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lunes, 4 de enero de 2021

Los niños abortados: ¿van al Cielo? Sermón del P. Javier Olivera Ravasi, SE

 QUE NO TE LA CUENTEN


Duración: 15 minutos


Texto guía

El aborto y el destino de los niños abortados

Sermón 3/1/2021

1) Contexto del presente sermón

1. Fiesta de los Santos Inocentes: 28 de diciembre. «Murieron por Cristo». Son bienaventurados en el cielo e interceden por nosotros

2. Aborto en Argentina, año 2020.

3. No todo nos fue revelado: Juan 16,12: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello”.

–¿Cuál es el destino eterno que da Dios a los niños que mueren sin bautismo, y concretamente a aquellos que han sido abortados?

Dos Textos que parecen encontrados:

Mc 16,15-16: “Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”.

Juan 3,5: “el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.

Y…:

1 Timoteo 2,4: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”.

Pues bien: Dios quiere que todos los hombres se salven, pero no todos se salvan…

2) El documento de 2007

En el año 2007, siendo Papa aún Benedicto XVI, La Comisión Teológica Internacional (CTI), dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó un documento titulado así: “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo”.

¿Qué se dice allí? Que hay una “ausencia de una enseñanza explícita en el Nuevo Testamento sobre el destino de los niños no bautizados”.

a. Los Padres griegos

San Gregorio de Nisa (siglo IV) es el único que le dedica una obra, en la que dice que «la muerte prematura de los niños recién nacidos no es motivo para presuponer que sufrirán tormentos» en la otra vida.

b. Los Padres latinos

En la Iglesia latina los Padres, siguiendo a San Agustín, mantienen una posición dura, planteando que Dios condena a aquellos que mueren con pecado, incluso a los niños que han muerto sin el bautismo.

c. La Escolástica medieval y hasta nuestros días: el limbo de los niños

Con Santo Tomás a la cabeza, se planteaba que «puesto que los niños que no han alcanzado el uso de la razón no han cometido pecados actuales… van a un lugar donde gozan de una plena felicidad natural y sin dolor alguno, pero no al Cielo (Santo Tomás de Aquino, beato Duns Scoto)».

d. El actual Catecismo

Nro. 1261. «En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que “quiere que todos los hombres se salven” (cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: “dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis” (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo».

Conclusión del estudio:

En la Iglesia Católica griega hay sólo un rito fúnebre para los niños, bautizados o no, en la que se pide que los niños difuntos para que puedan ser acogidos en el seno de Abraham. El nuevo Misal Romano de 1970, tomando una tradición que venía de lejos, introdujo una misa funeral por los niños no bautizados cuyos padres deseaban presentarlos para el Bautismo.

Y las oraciones litúrgicas reflejan y dan forma al sensus fidei de la Iglesia, por aquello de que lex orandi, lex credendi…

Por eso termina el documento diciendo que “hay razones teológicas y litúrgicas para motivar la esperanza de que los niños muertos sin Bautismo puedan ser salvados e introducidos en la felicidad eterna, aunque no haya una enseñanza explícita de la Revelación sobre este problema”.

3) La Virgen de Fátima y una opinión teológica

a- La Virgen de Fátima nos pide rezar por esas almas no bautizadas y muertas no abortadas:

El 13 de Julio de 1917, la Virgen María dijo a los niños de Fátima: Cuando recéis el Rosario, diréis después de cada misterio: “Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva al Cielo a todas las almas, principalmente las más necesitadas de tu misericordia”. Esta es la opinión del P. José M. Iraburu.

Los niños abortados y los que, sin llegar al uso de razón, mueren sin bautismo, son seres almas necesitadas de la misericordia.

b. Opinión teológica: los niños que mueren abortados van al Cielo

Cuando Tomás, el incrédulo, le dice a Jesús: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”, Cristo le responde: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Porque Nuestro Señor no es sólo la Vida, sino el autor de la Vida.

Hoy, que se mata la vida por odio a la Vida misma. Por ese querer ser como Dios, por eso, de algún modo, esos niños abortados están siendo matados, aun inconscientemente, por odio al creador y Señor nuestro, Jesucristo, convirtiéndose también ellos en otros santos inocentes, como los que masacró Herodes, de allí que uno pueda tener esperanza fundada en que ya gocen, desde el seno de sus madres, de un bautismo de sangre que los haga llegar al Cielo.

Conclusión:

Que nuestra Santa Madre María, interceda por nosotros, especialmente, por nuestra Patria, que con esto ha tocado fondo. Y que esos niños abortados, si es que ya están en el Cielo, pidan al Señor de la Vida para que resucitemos de nuestro letargo. Amén

lunes, 25 de marzo de 2019

Acerca del limbo, intentando contestar a unas preguntas realizadas por niños de 12 y 13 años (José Martí)



Del 7 al 16 de septiembre de 2013 traté en este blog sobre el tema del limbo, como puede comprobarse en los siguientes enlaces: 

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Anexo

A modo de resumen se podría decir que la existencia del Limbo no es un dogma de fe; y, sin embargo, negar su existencia podría poner en peligro la existencia del pecado original y, por tanto, la necesidad de la Redención.

