BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



martes, 11 de enero de 2022

« Aún son muchos los que creen que todo lo que diga un papa debe ser aceptado como parte esencial de la fe católica» (Miguel Ángel Quintana)



En cierto pasaje de la novela Retorno a Brideshead el autor, Evelyn Waugh, nos presenta a un ambicioso diputado que desea convertirse al catolicismo, mas solo por conveniencia. Su nombre: Rex Mottram. Lo curioso es que, mientras intenta pasar por católico, van saliendo a la luz muchos de los prejuicios que Rex (y los protestantes de los que proviene) atesoran contra la Iglesia romana. Así ocurre cuando dialoga con el sacerdote al que han encargado instruirlo en la que será su nueva fe. Rex se esfuerza en responder lo que cree que el clérigo desea oír, con resultados inolvidables:

«¿De modo que usted ya ha comprendido el dogma de la infalibilidad papal?», le pregunta el cura (al que puede verse en la serie homónima aquí).

«Oh, sí, padre».

«Supongamos que el papa mira hacia arriba, ve una nube y dice ‘Va a llover’. ¿Sucedería con seguridad?».

«Pues sí, padre».

«Suponga que no ocurre. Suponga que no llueve».

«Oh… bueno… creo que entonces sería una especie de lluvia espiritual… Pero somos demasiado pecadores para verla».

Más allá de sus efectos humorísticos, esta idea ridícula de lo que es la infalibilidad pontificia me temo que más de una vez asoma entre nosotros, ya en el año 2022 y en un país de tradición católica. Aún son muchos los que creen que todo lo que diga un papa debe ser aceptado como parte esencial de la fe católica; o que un papa no puede nunca equivocarse; o que no es de buen fiel criticar aquello que haya expresado un papa.

Todas estas creencias son falsas, naturalmente (es decir, son supersticiones; igual que creer en lluvias invisibles). La última, de hecho, la refutó el propio Francisco hace pocos años: «No es pecado criticar al papa», recordó a los obispos italianos, antes de animarlos a que hicieran eso mismo, criticarlo. No resultaba novedoso: santos como Pablo o Catalina de Siena ya lanzaron fuertes reproches a sus respectivos pontífices, sin que ello obstara para su santidad.

Pero siempre ha habido gente más papista que el Papa. Y es una pena que hoy alimenten en la opinión pública falsedades sobre lo que significa la infalibilidad pontificia para un católico.

Por mor de despejar alguna de las principales, empecemos diciendo que tal infalibilidad no tiene nada que ver con que el papa tenga que ser considerado especialmente santo, puro o bienintencionado: son numerosos los ejemplos de pontífices con vidas, digamos, poco ejemplares. Y en una época tan pía como el Medievo era habitual advertir, en sus pinturas sobre el infierno, que nada impedía que el obispo de Roma, como cualquier otro, pudiera terminar ardiendo en él. El propio Dante, en su Divina comedia, nos narra su encuentro con el papa Nicolás III en el averno; lo curioso es que éste lo confunde con otro pontífice, Bonifacio VIII, a quien asimismo andaban ya esperando en la región infernal.

Tampoco es correcta la creencia popular de que el Papa haya sido elegido directamente por el Espíritu Santo entre todos los candidatos posibles, un poco como si una paloma blanca (invisible para nuestros ojos pecadores) se posara sobre su cabeza durante el cónclave. Lo negó de modo explícito… otro pontífice, Benedicto XVI: «Hay muchos papas que el Espíritu Santo probablemente no habría elegido», afirmó cuando aún era el responsable máximo de la doctrina correcta (es decir, prefecto de la Doctrina de la Fe). Y aclaró (algo bueno de Ratzinger es que siempre aclara todo, como gran profesor que fue): el Espíritu Santo actúa como un buen maestro ante los cardenales, pero no «dicta» ni mucho menos al candidato.

