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domingo, 18 de junio de 2023

¿Pecado o fragilidad? La revolución lingüística en la Iglesia



Toda revolución trae consigo también una revolución lingüística porque suprimir una determinada realidad para sustituirla por otra nueva implica, paralelamente, suprimir todos aquellos términos que definen la realidad presente para dar paso a un nuevo vocabulario capaz de describir el nuevo mundo que, por definición, siempre es mejor que el anterior. Incluso las revoluciones en la casa católica que invierten la fe y la moral no escapan a esta regla léxica. Algunos ejemplos.

Tomemos primero la palabra "pecado" que ha sufrido un severo ostracismo en favor del término "fragilidad". "Pecado", término ahora en el banquillo, evoca un complejo doctrinal de principios, así como una ofensa a Dios, por lo tanto se refiere a un plan trascendente, una voluntariedad expresada por la persona y por lo tanto su responsabilidad. Se sigue que, en el imaginario colectivo, asociado al “pecado” tenemos conceptos como mandamiento, error, injusticia, culpa, reparación, castigo. La "fragilidad" baja la temperatura moral respecto al concepto de "pecado". De hecho, este lema se refiere más al ser –. “Él es una persona frágil” – que a la acción, a la conducta. Pero la moral se refiere sobre todo a la acción y, por tanto, a las reglas de conducta. De ello se deduce que la fragilidad es capaz de liberarse de los cuellos de botella de la moralidad.

Y entonces la fragilidad, siempre en la conciencia colectiva y desde una perspectiva psicológica, puede ser inherente a la persona, por tanto inevitable y por tanto sin culpa. Además -y ahora en cambio nos movemos desde un punto de vista teológico- este término parece evocar, en el sentido protestante, esa condición de debilidad intrínseca e irrecuperable de nuestra naturaleza humana herida por el pecado original. Pero incluso en este caso, la fragilidad no se puede suprimir, no se puede erradicar. Por lo tanto, no puede suscitar ninguna condena y, por el contrario, se mueve inmediatamente hacia su justificación y, por tanto, hacia la solidaridad.

Huelga decir entonces que el concepto de fragilidad excluye a Dios del horizonte , porque la fragilidad no ofende a nadie, y menos al Creador, que entrará en juego, si acaso, para sanar a los frágiles en la confesión, un lugar que se ha convertido sólo en un enfermería y no también un tribunal para admitir la culpabilidad. La fragilidad, en cambio, elimina este aspecto y presenta al pecador sólo como una persona herida sin su culpa. Por tanto, es necesario asesinar el pecado en la legítima defensa de una vida tranquila.

Otro término que se ha retirado es "doctrina".En su lugar encontramos "pastoral". Ya no existe un complejo de normas y principios de fe y moral que guían al creyente en la práctica, que deben ser declinados por los pastores en la acción evangelizadora. Esta relación jerárquica en la que la doctrina está arriba y la pastoral abajo se ha invertido, de hecho, para ser más correctos, podríamos decir que la pastoral coincide con la doctrina. Es lo contingente, lo particular que revela la norma igualmente contingente y particular. No hay lugar para la doctrina en esta idea de Iglesia, sino sólo para un pesado manual de experiencias. Las reglas universales ya no existen: la casuística dicta la ley. Las únicas reglas universales son principios muy generales, buenos para todas las épocas, que con jactancia se deducen de un espíritu del Evangelio deliberadamente inespecífico: apertura a los demás, especialmente a los más pequeños, mejor si son pobres; El diálogo; no discriminación, inclusión; respeto por el medio ambiente; solidaridad; etc.

Detengámonos en el sustantivo "entorno" que envió "creado" al ático. Señal, una vez más, de que el brazo horizontal de la cruz, horizontal como la tierra, debe vencer al vertical, que indica el Cielo. Por tanto debe prevalecer una visión inmanentista y no trascendente porque el medio ambiente no necesita de Dios para existir, mientras que la creación sí. Cabe añadir que el entorno, dentro de un ambiente religioso, pronto se convirtió en el culto, aunque disfrazado, de Gea, diosa de la Tierra. Se revoluciona la jerarquía del orden natural querido por Dios y así la persona se vuelve sólo un animal humano, pero siempre es un animal, que se subordina, para conquistar el Cielo, para honrar la Tierra, es decir, las plantas, los animales y hasta los glaciares. .

Hasta la palabra “justicia” ha caído en el olvido, que ha sido descartado del vocabulario católico a favor del término "misericordia". O más bien, el término "justicia" todavía encuentra su dignidad solo si se declina como "justicia social", es decir, solo si se gasta en referencia a los pobres, los marginados, los enfermos, los inmigrantes, etc. Pero cuando despeguemos hacia el Cielo, la justicia quedará en el suelo y en el más allá sólo nos encontraremos frente a frente con una misericordia divina que, según las intenciones de algunos teólogos, es tan generosa que no parece a nadie ni a nada, ni siquiera a los pecados. Y por eso, después de la confianza ciega en Dios, ahora también debemos predicar la misericordia ciega, ciega ante los méritos y los deméritos. En cuanto a estos últimos, reinará el poder del perdón que, después de tantas e insistentes operaciones de cirugía plástica teológica,

Incluso la palabra “jerarquía” ha sido blanqueada porque lo nuevo que avanza se llama sínodo (que no es tan nuevo). Caminar juntos sin rumbo, persiguiendo tenazmente el caminar juntos como único fin, es el sínodo, el órgano de gobierno sin precedentes de la Iglesia que, idealmente desprovisto de jerarquía, produce una marcha de los fieles inevitablemente sin un orden particular. El caso alemán es paradigmático en este sentido. En realidad todo es una ficción deliberada: históricamente los que siempre han hablado de colegialidad, de democracia, de compartir, lo hacían porque les servía instrumentalmente a su autoritarismo. Tras el escudo de la sinodalidad se esconden los cuatro de siempre que no quieren ceder el poder. La masa se maneja fácilmente, sobre todo si en la dinámica sinodal sólo participan los que piensan como los de la sala de control: el consenso se construye ingeniosamente y, por lo tanto, fortalece la fuerza de unos pocos. Si entonces el pueblo de Dios no se orienta como quieren los controladores, señor, bastará no escucharlo. Este proceso que ve la sinodalidad utilizada subrepticiamente para consolidar el poder es la antítesis del principio jerárquico, tal como se entiende en el sentido católico. Tanto porque la jerarquía no prevé la aniquilación de los poderes intermedios en favor del poder de uno solo, como porque la jerarquía católica significa servicio, y porque la jerarquía de los eclesiásticos está siempre subordinada a la jerarquía celestial y por tanto a la verdad. Este proceso que ve la sinodalidad utilizada subrepticiamente para consolidar el poder es la antítesis del principio jerárquico, tal como se entiende en el sentido católico. Tanto porque la jerarquía no prevé la aniquilación de los poderes intermedios en favor del poder de uno solo, como porque la jerarquía católica significa servicio, y porque la jerarquía de los eclesiásticos está siempre subordinada a la jerarquía celestial y por tanto a la verdad.  

Un último par de lemas, entre los infinitivos que se pueden mencionar: fe y duda. La fe fue descartada porque en el Catecismo de la Iglesia Católica se puede leer la siguiente "blasfemia": "la fe es cierta, más cierto que todo conocimiento humano, porque se funda en la misma Palabra de Dios, que no puede mentir» (n. 157. Nótense las cursivas, que no son nuestras). Hoy, en cambio, la fe se enseña en la duda: no las respuestas sino las preguntas, no los signos de exclamación sino las preguntas, no la luz sino las tinieblas. Dios no se ha revelado a sí mismo, pero sólo podemos verlo a través del ojo de la cerradura de nuestra conciencia muy personal e incluso se mueve en una habitación inmersa en la oscuridad. La verdad aparece rígida, no maleable, tan incómoda porque no es ergonómica para las almas delicadas de los contemporáneos tan inclinados al compromiso. He aquí pues el diálogo por sí mismo, la celebración de la crisis de fe, la doctrina líquida, gaseosa más aún, la prioridad de los procesos sobre el resultado, del camino sobre la meta, de la investigación sobre los resultados. La única liturgia permitida es la que celebra lo ambiguo, ¿y nos sorprende la bendición eclesial de la homosexualidad? – en detrimento de lo unívoco, que ensalza el problema y no la solución, lo relativo y no lo absoluto, como absolutos morales. Esta es la única certeza a cultivar: que ya no tienes certezas.