Si algo quedó claro es que en estado de pecado, aunque se trate del pecado de naturaleza (pecado original) con el que todos nacemos y no de pecados personales, es imposible la entrada en el Cielo. Los niños no bautizados se encuentran en esa situación. Por lo que, al menos, en el presente eón, debe de existir algún lugar, de felicidad natural, al que irían estos niños, dado que, al no haber cometido pecados personales, no irían al infierno, obviamente: si tal ocurriera Dios sería injusto, pero Dios es infinitamente justo. Pues bien: a ese lugar le llamamos limbo. El limbo no es lo mismo que lo que se conoce con el nombre de Seno de Abraham; la nota esencial de este último lugar es que es ahí donde se encontraban los justos del Antiguo Testamento, en una situación de espera de la venida de Jesucristo. Cuando se dice que Jesús descendió a "los infiernos", con la palabra "infierno" se designa el Seno de Abraham. Con la muerte y resurrección de Jesucristo, las puertas del cielo quedaron abiertas para ellos, viendo así cumplidas las promesas que Dios les hizo; y que se pueden leer en el Antiguo Testamento. El Seno de Abraham era un lugar existente previo a la muerte de Jesús, pero Cristo, muriendo en la Cruz, por su inmenso Amor, rescató de ese lugar a los justos que, ahora, están con Él en el Cielo. El Seno de Abraham ya no existe.

Hablando de este tema con dos jovencitos, de 12 y 13 años, me encontré con la "sorpresa" de que ellos piensan que el limbo es algo temporal, y que sólo durará hasta que llegue el final de los tiempos: una vez que todo acabe, el limbo dejará de existir, quedando sólo el Cielo y el Infierno ... pues Dios, en su infinita misericordia, haría partícipes de su gracia a quienes estuviesen entonces en el Limbo, dándoles así la posibilidad de entrar en el Cielo: esto ocurriría cuando se acabara la historia.

Escribo a continuación la respuesta que les di a las preguntas que me iban haciendo:

- En principio, les decía, está claro que, en estado de pecado, aunque sea el pecado original [ pecado de naturaleza, pero pecado, al fin y al cabo], no es posible entrar en el Cielo. Dicho esto -y puesto que nos encontramos en el terreno del Misterio y de la Misericordia de Dios- hay que añadir que -estrictamente hablando- sólo Dios sabe quién se salva y quién se condena ... o bien quien es salvado del Limbo.

- Me preguntaron: ¿se puede decir, con total seguridad, que no hay nadie, absolutamente nadie que pueda estar en el Cielo si no ha sido bautizado? ¿Ni siquiera los niños que no hay llegado a nacer porque han muerto antes, en el seno de su madre? Tal vez, si hubiesen nacido, lo más propio es que la mayoría de ellos habrían sido bautizados. Sin embargo, sin culpa alguna de su parte, no han tenido esa posibilidad. Pensamos que eso no es justo.

Les expliqué que Dios no está obligado a dar a todos su gracia: ésta es un puro don gratuito y no es exigible por nuestra naturaleza. Además, aunque no vayan al cielo, no sufrirán, sino que se encontrarán en un estado de felicidad natural. Les expliqué que una vez que pasamos de esta vida a la otra, nuestra situación, por toda la eternidad, será aquella en la que nos encontremos en el momento de la muerte. Las oportunidades se tienen sólo en esta vida. Y no hay otra. Después ya no se puede merecer. 

No obstante, no descarto que Dios, que es Todopoderoso y Misericordioso, pueda actuar en el sentido de conceder su gracia a algunos de ellos; o tal vez a todos, si lo preferimos así, pero esto es algo que no se puede saber. Nadie puede saberlo. Lo que sí es cierto es que no se puede negar "alegremente" que el limbo no exista, amparándose en la idea -por otra parte cierta- de que la existencia del limbo no es ningún dogma de fe. La razón ya se la había dicho al principio: su negación conllevaría la no existencia del pecado y la no necesidad de la Redención, lo que daría al traste con toda la Doctrina Cristiana.

No quedaron muy convencidos. Lo curioso del caso es que me dejaron también a mí en duda: ellos no discuten que el Limbo no exista. Lo que discuten es que sea eterno. Piensan que, al final de los tiempos, el limbo dejará de existir. Y a los habitantes del limbo Dios los llevará, entonces, consigo, al Cielo. De ese modo, no se pone en duda la existencia del pecado y la necesidad de la Redención por Jesucristo. Y, por otra parte, parecería que así el Amor de Dios y su Poder se manifestarían en toda su Plenitud.

La verdad es que me pusieron en un verdadero aprieto: Les dije que lo estudiaría mejor y que escribiría en el blog la respuesta a su pregunta. Ciertamente, es preciso dejar muy claro que siempre se da la posibilidad de la misericordia divina, la cual es infinita. En ese sentido, la idea de estos niños, ya adolescentes, podría considerarse como una hipótesis plausible y bastante probable ... pero no es algo que pueda afirmarse de un modo apodíctico: ¡sería peligroso hacerlo, como puede verse en lo que digo a continuación!

