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viernes, 4 de septiembre de 2020

León XIII sigue siendo el Papa más longevo de la Historia (Carlos Esteban)



Hoy saltaba la noticia anecdótica de que Benedicto XVI, a sus 93 años y 141 días, se convertía en el Papa más longevo de la historia, superando en un día al segundo, León XIII. Pero Joseph Ratzinger no es Papa. En todo caso, es el hombre más longevo entre los que han sido Papas.

Podría haberlo sido. De haber sido diferente la historia, de haber tomado él mismo otra decisión, de no haberse sentido superado por la presión del cargo, efectivamente, Benedicto XVI sería el Papa más longevo de la historia.

Pero -disculpen que insistamos- Benedicto XVI no es el Papa. Renunció. Todos hemos visto el vídeo del momento, o podemos verlo. El Papa es Francisco, y de ninguna manera pueda haber dos Papas.

Sí, es cierto, sigue en el Vaticano, vestido de blanco, los propios cardenales le besan el anillo y el propio Francisco le llama “Santidad”. Como, por otra parte, se hace con los obispos o aun reyes eméritos, que conservan tratamientos y símbolos de su pasado cargo.

También es cierto que muchos han puesto sus esperanzas en teorías de la conspiración un poco cogidas por los pelos, sobre defectos formales en la redacción latina de su renuncia, sobre la posibilidad de un desdoblamiento del ministerio petrino. Es cierto que todo lo dicho en el párrafo anterior no contribuye mucho a aclarar el panorama, como que la furia renovadora de Francisco y su estilo campechano en el hablar -por no decir nada de su peculiar criterio en la elección de amistades- ha llevado a muchos a confundir deseos con realidades y caer en la trampa ‘benevacantista’.

Pero Benedicto ha tenido múltiples ocasiones de deshacer el malentendido, si lo hubiere, y en cambio ha insistido en lo obvio: que el único Papa es Francisco. Por otra parte, en la historia de la Iglesia se han dado situaciones aún más confusas en la determinación del Papa. Me viene ahora a la cabeza el cónclave de 1378 en el que los cardenales eligieron a Urbano VI en el convencimiento de que, de no hacerlo, el populacho romano que fuera de la sala entonaba “¡romano lo queremos o, al menos, italiano!” les descuartizaría. Pero Urbano VI es un Papa de la Iglesia, reconocido como tal. Y en este casi no ha habido un solo cardenal que haya disputado la condición de Francisco como Papa legítimo.

En Infovaticana, para qué negarlo, no nos distinguimos por un entusiasmo indescriptible sobre la renovación que quiere traer a la Iglesia el Santo Padre. Pero es el Santo Padre. Y, en cualquier caso, no nos correspondería a nosotros decidir lo contrario.
Carlos Esteban

Actualidad Comentada | La primera llaga de la Iglesia | 04.09.2020 | P. Santiago Martín FM



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Diplomado en Introducción a la Sagrada Teología. Unicervantes y Ateneo San Elías. Invitación


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Extra Ecclesiam nulla salus: ¿de qué manera es necesaria la Iglesia para la salvación? (Peter Kwasniewski)



Lo que sí está claro es que si alguien llega a saber que la Iglesia es necesaria para la salvación y no se hace católico no se puede salvar.

Ahora bien, ¿qué significa saber que la Iglesia es necesaria para la salvación? Los documentos de la Iglesia siempre dicen que si alguien lo sabe y no obra en consonancia no se salva. ¿Existen realmente personas así? Da la impresión de que quienes están interesados en salvarse -por ejemplo, anglicanos, ortodoxos y luteranos practicantes- tienen lo que consideran buenas razones para no convertirse; parece también que los que sí se convencen de que a la Iglesia Católica la fundó Cristo son precisamente los que se convierten, a no ser que mueran en un accidente, camino de la catequesis previa al bautismo.

Podrían darse raras excepciones. Simone Weil era una rara avis, una judía que creía plenamente en Jesucristo y en la Iglesia Católica, pero no se convirtió porque creía que si un judío se convierte traiciona al pueblo hebreo. Pero se diría que no es normal entender que A es necesario para B y luego no hacer A si se quiere B. Sería como dijera: «Dios quiere que vaya a tal isla; a la isla sólo puedo llegar en barco, luego… no tomo el barco». ¿Cómooo?