Tomás Escandroglio

lunes, 19 de septiembre de 2022

Cuatro obispos, sacerdotes y seglares señalan un error doctrinal contenido en «Desiderio desideravi» sobre la recepción de la Eucaristía




La doctrina católica de siempre, ratificada en el concilio de Trento y en el actual catecismo, indica que para poder comulgar hay que estar en estado de gracia y no en pecado mortal. Cuatro obispos, varios sacerdotes y numerosos miembros del mundo académico católico han publicado una carta señalando el error en la carta apostólica «Desiderio desideravi»


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El canon XI sobre la Eucaristía del concilio de Trento reza así:

Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía; sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación; establece y declara el mismo santo Concilio, que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para recibirlo, anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.

El Catecismo enseña:

1385. Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

De igual manera, el Código de derecho canónico decreta:

Can. 915: No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave.

Can. 916: Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.

Can. 711. Quien sea consciente de pecado grave, absténgase de celebrar la divina liturgia y de recibir la Divina Eucaristía, a menos que exista seria razón y falte oportunidad de recibir el sacramento de la Penitencia. En tal caso debe realizar un acto de perfecta contrición, que incluye el propósito de acceder a este sacramento lo antes posible.

Can. 712. Ha de apartarse de la recepción de la Divina Eucaristía a los públicamente indignos.

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Sin embargo, el papa Francisco escribe en su carta apostólica Desiderio desideravi sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios:
5. El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17).
Por ello un grupo de obispos, sacerdotes y seglares expertos en doctrina católica han hecho pública una declaración, «La enseñanza católica sobre la recepción de la Sagrada Eucaristía», en la que tras constatar que:

«El significado natural de estas palabras es que la única condición para que un católico reciba dignamente la Sagrada Eucaristía es la posesión de la virtud de la Fe, por la cual uno cree la doctrina cristiana como divinamente revelada. Además, en la Carta Apostólica como un todo se guarda completo silencio sobre este tema esencial del arrepentimiento del pecado para recibir dignamente la Sagrada Comunión.

Recuerdan que:

La Carta Apostólica Desiderio desideravi no constituye enseñanza infalible porque no satisface las condiciones requeridas para la infalibilidad. El canon del Concilio de Trento, en cambio, es un caso de ejercicio del poder infalible de enseñar de que goza la Iglesia. Luego, la contradicción entre Desiderio desideravi y la doctrina definida por el Concilio de Trento no derrota la doctrina de que la Iglesia está infaliblemente guiada por el Espíritu Santo cuando, haciendo uso de su oficio de enseñar, exige que todos los católicos crean una doctrina como divinamente revelada.

Y añaden:

Sobre la posibilidad de que un papa enseñe públicamente doctrinas erradas, véase la Correctio filialis dirigida al papa Francisco por un grupo de académicos católicos (http://www.correctiofilialis.org), y las discusiones contenidas en el libro Defending the Faith against Present Heresies (Arouca Press, 2021).

Y recalcan que:

Ningún católico puede creer o actuar basado en una declaración papal si ésta contradice la Fe Católica divinamente revelada.

Los firmantes de la carta lamentan que la política estadounidense Nancy Pelosi, pro abortista radical, comulgara públicamente en una Misa oficiada por el papa Francisco en la Basílica de San Pedro, a pesar de que su arzobispo, Mons. Cordileone, le advirtió públicamente que no podía comulgar precisamente por defender el crimen de matar a los no nacidos. Igualmente lamentan que el Papa no solo no apoyó al arzobispo de San Francisco sino que pareció reprocharle por querer ser fiel a la enseñanza de la Iglesia.

El texto concluye con la siguiente declaración:

Nosotros, los abajo firmantes, confesamos la Fe Católica en lo que concierne a la digna recepción de la Eucaristía, tal como ha sido definida en el Concilio de Trento. Es decir, la fe sola no es preparación suficiente para recibir dignamente el Sacramento de la Sagrada Eucaristía. Exhortamos a los obispos y clérigos de la Iglesia Católica a confesar públicamente la misma doctrina sobre la recepción digna de la Eucaristía, y a hacer cumplir los cánones pertinentes, para evitar grave y público escándalo.

Texto completo

Firmantes

Monseñor Joseph Strickland, Obispo de Tyler

Reverendísimo René Henry Gracida, obispo emérito de Corpus Christi

Mons. Robert Mutsaerts, Obispo Auxiliar de S'Hertogenbosch, Países Bajos

Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, Kazajistán

P. James Altman

Dr. Heinz-Lothar Barth, hasta 2016 profesor de latín y griego en la Universidad de Bonn

Donna F. Bethell, JD

James Bogle, Esq., MA TD VR, abogado y ex presidente de Una Voce International

Diácono Philip Clingerman OCDS BS, BA, MA [Teología]

Diácono Nick Donnelly, MA

Anthony Esolen, PhD

Diácono Keith Fournier, JD, MTS, MPhil

Matt Gaspers, Editor General, Catholic Family News

P. Stanislaw C. Gibziński, Reading, Reino Unido

Maria Guarini, STB, editora del sitio web Chiesa e postconcilio

Sarah Henderson, DCHS, MA (Educación Religiosa y Catequesis), BA

Dra. Maike Hickson, PhD, periodista

Dr. Robert Hickson, profesor jubilado de literatura y filosofía

Dr. Rudolf Hilfer, Stuttgart, Alemania

Dr. Rafael Huentelmann, redactor jefe de METAPHYSICA

Steve Jalsevac, cofundador y presidente de LifeSiteNews.com

Dr. Peter A. Kwasniewski, PhD

Dr. John Lamont, DPhil

P. Elias Leyds, CSJ, diócesis de Den Bosch, Países Bajos

P. John P. Lovell

Dr. César Félix Sánchez Martínez. Profesor de Filosofía de la Naturaleza en el Seminario Arquidiocesano San Jerónimo de Arequipa (Perú)

Diácono Eugene McGuirk

Martin Mosebach

Brian M. McCall, redactor jefe de Catholic Family News

Patricia McKeever, B.Ed. M.Th., Editora, Catholic Truth (Escocia)

Julia Meloni, licenciada en Yale, licenciada en Harvard, autora

P. Cor Mennen, licenciado en derecho canónico, ex-profesor de seminario

P. Michael Menner

Dr. Sebastian Morello, BA, MA, PhD, editor de ensayos para The European Conservative

P. Gerald E. Murray, J.C.D., párroco de la Iglesia de la Sagrada Familia, Nueva York, NY

George Neumayr, escritor católico

P. Guy Pagès

Paolo Pasqualucci, profesor retirado de filosofía, Universidad de Perugia, Italia

Dr. Claudio Pierantoni, Universidad de Chile, doctor en Historia del Cristianismo, doctor en Filosofía

Dr. Carlo Regazzoni, filósofo.

Dr. John Rist, profesor emérito de Clásicos y Filosofía, Universidad de Toronto, FRSC

Eric Sammons, editor de la revista Crisis

Edward Schaefer, presidente, The Collegium

Wolfram Schrems, Mag. theol., Mag. phil.

