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viernes, 24 de octubre de 2025

DECLARACIÓN GRAVISSIMUM EDUCATIONIS SOBRE LA EDUCACIÓN CRISTIANA (Papa Pablo VI)




PROEMIO

El Santo Concilio Ecuménico considera atentamente la importancia decisiva de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo. En realidad la verdadera educación de la juventud, e incluso también una constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho mas conscientes de su propia dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social y, sobre todo, en la económica y en la política; los maravillosos progresos de la técnica y de la investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen a los hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre de otras ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente con una comunicación más estrecha que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos.

En consecuencia, por todas partes se realizan esfuerzos para promover más y más la obra de la educación; se declaran y se afirman en documentos públicos los derechos primarios de los hombres, y sobre todo de los niños y de los padres con respecto a la educación. Como crece rápidamente el número de los alumnos, se multiplican por doquier y se perfeccionan las escuelas y otros centros de educación. Los métodos de educación y de instrucción se van perfeccionando con nuevas experiencias. Se hacen, por cierto, grandes esfuerzos para llevarla a todos los hombres, aunque muchos niños y jóvenes están privados todavía de la instrucción incluso fundamental, y de tantos otros carecen de una educación conveniente, en la que se cultiva a un tiempo la verdad y la caridad.

Ahora bien, debiendo la Santa Madre Iglesia atender toda la vida del hombre, incluso la material en cuanto está unida con la vocación celeste para cumplir el mandamiento recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar a todos loshombres el misterio de la salvación e instaurar todas las cosas en Cristo, le toca también una parte en el progreso y en la extensión de la educación. Por eso El Sagrado Concilio expone algunos principios fundamentales sobre la educación cristiana, máxime en las escuelas, principios que, una vez terminado el Concilio, deberá desarrollar más ampliamente una Comisión especial, y habrán de ser aplicados por las Conferencias Episcopales y las diversas condiciones de los pueblos.

Derecho universal a la educación y su noción

1. Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación, que responda al propio fin, al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz. Mas la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro y de cuyas responsabilidades deberá tomar parte una vez llegado a la madurez.

Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un sentido más perfecto de la responsabilidad en la cultura ordenada y activa de la propia vida y en la búsqueda de la verdadera libertad, superando los obstáculos con valor y constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual. Hay que prepararlos, además, para la participación en la vida social, de forma que, bien instruidos con los medios necesarios y oportunos, puedan participar activamente en los diversos grupos de la sociedad humana, estén dispuestos para el diálogo con los otros y presten su fructuosa colaboración gustosamente a la consecución del bien común.

Declara igualmente el Sagrado Concilio que los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a aceptarlos con adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar más a Dios. Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos o están al frente de la educación, que procuren que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho. Y exhorta a los hijos de la Iglesia a que presten con generosidad su ayuda en todo el campo de la educación, sobre todo con el fin de que puedan llegar cuanto antes a todos los rincones de la tierra los oportunos beneficios de la educación y de la instrucción.

La educación cristiana

2. Todos los cristianos, en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo han sido constituidos nuevas criaturas, y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana. La cual no persigue solamente la madurez de la persona humana arriba descrita, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don de la fe, mientras son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre nuevo en justicia y en santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico. Ellos, además, conscientes de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad. Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a los pastores de almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia.

Los educadores

3. Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios.

El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia, requiere la colaboración de toda la sociedad. Además, pues, de los derechos de los padres y de aquellos a quienes ellos les confían parte en la educación, ciertas obligaciones y derechos corresponden también a la sociedad civil, en cuanto a ella pertenece disponer todo lo que se requiere para el bien común temporal. Obligación suya es proveer de varias formas a la educación de la juventud: tutelar los derechos y obligaciones de los padre y de todos los demás que intervienen en la educación y colaborar con ellos; conforme al principio del deber subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de otras sociedades, atendiendo los deseos de éstos y, además, creando escuelas e institutos propios, según lo exija el bien común.

Por fin, y por una razón particular, el deber de la educación corresponde a la Iglesia no sólo porque debe ser reconocida como sociedad humana capaz de educar, sino, sobre todo, porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante para que puedan lograr la plenitud de esta vida. La Iglesia, como Madre, está obligada a dar a sus hijos una educación que llene su vida del espíritu de Cristo y, al mismo tiempo, ayuda a todos los pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana, incluso para el bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente la edificación del mundo.

Varios medios para la educación cristiana

4. En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa de todos los medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el primero de los cuales es la instrucción catequética, que ilumina y robustece la fe, anima la vida con el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a una acción apostólica. La Iglesia aprecia mucho y busca penetrar de su espíritu y dignificar también los demás medios, que pertenecen al común patrimonio de la humanidad y contribuyen grandemente al cultivar las almas y formar los hombres, como son los medios de comunicación social, los múltiples grupos culturales y deportivos, las asociaciones de jóvenes y, sobre todo, las escuelas.

Importancia de la escuela

5. Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela, que, en virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad del recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura conquistado por lasgeneraciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como un centro de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana.

Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse.

Obligaciones y derechos de los padres

6. Es preciso que los padres, cuya primera e intransferible obligación y derecho es el de educar a los hijos, tengan absoluta libertad en la elección de las escuelas. El poder público, a quien pertenece proteger y defender la libertad de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe procurar distribuir las ayudas públicas de forme que los padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para sus hijos.

Por los demás, el Estado debe procurar que a todos los ciudadanos sea accesible la conveniente participación en la cultura y que se preparen debidamente para el cumplimiento de sus obligaciones y derechos civiles. Por consiguiente, el mismo Estado debe proteger el derecho de los niños a una educación escolar conveniente, vigilar la capacidad de los maestros y la eficacia de los estudios, mirar por la salud de los alumnos y promover, en general, toda la obra escolar, teniendo en cuenta el principio de que su función es subsidiario y excluyendo, por tanto, cualquier monopolio de las escuelas, que se opone a os derechos nativos de la persona humana, al progreso y a la divulgación de la misma cultura, a la convivencia pacífica de los ciudadanos y al pluralismo que hoy predomina en muchas sociedades.

El Sagrado Concilio exhorta a los cristianos que ayuden de buen grado a encontrar los métodos aptos de educación y de ordenación de los estudios y a formar a los maestros que puedan educar convenientemente a los jóvenes y que atiendan con sus ayudas, sobre todo por medio de asociaciones de los padres de familia, toda la labor de la escuela máxime la educación moral que en ella debe darse.

La educación moral y religiosa en todas las escuelas

7. Consciente, además, la Iglesia del gravísimo deber de procurar cuidadosamente la educación moral y religiosa de todos sus hijos, es necesario que atienda con afecto particular y con su ayuda a los muchísimos que se educan en escuelas no católicas, ya por medio del testimonio de la vida de los maestros y formadores, ya por la acción apostólica de los condiscípulos, ya, sobre todo, por el ministerio de los sacerdotes y de los seglares, que les enseñan la doctrina de la salvación, de una forma acomodada a la edad y a las circunstancias y les prestan ayuda espiritual con medios oportunos y según la condición de las cosas y de los tiempos.

Recuerda a los padres la grave obligación que les atañe de disponer, a aun de exigir, todo lo necesario para que sus hijos puedan disfrutar de tales ayudas y progresen en la formación cristiana a la par que en la profana. Además, la Iglesia aplaude cordialmente a las autoridades y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la sociedad moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las familias para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una educación conforme a los principios morales y religiosos de las familias.

Las escuelas católicas

8. La presencia de la Iglesia en la tarea de la enseñanza se manifiesta, sobre todo, por la escuela católica. Ella busca, no es menor grado que las demás escuelas, los fines culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es crear un ambiente comunitario escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana según el mensaje de salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre. Así, pues, la escuela católica, a la par que se abre como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir eficazmente el bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del Reino de Dios, a fin de que con el ejercicio de una vida ejemplar y apostólica sean como el fermento salvador de la comunidad humana.

Siendo, pues, la escuela católica tan útil para cumplir la misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental también en los momentos actuales. Por lo cual, este Sagrado Concilio proclama de nuevo el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y grado, declarado ya en muchísimos documentos del Magisterio, recordando al propio tiempo que el ejercicio de este derecho contribuye grandemente a la libertad de conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso de la misma cultura.

Recuerden los maestros que de ellos depende, sobre todo, el que la escuela católica pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios. Esfuércense con exquisita diligencia en conseguir la ciencia profana y religiosa avalada por los títulos convenientes y procuren prepararse debidamente en el arte de educar conforme a los descubrimientos del tiempo que va evolucionando. Unidos entre sí y con los alumnos por la caridad, y llenos del espíritu apostólico, den testimonio, tanto con su vida como con su doctrina, del único Maestro Cristo.