¿Cuándo es, pues, infalible el obispo de Roma? El Catecismo de la Iglesia católica (891) nos recuerda que para ello deben cumplirse tres condiciones: 

1) que el papa hable en nombre de la Iglesia, no desde un punto de vista personal; 2) que afirme que lo que dice no es modificable; 
3) que el asunto sobre el que se pronuncia tenga que ver con la fe o la moral. 

Es decir, contra la ofuscación del citado diputado Rex Mottram, si un pontífice habla de la lluvia, no es ni más ni menos infalible que Mariano Medina, que usted, amigo lector, o que un servidor. Pero lo mismo ocurre si habla de economía, de arqueología tailandesa, de política o de fútbol (sea cual sea el énfasis que ponga en cada una de estas áreas del saber). Como, además, ya hemos dicho que criticar al papa es actividad del todo legítima para un católico que sepa de su fe, no habría problema alguno en criticar lo que opine el sumo pontífice si se aventura por el campo de la economía o la política (o de la arqueología), pues nada impide que pueda resultar inexacto. O incorrecto. O una sandez.

Esto no significa, naturalmente, que sea legítimo volcar odio alguno contra el obispo de Roma cuando dice algo con lo que no concordamos. Por un sencillo motivo: no es legítimo volcar odio contra nadie. 

Aunque a veces en redes sociales parezca un imposible, cabe hacer críticas sin aborrecer al criticado. Pongamos un ejemplo: mi abuelo carecía de saberes especiales en economía, pero ello no habría justificado el ponerse a insultarlo, o tratarlo con menosprecio, cuando expresaba algo sobre tal campo. Lo mismo ocurre con el Papa: puede que no posea conocimientos mayores que los de mi abuelo en ciencia económica, pero sería deseable tratarlo asimismo con respeto. (Ojo, ello no excluye las bromas o cierto tono desenfadado; de hecho a mi yayo le gustaba ser tratado con cierto humor de fondo, y en principio sería deseable que un pontífice, como «siervo de los siervos de Dios» que es, no tuviese muchos más humos que mi abuelo, el señor Miguel).

Tras todas estas aclaraciones (no solo Ratzinger tiene la manía profesoral de intentar aclararlo todo), estamos ya en disposición de ir al asunto que titula este artículo: ¿por qué se produce tal pasmo entre algunos de nuestros compatriotas cuando alguien (un político, un intelectual, un periodista) de derechas critica al papa o, más en general, a la Iglesia católica? Este pasmo también tiene sus razones, ojo; pero creo que son motivos ya caducos. Y sería deseable avanzar hacia un diálogo en que, al igual que la jerarquía eclesiástica tiene derecho a señalar los errores que ve en políticas de cualquier tendencia, la recíproca también sea cierta. Esto es, los políticos de cualquier tendencia también puedan refutar lo que consideren errado entre los dirigentes eclesiales, papa incluido.

Aceptar esta verdad (católica) nos evitaría tanto escandalizadito que vituperó a Isabel Díaz Ayuso este otoño, solo porque la presidenta madrileña se sintió sorprendida por la declaración del Papa sobre la conquista de México. Y acaso evitaría también el estupor que en algunos ofendiditos suscitó en su día el líder de VOX, Santiago Abascal, cuando se refirió al romano pontífice como «ciudadano Bergoglio»… al comentar las opiniones de éste sobre la necesidad de implantar una renta básica universal (asunto, sin duda, de gran enjundia económica, pero en el que, justo por eso, como ya hemos visto, las opiniones de Jorge Bergoglio no son epistémicamente más irrefutables que las de mi abuelo, el también ciudadano Miguel).

¿Por qué esa incomodidad entre la propia derecha cuando uno de sus dirigentes critica al Papa? ¿Por qué también esas críticas parecen doler más a muchos católicos? Creo que hay dos motivos para ello, que revelan a su vez dos patologías de la relación entre la derecha y la Iglesia; dos patologías que convendría ir sanando.