Es preciso llevar mucho cuidado con los términos que se utilizan cuando se habla. Y, en cualquier caso, hay que estar en todo momento a lo que la Iglesia siempre ha dicho. Éste es el patrón de conducta de un católico que lo quiera ser de veras: no debe anteponer sus opiniones personales a lo que la Iglesia ha establecido. Y esto en todos los casos. En este caso concreto, si se admite que Dios salvaría a todos los que se encuentran en el Limbo, no se entiende por qué no salvaría también entonces a los que se encuentran en el infierno ... e incluso al mismo Satanás y a toda su cohorte: es lo que se conoce como teoría de la apocatástasis, debida a Orígenes (184-254), que reaparece posteriormente en Escoto Eriúgena y Schleiermacher; y que fue condenada por la Iglesia en los siguientes documentos: 

(1) En el Sínodo de Constantinopla (a. 543);
(2) En el Concilio Constantinopolitano II (a. 553);
(3) En el Concilio IV de Letrán (a. 1215);
(4) En la Constitución Dogmática Benedictus Deus, de Benedicto XII (29 enero de 1336)


De manera que, sea de ello lo que fuere, y aceptando siempre lo que la Iglesia mantiene, sin sombra alguna de duda, hay que estar abierto en toda situación a aquello que es lo esencial; a saber, hay que dejar siempre abierta la puerta a la gracia y a la misericordia de Dios, que son las únicas que nos pueden salvar. Insisto: manteniendo siempre, con fuerza, y en primer lugar, lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de veinte siglos de Historia. Rebelarse contra la Iglesia, la Iglesia perenne, es rebelarse contra Dios. Esto no debe olvidarse (nos referimos, claro está, a la Iglesia de siempre, puesto que la Iglesia no nació ayer ni hace cincuenta o sesenta años, como algunos, ingenua o maliciosamente, piensan).

Antes de dar fin a esta entrada, consciente, como soy, de que no he conseguido la aquiescencia completa de mis estimados "jovencitos", me gustaría añadir algo más, pensando en voz alta. Y me voy a referir al tema de los infiernos.

Lo primero de todo es decir, cuando se habla de los "infiernos", que -según santo Tomás- los infiernos eran cuatro (ahora tres): el de los condenados, el purgatorio, el limbo de los justos (o Seno de Abraham) y el limbo de los niños. El seno de Abraham desapareció con la muerte de Jesús: esos son los infiernos a los que nos referimos cuando rezamos el Credo y decimos de Jesús que "descendió a los infiernos".

Por otra parte, tengo entendido -no recuerdo dónde lo he leído, creo que en la Suma- que tanto en el cielo como en el infierno hay bastantes moradas. Referente al cielo está claro, pues lo dijo el mismo Señor: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn 14, 2). En el caso del infierno es de lógica que, por extensión, sea también algo parecido (Dante así lo pensaba, en su Divina Comedia). En otras palabras, que no todos ocupan el mismo nivel, por así decirlo.

Sé que la pena de daño supone la ausencia de la visión beatífica. Sé también que en el purgatorio hay pena de daño y de sentido, pero con esperanza y en el infierno igual, pero sin esperanza. En el limbo de los niños sólo se da la pena de daño y no la de sentido. De ahí su estado de felicidad natural (que no sobrenatural, pues no poseen la gracia santificante).

Mi pregunta concreta -la que yo me hago a mí mismo- es si los que están en el limbo han llegado a ver a Dios antes de ir allí. Yo creo que no, pues entonces ya no podrían ser felices ni siquiera con una felicidad natural. Simplemente no poseen la visión beatífica, ni pueden poseerla (pues no están en gracia), pero tampoco la echan de menos (pues no cometieron pecados personales). Tienen una felicidad natural de conocimiento, como si conocieran el Bien Supremo aristotélico, por decirlo de alguna manera.

Lo que sigue a continuación son disquisiciones personales que yo me hago a mí mismo, razonando el porqué la pena de daño de los niños del limbo es diferente a la pena de daño de los demás.

