humo de Satanás- ya que
si eso lo hacen con una doctrina que afecta al dogma sobre el Reinado
Social de Cristo, lo pueden hacer con cualquier doctrina que afecte a
cualquier dogma de la Iglesia. Que es exactamente lo que está ocurriendo
hoy, con Roma al frente de la Revolución.
Así que, efectivamente, la ruptura parece inevitable. Pero no entre
liberal conservadores (BXVI) y liberal revolucionarios (Francisco), sino
entre los que defienden la fe católica tal y como era antes del CVII y
aquello en que la han querido convertir después.
Luis Fernando Pérez Bustamante