La primera patología viene de nuestra guerra civil. Es inevitable que estemos aún marcados por el hecho (no muy recordado en los saraos sobre «memoria histórica», por cierto) de que entonces uno de los dos bandos se prodigó en la destrucción de lo católico: conventos, templos, patrimonio… así como también 13 obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes, 283 monjas. Esa matanza (si eras fraile en los años 30 en España, tuviste una probabilidad de uno contra cuatro de ser asesinado por ello) permite comprender que la Iglesia terminara apoyando al otro bando, por la simple peculiaridad de que no la masacraba. Tal respaldo no fue inmediato (tardó más de un año desde el inicio de la conflagración en publicitarse), pero sí rotundo (la Carta que lo manifestaba fue firmada por casi todos los obispos españoles aún vivos, con solo cinco excepciones).

Desde entonces es quizá inevitable que demos por supuesta cierta afinidad entre Iglesia y derecha en España. Y ello a pesar de que mucha gente de esta orientación política tenga poco de católica; o de que la Iglesia, por su parte, también se haya esforzado en fracturar tal ligamen (recordemos que, aún durante el franquismo, había incluso una cárcel concreta dedicada a alojar curas enfrentados al régimen, la de Zamora).

No estaría mal, sin embargo, que ambos grupos acepten su plena autonomía. Que la Iglesia agradeciera los servicios de protección prestados por Francisco Franco (¿tal vez con alguna multitudinaria misa de Te Deum?), pero siguiese luego por el camino, ya iniciado por Pablo VI y su hombre en España, el cardenal Tarancón, de alejarse de una ideología concreta (en este caso, la de la derecha). Y que las personas de pensamiento tendente a la derecha dejasen de ofenderse cuando la Iglesia dice cosas que no suenan derechistas, o cuando sus dirigentes critican al Papa o a los obispos por ello. Es bueno para la fe no estar identificada con una ideología; y es bueno para un movimiento político no atribuir autoridad absoluta a una jerarquía religiosa.

Ahora bien, aquí nos topamos con la segunda patología que entorpece unas relaciones saludables entre la derecha española y el mundo eclesiástico. Se trata del hecho (ya iniciado por Franco, pero prolongado luego por el centroderecha más moderado hasta hoy) de que las gentes no izquierdistas han «subcontratado» a la Iglesia para todo lo que tenga que ver con sus valores y cultura propios. Mientras la izquierda ha tenido siempre sindicatos, casas del pueblo, creadores, artistas, productoras de entretenimiento… dedicados a crear cultura izquierdista, la derecha lleva décadas renunciando a ello.

No siempre fue así (durante la Restauración y la República hay brillantes ejemplos de lo contrario, como me recordaba hace poco uno de los grandes expertos en esa época, el historiador Roberto Villa). Pero tanto Franco (que renunció a tener una ideología propia, y se apoyó en un mero nacionalcatolicismo) como el Partido Popular después, han subrogado la acuñación de valores, su difusión, el debate moral serio, los espacios de socialización (en vez de «casas del pueblo» del centroderecha, salones parroquiales) a la Iglesia católica. Bien es verdad que esa subcontrata cada vez resulta más forzada (apuesto uno contra cuatro a que pocos diputados del PP actual comparten en su intimidad la contundente postura de la Iglesia sobre la eutanasia o aborto). Pero, a falta de nada mejor, es lo que ha habido y lo que aún algunos ansían que siga habiendo.

Desde esa mentalidad de «subcontrata moral», se explica bien que a cierta derecha le moleste con especial dolor que la Iglesia se aparte del rol que le han atribuido; o también que dirigentes políticos suyos denuesten a los subcontratados eclesiásticos en el negociado de «Cultura y moral». Pero se trata de una subcontratación que debe terminar. La derecha debe aprender (y, sin duda, más allá del PP ya está aprendiendo) a generar su propia cultura, sus propias ideas, sus propios debates morales. No puede seguir esperando que le hagan ese trabajo desde las cada vez más solitarias capillas. Un reciente libro de Pedro Herrero y Jorge San Miguel, Extremo centro: El manifiesto, proporciona jugosas pistas para una nueva derecha (ellos prefieren llamarla «no izquierda») que asuma tal desafío.