Paul A. Scott PhD, FRSA, FRHistS, FCIL, CL, profesor asociado de francés y profesor Cramer, profesor afiliado del Gunn Center for the Study of Science Fiction, profesor afiliado del Ad Astra Center for Science Fiction and Speculative Imagination, editor general de The Year's Work in Modern Language Studies (Brill) Departamento de Estudios Franceses, Francófonos e Italianos,

Universidad de Kansas, Estados Unidos

Anna Silvas, BA, MA, PhD, Investigadora Senior Adjunta, Universidad de Nueva Inglaterra, Australia

Dr. Michael Sirilla, PhD

Anthony P. Stine, PhD

Dr. Gerard J.M. van den Aardweg, Países Bajos

Dr. phil. habil. Berthold Wald, profesor jubilado, Facultad de Teología de Paderborn, Alemania

John-Henry Westen, cofundador y editor jefe de LifeSiteNews.com

Elizabeth Yore, abogada, fundadora de Yore Children

John Zmirak, Doctor en Filosofía
Firmantes adicionales

P. Edward B. Connolly

Christina Fox, BA BDiv., académica

Adrie A.M. van der Hoeven MSc, editor de jesusking.info

P. Tyler Johnson

Edgardo J. Cruz Ramos, presidente de Una Voce Puerto Rico

Luis Román, estudiante de MBA y MA de teología, anfitrión y productor del conocido programa en la comunidad hispana llamado Conoce, Ama y Vive Tu Fe

Prof. Leonard Wessell (retirado), Ph.D. (USA), Dr. Phil. (Alemania), Doctorado, (España)

miércoles, 11 de mayo de 2022

AUDIO El misterio de iniquidad en la cultura contemporánea (Alberto Caturelli)

FORMACIÓN CATÓLICA HOY


Duración 1:19:20

https://app.box.com/s/1wmx8di2k3jyde1d8abk81307yw6fxtj/1/4243125801/35879756226/1



Tomado de Wikipedia
Biografía

Alberto Caturelli nació el 20 de mayo de 1927 en Arroyito, provincia de Córdoba. Era hijo de Renato Arturo Caturelli y de Maria Virgili Oscaret.

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Córdoba en el año 1949 y doctorado en la misma Universidad en 1953. En la histórica «Casa de Trejo» cumplió una larga carrera docente como profesor, entre los años 1953 y 1993. Es profesor de Historia de la Filosofía Medieval e Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)[cita requerida]

Organizó en 1979 el I Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, en el centenario de la encíclica Aeterni Patris, de León XIII. Éste tuvo otra continuidad que dos ediciones sucesivas, en Monterrey (1987) y en Quito (1989), aunque Caturelli celebró entre las décadas de los 80 y 90 congresos católicos de Filosofía de ámbito nacional para Argentina.1

Fue nombrado doctor honoris causa de varias universidades (Universidad de Génova, Italia; Universidad FASTA, Argentina, entre otras) y miembro de redacción de revistas filosóficas argentinas y extranjeras. 

Fue miembro honorario de la Pontificia Academia para la Vida. Además tuve una amplia participación en la vida cultural de la Iglesia Católica.

Falleció el 4 de octubre de 2016, a la edad de 89 años.


Entre sus obras podemos citar:


Caturelli, Alberto (1977). La filosofía. Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-2135-4.23

​América bifronte. Troquel. ISBN 978-950-16-4201-8.45

El concepto cristiano de patria. Fund. Arché. ISBN 978-950-9158-09-2.

El abismo del mal. Gladius. ISBN 978-950-9674-91-2.

Historia de la filosofía en la Argentina 1600-2000. Ciudad Argentina. ISBN 978-987-507-199-5.

La historia interior. Gladius. ISBN 978-950-9674-67-7.

La Iglesia católica y las catacumbas de hoy. Gladius. ISBN 978-950-9674-80-6.

La Libertad. Centro de Estudios Filosóficos. ISBN 978-987-96546-0-6.

El Nuevo Mundo. El descubrimiento, la conquista y la evangelización de América y la cultura occidental. Santiago Apóstol. ISBN 978-987-1042-06-7.

La Patria y el orden temporal, el simbolismo de las Malvinas. Gladius. ISBN 978-950-9674-17-2.

sábado, 19 de febrero de 2022

Pensamiento del día: el milagro de la modernidad



Este, y no otro, es el secreto de todo el modernismo teológico: atreverse a descubrir el gran fracaso que ha tenido la Iglesia y reconocer que seguir por el mismo camino no tiene sentido. Han pasado dos mil años desde Jesucristo y la humanidad tiene los mismos problemas, los mismos conflictos, los mismos sufrimientos. Sí, hay algunos santos aquí y allá, pero en esencia todo sigue igual, la masa de los cristianos se confiesan siempre de las mismas cosas y saben en su interior que es imposible no pecar. La Iglesia, sin embargo, se empeña en martirizarles con sus exigencias y mandamientos, convirtiendo su vida en una tortura de culpas y arrepentimientos, un combate sin esperanza contra sus deseos más profundos, en vez de hacer felices a los hombres, que es para lo que existe.

La única solución es abandonar el concepto mismo de pecado y reconocer que todo lo que hace el hombre está bien, que todos somos santos y buenos sin necesidad de ninguna conversión. ¿Engañas a tu mujer y te vas con otra más joven? No pasa nada, la Iglesia te acompañará en tu nuevo camino de santidad y se asegurará de que no escuches la palabra adulterio y otros conceptos ofensivos. ¿Quieres suicidarte, usar anticonceptivos, acostarte con tu novia, robar un poquito a tu empresa o emborracharte todos los viernes? Adelante. Puede que no sea el ideal, pero da igual. Todo va bien y cualquiera que lo niegue es un profeta de desdichas, un retrógrado y un rígido.

La misericordia no da la lata con que hay que cambiar y dejar de pecar, como si fuera una madrastra y no una madre. La verdadera misericordia es la que dice al hombre que está bien como está, que es perfecto en su imperfección y santo en sus pecados. Dios es misericordioso y le gustas así como eres, no necesitas cambiar. Más aún, es imposible cambiar. La esperanza es un espejismo medieval: el ser humano no puede salir del pecado y no necesita hacerlo.

¿Te avergüenzan partes de la fe de la Iglesia? ¿Te resultan antiguas y notas que no están en consonancia con los signos de los tiempos? Abandónalas sin ningún escrúpulo. Lo importante es tu verdad. Dios quiere, sobre todo, que seas sincero contigo mismo, en el sentido de que debes hacer lo que te venga en gana hoy, feliz en tu mediocridad y superficialidad. Aurea mediocritas. En cierto modo, así es como se lleva a cabo el mito de la encarnación: Dios se hace pequeño, se convierte en un dios a tu medida y a tu gusto: ¡un dios a tu imagen y semejanza!

Y, si necesitas una causa, algo que te dé la sensación de que haces cosas importantes y también (¿por qué no?) te permita sentirte mejor que los demás, tienes nuevos ideales blanditos, de esos que no exigen nada concreto, como la ecología, la fraternidad universal o, en general, el progresismo. Tienen todo lo bueno de la religión, pero sin la molesta necesidad de cambiar de vida o abandonar el pecado.

Por fin se ha descubierto la solución al problema de la humanidad. Este, y no otro, es el secreto de todo el modernismo teológico, que podría formularse también de esta manera: los cristianos de hoy somos mejores que Jesucristo.

Bruno Moreno

martes, 15 de junio de 2021

¿Por qué Dios permite la pandemia?



El 1 de noviembre de 1755, un terremoto destruyó la ciudad de Lisboa. Este hecho, que acabó con una de las ciudades más prósperas de Europa, conmocionó a toda la civilización occidental, que trató de buscar explicaciones religiosas, filosóficas y científicas a este fenómeno.

Como era previsible, la pandemia que atravesamos hace ya más de un año suscita en nosotros una conmoción y reflexión semejantes. Nos preguntamos entonces por qué Dios, siendo todopoderoso y bueno, permite algo tan terrible.

Apoyándonos en la luz de la razón, decimos, en primer lugar, “permite”, pues todo indica que este virus que nos acecha ha sido consecuencia, o bien de la maldad, o bien de la impericia humana. Aunque, cabe aclarar, se trataría de una impericia “teñida” de malicia, pues cualquier persona sabe que es éticamente reprobable manipular científicamente determinadas realidades que, “si se escapan de las manos”, pueden llegar a causar mucho daño.