Colaboren, sobre todo, con los padres; juntamente con ellos tengan en cuenta durante el ciclo educativo la diferencia de sexos y del fin propia fijado por Dios y cada sexo en la familia y en la sociedad; procuren estimular la actividad personal de los alumnos, y terminados los estudios, sigan atendiéndolos con sus consejos, con su amistad e incluso con la institución de asociaciones especiales, llenas de espíritu eclesial. El Sagrado Concilio declara que la función de estos maestros es verdadero apostolado, muy conveniente y necesario también en nuestros tiempos, constituyendo a la vez un verdadero servicio prestado a la sociedad. Recuerda a los padres cristianos la obligación de confiar sus hijos, según las circunstancias de tiempo y lugar, a las escuelas católicas, de sostenerlas con todas sus fuerzas y de colaborar con ellas por el bien de sus propios hijos.

Diversas clases de escuelas católicas

9. Aunque la escuela católica pueda adoptar diversas formas según las circunstancias locales, todas las escuelas que dependen en alguna forma de la Iglesia han de conformarse al ejemplar de ésta. La Iglesia aprecia también en mucho las escuelas católicas, a las que, sobre todo, en los territorios de las nuevas Iglesias asisten también alumnos no católicos.

Por lo demás, en la fundación y ordenación de las escuelas católicas, hay que atender a las necesidades de los progresos de nuestro tiempo. Por ello, mientras hay que favorecer las escuelas de enseñanza primaria y media, que constituyen el fundamento de la educación, también hay que tener muy en cuenta las requeridas por las condiciones actuales, como las escuelas profesionales, las técnicas, los institutos para la formación de adultos, para asistencia social, para subnormales y la escuela en que se preparan los maestros para la educación religiosa y para otras formas de educación.

El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los pastores de la Iglesia y a todos los fieles a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a las escuelas católicas en el mejor y progresivo cumplimiento de su cometido y, ante todo, en atender a las necesidades de los pobres, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia o que no participan del don de la fe.

Facultades y universidades católicas

10. La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores, sobre todo de las universidades y facultades. E incluso en las que dependen de ella pretende sistemáticamente que cada disciplina se cultive según sus principios, sus métodos y la libertad propia de la investigación científica, de manera que cada día sea más profunda la comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda atención los problemas y los hallazgos de los últimos tiempos se vea con más exactitud cómo la fe y la razón van armónicamente encaminadas a la verdad, que es una, siguiendo las enseñanzas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino. De esta forma, ha de hacerse como pública, estable y universal la presencia del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior y que los alumnos de estos institutos se formen hombres prestigiosos por su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo.

En las universidades católicas en que no exista ninguna Facultad de Sagrada Teología, haya un instituto o cátedra de la misma en que se explique convenientemente, incluso a los alumnos seglares. Puesto que las ciencias avanzan, sobre todo, por las investigaciones especializadas de más alto nivel científico, ha de fomentarse ésta en las universidades y facultades católicas por los institutos que se dediquen principalmente a la investigación científica.

El Santo Concilio recomienda con interés que se promuevan universidades y facultades católicas convenientemente distribuidas en todas las partes de la tierra, de suerte, sin embargo, que no sobresalgan por su número, sino por el prestigio de la ciencia, y que su acceso esté abierto a los alumnos que ofrezcan mayores esperanzas, aunque de escasa fortuna, sobre todo a los que vienen de naciones recién formadas.

Puesto que la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente unida con el progreso de los jóvenes dedicados a estudios superiores, los pastores de la Iglesia no sólo han de tener sumo cuidado de la vida espiritual de los alumnos que frecuentan las universidades católicas, sino que, solícitos de la formación espiritual de todos sus hijos, consultando oportunamente con otros obispos, procuren que también en las universidades no católicas existan residencias y centros universitarios católicos, en que sacerdotes, religiosos y seglares, bien preparados y convenientemente elegidos, presten una ayuda permanente espiritual e intelectual a la juventud universitaria. A los jóvenes de mayor ingenio, tanto de las universidades católicas como de las otras, que ofrezcan aptitudes para la enseñanza y para la investigación, hay que prepararlos cuidadosamente e incorporarlos al ejercicio de la enseñanza.

Facultades de Ciencias Sagradas

11. La Iglesia espera mucho de la laboriosidad de las Facultades de ciencias sagradas. Ya que a ellas les confía el gravísimo cometido de formar a sus propios alumnos, no sólo para el ministerio sacerdotal, sino, sobre todo, para enseñar en los centros eclesiásticos de estudios superiores; para la investigación científica o para desarrollar las más arduas funciones del apostolado intelectual. A estas facultades pertenece también el investigar profundamente en los diversos campos de las disciplinas sagradas de forma que se logre una inteligencia cada día más profunda de la Sagrada Revelación, se descubra más ampliamente el patrimonio de la sabiduría cristiana transmitida por nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los no-cristianos y se responda a los problemas suscitados por el progreso de las ciencias.

Por lo cual, las Facultades eclesiásticas, una vez reconocidas oportunamente sus leyes, promuevan con mucha diligencia las ciencias sagradas y las que con ellas se relacionan y sirviéndose incluso de los métodos y medios más modernos, formen a los alumnos para las investigaciones más profundas.

La coordinación escolar

12. La cooperación que en el orden diocesano, nacional o internacional se aprecia y se impone cada día más, es también sumamente necesaria en el campo escolar; hay que procurar, con todo empeño, que se fomente entre las escuelas católicas una conveniente coordinación y se provea entre éstas y las demás escuelas la colaboración que exige el bien de todo el género humano.

De esta mayor coordinación y trabajo común se recibirán frutos espléndidos, sobre todo en el ámbito de los institutos académicos. Por consiguiente, las diversas facultades de cada universidad han de ayudarse mutuamente en cuanto la materia lo permita. Incluso las mismas universidades han de unir sus aspiraciones y trabajos, promoviendo de mutuo acuerdoreuniones internacionales, distribuyéndose las investigaciones científicas, comunicándose mutuamente lo hallazgos, intercambiando temporalmente los profesores y proveyendo todo lo que pueda contribuir a una mayor ayuda mutua.

CONCLUSIÓN

El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los mismos jóvenes a que, conscientes del valor de la función educadora, estén preparados para abrazarla con generosidad, sobre todo en las regiones en que la educación de la juventud está en peligro por falta de maestros.

El mismo Santo Concilio, agradeciendo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, que con su entrega evangélica se dedican a la educación y a las escuelas de cualquier género y grado, los exhorta a que perseveren generosamente en su empeño y a que se distingan en la formación de los alumnos en el espíritu de Cristo, en el arte pedagógico y en el estudio de la ciencia, de forma que no sólo promuevan la renovación interna de la Iglesia, sino que sirvan y acrecienten su benéfica presencia en el mundo de hoy, sobre todo en el intelectual.

Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padre, las aprobamos, decretamos y establecemos con el Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.


Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.

viernes, 26 de septiembre de 2025

¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica? Una reflexión de Specola





Hay una dinámica que se repite con inquietante regularidad en la vida de la Iglesia: la negación de los propios problemas. Se percibe en la propia vida de la Iglesia que el sistema legal parece cada vez más inestable, cada vez más comprometido. «Hemos dedicado tantos años al estudio. ¿Por qué?»

Hoy en día, en la Iglesia, no tiene sentido estudiar derecho. Esperemos que un Papa canonista aborde esta tendencia. Pero quizás solo ahora nos estamos dando cuenta de lo inapropiado que fue nombrar obispos sin competencia legal en el pasado. La justicia canónica, que debería garantizar la transparencia, la protección y la imparcialidad, a menudo se ejerce de forma arbitraria, selectiva, casi caprichosa. Ya no se trata de casos aislados: es una tendencia sistémica que socava la credibilidad de la Iglesia en su propia pretensión de ser guardiana de la verdad y la justicia.

En los últimos años, se ha observado un aumento de casos de condenas pronunciadas sin un juicio adecuado, de procedimientos carentes de pruebas concretas y de decretos punitivos emitidos con total desprecio por el proceso canónico establecido.

Sacerdotes obedientes, a menudo frágiles, son suspendidos o marginados sin siquiera haber tenido la oportunidad de defenderse. Mientras tanto, otros permanecen inexplicablemente impunes, a pesar de haber escandalizado a los fieles durante mucho tiempo. Algunos insultan públicamente, otros asisten a programas de televisión, algunos usan lenguaje vulgar y grosero, algunos publican declaraciones en redes sociales que claman venganza ante Dios, desacreditando a la propia Iglesia. Algunos de estos sacerdotes incluso han sido condenados en tribunales civiles y penales, sin que esto haya afectado en lo más mínimo a sus obispos, quienes están ocupados discutiendo con la sociedad civil y provocando la huida de la mitad del presbiterio de las diócesis a las que lamentablemente fueron enviados. ¿Por qué este trato desigual? ¿Por qué quienes carecen de poder, apoyo y silencio son duramente perseguidos, mientras que quienes usan el púlpito mediático para ofender, difundir noticias falsas y división, y desacreditar a sus hermanos y al propio Papa siguen en libertad? ¿Será acaso porque estos individuos controlan a sus obispos, chantajeándolos con expedientes o amenazas? ¿O más bien, porque el episcopado, en demasiados casos, elige la salida fácil: mostrarse fuerte ante los débiles y débil ante los fuertes?