Retornemos a Brideshead: en la citada novela, el diputado Rex Mottram termina separado de la mujer católica que, con su rocambolesca «conversión» al catolicismo, pretendía conseguir. No es la primera vez: Rex se había casado previamente y también divorciado. Los obispos hacen seguramente bien en considerar el divorcio entre cónyuges humanos un acto lamentable; pero el divorcio de cualquier ideología (ojo, abandonar a la derecha no implica caer ahora enamorada en los musculosos brazos de la izquierda, como ansía la libido política de mucho católico) es sin duda algo que a nuestra Iglesia católica le cabe aprender de Rex. Aunque Rex nunca aprendiera mucho sobre ella.

Miguel Ángel Quintana


Miguel Ángel Quintana es Director académico y profesor en el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) de Madrid.

El Gobierno al servicio de la agenda 2030 y del Foro de Davos

 El TORO TV


DURACIÓN 3:51 MINUTOS

https://www.dailymotion.com/video/x870dct

Palabras ambiguas de Francisco sobre vacunas hacen que medios de comunicación las conviertan en “obligación moral” (Anotación final de José Martí sobre esas palabras)

 SECRETUM MEUM MIHI


La enseñanza de la Iglesia ha sido clara y consistente, reiterada más recientemente en Dic-21-2020 por la Congregación de la Doctrina de la Fe en el documento llamado “Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19”, con la aprobación de Francisco en Dic-17-2020: 
“Es evidente para la razón práctica que la vacunación no es, por regla general, una obligación moral y que, por lo tanto, la vacunación debe ser voluntaria”. Punto.
No obstante, en su discurso de hoy ante los representantes del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, Francisco se ha referido de forma ambigua a las vacunas, con las siguientes palabras.
...es importante que se continúen los esfuerzos para inmunizar a la población lo más que se pueda (1)
Esto requiere un múltiple compromiso a nivel personal, político y de la comunidad internacional en su conjunto. En primer lugar, a nivel personal. Todos tenemos la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos y de nuestra salud, lo que se traduce también en el respeto por la salud de quien está cerca de nosotros. El cuidado de la salud constituye una obligación moral.(2).  
Lamentablemente, cada vez más constatamos cómo vivimos en un mundo de fuertes contrastes ideológicos. Muchas veces nos dejamos influenciar por la ideología del momento, a menudo basada en noticias sin fundamento o en hechos poco documentados.(3) 
Toda afirmación ideológica cercena los vínculos que la razón humana tiene con la realidad objetiva de las cosas. En cambio, la pandemia nos impone una suerte de “cura de realidad”, que requiere afrontar el problema y adoptar los remedios adecuados para resolverlo. Las vacunas no son instrumentos mágicos de curación, sino que representan ciertamente, junto con los tratamientos que se están desarrollando, la solución más razonable para la prevención de la enfermedad.(4)

“El cuidado de la salud constituye una obligación moral”: debido a la ambigüedad de la fraseología empleada con la que ha sido proferida esa frase, se dice ya que las vacunas son una obligación moral. Desastroso.

Es así como los medios de comunicación han comenzado a divulgar la mentira. La agencia Associated Press, en un despacho (inglés, español) firmado por su corresponsal en el Vaticano, abre afirmando:

ROMA (AP) - El papa Francisco sugirió el lunes que vacunarse contra el coronavirus es una “obligación moral” y condenó cómo la gente se ha visto influida por “información sin base” para rechazar una de las formas más efectivas para salvar vidas.
[ROME (AP) — Pope Francis suggested Monday that getting vaccinated against the coronavirus was a “moral obligation" and denounced how people had been swayed by “baseless information” to refuse one of the most effective measures to save lives.]


