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lunes, 6 de diciembre de 2021

Juan Manuel de Prada no lo puede decir más claro, ¡a ver si se enteran de una vez!



La pregunta es muy sencilla: Si tu te sientes protegido, ¿qué problema tienes con lo que yo haga? O más fácil todavía: ¿te sientes estafado y piensas que psicológicamente estarías mejor con aquello de “mal de muchos consuelo de tontos”? Puede que sea una mezcla de las dos preguntas, puede que los que hayan caído en la trampa puede que sea una mezcla esté entre los que son demasiado tontos y piensan que su gobierno les protege, o demasiado simples y piensan que todo el mal que ellos sufran será menor cuanta más gente lo padezca de una forma idéntica.

El caso es que nos encontramos en un momento en el que muchos pensaron que pincharse era la solución, pero ahora no están demasiado convencidos, o siguen convencidos del asunto y piensan que el problema es de los demás. Pero la realidad de todo lo que está sucediendo es el gran ejemplo que ha puesto el periodista y escritor, Juan Manuel de Prada: ¿No será que el problema son los agujeros de tu paraguas y no el hecho de que yo no lo lleve? Al fin y al cabo, el problema es mío si me mojo. ¿Y si a mi eso no me preocupa?

Escuchen con atención porque nos encontramos en un momento un tanto extraño. Miren que no ha sido el sentido común el más común de los sentidos últimamente, pero lo que estamos viendo ahora es absolutamente estúpido.

Duración 1:15 minutos

Los descaros del Papa Francisco



La situación que estamos viviendo en la Iglesia es tan desconcertante que uno, a veces, comienza a dudar de estar en sus cabales. Porque aquí alguien está loco (y por loco entiendo a aquel que es incapaz de conectarse correctamente con la realidad), y a veces pienso si no seremos nosotros, el minúsculo grupo de católicos tradicionales. Y lo pienso, porque resulta difícil afirmar que todo el resto de los católicos es el que está loco, resto que incluye a los obispos y a la mayor parte de los sacerdotes. ¿Es que nadie con autoridad para hacerlo es capaz de señalar el proceso de destrucción al que está conduciendo la Iglesia el Papa Francisco? Advertirlo, de seguro lo advierten, pero quienes deberían hablar, callan.

Señalo algunos episodios desconcertantes de los últimos días. Apareció un libro titulado Love Tenderly. Sacred Stories of Lesbian and Queer Religious (Amar tiernamente. Relatos sagrados de religiosas lesbianas y queer). Allí, veintitrés religiosas lesbianas y queer (¿qué será una monja queer?) cuentan sus historias de “amor sagrado”. La congregación de las Hermanas de la Misericordia ha expresado que esperan que este libro “ilumine las mentes a la sacralidad y a la infinita diversidad de Dios”. Y hasta ahora, la Congregación del Religiosos del Vaticano, no ha dicho nada y las monjitas lesbianas autoras del libro seguirán felices revolcándose en sus amores impuros.

Paralelamente, el Santo Padre ha aceptado la renuncia al cargo de arzobispo de París de Mons. Aupetite, que había puesto a su disposición luego de que un semanario lo acusara de mantener una relación sentimental con una mujer. A esta acusación, el arzobispo respondió que se trató de una situación ambigua que había ocurrido en 2012, que sus superiores estuvieron siempre al tanto de la situación y que esa relación, aunque inconveniente, no tuvo de ninguna manera una dimensión sexual. A pesar de todo esto, fue expulsado de su sede. Mons Aupetite era un obispo moderado o conservador, sobre todo en algunas cuestiones como la bioética y la homosexualidad, sobre lo que se había expresado con toda la claridad de la doctrina de la Iglesia. Probablemente haya sido esto lo que motivó la rápida aceptación de su renuncia.

Resulta entonces que el Vaticano —es decir, el gobierno de la Iglesia católica—, permanece callado frente a un escándalo como es la publicación de los amores lésbicos de unas cuantas monjas, y actúa con la mayor dureza ante un caso oscuro y ciertamente fogoneado por sus enemigos, que involucra a un obispo respetuoso de la doctrina de la fe. Y todo al mismo tiempo. ¿No es esto una cosa de locos?