El derecho canónico pierde credibilidad y ya no es un instrumento de justicia, sino de conveniencia. Ya no es un bastión del derecho, sino un campo de batalla para intereses personales y dinámicas de poder. El derecho canónico, tal como está codificado, ofrece normas claras: juicio justo, posibilidad de defensa, pruebas garantizadas. Pero ¿con qué frecuencia se ignora todo esto? ¿Con qué frecuencia los tribunales eclesiásticos se convierten en lugares donde se ratifican decisiones ya tomadas en los despachos, en las cámaras episcopales o en los pasillos de un dicasterio romano?

San Agustín: «Remota itaque iustitia quid sunt regna nisi magna latrocinia»; sin justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?. Sin justicia, ¿qué queda de su autoridad moral? Si la Iglesia no garantiza justicia a sus sacerdotes, ¿cómo puede exigir justicia a los estados, gobiernos y los poderosos de la tierra? La justicia canónica, creada para proteger a los débiles y salvaguardar la comunión, se utiliza a menudo para castigar a los obedientes y absolver a los rebeldes.

Esto produce un efecto devastador: una pérdida de fe. Los fieles ya no creen en la justicia de la Iglesia, porque ven con sus propios ojos la discrepancia entre las proclamaciones y la realidad. No se trata de invocar la represión indiscriminada ni de pedir juicios sumarios, al contrario. Se trata de reafirmar un principio fundamental: la justicia debe ser igual para todos. La credibilidad de la justicia canónica no se mide por códigos escritos, sino por hechos concretos. La verdadera reforma no consiste en una nueva ley ni en otro motu proprio, sino en la elección de la valentía y la competencia.

Nos sorprenden los caso de escándalos sacerdotales que pueblan la información, tenemos fresco el escándalo en España protagonizado por un ilustre miembro del cabildo de Toledo.

En Italia es noticia el hermano Bernardino, de 66 años, de la Fraternidad de Menores Renovados, originario de Colombia pero residente en Palermo. Está acusado de agresión sexual contra cinco víctimas, de las cuales solo una era mayor de edad. En 2015, el fraile supuestamente les pidió a las niñas que se desnudaran y cambiaran delante de él. «Nos dijo que era una forma de expresar la libertad de nuestros cuerpos. Nos dio vergüenza, pero lo hicimos rápidamente por vergüenza». Su superior testificó ante el tribunal, relatando la investigación canónica iniciada contra el fraile cuando el asunto salió a la luz en 2014.

Sin justicia, no hay paz, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Sin justicia, no hay credibilidad. Sin justicia, la Iglesia se convierte en la caricatura que sus enemigos siempre han denunciado: una institución autorreferencial, capaz de predicar, pero no de vivir lo que predica. ¿Podemos todavía confiar en la justicia canónica?

lunes, 13 de enero de 2025

El Vaticano contra las Servidoras: un castigo que clama al cielo


INFOVATICANA


Otra vez, el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica apunta su maquinaria represiva hacia uno de los institutos más florecientes de la Iglesia.

El reciente decreto contra las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará no es solo una intervención, es un golpe despiadado: prohíben la admisión de nuevas vocaciones durante tres años. Tres años sin poder recibir a jóvenes que quieren entregarse a Cristo. ¿Es así como Roma piensa cuidar la vida consagrada?

Es imposible no leer esto con indignación. Mientras algunos institutos agonizan sin vocaciones, porque han vaciado su carisma hasta la irrelevancia, a las Servidoras, que llevan el Evangelio hasta los confines de la tierra, se les cierra la puerta. Es una burla. Las acusan de «falta de formación» y de «gobierno inexperto». ¿Y cuál es la solución? Asfixiarlas, condenarlas al silencio y al estancamiento.

Si el problema fuera realmente la formación, ¿no sería más sensato enviar más recursos, mejorar los procesos, pero sin detener la labor misionera? Pero no. Aquí se evidencia un patrón claro: la única respuesta es castigar. Quieren disciplinar a los pocos que aún creen en el sacrificio, en la pobreza y en la obediencia de verdad.

¿Qué mal hace una congregación que crece y lleva esperanza donde nadie más se atreve? Esto no es ayuda, es un intento de desmantelamiento. Es el cierre forzoso de puertas y ventanas para dejar que el polvo del olvido y el tiempo hagan su trabajo. Y mientras tanto, ¿dónde están las intervenciones para quienes desvían la fe desde cátedras y púlpitos? ¿Dónde está la prohibición de aceptar más postulantes en esos lugares donde la formación es pura ideología y activismo?

Esto clama al cielo. Tres años es una eternidad para un instituto religioso. Con esta decisión, muchas jóvenes perderán la oportunidad de consagrar su vida. Muchas almas quedarán sin respuesta.

Que nadie se engañe: este decreto no busca proteger. Es una purga disfrazada de corrección. Un golpe más en la cruzada contra todo lo que aún brilla con la luz del Evangelio auténtico.

Lo que queda es rezar para que este suplicio termine pronto y que la Iglesia despierte antes de que se extingan quienes aún la aman y luchan por ella.

Jaime Gurpegui

sábado, 28 de diciembre de 2024

El Vaticano se «Luce» en un país multicolor: caricaturizar lo divino



¡Por dónde empezar con este desastre estilístico! A primera vista, esta mascota parece más adecuada para promocionar una línea de juguetes coleccionables que para representar la solemnidad de un Jubileo. Un evento que debería invitar a la reflexión espiritual, a la comunión con Dios y a la tradición, se ve empañado por una caricatura infantil que parece sacada de un videojuego móvil.

¿Dónde queda el respeto por la liturgia y la herencia religiosa? “Luce”, con sus ojos enormes y brillantes, su impermeable amarillo y su apariencia de dibujo animado, transmite cualquier cosa menos profundidad espiritual. Este intento de “modernizar” la imagen de la Iglesia demuestra un desconcertante alejamiento de sus raíces. ¿De verdad pensaron que un personaje estilo kawaii era la forma ideal de inspirar la peregrinación y el recogimiento?

Luce y sus amigos —Faith, Xin y Sky— son presentados como embajadores de los valores del Jubileo: esperanza, fe y resiliencia. Pero este cuarteto multicolor parece más un intento desesperado por acumular likes en Instagram que una invitación seria a la conversión. En lugar de elevar los corazones y las mentes hacia Dios, estas figuras parecen diseñadas para entretener, diluyendo el mensaje de la fe en el lenguaje vacío de la cultura pop.

Es inevitable preguntarse si quienes aprobaron esto entienden el peso histórico y teológico de un Jubileo. Convertir un evento de este calibre en un espectáculo marketinero trivializa su esencia. En lugar de animar a los fieles a profundizar en la fe, parece estar dirigido a ganar aplausos superficiales en convenciones de cómics o ferias comerciales.

La elección del diseñador, Simone Legno, conocido por su trabajo con marcas comerciales y su participación en iniciativas del «gay pride», solo añade leña al fuego. Aunque el Vaticano insiste en que Luce “resuena con los jóvenes”, uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué no buscar un artista que entienda y respete profundamente la riqueza espiritual y la tradición de la Iglesia? ¿Por qué recurrir a un estilo más enfocado en vender camisetas que en inspirar conversiones?

Además, el detalle del rosario en colores del arcoíris, en el contexto actual, no es casual ni inocente. Aunque la Iglesia insiste en que representa la alianza con Dios, sabemos bien cómo este símbolo se ha cargado de significados que no siempre reflejan los valores del Evangelio. ¿Es ésta otra de esas “aperturas al diálogo” que, lejos de evangelizar, solo confunden?

Estamos ante una Iglesia de palabras huecas y altisonantes, que prefiere discursos llenos de “esperanza inclusiva”, “diálogo cultural” y “puentes con la modernidad”, mientras Cristo queda relegado a un segundo plano, si es que aparece. Se habla mucho de gilipolleces —como estas mascotas animadas— y muy poco de lo que realmente importa: la cruz, el sacrificio, el pecado, la redención.

Una Iglesia que no proclama a Cristo no tiene nada que ofrecer. Hablan de “esperanza” como si fuera un eslogan, pero olvidan que la esperanza cristiana está anclada en la resurrección, en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. ¿Dónde está ese mensaje? No está en Luce ni en sus amigos, ni en los discursos del Dicasterio para la Evangelización que parecen más salidos de una agencia de relaciones públicas que de un organismo apostólico.

