BIENVENIDO A ESTE BLOG, QUIENQUIERA QUE SEAS



Mostrando entradas con la etiqueta Concilio Vaticano II. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Concilio Vaticano II. Mostrar todas las entradas

sábado, 13 de septiembre de 2025

Sesenta años después del final del Vaticano II – I. Reflexiones sobre «Gaudium et Spes» (Paolo Pasqualucci)


I – Reflexiones sobre la Encíclica Pastoral ' Gaudium et Spes ' dedicada a la relación de la Iglesia con el mundo contemporáneo 


Para celebrar como se merece el sexagésimo aniversario del fin del Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, pensé en publicar en línea algunos capítulos de mi libro: Paolo Pasqualucci, UNAM SANCTAM. Estudio sobre las desviaciones doctrinales en la Iglesia católica del siglo XXI , Solfanelli, Chieti, 2013, págs. 429. Agradezco al editor Marco Solfanelli por autorizar esta iniciativa.

El libro, que permaneció prácticamente desconocido, profundizó, en la medida de mis posibilidades, en el análisis crítico de ese extraordinario Concilio, iniciado por eruditos de la talla de Romano Amerio, y perfeccionado por el ilustre teólogo Monseñor Brunero Gherardini, sin mencionar las contribuciones de otros eruditos menos conocidos, tanto laicos como eclesiásticos. Dediqué un breve resumen a Gaudium et Spes en el capítulo final del libro, titulado: «La Gaudium et Spes neoilustrada : un reflejo del confuso enfoque pastoral del Vaticano II» (págs. 417-427).

Las preguntas que los académicos plantearon en su momento sobre el Vaticano II, con respetuosas solicitudes a la Autoridad Eclesiástica para que autorizara un debate cualificado al respecto, no han sido abordadas, mientras que la crisis de la Iglesia, latente bajo las cenizas y que estalló con el Vaticano II, no ha hecho más que agravarse. 

En esta situación, reiterar el análisis crítico de hace doce años me parece totalmente legítimo.

* * *
1. Un concepto diluido de la Ilustración

Dejé para el final la desaprobación de Cantone a la crítica que Monseñor Gherardini dirige a la Gaudium et Spes , la constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo contemporáneo, quizás el documento más famoso del Concilio entre el gran público.

Cuestiona el documento Gaudium et Spes en su conjunto. De hecho, estaría inspirado en los principios de la Ilustración. Dado que la Ilustración obviamente no está en continuidad con el cristianismo, concluye que tampoco lo está la constitución conciliar. [Se pregunta, de hecho] si la Gaudium et Spes obedece a los principios de la Revelación divina y de la fe, o a los principios antropológicos propios de la Ilustración , de su racionalismo exasperado, de sus intentos de liberación del dominio asfixiante de la Tradición. Estoy seguro de que la "hermenéutica de la continuidad o la ruptura" está en juego en esta cuestión. Para respaldar esta afirmación —continúa el profesor Cantoni—, tan trascendental y cargada de consecuencias, Monseñor Gherardini cita una opinión de Benedicto XVI, según la cual, en la Gaudium et Spes, intentando alcanzar una conciliación entre la Iglesia y la modernidad, el Concilio ha "destacado" la "profunda correspondencia entre el cristianismo y la Ilustración"[1].

Según el profesor Cantoni, Monseñor Gherardini no habría comprendido en qué sentido el Papa utiliza el concepto de Ilustración para explicar el significado de la GS. Se trata de un concepto amplio, proveniente de la historiografía secular, aplicado por analogía, según el cual « Ilustración asume, a grandes rasgos, el sentido de un movimiento cultural caracterizado por una particular estima por la razón, sobre todo en su función crítica, que como tal puede fácilmente degenerar en su "sobrevaloración" con consecuencias subversivas»[2]. La instancia de la "Ilustración" adoptada por el Concilio sería, por lo tanto, inmune a las tristemente conocidas "consecuencias subversivas" —a partir de la Revolución Francesa—, ya ​​que la Iglesia, con el Vaticano II, habría logrado asumir lo mejor de la Ilustración, superándola, evitando así los errores en los que posteriormente incurrió la Modernidad neoilustrada[3].

Pero esto es precisamente lo que intentamos demostrar: que la Jerarquía católica, al promover la actualización de la Iglesia a la espiritualidad secular del siglo del Concilio, ha logrado adoptar sin perjuicio las "mejores" exigencias del racionalismo típico de esta espiritualidad, todavía producto de la Ilustración anticristiana. La Ilustración, como sabemos, sitúa al hombre en el centro de todo. Se inspira en el lema del sofista Protágoras: "El hombre es la medida de todas las cosas". El hombre, no Dios. La razón ilustrada, en sentido estricto, es esencialmente el espíritu corrosivo del individualismo burgués que pretende disolverlo todo, empezando por la Verdad Revelada, de la que ya no quiere oír hablar. Es la "razón" de los escépticos, que pretende arrasar con todo para reconstruirlo todo a escala humana, desde la sociedad hasta el Estado, las relaciones familiares, la raza humana entera y la religión, dando al mismo tiempo amplio espacio a los intereses individuales , a su búsqueda personal de la felicidad terrena . La religión católica es necesariamente su principal objetivo. Para la Ilustración, la negación de la Trascendencia debe ser total: en su opinión, lo Sobrenatural no solo desaparece del horizonte humano, sino que debe desaparecer , porque la religión no sería más que "superstición" y "fanatismo" que impide al hombre disfrutar de la vida, y que debe ser derrocado por cualquier medio. Solo es aceptable como una especie de "religión civil" debilitada y emasculada, una "moral" con un trasfondo social y humanitario, sin dogma ni trascendencia, sin juicios ni infiernos de ningún tipo (véase más arriba , capítulo XVI, sobre la "libertad religiosa").

Ahora bien, en la pastoral católica actual, que se inspira en documentos como la GS, ¿sigue presente la dimensión sobrenatural , intrínseca por definición al cristianismo y sin la cual pierde todo sentido? ¿O acaso no es cierto que esta pastoral ha dejado hace tiempo, como ya he mencionado, de recordarnos la existencia de los Últimos Días y, en particular, del Día del Juicio Final, en el que, según el dogma de fe, la humanidad se dividirá para siempre entre los Elegidos y los Réprobos? ¿Acaso la Iglesia, reformada según los decretos del Concilio, no se presenta como una gigantesca organización de bienestar, destinada a promover los "derechos humanos", la solidaridad y la fraternidad universales, la unidad de la humanidad y las religiones, la democracia, el progreso y la justicia social, sin manifestar ya el deseo de convertir a los hombres a Cristo para alcanzar la vida eterna? ¿Sin situar la necesidad de la santificación individual (en la lucha diaria contra uno mismo por la salvación del alma) en el centro de su enseñanza? En nombre de la llamada "libertad religiosa", ¿no ha renunciado la Jerarquía actual al proselitismo? ¿Se ha visto algo parecido en toda la historia de la Iglesia? Ante una transformación tan radical , cuyas trágicas consecuencias son evidentes, contribuyendo a la continua aniquilación de las antiguas naciones católicas, así como a la descristianización general, ¿cómo no preguntarse si el antropocentrismo de la Ilustración no ha calado hondo en la Jerarquía, que ha intentado temerariamente abrazar esa visión (véase el famoso discurso de clausura de la cuarta y última sesión del Concilio, pronunciado por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965), con la ilusión de purificarla y elevarla a la verdad de un cristianismo que ya no es un "signo de contradicción", sino uno reconciliado con el mundo? Reconciliados , como si Nuestro Señor no hubiera dicho: «El mundo me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas» (Jn 7,7), recordándonos también que «el siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15,20).

¿Y no lo demuestra también la transformación que ha experimentado la propia figura del sacerdote , sumido en una grave crisis espiritual al ser considerado igual a los demás, «uno como nosotros», y, por lo tanto, degradado (tal como pretendían los irreligiosos artífices de la Ilustración) a un simple «operador» de una moral solidaria, sentimental y humanitaria que lo justifica y absuelve prácticamente todo? Las dudas planteadas por Monseñor Gherardini respecto a la GS son, en realidad, más que legítimas y no pueden ser desestimadas contraponiendo una concepción de la «Ilustración» propia de una historiografía erudita que extrapola arbitrariamente el contenido venenoso y corrosivo del original, haciéndonos así perder de vista el verdadero significado de la Ilustración y la Neoilustración, aún dominantes, que, en la ultrasecular República Euroamericana, afilan las armas de una nueva persecución del cristianismo, en nombre del humanismo secularista y la Revolución Sexual.

2. Una pastoral confusa, impregnada de un «perfil doctrinal» más que falible

La GS es el documento más imponente del Concilio, el más extenso. Monseñor Gherardini recuerda que «los propios Padres Conciliares no ocultaron algunas perplejidades al respecto: la amplitud del tema tratado, el diálogo con el mundo entero, el título de «Constitución Pastoral»» [4]. Pero prevaleció el deseo de prestar «un servicio al hombre en el mundo». De hecho, tras describir «la condición del hombre en el mundo contemporáneo», extrajeron de ella la argumentación de las dos partes de su Constitución y de sus múltiples distinciones y subdistinciones, pasando de «La Iglesia y la vocación del hombre» a «Algunos de los problemas más urgentes» (el matrimonio, la familia, el progreso, la cultura, la economía, la política, la construcción de la paz y la comunidad internacional). Hay realmente un poco de todo. De hecho, al tratarse de un documento conciliar, sin duda es excesivo, como si dicho documento tuviera que responder necesariamente a todos los problemas del momento, a todas las angustias y esperanzas , a las lagunas de serenidad y luz, así como a las aberraciones, en algunos casos indecibles, de la sociedad contemporánea, y contribuir a la socialización de todos los seres humanos para constituirlos en una «comunidad» global, teniendo en cuenta, obviamente, lo que la Iglesia y los propios cristianos pueden aportar al respecto. La cualificación pastoral del GS depende de esta amalgama de temas filosóficos, psicológicos, sociológicos, políticos y teológicos. Pero, en realidad, ¿de qué se trata? Sería bueno si fuera posible decirlo. Ni siquiera los Padres Conciliares lo pudieron hacer. Elaboraron laboriosamente un texto para el que no encontraron ni título ni una descripción sintética[5].