El 2 de diciembre, reunido en Chipre con los católicos allí presentes, el Papa Francisco dijo
“No hay y no debe haber muros en la Iglesia católica, por favor. Es una casa común, es el lugar de las relaciones, es la convivencia de la diversidad: ese rito, ese otro rito; uno lo piensa así, esa monja lo vio así, la otra lo vio de otro modo. La diversidad de todos y, en esa diversidad, la riqueza de la unidad”. 
¿Alguien puede negar el descaro de Bergoglio? Habría que recordarle a este hombre que hace pocos meses, él mismo edificó un muro enorme, con alambradas y vidrios de botellas rotas en los bordes, para dejar fuera de la Iglesia católica —es misma que él afirma que no tiene muros—, a los fieles que prefieren el rito tradicional, a través de un motu proprio llamado Traditionis custodes. No estoy haciendo interpretación; estoy relatando hechos

Resulta que en el término de pocos días se nos dice que estamos en la Iglesia de la diversidad, en la que hasta las monjas lesbianas son consideradas una prueba de la riqueza de la creación divina, pero se prohíbe ferozmente la existencia de unos pocos “diversos”: los rígidos de siempre, que se aferran a un rito abrogado, según Mons. Roche. Hay diversos buenos y diversos malos; hay que derribar los muros que nos separan de los musulmanes, de los protestantes, de los homosexuales y de cualquier otra minoría, pero hay que edificar un muro, con empalizada y foso en el que naden cocodrilos y tiburones, para dejar fuera a la indeseable minoría de los católicos tradicionales.

El sábado, el Papa Francisco se reunió con las más altas autoridades de Grecia, país en el que está de visita apostólica. Y allí, muy orondo, hizo una enconada defensa de la democracia, y dijo estar preocupado puesto que “se registra un retroceso de la democracia. Ésta requiere la participación y la implicación de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo…”. 

Yo no sabré cuál será la reacción de los líderes mundiales hacia este descarado personaje. El descrédito de Bergoglio debe ser descomunal —espero— en los altos círculos del poder. En primer lugar, me pregunto con qué cara un monarca absoluto se pone hablar de democracia, y a despotricar contra el autoritarismo. Parece una broma. Uno de los Papas más autoritarios de los últimos tiempos, reclamando consensos y democracias. ¿Qué dirá el cardenal Angelo Becciú que fue desposeído no solamente de todos sus cargos sino también de sus privilegios cardenalicios expeditivamente, en el curso de una entrevista con el Sumo Pontífice? Becciú no es santo de mi devoción, pero todo hombre tiene derecho a un juicio justo. Pues él no lo tuvo. El monarca absoluto decidió su culpabilidad y le aplicó la pena; y todo en diez minutos, y en su despacho. El “juicio” se está sustanciado en estos días a puertas cerradas, pero no muy herméticamente, puesto que se están filtrando los videos que publica diariamente el Corriere della sera. Y, por lo que parece hasta ahora, Francisco autorizó todas y cada una de las opacas y millonarias operaciones inmobiliarias, que terminaron en un desastre, y de las que después culpó a Becciú.

Pero más importante aún, me pregunto cómo un Papa puede ponerse a pontificar sobre la democracia, y sobre sus debilidades y retrocesos. Pues ahora pareciera que los principios de la Revolución eran los acertados y la democracia liberal que hoy campea en el mundo es el ideal del gobierno de todas las naciones. Y esto es justo lo contrario a lo que la Iglesia enseñó unánimemente a lo largo de los dos últimos siglos. ¿A quién le hacemos caso? ¿Al Papa Francisco o a los Papas anteriores?

Ya sabemos que el coro de obispos, sacerdotes y fieles se levantará a gritos a decirnos que debemos estar en todo de acuerdo con el Papa Francisco. Cuidado. Como bien nos alertaban la semana pasada Carlos Esteban y Fernando Beltrán, la Iglesia católica se está convirtiendo rápidamente en una secta. Y cuando esto termine de ocurrir, para lo cual no falta mucho, ya no será la iglesia de Cristo, y las puertas del infierno tendrán el poder de prevalecer sobre ella.

Reflexión ulterior: Resulta asombroso que una institución milenaria como la Iglesia latina no haya previsto mecanismos legales para actuar en casos como el del actual pontífice. Es verdad que en siglos pasados se recurría, sin demasiados remilgos, a un té debidamente condimentado o a una ventana abierta en las alturas de Castel Sant’Angelo. Pero, a mi entender, se debió haber previsto algún recurso canónico que permitiera, cuando menos, amordazar a un Papa desequilibrado.

The Wanderer

Opinar como el Papa en todo (Fernando Beltrán)



Esta semana he sido testigo de una ridícula polémica, en torno a las vacunas contra el coronavirus, que me ha hecho recordar uno de los problemas del catolicismo hodierno; y no me refiero a este pontificado, me refiero a los últimos 200 años.