También es verdad que, más allá de las posiciones de tono conspirativo, existe la posibilidad de que este virus, estando presente en la naturaleza, se haya transmitido a los seres humanos a partir de su presencia en un animal; en nuestro caso, un murciélago. De ser así, no habría existido -al menos directamente- responsabilidad humana alguna en la génesis de la pandemia.

Entonces, si el virus simplemente “vino de la naturaleza”, podríamos pensar, más decididamente, en “echarle la culpa a Dios”, autor de la naturaleza. Digo, teniendo en cuenta nuestra actual mentalidad, si un producto “nos viene fallado”, lo más común y lo primero que se nos ocurre es “hacer un reclamo al fabricante”.

En otras palabras, si este fuese el caso, podríamos afirmar que Dios no solo permitió, sino también que positivamente quiso, este flagelo. Recapitulemos entonces nuestras preguntas: ¿cuál fue el verdadero origen de este mal? ¿fue la ambición y maldad propiamente humanas?, ¿fue la impericia “teñida” de inmoralidad? ¿Dios positivamente quiso, o solo permitió, esta catástrofe?

Existen determinadas verdades históricas que “los hombres de a pie” quizá jamás vamos a conocer, al menos hasta que el Señor instaure definitivamente su Reino y “salga a la luz todo lo que estaba oculto”. En todo caso, nuestra deliberación solo puede “partir de los hechos”. La “cosa” está aquí, delante nuestro, y debemos habérnosla con ella; debemos afrontarla no solo en términos de la medicina y la salud pública, sino también de modo más profundamente reflexivo, especialmente desde la filosofía y la teología.

¿Qué podemos entonces juzgar respecto de este traumático y doloroso suceso? Desde la perspectiva de la tradición filosófica realista (particularmente aristotélica y tomista), podemos conocer que hay Dios, que él es omnisciente, todopoderoso y bueno. Y esto último no solo en términos metafísicos, sino también morales (Dios no es solamente “lo más apetecible”; tampoco puede Él querer mal alguno para sus criaturas). Asimismo, también podemos saber que Dios es providente, es decir, que no se “desentiende” de las cosas, y mucho menos de las personas.

Ahora bien, ¿cómo es posible conjugar estos atributos con la ineludible “sensación de desamparo” que, inevitablemente, nos embarga frente a los acontecimientos provocados por la pandemia? Al igual que es Salmista, estamos tentados de afirmar: “¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos?, ¿se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa?, ¿es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?”.

Incluso en términos puramente racionales no habría que dejar “enteramente a un lado” la posibilidad de interpretar esta realidad como un castigo divino. Dios es infinitamente bueno y misericordioso, pero también es justo y “nadie se burla impunemente de sus prescripciones” (Como decimos los argentinos, Dios es bueno, pero no “buenudo”).

En este sentido, hace tiempo ya que la mayoría de los seres humanos vivimos “de espaldas a Dios”, y no solo “desentendiéndose de Él”, sino atentando abiertamente contra sus más sagrados preceptos. Basta pensar en la realidad del aborto que, año a año, como verdadera pandemia, se lleva la vida de millones de niños inocentes. ¿Pensamos acaso que la sangre de esos hijos no “clama al cielo”? Y este es solo un ejemplo, de los muchos que podría mencionar, para referirme a las atrocidades que ordinariamente cometemos los seres humanos.

Claro está, sería absurdo pensar que Dios, en caso de castigarnos, lo haga movido por el rencor y el deseo de venganza. En Dios no se dan pasiones, y menos aún sentimientos decididamente malos. El Bien es difusivo de sí, reza un principio metafísico. En este sentido, todo lo que Dios obra “ad extra” lo hace movido por la búsqueda del bien de quienes en su infinito amor ha creado.

En efecto, a nosotros, quizá, ni siquiera se “nos pasan por la cabeza” este tipo de cuestionamientos: ¿acaso somos los dueños de una clínica abortista?, ¿soy yo, por ventura, quien promueve ideologías perversas en los medios de comunicación masiva? La mayoría de nosotros, por Gracia de Dios, no cometemos estos graves pecados, pero ¿no es en realidad cierto que el mal no tendría, en absoluto, la fuerza que tiene de no ser por la “indiferencia” de quienes nos juzgamos buenos?

Todos queremos que acabe la pandemia para “continuar con nuestra vida”. Pero, deberíamos preguntarnos, ¿qué vida queremos continuar? La vida que nos ha llevado a una creciente desigualdad e injusticia; la vida que ha endiosado el “tener” y el “aparecer” por sobre el ser; la vida que solo aspira a “pasarlo bien”, desentendiéndonos de quienes están a nuestro lado.

De ser así, es como si le dijésemos a Dios: “mirá cortala con esto de la pandemia que nosotros sí tenemos muchas cosas importantes que hacer”: queremos seguir estafando, yendo a la cancha, apostando, comiendo cosas ricas, bebiendo y abusando del sexo; queremos seguir probando permanentemente cosas nuevas, pues ya nos aburrimos “lo tradicional”, en particular de la religión y de la familia.

Ahora bien, en caso de que esto sea en verdad un castigo divino: ¿qué hemos cambiado para que Dios, a su vez, cambie? ¿Cuál ha sido nuestra auténtica metanoia? ¿Hemos hecho alguna suerte de mea culpa respecto de nuestro comportamiento como seres “supuestamente” racionales? De haber juicio, los ninivitas seguramente también se levantarán contra esta “generación malvada y pervertida”. Estas preguntas no me las hago “solo como filósofo cristiano”; todo ser humano que se precie de tal debería quizá detener s reflexionar sobre estos hechos.

Con todo, es preciso reconocer que la pandemia suscitó numerosos actos de entrega valiente y generosa, especialmente dentro del personal de salud y de numerosos sacerdotes que murieron o arriesgaron su vida para llevar consuelo físico o espiritual. Esta dolorosa situación ha “sacado a la luz” lo mejor de muchos hombres y mujeres.

Habitamos una cultura que “vive de espaldas a la muerte”, que niega la realidad de nuestra finitud y contingencia; estamos arraigados en una cultura que rechaza de plano todo lo que implique asumir el dolor, la entrega y el autosacrificio. Pero la pandemia puso “frente nuestro” aquello que nos negábamos a ver y asumir.

En lenguaje franciscano, cabe decir que la pandemia nos hizo pensar en la “hermana muerte”, en aquella visitante inoportuna que, en cualquier momento, puede asomarse para sacudirnos, paradójicamente, de nuestro letargo. Las situaciones límite tienen, pues, la ventaja de “despertar a muchos” a la conciencia de la verdadera finitud humana. Y la visión de este hecho, por qué no, puede constituir el primer paso para abrirnos a la trascendencia.

Supongamos ahora que esto no es un castigo infligido directamente por Dios. Al menos, es innegable que Él lo ha permitido y, de algún modo, “hace silencio”. Dios “ha dejado correr la situación”, como un padre que “suelta” la mano de su hijo para ver cómo reacciona ante las adversidades. Y como manifesté arriba, hubo quienes están “aprovechando” la prueba, quienes están atravesando esta realidad de dolor como una “oportunidad” para fortalecer su fe y sus virtudes.

Otros, en cambio, eligieron el camino del rencor; la vergonzosa tarea de “despotricar” contra el “Padre de los cielos”; ellos optaron por afianzarse en su rechazo a Dios y vieron en la pandemia una ocasión, más que propicia, para reafirmar su ateísmo: “si hubiera Dios, y este fuese bueno, no podría permitir el sufrimiento de tantos inocentes”. Por último, hubo también quienes eligieron “no pensar”; se trata de aquellos que siempre, frente a las situaciones dolorosas, se anestesian con más y más distracciones: más futbol, más alcohol, más drogas.

Quiero decir, el “por qué” y el “para qué” que podamos encontrar a la pandemia dependerá, en gran medida, de la imagen de Dios que previamente tengamos. Y la visión de Dios que la razón puede darnos es la de un Ser infinitamente poderoso y bueno; lo demás, son “caricaturas” de una inteligencia oscurecida ya por el pecado y la tristeza. Dios es bueno “todo el tiempo”, incluso en estos momentos en los que parece habernos “soltado de la mano”.