Sería difícil afirmar (como hace buena parte de la teología moderna) que quienes se preocupan poco o nada por salvar su alma inmortal obran motivados por un deseo implícito de salvarse. Eso sí, quienes quieren salvarse del pecado y heredar la vida eterna se puede decir que tienen un deseo implícito de Cristo y de su Iglesia. Lo malo es que si tomamos al pie de la letra lo que la Iglesia viene diciendo desde hace medio siglo, cuesta entender que una persona sincera cualquiera pueda ser excluida del Reino de los Cielos.

Entiéndase, no andamos a la busca de motivos para excluir a nadie –cuantos más se salven, ¡más será Dios glorificado!–; pero tampoco queremos despojar la cruz de Cristo de su eficacia salvífica ni a la Iglesia de la misión que Dios le encomendó. 

El extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación) no se debe reducir a algo banal ni disolver en un tópico como «todo el que hace la voluntad de Dios en la medida en que alcanza a entender se salva». Sería convertir la Encarnación y la Pasión, no digamos el testimonio de los mártires y misioneros, en un ridículo error de mal gusto con el que se habrían excedido.

Otra forma de plantear la cuestión: ¿qué se entiende por que alguien obre «de buena fe» o «de mala fe»? Y otra manera más de plantearla: ¿en qué medida debe ser vago o específico el deseo implícito para que sirva de deseo de salvarse? ¿Es suficiente con desear en general ser feliz, pacífico y justo? ¿Es necesario creer -como dice en la Epístola a los Hebreos- que hay un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos? Santo Tomás dice al parecer cosas diferentes en distintos pasajes en cuanto a la medida de fe explícita que es necesaria.

Veamos una comparación: decir que la Iglesia es necesaria para la salvación es como decir que para ir a la Luna hace falta una lanzadera espacial. No se puede ir a la Luna en barco, en avión o con una escalera; del mismo modo, tampoco se puede ir al Cielo con una religión falsa. La cuestión del conocimiento surge porque Dios está interesado en salvar a los hombres, pero no tiene mayor interés en llevarlos a la Luna. Si Dios quisiera llevar hombres a la Luna, en ese caso se podría decir que si uno sabe que para ir allí hace falta una lanzadera espacial y se niega a servirse de ella, no puede ir a la Luna.

Con todo, uno podría llegar a nuestro satélite subiendo por una escalera, siempre que apoyase su fe en una ignorancia invencible. Cuando decimos que para ir a la Luna se necesita una lanzadera espacial, nos referimos a los medios que el hombre tiene a su disposición; no hablamos del poder de Dios, que para llevar hombres a la Luna no necesita ninguna lanzadera. Y de la misma manera, Dios puede salvar a los hombres sin necesidad de que sean miembros visibles de la Iglesia, aunque en ese caso los medios que pone el hombre son esencialmente insuficientes, del mismo modo que una escalera no sirve para ir a la Luna.

Debe de ser bastante infrecuente que alguien posea un conocimiento explícito de que la Iglesia es necesaria para la salvación y aun así se niegue a incorporarse a ella. De todos modos -y esto ya es más frecuente- tiene una ignorancia culpable de ello.
Si, por lo tanto, se salva alguien que no esté integrado a la Iglesia por los medios ordinarios, debemos decir que se ha integrado por medios extraordinarios. Si sólo es posible salvarse estando en gracia de Dios, y si esa gracia se obtiene en la Iglesia y a través de ella, eso quiere decir que todos los salvados deben de pertenecer a la Iglesia.
Hay que distinguir entre estar unido a la Iglesia en sentido estricto y estar unido a ella de una cierta manera. Todos los que se salvan están unidos a la Iglesia de una manera determinada, dado que es imposible salvarse sin estar en gracia de Dios, la cual es un vínculo de unidad con el Espíritu Santo, y por lo tanto con la Iglesia. Pero no todos los que se salvan están unidos a la Iglesia en sentido estricto, ya que sólo quienes están plenamente unidos a ella en el fuero externo pertenecen en sentido estricto a la Iglesia. 

Esto último enseñan las encíclicas Mystici Corporis y Mortalium animos (los seguidores de la doctrina del P. Feeney* sostienen que ello no sólo basta pertenecer a la Iglesia en sentido estricto –en lo cual están bastante acertados–, sino que tampoco se salva nadie sin pertenecer en sentido estricto a la Iglesia). (*El P. Leonard Feeney tenía interpretación excesivamente estricta del extra Ecclesia nulla salus, y llegó a ser excomulgado por Pío XII, si bien se reconcilió con la Iglesia y fue absuelto años más tarde, permitiéndose esta interpretación estricta. —N. del T.)