El caso en concreto es simplemente una pequeña muestra del fenómeno, no me detendré mucho en él: un sacerdote publica sus razones para no vacunarse; nos hacemos eco diciendo que no todo el clero sigue la línea marcada por el Papa y el Vaticano en esta cuestión ―es público que abogan fuertemente por la vacunación―; y el sacerdote en cuestión tiene que excusarse con cierto aire dramático diciendo que su adhesión al Papa es absoluta y bla bla bla
No entro en el tema vacunas sí, vacunas no; no quiero analizar la conveniencia de que un sacerdote o el Papa opinen sobre cuestiones médicas; lo que me preocupa es que un sacerdote tenga que excusarse acongojado porque opina diferente al Pontífice reinante sobre vacunas; no sobre el dogma de la Santísima Trinidad, la Inmaculada o la divinidad de Cristo; sobre malditas vacunas.
Me pregunto, como Carlos Esteban: ¿En que momento se convirtió la Iglesia en una secta? ¿Es que tenemos que opinar igual que el Papa en todo? Algunos parece que así lo piensan, y ven prácticamente como un acto cismático, o una amenaza contra la manida unidad, manifestar opiniones diferentes a Su Santidad en medicina o inmigración; geopolítica o energía nuclear.

¡Qué lío tener que opinar igual que el Papa en todo! Sobre todo, porque ha habido 266. Y, además, ¿cómo funciona? ¿Hay que opinar como el actual o como los anteriores? ¿A partir de cuántos años se puede criticar a un Papa? ¿100, 200? Porque, de hecho, aquellos que no toleran una simple crítica o un disentir del Papa actual, sí se permiten, en cambio, hablar de épocas oscuras de la Iglesia, de los Borgia y de la Inquisición.

Ayer, el Papa dijo que las alambradas fronterizas significan odio. ¿Ahora tenemos que arrancar las púas de las verjas de nuestras casas para ser buenos católicos fieles al Santo Padre? ¿Tenemos que pedir a nuestros gobernantes que retiren las vallas de Ceuta y Melilla para estar en comunión con la Iglesia? ¿O, más bien, es una cuestión opinable y podemos disentir públicamente con Su Santidad?

Sinceramente, me inclino por lo último. No somos una secta.

Fernando Beltrán

¿Cuándo se convirtió la Iglesia de Cristo en una secta? (Carlos Esteban)



La mitad de los católicos norteamericanos no cree en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, según las últimas encuestas de Pew Research sobre las que hemos informado ya. Una holgada mayoría, un 59%, descree del infierno. En cuestiones de doctrina moral, los números son aún más desalentadores, y el propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, puede seguir presentándose como un ‘católico devoto’ mientras impulsa la política proabortista más agresiva de la historia, y la abrumadora mayoría de los obispos norteamericanos no se atreven a aplicar el Código de Derecho Canónico para que se le niegue la Sagrada Eucaristía.

Y, sin embargo, nada de esto desata las alarmas sobre la ‘unidad’ de la Iglesia entre los buenos, pese a ser rechazos explícitos de la doctrina eterna de Cristo. En cambio, basta disentir de opiniones del Papa absolutamente ajenas a la fe para que se levante un coro vociferante que se rasga las vestiduras denunciando una brecha de la ‘unidad’. ¿Cuándo se convirtió la Iglesia de Cristo en una secta?

Parte de la perplejidad viene de que nunca antes de ahora había existido la posibilidad de escuchar al Santo Padre -o al obispo, o a los cardenales- en tiempo real desde tantos canales, nunca antes había estado el fiel tan expuesto a un caudal continuo de declaraciones papales, sin que el fiel sencillo tenga a veces los medios de distinguir lo fundamental de lo accesorio.

Eso no es unidad, es uniformidad. Eso es la negación misma de la cacareada ‘sinodalidad’. Es concebir a la Esposa de Cristo como un culto, casi como un partido o empresa en el que el CEO o el líder puede cambiar a voluntad el rumbo y las verdades. La misma expresión, tan extendida, de ‘Iglesia de Francisco’ debería ponernos en alerta. No: la Iglesia de Cristo, de la que Francisco es el vicario temporal encargado con la misión de conservar intacto el depósito de la fe.

Disentir de las visiones políticas o científicas del pontífice no debería verse como indicio de falta de unidad, sino como expresión de la sana ‘libertas’ de la que se ufanaba San Agustín ante las cuestiones opinables
La Iglesia de hoy no es la Iglesia, es sólo una parte, ni siquiera mayoritaria. Está la Iglesia de ayer y la de mañana; están la Iglesia Triunfante y la Iglesia Militante. Y todas ellas son la misma Iglesia, que no puede contradecirse ni renunciar a una iota de la verdad en Cristo.
No creo que beneficie la imagen que da la Iglesia al mundo -imagen importante de cara a la evangelización- esta servil sumisión a estilos y maneras, énfasis y opiniones personales. Los católicos sufrieron durante siglos, desde la aparición de la mal llamada Reforma Protestante, el título de ‘papistas’. 

Pero los católicos no seguimos al Papa; no es el Papa nuestro Capitán, sino Cristo, del que el Santo Padre es solo el encargado de custodiar su Iglesia durante un plazo, siempre breve frente a la eternidad.

Carlos Esteban