La pena de daño de los moradores del purgatorio o del infierno sí produce un inmenso sufrimiento, puesto que han visto a Dios, en el juicio particular, y ahora ya no lo ven (con la diferencia de que quienes están en el purgatorio tienen la esperanza de volver a verlo. No así los condenados en la gehenna). A esta pena de daño se le sumará luego la de sentido, después de la resurrección de los muertos, cuando las almas recobren sus cuerpos.
Conclusión: los niños del limbo sufren la pena de daño (no así la de sentido) y no gozan, por lo tanto, de la visión beatífica ... pero esta pena de daño es diferente de la que sufren quienes están en el infierno o en el purgatorio. Estos últimos vieron a Dios y ahora no lo ven [penas de daño "iguales" en principio -y consecuencia de sus pecados personales concretos- pero con la gran diferencia de que los que están en el purgatorio saben que el tiempo en este lugar es pasajero y tendrá un final, de manera que viven con esperanza, lo que no ocurre con aquellos que están en el infierno].
La situación de los niños del limbo es diferente. No poseen la gracia santificante al no haber sido bautizados y no pueden, por lo tanto, gozar de la visión beatífica. Pero no han cometido ningún pecado personal de rebelión contra Dios. De modo que es lógico pensar en una pena de daño diferente a la de los casos anteriores. Pienso, como digo, que no gozarán nunca de la visión de Dios, pero -por otra parte- nunca deben de haberlo visto previamente, porque -de ser así- su sufrimiento (de pena de daño) sería exactamente igual al que sufren los condenados en el infierno (aunque los del limbo no tuviesen la pena de sentido). Y, es más: ni siquiera podrían gozar de una simple felicidad natural, pues ésta estaría empañada por la desesperación de que habiendo visto a Dios no podrán volver a verle nunca más, por toda la eternidad, que es lo que les ocurre a los condenados en el infierno. Dios, que es Justo, con mayúsculas, no puede tratar igualmente a quienes, de un modo definitivo y por voluntad personal, no han querido saber nada de Él que a aquellos otros que -por las circunstancias que sean- no le han negado explícitamente con su voluntad, aun cuando esta negación se encuentre en su propia naturaleza caída ... ¡pero no es igual! Lo propio [siempre según mi opinión, pues yo no soy Dios] sería que se mantuviesen en esa situación de "infierno", en cuanto que no poseen la gracia pero que, por otra parte, no fuesen conscientes de esta situación, al no haberse encontrado nunca cara a cara con Dios. Yo así lo veo.

Tengo la esperanza de que este tipo de consideraciones personales en torno al Limbo ayudará a mis queridos "jovencitos" a clarificar sus ideas. A mí, al menos, me ha ayudado.

José Martí

lunes, 16 de septiembre de 2013

Anexo al artículo sobre el limbo de los niños (José Martí)



Al poco de haber acabado de escribir los cuatro artículos sobre el limbo me encontré con una página web de Tradición digital, en la que aparecía un artículo del padre Ángel David Martín Rubio, altamente interesante, que hablaba de la importancia fundamental del bautismo para la salvación. No lo reproduzco enteramente aquí, por supuesto, aunque  sí dejo un enlace al mismo. Pinchar aquí 

Me tomo la libertad de escribir algunos de los párrafos de dicho artículo. En concreto, aquéllos que se refieren a la salvación (o no) de los niños muertos sin bautismo,  y a otros graves errores que existen en ese sentido. Dice así este autor (la negrita es mía):

Al decir que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, la dificultad radica en que la fórmula usada por el Concilio es tan poco explícita y se prescinde del inciso con tanta facilidad, que se acaba equiparando ambas uniones: la genérica (por el mero hecho de la Encarnación) y la real (por la gracia). 

Por eso, en la práctica se acaba concluyendo en la idea de una “Redención Universal” concebida en términos que extiende la relación de la gracia tal como existe entre Cristo y su Iglesia, a todo hombre y, con ello, a toda la humanidad.

Por el contrario, según la doctrina católica la aplicación de los frutos de la redención a cada hombre en la obra de la justificación está ligada a la fe y al Bautismo

[Ciertamente esto es muy grave]. A la luz de la nueva teología -continúa diciendo nuestro autor- estas realidades se convierten en superfluas  y, por eso, carece de sentido la necesidad de la salvación a través del Bautismo, de la fe y de la Iglesia. Y a partir de ahí todas las fantasías son posibles.

Por eso, es necesario recordar que los adultos pueden suplir el Bautismo con el acto de caridad o deseo del Bautismo, y con el martirio. En cambio, los niños que no son capaces de formular un voto o deseo, no tienen otro medio que no sea el Bautismo de agua o el martirio.

Esta última afirmación se entiende no cuando hablamos de algún caso particular (Dios puede, si quiere, otorgar la salvación eterna sin los Sacramentos), sino como ley general.

Hay también una afirmación interesante, en la que no siempre caemos en la cuenta y es que nadie tiene derecho a la gracia. Más aún, el don de la perseverancia es totalmente gratuito así como la predestinación misma. Este don Dios se lo concede a quienes quiere y como quiere.

En conclusión, Dios con su voluntad libérrima puede, del modo que Él quiera, subvenir a los niños para que no perezcanSin embargo, de estos casos no consta y las opiniones acerca de la situación eterna de los niños que mueren sin haber recibido el Bautismo carecen en verdad de fundamento sólido.

Hasta aquí el autor. La conclusión final, a mi entender, que coincide con lo que yo ya he escrito sobre este tema, es que hay que mantener la doctrina de siempre, porque peligra el pecado original y la necesidad del bautismo para la salvación

Pero, por otra parte, y esto sería de modo excepcional, hay que tener en cuenta siempre que los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is 55, 8) y que Dios distribuye su gracia a quien quiere y como quiere; y tiene en cuenta todas las circunstancias, que nosotros desconocemos. Dios es más sabio y más bueno y más justo y misericordioso de lo que ninguno de nosotros podría ser nunca. Y no cabe duda de que, en su infinita Sabiduría, Bondad y Misericordia, actuará siempre bien;  y lo que haga  será siempre lo mejor. 

