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jueves, 12 de noviembre de 2020

El fenómeno Viganó



“Una élite global quiere someter a toda la humanidad, imponiendo medidas coercitivas con las que limitar drásticamente las libertades individuales de poblaciones enteras” (Carlo Maria Viganó)
Tiempos procelosos para la Iglesia Santa y Católica, que lleva ya más de medio siglo envuelta en graves escándalos. Unos escándalos que jamás hubiesen llegado a los abismos de indignidad (y de criminalidad) que han alcanzado, si hubiese habido, además del enorme número de pecadores y encubridores, un puñado, tan sólo un pequeño pelotón de denunciadores de esa terrible depravación y decadencia que, por acción en algunos casos y por omisión en los más, fue ascendiendo en el escalafón eclesial de forma creciente, más y más gravemente hasta alcanzar a la cabeza. La gangrena fue avanzando cada vez más arriba, hasta llegar a lo más alto… 

El arzobispo Carlo María Viganò, ex-nuncio del papa en EEUU, se ha armado de valor para denunciar las que él considera prevaricaciones del máximo nivel en la Iglesia (que, según explica con toda claridad y contundencia, es ejercido en la sombra por los mafiosos de St. Gallen). Hoy, accidentalmente, le toca al arzobispo luchar contra la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de América, que se ha arrojado con entusiasmo en brazos del católico Joe Biden, abortista convicto y confeso, y entusiasta partidario de la eutanasia, además del adoctrinamiento Lesbian Gay Trans Bisexual de los niños en la escuela. Denuncia Viganò que esos parecen ser sus mayores y más evidentes “distintivos de catolicidad” (¡y no los únicos, ni mucho menos!). Tal vez sea la afición de Biden por manosear a las jovencitas en público - ¡imagínense en privado! - lo que debe hacer a este anciano tan “católico” para unos, y tan simpáticamente progre para tantos… Con estas prendas pues, tiene encandilados el deseado nuevo presidente, a muchísimos obispos estadounidenses. Es de los nuestros, dicen con orgullo los más audaces. ¡Es uno de nosotros! 

Obviamente, y no por casualidad, el órgano de poder y representación de los obispos estadounidenses está en íntima comunión con la cúspide eclesial, que se alegra por la elección del “católico” Biden. Sin que le importe en absoluto que su conducta esté tan alejada de la doctrina de la Iglesia respecto a cuestiones tan esenciales como el aborto, la eutanasia y la corrupción de menores. Para estos mitrados de nuevo cuño, se trata de asuntos de menor importancia. Así vienen viviendo y tratando estas cuestiones desde hace medio siglo… Con honrosísimas excepciones, claro está.

Lo que nos sobrecoge de los planteamientos del arzobispo Viganó es que pone en el mismo cedazo el manejo del covid-19 y las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Sobrecoge porque nos muestra con claridad meridiana la filosofía del Nuevo Orden que, en efecto, es milimétricamente la misma en la gestión del Covid que en la “gestión” de las elecciones americanas por parte de los que vienen a imponer este nuevo orden (Órdine Nuovo se le llamó a algo muy parecido en Italia), este novísimo concepto del “bien” en todo el mundo. Y como apunta Viganó, esto comenzó también en la Iglesia: siendo nada menos que el infame y nefando cardenal McCarrick uno de los principales promotores y manipuladores, eligiendo nuevos obispos a la medida de los más disparatados deseos de sus padrinos. McCarrick se ha ido ciertamente (y no con nota de ignominia), pero quedan sus sucesores… tan intocables como él. Es que aportó cuantiosos fondos a las arcas vaticanas, al tiempo que engrasaba copiosamente a algunos de los engranajes del poder y corrompía a otros con las flaquezas de la carne.