Aun hablando en términos puramente humanos, intuyo que esta situación es una “fuerte llamada de atención de Dios”. Es como si el Señor nos dijese: ¿dónde tienes puesto el corazón? ¿Qué bien o bienes has endiosado? Como nos enseñó Lewis, cuando los amores humanos se transforman en un Dios, inevitablemente se convierten en un demonio. Y el Dios verdadero no quiere que seamos devorados por amores pervertidos que solo pueden conducirnos a la desdicha eterna.

Quizá, desde una perspectiva más teológico-religiosa, esta realidad de la pandemia pueda ser pensada como una “vuelta de tuerca más” del ya ancestral tema de la fidelidad e infidelidad respecto de la “Alianza”. Dios crea al hombre y lo invita a la amistad con Él; el hombre rechaza a Dios para irse detrás de “falsos dioses”; Dios castiga al hombre, pero anuncia la promesa de una Alianza.

Pasando por el proto-evangelio, Noe, Abraham, Moisés y los profetas, hasta la Alianza nueva y eterna sellada por la sangre de Cristo, la historia humana se entreteje de estas “idas y vueltas” en relación con Dios. Evidentemente, cada vez nos acercamos más al “final de la película”, cuando el divino director asuma totalmente la escena y quite para siempre a los malos actores de este drama.

Sin embargo, todavía nos encontramos en las vísperas. Nuevas y más perversas infidelidades (aborto, ideología de género, eutanasia, apostasía generalizada) suscitan nuevos castigos. La Iglesia, cuerpo de Cristo, es hoy la verdadera protagonista de guiar a los hombres hacia un auténtico cambio de vida. Ella es la encargada de propagar el anuncio de la salvación a través de la palabra de vida y la fuerza de los sacramentos.

Cristo salvador se hace hoy presente por medio de su Iglesia. Y la Iglesia tiene que hacerse presente en este mundo, tiene que “hacerse cargo” de la miseria humana, pero “sin ser del mundo”, sin “coquetear” con el mundo ni acomodarse a sus “exigencias”. Caso contrario, será como la levadura que ya no sirve para fermentar la masa, o la sal que se acopla al insípido sabor de estos tiempos.

Dios nos “llama la atención”, nos sacude de nuestro letargo. Su Palabra continúa “resonando” en el corazón de los fieles: “si volvéis a Mí de todo corazón y con toda el alma, Yo volveré a vosotros y no os ocultaré mi rostro”. Pero el Pueblo de Dios parece, una vez más, “no querer obedecer”, y el Señor nos “entrega nuevamente a nuestro corazón obstinado para que sigamos caminando según nuestros antojos”.

En suma, ¿qué sentido teológico puede tener este “tirón de orejas” de nuestro Dios? Ya hablé de la posibilidad real de un castigo causado por nuestras infidelidades y pecados. Es inevitable no pensar aquí en aquel pasaje evangélico en el que Jesús menciona a las dieciocho personas que fueron aplastadas al derrumbarse la Torre de Siloé: “¿pensáis acaso que esos hombres eran los más culpables de Jerusalén? Os digo que no. Y si vosotros no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente”.

Nadie pues es inocente delante de Dios y todos debemos ver en este tiempo “una oportunidad para alcanzar la salud”. No es que aquí “pagan justos por pecadores”, es que todos estamos “en deuda con Dios”, y este oscurecimiento de la realidad de nuestro pecado es quizá un mal mayor que la propia pandemia. Insisto en esto, la terrible situación que actualmente estamos afrontando tiene que ser, en primer lugar, para nosotros, un “llamado a la conversión”.

Aunque no lo pensemos de manera consciente, la mayor parte de nosotros nos hemos habituado a pensar que estamos aquí para “pasarlo bien”, para disfrutar, todo lo que podamos, de los placeres que la vida pueda brindarnos. Este es el mensaje que el mundo permanentemente nos transmite: disfruta el momento, “sácale el jugo” a las oportunidades que te brindan las circunstancias.

Hemos olvidado que el hombre es homo viator, un ser peregrino que marcha de regreso hacia la casa del Padre. Al menos “en la práctica”, dejamos de creer en la vida eterna y transcurrimos nuestra existencia como si no nos quedara otra cosa que “anestesiarnos con placeres corporales y distracciones frívolas”.

Por lo tanto, hemos de recuperar la conciencia de que esta vida tan solo es el “preludio” de la verdadera existencia. Sin embargo, hemos de tener presente aquello que ya nos enseñó Agustín: Aquel que “nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración”. Estamos pues aquí para ser Santos y cultivar nuestros talentos; para ser Perfectos como Dios es perfecto; para secundar la Gracia que Dios vino a ofrecernos como consecuencia del sacrificio Pascual de Cristo.

Una vez más: ¿es entonces la Pandemia un castigo divino?, ¿es algo que Dios tan solo permite como un necesario “llamado de atención” para que “recuperemos el norte”? Con todo, en este punto, me pregunto algo que, en una primera observación, puede resultar un tanto paradójico: ¿es que podría no haber acontecido la pandemia? ¿No es ella, acaso, parte del “natural despliegue” del drama humano-divino que comenzó con la caída de Adán y Eva y que culminará con la parusía? Quiero decir: la caída de nuestros primeros padres “puso en marcha” la dinámica del mal moral y del mal ontológico en el horizonte de la creación. Y este mal es como un “virus” que, inevitablemente, se va expandiendo a lo largo de la historia.

Desde que “el hombre rompió con Dios”, el “cuerpo rompió con el alma” y “el mundo se enemistó con el hombre”. La imagen de una naturaleza buena y “amable” para con los seres humanos expresa -como dice Peterson- una visión ingenua de las cosas. La naturaleza “gime dolores de parto” por el pecado del hombre y, si bien aguarda expectante la liberación de los hijos de Dios, sus “alaridos” necesariamente nos aturden. Sus “sacudones” nos conmueven y ponen a prueba nuestra destreza. Ella puede darnos atardeceres que semejan a un “pedacito” de cielo, pero también tempestades que preludian las noches más dolorosas del infierno.

Heráclito de Éfeso, varios siglos antes de Cristo, al contemplar la naturaleza afirmó que “la guerra es el Padre de todas las cosas”. Luego de la caída, al menos en un sentido, “no queda otra que esta constante pugna de todos contra todos”. Y se trata de una lucha en la que los seres humanos somos constantemente abofeteados. Nuestra propia alma es, por momentos, un campo de batalla; y esta pugna interior se refleja en muchos de nuestros conflictos comunitarios y en nuestras ambiciones desmedidas que nos llevan a utilizar a la creación como si fuese una “mera fuente de recursos”.

Enfermedades, catástrofes naturales y la propia muerte expresan tan solo “una de las caras” de esta moneda, cuyo reverso es la “historia de la salvación”. Dios es el autor del guión y el principal protagonista de esta obra redentora. Sabemos ya que Jesús “pagó por nosotros”, que sus “heridas nos han curado”. Pero todavía asistimos a los últimos capítulos del despliegue de este drama divino.

Luego de la ascensión, el Espíritu Santo “nos ha enseñado muchas cosas” y nuestra comprensión del misterio redentor se ha profundizado sobremanera; también la Gracia Santificante se ha derramado abundantemente en un sinfín de hombres y mujeres que, a semejanza de Cristo, entregaron la vida por sus hermanos. Desde San Esteban a la madre Teresa; desde Perpetua y Felicidad a Maximiliano Kolbe, la Gracia de Dios ha hecho Santos a los más insignes pecadores.

Sin embargo, el misterio de la iniquidad también se ha perpetrado. El tentador a “seguido haciendo de las suyas” y muchos son los hombres que lo continúan secundando. Como diría Lewis, Scrutopo y Orugario siguen “procurándose pacientes” y sembrando discordia. El mal avanza escondiéndose al amparo de la frivolidad, haciéndonos creer que la existencia humana tiene que ser toda ella como una tarde en “disneylandia”: aprovechen las oportunidades de gozo que la vida les otorga; en absoluto piensen en el mañana; consideren sobre todo que ustedes nada tienen que ver con los males que pasan en este mundo. Tú mismo has de considerarte una “víctima de las circunstancias”. La culpa es siempre de los otros: de mis padres; de los opresores del norte; del patriarcado, de occidente y, en definitiva, del cristianismo.