Pero puesto que este asunto sólo Dios lo conoce y se trata de un tema tan serio, sería una grave imprudencia y temeridad arriesgarse a no bautizar a un niño, pensando en que Dios lo va a salvar de todas maneras. Eso no es así.  Ya sabemos que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is 55,8). Se impone ser sencillos y actuar con seguridad. Y lo seguro, y en lo que no caben elucubraciones de ninguna clase, es el bautismo. No le demos ya más vueltas.

viernes, 13 de septiembre de 2013

El limbo de los niños (y IV) por José Martí

Con relación a los niños que mueren en el vientre de su madre y, por lo tanto, sin bautizar... siempre queda la posibilidad de que Dios actúe, en casos concretos, por razones que sólo Él conoce, y que a algunos de ellos les conceda la gracia santificante que les permita gozar de la visión beatífica en el Cielo, junto a Él. Pero esto deja demasiado abierto el camino a la imaginación y no deja de ser una mera conjetura; lo que no ocurre, en cambio, si se admite la existencia del limbo, ya definida como cierta por la Iglesia desde hace mucho tiempo (aunque, es conveniente insistir, no se trate de ningún dogma de fe). De hecho, la Iglesia, aunque no se ha pronunciado de modo expreso en ese sentido, sí lo ha hecho, de alguna manera, desde el momento en que no afirma, de modo categórico, que el limbo no exista, pues el hacerlo supondría la no necesidad del bautismo para la salvación, lo que es una herejía. Sabia y prudente es la Iglesia...

... de modo que, en principio, lo que les espera a los niños muertos sin bautizar y con sólo el pecado original, es de suponer que es el limbo (así se ha convenido en llamar a ese lugar). La situación de estos niños allí sería la de una felicidad natural, una felicidad propia de seres humanos, pero que no han sido elevados a la condición de hijos de Dios por el bautismo y que, por lo tanto, no pueden disfrutar de la visión de Dios




No hay modo de saber si a una persona concreta Dios le va a dar la gracia de la salvación, como modo extraordinario. ¡Por supuesto que puede hacerlo! Pero puede también que no lo haga; y desde luego, sería sólo en casos excepcionales. Como se ha dicho ya hasta la saciedad, todo lo que se piense en ese sentido no dejan de ser meras hipótesis y elucubraciones piadosas de las que no se tiene la menor seguridad. En cambio, la existencia del limbo es aceptada por los Padres de la Iglesia y es doctrina común de la Iglesia, aunque aún no haya sido declarada como dogma. Y lo prudente y lo aconsejable es optar por lo seguro (máxime si se trata de algo tan serio como es la salvación eterna).


Conviene no olvidar que, al fin y al cabo, es Dios quien concede gratuitamente su gracia y lo hace a quien quiere. Nadie puede exigirle nada, en ese sentido; ni Dios es injusto por no conceder a todos la gracia santificante. Lo que es natural y propio de la naturaleza humana, eso es lo exigible por la misma naturaleza. Pero es preciso distinguir entre lo que es natural y lo que es sobrenatural. El orden de lo sobrenatural está por encima de nuestra naturaleza (ya lo dice la palabra: sobre-natural): no es algo que el hombre pueda exigir a Dios, como si tuviera derecho a ello,  y Dios tuviera necesariamente que concedérselo, puesto que es de justicia. No, no es así como funcionan estas cosas. Dios es esencialmente libre. Y si concede su gracia a alguien es porque quiere, gratuitamente. No tiene ninguna obligación, en ese sentido. 




Dicho lo cual, hay que decir que  Dios quiere (¡así lo ha querido!) dar su gracia a todos los hombres, pues quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4). Pero, y este matiz es fundamental, ha querido realizar esta concesión de su gracia condicionándola a nuestra respuesta a su Amor. Luego resulta que nuestra propia salvación va a depender, en realidad, de nosotros mismos, de que verdaderamente queramos salvarnos: de la voluntad de Dios y de su Amor por nosotros no tenemos ninguna duda. Él quiere nuestra salvación (1 Tim 2,4)... Sólo hace falta que nosotros también queramos, pero que queramos de verdad, no sólo con palabras, lo que lleva consigo, entre otras cosas, el cumplimiento de sus mandamientos, el tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús (ver Fil 2, 5), el vivir en nosotros su propia Vida y el darle nuestro corazón para que Él nos pueda dar el Suyo. 


En otras palabras, es necesario entrar por la puerta estrecha, lo que supone la negación de uno mismo, el tomar la cruz y el dejarlo todo por amor a Él. El Señor no se anda con rodeos cuando habla: "Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí; y quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí. Quien quiera ganar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 11,37-39).  Y también: "Quien acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y quien me ama será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21).  "Si estas cosas entendéis seréis dichosos si las ponéis en práctica" (Jn 13,17). El Señor nos lo ha dado todo, por Amor, pero también nos lo exige todo, como respuesta amorosa a su Amor: "...siendo rico se hizo pobre por vosotros para que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9). Y así, también nosotros, una vez enriquecidos, seríamos capaces de entregarle, por amor, todo lo que antes Él nos había dado: nos haríamos pobres por Él, pobreza que es la máxima expresión de amor posible; y que es a la que debemos aspirar todos los cristianos para parecernos así a nuestro Maestro.

