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martes, 5 de mayo de 2020

San Juan Bosco, la iglesia y la pandemia



Imágenes simbólicas vinculadas a una Iglesia cada vez más afectada por una crisis no sólo doctrinal sino resultante de la creciente insatisfacción de estratos cada vez más amplios de la opinión pública católica y, más aún, están impresas en la mente de todos: el rayo que golpeó la cúpula de San Pedro en la tarde del 11 de febrero de 2013, cuando Benedicto XVI anunció su renuncia; la catedral de Notre-Dame de París en llamas la noche del 15 de abril de 2019la oración solitaria del Papa Francisco en una desolada plaza de San Pedro, enmudecida por la pandemia, en la noche de Cuaresma del 27 de marzo, cuando dio su bendición en presencia del crucifijo milagroso de la iglesia romana de San Marcello al Corso, con la cara y el cuerpo mojados por una lluvia torrencial. 

Para quienes tienen fe, leer las señales es algo normal, dado que el católico sabe que lo sobrenatural se relaciona con lo natural en unidad, sin divisiones; ha habido diferentes advertencias marianas, desde Nuestra Señora del Laus hasta La Salette y Fátima como también diversos avisos en nuestra época exhortando a un auténtico retorno, a través de la conversión al Cristo auténtico y a las leyes del Señor, leyes que son guías seguras para la existencia terrena y eterna de los hombres. La pandemia causada por el Coronavirus no es más que otra llamada de atención…

El hombre de fe cree en Dios y no en los hombres, por eso no vive de ilusiones, como, en cambio, desafortunadamente, les ha sucedido a muchos pastores de la Iglesia, desde hace cincuenta años, que creen en un diálogo fructífero con el mundo, el cual en su esencia desde siempre se ha opuesto a los principios divinos. 
 
Autocensurada, en las últimas décadas, la Iglesia se ha despojado de su identidad, como defensora de la Verdad traída por Jesucristo, para alinearse con los fuertes poderes e ideologías del sistema imperante. La Iglesia del Papa Bergoglio se sorprende, en estos días, de no haber sido tomada en cuenta por el Gobierno Conte a propósito de las nuevas directivas para la reapertura en Italia de la llamada fase dos. Como un ardid llegó a la alta jerarquía eclesiástica pro-gobierno, el anuncio del decreto del Poder Ejecutivo y entonces, con una comunicación ya no más servil, atacó las decisiones de la autoridad civil como puede verse en el comunicado de la Conferencia Episcopal italiana elaborada después de la conferencia del Presidente del Consejo el 26 de abril pasado.:
«Los obispos italianos no podemos aceptar ver comprometido el ejercicio de la libertad de culto […] Después de semanas de negociaciones en las que la CEI presentó las Directrices y Protocolos para enfrentar una fase transitoria en el pleno respeto de todas las normas sanitarias, el Decreto del Presidente del Consejo de Ministros publicado esta tarde excluye arbitrariamente la posibilidad de celebrar la Misa con el pueblo. Recordamos a la Presidencia del Consejo y al Comité Técnico Científico el deber de distinguir entre su responsabilidad, dando indicaciones precisas de carácter sanitario, y la de la Iglesia, llamada a organizar la vida de la comunidad cristiana, de conformidad con las medidas dispuestas, pero en la plenitud de su propia autonomía».
La autoridad y la credibilidad de la Iglesia, con connotaciones cada vez más relativistas y sociológicas, ha perdido consistencia, tanto respecto a los fieles como en las relaciones con el mundo mismo. Abandonando los derechos divinos por los supuestos derechos humanos, los hombres, autores de leyes contra el hombre y contra Dios, como el aborto, y de virus ideológicos contagiosos, miran hacia abajo y no hacia el Cielo, por lo que muchos pastores ya no pueden discernir entre lo que es malo y lo que es bueno. Desconcentrados y perdidos, gran parte de los ministros de cosas sagradas han perdido la sobrenaturalidad de la fe y, por lo tanto, se convierten en escrupulosos examinadores de la crónica terrenal, huyendo del admirable horizonte de lo sobrenatural, el único capaz de resolver problemas, contradicciones, falacias y desacuerdos terrenales. De esta manera es olvidado lo esencial de la Religión revelada por el Salvador para volver la mirada hacia el mismo pecado, el enemigo por excelencia de las almas.