Lo que verdaderamente necesitamos no son caricaturas ni estrategias vacías para “conectar con los jóvenes”. Necesitamos una Iglesia que confronte al mundo con la verdad, que se atreva a decir lo que incomoda y que rechace estas tonterías de moda que solo alejan a las almas de lo que realmente salva.

El problema no es solo Luce; es lo que ella representa. Este tipo de iniciativas son síntomas de una Iglesia que parece más interesada en adaptarse al mundo que en transformarlo con el poder del Evangelio. En su afán por “dialogar” con la cultura moderna, corre el riesgo de perder de vista su misión esencial: proclamar la verdad de Cristo, sin adornos ni diluciones.

El Jubileo no necesita estrategias de marketing vacías ni personajes infantiles para ser relevante. Necesita líderes que comprendan la importancia de la dignidad, la solemnidad y la tradición. Porque cuando la Iglesia renuncia a su carácter contracultural, deja de ser luz para el mundo y se convierte en una sombra más de su espíritu secular.

Si esto es lo mejor que pueden ofrecer para el Jubileo, entonces es un reflejo preocupante de nuestra desconexión con lo esencial. Lo que los jóvenes necesitan no es una mascota, sino una Iglesia valiente que les hable de la cruz, del sacrificio, del pecado y de la vida eterna. En lugar de distraernos con dibujos animados, pongamos nuestros ojos en Cristo. Porque al final del día, no será un personaje estilo kawaii quien nos salve, sino el Salvador mismo.

¿Queréis conectar con los jóvenes? Habladles del Evangelio. ¿Queréis inspirarlos? Mostradles el ejemplo de los santos. Porque en el camino hacia la eternidad, la esperanza que no decepciona no tiene forma de caricatura, sino de fe vivida con radicalidad y amor.

Aurora Buendía

martes, 2 de mayo de 2023

¿Lobos hablando sobre ovejas en el sínodo?

INFOCATÓLICA


Hace tiempo hablamos ya sobre el relator nombrado para el sínodo de la sinodalidad, el card. Hollerich, un jesuita que ha proclamado públicamente en varias ocasiones que rechaza la moral de la Iglesia. A él se unen, por supuesto, numerosos obispos alemanes y de otros países centroeuropeos como Bélgica, que también han expresado públicamente su deseo de abandonar la moral de la Iglesia en varios puntos que no son del agrado del mundo. ¿A alguien le puede extrañar que las ovejas nos sintamos intranquilas al ver que se reúnen sinodalmente los lobos para hablar de nosotras? ¿Qué de bueno puede salir de esas conversaciones, que, es de suponer, más versarán sobre recetas que sobre otra cosa? 

Desgraciadamente, parece ser que lo importante no es la calidad, sino la cantidad, y el Papa ha decidido nombrar también a una serie de participantes laicos en el sínodo, algunos de los cuales, por lo visto hasta ahora, podrían asemejarse más al Canis lupus que a la Ovis aries. Consideremos, por ejemplo, el producto nacional: Dña. Cristina Inoges, elegida como participante en el sínodo desde su inicio (pronunció una “meditación” de apertura de las sesiones sinodales) y que probablemente sea propuesta también para las sesiones de octubre de 2023 y 2024. Dejemos a un lado la cuestión de que un laico, sea quien sea, participe en el sínodo de los obispos con el mismo voto que si fuera obispo y consideremos las credenciales de Dña. Cristina.

Empecemos diciendo que es “teóloga”. Y escribo teóloga entre comillas porque, a pesar de considerarse católica, es licenciada por ¡la Facultad de Teología Protestante de Madrid! ¿Qué teología católica puede haber aprendido estudiando en una facultad protestante? Es fácil imaginarlo. A eso se suma que “actualmente colabora en ‘Lecturas diarias’ de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (Argentina)”. Como buena alumna de la facultad protestante, afirma que “la reforma de Lutero tuvo su sentido en el siglo XVI” y que él reformador protestante “nunca quiso dejar de ser católico” (aparentemente, lo de las herejías monumentales y todo eso se debió a “las cosas de la historia, que luego se enrevesan”). Todo un curriculum que hace que la presencia de Dña. Cristina en el Sínodo sea fundamental.

Claro que eso no es todo. También es “Experta en Relaciones Institucionales y Protocolo” por la Universidad a Distancia y diplomada como “Dirigente Social”, sea eso lo que sea. Es evidente que su preparación teológica y académica dejaría chico a San Agustín. Y ella lo sabe, permitiéndose afirmaciones como la de que el libro que el cardenal Sarah publicó sobre el sacerdocio sugería “una figura del sacerdocio muy alejada del evangelio” y que “el sacerdocio que presenta el libro es el gran peligro, porque arrastra a la Iglesia”, tras lo cual indicaba muy ufana que renunciar sería “el mejor servicio” que podría hacer el cardenal “a la Iglesia y al evangelio”.

Sin juzgar sus interioridades e intenciones, que cortésmente suponemos que serán excelentes, conviene señalar que Dña. Cristina tiene, además una idea del cristianismo completamente secularizada y obsesionada por las ideologías de moda, como el feminismo. Nos asegura, por ejemplo, que “las mujeres seguimos en los márgenes de la Iglesia”, “aunque ahora, algunas mujeres tengan cierta visibilidad”. Alguien capaz de decir esto no ha entendido nada de lo que es el cristianismo ni de lo que es la Iglesia. Pensar que lo importante es “tener visibilidad” y “acceder a puestos donde se toman decisiones” en la Iglesia revela una comprensión de la vida de la Iglesia basada en el poder (aunque se repitan una y otra vez al mismo tiempo los consabidos mantas de la Iglesia de los pobres y los marginados que todos conocemos). Lo cierto es que, para no estar en “los márgenes de la Iglesia”, a cualquier mujer y a cualquier hombre le basta acercarse a un sagrario, que es el mismo centro de la Iglesia, y allí encontrarse con nuestro Señor Jesucristo, junto a la Mujer vestida de sol, Reina y Señora de cielos y tierra. Y la decisión verdaderamente importante es la de decir “hágase” a la voluntad de Dios como hizo Ella. Pero a nuestra teóloga eso no le basta.

A nadie le extrañará, pues, que Dña. Cristina rechace la doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio y afirme que las mujeres pueden ser ordenadas sacerdotes. Quizá para tranquilizarnos (sobre la base de que siempre puede haber cosas peores), nos asegura que ella no quiere ser sacerdote y que “el sacerdocio de la mujer tardará muchísimo en llegar” y es un “proceso muy lento”, pero en cualquier caso “es muy importante que las mujeres se puedan ordenar”. También afirma que no cree que “sea el mejor momento para que las mujeres accedan al sacerdocio. Pero sí que defenderé que las que tengan vocación lo puedan vivir“, porque “no es una cuestión de índole teológica". Se ve que en la Facultad Protestante no le enseñaron que la incapacidad de la Iglesia para ordenar a mujeres es una doctrina “infalible” e “irreformable”.

Claro que tampoco sabe lo más básico sobre el sacerdocio y nos dice que “la Iglesia nació laica. Hasta que no acaba el siglo I, y sobre todo a partir del siglo II, que es cuando se sacraliza la figura del obispo y la figura del presbítero". Quizá si hubiera estudiado en una facultad católica, le habrían enseñado que el sacerdocio fue instituido por el mismo Cristo y que, desde el primer día, la Iglesia está basada (cimentada, dice la Escritura) en el colegio de los Apóstoles, que fueron los primeros obispos. Nunca ha existido esa Iglesia que “nació laica". Tampoco hace falta ir a la universidad para saberlo, basta leer, por ejemplo, los números 874 a 896 del Catecismo, sobre la constitución jerárquica de la Iglesia. O los Hechos de los Apóstoles.

Por los temas de sus libros, parece creerse autorizada para hablar sobre historia de la Iglesia, pero sus ideas sobre esa materia son evidentemente pedestres y sesgadas. Dice, por ejemplo, que “el Papa ha propuesto una imagen de la pirámide invertida, pero no es que el laicado vaya a estar ahora arriba sometiendo a la jerarquía, sino que la jerarquía debe estar al servicio del Pueblo de Dios”. Doña Cristina, desde sus elevadas alturas teológicas, parece estar inventando la sopa de ajo. Que la jerarquía está al servicio de los cristianos lo ha sabido la Iglesia desde siempre. No solo se leen repetidas advertencias al respecto de Nuestro Señor en los Evangelios y en otros libros de la Escritura, sino que es un lugar común de la Teología. Pensemos, por ejemplo, que el Papa es el siervo de los siervos de Dios, ministerio significa servicio, diácono significa servidor, el mandatum de lavar los pies ha sido puesto en práctica por superiores y sacerdotes en monasterios y en la liturgia desde durante más de un milenio y un largo etcétera. Como es lógico, puede haber clérigos concretos que abusen de la autoridad recibida, pero, como todos sufrimos los efectos del pecado original, eso es igual de cierto ahora que hace doscientos años o mil o dos mil. Pretender que ¡por fin! el papa Francisco ha descubierto que la autoridad en la Iglesia es un servicio es tomarnos el pelo, mirar por encima del hombro a dos milenios de catolicismo y demostrar unos conocimientos ínfimos.