  

La negación de la existencia del limbo lleva a conclusiones muy peligrosas para la fe. Por ejemplo, si se niega la existencia del limbo entonces: 


a) Aparece la duda sobre la necesidad absoluta del bautismo para salvarse (esta necesidad es dogma de fe: no se puede negar sin caer en herejía)


b) Aparece también la duda sobre la urgencia y la necesidad de ser bautizados lo más pronto posible, pues de todas maneras el niño, aunque no se bautizase se seguiría salvando igualmente.


c) Se minimiza la gravedad del aborto, porque según estas premisas al niño abortado se le estaría enviando directamente al cielo.


d) Se relativizan todos los medios ordinarios que la Iglesia ha dispuesto para nuestra salvación. Nos quedamos sólo con la primera parte de la copla, aquélla que habla de que Dios quiere que todos los hombres se salven, pero nos olvidamos de lo más importante... y es que dice el mismo Dios, por boca de San Pablo, hablando de Jesucristo que "ningún otro Nombre hay bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Hech 4,12); lo que significa que la salvación sólo es posible en el seno de la Iglesia, y que no da lo mismo tener una religión u otra, o incluso no tener ninguna (en contra de la opinión, tan extendida hoy en día, de que nadie se condena)


e) Si resulta que para salvarnos no necesitamos, en realidad, ni de Jesucristo ni de su Iglesia, ¿qué sentido tiene, entonces, la venida de Jesús al mundo? El amor que demostró Jesús por todos y cada uno de nosotros, siendo obediente a su Padre hasta la muerte y muerte de cruz, para librarnos del pecado, no habría servido para nada. Y la misma existencia de Jesús sería absurda. Eso no es así, en absoluto.


Sabemos, por la fe, y con certeza, que Jesucristo, siendo, como es, verdadero hombre, es también verdadero Dios. Resucitó por Sí mismo, triunfando de la muerte y del pecado, y haciendo posible que los que, por su gracia, estemos unidos a Él y creamos en Él, podamos reunirnos definitivamente con Él y con todos los santos, en el Cielo.


Ésa es la razón, a mi entender, por la que la Iglesia no ha negado nunca, expresamente, la existencia del limbo, y aunque tampoco se haya declarado como dogma dicha existencia,  si reflexionamos un poco, de modo coherente y lógico, sobre lo dicho más arriba, llegamos fácilmente a concluir que el limbo existe realmente. Esta realidad ha sido creída durante muchos siglos por los cristianos, y es doctrina cierta de la Iglesia, pese a no haber sido declarada como dogma de fe. Ya nos referimos a esto, cuando poníamos como ejemplo el caso de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, creencia común de todo el pueblo cristiano, y creencia cierta, hasta ser declarada dogma por el papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950; momento a partir del cual quien no creyere en la Asunción de María, incurriría automáticamente en herejía.


Pienso sinceramente, como colofón, que lo que se oculta bajo todos estos "buenismos" de hoy en día es, ni más ni menos, que la pérdida de la fe: Ya no se cree en Dios, ni en la existencia del demonio, ni en el pecado, ni en la necesidad de salvación. No se cree que exista otro mundo que no sea éste. Jesucristo fue un mero hombre, pero no fue Dios. La resurrección de Jesús es una fábula, etc. Estamos llegando a una situación altamente preocupante, cual es la de la gran Apostasía, pues este fenómeno se está extendiendo por todo el mundo... pero éste es un tema que excede el propósito de este escrito. 

José Martí

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El limbo de los niños (III), por José Martí

En el punto 1261 del vigente Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) se puede leer: En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf Tim 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permite confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo.

Fijémonos que esa idea de confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo, no deja de ser más que una hipótesis teológica. En esta misma declaración, además, de alguna manera también le da esta interpretación, pues cuando hace referencia a las palabras de Jesús: "No impidáis que los niños vengan a Mí" (Mc 10,14), añade a continuación ... por eso mismo es más apremiante que nunca el no impedir que los niños puedan llegar a Cristo a través del sacramento del Bautismo, con lo que se está afirmando claramente la necesidad del Bautismo para la salvación. Vemos que no se hace alusión al limbo, pero en ningún momento se niega expresamente su existencia.


Y es que, puesto que, efectivamente, es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 4,2), alguien podría estar tentado a pensar: Si eso es lo que Dios quiere, ¿quién se puede oponer a su voluntad? Claro que, si se piensa así, habría que matizar sobre determinados hechos que son reales e innegables. Por ejemplo: es verdad que Dios quiere la salvación para todos los hombres... ¡por supuesto que sí!... pero esta voluntad salvífica de Dios es desde siempre ... y, pese a ello: hay ángeles que se condenaron (son los actuales demonios)... Dios creó a Adán en estado de gracia santificante... pero Adán pecó: Dios permitió el pecado original. Dios no quiere el mal y el pecado. Y, sin embargo, hay una gran abundancia de hijos de Adán que cometen graves pecados. 