El mundo secular de hoy nos ha hecho olvidar a Dios y nuestro destino eterno. Ahora todos queremos “volver a la normalidad”. Con todo, deberíamos preguntarnos si en verdad queremos que “todo vuelva a ser como antes”. Más tarde o más temprano la normalidad regresará. Pero ojalá que cada uno de nosotros pueda ser en verdad mucho mejor que antes. La santidad es para todos y ninguno de nosotros debería rehuir este llamado. Mientras tanto, como nos enseñó Agustín, quizá valga la pena repetir: “bueno es Dios que no nos da aquello que le pedimos, sino aquello que le pediríamos si nuestro corazón fuese más semejante al suyo”.

Dr. J. Maximiliano Loria

domingo, 11 de abril de 2021

Declaración sobre la recepción de la Comunión por aquellos que persisten en grave pecado Público (Cardenal Raymond Leo Burke)

 SECRETUM MEUM MIHI


La declaración fue publicada en el sitio oficial de internet del cardenal Raymond Leo Burke y tiene como fecha Abr-07-2021. Esta es una tradución de Centro Cultural Cruzada (con algunas adaptaciones).

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Muchos católicos y también no católicos que, aunque no abrazan la fe católica, respetan a la Iglesia Católica por su enseñanza sobre la fe y la moral, me han preguntado cómo es posible que haya católicos que reciban la Sagrada Comunión, mientras al mismo tiempo promueven pública y obstinadamente programas, políticas y legislaciones en directa violación de la ley moral. En particular, preguntan cómo es posible que políticos católicos y funcionarios civiles que defienden y promueven pública y obstinadamente la práctica del aborto procurado se acerquen a recibir la Sagrada Comunión. Su pregunta claramente también se aplica a aquellos católicos que promueven públicamente políticas y leyes que violan la dignidad de la vida humana de quienes padecen enfermedades graves, necesidades especiales o edad avanzada, y en violación de la integridad de la sexualidad humana, del matrimonio y de la familia, y en violación de la libre práctica de la religión.

La pregunta amerita una respuesta, especialmente porque toca los fundamentos mismos de la enseñanza de la Iglesia con respecto a la fe y la moral. Sobre todo, toca la Sagrada Eucaristía, “[El] Sacramento de la caridad , ... , el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre ... en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo y de su sangre”. [1]

Es mi esperanza de que los siguientes puntos de la enseñanza de la Iglesia serán de ayuda para aquellos que están con razón confundidos y, de hecho, frecuentemente escandalizados por la demasiado frecuente pública traición de las enseñanzas de la Iglesia sobre la fe y la moral por parte de aquellos que profesan ser católicos. Me ocuparé más adelante de la cuestión específica del aborto procurado, pero los mismos puntos se aplican a otras violaciones de la ley moral.

1. Respecto a la Sagrada Eucaristía, la Iglesia siempre ha creído y enseñado que la Sagrada Hostia es el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, Dios Hijo Encarnado. La fe de la Iglesia se ha expresado así en el Concilio de Trento: “Mas por cuanto dijo Jesucristo nuestro Redentor, que era verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la especie de pan [cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19s; 1 Co 11, 24-26], ha creído por lo mismo perpetuamente la Iglesia de Dios, y lo mismo declara ahora de nuevo este mismo santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino, se convierte toda la substancia del pan en la substancia del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre” (Sesión 13, Capítulo 4).[2] Entonces, como claramente enseña San Pablo en su Primera Carta a los Corintios: "Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor”. (1 Cor. 11, 27).

2. La recepción de la Sagrada Comunión por aquellos que violan pública y obstinadamente la ley moral en sus preceptos más fundamentales es una forma de sacrilegio particularmente grave. En las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica: “El sacrilegio es un pecado grave, sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente” (n. 2120). No solo amerita un castigo eterno para aquel que lo recibe indignamente sino que constituye un escándalo muy grave para otros, es decir, los lleva a la falsa creencia de que se puede violar pública y obstinadamente la ley moral en una materia grave y todavía recibir a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión. Una persona reflexiva, ante tal situación, debe concluir que o la Sagrada Hostia no es el Cuerpo de Cristo o que la promoción del aborto procurado, por ejemplo, no es un pecado grave.

3. El Canón 915 del Código de Derecho Canónico, que repite la perenne e inmutable enseñanza de la Iglesia, dispone: “ No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave” [3]. La negación de la Sagrada Comunión no es una pena eclesiástica, sino el reconocimiento del estado objetivamente indigno de una persona para acercarse a recibir la Sagrada Comunión. La disciplina contenida en el can. 915 salvaguarda la santidad de la más sagrada realidad en la Iglesia, la Sagrada Eucaristía, y previene que la persona que obstinadamente persevere en pecado grave cometa un pecado adicional más grave aún de sacrilegio al profanar el Cuerpo de Cristo, y previene el inevitable escándalo que resulta de la indigna recepción de la Sagrada Comunión.

4. Es deber de los sacerdotes y Obispos instruir y amonestar a los fieles que se encuentren en la condición descrita por el can. 915, no sea que se acerquen a recibir la Sagrada Comunión y cometan así un más grave sacrilegio, redundando en su propio eterno daño y, asimismo, induciendo a otros a error e incluso a pecar en tan grave materia. Si una persona ha sido amonestada y todavía persevera en un pecado público grave, no puede ser admitido a recibir la Sagrada Comunión.

5. Claramente, ningún sacerdote u Obispo puede otorgar permiso para recibir la Sagrada Comunión a una persona que está en público y obstinado pecado grave. Ni tampoco se trata de una cuestión de discusión entre el sacerdote u Obispo y aquél que está cometiendo el pecado, sino una cuestión de amonestación referente a las verdades de fe y la moral, por parte del sacerdote u Obispo, y una cuestión de reforma de una conciencia errónea, por parte del pecador.

6. El Papa Juan Pablo II presentó la constante enseñanza de la Iglesia sobre el aborto procurado en su Carta Encíclica Evangelium Vitae. Refiriéndose a la consulta de los Obispos de la Iglesia universal sobre la materia en su carta de Pentecostés de 1991, declaró: “Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente”[4]. Aclaró también que su enseñanza “se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal”[5].

7. A veces se arguye que un político católico puede creer personalmente en la inmoralidad del aborto, mientras favorece una política pública que provee el llamado aborto “legalizado”. Tal fue el caso, por ejemplo, en los Estados Unidos de América en una cumbre de ciertos teólogos morales católicos que expusieron la errónea teoría moral del proporcionalismo o el consecuencialismo, y políticos católicos, celebrada en el complejo de la Familia Kennedy en Hyannisport, Massachusetts, en el verano de 1964 [6]. El Papa Juan Pablo II responde claramente a este pensamiento moral erróneo en Evangelium Vitae: “Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia” [7]. En su Carta Encíclica Veritatis Splendor, el Papa San Juan Pablo II corrige el error fundamental del proporcionalismo y consecuencialismo. [8]

8. Se dice a veces que negar la Sagrada Comunión a los políticos que perseveran obstinadamente en pecado grave constituye un uso de la Sagrada Comunión por la Iglesia con fines políticos. Al contrario, es la solemne responsabilidad de la Iglesia el salvaguardar la santidad de la Sagrada Eucaristía, evitando que los fieles cometan sacrilegios, y evitar el escándalo entre los fieles y otras personas de buena voluntad.

9. Es más bien el político católico, que pública y obstinadamente promueve lo que es contrario a la ley moral y sin embargo osa recibir sacrílegamente la Sagrada Comunión, quien usa la Sagrada Eucaristía con fines políticos. En otras palabras, el político se presenta a sí mismo como un católico devoto, mientras que la verdad es completamente lo contrario.