La Iglesia tiene una gran necesidad de volver sobre sus pasos y de desintoxicarse; y las almas, cada vez más cansadas de las palabras de la vida terrenal, lo reclaman a grandes voces. Al respecto nos parece escuchar el mensaje profético que San Juan Bosco comunicó al Papa León XIII en 1878, transcripto en el texto «Exordio de las cosas más necesarias para la Iglesia»: 
 
«Era una noche oscura, los hombres ya no podían discernir cuál era el camino […] cuando una luz espléndida apareció en el cielo iluminando los pasos de los viajeros como al mediodía. En ese momento, se vio una multitud de hombres, mujeres, ancianos, niños, monjes, monjas y sacerdotes, con el Pontífice a la cabeza, dejando al Vaticano como en una procesión. Pero he aquí que se desata un furioso temporal; oscureciendo un poco esa luz parecía desatar una batalla entre la luz y la tinieblas. Mientras tanto, se llegó a una pequeña plaza cubierta de muertos y heridos, muchos de los cuales muchos pedían consuelo en alta voz. […] todos se dieron cuenta que ya no estaban en Roma. […] fueron vistos dos ángeles llevando un estandarte e iban a presentarlo al Pontífice diciendo: ‘Recibe el estandarte de Aquella que lucha y disipa a los ejércitos más fuertes de la tierra. Tus enemigos han desaparecido, tus hijos con lágrimas y suspiros invocan tu regreso’. Luego, llevando la mirada al estandarte, vi escrito en un lado: Regina sine labe Concepta; y en el otro: Auxilium Christianorum. El Pontífice tomó la pancarta con alegría, pero contemplando el pequeño número de quienes permanecieron a su alrededor se puso afligidísimo. Los dos ángeles añadieron: “Ve pronto a consolar a tus hijos. Escribe a tus hermanos, dispersos en varias partes del mundo, que es necesaria una reforma en las costumbres de los hombres. Esto no puede lograrse sino partiendo el pan de la Palabra Divina para los pueblos. Catequiza a los niños, predica el desapego de las cosas de la tierra […] Los levitas [sacerdotes, n. d. r.] serán buscados entre la azada, la pala y el martillo, para que se cumplan las palabras de David: Dios levantó a los pobres de la tierra para colocarlos en el trono de los príncipes de su pueblo». La tierra «estaba pisoteada como por un huracán» y muchas personas habían perecido.

El Papa, dice Don Bosco, regresó a Roma con nuevas y fervientes palabras y se echó a llorar por la desolación en la que se encontraban los pocos ciudadanos restantes. 
 
Ya en San Pedro, entonó el Te Deum, al que un coro de ángeles que cantaban respondió: «Gloria in Excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonæ voluntatis».
 
Corrispondenza Romana

NOTICIAS VARIAS 5 de mayo de 2020


INFOCATÓLICA

Noticias de Benedicto XVI: Temor del Anticristo es “demasiado natural”

GLORIA TV


Su renuncia no tuvo nada que ver con los escándalos como Vatileaks, dijo Benedicto XVI a Peter Seewald el 12 de noviembre de 2018. La declaración está contenida en la biografía de Benedicto escrita por Seewald (4 de mayo). Seewald trata a Ratzinger como “Papa Benedicto”.

Al comienzo de su pontificado, Benedicto firmó – al igual que Pablo VI y Juan Pablo II – su renuncia en caso de enfermedad que hace imposible el ejercicio del papado. Agrega “que se tornó claro para mí al final de mi servicio que hay también otras formas de insuficiente incapacidad para ejercer correctamente el cargo”.

“Emérito” significa que un obispo no mantiene activamente su sede episcopal, sino que está “en una relación especial con ella como ex obispo”.

Benedicto recuerda que todo obispo necesita una sede, aun si es, como sucede con los obispos auxiliares, sólo el titular de una diócesis que ya no existe más. Después que se introdujo la edad de jubilación episcopal, no hubo suficientes sedes titulares vacías. Por eso el obispo de Passau (Alemania), monseñor Simon Landersdorfer (+1971), comenzó a llamarse “emérito” [pero falleció siete meses después].
"La sede un obispo solo puede tener un titular", enfatiza Benedicto: “Al mismo tiempo se expresa un vínculo espiritual que no se puede dejar de lado bajo ninguna circunstancia”.

Él aplica esto a la sede romana. En ella,“él ya no tiene ninguna autoridad legal, sino una afiliación espiritual que permanece, aunque sea invisible”. Esta forma legal-espiritual, sin embargo, evita todo tipo de pensamiento respecto a una “coexistencia de dos Papas”, lo que es como querer trazar la cuadratura del círculo.