Tampoco parece saber lo que es el depósito de la fe, que es una doctrina católica básica. Por ejemplo, se pregunta: “sí, es verdad que hay un depósito de verdades reveladas, pero, ¿ya no caben más? ¿Está todo dicho?”. Es decir, ignora algo tan básico como el hecho de que Dios se reveló plenamente en Cristo y la revelación quedó cerrada con la muerte del último apóstol, de manera que todo lo que necesitamos para la salvación ya está en la Escritura y la Tradición. Se puede profundizar en ello, pero no hay nuevas revelaciones. No es casual que estas preguntas se las haga al tiempo que se deshace en elogios de Teilhard de Chardin y se duele por que la Iglesia haya condenado las opiniones heréticas en el pasado, porque al hacerlo “se ajustaron a las normas y a los dogmas que surgieron en contextos totalmente diferentes”. Como conclusión, nos asegura que “hay que rascar mucha religión para llegar a la fe”, que es lo que han dicho todos los heterodoxos de la historia para justificar su rechazo de partes de la fe. A mi juicio, cualquier parecido del catolicismo con estas opiniones es pura coincidencia.

Con estos presupuestos, no sorprenderá que rechace la moral de la Iglesia en puntos importantes. Según nos cuenta, ella “acompaña” a “comunidades de diversidad sexual” con quienes comparte “la fe en un Dios en un cristianismo inclusivo que lleve a la Iglesia a serlo también”. A continuación, se duele de que, a pesar de que es “algo que admite la mayoría de la amplia base del pueblo de Dios”, “todavía hoy y oficialmente una parte de la jerarquía mira con desdén y, por supuesto, no acepta”. Según Dña. Cristina, lo que importa es que Jesús “lanzó el poderoso mensaje de que nadie estaba excluido”.

Según parece por sus escritos, también rechaza que para recibir la comunión haya que estar libre de pecado mortal, porque Jesús “no excluyó de la misma ni a Judas” y (citando al Papa) la comunión “no es el premio de los santos. Es el pan de los pecadores”. Es curioso que una teóloga de su talla no sepa que, además de las categorías de santo y pecador (pertinaz en pecado mortal) hay una tercera categoría de aquellos que, sin ser santos, se encuentran en comunión con Dios y se han arrepentido de cualquier pecado grave, por lo que pueden comulgar. Claro que los protestantes no conocen esa distinción, así que puede que no haya oído nunca hablar de ello. Sólidamente armada con su ignorancia de esta doctrina católica, Dña. Cristina criticaba a los obispos norteamericanos que querían negar la comunión a los políticos que apoyan el aborto (como por otra parte es su obligación según el Derecho Canónico), porque aparentemente no habían entendido “la actitud de acogida sin juicios, sin prejuicios, y sin influencias de nadie de Jesús de Nazaret” (algo que, según nos dice, es “mucho más preocupante, aunque no lo parezca” que todas las barbaridades de los obispos alemanes).

Podríamos seguir y seguir, pero lo dicho basta para que nos hagamos una idea, porque esto se hace muy aburrido. Además, a fin de cuentas, el problema no es Dña. Cristina, que probablemente actúe de buena fe y estará lógicamente encantada de salir en los periódicos y de que la elogien en la cadena de radio de los obispos. Más que un lobo, es una oveja extraviada, que tiene derecho a que las autoridades eclesiales corrijan sus errores en lugar de alentarla a permanecer ellos. La verdadera responsabilidad es de quienes la eligen para participar en el sínodo o por omisión permiten que sea elegida.

Esta es la pregunta esencial: ¿por qué se escoge, para hablar con autoridad de la fe de la Iglesia, a personas que no comparten esa fe y cuyo conocimiento de ella es muy deficiente? ¿Alguien imagina que se nombre miembro de la Real Academia de la Lengua a un francés que apenas chapurree el español y haya manifestado en varias ocasiones su desprecio por el idioma de Cervantes?

Es cierto que a veces, en los concilios y sínodos del pasado, se invitaba a algunos heterodoxos, pero era para rebatir sus afirmaciones, exhortarles a volver a la fe y, si se terciaba, quemar públicamente sus obras (como se hizo en el Concilio de Nicea, por ejemplo). Ahora, en cambio, los mismos obispos alemanes o belgas que están diciendo barbaridades en realidad no hacen más que repetir las que dijeron ya en el Sínodo de la Familia, sin que la Iglesia les reprendiera y les pidiera volver a la fe católica. La única medida que se ha tomado, en lugar de corregirles, ha sido nombrar para el sínodo a nuevos participantes como Dña. Cristina, que aparentemente comparte sus heterodoxias.

Yo diría que los fieles tenemos sobrados motivos para estar preocupados por el sínodo de la sinodalidad. Y me permito indicar que echamos de menos que los obispos con fe, que tienen la gravísima obligación de defendernos de los lobos, señalen estos peligros evidentes con su autoridad de sucesores de los apóstoles. En fin, hay que rezar más todavía, como decía el P. De Bearn al comandante Lewis en 55 días en Pekín.

BRUNO MORENO

sábado, 8 de abril de 2023

VIERNES SANTO PASIÓN DEL SEÑOR VÍA CRUCIS COLISEO ROMA, 7 DE ABRIL DE 2023: “Voces de paz en un mundo de guerra”




DURACIÓN DEL VIDEO 1:27:29


Oración inicial

Señor Jesús, tú eres «nuestra paz» (Ef 2,14).

Antes de la Pasión dijiste: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo» (Jn 14,27). Señor, necesitamos tu paz, esa paz que no somos capaces de construir con nuestras propias fuerzas. Necesitamos volver a escuchar esas palabras con las que, ya resucitado, reconfortaste tres veces el corazón de los discípulos: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21.26). Jesús, que por nosotros abrazas la cruz, mira nuestra tierra sedienta de paz, mientras la sangre de tus hermanos y hermanas se sigue derramando y las lágrimas de tantas madres que pierden a sus hijos en la guerra se mezclan con las lágrimas de tu santa Madre. También tú, Señor, lloraste por Jerusalén porque no había reconocido el camino de la paz (cf. Lc 19,42).

Precisamente desde la Tierra Santa se abre paso el camino de la cruz esta tarde en pos de ti. Lo recorreremos escuchando tu sufrimiento, reflejado en el de tantos hermanos y hermanas que en el mundo han sufrido y sufren la falta de paz, dejándonos interpelar profundamente por los testimonios y ecos que han llegado a los oídos y al corazón del Papa incluso durante sus visitas. Son ecos de paz que reaparecen en esta “tercera guerra mundial a pedazos”, gritos que vienen de países y zonas hoy devastados por la violencia, las injusticias y la pobreza. Todos los lugares donde se padecen conflictos, odios y persecuciones están presentes en la oración de este viernes santo.

Señor Jesús, cuando naciste los ángeles en el cielo proclamaron: «En la tierra paz a los hombres» (Lc 2,14). Ahora suben nuestras oraciones al cielo para conseguir «la paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia» (Pacem in terris, 1). Rezamos suplicando esa paz que nos has confiado y que no logramos conservar. Jesús, desde la cruz abrazas al mundo entero. Perdona nuestros errores, sana nuestros corazones, danos tu paz.


1. Jesús es condenado a muerte
(voces de paz desde Tierra Santa)

Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado (Mt 27,26).

¿Barrabás o Jesús? Deben elegir. No es una decisión cualquiera; se trata de decidir dónde estar, qué posición tomar ante las complejas vicisitudes de la vida. La paz, que todos deseamos, no nace por sí misma, sino que espera una decisión por parte nuestra. Hoy como entonces estamos llamados continuamente a decidir entre Barrabás o Jesús: la rebelión o la mansedumbre, las armas o el testimonio, el poder humano o la fuerza silenciosa de la pequeña semilla, el poder del mundo o el del Espíritu. En Tierra Santa parece que nuestra opción sea siempre Barrabás. La violencia parece ser nuestro único lenguaje. El motor de las represalias mutuas se alimenta incesantemente del propio dolor, que a menudo se vuelve el único criterio de juicio. Justicia y perdón no logran dialogar entre sí. Vivimos juntos, sin reconocernos el uno al otro, rechazando uno la existencia del otro, condenándonos mutuamente, en un círculo vicioso sin fin y cada vez más violento. Y en este contexto cargado de odio y rencor, también nosotros estamos llamados a expresar un juicio y a tomar nuestra decisión. Y no podemos hacerlo sin mirar a ese condenado a muerte silencioso, perdedor, pero por quien hemos optado, Jesús. Cristo nos invita a no usar el criterio de Pilatos y de la multitud, sino a reconocer el sufrimiento del otro, a poner en diálogo la justicia y el perdón, y a desear la salvación para todos, también para los ladrones, también para Barrabás.