10. Aparte de la negación de la Sagrada Comunión a personas que violan pública y obstinadamente la ley moral, está también la cuestión de la imposición o declaración de una pena justa eclesiástica con el ánimo de llamar a la persona a la conversión y reparar el escándalo que sus acciones causan.

11. Aquellos que violan pública y obstinadamente la ley moral se encuentran, por lo menos, en un estado de apostasía; es decir, han abandonado efectivamente la fe por la obstinada negación, en la práctica, a vivir de acuerdo con las verdades fundamentales de la fe y la moral (cf. can. 751). Un apóstata de la fe incurre automáticamente en la pena de excomunión (cf. can. 1364). El Obispo de tal persona debe verificar las condiciones para la declaración de la pena de excomunión, en la cual automáticamente ha incurrido.

12. También pueden estar en herejía, si niegan obstinadamente o dudan de la verdad sobre el mal intrínseco del aborto ya que es “una verdad que ha de creerse con fe divina y católica” (can. 751)[9]. La herejía, como la apostasía, incurre automáticamente en la pena de excomunión (cf. can. 1364). También, en el caso de herejía, el Obispo debe verificar las condiciones para la declaración de la pena de excomunión, la cual se ha incurrido automáticamente.

En conclusión, la disciplina de la Iglesia, comenzando con el Apóstol Pablo, ha enseñado constantemente  la disposición de conciencia necesaria para recibir la Sagrada Comunión. La falla en seguir la disciplina resulta en la profanación de la realidad más sagrada de la Iglesia —el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo—, constituye el gravísimo pecado de sacrilegio, y causa el más serio escándalo al fallar testimoniar la verdad de la Sagrada Comunión y la verdad moral, por ejemplo, sobre la inviolable dignidad de la vida humana, la integridad del matrimonio y de la familia, y la libertad de adorar a Dios “en espíritu y en verdad”[10].

La respuesta a la cuestión que se me plantea tan frecuentemente es clara: un católico que pública y obstinadamente se opone a la verdad sobre la fe y la moral no puede presentarse para recibir la Sagrada Comunión y tampoco el ministro de la Sagrada Comunión puede darle el Sacramento.

Cardenal Raymond Leo Burke
Roma, 7 de Abril de 2021

[1] “[s]acramentum caritatis, ... donum est Iesu Christi se ipsum tradentis, qui Dei infinitum nobis patefacit in singulos homines amorem... Eodem quidem modo in eucharistico Sacramento Iesus «in finem», usque scilicet ad corpus sanguinemque tradendum, diligere nos pergit.” Benedictus PP. XVI, Adhortatio Apostolica Postsynodalis Sacramentum caritatis, De Eucharistia vitae missionisque Ecclesiae fonte et culmine, 22 Februarii 2007, Acta Apostoliae Sedis 99 (2007) 105, n. 1. Traducción en español: http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20070222_sacramentum-caritatis.html

[2] “Quoniam autem Christus redemptor noster corpus suum id, quod sub specie panis offerebat [cf. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19s; 1 Cor 11, 24-26], vere esse dixit, ideo persuasum semper in Ecclesia Dei fuit, idque nunc denuo sancta haec Synodus declarat: per consecrationem panis et vini conversionem fieri totius substantiae panis in substantiam corporis Christi Domini nostri, et totius substantiae vini in substantiam sanguinis eius.” Heinrich Denzinger, Compendium of Creeds, Definitions, and Declarations on Matters of Faith and Morals, ed. Peter Hünermann, tr. Robert Fastiggi and Anne Englund Nash, 43rd ed. (San Francisco: Ignatius Press, 2012), p. 394, no. 1642. Traducción en español: http://www.intratext.com/IXT/ESL0057/__PL.HTM

[3] “Can. 915 Ad sacram communionem ne admittantur excommunicati et interdicti post irrogationem vel declarationem poenae aliique in manifesto gravi peccato obstinate perseverantes.” Code of Canon Law: Latin-English Edition, tr. Canon Law Society of America (Washington, DC: Canon Law Society of America, 1998), p. 298. Traducción en español: https://www.vatican.va/archive/ESL0020/__P37.HTM

[4] “Auctoritate proinde utentes Nos a Christo Beato Petro eiusque Successoribus collata, consentientes cum Episcopis qui abortum crebrius respuerunt quique in superius memorata interrogatione licet per orbem disseminati una mente tamen de hac ipsa concinuerunt doctrina declaramus abortum recta via procuratum, sive uti finem intentum seu ut instrumentum, semper gravem prae se ferre ordinis moralis turbationem, quippe qui deliberata exsistat innocentis hominis occisio.” Ioannes Paulus PP. II, Litterae Encyclicae Evangelium vitae, “De vitae humanae inviolabili bono,” 25 Martii 1995, Acta Apostolicae Sedis 87 (1995) 472, n. 62. Traducción en español: http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html

[5] “... naturali innititur lege Deique scripto Verbo, transmittitur Ecclesiae Traditione atque ab ordinario et universali Magisterio exponitur.” Evangelium vitae, 472, n. 62.

[6] Cf. Albert R. Jonsen, The Birth of Bioethics (New York: Oxford University Press, 1998), pp. 290-291.

[7] “Nequit exinde ulla condicio, ulla finis, ulla lex in terris umquam licitum reddere actum suapte natura illicitum, cum Dei Legi adversetur in cuiusque hominis insculptae animo, ab Eccesia praedicatae, quae potest etiam ratione agnosci.” Evangelium vitae, 472, n. 62. En español:

[8] Cf. Ioannes Paulus PP. II, Litterae Encyclicae Veritatis splendor, De quibusdam quaestionibus fundamentalibus doctrinae moralis Ecclesiae, 6 Augusti 1993, Acta Apostolicae Sedis 85 (1993) 1192-1197, nn. 74-78. Traducción en español: http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html

[9] “Can 751 ... fide divina et catholica credendae.” Traducción en español: http://www.vatican.va/archive/ESL0020/_P2F.HTM

[10] Jn 4, 23-24.

lunes, 8 de junio de 2020

Homosexuales amenazan de muerte a un sacerdote



“Los cristianos no deberían apoyar el Mes del Orgullo”, dijo el sacerdote católico caldeo Simon Esshaki, domiciliado en El Cajón (California), en un vídeo transmitido en las redes sociales y que fue prohibido en Twitter.com (ver a continuación aquí) mientras el sitio web TicToc.com borró completamente la cuenta de Esshaki.

Esshaki explica que los cristianos “aman” a los homosexuales, pero no están de acuerdo con su comportamiento. Enfatizó que “no es lo mejor para alguien que ellos estén apoyados en sus acciones pecaminosas” que podían ser “acciones homosexuales, algún otro tipo de acciones lujuriosas o algún tipo de pecado”.

A causa de esas perogrulladas, Esshaki recibió amenazas de muerte y tuvo que sufrir miles de comentarios hostigadores, odiosos e insultantes. Homosexuales enojados deshonraron su foto y la subieron a sitios de citas homosexuales (foto del artículo).

Esshaki dijo en un réplica el 4 de junio que él reza por sus perseguidores (cfr. Mt 5, 44).

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¡Que Dios ayude a este valiente sacerdote que se ha atrevido a decir la verdad, tal y como viene recogida en el Evangelio! ¡Va a necesitar de nuestras oraciones!

viernes, 13 de julio de 2018

El pecado, causa de todos los males (José Martí)

La causa de todas las injusticias y de la pobreza (entendida como miseria) es el pecado: ¡no le demos más vueltas!  San Pablo llamaba al pecado "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7). ¿Para qué vino Dios al mundo, y se encarnó en la Persona del Hijo, sino para librarnos del pecado y hacer así posible nuestra salvación, si nosotros lo aceptábamos?: "Sobre el madero cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo, para que muertos al pecado, viviéramos para la justicia, con cuyas heridas habéis sido sanados" (1 Pet 2,24). 