En cuanto al título, prevaleció el término "constitución pastoral", a pesar de las 541 propuestas de títulos diferentes. Solo hubo consenso en la calificación de "pastoral"[6]. Fue necesario añadir una nota al Preámbulo de la constitución para aclarar el significado del documento. Constaba de dos partes: una doctrinal y una pastoral. Esta última establecía "la actitud de la Iglesia hacia el mundo y los hombres de hoy". Y este sería entonces el significado "pastoral" de la Constitución General: una actitud de apertura y comprensión ante las necesidades del mundo actual. Sin embargo, la nota también indicaba que la parte doctrinal era pastoral y la segunda también doctrinal. Monseñor Gherardini comentó: la nota "no parecía un atisbo de escritura transparente"[7].

En el debate en el Aula, prevaleció una forma pragmática de entender la «pastoral»: la preocupación no se centraba tanto en su fundamento doctrinal como en la «apertura pastoral» que los textos debían atestiguar, pues «en la base de todo se encontraba el problema del hombre, que en sí mismo es paradójicamente plural; es la concreción de todos los problemas humanos —religiosos, históricos, jurídicos, sociales— y, por lo tanto, es variabilidad, mutabilidad, contingencia. Pero también una alternativa entre el bien y el mal. Frente a esta alternativa, el GS, incluso en su parte doctrinal, obedece a las exigencias siempre cambiantes del enfoque pastoral . Se le dio el nombre de humanismo cristiano: no una antropología teórica, sino una actitud de empatía , apertura y comprensión hacia el hombre, su historia y «los aspectos de la vida contemporánea y de la sociedad humana», con especial atención a los «problemas que parecen más urgentes»»[8].

El enfoque pastoral, por lo tanto, como una actitud de compasión, apertura y comprensión hacia el hombre moderno. Por supuesto, esta actitud no parecía reflejar en absoluto la de Nuestro Señor al comenzar su misión, que consistía en convertir a los pecadores anunciando la Buena Nueva: «Convertíos y creed en el Evangelio, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mc 1,15). No hay rastro de una llamada al arrepentimiento y la conversión en esta pastoral. Sin embargo, este enfoque pastoral tenía su propio marco doctrinal, rastreable en los textos, que no por ello se convierten en dogmáticos. Siempre es la doctrina que subyace al enfoque pastoral específico del Concilio. Este aspecto, en mi opinión, fue muy bien captado por el arzobispo Gherardini.

Observa que «la nota destinada a iluminar y guiar la lectura del documento no indicaba criterios hermenéuticos fijos», es decir, establecidos ad hoc para el documento, sino que se refería a una frase contenida (véase más arriba ) en la Nota previa añadida a la LG, que decía: «La Constitución debe interpretarse según las normas generales de interpretación teológica», con la adición: «teniendo en cuenta... las circunstancias cambiantes a las que los asuntos tratados están intrínsecamente conectados»[9]. Y esto, «especialmente en la segunda parte», la más específicamente pastoral. El uso de esta frase, que demuestra «la identidad de los principios hermenéuticos» del Concilio, «confirma una vez más que la calificación de pastoral no es exclusiva del GS, sino que pertenece a todo el Concilio, en cuya dimensión pastoral el GS también es coextensivo». La consecuencia esencial de esto, en relación con el debate sobre la calificación teológica actual del Concilio, es la siguiente, de extrema importancia: «Esto comporta en el Vaticano II no la ausencia de un perfil doctrinal, sino la ausencia de una intención definitoria y, en consecuencia, de nuevas formulaciones dogmáticas»[10].

La presencia de una doctrina peculiar del Vaticano II no debería dar lugar a un clamor de infalibilidad: algo imposible de encontrar en este Concilio debido a la ausencia de una intención definitoria, que, por lo tanto, sería absurdo considerar implícitamente existente debido a la existencia de esta doctrina. En el Vaticano II pastoral, el perfil doctrinal está presente, y de qué manera. El autor identifica múltiples aspectos: «Como una resurrección de los Concilios anteriores; como atención a los datos de la tradición filosófico-teológica; como preocupación por la exégesis bíblica; como una exigencia de la propia metafísica; como una señal de los objetivos culturales alcanzados recientemente»[11].

Pero este perfil doctrinal siempre depende de la pastoral predominante, de modo que el Vaticano II, en la historia de los Concilios Ecuménicos, destaca «no por su impacto doctrinal —y menos aún por su impacto dogmático—, sino por las novedades de actitud, evaluación, movimiento y acción, introducidas en los núcleos vitales de la Iglesia, sin una conexión evidente y necesaria con sus verdades»[12]. Naturalmente, los Padres Conciliares intentaron asegurar la pastoral del Concilio «sobre una base escritural, histórica y teológica coherente». Sin embargo, en la práctica, concluye el autor, «resulta difícil juzgar la bondad no tanto de su intención, sino del resultado general que alcanzaron»[13].

3. Observaciones sobre el “ perfil doctrinal ” de la “ Gaudium et Spes ”

A este análisis de Monseñor Gherardini, que considero ejemplar, quisiera añadir algunas consideraciones sobre el perfil doctrinal de la Gaudium et Spes , sin pretender ser exhaustiva. La Gaudium et Spes demuestra, sin duda, su propia manera de entender el mundo contemporáneo, su propia filosofía de la historia, que no es en absoluto la cristiana tradicional de San Agustín o Bossuet, sino la secular de Kant y Condorcet, centrada en la idea del progreso de la humanidad, debido al hombre mismo, hacia la perfección y la unidad de todo el género humano (véase supra , cap. III, § 5). En este esquema, la Gaudium et Spes introduce elementos del pensamiento cristiano que no modifican el enfoque secular y antropocéntrico del conjunto y, de hecho, distorsionan el propio componente «cristiano» o «católico».

El discurso del documento se desarrolla en círculos concéntricos, en 93 artículos. Tras profundizar en la «íntima unión de la Iglesia con la familia humana» (GS 1-3), una noción que tiende a identificar a la Iglesia con la humanidad misma, aborda la «condición del hombre en el mundo contemporáneo» (4-10), visto como inmerso en profundos cambios «psicológicos, sociales y religiosos»: cambios que, por un lado, crearon una profunda «crisis de identidad» y, por otro, impulsaron hacia un mejor conocimiento de sí mismo gracias también a la contribución de las ciencias. En cualquier caso, los cambios en curso estaban concretando la unidad de la raza humana, un hecho irreversible para el Concilio: «el destino de la sociedad humana se vuelve único, dejando de diversificarse en múltiples historias separadas» (GS 5.6). La «vida religiosa» también estuvo implicada en este proceso, y el Concilio dedujo que «muchos están alcanzando un sentido más vivo de Dios», observando con «un sentido crítico más agudo» las concepciones mágicas del mundo y las «supersticiones supersticiosas». Esta tendencia se vio contrarrestada por una creciente tendencia al ateísmo (GS 7). No estaba claro quiénes habían alcanzado un sentido más vivo de Dios, liberándose de las supervivencias supersticiosas. En cualquier caso, a pesar de los desequilibrios de todo tipo en el mundo contemporáneo (GS 8), el Concilio creyó identificar aspiraciones cada vez más universales, incluyendo aspiraciones sociales que involucran a los pueblos e incluso a las mujeres (que exigen, donde aún no la han alcanzado, la igualdad con el hombre, no solo de derecho sino también de hecho – GS 9). Esta fue la primera apertura del Concilio al feminismo, en uno de sus documentos más importantes. Las múltiples aspiraciones ocultaban, según GS, una aspiración más profunda y universal: la de una vida plena y libre, digna del hombre, que pone a su servicio todo lo que el mundo de hoy le ofrece tan abundantemente. También las naciones se esfuerzan cada vez más por alcanzar una cierta comunidad universal (GS 9.3).

Este análisis puede parecer válido aún hoy. En realidad, si bien contenía algo de verdad, se limitaba a las apariencias, atenuando en cierta medida las "aspiraciones" de los individuos y las masas de la época, otorgándoles una nobleza de propósito que rara vez poseían. Bajo las exigencias de la justicia social y el reconocimiento de la dignidad humana (una retórica que ya impregnaba el ambiente), no era difícil discernir el violento impulso subversivo, hedonista y nihilista que comenzaba a imponerse en nuestras sociedades: subversivo , quiero decir, no solo en sentido político, sino también en términos de valores y principios, a nivel moral . Y ese impulso ciertamente no ha disminuido tras la "cooperación" ofrecida al mundo por la Iglesia católica "reformada" gracias al Concilio; al contrario, ha aumentado enormemente, como podemos constatar amargamente cada día. El análisis también adolece de una grave omisión, como ocurrió con su silencio sobre el comunismo, que sin duda representaba una de las "cuestiones" fundamentales de la época. ¿Acaso el marxismo-leninismo, con su pretensión de ser una verdad abarcadora y absoluta, no representó también un desafío intelectual extremadamente serio para la Iglesia y la concepción cristiana de la vida? ¿Acaso el Concilio no tenía nada que decir a los fieles sobre este tema? La montaña de Gaudium et Spes solo logró producir tres artículos planos y ambiguos sobre el ateísmo (GS 19-21) y una condena genérica del totalitarismo, que se encuentra con una linterna en GS 73.9.