Esta es evidentemente la versión conspiranoica, así llamada porque a quienes la adoptan se les acusa de paranoicos y se les trata como locos. Una versión que, tal como avanza el tiempo y se va haciendo la luz, se manifiesta más y más realista. Véase el inaudito caso de los abusos de pederastia por parte del clero católico, afectando de manera importante a altísimos prelados. La realidad fue más demoledora que las más audaces versiones conspiranoicas. Y la respuesta general de la autoridad eclesiástica, tuvo todos los caracteres de la más nefasta no ya connivencia, sino colaboración con el mal. Bien que lo vio y lo sufrió el arzobispo Viganò en su insistente y documentadísima denuncia al papa de la conducta depredadora del cardenal McCarrick. Lo que denunciaba Viganò era totalmente increíble: un cardenal viviendo en el Seminario para utilizarlo como su harén de efebos y como estratégica oficina de promoción a los altos cargos eclesiásticos. Quien denunciaba algo así, tenía que estar loco de remate, claro. Y luego resultó que la realidad era aún más espeluznante.

Es evidente que a la Iglesia le hubiesen ido mucho mejor las cosas si los mecanismos de crítica a la actuación de los obispos y de denuncia contra los escándalos no los hubiesen laminado sin contemplaciones, para así poder ejercer un poder absoluto y paralizante sobre sus subordinados: Ahí está la audaz demolición del Derecho Canónico para poder ejercer una autoridad omnímoda y sin cortapisas. 

El precio que está pagando y seguirá pagando la Iglesia por no soportar la gobernanza eclesial ni el menor atisbo de crítica, es infinitamente más demoledor que el estado de crítica y debate que precede a cualquier cisma (recuérdese el de Aviñón…) Sin la menor duda, lo que hoy soporta la Iglesia parece bastante peor que un cisma.

Claro que a la Iglesia le corresponde como a nadie el “pensamiento único”. Y para eso están los dogmas y el magisterio: para zanjar cuestiones y sacarlas definitivamente del ámbito del debate. Pero no nos ha venido la caída por el dogma, sino por la moral. Y tan escandalosa ha sido la desviación de la moral -en manos de los profes más progres en los Seminarios-, tan profunda, que se ha querido elevar el vicio a la categoría de virtud, echando la doctrina por la borda y alterando para ello toda la estructura eclesial: de manera que el vicio convertido en virtud tuviera un cómodo y confortable asiento, primero en las Facultades teológicas, y luego en toda la Iglesia. Así lo explicó Benedicto XVI. 

En una situación tan absolutamente grave, aparece el fenómeno Viganò, denunciando el más grave y sistémico caso de corrupción: el del cardenal McCarrick. Y tiene el valor de denunciarlo cuando el gran corruptor todavía estaba en la cúspide del poder, en calidad de primer consejero del papa. Entrega un dosier completísimo al mismo Santo Padre y, ante el prolongado silencio de éste, anuncia públicamente que ha entregado ese dossier y que el papa conoce muy bien la catadura moral de su consejero preferido. Pero Francisco, por alguna razón, se resiste a reconocerlo hasta que no le queda más remedio: puesto que del abuso de seminaristas (al no ser menores ¡tampoco es considerado delito por la Iglesia!) pasa a tener que responder de graves casos de pederastia. Y entretanto Jordi Bertomeu, el flamante monseñor, recorriendo medio mundo para limpiar unas alfombras pedofílicas que la Casa de Santiago, en la mismísima Barcelona, conserva todavía hoy mugrientas y enlodadas…

Y resulta que el gran proscrito no es McCarrick, sino Viganó, como corresponde a una potestad tan autoritaria como la del alto estamento eclesiástico. El atrevimiento de haber acusado a un alto príncipe de la Iglesia, no puede quedar impune. El saltarse el conducto reglamentario -que todo lo tapa y disimula cuando el acusado es poderoso- aunque sea en aras de la verdad y el bien, no puede salir gratis a nadie. Viganò sabe que es diplomáticamente aborrecido por las más altas autoridades. Por eso se ha quitado de en medio. En paradero desconocido continúa…