Y siendo esto de tanta trascendencia e importancia capital, hoy apenas si se habla del pecado: incluso hay quien lo niega abiertamente. Y hay muchos que, aunque no lo niegan, no le conceden demasiada importancia. Dios, en cambio, piensa de otro modo acerca del pecado (y en concreto, acerca del pecado original). Dice San Pablo que "nuestro Señor Jesucristo se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo malo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre" (Gal 1,4).


De donde se desprende que el pecado original que hirió de muerte a toda la humanidad, y con el que todos nacemos, tiene mucha más importancia de la que le concedemos y de la que pensamos... a menos que consideremos (lo que, por desgracia, está ocurriendo) que la verdad acerca de las cosas es lo que nosotros pensamos de ellas ... pero esto es falso de toda falsedad. ¡El azúcar es dulce!...Esto es real. Si yo digo que el azúcar es dulce estoy en la verdad. Si digo que no es dulce estoy en la mentira. Es así de sencillo. Y ya sabemos quién es el padre de la mentira: Lucifer, el Diablo. ¿A quién le vamos a hacer caso, a Dios o a Satanás? ¿A lo que se le ocurre a cualquiera o a lo que Dios nos ha revelado en Jesucristo?



Malo es ser pecadores (y nadie hay que no lo sea) pero Dios es misericordioso y nos perdona"Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida en Cristo" (Ef 2,4-5) ...siempre que reconozcamos nuestros pecados, como tales pecados, y nos arrepintamos de ellos"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que TODO EL QUE CREA EN ÉL no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16). 


De modo que se requiere de una condición "sine qua non" para que los pecados puedan ser perdonados, pues no todo pecado se perdona"Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero(Mt 12, 31-32). Estas palabras son duras, pero son verdad, pues han sido pronunciadas por Jesucristo, que es Dios y que es puro Amor... así que el problema no está en Dios, sino en el retorcimiento de nuestra voluntad, cuando queremos hacer blanco lo que es negro, y al revés. El pecado que no se perdona es aquel que no se reconoce como tal pecado, sino que incluso se alardea de cometerlo. Es la nueva caída en el pecado de Adán ante la tentación diabólica: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5). Una tentación tan vieja como la humanidad y en la que se sigue cayendo, porque el hombre quiere decidir, por sí mismo, lo que es bueno y lo que es malo. Es la tentación de soberbia: el hombre no admite que exista un Dios que le diga lo que está bien y lo que está mal


Ante el requerimiento de amor por parte de Dios, la respuesta de muchos es el rechazo. Frente a la sencillez y a la humildad, frente al amor a la verdad, se elige la mentira y la soberbia. El hombre es quien decide lo que está bien y lo que no lo está. Dios es un mito: Bien, pues éste es el pecado contra el Amor, el pecado contra el Espíritu Santo, el pecado que ni siquiera Dios puede perdonar, aunque quiera, porque al crearnos nos hizo libres, con verdadera libertad... Y lo hizo así porque verdadero es el amor que nos tiene (a cada uno) ... Y dado que el amor, para serlo de verdad, ha de ser libre, y no se puede imponer, Dios nos creó libres, con verdadera libertad, para que verdaderamente pudiéramos amarlo. El amor precisa siempre de un yo y un tú, nunca es unilateral, sino que es recíproco. Y si no es así no puede hablarse de amor


El problema reside, pues, en que podemos hacer mal uso de nuestra libertad. En razón precisamente de haber sido creados libres podemos también rechazar el amor de Dios y no querer saber nada de Él. Dios nos da cada día, en cada instante, la posibilidad de cambiar y de volvernos a Él. Pero tenemos sólo esta vida para hacerlo. Pensamos que, eligiéndonos a nosotros mismos, vamos a ser más felices. Esto es un grave error y un engaño del Maligno. Pero si caemos (¡no lo olvidemos!) es porque, en el fondo, queremos caer: nadie es engañado que no quiera ser engañado. Dios no lo permitiría "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13)


Teniendo en cuenta la naturaleza del amor, que es siempre bilateral, y siendo Dios esencialmente Amor, es imposible tener parte con Dios si rechazamos, hasta el final de nuestra vida, su ofrecimiento amoroso. De modo que no es por voluntad de Dios, sino por propia voluntad, por lo que se hace imposible el perdón de este tipo de pecados.



Me vienen a la mente aquellas palabras que María Magdalena dirigió a dos ángeles cuando estaba junto al sepulcro vacío, llorando, porque no estaba allí Jesús. Viéndola llorar ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?" . Y ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20:13). Era el suyo un llanto de amor, llanto que provocó que Jesús mismo se le hiciera presente: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (Jn 20:15). Ella pensó que era el hortelano y le dijo: "Señor, si te lo has llevado tú dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré"(Jn 20,15). Ante esas palabras, Jesús se conmovió y le dijo: "¡María!" (Jn 20,16a). ¡Con qué cariño serían dichas esas palabras es algo que ni siquiera podemos imaginar! Fueron palabras dirigidas al corazón de María Magdalena, quien no tuvo ya ninguna duda acerca de que se hallaba en presencia de Jesús. Y exclamó: "¡Rabboni!", que quiere decir:  "¡Maestro!" (Jn 20, 16b)


El Señor se deja ver siempre por aquellos que le aman de verdad y que le buscan con un corazón sincero; por aquellos que lloran su ausencia, porque ninguna otra cosa les puede consolar. La realidad que vivimos hoy en día es la de ausencia de Dios. Y, además, no sabemos dónde lo han puesto, no sabemos dónde se encuentraLa crisis actual afecta no sólo al mundo sino también a la Iglesia"El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia" -dijo el Papa Pablo VI hace ya más de 40 años (el 15 de noviembre de 1972). Esas palabras tienen hoy aún más actualidad que cuando fueron dichas. San Pedro, en su primera carta, ya nos advertía de ello: "Vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quién devorar" (1 Pet 5,8b). 


Pero nos daba también la solución: "Descargad sobre Él (es decir, sobre Dios) todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros. Sed sobrios y vigilad" (1 Pet 5,7-8a), recomendaciones que coinciden, como no podía ser de otra manera, con las que nos daba el mismo Señor: "Vigilad y orad para no caer en tentación" (Mt 26,41). "Llevad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera" (Mt 11, 29-30).


En la Sagrada Biblia; y de modo especial en el Nuevo Testamento, tenemos la respuesta a todos nuestros problemas personales, y a todos los problemas del mundo y de la Iglesia. El verdadero problema es que no nos lo acabamos de creerNos falta fe. María Magdalena tenía esa fe y ese amor hacia Jesús, al que Jesús no podía menos que responder con un amor mayor, dejándose ver por ella; y ella fue entonces a comunicárselo a los apóstoles: "¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas" (Jn 20, 18b). 


El mundo y la Iglesia necesitan de la oración, clamorosa y ardiente, con abundantes súplicas y lágrimas, de todos los cristianos, en unión con Jesucristo y con su verdadera Iglesia, mediante el Espíritu Santo. Sólo Jesucristo -y nosotros con Él- es quien vence al mundo: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5) ¡Tremendo y maravilloso misterio es éste del Cuerpo Místico de Cristo, por el que formamos con Cristo un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza y nosotros los miembros! (ver 1 Cor 12, 12-31). Por eso decía San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24). 


Como siempre, la Cruz por amor y en unión con Jesucristo, es nuestra única salvación. Podemos tener la seguridad de que, si nuestras lágrimas y nuestros sufrimientos provienen de un verdadero amor al Señor, Él se nos manifestará, de alguna manera, y se dejará ver, como hizo con María Magdalena: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). 


Eso sí: es preciso que estemos siempre vigilantes; y ayudar a los demás a hacer lo mismo ... porque viendo la situación de crisis actual no sólo del mundo, sino de la propia Iglesia en su misma Jerarquía, podríamos preguntarnos, razonablemente, si es que no estaremos asistiendo ya al final de los tiempos, ése del que "no sabemos ni el día ni la hora" (Mt 24,36) y del que Jesús dijo: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc 18,8), aunque ése es otro tema del que, probablemente, hablaremos en otra ocasión.

José Martí