Indudablemente es imprescindible estar unido de alguna manera a la Iglesia, del mismo modo que es necesario estar en gracia. Dado que la pertenencia a la Iglesia es ciertamente necesaria, y aun así los papas hablan de la posibilidad de la salvación para las almas que en sentido estricto no son miembros de la Iglesia por ignorancia invencible, hay muchos (como el P. William Most) que sostienen que el dogma extra Ecclesiam nulla salus significa la necesidad de pertenecer de algún modo a la Iglesia.

Ahora bien, entendida como el sentido primario del dogma, tal interpretación debe de ser incorrecta. Precisamente porque la Iglesia es necesaria para la salvación, no se puede salvar quien sabe –o está en condiciones de saber– que la Iglesia es necesaria y aun así se niega a integrarse a ella en el fuero externo y muere por tanto separado de ella. Si la necesidad de la Iglesia para la salvación no fuera otra cosa que la necesidad del estado de gracia, esta conclusión no se seguiría. Un protestante podría haberse bautizado de niño, alcanzando con ello el estado de gracia (pues la gracia santificante la comunica el bautismo); podría saber que la unión con la Iglesia Católica es necesaria pero (en la falsa hipótesis de la que hablamos) sólo en esta medida: que persevere en el estado de gracia. No podría condenarse por negarse a integrarse externamente a la Iglesia porque no se le ha expuesto ninguna razón por la que está obligado a hacerlo.

Dicho de otro modo: cuando la necesidad de la Iglesia para la salvación se entiende correctamente como necesidad de plena comunión con la Iglesia visible y jerárquica fundada por Cristo, toda persona que cobre conciencia de esta exigencia –implícita en los fundamentos mismos de la fe cristiana– tiene que hacerse católica en el fuero externo para salvarse. Por el contrario, si la necesidad se entendiera vagamente como necesidad de estar en gracia de Dios o de actuar impulsado por el Espíritu Santo, nunca existiría una razón vinculante para que un no católico se hiciera católico; todos los motivos serían meramente personales y provisionales (como «no creo que pueda perseverar en la gracia sin los sacramentos que da la Iglesia»). Desgraciadamente, eso es ni más ni menos lo que tienden a decir los ecumenistas hoy en día, si es que no van más allá y disuaden enérgicamente a la gente para que no se convierta.

Por fin estamos en situación de atar estos cabos. Como explicó el Santo Oficio en 1949, el dogma extra Ecclesiam nulla salus significa la necesidad de pertenecer en sentido estricto a la Iglesia –pero precisamente con necesidad de medio, no como un componente intrínsecamente necesario para alcanzar la gracia santificante (en pocas palabras, el motivo es que sería metafísicamente imposible para un alma entrar en el Cielo sin haberse santificado, pero no es metafísicamente imposible que Dios santifique a alguien que no es miembro de la Iglesia en sentido estricto [1]). De donde se desprende que quien sabe que la Iglesia es necesaria no se puede salvar si se niega a integrarse abiertamente a ella. Por eso, los partidarios de Feeney tienen razón en que la necesidad de pertenecer a la Iglesia es una necesidad de pertenecer a ella en sentido estricto, pero no la tienen cuando afirman que de dicha necesidad se desprende que no se salva nadie que no sea en sentido estricto miembro de la Iglesia.

Recapitulemos:

La pertenencia a la Iglesia es necesaria en sentido estricto como necesidad de medios (vida sacramental de la Iglesia, aceptación de su doctrina y disciplina, etc.). No se ha concedido al hombre otra manera de salvarse. Explicación: a la hora de administrar la gracia, Dios no está limitado por los sacramentos que ha instituido ni, en un sentido más amplio, ligado a ningún medio creado. Por consiguiente, Dios es capaz de hacer que un hombre se salve sin que esté en plena comunión con la Iglesia Católica, pero el hombre no es capaz de salvarse separado de dicha comunión. La única vía accesible al hombre para la salvación es la única que Cristo ha revelado y establecido para nuestro bien y para honra de Dios. Por eso, sería contrario a la voluntad de Dios, y hasta pecaminoso, no andar por la vía mencionada en la medida en que uno sabe o está en condiciones de saberlo [2].