¿Cómo explicar todo esto? Sencillamente: hay mucha gente que, haciendo uso de su libre albedrío (un libre albedrío que Dios le ha concedido) se resiste a la gracia, no quiere saber nada con Dios. Pero la culpa de esa actitud del hombre es del hombre y no de Dios.

Dios envía un Redentor (Jesucristo), funda su Iglesia, ordena que su Evangelio se predique a todas las partes del mundo: aquí se manifiesta la voluntad salvífica de Dios para con todos los hombres. Y, sin embargo, ¿ se salvan todos los hombres? La respuesta es: ¡no! Y esto no es ningún invento mío sino que es palabra de mismo Dios: "Ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y SON MUCHOS LOS QUE ENTRAN POR ELLA.¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y QUÉ POCOS SON LOS QUE LA ENCUENTRAN! (Mt 7,13-14).

De modo que resulta que, en verdad, la salvación es para pocos... pero no porque esa sea la voluntad de Dios (¡todo lo contrario!), sino porque el hombre prefiere las criaturas a Dios y, voluntariamente, dejándose engañar por el Príncipe de este mundo (que es el Diablo), le da la espalda a Dios. De ahí la advertencia de Jesús y su pena de ver que el hombre no responde a su Amor, sino que sólo busca lo suyo, en oposición a Dios. El amor de Dios al hombre reclama amor, por parte del hombre, hacia Dios. La reciprocidad es una nota esencial del amor auténtico, que nunca es unilateral. Y es esencial también al amor la libertad. Sin libertad entre los que se aman no puede haber amor. Ni siquiera Dios puede obligar al hombre a amarle. Un amor "obligado" sería cualquier cosa menos amor. Si el hombre no quiere saber nada con Dios, Dios no puede hacer otra cosa, con relación al hombre, que aceptar su decisión. En este sentido podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el Amor de Dios hacia nosotros le hace vulnerable y, en cierto modo, impotente

Dios no puede salvar a quien no quiere ser salvado porque así lo ha decidido, porque considera que hay otras cosas en las que encuentra más satisfacción que en Dios, en quien, por otra parte, no cree. Dios, que nos quiere tanto, no nos condena (¿cómo nos iba a condenar?), pero no puede obligarnos a estar con Él, no puede obligarnos a que lo queramos, no puede obligarnos a amarle por toda la eternidad, que en eso consiste el Cielo, básicamente. No es Dios, sino el propio hombre el que se condena a sí mismo, si se mantiene cínicamente en su actitud hasta el fin de su vida y no rectifica. Cada nuevo día Dios nos da la oportunidad de volver a nacer y de matar el hombre viejo que nos esclaviza, pues "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). Es muy importante tener estas ideas bien claras, pues nos jugamos en ello nuestra salvación eterna.

(Continuará)

lunes, 9 de septiembre de 2013

El limbo de los niños (II) por José Martí

¿Qué pasa entonces con los niños muertos sin bautismo? 

Lo primero que debemos hacer es recordar que la gracia santificante es una cualidad sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, que nos eleva sobre nuestra propia naturaleza, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina. Lo que significa que no es algo exigible por nuestra naturaleza humana, como tal. De ahí el nombre de sobre-natural. Al pecar, el hombre perdió para sí y para su descendencia, esta gracia santificante, que es la única que le capacita para poder ver a Dios. El hombre nace con ya con ese pecado, que no es personal como lo fue en Adán, sino propio de la naturaleza humana que ha heredado; pero pecado, al fin y al cabo. Y el estado de pecado, aunque sea el original, es incompatible con la visión de Dios. 

Dicho lo cual, vamos a ir analizando determinados puntos: 

1.  Las almas que, por la muerte, salen de esta vida con sólo el pecado original quedan excluidas, para siempre, de la visión de Dios o visión beatífica, por lo que ya se ha dicho: el estado de pecado, aunque se trate del pecado original, supone la carencia de la gracia santificante y, por lo tanto, la imposibilidad y la incapacidad de poder ver a Dios. Existe, pues, el pecado original y la pena que conlleva dicho pecado es la privación de la visión de Dios, o visión beatífica. Esto es enseñanza de la Iglesia y es dogma de fe.

2. Este pecado, en el caso de los niños, carentes de uso de razón, sólo puede borrarse mediante  el bautismo de agua, que es el medio ordinario para ello, aunque también puede borrarse por el bautismo de sangre, como medio extraordinario excepcional. Y esto también es enseñanza de la Iglesia y dogma de fe. El bautismo es necesario para salvarse. Tenemos las palabras del mismo Jesucristo: "el que no renaciere del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de los Cielos" (Jn 3,5). Sobre la necesidad del bautismo pueden verse los puntos 1257 y 1258 del Catecismo de la Iglesia Católica (en lo sucesivo CEC). 