Benedicto describe las acusaciones de interferir con la administración de Francisco haciendo declaraciones como una “maliciosa distorsión de la realidad”. Como ejemplo de ello menciona su mensaje para el funeral del cardenal Meisner: “Mi frase sobre la barca de la Iglesia a punto de volcar a causa de las fuertes tempestades la había tomado literalmente de las homilías de San Gregorio Magno”.

Benedicto no quiere comentar Amoris Laetitia, “porque esto llevaría en exceso al aspecto concreto del gobierno de la Iglesia y, entonces, abandonaría la dimensión espiritual, que todavía es mi única misión”.

Pero elogia a Francisco por su “atención amable y cordial”: “Como usted sabe, la amistad personal con el papa Francisco no solo siguió siendo la misma, sino que ha crecido”.

Benedicto refiere el actual predominio del matrimonio homosexual y del aborto al poder del Anticristo: “Hace un siglo todos pensaban que es absurdo hablar del matrimonio homosexual. Hoy cualquiera que se opone es socialmente excomulgado”. Agrega que lo mismo se aplica para el aborto.

La sociedad moderna ha formulado un Credo anticristiano: “El miedo de este poder espiritual del Anticristo es entonces demasiado natural, y necesita realmente la oración de toda una diócesis y de la Iglesia universal para resistirlo”.

Para Benedicto, la amenaza real a la Iglesia y al ministerio petrino se basa en la dictadura global de ideologías aparentemente humanísticas, a las que no se las puede contradecir sin el riesgo de ser excluidos del consenso social básico”.

Un ecumenismo de papel (Carlos Esteban)



Su Santidad ha convocado contra la pandemia una jornada de ayuno y oración sugerida por un Alto Comité de la Fraternidad Humana, dirigida a todas las religiones. Pero, ¿qué religiones le harán caso, y por qué?


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Antes de su conversión a la fe católica, el recientemente canonizado cardenal John Henry Newman tenía una natural aversión por la confesión romana y un gran amor por su iglesia nacional, la anglicana. A medida que profundizaba en la historia y en su fe, advertía que su iglesia se había alejado de la unidad y la apostolicidad, dos notas de la verdadera, así que se propuso la gigantesca tarea de ‘recatolificar’ la Iglesia Anglicana, que sería solo una ‘rama’ de la única Iglesia Católica. Sólo desistió cuando, al cabo, se dio cuenta de que la iglesia que había pergeñado sólo existía sobre el papel o en su cabeza; por muy perfecta que le pareciera, no existía en el mundo real.

No cabe duda de que el actual pontificado es especialmente ecuménico, rebosando incluso los límites del primer ecumenismo, que pretendía la reunión de las confesiones cristianas. Francisco va más allá, como dejó especialmente de manifiesto en el documento común firmado con el gran imán de Al Azhar en Abu Dabi, y quiere tender puentes y lazos con todas las religiones, a las que supone unas intenciones parejas y la adoración de un mismo Dios.

Si bien hay numerosos comentaristas católicos perplejos con el alcance de esos esfuerzos, o incluso recelosos de que éstos lleven a ‘aguar’ la fe y obliguen a oscurecer las verdades que nos separan de los hermanos de otras confesiones, se suele pasar por alto otro aspecto quizá menor, pero en absoluto insignificante: la representatividad de las adhesiones. Lo que es lo mismo, para volver al ejemplo anterior, si estamos ante un ecumenismo de papel. 

Los católicos debemos obediencia filial al Papa. Los musulmanes, evidentemente, no. Aún peor: los musulmanes ni siquiera deben obediencia al gran imán, a ningún imán concreto, por lo demás. La suya no es una religión jerárquica.

Por otra parte, conocemos la visión que tiene el Papa de las religiones en general y del Islam en particular porque la ha expresado en numerosas ocasiones. Ahora bien, el Papa es agente cualificado para definir la doctrina cristiana, ninguna otra. No tiene una especial capacidad, mucho menos sobrenatural, para dictar en qué creen los musulmanes y cómo conciben su fe. De hecho, son muy numerosos los expertos en la religión islámica, por estudios o por experiencia diaria prolongada, que han advertido que Su Santidad parte de una idea ingenua y seriamente distorsionada de la fe de Mahoma.

¿Cuántos de otras religiones van a sumarse a la oración convocada por el Papa? Es imposible saberlo con alguna precisión. Pero no dejaría de ser extraño que confesiones que se han enfrentado dialéctica y bélicamente con los cristianos durante toda la historia acepten la autoridad del padre de los católicos.
Carlos Esteban