La pertenencia a la Iglesia Católica es necesaria de una manera determinada como necesidad de fin (la unión con Dios mediante la gracia), sin la cual nadie se puede salvar en modo alguno, ni siquiera por el poder de Dios. Es decir, que todo el que se salve habrá vivido por la caridad y habrá sido guiado por el Espíritu de Dios a la tierra prometida. No hay manera de salvarse sin la gracia del Espíritu Santo, que es el núcleo central, el alma de la pertenencia a la Iglesia. La gracia es siempre la gracia de Cristo; siempre está vinculada a la Pasión y por tanto siempre está objetivamente relacionada con la Iglesia que es Cuerpo Místico de Cristo, que es donde uno se une a Dios. Por eso, está también objetivamente ligada al Santísimo Sacramento, ya que «si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre no tendréis vida en vosotros» (Jn.6,53).

Aunque nada que sea sobrenatural entra en la capacidad humana (por eso no se puede decir con verdad que un hombre se salva por sí mismo), Dios ha provisto al hombre de un medio para ocuparse en su salvación. Al ejercer su libre albedrío con la ayuda de la gracia actual que Dios nunca niega, el hombre puede dar todos los pasos necesarios para salvarse: puede buscar y obtener el bautismo y la catequesis, adherirse al Credo, rezar como le enseña la Iglesia y frecuentar los sacramentos. Todo ello requiere la asistencia de la gracia, y sin embargo ha sido ordenado por Dios de tal manera que el hombre puede cooperar con la gracia con sólo estar dispuesto a ello. Por ejemplo, yo siempre puedo querer ir a Misa los domingos, y si nadie me lo impide, puedo de hecho hacerlo. Se puede decir que nunca me falta libertad para hacer ese bien. En su gran misericordia, Dios lo ha dispuesto así para que la salvación esté al alcance de todo el que la desee.

Peter Kwasniewski

NOTAS:

[1] Hay ciertas cosas que, en sentido estricto, son imposibles para el hombre. El hombre no puede hacer nada para salvarse si prescinde de la única religión verdadera que ha instituido Dios por medio de su Hijo. Salvarse fuera de ella sería una contradicción en los términos. Con todo, eso no quiere decir que Dios no pueda en su misericordia salvar a un hombre que de hecho está apartado de la religión pero no se opone personal y obstinadamente a ella. En ese caso, la posibilidad recae enteramente en Dios y no en el hombre. «Lo que es imposible a los hombres es posible para Dios» (Lc.18,27).

[2] La disertación de Ludwig Ott sobre el deseo implícito concuerda con esta postura: «La necesidad de pertenecer a la Iglesia no es una mera necesidad de precepto, sino también una necesidad de medio, como lo demuestra la comparación de la Iglesia con el Arca, medio de salvación del Diluvio. No obstante, la necesidad de medio no es una necesidad absoluta, sino hipotética. En circunstancias especiales, a saber, en caso de ignorancia invencible o de incapacidad, la pertenencia de hecho a la Iglesia se puede suplir con el deseo de la misma. No es necesario que esté explícito, pero también se puede incluir en la disposición moral para cumplir fielmente la voluntad de Dios (deseo implícito). De este modo, pueden también alcanzar la salvación quienes estén fuera de la Iglesia Católica”. Fundamentals of Catholic Dogma, ed. James Bastible, trans. Patrick Lynch (Rockford, Il.: TAN Books and Publishers, 1974), p. 312.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

¿Por qué el Vaticano II no puede simplemente ser olvidado? (Peter Kwasniewski)



El Vaticano II debe ser recordado como un momento en el que la jerarquía de la Iglesia, en diversos grados, se rindió a la más sutil (y por lo tanto más peligrosa) forma de mundanidad ¿Por qué el Vaticano II no puede simplemente ser olvidado, sino que debe ser recordado con vergüenza y arrepentimiento?, un artículo de Peter Kwasniewski para LifeSiteNews

Traducido por Beatrice Atherton para Marchando Religión

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Ciertamente que hoy es un “signo de los tiempos” ver tantas discusiones sobre el Concilio Vaticano II, la mayoría de las cuales son mucho más realistas en la evaluación de sus posibles defectos de lo que ha sido el caso en décadas pasadas, cuando era obligatorio celebrar el Concilio como un verdadero Pentecostés o, en último término, como un momento de rectificar los problemas legados de cuatro siglos de catolicismo tridentino. Debemos agradecer al arzobispo Viganó por volver a encender una discusión que se podría caracterizar como “más vale tarde que nunca.”