Oremos diciendo: Ilumínanos, Señor Jesús.

Cuando creemos que tenemos siempre la razón: Ilumínanos, Señor Jesús.
Cuando condenamos sin miramientos a nuestros hermanos: Ilumínanos, Señor Jesús.
Cuando cerramos los ojos ante la injusticia: Ilumínanos, Señor Jesús.
Cuando sofocamos el bien a nuestro alrededor: Ilumínanos, Señor Jesús.


2. Jesús es cargado con la cruz
(voces de paz de un migrante de África occidental)

Él llevó sobre la cruz nuestros pecados,
cargándolos en su cuerpo,
a fin de que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados (1 P 2,24).

Mi vía crucis comenzó hace seis años, cuando dejé mi ciudad. Después de 13 días de viaje llegamos al desierto y lo atravesamos en 8 días, topándonos con coches quemados, bidones de agua vacíos, cadáveres de personas, hasta llegar a Libia. El que todavía debía dinero a los traficantes por la travesía fue encerrado y torturado hasta que pagó. Algunos perdieron la vida, otros la razón. Me prometieron que me pondrían en un barco rumbo a Europa, pero los viajes fueron cancelados y no recuperamos el dinero. Allí estaban en guerra y llegamos al punto de ya no prestar atención a la violencia ni a las balas perdidas. Encontré trabajo como estucador para pagar otro viaje. Finalmente subí con más de cien personas en una balsa inflable. Navegamos durante horas hasta que una embarcación italiana nos salvara. Estaba lleno de alegría, nos arrodillamos para agradecer a Dios; después descubrimos que la embarcación estaba regresando a Libia. Allí estuvimos encerrados en un centro de detención, el peor lugar del mundo. Diez meses después estaba nuevamente en una barca. La primera noche hubo marejada, cuatro cayeron al mar, logramos salvar a dos. Me dormí esperando morir. Al despertarme, vi junto a mí personas que me sonreían. Unos pescadores tunecinos pidieron ayuda, la barca atracó y unas ONG nos dieron comida, ropa y cobijo. Trabajé para pagar otro viaje. Era la sexta vez; después de tres días en el mar llegué a Malta. Permanecí en un centro durante seis meses y allí perdí la razón; cada tarde preguntaba a Dios por qué, ¿por qué hombres como nosotros deben considerarnos enemigos? Muchas personas que huyen de la guerra cargan cruces similares a la mía.

Oremos diciendo: Líbranos, Señor Jesús.

De las condenas fáciles al prójimo: Líbranos, Señor Jesús.
De los juicios precipitados: Líbranos, Señor Jesús.
De las críticas y de las palabras inútiles: Líbranos, Señor Jesús.
De las habladurías destructivas: Líbranos, Señor Jesús.


3. Jesús cae por primera vez
(voces de paz de los jóvenes de Centroamérica)

Él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias,
y nosotros lo considerábamos golpeado,
herido por Dios y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades (Is 53,4-5).

Nosotros los jóvenes queremos la paz. Pero con frecuencia caemos, y la caída tiene muchos nombres: nos tiran al suelo la pereza, el miedo, el desaliento y también las promesas vacías de una vida fácil pero sucia, hecha de avidez y corrupción. Esto es lo que hace crecer las espirales del narcotráfico, de la violencia, de las dependencias y la explotación de las personas, mientras muchas familias siguen llorando la pérdida de los hijos; y la impunidad del que estafa, secuestra y mata no tiene fin. ¿Cómo obtener la paz? Jesús, tú caíste bajo el peso de la cruz, pero te pusiste en pie, tomaste nuevamente la cruz y con ella nos diste la paz. Nos impulsas a tomar las riendas de la propia vida; nos animas a tener la valentía de implicarnos; que en nuestra lengua se dice “compromiso”. Y significa decir no a muchos compromisos, a muchos falsos compromisos que matan la paz. Estamos llenos de estas componendas: no queremos violencia, pero en las redes sociales atacamos a quien no piensa como nosotros; queremos una sociedad unida, pero no nos esforzamos por entender al que tenemos a nuestro lado; peor aún, descuidamos a quien nos necesita. Señor, pon en nuestro corazón el deseo de levantar al que está caído. Como tú haces con nosotros.

Oremos diciendo: Levántanos, Señor Jesús.

De nuestras perezas: Levántanos, Señor Jesús.
De nuestras caídas: Levántanos, Señor Jesús.
De nuestras tristezas: Levántanos, Señor Jesús.
De pensar que ayudar a los demás no nos corresponde a nosotros: Levántanos, Señor Jesús.


4. Jesús se encuentra con su Madre
(voces de paz de una madre de Sudamérica)

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos» (Lc 2,34-35).

En el 2012 la explosión de una bomba puesta por los guerrilleros me destrozó una pierna. La metralla me provocó decenas de heridas en el cuerpo. De aquel momento recuerdo los gritos de la gente y la sangre por todas partes. Pero lo que más me aterrorizó fue ver a mi hija de siete meses, cubierta de sangre, con muchos trozos de vidrio incrustados en su carita. ¡Lo que debe haber sido para María ver el rostro de Jesús deformado y ensangrentado! Yo, víctima de esa violencia insensata, al principio experimenté rabia y resentimiento, pero después descubrí que si difundía odio creaba aún más violencia. Comprendí que dentro de mí y a mi alrededor había heridas más profundas que las del cuerpo. Comprendí que muchas víctimas necesitaban descubrir, tal y como lo hice yo, y a través de mí, que tampoco para ellos esto había terminado y que no se puede vivir de resentimiento. De este modo empecé a ayudarles: estudié para enseñar a prevenir los accidentes causados por los millones de minas diseminadas en nuestro territorio. Agradezco a Jesús y a su Madre por haber descubierto que enjugar las lágrimas de los demás no es tiempo perdido, sino la mejor medicina para curarse a uno mismo.

Oremos diciendo: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.

En el rostro desfigurado de los que sufren: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.
En los pequeños y en los pobres: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.
En quienes piden un gesto de amor: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.
En los perseguidos a causa de la justicia: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.


5. Jesús es ayudado por el Cireneo
(voces de paz de tres migrantes provenientes de África, Asia del Sur y Oriente Medio)

Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús (Lc 23,26).

[1] Soy una persona herida por el odio. El odio, una vez experimentado, no se olvida, te cambia. El odio asume formas horribles. Lleva a un ser humano a usar una pistola no sólo para dispararle a otro, sino también para romperle los huesos mientras los demás miran. Tengo dentro un vacío de amor que hace que me sienta una carga inútil. ¿Habrá un cireneo para mí? [2] Mi vida está en camino. Escapé de las bombas, de los cuchillos, del hambre y del dolor. Fui empujado a un camión, escondido en baúles, arrojado en barcas inseguras. Y, sin embargo, mi viaje continuó para poder alcanzar un lugar seguro, que ofrezca libertad y oportunidades; donde pueda dar y recibir amor, practicar mi fe; donde esperar sea real. ¿Habrá un cireneo para mí? [3] A menudo me preguntan: ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? ¿Cuál es tu estatus? ¿Esperas quedarte? ¿Adónde irás? No son preguntas que quieran herir, pero hieren. Hacen que lo que espero ser se reduzca a una marca sobre las casillas de un módulo; debo elegir entre extranjero, víctima, solicitante de asilo, refugiado, migrante, otro; pero lo que quisiera escribir es persona, hermano, amigo, creyente, prójimo. ¿Habrá un cireneo para mí?

Oremos diciendo: Perdónanos, Señor Jesús.

Te hemos despreciado en los desafortunados: Perdónanos, Señor Jesús.
Te hemos ignorado en quienes necesitaban ayuda: Perdónanos, Señor Jesús.
Te hemos abandonado en los indefensos: Perdónanos, Señor Jesús.
No te hemos servido en los que sufren: Perdónanos, Señor Jesús.


6. La Verónica enjuga el rostro de Jesús
(voces de paz de un sacerdote religioso de la Península Balcánica)

«Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt 25,34-36).

