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jueves, 27 de diciembre de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO VIII)


[Nota: Cuando comencé a escribir acerca de este tema trascendental y fundamento de toda la vida cristiana, no sabía exactamente el tiempo que me iba a llevar. Pero lo cierto es que, a medida que he ido escribiendo, se me abrían nuevos horizontes. Y me doy cuenta de que hablar de estas cosas me supera, como no podría ser de otra manera... sólo que ahora me doy más cuenta de que eso es así. Eso no significa que no vaya a continuar escribiendo. Lo que quiero decir con esto es que, para no cansar demasiado al posible lector, hablaré paralelamente de otros temas, como en realidad he venido haciendo hasta ahora. El trasfondo seguirá siendo, como en un cuadro, la Santísima Trinidad. Eso sí, sin prisas: son muchas las citas bíblicas; y lleva mucho tiempo escribir sobre este tema. Pero el esfuerzo está más que compensado. Merece la pena estudiar y meditar todo lo que lleve a un mejor conocimiento y amor de Dios, tanto para mí mismo como, así lo espero, también para aquellos que llegaran a leer lo que aquí escribo].

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Efectivamente, los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Is 55,8). ¿Quién hubiera sido capaz de imaginar jamás que, en obediencia perfecta a la voluntad de su Padre, el Hijo de Dios iba a entrar en la historia humana, haciéndose uno de nosotros, un niño pequeñito, un bebé, completamente desprotegido y dependiente absolutamente de sus padres, como cualquier otro bebé humano lo es? Tremendo misterio es éste: que el Dios Único, Todopoderoso y Eterno, se nos haya manifestado del modo en que lo hizo, tomando nuestra naturaleza humana y haciéndose realmente un hombre como nosotros, "semejante en todo a nosotros, menos en el pecado" (Heb 4,15).

Un misterio que, como tal, es inexplicable. Si quisiéramos encontrarle alguna "explicación" sólo existe una: el Amor. Su Amor hacia nosotros le llevó a hacer lo que hizo. Esta "explicación", sin embargo, también es incomprensible. ¿Qué necesidad tenía Él de actuar así? La respuesta es: Ninguna. Y, entonces, ¿Por qué actuó del modo en que lo hizo?. Y la respuesta es: Porque así lo decidió libremente, porque quiso, porque le dio la gana, vamos. El Amor tiene sus "razones" que la razón desconoce. En realidad, no hay ninguna razón para el Amor que no sea el Amor mismo. Esto se nos escapa. Y así debe ser. ¿Dónde estaría, si no, el misterio?

Nosotros pensamos en términos de grandeza, de poder, de dinero, de influencias, de fama, de ser reconocidos, etc... En cambio, Jesucristo, que vino con una misión muy clara, de parte de su Padre, nos dijo, hablando de Sí Mismo: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos" (Mt 20,28). Ya hemos dicho esto antes, en repetidas ocasiones, pero nunca acabamos de entenderlo del todo, si es que llegamos a entender algo. Decía Jesús:  "Yo no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió" (Jn 5, 30). "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de aquel que me ha enviado" ( Jn 6, 38).

Hasta ahora hemos hablado, básicamente, de la relación de Jesús con su Padre. Toda la vida de Jesús hace referencia al Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y acabar su obra" (Jn 4,34). "Yo hablo lo que he visto en mi Padre" (Jn 8, 38). Y en otra ocasión: "Yo no he hablado por mí mismo, sino que el Padre, que me envió, Él me ha ordenado lo que tengo que decir y hablar. Y sé que su mandato es Vida Eterna; por tanto, lo que Yo hablo, según me lo ha dicho el Padre, así lo hablo" (Jn 12, 49-50).

Y con relación a la misión que del Padre ha recibido nos dice: "Todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer" (Jn 15,15). "El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó" (Jn 14,31). Por eso les dice a sus discípulos: "Como el Padre me envió así os envío Yo" (Jn 20,21). La obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre fue hasta el extremo, como decía San Pablo: "Fue obediente (a su Padre) hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2, 7-8). O, como el mismo Jesús decía: "¿Acaso no voy a beber el cáliz que el Padre me ha dado" (Jn 18,12). Y sus últimas palabras en la cruz,  refiriéndose a la misión recibida por parte de su Padre, fueron: "Todo está consumado" (Jn 19,30). "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu" (Lc 23,46)

Por eso, en la oración sacerdotal de la Última Cena, pudo decirle a su Padre: "Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú con la gloria que tuve junto a Tí antes que el mundo existiera" (Jn 17, 4-5)
(Continuará)