Desafortunadamente, muchas de las respuestas publicadas al artículo de Viganó parecen estar motivadas por un deseo de “salvar el rostro eclesial.” George Weigel se refugia en benignas generalidades y en el culto al héroe Woltyla. Adam De Ville apela a la Volknología para descartar las críticas al Concilio como un “trauma escogido” que colapsa en el tiempo. El obispo Barron da respuestas con frases con gancho a sólidas preguntas. John Cavadini expresa simpatía por Viganó pero, después de catalogar todas las cosas maravillosas que él encuentra en el Concilio, simplemente se refugia en la afirmación de Benedicto XVI de que no fueron los documentos del Concilio los culpables, sino su aplicación o desarrollo unilateral por los teólogos postconciliares, sin reconocer que fueron estos mismos teólogos quienes habían redactado o influido en los documentos conciliares y sabían precisamente qué novedades y ambigüedades se habían albergado en ellos. 

En mi opinión, sólo Anthony Esolen y Hubert Windisch han mostrado haber captado hacia donde apuntaba Viganó: para Esolen, “el tiempo del Concilio en la historia ha pasado,” y necesita ser “destronado”, mientras que para Windisch, las raíces de la crisis se ven con claridad en el “replanteo” de la Iglesia frente al mundo, que fue la preocupación central de la pastoral estratégica del Concilio.

Uniéndose a la discusión más recientemente está el Padre Thomas G. Weinandy, o.f.m, capuchino, con un ensayo titulado: Vatican II and the Work of the Spirit” (Vaticano II y la Obra del Espíritu), y que lleva como subtítulo: “Lo suyo ha sido una gracia severa, pero también una gracia benéfica.” 

Para Weinandy, cuya posición de principio contra las desviaciones del Papa Francisco le valió tanto la enemistad del oficialismo como el gran respeto de los católicos preocupados por la crisis actual, el Vaticano II parece haber precipitado una crisis porque expuso males que estuvieron ocultos y latentes por mucho tiempo. Fue un mal necesario, como lacerar un forúnculo o cauterizar una herida. Escribe por ejemplo: “Es una ingenuidad pensar que tantos sacerdotes, previo al Concilio eran hombres de una fe profunda y que luego, de la noche a la mañana, después del Concilio, fueron corrompidos por el Concilio o por el espíritu del Concilio, y desecharon su fe y dejaron el sacerdocio.” El padre Weinandy también declara que el Vaticano II puso en movimiento muchos buenos procesos e iniciativas que están dando fruto hoy.

Al punto del padre Weinandy, que señala que los males que vemos después del Concilio estuvieron presentes antes del Concilio y que el Concilio simplemente los reveló, respondería:

1- Tenemos que distinguir entre tres grupos dentro de la Iglesia antes del Concilio. Estaban los corruptos, los confundidos y los honrados. ¿Cuál fue el efecto del Concilio en estos tres grupos? El punto del padre Weinandy apunta principalmente al corrupto: el Concilio los sacó a la luz. Sin embargo, él no aborda el efecto sobre los confundidos, que es darles a ellos la impresión de que el camino del corrupto era el legítimo. Tampoco aborda el efecto sobre los honrados, que fue reducir su capacidad para desafiar a los corruptos o influir sobre los confundidos. El punto del padre Weinandy puede sostenerse por un largo tiempo, es decir, que fue una gracia exponer este mal, pero esto es completamente compatible con decir que sacar todo este mal a la luz también lo aumentó.

2- No se debe sucumbir al subjetivismo sutil. Supongamos que había, por toda la Iglesia, sacerdotes corruptos teniendo pensamientos corruptos mientras celebraban la Misa; supongamos que su celebración de la Misa era subjetivamente mala, aunque exteriormente buena. Es, de hecho, algo mucho peor que celebraran sus Misas también mal exteriormente. Es decir, agregar la corrupción al ritual visible es de hecho la adición de un mal. Sería como si un montón de personas que interiormente anhelan ser asesinos en masa (juego de palabras. N. de traducción, misa y masa en inglés se dicen igual: mass) luego actuaran según sus antojos. La cantidad neta de mal no se mantiene igual solo porque las intenciones no han cambiado.

A la lista de los frutos positivos del Concilio del padre Weinandy, respondería:

(1) Parte de su lista es verdad, porque Dios siempre saca bien del mal. Esto incluye, por ejemplo, el hecho de que las órdenes religiosas en implosión dieran paso a otras nuevas y mejores.

(2) Parte de su lista es verdad, porque de hecho el Concilio no fue del todo malo. En este amplio contexto, espero que el pontificado de Juan Pablo II dé más frutos teológicos para la Iglesia que el mismo Concilio, pero el padre Weinandy tiene razón de que el Concilio fue una condición para su elección.