Cuando llegó la guerra, tenía cuarenta años y era párroco. Unos agentes armados entraron en la casa parroquial y me llevaron a un campo donde transcurrí cuatro meses. Fueron terribles: privados de las mínimas condiciones higiénicas, sufríamos hambre y sed, sin poder bañarnos ni afeitarnos; éramos maltratados físicamente, golpeados y torturados con diversos objetos. Me llevaban fuera, hasta cinco veces al día, sobre todo de noche, llamándome párroco y golpeándome. Además, me rompieron tres costillas y me amenazaron con arrancarme las uñas, ponerme sal en las heridas y desollarme vivo. Una vez fue tan difícil resistir que supliqué al guardia que acabara con mi vida, convencido de que lo haría de todos modos. El guardia me respondió: “No morirás tan fácilmente, por ti recibiremos ciento cincuenta de los nuestros”. Esas palabras reavivaron en mí la esperanza de sobrevivir. Pero no hubiera sido capaz de soportar todo ese mal yo solo, sin Dios. La oración, repetida en el corazón, hizo maravillas. Y la Providencia llegó, bajo forma de ayuda y comida, a través de una mujer musulmana, Fátima, que logró llegar hasta mí abriéndose paso en medio del odio. Fue para mí como la Verónica para Jesús. Ahora, y hasta el final de mis días, doy testimonio de los horrores de la guerra y grito: ¡Nunca más la guerra!

Oremos diciendo: Danos tu mirada, Señor Jesús.

Para amar a quien no es amado: Danos tu mirada, Señor Jesús.
Para socorrer a quien se ha perdido en el camino: Danos tu mirada, Señor Jesús.
Para cuidar de quien sufre a causa de la violencia: Danos tu mirada, Señor Jesús.
Para acoger a quien se arrepiente del mal cometido: Danos tu mirada, Señor Jesús.


7. Jesús cae por segunda vez
(voces de paz de dos adolescentes del norte de África)

«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?». Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,37-40).

[1] Me llamo Joseph, tengo dieciséis años. Llegué al campo para desplazados con mis padres en el 2015 y vivo allí desde hace más de ocho años. Si hubiera habido paz, me habría quedado en mi casa, donde nací, y habría disfrutado mi infancia. Aquí la vida no es bella. Tengo miedo del futuro, por mí y por los demás chicos. ¿Por qué sufrimos en el campo para desplazados? A causa de los conflictos que está atravesando mi país, flagelado por la guerra desde que existe. Sin paz no lograremos levantarnos. Una y otra vez se promete la paz, pero volvemos a caer bajo el peso de la guerra, nuestra cruz. Agradezco a Dios, que como un padre nos levanta, y a tantas personas generosas que quizá nunca conoceré y que, al ayudarnos, nos permiten sobrevivir. [2] Yo soy Johnson y desde el 2014 vivo en otro campo para desplazados, bloque B, sector 2. Tengo catorce años y curso el tercer grado de primaria. Aquí la vida no es buena, muchos niños no van a la escuela porque no hay maestros ni escuelas para todos, el lugar es demasiado pequeño y está lleno, ni siquiera hay espacio para jugar al fútbol. Queremos la paz para volver a casa. La paz está bien, la guerra está mal. Quisiera decirlo a los líderes del mundo. Y a todos los amigos les pido que recen por la paz.

Oremos diciendo: Haznos fuertes, Señor Jesús.

En la hora de la prueba: Haznos fuertes, Señor Jesús.
En el esfuerzo por construir puentes de fraternidad: Haznos fuertes, Señor Jesús.
Al cargar nuestra cruz: Haznos fuertes, Señor Jesús.
Al dar testimonio del Evangelio: Haznos fuertes, Señor Jesús.


8. Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
(voces de paz desde el sudeste asiático)

Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él (Lc 23,27).

Jesús, cargas con tu cruz. Y pienso que también mi país carga con su cruz. Somos un pueblo que ama la paz, pero estamos aplastados por la cruz del conflicto; por la violencia, los desplazamientos internos, los ataques a los lugares de culto. Es una carga pesada, Jesús, que arrastramos en un vía crucis que parece interminable. Las lágrimas de nuestras madres se derraman por el hambre de sus hijos. Y, como ellas, tampoco yo tengo muchas palabras para rezar, pero sí muchas lágrimas que ofrecer. Señor, el cortejo que te conducía al Calvario era tremendo, pero entre la multitud embrutecida por el mal se abrieron camino unas mujeres que lloraban. Ellas te dieron fuerza. Eran madres que no veían en ti a un condenado, sino a un hijo. También de entre nosotros salió una mujer de la multitud, convertida en madre espiritual para muchos, que en defensa de su gente se arrodilló frente al poder desplegado por las armas y, dispuesta a dar su vida, pidió con mansedumbre la paz y la reconciliación. Jesús, ahora como entonces, en la confusión macabra del odio nace la danza de la paz. Y nosotros, cristianos, queremos ser instrumentos de paz. Conviértenos a ti, Jesús, y fortalécenos, porque sólo tú eres nuestra fuerza.

Oremos diciendo: Conviértenos, Señor Jesús.

Del comercio de armas sin escrúpulos de conciencia: Conviértenos, Señor Jesús.
Del invertir dinero en armamento en vez de en alimentos: Conviértenos, Señor Jesús.
De la esclavitud del dinero que provoca guerras e injusticias: Conviértenos, Señor Jesús.
Para que las lanzas se transformen en podaderas: Conviértenos, Señor Jesús.


9. Jesús cae por tercera vez
(voces de paz de una consagrada de África central)

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna (Jn 12,24-25).

El 5 de diciembre de 2013, a las cinco de la mañana, me despertaron las armas. Los rebeldes estaban invadiendo la capital. Muchos corrían e intentaban esconderse, pero bastaba cruzarse con una bala perdida para morir. Fue el comienzo de sufrimientos indescriptibles: asesinatos, pérdida de familiares, amigos y compañeros. Mi hermana desapareció y ya no regresó nunca, lo que causó graves traumas a mi padre, que nos dejó algunos años después, como resultado de una breve enfermedad. Yo seguía llorando. En ese valle de lágrimas y de “por qué” pensé en Jesús. También Él cayó bajo el peso de la violencia, hasta llegar a decir en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Unía mis “por qué” a los suyos y dentro de mí se generó una respuesta: ama como Jesús te ama. Se hizo la luz en medio de la oscuridad. Comprendí que debía obtener la fuerza para amar. Desde entonces, cada vez que hay un mínimo de calma, voy a Misa. Para llegar a la parroquia tengo que recorrer un largo camino y cruzar al menos tres barricadas de rebeldes. Pero, Misa tras Misa, ha crecido en mí una certeza: aunque haya perdido prácticamente todo, incluso la casa donde crecí, todo pasa menos Dios. Esto me ha aliviado y con algunos amigos hemos comenzado a reunir niños, que jugaban a ser soldados, para intentar transmitirles, a ellos que son el futuro, los valores evangélicos de la ayuda mutua, el perdón y la honestidad, para que el sueño de la paz se vuelva realidad.

Oremos diciendo: Sánanos, Señor Jesús.

Del miedo de no ser amados: Sánanos, Señor Jesús.
Del miedo de no ser comprendidos: Sánanos, Señor Jesús.
Del miedo de ser olvidados: Sánanos, Señor Jesús.
Del miedo de no poder más: Sánanos, Señor Jesús.


10. Jesús es despojado de sus vestiduras
(voces de paz de los jóvenes de Ucrania y Rusia)

Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica (Mc 15,24; Jn 19,24).

[1] El año pasado, mi padre y mi madre nos prepararon a mí y a mi hermano más pequeño para llevarnos a Italia, donde nuestra abuela trabaja desde hace más de veinte años. Partimos de Mariúpol durante la noche. En la frontera los soldados detuvieron a mi padre y le dijeron que debía permanecer en Ucrania para combatir. Nosotros seguimos adelante en autobús dos días más. Al llegar a Italia yo estaba triste. Sentí que me despojaban de todo; que estaba completamente desnudo. No conocía la lengua y no tenía ningún amigo. La abuela se esforzaba por hacerme sentir afortunado, pero yo no hacía más que decir que quería volver a casa. Finalmente, mi familia decidió volver a Ucrania. Aquí la situación sigue siendo difícil, hay guerra por todas partes, la ciudad está destruida. Pero en el corazón me quedó esa certeza de la que me hablaba la abuela cuando yo lloraba: “Verás que todo pasará. Y con la ayuda del buen Dios volverá la paz”. [2] Yo, en cambio, soy un joven ruso. Al decirlo experimento casi un sentimiento de culpa, pero al mismo tiempo no entiendo por qué y me siento doblemente mal. Despojado de la felicidad y de los sueños para el futuro. Hace dos años que veo llorar a mi abuela y a mi madre. Una carta nos comunicó que mi hermano mayor había muerto. Lo recuerdo todavía el día en que cumplió dieciocho años, sonriente y brillante como el sol, y todo eso sólo algunas semanas antes de partir a un largo viaje. Todos nos decían que debíamos estar orgullosos, pero en casa sólo había sufrimiento y tristeza. Lo mismo pasó con mi padre y mi abuelo; también partieron y no sabemos nada de ellos. Uno de mis compañeros de la escuela, con mucho miedo, me dijo al oído que hay guerra. Al volver a casa escribí una oración: Jesús, por favor, haz que haya paz en todo el mundo y que todos podamos ser hermanos.