Al mismo tiempo, Gaudium et Spes no ocultó su aprecio por la democracia vigente en Occidente, expresión del progreso de la humanidad (GS 31, 34). El individualismo exasperado y el hedonismo que ya empezaba a mostrar esta democracia, fundada en exigencias materialistas y en una noción tendencialmente absoluta de la libertad individual, fueron completamente ignorados. Quisiera recordar a los lectores que el esquema constitucional dogmático De ordine morali , también entre los saboteados en el Aula Conciliar por los Innovadores, contenía un análisis muy lúcido de los males morales y degeneraciones incipientes en nuestras sociedades[14]. Y no menos lo fue el esquema constitucional De deposito fidei pure custodiendo , que también desapareció en el naufragio inicial de todos los esquemas en el Concilio. En estos esquemas, solo se hicieron referencias fugaces al marxismo, y sabemos por qué. Sin embargo, hubo una crítica radical y razonada del principio de inmanencia, del antropocentrismo que el hombre moderno y contemporáneo coloca como fundamento de sus sociedades, ya sean democrático-burguesas o comunistas. Para estar a la altura de su tarea histórica, ¿no debería el Concilio haber elaborado una crítica objetiva, racional y, si fuera necesario, implacable tanto de la democracia liberal estadounidense como de la democracia popular soviética, es decir, comunista? No se logró nada, y la sentida papilla que finalmente resultó ser Gaudium et Spes puede considerarse, en mi opinión, el símbolo de un colosal fracaso intelectual[15].

La GS se limitó a reconocer que, en general, las aspiraciones y energías de la humanidad corrían el riesgo de desviarse: era necesario elegir entre «el camino de la libertad y la esclavitud, del progreso o la regresión, de la fraternidad o el odio» (GS 9.4). Cabe destacar que la elección siempre se consideró desde una perspectiva completamente terrenal. ¿Cuál era, entonces, la tarea de la Iglesia? ¿Intervenir en este mundo en rápida y peligrosa evolución con toda la fuerza de una renovada actividad misionera, para convertirlo a Cristo, dirigiendo así su (supuesto) progreso hacia la única meta compatible con la vocación divina de la Iglesia Católica? Muchos pensaron que así debería haber sido, pero no fue así, como se desprende, por ejemplo, del art. 10 de la GS, que concluye la exposición introductoria sobre la condición del hombre en el mundo contemporáneo.

El artículo comienza con una referencia al origen interno de los desequilibrios contemporáneos, en el corazón del hombre débil y pecador, en conflicto consigo mismo, buscando una explicación definitiva del sentido de la vida, que no encuentra. El hombre de aquella época se cuestionaba ansiosamente su naturaleza: "¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene el dolor, el mal, la muerte [...]? ¿Qué será después de esta vida?" (GS 10).

Para quienes recuerdan aquellos años, pocos se plantearon realmente esas preguntas, pues la atención se centraba en los mitos optimistas del progreso, ya fueran democrático-estadounidenses o marxistas-soviéticos, y los consiguientes impulsos subversivos y hedonistas mencionados anteriormente. Menos de un año después del fin del Concilio, el líder del Partido Comunista Chino, Mao Zedong, desató a la juventud china contra los líderes del partido, iniciando una sangrienta guerra civil que duraría años. Poco después, en mayo de 1968, estallaron los infames "disturbios estudiantiles" en Europa Occidental, comenzando en Francia, desafiando el principio de autoridad en todos los ámbitos: moral, político y estético. Este fue el claro comienzo de ese vuelco de todos los valores que condujo, en efecto, a la descomposición de Occidente, cuya fase final quizás estemos viviendo ahora. Mientras tanto, la Iglesia se veía sacudida por la tormenta posconciliar; vivía, como se ha dicho, su propio "1968". El optimismo del Concilio, y en particular de la Gaudium et Spes , que prometía un magnífico futuro de paz y progreso gracias a la colaboración de la Iglesia con el mundo, resultó ser totalmente erróneo. De hecho, el movimiento de «1968» comenzó en la Iglesia incluso antes del que posteriormente estalló en las calles, y en cierto sentido lo anticipó; ya lo anticipó con el traumático desafío del cardenal Liénart al principio de autoridad el 13 de octubre de 1962, en la Basílica de San Pedro, durante la apertura del Concilio.

Incluso con sus limitaciones, que consistían en representar una humanidad esencialmente abstracta, el análisis de GS 10 aún captaba algo de verdad y, sin embargo, podía parecer una mirada más profunda a la verdadera situación existencial de la condición humana. Pero fue al esbozar el propósito que la Iglesia quería fijarse para ayudar a resolver los problemas de esta condición humana que apareció repentinamente el giro antropocéntrico. Apareció, esencialmente, como el elemento heterodoxo que desviaba el discurso hacia una dirección secularista y no católica.

La respuesta a los problemas de la humanidad solo podía venir de Cristo. Cierto. ¿Pero cómo? ¿Mediante el arrepentimiento y la conversión? No. Solo de Cristo, porque solo la Palabra de Cristo, a través de la Iglesia, permitió al hombre encontrar la fuerza para responder a su altísima vocación. He aquí el pasaje, para mí uno de los textos clave para comprender el verdadero espíritu del Vaticano II: «He aquí: la Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre, por su Espíritu, luz y fuerza para responder a su altísima vocación [ ut ille summae suae vocationi respondere possit ]; y no hay otro nombre dado en la tierra a los hombres por el cual puedan salvarse» (GS 10.3). La referencia final al famoso texto de Hechos 4:12 no me parece que desvirtúe la naturaleza antropocéntrica de esta «vocación», una naturaleza que, como hemos visto, se hará más evidente en los artículos posteriores del GS (véanse más arriba , capítulos XI a XIV). El artículo concluye declarando que Cristo es la clave y el centro de toda la historia humana, quien es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación (según el famoso pasaje de Colosenses 1:15, recordado repetidamente por el Concilio); una imagen, sin embargo, cuya consustancialidad con el Padre, su naturaleza divina, nunca se recuerda. Partiendo de esta centralidad de Cristo en la historia, el Concilio quiere dirigirse a todos para iluminar el misterio del hombre y colaborar en la búsqueda de una solución a los principales problemas de nuestro tiempo (GS 10.3).

La Iglesia, por lo tanto, ya no tiene la misión de conversión, sino la nueva de "cooperar" para resolver "los problemas de nuestro tiempo" junto con el resto de la humanidad, de tal manera que ayude a la humanidad a cumplir su "altísima vocación". Ciertamente, si Nuestro Señor hubiera propuesto tal mensaje a los Apóstoles, supongo que habrían regresado sin demora a sus hogares y a sus vidas anteriores. Cooperando entonces para ayudar a la humanidad a responder a su "altísima vocación". No repetiré lo que ya he dicho sobre este tema en capítulos anteriores de esta obra. Volveré solo al concepto de "vocación". Vocación , pero ¿cuál? Dado que esta es la constitución de un Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, ¿no debería esta idea de vocación estar siempre vinculada a la "vocación" de los pecadores mencionada en el Evangelio de Marcos 2:17? Narrando el llamado de Leví el publicano (San Mateo) por Nuestro Señor, San Marcos, quien recogió, como sabemos por la Tradición más antigua, las memorias de San Pedro, relata la respuesta que Jesús dio a los fariseos, quienes se escandalizaron junto con sus discípulos porque había ido con ellos a un almuerzo dado en su honor por el susodicho Leví, en el que estaban presentes varios de sus colegas, considerados por la pureza legal de los fariseos como contaminados y pecadores debido a sus contactos con los romanos: "—dijeron a sus discípulos: “¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?”. Jesús, habiéndolo escuchado, les dijo: “Los que están bien no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos: no he venido a llamar a justos, sino a pecadores [ non enim veni vocare iustos sed peccatores ]".

Esta es, pues, «la vocación», la verdadera vocación cristiana, que nos llama, ante todo, a la humildad, al arrepentimiento, a la conversión de nuestro corazón a Dios, a la transformación efectiva de nuestras vidas, moldeándolas con el amor al prójimo por amor a Dios. La «altísima vocación» mencionada en GS 10.6 me recuerda, en cambio, a «Die Bestimmung des Menschen» de Fichte, de 1800, el más ilustrado de los filósofos idealistas, el más susceptible al delirio revolucionario. Esta es la misión del hombre , que era también su vocación: derribar todas las barreras, elevándose en su propia autoconciencia hasta el punto de identificarse en el pensamiento con lo Absoluto, con la Divinidad misma. Y, de hecho, en el ya visto artículo 22 de GS, que concluye el capítulo dedicado a la «dignidad de la persona humana», ¿no estamos presenciando una verdadera divinización del hombre? Primero se afirma que Cristo «revela plenamente al hombre a sí mismo y manifiesta su altísima vocación», luego que la naturaleza humana (solo en esta ocasión «deformada» por el pecado original) fue elevada por la Encarnación «también en nosotros a una dignidad sublime», y finalmente que esto ocurrió porque «por la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido de alguna manera con todo hombre» (GS 22). Sin olvidar el pasaje del art. 24.4 del GS, que dice que el hombre es «la única criatura que Dios ha amado por sí misma».