Por supuesto que Dios podría haber elegido otros modos de salvar a las personas, pero ha querido hacerlo de la manera en que lo ha hecho,  y no de otra. Por lo tanto: el bautismo es absolutamente necesario para la salvación

Lógicamente éste es el camino ordinario que Dios ha escogido para nuestra salvación. Podríamos preguntarnos si existe algún otro medio. Sí, aunque a modo excepcional o extraordinario, está previsto ya por la Iglesia, que aquellos niños que mueran por odio a la fe católica, se salvarán y gozarán de la visión beatífica. Es lo que se conoce como bautismo de sangre. Por ejemplo, si matan a una mujer embarazada y a su bebé, y lo hacen por odio a la Iglesia, el niño, así muerto, participa en la pasión de Cristo y adquiere la gracia santificante, necesaria para salvarse. Como se ve, se trata de situaciones excepcionales. 

De ahí la enorme importancia de que los niños sean bautizados lo más pronto posible (ver CEC nº 1250). El Catecismo Mayor de San Pío X es, en este sentido, bastante más claro y explícito: 

562.- ¿Cuándo hay que llevar a los niños a la Iglesia para que los bauticen?
 - Hay que llevar a los niños lo más pronto posible a la Iglesia para que los bauticen. 

563.- ¿Por qué tanta prisa en bautizar a los niños?
 - Hay que darse prisa en bautizar a los niños, porque están expuestos por su tierna edad a muchos peligros de muerte, y no pueden salvarse sin el Bautismo.

564.- ¿Pecarán, pues, los padres y las madres que por negligencia dejen morir a sus hijos sin Bautismo o lo dilatan? - Si, señor; los padres y madres que por negligencia dejan morir a los hijos sin Bautismo, pecan gravemente porque les privan de la vida eterna, y pecan también gravemente dilatando mucho el Bautismo, porque los exponen al peligro de morir sin haberlo recibido 

3.  La realidad del limbo no es dogma de fe pero es doctrina común de la Iglesia y doctrina cierta: no es una mera hipótesis o conjetura. Cierto que no se trata de un dogma de fe ... pero podría llegar a serlo si la Iglesia, fiel depositaria de la fe,  lo proclamara así en algún momento. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el caso concreto de la Asunción de María en cuerpo y alma a los Cielos: se trataba de una creencia común de todos los fieles cristianos desde los primeros siglos del cristianismo, pero fue proclamada, expresamente, como dogma de fe el 1 de noviembre de 1950 por el papa Pío XII. La existencia cierta del limbo se deduce, en cierto modo, a partir de los datos dogmáticos de los dos primeros puntos; aunque-como digo- no es un dogma de fe.

El limbo sería el lugar adonde van aquellos que mueren sólo con el pecado original (sin pecados personales). No pueden ir al Cielo, pues carecen de la gracia santificante, pero tampoco pueden ir al infierno, pues nunca ofendieron a Dios ni se aferraron a los criaturas. No tienen pecado personal, luego es imposible que Dios los castigue en la otra vida. 

4. Los niños que mueren sólo con el pecado original no sufren en la otra vida la pena de sentido; tan solo la pena de daño, que consiste en que carecen de la visión beatífica de Dios. Al igual que el punto 3 ésta es también una verdad cierta o doctrina común de la Iglesia, pero no es ningún dogma de fe

Según Santo Tomás de Aquino, a excepción de no poseer la visión beatífica, tienen la felicidad natural más perfecta que podemos imaginar en esta vida. Tendrán un alto grado de conocimiento, de bondad y de amor tales que realmente, para ellos, más vale existir que no existir. Su existencia está más que justificada. Llegarán a un conocimiento natural de Dios tal como se le puede conocer a partir de sus criaturas y lo adorarán como a su Creador supremo, porque les ha dado el ser y la vida. Eso sí: lo sobrenatural les está vedado, pero ya hemos dicho al principio que lo sobrenatural no es algo que sea exigible por la propia naturaleza humana, como tal.


De manera que no sólo no sufrirán, sino que serán felices, con una felicidad real, aunque sólo natural. Solo les está vedada la visión beatífica, a causa del pecado original. Sin embargo, hay que decir, siguiendo a Santo Tomás, que:

a) Nadie se puede doler de un mal desconocido

Estos niños sabrán que estaban destinados a la felicidad sobrenatural, que jamás tendrán, pero no tendrán ni la menor idea de en qué consiste esa felicidad. Y al no saberlo, ni poder saberlo, ello no les causará ninguna pena.

b) Nadie se puede doler de carecer de algo que nunca ha podido alcanzar

Estos niños nunca pudieron recibir el bautismo, ni pudieron darle un sí personal a Dios. No tuvieron jamás la posibilidad de tener la gracia santificante, de modo que no están capacitados para ver a Dios. Y ellos lo saben. Si saben que no son ni pueden ser capaces de poseer la visión beatífica, por ello mismo no van a tener dolor por no poseerla. Su felicidad va a ser real, pero de orden natural y no sobrenatural.

(continuará)