Oremos diciendo: Purifícanos, Señor Jesús.

Del resentimiento y el rencor: Purifícanos, Señor Jesús.
De las palabras y las reacciones violentas: Purifícanos, Señor Jesús.
De las actitudes que provocan división: Purifícanos, Señor Jesús.
Del deseo de sobresalir, humillando a los otros: Purifícanos, Señor Jesús.


11. Jesús es clavado en la cruz
(voces de paz de un joven del Cercano Oriente)

Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. […] Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!» (Mc 15,27-30).

En el 2012, unos grupos de extremistas armados irrumpieron en nuestro barrio, matando con ráfagas de ametralladoras a quienes estaban en los balcones y en los departamentos. Tenía nueve años. Recuerdo la angustia de mi madre y mi padre; esa tarde nos encontramos abrazados y en oración, conscientes de que estábamos ante una nueva y durísima realidad. La guerra se volvía cada día más horrible. Durante largos periodos faltaba la luz y el agua, y en todas partes se excavaron pozos. La comida era un problema cotidiano. En el 2014, mientras estábamos en el balcón, una bomba explotó frente a nuestra casa, lanzándonos hacia el interior y cubriéndonos de vidrios y astillas. Pocos meses después, otra bomba alcanzó la habitación de mis padres, que se salvaron por milagro y decidieron, muy a su pesar, dejar el país. Comenzó otro calvario porque, después de dos intentos de obtener un visado, no nos quedó más que embarcarnos. Arriesgamos la vida, permanecimos sobre una roca esperando el amanecer y una nave de la guardia costera. Habiendo sido salvados, los habitantes del lugar nos acogieron con los brazos abiertos, comprendiendo nuestras dificultades. La guerra ha sido la cruz de nuestra vida. La guerra mata la esperanza. En nuestro país, más aún después de los terribles desastres naturales, muchas familias, niños y ancianos viven sin esperanza. En el nombre de Jesús, que abrió los brazos en la cruz, ¡tiendan la mano a mi pueblo!

Oremos diciendo: Sánanos, Señor Jesús.

De la incapacidad de dialogar: Sánanos, Señor Jesús.
De la desconfianza y la sospecha: Sánanos, Señor Jesús.
De la impaciencia y la prisa: Sánanos, Señor Jesús.
De la cerrazón y el aislamiento: Sánanos, Señor Jesús.


12. Jesús muere perdonando a sus verdugos
(voces de paz de una madre de Asia Occidental)

Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». […] Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró (Lc 23,34.44-46).

El 6 de agosto de 2014 la ciudad fue despertada por las bombas. Los terroristas estaban en las puertas. Tres semanas antes habían invadido las ciudades y las aldeas vecinas, tratándolas con crueldad. Por eso huimos, pero pocos días después regresamos a casa. Una mañana, mientras estábamos atareados y los niños jugaban delante de las casas, resonó en el aire un proyectil de mortero. Salí corriendo. Ya no se sentían las voces de los niños, pero aumentaban los gritos de los adultos. Mi hijo, su primo y una joven vecina, que se estaba preparando para el matrimonio, habían sido alcanzados; estaban muertos. La muerte de estos tres ángeles nos impulsó a escapar. Si no hubiese sido por ellos, permaneciendo en la ciudad hubiéramos caído inevitablemente en las manos de los terroristas. No es fácil aceptar esta realidad. Con todo, la fe me ayuda a esperar, porque me recuerda que los muertos están en los brazos de Jesús. Y nosotros, que sobrevivimos, intentamos perdonar al agresor, porque Jesús perdonó a sus verdugos. En nuestras muertes creemos en Ti, Señor de la vida. Queremos seguirte y testimoniar que tu amor es más fuerte que todo.

Oremos diciendo: Enséñanos, Señor Jesús.

A amar, como tú nos has amado: Enséñanos, Señor Jesús.
A perdonar, como tú nos has perdonado: Enséñanos, Señor Jesús.
A dar el primer paso para reconciliarnos: Enséñanos, Señor Jesús.
A hacer el bien sin exigir nada a cambio: Enséñanos, Señor Jesús.


13. Jesús es depuesto de la cruz
(voces de paz de una religiosa de África Oriental)

¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó (Rm 8,35.37).

Era el 7 de septiembre de 2022, día en el que en nuestro país recordamos el Acuerdo con el que finalmente se reconoció a nuestro pueblo el derecho a la plena independencia, cuando repentinamente sucedió algo que hizo añicos nuestra alegría: una hermana, que desde siempre había sido misionera en nuestras tierras, fue asesinada. Los terroristas habían entrado en casa y le quitaron la vida sin piedad. El día de la victoria de convirtió en derrota; el miedo y la incertidumbre inundaron nuestros corazones. La experiencia de centenares de familias que vieron la trágica muerte de sus seres queridos volvió a hacerse realidad; entre nuestros brazos yacía el cuerpo sin vida de nuestra hermana. No es fácil presenciar la muerte violenta de un familiar, de un amigo, de un vecino, como no es fácil ver que la propia casa y los propios bienes se reducen a cenizas y el futuro se vuelve oscuro. Pero esta es la vida de mi pueblo, es mi vida. Por eso, como nos ha sido testimoniado y como aprendemos en la escuela de la Virgen de Nazaret, que acogió entre sus brazos a Jesús exánime y lo contempló con un amor iluminado por la fe, es necesario no dejar de encontrar la valentía de soñar un futuro de esperanza, paz y reconciliación. Porque el amor de Cristo resucitado ha sido derramado en nuestros corazones, porque Él es nuestra paz, Él es nuestra verdadera victoria. Y nada nos separará jamás de su amor.

Oremos diciendo: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.

Buen Pastor, que das la vida por tu rebaño: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.
Tú que muriendo has destruido la muerte: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.
Tú que del corazón traspasado has hecho brotar la Vida: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.
Tú que desde el sepulcro iluminas la historia: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.


14. Jesús es colocado en el sepulcro
(voces de paz de mujeres jóvenes del sur de África)

Después de esto, José de Arimatea […] pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo […] y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes (Jn 19,38-40).

Era un viernes por la tarde, cuando los rebeldes irrumpieron en nuestra aldea, tomaron como rehenes a todos los que pudieron, deportaron a quienes encontraron y nos cargaron con cuanto habían saqueado. Durante el trayecto mataron a muchos hombres con proyectiles y cuchillos. Llevaron a las mujeres a un parque. Cada día éramos maltratadas en el cuerpo y en el alma. Despojadas de la ropa y de la dignidad, vivíamos desnudas para que no escapásemos. Por pura gracia un día, cuando nos mandaron a buscar agua al río, conseguí huir. Todavía hoy nuestra provincia es un lugar de lágrimas y de dolor. Cuando el Papa vino a nuestro continente, pusimos a los pies de la cruz de Jesús la ropa de los hombres armados, que todavía nos dan miedo. En el nombre de Jesús los perdonamos por todo lo que nos hicieron. Pedimos al Señor la gracia de una convivencia pacífica y humana. Sabemos y creemos que el sepulcro no es la última morada, sino que todos estamos llamados a una vida nueva en la Jerusalén celestial.

Oremos diciendo: Guárdanos, Señor Jesús.

En la esperanza que no defrauda: Guárdanos, Señor Jesús.
En la luz que no se apaga: Guárdanos, Señor Jesús.
En el perdón que renueva el corazón: Guárdanos, Señor Jesús.
En la paz que nos hace bienaventurados: Guárdanos, Señor Jesús.

Oración final
(“14 gracias”)

Señor Jesús, Palabra eterna del Padre, por nosotros te has hecho silencio. Y en el silencio que nos guía hacia tu sepulcro hay aún una palabra que queremos decirte pensando en el itinerario del vía crucis que recorrimos contigo: gracias.

Gracias, Señor Jesús, por la mansedumbre que confunde a la prepotencia.

Gracias, por la valentía con la que has abrazado la cruz.

Gracias, por la paz que brota de tus heridas.

Gracias, por habernos dado a tu santa Madre como Madre nuestra.

Gracias, por el amor que mostraste ante la traición.

Gracias, por haber cambiado las lágrimas en una sonrisa.

Gracias, por haber amado a todos sin excluir a nadie.

Gracias, por la esperanza que infundes en la hora de la prueba.

Gracias, por la misericordia que sana las miserias.

Gracias, por haberte despojado de todo para enriquecernos.

Gracias, por haber transformado la cruz en árbol de vida.

Gracias, por el perdón que has ofrecido a tus verdugos.

Gracias, por haber vencido a la muerte.

Gracias, Señor Jesús, por la luz que has encendido en nuestras noches y, reconciliando toda división, nos ha hecho a todos hermanos, hijos del mismo Padre que está en los cielos.

Pater noster