Habiendo establecido la “vocación” del hombre como “vocación suprema” para realizar su dignidad y personalidad, este concepto –claramente ajeno a la doctrina de la ley natural siempre enseñada por la Iglesia– se aplica en la primera parte subsiguiente del documento: en la primera sección, que trata precisamente de “La Iglesia y la vocación del hombre”, artículos 11-45. Esta sección se divide en cuatro capítulos, que tratan respectivamente de: “la dignidad de la persona humana” (12-22); “la comunidad de los hombres” (23-32); “la actividad humana en el universo” (33-39); “la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo” (40-45). Estos cuatro capítulos también proceden en círculos concéntricos. Pasamos del hombre considerado individualmente, como persona, al hombre en comunidad, a la actividad humana en el mundo e incluso en el universo, por tanto enmarcada en una perspectiva cósmica [sic]; a la tarea específica de la Iglesia en este escenario casi fáustico, de “vocación” y “actividad” individual y colectiva de la humanidad, que debe concluir en la visión milenarista de GS 39, dedicada a “una nueva tierra y un nuevo cielo”.

En este punto, tras haber propuesto la visión utópica final, ¿no debería haber terminado la Constitución General? ¿Acaso no estaba completa la visión? Pero no. Como señala el arzobispo Gherardini, la constitución también pretendía abordar todos los problemas del hombre contemporáneo y ofrecer una guía precisa para resolverlos. ¿Sería excesivo calificarla de documento megalómano? ¿Existe el riesgo de cometer un pecado? De hecho, bajo el aparentemente modesto título de "Algunos problemas más urgentes", comienza la segunda parte del documento, poniendo en práctica los conceptos generales, el "perfil doctrinal" propuesto en la primera, y siempre bajo la forma de un enfoque pastoral, un discurso abierto y comprensivo, con un enfoque sociológico-narrativo, y minimalista en sus referencias a las verdades de la fe. Esta segunda parte se divide en cinco capítulos, que a su vez se dividen en subsecciones, para un total de siete. No aburriré al lector con una descripción detallada de esta estructura paquidérmica. Simplemente recordaré que trata sobre el matrimonio y la familia (capítulo I); de la "promoción del progreso cultural" (II), donde se propone como modelo una "cultura integral" de tipo neoilustrado, humanista y no cristiano; de la "vida económico-social", donde también se trata de "inversiones, dinero y latifundios" (III); de la "vida de la comunidad política" (IV), donde no se propone en absoluto el ideal del Estado cristiano, sino que se aboga por la "justa separación" entre el Estado y la Iglesia; de la "promoción de la paz y de la comunidad de los pueblos" (V), donde se sientan las bases del "pacifismo" típico de la Iglesia surgida del Concilio, funcional no a la conversión, sino al diálogo ecuménico.

Esta segunda parte, por lo tanto, representa la «práctica» con respecto a la «teoría». Que la teoría concluya en dicha práctica resulta evidente de todo el contexto de la parte introductoria y, en particular, del íncipit de su primera parte, donde se afirma en el artículo 11 que «el pueblo de Dios» debe captar «los verdaderos signos de la presencia del plan de Dios» en el mundo, en la historia, «las intenciones de Dios para la vocación integral del hombre, orientando así el espíritu hacia soluciones plenamente humanas» (GS 11.1). «Humano», no «cristiano». En consecuencia, «el Concilio propone, ante todo, emitir un juicio sobre los valores más estimados hoy en día y rastrearlos hasta su fuente divina. Estos valores, de hecho, en la medida en que proceden del ingenio humano que Dios ha dado al hombre, son en sí mismos excelentes, pero como resultado de la corrupción del corazón humano, a menudo se desvían del orden requerido y, por lo tanto, necesitan ser purificados» (GS 11.2).

En este texto, que en mi opinión es otro texto clave del Concilio, se declara abiertamente que el propósito del Concilio es "purificar" los valores en los que cree el hombre del siglo y "conducirlos de vuelta a su fuente divina". Pero ¿acaso los valores mundanos profesados ​​por el siglo tienen todos una "fuente divina"? ¿Qué concepto tiene el siglo del matrimonio? Lo sabemos: sensual y egoísta, con la procreación relegada a un segundo plano, como un mero extra opcional . Entonces, al reconducir la concepción secular predominante del matrimonio a su "fuente divina", ¿no debería el Concilio haber reafirmado la enseñanza tradicional de la Iglesia, por ejemplo, la de los Casti connubii de Pío XI ? En cambio, en el art. 48 del GS, que trata de la "santidad del matrimonio y de la familia", ¿qué encontramos? Encontramos, como se ha señalado varias veces (véase más arriba , Cahier de doléances 20), una concesión perniciosa al espíritu del siglo. De hecho, no se afirma claramente que la procreación y la educación de la prole sean el fin primordial del matrimonio , al que se subordina el enriquecimiento personal mutuo de los cónyuges, incluso en lo que respecta a la satisfacción de la concupiscencia carnal natural, como siempre ha enseñado la Iglesia; en cambio, está escrito que «la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole y encuentran en ellas su máxima expresión» (GS 48.2). La procreación es la «coronación» de la unión y del amor conyugal, ya no su fin primordial. El término no parece muy claro. ¿Por qué no se escribió, clara e inequívocamente, que la institución del matrimonio y el amor conyugal tienen su fin primordial en la procreación y educación de los hijos? La «coronación» de algo también puede parecer un apéndice, no necesariamente conectado con el fin para el que ese algo existe.

Y aquí concluyo mis breves observaciones, que fácilmente podría haber extendido a todo el GS, seguro de encontrar en prácticamente cada artículo la presencia de una "doctrina" que proviene del Espíritu del Siglo y no del Espíritu Santo. Es precisamente la presencia de tal "perfil doctrinal" la principal causa de la confusión que el arzobispo Gherardini destaca en sus implicaciones teológicas. Resulta de una mezcla repetida de elementos de la verdadera doctrina católica con concepciones profanas, con esos "valores" del Siglo que pretendían remontarse a su "fuente divina", una "fuente" nacida, en realidad, de las mentes fervientes de los sectarios de la Nouvelle Théologie. - Fuente_________________________

[1] C, 29. [Para mayor claridad, debo señalar que mi libro también es un ensayo sobre la controversia católica, crítico con las tesis del profesor Pietro Cantoni en su reciente libro titulado: Reforma en Continuidad. Reflexiones sobre el Vaticano II y el Anticonciliarismo , SugarCo, Milán, 2011, donde el «anticonciliarismo» sería la actitud de quienes critican el Vaticano II, un Concilio que el profesor Cantoni consideraba intocable por estar dotado de una infalibilidad peculiar. Nota: Las palabras o frases entre corchetes son siempre mías, salvo indicación contraria].[2] C, 31.
[3] C, 30.
[4] D, 62.
[5] D, 62-3.
[6] D, 63.
[7] Ibíd.
[8] D, 64.
[9] Ibíd.
[10] Ibíd.
[11] D, 65.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Esquema de la constitución dogmática De ordine morali, AD/II, 2,2, pp. 28-58.

[15] El juicio de Congar sobre el esquema De ordine morali me parece indicativo del pensamiento contradictorio e irracional de los «nuevos teólogos». Por un lado, como todos los demás esquemas, le parecía demasiado «escolástico», acotado [sic] a los documentos oficiales de los Papas, poco «ecuménico» ( Mon journal du Concile , cit., I, p. 57); por otro lado, lo elogió como un «texto vigoroso, que responde bien a los errores actuales», un texto que, sin embargo, habría reescrito de arriba a abajo (ibid., p. 63: «Mais il eût fallu tout refaire et composer autrement»). La «reelaboración» habría sido precisamente Gaudium et spes. Me pregunto: si el texto del esquema era «vigoroso» y «respondía bien a los errores actuales», ¿por qué era necesario reescribirlo? ¿No hubieran bastado unos cuantos retoques?

domingo, 24 de agosto de 2025

Comparación entre el concilio de Nicea y el concilio Vaticano II (De Mattei)





Roberto de Mattei compara Nicea con el Vaticano II. 

«Sin duda, el Vaticano II fue un Concilio válido y, en este sentido, de gran autoridad, pero su trascendencia histórica no se debe a los beneficios que aportó a la Iglesia, como en el caso del Concilio de Nicea, sino a los gravísimos daños que causó. Si el Vaticano II está destinado a dejar una huella más profunda en la historia que el de Nicea, es porque la crisis religiosa de nuestro tiempo es más grave y profunda que la arriana. El daño, que previó Monseñor Lefebvre y que Pablo VI negó, es hoy un hecho objetivo y evidente. La teología pastoral del Vaticano II se ha refutado a sí misma a lo largo de los sesenta años transcurridos desde su conclusión, y el historiador no puede evitar tomar nota de ello».

En una carta escrita el 29 de junio de 1975 al arzobispo Marcel Lefebvre, quien criticó el Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI declaró que “el Concilio Vaticano II no es menos autorizado, de hecho en algunos aspectos es incluso más importante que el Concilio de Nicea” (Cf. La Doc. Catholique, 58 (1976), p. 34). Esta declaración dejó a muchos asombrados. El Concilio de Nicea nos transmitió las verdades fundamentales de la fe católica, expresadas más tarde en el llamado Credo Niceno-Constantinopolitano, que se recita cada domingo en la Santa Misa. El Concilio Vaticano II no definió ninguna verdad ni condenó ningún error, presentándose como un concilio pastoral y no dogmático.

Desde una perspectiva histórica, más que teológica, la declaración de Pablo VI no carece de verdad, aunque difiera de la concepción del papa Montini.
«El Concilio Vaticano II, a diferencia de Nicea, Trento y el Vaticano I, se presentó como un concilio pastoral, pero no puede haber ningún concilio pastoral que no sea también dogmático. El Vaticano II renunció a definir nuevos dogmas, pero dogmatizó la pastoral, adoptando la filosofía contemporánea, según la cual la verdad del pensamiento se verifica en la acción. La teología dogmática tradicional fue dejada de lado y sustituida por una «filosofía de la acción», que necesariamente conlleva subjetivismo y relativismo».

«La teología pastoral del Vaticano II representa una ruptura con la teología dogmática del Concilio de Nicea, precisamente por su pretensión de adaptarse al inmanentismo de la filosofía moderna. Para estar en armonía con el mundo, la Iglesia debe dejar de lado su doctrina y confiar a la historia el criterio para verificar su verdad. Pero los resultados de la nueva teología pastoral han demostrado su fracaso. Basta con preguntarse cuántas personas asisten a la iglesia los domingos y cuáles son sus creencias para comprenderlo». Si el Vaticano II está destinado a dejar una huella más profunda en la historia que el de Nicea, es porque la crisis religiosa de nuestro tiempo es más grave y profunda que la arriana.


Roberto De Mattei 

 

viernes, 12 de mayo de 2023

¿Surge la equivocada perspectiva de Francisco directamente del Vaticano II? (Robert Morrison)





Después de diez años de ataques destructivos a la fe, ha quedado claro para aquellos con ojos para ver que la visión de Francisco para la Iglesia es una pesadilla nada santa. Los católicos tradicionalistas lo sabían desde el principio, pero hoy muchas personas que respetaban a Juan Pablo II y a Pablo VI se preguntan qué deben hacer para considerar a Francisco como católico, por no hablar de como Papa. Sin embargo, sorprendentemente, Francisco sigue los pasos de sus predecesores cuando afirma que se adhiere al Vaticano II, ¿está equivocado en esto o su visión fallida proviene naturalmente del Vaticano II?

Como primer punto, si bien debemos considerar toda defensa legítima del Vaticano II, podemos descartar fácilmente dos de los argumentos más comunes (y sin sentido) en favor del Concilio. Primero, si bien es verdad que los documentos del Concilio incluyen elementos positivos, como el llamado universal a la santidad, de ninguna manera podemos considerar estos elementos como exclusivos del Vaticano II. Por ejemplo, si simplemente leemos las palabras de Nuestro Señor y de incontables santos, identificaremos de inmediato el llamado universal a la santidad. Por lo tanto, no deberíamos defender al Vaticano II solo porque tiene algunos elementos positivos, así como no podríamos defender a Francisco porque de vez en cuando dice algo católico.

También podemos descartar otro argumento frecuente en favor del Vaticano II que normalmente se presenta de la siguiente manera: “He leído [o incluso estudiado] los documentos y puedo asegurar que todos son consistentes con lo que la Iglesia siempre ha enseñado”. Dejando de lado el hecho de que quienes presentan esta defensa del Vaticano II suelen carecer de las calificaciones necesarias para hacerla creíble, tenemos la confirmación inequívoca por parte de los individuos que redactaron los documentos en cuestión de que (a) varios fragmentos clave fueron intencionalmente ambiguos y (b) ciertos documentos contradicen directamente la enseñanza previa de la Iglesia. Por eso, debemos tomar la palabra de quienes redactaron los documentos por encima de la de quienes simplemente leyeron fragmentos algunas décadas más tarde.

Descartadas las defensas clásicas del Vaticano II, analicemos las palabras de quien fue, casi con certeza, el más creíble defensor «conservador» del Vaticano II: Benedicto XVI. Su último discurso al clero de Roma, el 14 de febrero de 2013, es esencialmente una apología del «verdadero Concilio», a diferencia del «Concilio de los medios», que según él, había «creado tantas calamidades». Dado que fue una figura clave en el Concilio, asumió cargos de gran influencia en la Iglesia a lo largo de todo el periodo posconciliar y reconoció que algunos problemas genuinos derivaban del Concilio, podemos concluir que estaba entre los individuos más calificados para mostrarnos qué era lo verdaderamente valioso del Vaticano II.

Entonces, podemos tomar los aspectos positivos del Vaticano II identificados por Benedicto XVI en su último discurso al clero de Roma para evaluar hasta qué punto las palabras y acciones de Francisco armonizan con el «verdadero Concilio». El punto no es juzgar a Benedicto XVI ni tampoco denunciar al Vaticano II, sino demostrar que lo que más detestamos en las palabras y acciones de Francisco derivan naturalmente del «verdadero Concilio» tal como lo llamó Benedicto XVI.

Rechazando el pasado

Antes del Vaticano II, Juan XXIII estableció un Sínodo en Roma para preparar el Concilio. Como el profesor Romano Amerio describió en Iota Unum los documentos del Sínodo de Roma eran relativamente conservadores: "Los textos del Sínodo Romano promulgados el 25, 26 y 27 de enero de 1960 suponen un completo retorno a la esencia de la Iglesia".

Sin embargo, tal como recordó Benedicto XVI, los Obispos rechazaron estos documentos conservadores en favor de sus propias ideas: "Recuerdo que se consideraba al Sínodo Romano como un modelo negativo. Se decía - no sé si esto era cierto - que habían leído textos preparados en la Basílica de San Juan, y que los miembros del Sínodo habían aclamado, aprobado con aplausos, y que el Sínodo se había conducido de esa manera. Los obispos dijeron: no, no hagamos eso. Somos obispos, nosotros mismos somos el sujeto del Sínodo; no queremos simplemente aprobar lo que ya se ha hecho, sino que nosotros mismos queremos ser el sujeto, los protagonistas del Concilio".

Si Benedicto XVI y sus compañeros obispos determinaron que «no quieren simplemente aprobar lo que ya se ha hecho», parece que Francisco está actuando de manera coherente con el Concilio cuando también rompe con lo que la Iglesia siempre ha hecho. Criticamos a Francisco por denunciar a los católicos tradicionales por «retroceder», pero el Concilio ofreció el mismo reproche a toda la tradición católica.

Buscando continuamente

Benedicto XVI elogió al verdadero Concilio (al que también identificó como el «Concilio de los Padres») como uno de «búsqueda»: "El Concilio de los Padres se llevó a cabo dentro de la fe: era un Concilio de fe buscando intellectus, buscando entenderse a sí mismo y buscando entender las señales de Dios en ese tiempo, buscando responder al desafío de Dios en ese tiempo y encontrar en la palabra de Dios una palabra para hoy y mañana."

Aquí Benedicto XVI hace eco a Juan XXIII y Pablo VI, y destaca el hecho de que el Vaticano II no intentó condenar errores, sino abrir la Iglesia al mundo para que se volviera más relevante a medida que el mundo cambiaba. Este deseo de adaptarse al mundo parece animar casi todos los cambios promovidos por Francisco. El impío y ridículo Sínodo sobre la Sinodalidad es simplemente la manifestación más extrema de esta «búsqueda» en la era post-Conciliar.

Rehabilitando a teólogos sospechosos de herejía por el Papa Pío XII


Benedicto XVI recordó a algunas de las «grandes figuras» con las que trabajó en el Concilio: "Recuerdo reuniones con Cardenales, etc. Y esto continuó a lo largo del Concilio: pequeñas reuniones con compañeros de otros países. Así conocí a grandes figuras como el Padre de Lubac, Daniélou, Congar, etc."

Sin embargo, como describió el P. Dominque Bourmaud, Congar y de Lubac estaban bajo escrutinio teológico por Modernismo antes del Concilio: "Es imposible hablar de la génesis del Segundo Concilio Vaticano sin mencionar a las principales figuras de todo el movimiento. Mencionemos tres nombres que manifiestan claramente cómo personas de culturas y formaciones tan diferentes llegaron a conclusiones similares: Henri de Lubac, Yves Congar y Karl Rahner. Muchas cosas unen a estos tres hombres. Todos tenían una larga historia como profesores universitarios; todos estaban bajo escrutinio teológico por ideas modernistas bajo Pío XII; todos fueron de alguna manera disciplinados o exiliados de sus posiciones. Todos fueron luego milagrosamente reinstalados como periti del Concilio en la víspera del Concilio."

Aquellos que se oponen al Sínodo sobre la Sinodalidad de Francisco pueden recordar que Francisco elogió específicamente a Congar como una inspiración para cambiar la Iglesia a través del Sínodo: "El Padre Congar, de bendita memoria, dijo una vez: 'No hay necesidad de crear otra Iglesia, sino de crear una Iglesia diferente.'"

A lo largo de su historia, la Iglesia ha enfatizado sus creencias teológicas a través de un proceso de elevar a quienes las defienden, y silenciar y alejar a quienes se oponen a ellas. El Concilio abandonó a Santo Tomás de Aquino a favor de hombres que habían sido silenciados por Pío XII. En esta luz, está claro que Francisco ha sido fiel al Vaticano II.

Reemplazando la Misa


Muchos católicos tradicionales encontraron la Misa Latina Tradicional gracias a Benedicto XVI, por lo cual deberíamos estar agradecidos. Pero las palabras de Benedicto XVI sobre la necesidad de participación activa dejan claro que él veía el Novus Ordo como más adecuado para la nueva dirección de la Iglesia: "Hubo un redescubrimiento de la belleza, la profundidad, las riquezas históricas, humanas y espirituales del Misal y quedó claro que no debería ser simplemente un representante del pueblo, un joven monaguillo, diciendo 'Et cum spiritu tuo', y así sucesivamente, sino que realmente debería haber un diálogo entre el sacerdote y el pueblo: verdaderamente la liturgia del altar y la liturgia del pueblo deberían formar una sola liturgia, una participación activa, de tal manera que las riquezas lleguen al pueblo. Y de esta manera, la liturgia fue redescubierta y renovada."

Aunque aparentemente estaba molesto por la Traditionis Custodes de Francisco, Benedicto XVI claramente creía que el Concilio hizo bien en alejarse del «Et cum spiritu tuo» de los monaguillos en favor de respuestas comunitarias y saludos de mano para toda la congregación. La sorpresa no es tanto que Francisco haya tomado medidas adicionales para abandonar la Misa Latina Tradicional, sino que Benedicto XVI le concedió tanta libertad como lo hizo.

En este punto, vale la pena repetir que el Capítulo General de 2006 de la Sociedad de San Pío X reafirmó dos condiciones para futuras discusiones con Roma: el levantamiento de las excomuniones de 1988, y la libertad de la Misa Latina Tradicional. Benedicto XVI promulgó Summorum Pontificum al año siguiente, y levantó las excomuniones dos años después. ¿Habría tenido alguna razón para dar ninguno de estos pasos si no fuera por un intento de «reconciliar» a la SSPX?

También podemos considerar la predicción de la Dra. Marian Horvat en un artículo de 2005: "¿Quién sabe qué ofertas de 'reconciliación' hará Benedicto XVI a los católicos tradicionalistas para silenciar su creciente oposición al Concilio? Creo que permitiría una práctica más amplia de la Misa Tridentina indultada, quizás incluso concedería una prelatura apostólica más amplia para decir la Misa Tridentina de lo que se permitía en Campos. Esto solo se concedería si los católicos tradicionales comprometieran y aceptaran el Vaticano II y todas sus consecuencias."

En esta luz, parece que Francisco está adoptando en gran medida el mismo enfoque de «zanahoria y palo» con la Misa Latina Tradicional, todo por el bien de silenciar la oposición al Vaticano II

Abandonando la concepción tradicional (verdadera) de la Iglesia

Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia enseñaba que el Cuerpo Místico de Cristo es la Iglesia Católica. Sin embargo, como explicó Benedicto XVI, el Concilio necesitaba abandonar este concepto porque era demasiado exclusivo: "Surgió cierta cantidad de crítica después de la década de 1940, en la década de 1950, en relación con el concepto del Cuerpo de Cristo: se pensaba que la palabra 'místico' era demasiado espiritual, demasiado exclusiva; entonces comenzó a entrar en juego el concepto 'Pueblo de Dios'. El Concilio aceptó correctamente este elemento, que en los Padres se considera una expresión de la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento... Los demás, nosotros los paganos, no somos per se el Pueblo de Dios: nos convertimos en hijos de Abraham y por lo tanto en el Pueblo de Dios al entrar en comunión con Cristo, la única semilla de Abraham... En una palabra: el concepto del 'Pueblo de Dios' implica la continuidad de los Testamentos, la continuidad en la historia de Dios con el mundo, con la humanidad, pero también implica el elemento cristológico".

Por supuesto, rechazamos las insinuaciones impías de Francisco a las religiones no católicas (que son simplemente variaciones de la Reunión de Oración de Juan Pablo II en Asís) pero una vez que ya no vemos a la Iglesia como el exclusivo Cuerpo Místico de Cristo, ya hemos superado la barrera principal para ver al catolicismo simplemente como una buena religión entre muchas. Y una vez que vemos al catolicismo simplemente como una buena religión entre muchas, debemos rechazar a aquellos que se adhieren escrupulosamente a la creencia de que, en ausencia de circunstancias extraordinarias, no hay salvación fuera de la Iglesia Católica. Esto es lo que vemos hoy, ya que Francisco abraza todas las religiones excepto la Fe tal como existía antes del Concilio Vaticano II.

Centrándose en las contribuciones de la Iglesia al Orden Global

Benedicto XVI señaló que el Concilio se centró en cómo la Iglesia debería contribuir a la «construcción de este mundo»: "Apareció con gran urgencia el problema del mundo de hoy, la época moderna, y la Iglesia; y con ello, los problemas de la responsabilidad por la construcción de este mundo, de la sociedad, la responsabilidad por el futuro de este mundo y la esperanza escatológica, la responsabilidad ética de los cristianos y dónde buscamos orientación; y luego la libertad religiosa, el progreso y las relaciones con otras religiones".

Claramente, el objetivo principal ya no podía ser «enseñar a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que Jesús ha mandado» (Mateo 28:19-20). Una vez que la orientación cambia a construir el mundo en lugar de construir el Cuerpo Místico de Cristo, todo debe cambiar, aunque sea gradualmente. ¿Acaso hay algo que detestemos de los diez años destructivos de Francisco en Roma que no encaje con esta nueva orientación introducida por el Concilio?

Confiando en el Concilio a pesar de los frutos podridos

Benedicto XVI reconoció tantos graves problemas que surgieron del «Concilio de los medios» (el «Concilio virtual»): "[El Concilio de los medios] creó tantos desastres, tantos problemas, tanto sufrimiento: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banal..." Nuestro Señor nos dijo que juzgáramos por los frutos, por lo que Benedicto XVI sabía que debía argumentar que los horrendos frutos provenían todos de un «Concilio virtual», por el contrario, el «verdadero Concilio» finalmente había echado raíces y estaba produciendo frutos gloriosos: "el verdadero Concilio tuvo dificultades para establecerse y tomar forma; el Concilio virtual era más fuerte que el verdadero Concilio. Pero la verdadera fuerza del Concilio estaba presente y, poco a poco, se estableció cada vez más y se convirtió en la verdadera fuerza que es también la verdadera reforma, la verdadera renovación de la Iglesia. Me parece que, 50 años después del Concilio, vemos que este Concilio virtual se ha roto, se ha perdido, y ahora aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Y es nuestra tarea, especialmente en este Año de la Fe, basándonos en este Año de la Fe, trabajar para que el verdadero Concilio, con su poder del Espíritu Santo, se realice y la Iglesia se renueve verdaderamente".

Lo más positivo del papado de Benedicto XVI fue su liberación de la Misa Tradicional en Latín, que obviamente no fue un fruto del Concilio. Es asombroso que, mientras se veía obligado a huir de los lobos, siguiera alabando «el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual«. Esta es la misma disonancia cognitiva que vemos en Francisco y todos los demás que promocionan los frutos del Concilio. A aquellos de nosotros que nos sentimos nauseados por estos frutos se nos dice que obedezcamos y dejemos de imaginar que los papas pre-Vaticano II tenían razón cuando nos dijeron que esto era exactamente lo que sucedería si los católicos aceptaban los errores que Rahner, Congar, de Lubac y otros convencieron a los Padres del Concilio para aceptar.

Sin duda, las palabras y hechos de Francisco son generalmente mucho más ofensivos que los de sus predecesores. Pero Dios permite este mal por una razón y las conclusiones que sacamos sobre la destructiva ocupación del papado por parte de Francisco son casi seguramente un factor importante en nuestra capacidad, colectiva y como católicos individuales, para beneficiarnos de esta crisis. No hay virtud santa en alzar los brazos y decir que no podemos discernir la voluntad de Dios

Muchos católicos sinceros parecen creer que el problema comenzó con la abdicación de Benedicto XVI y que estamos a un cónclave de distancia para resolver esta crisis. Sin embargo, observadores objetivos pueden encontrar en las consideraciones antes mencionadas que, entre muchos otros, las creencias perversas de Francisco provienen verdaderamente de una interpretación precisa del Concilio. Quienes denuncian a Francisco mientras defienden el Vaticano II están equivocados o, peor aún, intentan cínicamente apuntalar el Concilio cuando hay razones fuertes para rechazarlo por completo.

A esta altura de la crisis, no deberíamos tener ni un poco de paciencia para quienes insisten que no es católico cuestionar el Concilio. Es obvio que Francisco es un fruto natural del Vaticano II; si usted tiene un problema con los ataques de Francisco a la fe, tiene un problema con el Concilio. ¡Inmaculado Corazón de María, ruega por nosotros!

Robert Morrison

Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original

viernes, 9 de diciembre de 2022

No podemos volver al ritual que el Concilio reformó (según el Papa Francisco)



44:16 MINUTOS



El Papa Francisco redobla las restricciones de la misa en latín en una nueva carta
“No veo cómo es posible decir que se reconoce la validez del Concilio [Vaticano II] – aunque me asombra que un católico pueda presumir de hacerlo – y al mismo tiempo no aceptar la reforma litúrgica nacida de Sacrosanctum Concilium', escribió el Papa Francisco.
Hoy nos acompaña el Sr José Antonio Ureta para hablar del tema

--------

Añado a continuación algunos puntos de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, tomados de la página web del Vaticano.

PROEMIO

1. Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.

Formación de profesores de Liturgia

15. Los profesores que se elijan para enseñar la asignatura de sagrada Liturgia en los seminarios, casas de estudios de los religiosos y facultades teológicas, deben formarse a conciencia para su misión en institutos destinados especialmente a ello.

Sólo la Jerarquía puede introducir cambios en la Liturgia

22. §1. La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo.

§ 2. En virtud del poder concedido por el derecho la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos.

§3. Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.

Conservar la tradición y apertura al legítimo progreso

23. Para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de las partes que se han de revisar. Téngase en cuenta, además, no sólo las leyes generales de la estructura y mentalidad litúrgicas, sino también la experiencia adquirida con la reforma litúrgica y con los indultos concedidos en diversos lugares. Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes. En cuanto sea posible evítense las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos.

Lengua litúrgica

36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, enlas lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
§ 3. Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica.
§ 4. La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.

Lengua vernácula y latín

54. En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.

Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.

Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo prescrito en el artículo 40 de esta Constitución.

Comunión bajo ambas especies

55. Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo del Señor. Manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento, la comunión bajo ambas especies puede concederse en los casos que la Sede Apostólica determine, tanto a los clérigos y religiosos como a los laicos, a juicio de los Obispos, como, por ejemplo, a los ordenados, en la Misa de su sagrada ordenación; a los profesos, en la Misa de su profesión religiosa; a los neófitos, en la Misa que sigue al bautismo.

Unción de enfermos

73. La «extremaunción», que también, y mejor, puede llamarse «unción de enfermos», no es sólo el Sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez.

Uso del latín o de la lengua vernácula

101. §1. De acuerdo con la tradición secular del rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar para los clérigos la lengua latina. Sin embargo, para aquellos clérigos a quienes el uso del latín significa un grave obstáculo en el rezo digno del Oficio, el ordinario puede conceder en cada caso particular el uso de una traducción vernácula según la norma del artículo 36.

 § 2. El superior competente puede conceder a las monjas y también a los miembros, varones no clérigos o mujeres, de los Institutos de estado de perfección, el uso de la lengua vernácula en el Oficio divino, aun para la recitación coral, con tal que la versión esté aprobada.

 § 3. Cualquier clérigo que, obligado al Oficio divino, lo celebra en lengua vernácula con un grupo de fieles o con aquellos a quienes se refiere el § 2, satisface su obligación siempre que la traducción esté aprobada.

Canto gregoriano y canto polifónico

116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas.

Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30

Roma, en San Pedro, 4 de diciembre de 1963.

Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica 

sábado, 29 de octubre de 2022

Viganò: La Iglesia conciliar se aparta de la Iglesia de Cristo



De cómo la Iglesia conciliar, con su autorreferencialidad, se aparta de la tradición de la Iglesia de Cristo

Con la prosopopeya que caracteriza la propaganda ideológica, el reciente panegírico bergogliano (ver aquí) con motivo del sexagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II no ha dejado de confirmar, más allá de huecas retóricas, la total autorreferencialidad de la iglesia conciliar. Es decir, de esa organización subversiva que nació de modo casi imperceptible del Concilio y que en los últimos sesenta años ha eclipsado casi por completo la Iglesia de Cristo ocupando sus puestos más altos y usurpando su autoridad.

La iglesia conciliar se considera heredera del Concilio y prescinde de los veinte concilios ecuménicos que lo precedieron a lo largo de los siglos: ése es el factor principal de su autorreferencialidad. Hace caso omiso de ellos en cuanto a la fe y propone una doctrina contraria a la que enseñó Nuestro Señor, predicaron los Apóstoles y transmitió la Santa Iglesia. Prescinde de ellos en cuanto a la moral, derogando sus principios en nombre de la moral situacionista. Y prescinde de ellos, por último, en cuanto a la liturgia, que por ser expresión de la lex credendi se ha querido adaptar al nuevo magisterio, y al mismo tiempo se ha prestado a ser poderosísimo instrumento de adoctrinamiento de los fieles. La fe del pueblo ha sido corrompida científicamente mediante la adulteración de la Santa Misa efectuada por el Novus Ordo, gracias a la cual los errores contenidos in nuce en los textos conciliares se han encarnado en la liturgia y se han propagado como una enfermedad contagiosa.

Pero si por un lado a la iglesia conciliar le gusta recalcar que no tiene nada que ver con la iglesia de antes, y menos aún con la Misa de antes, y declara tanto a la una como la otra anticuadas e inaceptables por ser incompatibles con el fantasmal espíritu del Concilio, por otro confiesa impunemente que ha perdido el vínculo de continuidad con la Tradición, que es condición indispensable -por voluntad del propio Cristo- para el ejercicio de la autoridad y el poder por parte de la Jerarquía, cuyos miembros, desde el Romano Pontífice hasta el más desconocido obispo in partibus son sucesores de los Apóstoles y deben pensar, hablar y actuar como tales.

Esta ruptura radical con el pasado, evocado en términos sombríos en el discurso original de quien habla de involucionismo y fulmina anatemas contra los encajes de la abuela, no se limita claramente a las formas externas, por mucho que sean precisamente la forma de una sustancia bien precisa, no casualmente manipulada, sino que se extiende a los cimientos mismos de la Fe y la Ley Natural, para culminar en una auténtica subversión de la institución eclesiástica, al contravenir la voluntad de su divino Fundador.

A la pregunta de ¿me amas?, la iglesia bergogliana -pero primero fue la iglesia conciliar, con menos descaro, aunque siempre jugando con mil distinciones- se interroga sobre sí misma, porque «el estilo de Jesús no es tanto el de dar respuestas como el de hacer preguntas». Si nos tomamos estas inquietantes palabras en serio, habría que preguntarse en qué consisten la Divina Revelación, el ministerio terrenal de Nuestro Señor, el mensaje del Evangelio, la predicación de los Apóstoles y el Magisterio de la Iglesia sino en responder a los interrogantes del hombre pecador, que es quien se hace las preguntas y tiene sed de la Palabra de Dios y necesidad de conocer la Verdad eterna y saber cómo conformarse a la Voluntad del Señor para alcanzar la bienaventuranza celestial.

El Señor no hace preguntas, sino que enseña, amonesta, ordena, manda. Porque Él es Dios, Rey y Sumo y Eterno Sacerdote. No nos pregunta quién el Camino, la Verdad y la Vida. Nos indica que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida, la Puerta por la que entran las ovejas al redil, la Piedra Angular. Y pone además de relieve su obediencia al Padre en la economía de la Redención y nos muestra su santa sumisión como ejemplo a imitar.

La mentalidad de Bergoglio invierte y subvierte las relaciones: el Señor le hace a San Pedro una pregunta con la que éste al responder se da perfecta cuenta de lo que significa en la práctica amar a Nuestro Señor. La respuesta no es opcional, no puede ser negativa ni evasiva como las de la iglesia conciliar, que por no desagradar al mundo ni parecer anticuada concede más importancia a la seducción de ideologías caducas y engañosas, y se niega a transmitir íntegramente lo que su Jefe le mandó enseñar fielmente. «¿Me amas?», pregunta el Señor a los cardenales inclusivos , a los obispos sinodales, a los prelados ecuménicos. Y estos responden como los invitados a las bodas: «He comprado un campo, y es preciso que vaya a verlo; te ruego me des por excusado» (Lc 14, 18). Hay compromisos mucho más urgentes y satisfactorios para obtener prestigio y aprobación social. No hay tiempo para seguir a Cristo ni menos aún para apacentar a sus ovejas, y menos aún a las empecinadas en el involucionismo, sea lo que sea que signifique esa palabra.

Por eso, ya no hay más concilios que el Vaticano II. El cual, por el mero hecho de ser el único al que se refieren, se muestra al mismo tiempo extraño, por no decir totalmente contrario en forma y contenido, a lo que es todo concilio ecuménico: la voz única del único Maestro, del único Pastor. Si la voz del concilio de ellos no es compatible con la del Magisterio anterior; si el culto público no se puede expresar en la forma tradicional porque lo consideran contrario a la nueva eclesiología de la nueva iglesia, es innegable la ruptura, que hay un antes y después. Y ciertamente están orgullosos de ello, y se presentan como innovadores de algo que non est innovandum. Y para que no se sepa que hay otra opción creíble y segura, hay que denigrar, ridiculizar, banalizar y acabar por eliminar, siendo los primeros en aplicar el borrado de identidad cultural en curso. Se entiende, pues, la aversión a la liturgia de siempre, a la sana doctrina y al heroísmo de la santidad testimoniada por obras y no proclamada por fatuas declaraciones desprovista de alma.

Bergoglio habla de una «iglesia que escucha», pero precisamente porque «por primera vez en la historia dedicó un concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión», demuestra que quiere actuar por su cuenta, que puede renunciar al legado de la Tradición y renegar de su propia identidad, ni más ni menos que «por primera vez en la historia». Esta autorreferencialidad parte de la premisa de que hay algo mejor que implementar en lugar de otra cosa peor que es preciso corregir, que no tiene que ver con la debilidad e infidelidad de sus miembros individuales, sino de «su propia naturaleza y su propia misión», que Nuestro Señor dejó establecida de una vez para siempre, y no es competencia de sus ministros ponerla en tela de juicio. Y sin embargo Bergoglio afirma: «Volvamos al Concilio para salir de nosotros mismos y superar la tentación de la autorreferencialidad, que es un modo de ser mundano», cuando precisamente volver al Concilio es la prueba más descarada de autorreferencialidad y ruptura con el pasado.

De ese modo, los siglos de mayor expansión de la Iglesia, en los que se enfrentó a los herejes y definió con más claridad la doctrina que estos impugnaban, son considerados un embarazoso paréntesis de clericalismo que es necesario olvidar, porque todos esos errores los encontramos en las desviaciones del Concilio. El pasado remoto, el de la presunta antigüedad cristiana, de los siglos primitivos, de los ágapes fraternos, son sustancialmente para la narrativa conciliar una falsedad histórica que oculta deliberadamente el testimonio varonil de los primeros cristianos y sus pastores, perseguidos y martirizados por su fe, por negarse a quemar incienso ante la estatua del César y por su conducta moral, que contrastaba con las corrompidas costumbres de los paganos. Aquella coherencia, incluso por parte de mujeres y niños, debería avergonzar a los que profanan la Casa de Dios rindiendo culto a la Pachamama para participar en los delirios amazónicos del Pacto Verde, escandalizando a los sencillos y ofendiendo a la Majestad Divina con actos idolátricos. ¿No es cierto que esta autorreferencialidad ha llegado a infringir el Primer Mandamiento en pro de sus desvaríos ecuménicos?

No nos dejemos seducir por esas palabras engañosas, que no las han puesto ahí por casualidad. La Iglesia de Cristo no ha sido jamás autorreferencial sino cristocéntrica, porque es ni más ni menos que el Cuerpo Místico del que Cristo es cabeza, y que sin cabeza no puede vivir. Al contrario, es inevitablemente autorreferencial su versión miserablemente mundana y desprovista de horizontes sobrenaturales que se califica de iglesia conciliar y ejerce autoridad apoyada en el engaño de presentarse como promotora de una vuelta a la pureza original al cabo de siglos, siglos en los que la Iglesia habría estado encerrada «en los recintos de nuestras comodidades y convicciones», mientras pretende adulterar las enseñanzas que Cristo mandó transmitir con fidelidad.

¿Qué supuesta comodidad habría caracterizado la bimilenaria historia de la Esposa del Cordero, si tenemos en cuenta las ininterrumpidas persecuciones de que ha sido objeto, la sangre derramada por los mártires, las batallas provocadas por herejes y cismáticos y el empeño de los ministros de Dios en difundir el Evangelio y la moral cristiana? En cambio, ¿qué problemas va a tener una iglesia que se interroga a sí misma y no tiene convicciones, que se arrodilla ante las exigencias del mundo, se ajusta a la ideología verde y el transhumanismo, bendice el matrimonio entre homosexuales, se dice dispuesta a acoger a los pecadores sin la menor intención de convertirlos, se pone de acuerdo con los poderosos de este mundo en la propaganda de la vacunación y espera sobrevivir por sí misma?

Hay algo terriblemente egocéntrico, típico del orgullo luciferino, en pretender ser mejor que los antecesores y reprocharles un autoritarismo del que es culpable el propio acusador, con intenciones contrarias a la salvación de las almas.

Otro síntoma de autorreferencialidad es querer imponer a la Iglesia una estructura democrática que trastoca el carácter esencialmente monárquico (yo diría incluso imperial) deseado por Cristo. Ciertamente existe una Iglesia docente constituida por los pastores bajo la guía del Romano Pontífice, y una Iglesia discente constituida por el pueblo de Dios, por los fieles. La eliminación de la estructura jerárquica, que Bergoglio califica de «el feo pecado del clericalismo que mata a las ovejas, no las guía, no las hace crecer», apunta a otro engaño mucho más grave, e incluso una auténtica alteración en el cuerpo de la Iglesia: fingir que se puede compartir la potestad de quien tiene el deber de transmitir el verdadero Magisterio con quienes no están ordenados y por tanto no les asiste la gracia de estado. Al contrario, éstos últimos tienen derecho a ser conducidos a pastos seguros. La palabra magister lleva implícita la superioridad ontológica –magis- del enseñante sobre el discípulo que aprende lo que aún no sabe. Y desde luego el pastor no puede decidir junto con las ovejas adónde llevarlas, porque el rebaño no sabe adónde ir y está expuesto a los ataques de los lobos. Hacer creer que interrogarse por «la propia naturaleza y la propia misión» sea una vuelta a los orígenes es una mentira colosal: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis esto que os mando» (Jn. 15, 14), dijo Cristo. Así deben dirigir sus ministros, que por serlo, en tanto se mantengan sujetos a él, ejercen vicariamente la autoridad de la Cabeza del Cuerpo Místico. Ministro (de minus, que indica inferioridad jerárquica) en el sentido etimológico de servidores, sujetos a la autoridad de su Maestro; por eso la Jerarquía católica es maestra (magistra) al enseñar lo que como ministra ha recibido de Cristo y custodia celosamente.

El carácter democrático y antijerárquico de la iglesia conciliar queda confirmado ante todo en la liturgia, en la que la labor ministerial del celebrante es poco menos que negada en beneficio del pueblo sacerdotal teorizado por Lumen Gentium y expresado en la herética formulación del artículo 7 de la Institutio generalis del misal montiniano de 1969: «En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”» (Mt. 18, 20).¿Qué es eso sino autorreferencialidad, hasta el punto de modificar la propia definición de la Misa según el espíritu del Concilio y contradiciendo los cánones dogmáticos de Trento y de todo el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II?

La Iglesia no es ni puede ser democrática ni sinodal, como les gusta llamarla eufemísticamente hoy. El pueblo santo de Dios no existe para apacentarse los unos a los otros, a todos los demás, sino para que exista una Jerarquía que les garantice medios sobrenaturales para alcanzar la vida eterna, y para que todos los demás –muchos, no todos– sean conducidos al único redil guiados por el único Pastor de la Providencia divina. «tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traer» (Jn. 10, 16).

La enérgica denuncia del cardenal Müller sobre el peligro que supone la herética impostación de la sinodalidad -cuyos funestos frutos ya están a la vista- está justificada en este sentido y da fe del grave malestar de numerosos pastores indecisos entre observar fidelidad a la ortodoxia católica y la evidencia de la traición por parte de sus indignísimos custodios actuales. Aunque no se opusieran a la iglesia conciliar y al «concilio» (así, entre comillas) mientras no era evidente el alcance de la devastación en la vida de los fieles, todo el cuerpo eclesial y el mundo, hoy, que salta a la vista el fracaso total del Concilio y el lamentable error que supuso abandonar la Sagrada Tradición, también los fieles prudentes y moderados se están viendo obligados a reconocer la estrechísima relación entre los objetivos que se fijaron, los medios que se adoptaron y el fruto obtenido. Es más, precisamente si tenemos en cuenta cuál era el objetivo a alcanzar, deberemos preguntarnos si lo que con tanto entusiasmo se anunciaba como primavera conciliar no fue otra cosa que un pretexto que ocultaba un plan inconfesable contra la Iglesia de Cristo. Los fieles no sólo no participan de los Santos Misterios entendiéndolos mejor, como se les había prometido, sino que han llegado a considerarlos superfluos, y la Misa ha caído en consecuencia a unos niveles ínfimos. Tampoco se puede decir que los jóvenes encuentren nada de entusiasmante o heroico en abrazar el sacerdocio o la vida religiosa, dado que tanto el uno como la otra han sido trivializados y privados de su especificidad y del sentido de entrega y sacrificio que imita el ejemplo de Nuestro Señor y debe llevar en sí toda acción verdaderamente católica. La vida civil se ha barbarizado a un extremo inusitado, y junto con ella la moral pública, la santidad del matrimonio y el respeto a la propia vida y el orden de la creación. Esos propagandistas del Concilio responden con los desafíos de la bioingeniería y el transhumanismo, soñando con seres producidos en serie y conectados a la red mundial, como si manosear la naturaleza humana no fuera una aberración satánica que no merece ni ser teorizada. Les oímos pontificar que «excluir a los inmigrantes es repugnante, pecaminoso y criminal» (aquí) mientras las ONG, Cáritas y diversas entidades benéficas hacen negocio con el tráfico de inmigrantes clandestinos a costa del Estado y se niegan a acoger a los propios italianos, abandonados por las instituciones y víctima de las crisis producidas por el Sistema. Exhortan al desarme a naciones e inducen a los ciudadanos a avergonzarse de su identidad nacional mientras teorizan la licitud del envío de armas a Ucrania, a un gobierno títere del Nuevo Orden Mundial financiado por organizaciones mundialistas y por las principales organizaciones de la élite.

Otro gravísimo error teológico que adultera la verdadera naturaleza de la Iglesia está en los cimientos esencialmente laicistas de la eclesiología conciliar, no sólo en lo que se refiere a la institución y su misión en el mundo, sino también en que ha destruido el vínculo de complementariedad jerárquica entre la autoridad espiritual de la Iglesia y la civil del Estado, cuando las dos tienen su origen en la Señoría de Cristo. Ese tema en apariencia tan complejo en el tratamiento casi esotérico que hacen de él los sectarios del Concilio, ha sido objeto de una reciente intervención de Joseph Ratzinger (aquí) de la que tengo pensado hablar en otro artículo.

«Tú que nos amas –dice Bergoglio en la homilía Memoria de San Juan XXIII-, líbranos de la presunción de la autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Líbranos de la autoexclusión de la unidad. Tú, que nos apacientas con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú, que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las polarizaciones, de los “ismos”». Estas palabras denotan una desfachatez inaudita, parecen una burla. Pues bien, ha llegado el momento de que el clero y los fieles de la iglesia conciliar se pregunten si ésta no será la primera en presumir de autosuficiente, de contribuir a la crítica mundana burlándose de los buenos católicos y tildándolos de rígidos e intolerantes, apartándose deliberadamente de la unidad de la Tradición y pecando orgullosamente de autorreferencialidad.

†Carlo Maria Viganò, arzobispo

22 de octubre de 2022

S. Evaristi Papæ et Martyris

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)