CUATRO NOTAS CON RESPECTO A ALGUNAS AFIRMACIONES REALIZADAS POR EL PAPA FRANCISCO


(1) Lo cual es falso, dado que, como bien se sabe, las vacunas no inmunizan.

(2) Precisamente porque debemos de cuidar de nosotros y de los que nos rodean, es mejor no vacunarse, puesto que se han encontrado muchos efectos adversos posteriores a las inoculaciones (que no vacunas), que incluso han llevado a la muerte a quienes han pasado por el aro de la "vacunación". El que no se vacuna no está más expuesto a la enfermedad del Covid; más bien es lo contrario. Por cierto, existe una inmunidad natural que es mucho más efectiva que la que podrían producir esas "vacunas" ... pero de esto no se habla.

(3) Y así es. Pero quien está poco documentado aquí es Francisco, cuyas fuentes de información son las que se corresponden con los intereses de las farmaceúticas así como de la agenda 2030. Esto sí que es ideología y, por lo tanto, falsedad. La realidad está más cercana de aquellos que han estudiado este tema científicamente y sin ningún tipo de interés económico, ni político ... esos a quienes se les prohíbe hablar y discrepar, porque poseen argumentos científicos firmes, que se pueden probar. No se tiene con ellos ningún tipo de debate científico serio, lo cual es como para pensárselo bien antes de actuar. Gran parte de la humanidad está siendo engañada por los Mass Media, y hablar de este modo no hace sino dar lugar a que haya gente que piense que Francisco tiene razón en lo que dice. Y no es así. Éste no es un tema de su competencia. Además, Francisco se desdice de lo que él mismo dijo en diciembre de 2020: "La vacunación no es una obligación moral y, por lo tanto, debe de ser voluntaria". No hace  bien Francisco hablando como ahora lo hace, pues crea confusión entre la gente pues, además, ni siquiera es coherente consigo mismo.

(4) ¿Realmente piensa Francisco que las vacunas son el medio más razonable para la prevención? Bien, podrá creerlo, pero desde luego se trata de un acto de fe y, como todo acto de fe, debe de ser libre. Francisco "cree" en las vacunas. Yo no "creo" en las vacunas. Los dos ejercemos nuestra libertad de creer una cosa u otra. Pero no se puede obligar a nadie a creer en la efectividad de las vacunas. No se ha demostrado científicamente tal efectividad. Es más, las pruebas científicas que se tienen (las de los científicos que no se han vendido al Sistema) son más bien contrarias a esa idea de la "obligatoriedad" de las vacunas.


Desde mi más profundo respeto por el Vicario de Cristo en la Tierra, considero que Francisco comete un error al pronunciarse sobre temas que no son de su competencia. Y, como hermanos que somos, en el Señor, todos los cristianos, considero que es mi deber corregirle. Es lo que, entre los cristianos, se llama corrección fraterna, la cual debe de hacerse siempre en la verdad y con caridad. 

Aunque lo más cómodo sea mirar para otro lado y dejar hacer, puesto que, además, se trata, nada menos, que del Papa, sin embargo, y por ello mismo, dada la influencia que sus palabras tienen en el pueblo cristiano, no se puede consentir que éstas, si son erróneas, se difundan como verdaderas. Un deber de caridad impulsa al cristiano al ejercicio de la corrección fraterna, por el bien de todo el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, y del que formamos parte todos los bautizados.

La corrección fraterna al Papa, en este caso concreto, está relacionada con la confusión que sus palabras crean entre la gente, sobre todo entre los católicos, y que provocan división y enfrentamientos; pues, para más INRI, los Mass Media, como esclavos del Sistema, ya se encargan de dar a conocer rápidamente esta noticia, en el sentido que a ellos les conviene; esto es algo que pueden hacer perfectamente debido a la ambigüedad de las palabras usadas por Francisco. Y eso no es bueno. 

Debemos rezar por el papa Francisco y por la salud de la Iglesia, para que ésta se mantenga siempre fiel al Mensaje de Jesucristo y a la Tradición de dos milenios.

José Martí