(3) Parte de su lista no es muy cierta, porque había muchos buenos frutos germinando en la Iglesia antes del Concilio, y el Concilio se hizo eco de ellos en lugar de aplastarlos. Este es un punto clave: si el padre Weinandy quiere decir que los males ya presentes, pero expuestos después del Concilio, no pueden ser atribuidos al Concilio, entonces tiene que decir lo mismo para lo bueno que siguió al Concilio. No todas las cosas buenas que sucedieron después del Concilio pueden ser atribuidas a éste. ¡Éste sería el mismo caso de la falacia post hoc, ergo propter hoc que a los anti-tradicionalistas les encanta lanzar a los tradicionalistas! Por ejemplo, el uso renovado de la Escritura en teología y la renovación de la patrística ya estaban en marcha antes del Concilio y pueden ser vistas fácilmente en el trabajo de muchos teólogos quienes, trasladados a la escena eclesiástica de hoy, sin duda se encontrarían más a gusto entre los tradicionalistas.

En pocas palabras, el padre Weinandy ha exagerado el caso para mantener al Concilio relevante para la vida diaria de la Iglesia.

No me subscribiría a la opinión de que el Concilio debiera ser “olvidado” como si nunca hubiera ocurrido.

No es así como funciona la historia. Más bien, debe ser recordado con vergüenza y arrepentimiento como un momento en el cual la jerarquía de la Iglesia, en diversos grados, se rindió a la más sutil (y por tanto más peligrosa) forma de mundanidad
Más aún, los errores contenidos en los documentos, así como también los muchos errores comúnmente atribuidos al Concilio o promovidos por éste, deben ser anotados en un syllabus y anatemizados por un futuro Papa o concilio, de modo que las materias controversivas puedan resolverse, como sabia y caritativamente lo han hecho los anteriores concilios con respecto a los errores de su tiempo.
Así como ha expuesto Viganó la complicidad con el mal del Vaticano y de muchos en la jerarquía en el caso de Theodore McCarrick, así también él ha encendido una luz brillante sobre los males doctrinales y litúrgicos que plagan la Iglesia a causa de las orientaciones, decisiones y textos del Concilio. A él se le debe tomar con seriedad. Ya no basta con señalar algunas cosas buenas que dijo el Vaticano II o algunas cosas buenas que han sucedido en el último medio siglo. Eso ya lo sabemos. Es también una gran tontería decir sobre este punto: “Tú sabes, la Iglesia no era perfecta antes del Concilio”, como si alguien afirmara que lo era.

La mayoría de los que ha “respondido” a Viganó, en diversos grados, pasa por alto la mayoría de las preguntas importantes. Es como si hubieran llegado muy tarde a una fiesta en la que la conversación en profundidad se ha mantenido desde hace mucho tiempo, en este caso, desde El Caballo de Troya en la Ciudad de Dios, de Dietrich von Hildebrand; Iota Unum de Romano Amerio; hasta Phoenix from the Ashes (Fenix desde las cenizas) de Henry Sire; Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita de Roberto de Mattei; e irrumpieran con observaciones que antes fueron retomadas y discutidas durante horas. Después de una incómoda pausa la conversación se retoma entre los participantes serios, mientras que los que la han interrumpido se alejan para tomar un cóctel sintiéndose satisfechos de haber “dejado en claro su punto.” ¡Ay!, pero eso estuvo fuera de lugar y no avanzó en nada la discusión, sino que meramente la interrumpió.
Lo que no se puede negar en cualquier evaluación objetiva es que entre 1962 y 1965, se llevó a cabo un “cambio de paradigma” en cuanto a la íntima relación de identidad, continuidad, tradición y cultura. Estas fueron disociadas de una manera que fue radicalmente no católica e inestable.
Sólo como para completar este artículo, me ha llamado la atención el artículo del padre Serafino M. Lanzetta Vatican II and the Calvary of the Church (Vaticano II y el Calvario de la Iglesia) (Catholic Family News, 3 de agosto). Altamente recomendable como una de las mejores intervenciones en este debate en ser publicada, un ejemplo del tipo de intervención, manejo matizado y de profundo pensamiento exigidos por la gravedad del asunto.

Peter Kwasniewski

*Nota de edición: La fotografía pertenece al artículo original publicado por LifeSiteNews. MarchandoReligion declina toda responsabilidad

Este artículo sobre el Vaticano II puede leerse en su sitio original en inglés aquí: