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lunes, 13 de enero de 2025

El Vaticano contra las Servidoras: un castigo que clama al cielo


INFOVATICANA


Otra vez, el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica apunta su maquinaria represiva hacia uno de los institutos más florecientes de la Iglesia.

El reciente decreto contra las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará no es solo una intervención, es un golpe despiadado: prohíben la admisión de nuevas vocaciones durante tres años. Tres años sin poder recibir a jóvenes que quieren entregarse a Cristo. ¿Es así como Roma piensa cuidar la vida consagrada?

Es imposible no leer esto con indignación. Mientras algunos institutos agonizan sin vocaciones, porque han vaciado su carisma hasta la irrelevancia, a las Servidoras, que llevan el Evangelio hasta los confines de la tierra, se les cierra la puerta. Es una burla. Las acusan de «falta de formación» y de «gobierno inexperto». ¿Y cuál es la solución? Asfixiarlas, condenarlas al silencio y al estancamiento.

Si el problema fuera realmente la formación, ¿no sería más sensato enviar más recursos, mejorar los procesos, pero sin detener la labor misionera? Pero no. Aquí se evidencia un patrón claro: la única respuesta es castigar. Quieren disciplinar a los pocos que aún creen en el sacrificio, en la pobreza y en la obediencia de verdad.

¿Qué mal hace una congregación que crece y lleva esperanza donde nadie más se atreve? Esto no es ayuda, es un intento de desmantelamiento. Es el cierre forzoso de puertas y ventanas para dejar que el polvo del olvido y el tiempo hagan su trabajo. Y mientras tanto, ¿dónde están las intervenciones para quienes desvían la fe desde cátedras y púlpitos? ¿Dónde está la prohibición de aceptar más postulantes en esos lugares donde la formación es pura ideología y activismo?

Esto clama al cielo. Tres años es una eternidad para un instituto religioso. Con esta decisión, muchas jóvenes perderán la oportunidad de consagrar su vida. Muchas almas quedarán sin respuesta.

Que nadie se engañe: este decreto no busca proteger. Es una purga disfrazada de corrección. Un golpe más en la cruzada contra todo lo que aún brilla con la luz del Evangelio auténtico.

Lo que queda es rezar para que este suplicio termine pronto y que la Iglesia despierte antes de que se extingan quienes aún la aman y luchan por ella.

Jaime Gurpegui

sábado, 28 de diciembre de 2024

El Vaticano se «Luce» en un país multicolor: caricaturizar lo divino



¡Por dónde empezar con este desastre estilístico! A primera vista, esta mascota parece más adecuada para promocionar una línea de juguetes coleccionables que para representar la solemnidad de un Jubileo. Un evento que debería invitar a la reflexión espiritual, a la comunión con Dios y a la tradición, se ve empañado por una caricatura infantil que parece sacada de un videojuego móvil.

¿Dónde queda el respeto por la liturgia y la herencia religiosa? “Luce”, con sus ojos enormes y brillantes, su impermeable amarillo y su apariencia de dibujo animado, transmite cualquier cosa menos profundidad espiritual. Este intento de “modernizar” la imagen de la Iglesia demuestra un desconcertante alejamiento de sus raíces. ¿De verdad pensaron que un personaje estilo kawaii era la forma ideal de inspirar la peregrinación y el recogimiento?

Luce y sus amigos —Faith, Xin y Sky— son presentados como embajadores de los valores del Jubileo: esperanza, fe y resiliencia. Pero este cuarteto multicolor parece más un intento desesperado por acumular likes en Instagram que una invitación seria a la conversión. En lugar de elevar los corazones y las mentes hacia Dios, estas figuras parecen diseñadas para entretener, diluyendo el mensaje de la fe en el lenguaje vacío de la cultura pop.

Es inevitable preguntarse si quienes aprobaron esto entienden el peso histórico y teológico de un Jubileo. Convertir un evento de este calibre en un espectáculo marketinero trivializa su esencia. En lugar de animar a los fieles a profundizar en la fe, parece estar dirigido a ganar aplausos superficiales en convenciones de cómics o ferias comerciales.

La elección del diseñador, Simone Legno, conocido por su trabajo con marcas comerciales y su participación en iniciativas del «gay pride», solo añade leña al fuego. Aunque el Vaticano insiste en que Luce “resuena con los jóvenes”, uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué no buscar un artista que entienda y respete profundamente la riqueza espiritual y la tradición de la Iglesia? ¿Por qué recurrir a un estilo más enfocado en vender camisetas que en inspirar conversiones?

Además, el detalle del rosario en colores del arcoíris, en el contexto actual, no es casual ni inocente. Aunque la Iglesia insiste en que representa la alianza con Dios, sabemos bien cómo este símbolo se ha cargado de significados que no siempre reflejan los valores del Evangelio. ¿Es ésta otra de esas “aperturas al diálogo” que, lejos de evangelizar, solo confunden?

Estamos ante una Iglesia de palabras huecas y altisonantes, que prefiere discursos llenos de “esperanza inclusiva”, “diálogo cultural” y “puentes con la modernidad”, mientras Cristo queda relegado a un segundo plano, si es que aparece. Se habla mucho de gilipolleces —como estas mascotas animadas— y muy poco de lo que realmente importa: la cruz, el sacrificio, el pecado, la redención.

Una Iglesia que no proclama a Cristo no tiene nada que ofrecer. Hablan de “esperanza” como si fuera un eslogan, pero olvidan que la esperanza cristiana está anclada en la resurrección, en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. ¿Dónde está ese mensaje? No está en Luce ni en sus amigos, ni en los discursos del Dicasterio para la Evangelización que parecen más salidos de una agencia de relaciones públicas que de un organismo apostólico.

Lo que verdaderamente necesitamos no son caricaturas ni estrategias vacías para “conectar con los jóvenes”. Necesitamos una Iglesia que confronte al mundo con la verdad, que se atreva a decir lo que incomoda y que rechace estas tonterías de moda que solo alejan a las almas de lo que realmente salva.

El problema no es solo Luce; es lo que ella representa. Este tipo de iniciativas son síntomas de una Iglesia que parece más interesada en adaptarse al mundo que en transformarlo con el poder del Evangelio. En su afán por “dialogar” con la cultura moderna, corre el riesgo de perder de vista su misión esencial: proclamar la verdad de Cristo, sin adornos ni diluciones.

El Jubileo no necesita estrategias de marketing vacías ni personajes infantiles para ser relevante. Necesita líderes que comprendan la importancia de la dignidad, la solemnidad y la tradición. Porque cuando la Iglesia renuncia a su carácter contracultural, deja de ser luz para el mundo y se convierte en una sombra más de su espíritu secular.

Si esto es lo mejor que pueden ofrecer para el Jubileo, entonces es un reflejo preocupante de nuestra desconexión con lo esencial. Lo que los jóvenes necesitan no es una mascota, sino una Iglesia valiente que les hable de la cruz, del sacrificio, del pecado y de la vida eterna. En lugar de distraernos con dibujos animados, pongamos nuestros ojos en Cristo. Porque al final del día, no será un personaje estilo kawaii quien nos salve, sino el Salvador mismo.

¿Queréis conectar con los jóvenes? Habladles del Evangelio. ¿Queréis inspirarlos? Mostradles el ejemplo de los santos. Porque en el camino hacia la eternidad, la esperanza que no decepciona no tiene forma de caricatura, sino de fe vivida con radicalidad y amor.

Aurora Buendía

martes, 2 de mayo de 2023

¿Lobos hablando sobre ovejas en el sínodo?

INFOCATÓLICA


Hace tiempo hablamos ya sobre el relator nombrado para el sínodo de la sinodalidad, el card. Hollerich, un jesuita que ha proclamado públicamente en varias ocasiones que rechaza la moral de la Iglesia. A él se unen, por supuesto, numerosos obispos alemanes y de otros países centroeuropeos como Bélgica, que también han expresado públicamente su deseo de abandonar la moral de la Iglesia en varios puntos que no son del agrado del mundo. ¿A alguien le puede extrañar que las ovejas nos sintamos intranquilas al ver que se reúnen sinodalmente los lobos para hablar de nosotras? ¿Qué de bueno puede salir de esas conversaciones, que, es de suponer, más versarán sobre recetas que sobre otra cosa? 

Desgraciadamente, parece ser que lo importante no es la calidad, sino la cantidad, y el Papa ha decidido nombrar también a una serie de participantes laicos en el sínodo, algunos de los cuales, por lo visto hasta ahora, podrían asemejarse más al Canis lupus que a la Ovis aries. Consideremos, por ejemplo, el producto nacional: Dña. Cristina Inoges, elegida como participante en el sínodo desde su inicio (pronunció una “meditación” de apertura de las sesiones sinodales) y que probablemente sea propuesta también para las sesiones de octubre de 2023 y 2024. Dejemos a un lado la cuestión de que un laico, sea quien sea, participe en el sínodo de los obispos con el mismo voto que si fuera obispo y consideremos las credenciales de Dña. Cristina.

Empecemos diciendo que es “teóloga”. Y escribo teóloga entre comillas porque, a pesar de considerarse católica, es licenciada por ¡la Facultad de Teología Protestante de Madrid! ¿Qué teología católica puede haber aprendido estudiando en una facultad protestante? Es fácil imaginarlo. A eso se suma que “actualmente colabora en ‘Lecturas diarias’ de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (Argentina)”. Como buena alumna de la facultad protestante, afirma que “la reforma de Lutero tuvo su sentido en el siglo XVI” y que él reformador protestante “nunca quiso dejar de ser católico” (aparentemente, lo de las herejías monumentales y todo eso se debió a “las cosas de la historia, que luego se enrevesan”). Todo un curriculum que hace que la presencia de Dña. Cristina en el Sínodo sea fundamental.

Claro que eso no es todo. También es “Experta en Relaciones Institucionales y Protocolo” por la Universidad a Distancia y diplomada como “Dirigente Social”, sea eso lo que sea. Es evidente que su preparación teológica y académica dejaría chico a San Agustín. Y ella lo sabe, permitiéndose afirmaciones como la de que el libro que el cardenal Sarah publicó sobre el sacerdocio sugería “una figura del sacerdocio muy alejada del evangelio” y que “el sacerdocio que presenta el libro es el gran peligro, porque arrastra a la Iglesia”, tras lo cual indicaba muy ufana que renunciar sería “el mejor servicio” que podría hacer el cardenal “a la Iglesia y al evangelio”.

Sin juzgar sus interioridades e intenciones, que cortésmente suponemos que serán excelentes, conviene señalar que Dña. Cristina tiene, además una idea del cristianismo completamente secularizada y obsesionada por las ideologías de moda, como el feminismo. Nos asegura, por ejemplo, que “las mujeres seguimos en los márgenes de la Iglesia”, “aunque ahora, algunas mujeres tengan cierta visibilidad”. Alguien capaz de decir esto no ha entendido nada de lo que es el cristianismo ni de lo que es la Iglesia. Pensar que lo importante es “tener visibilidad” y “acceder a puestos donde se toman decisiones” en la Iglesia revela una comprensión de la vida de la Iglesia basada en el poder (aunque se repitan una y otra vez al mismo tiempo los consabidos mantas de la Iglesia de los pobres y los marginados que todos conocemos). Lo cierto es que, para no estar en “los márgenes de la Iglesia”, a cualquier mujer y a cualquier hombre le basta acercarse a un sagrario, que es el mismo centro de la Iglesia, y allí encontrarse con nuestro Señor Jesucristo, junto a la Mujer vestida de sol, Reina y Señora de cielos y tierra. Y la decisión verdaderamente importante es la de decir “hágase” a la voluntad de Dios como hizo Ella. Pero a nuestra teóloga eso no le basta.

A nadie le extrañará, pues, que Dña. Cristina rechace la doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio y afirme que las mujeres pueden ser ordenadas sacerdotes. Quizá para tranquilizarnos (sobre la base de que siempre puede haber cosas peores), nos asegura que ella no quiere ser sacerdote y que “el sacerdocio de la mujer tardará muchísimo en llegar” y es un “proceso muy lento”, pero en cualquier caso “es muy importante que las mujeres se puedan ordenar”. También afirma que no cree que “sea el mejor momento para que las mujeres accedan al sacerdocio. Pero sí que defenderé que las que tengan vocación lo puedan vivir“, porque “no es una cuestión de índole teológica". Se ve que en la Facultad Protestante no le enseñaron que la incapacidad de la Iglesia para ordenar a mujeres es una doctrina “infalible” e “irreformable”.

Claro que tampoco sabe lo más básico sobre el sacerdocio y nos dice que “la Iglesia nació laica. Hasta que no acaba el siglo I, y sobre todo a partir del siglo II, que es cuando se sacraliza la figura del obispo y la figura del presbítero". Quizá si hubiera estudiado en una facultad católica, le habrían enseñado que el sacerdocio fue instituido por el mismo Cristo y que, desde el primer día, la Iglesia está basada (cimentada, dice la Escritura) en el colegio de los Apóstoles, que fueron los primeros obispos. Nunca ha existido esa Iglesia que “nació laica". Tampoco hace falta ir a la universidad para saberlo, basta leer, por ejemplo, los números 874 a 896 del Catecismo, sobre la constitución jerárquica de la Iglesia. O los Hechos de los Apóstoles.

Por los temas de sus libros, parece creerse autorizada para hablar sobre historia de la Iglesia, pero sus ideas sobre esa materia son evidentemente pedestres y sesgadas. Dice, por ejemplo, que “el Papa ha propuesto una imagen de la pirámide invertida, pero no es que el laicado vaya a estar ahora arriba sometiendo a la jerarquía, sino que la jerarquía debe estar al servicio del Pueblo de Dios”. Doña Cristina, desde sus elevadas alturas teológicas, parece estar inventando la sopa de ajo. Que la jerarquía está al servicio de los cristianos lo ha sabido la Iglesia desde siempre. No solo se leen repetidas advertencias al respecto de Nuestro Señor en los Evangelios y en otros libros de la Escritura, sino que es un lugar común de la Teología. Pensemos, por ejemplo, que el Papa es el siervo de los siervos de Dios, ministerio significa servicio, diácono significa servidor, el mandatum de lavar los pies ha sido puesto en práctica por superiores y sacerdotes en monasterios y en la liturgia desde durante más de un milenio y un largo etcétera. Como es lógico, puede haber clérigos concretos que abusen de la autoridad recibida, pero, como todos sufrimos los efectos del pecado original, eso es igual de cierto ahora que hace doscientos años o mil o dos mil. Pretender que ¡por fin! el papa Francisco ha descubierto que la autoridad en la Iglesia es un servicio es tomarnos el pelo, mirar por encima del hombro a dos milenios de catolicismo y demostrar unos conocimientos ínfimos.

Tampoco parece saber lo que es el depósito de la fe, que es una doctrina católica básica. Por ejemplo, se pregunta: “sí, es verdad que hay un depósito de verdades reveladas, pero, ¿ya no caben más? ¿Está todo dicho?”. Es decir, ignora algo tan básico como el hecho de que Dios se reveló plenamente en Cristo y la revelación quedó cerrada con la muerte del último apóstol, de manera que todo lo que necesitamos para la salvación ya está en la Escritura y la Tradición. Se puede profundizar en ello, pero no hay nuevas revelaciones. No es casual que estas preguntas se las haga al tiempo que se deshace en elogios de Teilhard de Chardin y se duele por que la Iglesia haya condenado las opiniones heréticas en el pasado, porque al hacerlo “se ajustaron a las normas y a los dogmas que surgieron en contextos totalmente diferentes”. Como conclusión, nos asegura que “hay que rascar mucha religión para llegar a la fe”, que es lo que han dicho todos los heterodoxos de la historia para justificar su rechazo de partes de la fe. A mi juicio, cualquier parecido del catolicismo con estas opiniones es pura coincidencia.

Con estos presupuestos, no sorprenderá que rechace la moral de la Iglesia en puntos importantes. Según nos cuenta, ella “acompaña” a “comunidades de diversidad sexual” con quienes comparte “la fe en un Dios en un cristianismo inclusivo que lleve a la Iglesia a serlo también”. A continuación, se duele de que, a pesar de que es “algo que admite la mayoría de la amplia base del pueblo de Dios”, “todavía hoy y oficialmente una parte de la jerarquía mira con desdén y, por supuesto, no acepta”. Según Dña. Cristina, lo que importa es que Jesús “lanzó el poderoso mensaje de que nadie estaba excluido”.

Según parece por sus escritos, también rechaza que para recibir la comunión haya que estar libre de pecado mortal, porque Jesús “no excluyó de la misma ni a Judas” y (citando al Papa) la comunión “no es el premio de los santos. Es el pan de los pecadores”. Es curioso que una teóloga de su talla no sepa que, además de las categorías de santo y pecador (pertinaz en pecado mortal) hay una tercera categoría de aquellos que, sin ser santos, se encuentran en comunión con Dios y se han arrepentido de cualquier pecado grave, por lo que pueden comulgar. Claro que los protestantes no conocen esa distinción, así que puede que no haya oído nunca hablar de ello. Sólidamente armada con su ignorancia de esta doctrina católica, Dña. Cristina criticaba a los obispos norteamericanos que querían negar la comunión a los políticos que apoyan el aborto (como por otra parte es su obligación según el Derecho Canónico), porque aparentemente no habían entendido “la actitud de acogida sin juicios, sin prejuicios, y sin influencias de nadie de Jesús de Nazaret” (algo que, según nos dice, es “mucho más preocupante, aunque no lo parezca” que todas las barbaridades de los obispos alemanes).

Podríamos seguir y seguir, pero lo dicho basta para que nos hagamos una idea, porque esto se hace muy aburrido. Además, a fin de cuentas, el problema no es Dña. Cristina, que probablemente actúe de buena fe y estará lógicamente encantada de salir en los periódicos y de que la elogien en la cadena de radio de los obispos. Más que un lobo, es una oveja extraviada, que tiene derecho a que las autoridades eclesiales corrijan sus errores en lugar de alentarla a permanecer ellos. La verdadera responsabilidad es de quienes la eligen para participar en el sínodo o por omisión permiten que sea elegida.

Esta es la pregunta esencial: ¿por qué se escoge, para hablar con autoridad de la fe de la Iglesia, a personas que no comparten esa fe y cuyo conocimiento de ella es muy deficiente? ¿Alguien imagina que se nombre miembro de la Real Academia de la Lengua a un francés que apenas chapurree el español y haya manifestado en varias ocasiones su desprecio por el idioma de Cervantes?

Es cierto que a veces, en los concilios y sínodos del pasado, se invitaba a algunos heterodoxos, pero era para rebatir sus afirmaciones, exhortarles a volver a la fe y, si se terciaba, quemar públicamente sus obras (como se hizo en el Concilio de Nicea, por ejemplo). Ahora, en cambio, los mismos obispos alemanes o belgas que están diciendo barbaridades en realidad no hacen más que repetir las que dijeron ya en el Sínodo de la Familia, sin que la Iglesia les reprendiera y les pidiera volver a la fe católica. La única medida que se ha tomado, en lugar de corregirles, ha sido nombrar para el sínodo a nuevos participantes como Dña. Cristina, que aparentemente comparte sus heterodoxias.

Yo diría que los fieles tenemos sobrados motivos para estar preocupados por el sínodo de la sinodalidad. Y me permito indicar que echamos de menos que los obispos con fe, que tienen la gravísima obligación de defendernos de los lobos, señalen estos peligros evidentes con su autoridad de sucesores de los apóstoles. En fin, hay que rezar más todavía, como decía el P. De Bearn al comandante Lewis en 55 días en Pekín.

BRUNO MORENO

sábado, 8 de abril de 2023

VIERNES SANTO PASIÓN DEL SEÑOR VÍA CRUCIS COLISEO ROMA, 7 DE ABRIL DE 2023: “Voces de paz en un mundo de guerra”




DURACIÓN DEL VIDEO 1:27:29


Oración inicial

Señor Jesús, tú eres «nuestra paz» (Ef 2,14).

Antes de la Pasión dijiste: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo» (Jn 14,27). Señor, necesitamos tu paz, esa paz que no somos capaces de construir con nuestras propias fuerzas. Necesitamos volver a escuchar esas palabras con las que, ya resucitado, reconfortaste tres veces el corazón de los discípulos: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21.26). Jesús, que por nosotros abrazas la cruz, mira nuestra tierra sedienta de paz, mientras la sangre de tus hermanos y hermanas se sigue derramando y las lágrimas de tantas madres que pierden a sus hijos en la guerra se mezclan con las lágrimas de tu santa Madre. También tú, Señor, lloraste por Jerusalén porque no había reconocido el camino de la paz (cf. Lc 19,42).

Precisamente desde la Tierra Santa se abre paso el camino de la cruz esta tarde en pos de ti. Lo recorreremos escuchando tu sufrimiento, reflejado en el de tantos hermanos y hermanas que en el mundo han sufrido y sufren la falta de paz, dejándonos interpelar profundamente por los testimonios y ecos que han llegado a los oídos y al corazón del Papa incluso durante sus visitas. Son ecos de paz que reaparecen en esta “tercera guerra mundial a pedazos”, gritos que vienen de países y zonas hoy devastados por la violencia, las injusticias y la pobreza. Todos los lugares donde se padecen conflictos, odios y persecuciones están presentes en la oración de este viernes santo.

Señor Jesús, cuando naciste los ángeles en el cielo proclamaron: «En la tierra paz a los hombres» (Lc 2,14). Ahora suben nuestras oraciones al cielo para conseguir «la paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia» (Pacem in terris, 1). Rezamos suplicando esa paz que nos has confiado y que no logramos conservar. Jesús, desde la cruz abrazas al mundo entero. Perdona nuestros errores, sana nuestros corazones, danos tu paz.


1. Jesús es condenado a muerte
(voces de paz desde Tierra Santa)

Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado (Mt 27,26).

¿Barrabás o Jesús? Deben elegir. No es una decisión cualquiera; se trata de decidir dónde estar, qué posición tomar ante las complejas vicisitudes de la vida. La paz, que todos deseamos, no nace por sí misma, sino que espera una decisión por parte nuestra. Hoy como entonces estamos llamados continuamente a decidir entre Barrabás o Jesús: la rebelión o la mansedumbre, las armas o el testimonio, el poder humano o la fuerza silenciosa de la pequeña semilla, el poder del mundo o el del Espíritu. En Tierra Santa parece que nuestra opción sea siempre Barrabás. La violencia parece ser nuestro único lenguaje. El motor de las represalias mutuas se alimenta incesantemente del propio dolor, que a menudo se vuelve el único criterio de juicio. Justicia y perdón no logran dialogar entre sí. Vivimos juntos, sin reconocernos el uno al otro, rechazando uno la existencia del otro, condenándonos mutuamente, en un círculo vicioso sin fin y cada vez más violento. Y en este contexto cargado de odio y rencor, también nosotros estamos llamados a expresar un juicio y a tomar nuestra decisión. Y no podemos hacerlo sin mirar a ese condenado a muerte silencioso, perdedor, pero por quien hemos optado, Jesús. Cristo nos invita a no usar el criterio de Pilatos y de la multitud, sino a reconocer el sufrimiento del otro, a poner en diálogo la justicia y el perdón, y a desear la salvación para todos, también para los ladrones, también para Barrabás.

Oremos diciendo: Ilumínanos, Señor Jesús.

Cuando creemos que tenemos siempre la razón: Ilumínanos, Señor Jesús.
Cuando condenamos sin miramientos a nuestros hermanos: Ilumínanos, Señor Jesús.
Cuando cerramos los ojos ante la injusticia: Ilumínanos, Señor Jesús.
Cuando sofocamos el bien a nuestro alrededor: Ilumínanos, Señor Jesús.


2. Jesús es cargado con la cruz
(voces de paz de un migrante de África occidental)

Él llevó sobre la cruz nuestros pecados,
cargándolos en su cuerpo,
a fin de que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados (1 P 2,24).

Mi vía crucis comenzó hace seis años, cuando dejé mi ciudad. Después de 13 días de viaje llegamos al desierto y lo atravesamos en 8 días, topándonos con coches quemados, bidones de agua vacíos, cadáveres de personas, hasta llegar a Libia. El que todavía debía dinero a los traficantes por la travesía fue encerrado y torturado hasta que pagó. Algunos perdieron la vida, otros la razón. Me prometieron que me pondrían en un barco rumbo a Europa, pero los viajes fueron cancelados y no recuperamos el dinero. Allí estaban en guerra y llegamos al punto de ya no prestar atención a la violencia ni a las balas perdidas. Encontré trabajo como estucador para pagar otro viaje. Finalmente subí con más de cien personas en una balsa inflable. Navegamos durante horas hasta que una embarcación italiana nos salvara. Estaba lleno de alegría, nos arrodillamos para agradecer a Dios; después descubrimos que la embarcación estaba regresando a Libia. Allí estuvimos encerrados en un centro de detención, el peor lugar del mundo. Diez meses después estaba nuevamente en una barca. La primera noche hubo marejada, cuatro cayeron al mar, logramos salvar a dos. Me dormí esperando morir. Al despertarme, vi junto a mí personas que me sonreían. Unos pescadores tunecinos pidieron ayuda, la barca atracó y unas ONG nos dieron comida, ropa y cobijo. Trabajé para pagar otro viaje. Era la sexta vez; después de tres días en el mar llegué a Malta. Permanecí en un centro durante seis meses y allí perdí la razón; cada tarde preguntaba a Dios por qué, ¿por qué hombres como nosotros deben considerarnos enemigos? Muchas personas que huyen de la guerra cargan cruces similares a la mía.

Oremos diciendo: Líbranos, Señor Jesús.

De las condenas fáciles al prójimo: Líbranos, Señor Jesús.
De los juicios precipitados: Líbranos, Señor Jesús.
De las críticas y de las palabras inútiles: Líbranos, Señor Jesús.
De las habladurías destructivas: Líbranos, Señor Jesús.


3. Jesús cae por primera vez
(voces de paz de los jóvenes de Centroamérica)

Él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias,
y nosotros lo considerábamos golpeado,
herido por Dios y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades (Is 53,4-5).

Nosotros los jóvenes queremos la paz. Pero con frecuencia caemos, y la caída tiene muchos nombres: nos tiran al suelo la pereza, el miedo, el desaliento y también las promesas vacías de una vida fácil pero sucia, hecha de avidez y corrupción. Esto es lo que hace crecer las espirales del narcotráfico, de la violencia, de las dependencias y la explotación de las personas, mientras muchas familias siguen llorando la pérdida de los hijos; y la impunidad del que estafa, secuestra y mata no tiene fin. ¿Cómo obtener la paz? Jesús, tú caíste bajo el peso de la cruz, pero te pusiste en pie, tomaste nuevamente la cruz y con ella nos diste la paz. Nos impulsas a tomar las riendas de la propia vida; nos animas a tener la valentía de implicarnos; que en nuestra lengua se dice “compromiso”. Y significa decir no a muchos compromisos, a muchos falsos compromisos que matan la paz. Estamos llenos de estas componendas: no queremos violencia, pero en las redes sociales atacamos a quien no piensa como nosotros; queremos una sociedad unida, pero no nos esforzamos por entender al que tenemos a nuestro lado; peor aún, descuidamos a quien nos necesita. Señor, pon en nuestro corazón el deseo de levantar al que está caído. Como tú haces con nosotros.

Oremos diciendo: Levántanos, Señor Jesús.

De nuestras perezas: Levántanos, Señor Jesús.
De nuestras caídas: Levántanos, Señor Jesús.
De nuestras tristezas: Levántanos, Señor Jesús.
De pensar que ayudar a los demás no nos corresponde a nosotros: Levántanos, Señor Jesús.


4. Jesús se encuentra con su Madre
(voces de paz de una madre de Sudamérica)

Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos» (Lc 2,34-35).

En el 2012 la explosión de una bomba puesta por los guerrilleros me destrozó una pierna. La metralla me provocó decenas de heridas en el cuerpo. De aquel momento recuerdo los gritos de la gente y la sangre por todas partes. Pero lo que más me aterrorizó fue ver a mi hija de siete meses, cubierta de sangre, con muchos trozos de vidrio incrustados en su carita. ¡Lo que debe haber sido para María ver el rostro de Jesús deformado y ensangrentado! Yo, víctima de esa violencia insensata, al principio experimenté rabia y resentimiento, pero después descubrí que si difundía odio creaba aún más violencia. Comprendí que dentro de mí y a mi alrededor había heridas más profundas que las del cuerpo. Comprendí que muchas víctimas necesitaban descubrir, tal y como lo hice yo, y a través de mí, que tampoco para ellos esto había terminado y que no se puede vivir de resentimiento. De este modo empecé a ayudarles: estudié para enseñar a prevenir los accidentes causados por los millones de minas diseminadas en nuestro territorio. Agradezco a Jesús y a su Madre por haber descubierto que enjugar las lágrimas de los demás no es tiempo perdido, sino la mejor medicina para curarse a uno mismo.

Oremos diciendo: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.

En el rostro desfigurado de los que sufren: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.
En los pequeños y en los pobres: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.
En quienes piden un gesto de amor: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.
En los perseguidos a causa de la justicia: Haz que te reconozcamos, Señor Jesús.


5. Jesús es ayudado por el Cireneo
(voces de paz de tres migrantes provenientes de África, Asia del Sur y Oriente Medio)

Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús (Lc 23,26).

[1] Soy una persona herida por el odio. El odio, una vez experimentado, no se olvida, te cambia. El odio asume formas horribles. Lleva a un ser humano a usar una pistola no sólo para dispararle a otro, sino también para romperle los huesos mientras los demás miran. Tengo dentro un vacío de amor que hace que me sienta una carga inútil. ¿Habrá un cireneo para mí? [2] Mi vida está en camino. Escapé de las bombas, de los cuchillos, del hambre y del dolor. Fui empujado a un camión, escondido en baúles, arrojado en barcas inseguras. Y, sin embargo, mi viaje continuó para poder alcanzar un lugar seguro, que ofrezca libertad y oportunidades; donde pueda dar y recibir amor, practicar mi fe; donde esperar sea real. ¿Habrá un cireneo para mí? [3] A menudo me preguntan: ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? ¿Cuál es tu estatus? ¿Esperas quedarte? ¿Adónde irás? No son preguntas que quieran herir, pero hieren. Hacen que lo que espero ser se reduzca a una marca sobre las casillas de un módulo; debo elegir entre extranjero, víctima, solicitante de asilo, refugiado, migrante, otro; pero lo que quisiera escribir es persona, hermano, amigo, creyente, prójimo. ¿Habrá un cireneo para mí?

Oremos diciendo: Perdónanos, Señor Jesús.

Te hemos despreciado en los desafortunados: Perdónanos, Señor Jesús.
Te hemos ignorado en quienes necesitaban ayuda: Perdónanos, Señor Jesús.
Te hemos abandonado en los indefensos: Perdónanos, Señor Jesús.
No te hemos servido en los que sufren: Perdónanos, Señor Jesús.


6. La Verónica enjuga el rostro de Jesús
(voces de paz de un sacerdote religioso de la Península Balcánica)

«Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt 25,34-36).

Cuando llegó la guerra, tenía cuarenta años y era párroco. Unos agentes armados entraron en la casa parroquial y me llevaron a un campo donde transcurrí cuatro meses. Fueron terribles: privados de las mínimas condiciones higiénicas, sufríamos hambre y sed, sin poder bañarnos ni afeitarnos; éramos maltratados físicamente, golpeados y torturados con diversos objetos. Me llevaban fuera, hasta cinco veces al día, sobre todo de noche, llamándome párroco y golpeándome. Además, me rompieron tres costillas y me amenazaron con arrancarme las uñas, ponerme sal en las heridas y desollarme vivo. Una vez fue tan difícil resistir que supliqué al guardia que acabara con mi vida, convencido de que lo haría de todos modos. El guardia me respondió: “No morirás tan fácilmente, por ti recibiremos ciento cincuenta de los nuestros”. Esas palabras reavivaron en mí la esperanza de sobrevivir. Pero no hubiera sido capaz de soportar todo ese mal yo solo, sin Dios. La oración, repetida en el corazón, hizo maravillas. Y la Providencia llegó, bajo forma de ayuda y comida, a través de una mujer musulmana, Fátima, que logró llegar hasta mí abriéndose paso en medio del odio. Fue para mí como la Verónica para Jesús. Ahora, y hasta el final de mis días, doy testimonio de los horrores de la guerra y grito: ¡Nunca más la guerra!

Oremos diciendo: Danos tu mirada, Señor Jesús.

Para amar a quien no es amado: Danos tu mirada, Señor Jesús.
Para socorrer a quien se ha perdido en el camino: Danos tu mirada, Señor Jesús.
Para cuidar de quien sufre a causa de la violencia: Danos tu mirada, Señor Jesús.
Para acoger a quien se arrepiente del mal cometido: Danos tu mirada, Señor Jesús.


7. Jesús cae por segunda vez
(voces de paz de dos adolescentes del norte de África)

«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?». Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,37-40).

[1] Me llamo Joseph, tengo dieciséis años. Llegué al campo para desplazados con mis padres en el 2015 y vivo allí desde hace más de ocho años. Si hubiera habido paz, me habría quedado en mi casa, donde nací, y habría disfrutado mi infancia. Aquí la vida no es bella. Tengo miedo del futuro, por mí y por los demás chicos. ¿Por qué sufrimos en el campo para desplazados? A causa de los conflictos que está atravesando mi país, flagelado por la guerra desde que existe. Sin paz no lograremos levantarnos. Una y otra vez se promete la paz, pero volvemos a caer bajo el peso de la guerra, nuestra cruz. Agradezco a Dios, que como un padre nos levanta, y a tantas personas generosas que quizá nunca conoceré y que, al ayudarnos, nos permiten sobrevivir. [2] Yo soy Johnson y desde el 2014 vivo en otro campo para desplazados, bloque B, sector 2. Tengo catorce años y curso el tercer grado de primaria. Aquí la vida no es buena, muchos niños no van a la escuela porque no hay maestros ni escuelas para todos, el lugar es demasiado pequeño y está lleno, ni siquiera hay espacio para jugar al fútbol. Queremos la paz para volver a casa. La paz está bien, la guerra está mal. Quisiera decirlo a los líderes del mundo. Y a todos los amigos les pido que recen por la paz.

Oremos diciendo: Haznos fuertes, Señor Jesús.

En la hora de la prueba: Haznos fuertes, Señor Jesús.
En el esfuerzo por construir puentes de fraternidad: Haznos fuertes, Señor Jesús.
Al cargar nuestra cruz: Haznos fuertes, Señor Jesús.
Al dar testimonio del Evangelio: Haznos fuertes, Señor Jesús.


8. Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén
(voces de paz desde el sudeste asiático)

Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él (Lc 23,27).

Jesús, cargas con tu cruz. Y pienso que también mi país carga con su cruz. Somos un pueblo que ama la paz, pero estamos aplastados por la cruz del conflicto; por la violencia, los desplazamientos internos, los ataques a los lugares de culto. Es una carga pesada, Jesús, que arrastramos en un vía crucis que parece interminable. Las lágrimas de nuestras madres se derraman por el hambre de sus hijos. Y, como ellas, tampoco yo tengo muchas palabras para rezar, pero sí muchas lágrimas que ofrecer. Señor, el cortejo que te conducía al Calvario era tremendo, pero entre la multitud embrutecida por el mal se abrieron camino unas mujeres que lloraban. Ellas te dieron fuerza. Eran madres que no veían en ti a un condenado, sino a un hijo. También de entre nosotros salió una mujer de la multitud, convertida en madre espiritual para muchos, que en defensa de su gente se arrodilló frente al poder desplegado por las armas y, dispuesta a dar su vida, pidió con mansedumbre la paz y la reconciliación. Jesús, ahora como entonces, en la confusión macabra del odio nace la danza de la paz. Y nosotros, cristianos, queremos ser instrumentos de paz. Conviértenos a ti, Jesús, y fortalécenos, porque sólo tú eres nuestra fuerza.

Oremos diciendo: Conviértenos, Señor Jesús.

Del comercio de armas sin escrúpulos de conciencia: Conviértenos, Señor Jesús.
Del invertir dinero en armamento en vez de en alimentos: Conviértenos, Señor Jesús.
De la esclavitud del dinero que provoca guerras e injusticias: Conviértenos, Señor Jesús.
Para que las lanzas se transformen en podaderas: Conviértenos, Señor Jesús.


9. Jesús cae por tercera vez
(voces de paz de una consagrada de África central)

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna (Jn 12,24-25).

El 5 de diciembre de 2013, a las cinco de la mañana, me despertaron las armas. Los rebeldes estaban invadiendo la capital. Muchos corrían e intentaban esconderse, pero bastaba cruzarse con una bala perdida para morir. Fue el comienzo de sufrimientos indescriptibles: asesinatos, pérdida de familiares, amigos y compañeros. Mi hermana desapareció y ya no regresó nunca, lo que causó graves traumas a mi padre, que nos dejó algunos años después, como resultado de una breve enfermedad. Yo seguía llorando. En ese valle de lágrimas y de “por qué” pensé en Jesús. También Él cayó bajo el peso de la violencia, hasta llegar a decir en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Unía mis “por qué” a los suyos y dentro de mí se generó una respuesta: ama como Jesús te ama. Se hizo la luz en medio de la oscuridad. Comprendí que debía obtener la fuerza para amar. Desde entonces, cada vez que hay un mínimo de calma, voy a Misa. Para llegar a la parroquia tengo que recorrer un largo camino y cruzar al menos tres barricadas de rebeldes. Pero, Misa tras Misa, ha crecido en mí una certeza: aunque haya perdido prácticamente todo, incluso la casa donde crecí, todo pasa menos Dios. Esto me ha aliviado y con algunos amigos hemos comenzado a reunir niños, que jugaban a ser soldados, para intentar transmitirles, a ellos que son el futuro, los valores evangélicos de la ayuda mutua, el perdón y la honestidad, para que el sueño de la paz se vuelva realidad.

Oremos diciendo: Sánanos, Señor Jesús.

Del miedo de no ser amados: Sánanos, Señor Jesús.
Del miedo de no ser comprendidos: Sánanos, Señor Jesús.
Del miedo de ser olvidados: Sánanos, Señor Jesús.
Del miedo de no poder más: Sánanos, Señor Jesús.


10. Jesús es despojado de sus vestiduras
(voces de paz de los jóvenes de Ucrania y Rusia)

Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica (Mc 15,24; Jn 19,24).

[1] El año pasado, mi padre y mi madre nos prepararon a mí y a mi hermano más pequeño para llevarnos a Italia, donde nuestra abuela trabaja desde hace más de veinte años. Partimos de Mariúpol durante la noche. En la frontera los soldados detuvieron a mi padre y le dijeron que debía permanecer en Ucrania para combatir. Nosotros seguimos adelante en autobús dos días más. Al llegar a Italia yo estaba triste. Sentí que me despojaban de todo; que estaba completamente desnudo. No conocía la lengua y no tenía ningún amigo. La abuela se esforzaba por hacerme sentir afortunado, pero yo no hacía más que decir que quería volver a casa. Finalmente, mi familia decidió volver a Ucrania. Aquí la situación sigue siendo difícil, hay guerra por todas partes, la ciudad está destruida. Pero en el corazón me quedó esa certeza de la que me hablaba la abuela cuando yo lloraba: “Verás que todo pasará. Y con la ayuda del buen Dios volverá la paz”. [2] Yo, en cambio, soy un joven ruso. Al decirlo experimento casi un sentimiento de culpa, pero al mismo tiempo no entiendo por qué y me siento doblemente mal. Despojado de la felicidad y de los sueños para el futuro. Hace dos años que veo llorar a mi abuela y a mi madre. Una carta nos comunicó que mi hermano mayor había muerto. Lo recuerdo todavía el día en que cumplió dieciocho años, sonriente y brillante como el sol, y todo eso sólo algunas semanas antes de partir a un largo viaje. Todos nos decían que debíamos estar orgullosos, pero en casa sólo había sufrimiento y tristeza. Lo mismo pasó con mi padre y mi abuelo; también partieron y no sabemos nada de ellos. Uno de mis compañeros de la escuela, con mucho miedo, me dijo al oído que hay guerra. Al volver a casa escribí una oración: Jesús, por favor, haz que haya paz en todo el mundo y que todos podamos ser hermanos.

Oremos diciendo: Purifícanos, Señor Jesús.

Del resentimiento y el rencor: Purifícanos, Señor Jesús.
De las palabras y las reacciones violentas: Purifícanos, Señor Jesús.
De las actitudes que provocan división: Purifícanos, Señor Jesús.
Del deseo de sobresalir, humillando a los otros: Purifícanos, Señor Jesús.


11. Jesús es clavado en la cruz
(voces de paz de un joven del Cercano Oriente)

Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. […] Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!» (Mc 15,27-30).

En el 2012, unos grupos de extremistas armados irrumpieron en nuestro barrio, matando con ráfagas de ametralladoras a quienes estaban en los balcones y en los departamentos. Tenía nueve años. Recuerdo la angustia de mi madre y mi padre; esa tarde nos encontramos abrazados y en oración, conscientes de que estábamos ante una nueva y durísima realidad. La guerra se volvía cada día más horrible. Durante largos periodos faltaba la luz y el agua, y en todas partes se excavaron pozos. La comida era un problema cotidiano. En el 2014, mientras estábamos en el balcón, una bomba explotó frente a nuestra casa, lanzándonos hacia el interior y cubriéndonos de vidrios y astillas. Pocos meses después, otra bomba alcanzó la habitación de mis padres, que se salvaron por milagro y decidieron, muy a su pesar, dejar el país. Comenzó otro calvario porque, después de dos intentos de obtener un visado, no nos quedó más que embarcarnos. Arriesgamos la vida, permanecimos sobre una roca esperando el amanecer y una nave de la guardia costera. Habiendo sido salvados, los habitantes del lugar nos acogieron con los brazos abiertos, comprendiendo nuestras dificultades. La guerra ha sido la cruz de nuestra vida. La guerra mata la esperanza. En nuestro país, más aún después de los terribles desastres naturales, muchas familias, niños y ancianos viven sin esperanza. En el nombre de Jesús, que abrió los brazos en la cruz, ¡tiendan la mano a mi pueblo!

Oremos diciendo: Sánanos, Señor Jesús.

De la incapacidad de dialogar: Sánanos, Señor Jesús.
De la desconfianza y la sospecha: Sánanos, Señor Jesús.
De la impaciencia y la prisa: Sánanos, Señor Jesús.
De la cerrazón y el aislamiento: Sánanos, Señor Jesús.


12. Jesús muere perdonando a sus verdugos
(voces de paz de una madre de Asia Occidental)

Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». […] Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo esto, expiró (Lc 23,34.44-46).

El 6 de agosto de 2014 la ciudad fue despertada por las bombas. Los terroristas estaban en las puertas. Tres semanas antes habían invadido las ciudades y las aldeas vecinas, tratándolas con crueldad. Por eso huimos, pero pocos días después regresamos a casa. Una mañana, mientras estábamos atareados y los niños jugaban delante de las casas, resonó en el aire un proyectil de mortero. Salí corriendo. Ya no se sentían las voces de los niños, pero aumentaban los gritos de los adultos. Mi hijo, su primo y una joven vecina, que se estaba preparando para el matrimonio, habían sido alcanzados; estaban muertos. La muerte de estos tres ángeles nos impulsó a escapar. Si no hubiese sido por ellos, permaneciendo en la ciudad hubiéramos caído inevitablemente en las manos de los terroristas. No es fácil aceptar esta realidad. Con todo, la fe me ayuda a esperar, porque me recuerda que los muertos están en los brazos de Jesús. Y nosotros, que sobrevivimos, intentamos perdonar al agresor, porque Jesús perdonó a sus verdugos. En nuestras muertes creemos en Ti, Señor de la vida. Queremos seguirte y testimoniar que tu amor es más fuerte que todo.

Oremos diciendo: Enséñanos, Señor Jesús.

A amar, como tú nos has amado: Enséñanos, Señor Jesús.
A perdonar, como tú nos has perdonado: Enséñanos, Señor Jesús.
A dar el primer paso para reconciliarnos: Enséñanos, Señor Jesús.
A hacer el bien sin exigir nada a cambio: Enséñanos, Señor Jesús.


13. Jesús es depuesto de la cruz
(voces de paz de una religiosa de África Oriental)

¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó (Rm 8,35.37).

Era el 7 de septiembre de 2022, día en el que en nuestro país recordamos el Acuerdo con el que finalmente se reconoció a nuestro pueblo el derecho a la plena independencia, cuando repentinamente sucedió algo que hizo añicos nuestra alegría: una hermana, que desde siempre había sido misionera en nuestras tierras, fue asesinada. Los terroristas habían entrado en casa y le quitaron la vida sin piedad. El día de la victoria de convirtió en derrota; el miedo y la incertidumbre inundaron nuestros corazones. La experiencia de centenares de familias que vieron la trágica muerte de sus seres queridos volvió a hacerse realidad; entre nuestros brazos yacía el cuerpo sin vida de nuestra hermana. No es fácil presenciar la muerte violenta de un familiar, de un amigo, de un vecino, como no es fácil ver que la propia casa y los propios bienes se reducen a cenizas y el futuro se vuelve oscuro. Pero esta es la vida de mi pueblo, es mi vida. Por eso, como nos ha sido testimoniado y como aprendemos en la escuela de la Virgen de Nazaret, que acogió entre sus brazos a Jesús exánime y lo contempló con un amor iluminado por la fe, es necesario no dejar de encontrar la valentía de soñar un futuro de esperanza, paz y reconciliación. Porque el amor de Cristo resucitado ha sido derramado en nuestros corazones, porque Él es nuestra paz, Él es nuestra verdadera victoria. Y nada nos separará jamás de su amor.

Oremos diciendo: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.

Buen Pastor, que das la vida por tu rebaño: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.
Tú que muriendo has destruido la muerte: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.
Tú que del corazón traspasado has hecho brotar la Vida: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.
Tú que desde el sepulcro iluminas la historia: Ten piedad de nosotros, Señor Jesús.


14. Jesús es colocado en el sepulcro
(voces de paz de mujeres jóvenes del sur de África)

Después de esto, José de Arimatea […] pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo […] y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes (Jn 19,38-40).

Era un viernes por la tarde, cuando los rebeldes irrumpieron en nuestra aldea, tomaron como rehenes a todos los que pudieron, deportaron a quienes encontraron y nos cargaron con cuanto habían saqueado. Durante el trayecto mataron a muchos hombres con proyectiles y cuchillos. Llevaron a las mujeres a un parque. Cada día éramos maltratadas en el cuerpo y en el alma. Despojadas de la ropa y de la dignidad, vivíamos desnudas para que no escapásemos. Por pura gracia un día, cuando nos mandaron a buscar agua al río, conseguí huir. Todavía hoy nuestra provincia es un lugar de lágrimas y de dolor. Cuando el Papa vino a nuestro continente, pusimos a los pies de la cruz de Jesús la ropa de los hombres armados, que todavía nos dan miedo. En el nombre de Jesús los perdonamos por todo lo que nos hicieron. Pedimos al Señor la gracia de una convivencia pacífica y humana. Sabemos y creemos que el sepulcro no es la última morada, sino que todos estamos llamados a una vida nueva en la Jerusalén celestial.

Oremos diciendo: Guárdanos, Señor Jesús.

En la esperanza que no defrauda: Guárdanos, Señor Jesús.
En la luz que no se apaga: Guárdanos, Señor Jesús.
En el perdón que renueva el corazón: Guárdanos, Señor Jesús.
En la paz que nos hace bienaventurados: Guárdanos, Señor Jesús.

Oración final
(“14 gracias”)

Señor Jesús, Palabra eterna del Padre, por nosotros te has hecho silencio. Y en el silencio que nos guía hacia tu sepulcro hay aún una palabra que queremos decirte pensando en el itinerario del vía crucis que recorrimos contigo: gracias.

Gracias, Señor Jesús, por la mansedumbre que confunde a la prepotencia.

Gracias, por la valentía con la que has abrazado la cruz.

Gracias, por la paz que brota de tus heridas.

Gracias, por habernos dado a tu santa Madre como Madre nuestra.

Gracias, por el amor que mostraste ante la traición.

Gracias, por haber cambiado las lágrimas en una sonrisa.

Gracias, por haber amado a todos sin excluir a nadie.

Gracias, por la esperanza que infundes en la hora de la prueba.

Gracias, por la misericordia que sana las miserias.

Gracias, por haberte despojado de todo para enriquecernos.

Gracias, por haber transformado la cruz en árbol de vida.

Gracias, por el perdón que has ofrecido a tus verdugos.

Gracias, por haber vencido a la muerte.

Gracias, Señor Jesús, por la luz que has encendido en nuestras noches y, reconciliando toda división, nos ha hecho a todos hermanos, hijos del mismo Padre que está en los cielos.

Pater noster

viernes, 23 de diciembre de 2022

En 2025 rehabilitan a Lutero



La rehabilitación de Lutero es una movida cuyos intentos se han venido incrementando en la última década (incluso llegándose a insinuar que su ‘reforma’ la inspiró el Espíritu Santo) pero, pensamos, el culmen llegará en 2025 para las celebraciones del año santo. Y no solamente Lutero, de allí podría pasarse a Wesley (ver aquí), Fidel Castro, el ché Guevara, los fariseos (ver aquí) y, quién sabe, hasta Jesús Malverde, el que en México llaman ‘el santo de los narcos’. ¿De dónde sacamos todo eso que parecen delirios nuestros? Lean lo siguiente y juzguen después si es que estamos tan delirantes.

Información de Vatican News, Oct-05-2022.


Jubileo: nace la Comisión para los testigos de la fe

El cardenal Marcello Semeraro lo anunció durante la conferencia "La santidad hoy" en el Augustinianum: "El Papa ha dicho que se reconstituya, de manera estable, esta realidad que estará vinculada a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos"

Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano

Con vistas al Año Santo de 2025, se creará la Comisión para los testigos de la fe, que ya había sido creada, a instancias de San Juan Pablo II, con motivo del Jubileo de 2000. El cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, lo anunció durante la conferencia "La santidad hoy".

¿Qué es la Comisión de Testigos de la Fe?

Esta iniciativa ya tuvo lugar con motivo del Gran Jubileo de 2000. San Juan Pablo II quiso destacar estas figuras de hombres y mujeres que, aunque no fueron canonizados, manifestaron con fuerza su fe. Así, la Comunidad de Sant'Egidio recibió el encargo de crear esta Comisión. Y se había elaborado una lista con biografías de personas que hablaban a todo el mundo cristiano, no sólo al católico. La experiencia de esta Comisión se limitó al gran Jubileo de 2000. Esta idea ha vuelto para el próximo Año Santo. El Papa Francisco ha pedido que se reconstituya esta Comisión, esta vez sin referirla a una circunstancia concreta, sino vinculándola a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos. Por ello, se está creando una Comisión estable. En los próximos días la pondremos en marcha, también como campo de estudio.

¿Quiénes son los testigos de la fe?

Pongo un ejemplo: me viene inmediatamente a la mente Dietrich Bonhoeffer, teólogo y pastor de la Iglesia que fue asesinado por oponerse al nazismo. La Iglesia no lo proclama mártir porque no era católico. Sin embargo, es una figura emergente como testigo cristiano. Como Bonhoeffer hay muchos otros. La santidad no siempre es inmediatamente evidente a los ojos de los fieles. Nuestro servicio es sacarla a la luz. Nosotros "no construimos santos", pero ayudamos al Papa en el discernimiento. Debemos mostrar que la santidad no está lejos de nosotros, sino que es una llamada que concierne a todos. No es necesario ser canonizado, pero debemos responder a la llamada a la santidad.

sábado, 10 de diciembre de 2022

Una cuestión seria





Analizar las palabras en sus propias categorías – ontología, etimología, semántica, sintaxis, gramática – siempre ha sido una actividad particular nuestra, tanto como para haber sostenido, en tiempo pasado, numerosas conferencias sobre el tema y haber publicado estudios sobre “lugares comunes” lingüísticos y estar a la espera del tercero acerca de los “modos de decir”, de publicación inminente. Esta curiosidad nace de la lectura del episodio bíblico (Gen. 2, 19-20) en donde se narra que Adán, ante la presencia del Señor, da el nombre a todos los animales y a las cosas.

Antes de pasar a la cuestión seria, anunciada en el título, damos razón de la inclusión de la ontología en las categorías verbales, término que refiere al ser de una res y, en este caso, de una palabra. Ahora bien, ¿qué tiene que ver la ontología con la “palabra”; es decir, un flatus vocis que, en cuanto tal, desaparece perdiéndose en el aire donde se dice “verba volant”?

Mucho: 1) porque más allá de la fonética, puro medio de transmisión, la palabra acoge en sí un significado que – abstracto/concreto – constituye su esencia misma; 2) porque de simple sonido se transforma, mediante el alfabeto, en documento, certificado que asevera el dicho “scripta manent”.

Era común que Santo Tomás de Aquino, antes de iniciar la lección, mostrase a los presentes una manzana diciendo: “Esta es una manzana. Quien no esté de acuerdo puede también retirarse” para demostrar que desde el pensamiento concreto brota el abstracto.

Todo esto se resume en el áureo brocardo justiniano “nomina sunt consequentia rerum” – los nombres se corresponden a las substancias de las cosas.

Con esto como premisa, pasamos a nuestra cuestión seria.

La expresión “religiones cristianas” es el área desde la cual parte nuestra atenta crítica que, poniendo aparte el sustantivo “religiones”, asume, cual elemento único a analizar, el atributo de “cristianas” porque nuestro intento es aquel de demostrar como ilícita atribución abusiva de este atributo a algunas confesiones – que son la mayor parte – y que son así llamadas e identificadas entre sí.

Ahora bien, para proceder con el examen completo, es necesario establecer qué significado atribuir al término “cristiano”. Entre los tantos presentes en el diccionario, aquel que corresponde a nuestro intento se despliega así: “dicho de quien se identifica con la doctrina y la práctica del cristianismo”; es decir, de Jesús el Cristo.

Por doctrina cristiana se entiende – sin duda alguna – el mensaje de todo el N.T., vale decir: los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas Paulinas, aquellas Católicas y el Apocalipsis. Naturalmente, aquello que prevalece, en términos de doctrina, es la Palabra de Dios, Jesús, quien constituye, enseñando, perfeccionando y dando pleno cumplimiento a la vieja ley (Mt. 5, 17-20), la nueva religión en la cual, entre las nuevas e importantes realidades, viene revelada la Santísima Trinidad con todos sus corolarios.

Ser y decirse cristiano exige la aceptación total del anuncio evangélico, significa acoger y vivir la secuela de Cristo, quiere decir adherirse a la praxis; es decir, a aquel complejo de normas, ordenamientos y comportamientos conformes al magisterio de Jesús y establecidos por la Tradición que el fiel, en cuanto cristiano, debe observar y poner en acto.

La historia del Cristianismo registra en su interior – en varias épocas y por diversas razones – escisiones, destajos y separaciones con las cuales partes de la Iglesia Católica, desconocida la autoridad central papal de Roma – sede del Vicario de Cristo y sucesor apostólico- se dan, con un acto de pronunciamiento público y rebelde, su propia autonomía tal que, por ejemplo, la interpretación de la Sagrada Escritura – dominio del Sagrado Magisterio, de la Jerarquía y del Clero – se transforma en ejercicio personal y subjetivo.

Cada cisma tiene origen en la herejía, desde la trinitaria hasta la cristológica, desde la mariana hasta la eucarística, sin faltar, para tales separaciones, pretextos de orden económico, personales y de poder, camuflados por motivaciones teológicas ficticias, como el caso del anglicanismo.

Damos un elenco de máximas de estas Iglesias/Confesiones que, con el infringir el estado de obediencia, son otra cosa que la Iglesia Madre, Cristiana, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Ellas pueden ser repartidas en dos grupos, así como sigue:

Protestante (luterana, anglicana, valdense, puritana, metodista, cuáquera, pentecostal, adventista, baptista, testigos de Jeová)

Ortodoxa (nestoriana, copta, oriental, rusa, griega, Armenia)

No está en el programa de la presente intervención dar las coordenadas históricas y los acontecimientos que caracterizaron el formarse de cada confesión. Es, en cambio, indispensable connotarlas como heréticas y cismáticas – como en efecto lo son- porque este es el punto que, demostrado, nos permitirá concluir según el tema propuesto, tema que nace de una investigación lingüística para terminar en una sentencia teológica.

Entonces: estas Confesiones son llamadas “cristianas” porque – se dice- sin importar el rechazo de la Iglesia Católica, la verdadera y única Iglesia cristiana, ellas se identifican con el culto de Jesús Cristo y a las secuelas de sus enseñanzas. Veamos entonces cuáles son los parámetros establecidos por Jesús – el Cristo- según los cuales se es cristiano.

Naturalmente son los Evangelios la fuente doctrinaria y documental que, con la autoridad del Hijo de Dios y de su Palabra, dan y despliegan las normas con las cuales será posible el sostenerse “cristiano” como lícita atribución o abuso. A tal fin, citaremos pericopas relativas a la supremacía del Papado y otras pertinentes a las condiciones de cuantos se encuentran escindidos de Cristo.

1) “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia… a ti te dare las llaves del reino de los cielos y todo aquello que unas en la tierra será unido en los cielos y todo lo que disuelvas en la tierra será disuelto en los cielos” (Mt. 16, 18-19). En esta primera declaración de Jesús, con el otorgamiento a Pedro del máximo poder sacerdotal – que legitima la facultad de decidir con plena autonomía intervenciones de orden y de importancia superior – se advierte manifiestamente que es la Iglesia Católica la única que puede decirse “cristiana”, y como institución divina – siendo el fundador y el custodio el Hijo de Dios – y como realidad humana histórica, cuya sucesión apostólica está en el trono pontificio – ininterrumpida en los siglos – afirma su inalterable e inalterada identidad originaria. Cuestionar la legitimidad del primado de Pedro y de sus sucesores, como lo hacen las Iglesias cismáticas, es ponerse en contra de la voluntad de Cristo.

2) “Cuanto hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: ´Simón de Jonás, Me amas tú mas que estos?´ Le respondió: ´Ciertamente, Señor, Tú sabes que te amo´. Le dijo: ´Apacienta Mis corderos´. Le dijo de nuevo: ´Simón de Jonás, Me amas?´. Le respondió: ´Ciertamente, Señor, Tú sabes que Te amo´. Le dijo: ´Pastorea mis ovejas´. Le dijo por tercera vez: ´Simón de Jonás, Me amas?´. Pedro se entristeció de que le dijese por tercera vez: Me amas? Y le dijo: ´Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que Te amo´. Le respondió Jesús: ´Apacienta Mis ovejas´. “ (Juan 21, 15-17). Jesús, el resucitado, confirma el primado de Pedro y, con el encargarle la grey, lo constituye como el Primer Pastor a quien le es delegada la custodia y la cura del rebaño cristiano. Cuestionar, como lo hacen las Iglesias cismáticas y no aceptar esa supremacía, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

3) “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirmaa tus hermanos” (Lc. 22, 31-32). Con esta exortación, Jesús confiere a Pedro el primado del poder magisterial que, con el sacerdotal y con el pastoral, lo califica como la suma autoridad espiritual. Cuestionar, rechazar o desconocer esta función, como lo hacen las Confesiones cismáticas, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

4) “Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco; tambien debo conducir a estas; escucharán mi voz y se convertirán en un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10, 16). En este versículo del Evangelio de Juan, Jesús declara que su Iglesia es el único aprisco en el cual, más allá de las ovejas que ya son suyas, deberán ser conducidas aquellas lejanas, aquellas “remotas y vagabundas… vacías de leche” (Par. XI, 127-129) de modo que se constituya un solo rebaño – comunidad católica – bajo la custodia de un solo pastor que, según tal connotación, es Cristo mismo y, subordinadamente, el Papa. Rechazar y no acoger esta visión de una Iglesia como la única y sola institución redentora, como lo hacen las Iglesias cismáticas, es ponerse contra la voluntad de Cristo.

Es esclarecedora a tal propósito la repuesta que el santo cura d´Ars – Juan María Vianney – dio a un anglicano que sostenía que, sin importar la diversidad de las creencias, “estaremos ambos en el reino de los cielos porque me fio en Cristo que dijo ´quien crea en Mí, tendrá la vida eterna´. A lo que, el santo cura: “Pobre de mí, querido mío, no estaremos unidos allá arriba más que en la medida en la cual habremos comenzado a serlo sobre la tierra: la muerte no podrá modificar nada. Donde cae el árbol, ahí permanece… El Señor también dijo otra cosa. Dijo que quien no haya escuchado a Su Iglesia debe ser considerado como un pagano. Dijo que no debía haber más que un solo rebaño y un solo pastor y estableció a San Pedro como cabeza de este rebaño. Querido mío, no existen dos maneras buenas de servir al Señor; existe solo una; es decir, como Él quiere ser servido” (Alfred Monnin: espìritu del cura d´Ars – ed Ares, 2009, pag. 172-173).

5) “Por lo tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28, 19). Con esta recomendación imperativa, Jesús pone el sello que garantiza el ser cristiano solo en la observación de lo enseñado y comandado por Él. Entre los elementos de los cuales Jesús nos comanda la observación y que se dan como distintivos del ser cristiano, están: a) obsequencia racional al dogma, con lo que se evita la herejía; b) el reconocimiento del primado episcopal de Pedro, transmitido en los siglos a sus sucesores que, como Vicarios de Cristo en la tierra, representan la única y suprema autoridad espiritual; c) el respeto unido al cumplimiento de todas las normas morales, litúrgicas, disciplinarias que constituyen la praxis. Relativizar el dogma, no reconocer como única y legítima la autoridad del Obispo de Roma – Christi Vicarius – sucesor de Pedro, mutar la praxis – así como hacen las Iglesias cismáticas – es ponerse contra la voluntad de Cristo, quien, en términos precisos, inequivocables, afirma: “El que no es conmigo. Contra Mí es, y el que conmigo no recoge, desparrama.” (Lc. 11, 23)

¿Cómo se está en contra de Jesús? La pregunta encuentra respuesta inmediata. Se está en contra de Jesús no creyendo en Su Palabra, no observando sus mandamientos, alterando sus enseñanzas con falsas y desvariadas interpretaciones y blasfemándolo. De esto se sigue, naturalmente, el encontrarse separados de Cristo, escisos de Su vida, separados del flujo vivificador de Su comunión, ser destinados a la perdición eterna.

Jesús mismo es quien aclara la condición de quién está en Su contra en el versículo evangélico (Juan 15, 5-6) donde afirma: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden… En esto está glorificado Mi Padre: que portéis mucho fruto y os convirtáis en Mis discípulos”. Discípulos; es decir, CRISTIANOS, del modo histórico y tradicional con el cual son llamados los seguidores de un maestro o de una escuela. Ahora si, por ejemplo, llaman “crociano” a un intelectual que sigue y vive la filosofía de Benedetto Croce (1866 – 1952) no acreditaremos el mismo título a quien niega, combate o denigra el sistema del mencionado filósofo, sino que lo definiremos como “anticrociano”.

Parece, por lo tanto, obvio sostener como “anticristiano” a quien no solo no vive las enseñanzas de Cristo, sino que incluso las enfrenta con actos privados y públicos, distorsionando a cuenta propia tales mandamientos, como por ejemplo – Mc. 10, 1-12 – Jesús define el divorcio como pecado de adulterio.

Las Confesiones cismáticas, así llamadas “cristianas”, admiten en su orden el divorcio, así como algunas de ellas permiten a las mujeres el acceso al orden sacerdotal, y así como otras incluso definen como “simbólica” la presencia de Cristo en las especies eucaríticas del pan y del vino, habiendo sido formadas sobre el tronco protestante, cuya doctrina, legada al nombre de un “reformador”, es un conglomerado de elementos incoherentes y personales que chocan abiertamente con el Evangelio.

Más allá de todo esto, estas Confesiones continúan llamandose “cristianas” y, como tales, son reconocidas también por la Iglesia Católica, la cual, inmersa y sumergida en el “espíritu ecuménico conciliar VAT.II”, sostiene su existencia como un don del Espíritu Santo, el cual “hace la diversidad en la Iglesia, y esta diversidad es tan rica y tan bella, y luego, el mismo Espíritu Santo hace la unidad. Y así la Iglesia es una en la diversidad” (Papa Francisco, Caserta – Iglesia pentecostal 28-07-2014). Continúan llamándose y a ser consideradas cristianas porque sostienen de seguir las enseñanzas de Jesús, invocan el nombre y Lo adoran en sus propias formas culturales.

A ellas así responderá el Señor Jesús: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos… no los he nunca conocido” (Mt. 7, 21)
Hacer la voluntad del Padre es lo mismo que hacer la voluntad del Hijo. No basta decirse cristiano para serlo y estas Iglesias/Confesiones no han correspondido a los mandamientos y no han hecho la voluntad de Cristo, por lo tanto, mas allá de definirse y ser consideradas “cristianas” no lo son porque el verdadero atributo, pertinente a su ser, es “anticristianas”; es decir, enemigas de Cristo e, incluso, por Él desconocidas. Solo con el regreso a la Iglesia Católica de Roma podrán sanar su anomalía y sentirse, “cum Ecclesia”, un solo rebaño con un solo pastor y un solo sacerdote en el pleno privilegio de decirse “cristianas”.
De hoc satis.

L.P

Traducido por S. Cuneo

sábado, 5 de noviembre de 2022