Pero no por eso ha dejado de ejercer la crítica y la denuncia. Es sumamente llamativo su activismo y su posicionamiento ante las elecciones USA. Ha escrito dos cartas abiertas al presidente Trump (la primera, el 7 de junio y la segunda el 25 de octubre ; y un comunicado final el 4 de noviembre (día de su onomástica: san Carlos Borromeo) publicada el día 8. En estos escritos expone valientemente su visión bíblica de los acontecimientos que mueven hoy el mundo (Deep State, Deep Church), pasando por la crisis del covid, tan sagazmente manejada contra la Iglesia, contra la libertad religiosa de los ciudadanos y en aceleración de un proceso totalitario: Hay Pastores fieles que cuidan el rebaño de Cristo -afirmaba el arzobispo-, pero también hay mercenarios infieles que buscan esparcir el rebaño y entregar las ovejas para que sean devoradas por lobos hambrientos. No es sorprendente que esos mercenarios sean aliados de los hijos de la oscuridad y odien a los hijos de la luz: así como hay un Estado Profundo, también hay una iglesia profunda que traiciona sus deberes y renuncia a sus compromisos ante Dios. 

En medio de la confusión, de inconfesables compromisos y pactos secretos, cuando el vender la primogenitura por un plato de lentejas les resulta tan rentable a algunos; cuando la tradición y la doctrina multisecular de la Iglesia y hasta con la revelación del propio Jesucristo se mercadea hasta límites inimaginables, las palabras del apóstol Pablo a los Gálatas resuenan con particular intensidad: Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito!" 

La única Iglesia Santa, Católica y Apostólica no es la profunda: es la visible, la de los santos y los mártires, el Cuerpo de Cristo, la Jerusalén del Cielo que es nuestra Madre. A ella y a Cristo nos debemos, no a la Pachamama ni al Nuevo Orden Mundial por ecologista que sea. La gloriosa libertad de los hijos de Dios no puede ser comprada más que por Jesucristo y al precio de su sangre. ¿Quién está dispuesto a pagarlo también en esta tenebrosa hora? Monseñor Viganó es uno de los pocos que se han atrevido a hablar en defensa de la fe y de la moral que nos dejaron en herencia nuestros padres. ¡Dios le bendiga!

Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

jueves, 1 de octubre de 2020

Intervención del P. Custodio Ballester en la 45 sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (Ginebra 30 de septiembre de 2020)



Sra. Presidente: Soy Custodio Ballester, sacerdote católico de Barcelona en España. 

Deseo denunciar la arbitrariedad y el abuso de poder de la fiscal de odio de Málaga, María Teresa Verdugo, empeñada en encarcelarme por ejercer mi libertad de expresión y pensamiento, reconocidos en la Declaración de Viena, y mi derecho a hablar y actuar en conciencia.

He sido acusado de un delito de odio por haber afirmado en la web alertadigital.com que el yihadismo radical y el islamismo violento quieren destruir Europa y la civilización occidental. Mi crítica iba dirigida única y exclusivamente a los yihadistas violentos e islamistas radicales, no a todos los musulmanes sin distinción. Así lo declaré en la instrucción judicial donde hablé únicamente con el juez. La fiscal de odio de Málaga no estuvo presente. No me interrogó en ningún momento ni tuvo en consideración mi presunción de inocencia. A pesar de ello, la fiscal pidió para mí la pena máxima: 3 años de cárcel y 3000 euros de multa por incitación al odio.


El delito de odio fue creado para sancionar afirmaciones que incitan a la violencia contra las personas por razones de raza o religión. No es mi caso. El delito de odio se está utilizando ahora no para juzgar hechos concretos, sino para enjuiciar intenciones y pensamientos personales, expresados a través de palabras con contextos y significados diferentes. Esto significa una suerte de arbitrariedad de las acusaciones, reprimiendo así la libertad de expresión. La praxis judicial en España demuestra que el delito de odio se imputa en una sola dirección.

La fiscal María Teresa Verdugo ha convertido el delito de odio en instrumento de represión ideológica y de control social. La fiscal de odio de Málaga, pide siempre para los delitos de odio la pena máxima, sin atender las declaraciones previas de los acusados, con la intención de atemorizarles y así presionar para que acepten el delito a cambio de una pena más leve para no entrar en la cárcel.

La fiscal Verdugo, en un claro ejercicio de discriminación, esgrime mi condición de sacerdote como una suerte de agravante en la acusación, violando de esta manera la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

Gracias, señora presidente.

jueves, 20 de agosto de 2020

Ahora, el totalitarismo sanitario (Padre Custodio Ballester)


"Vi luego otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como una serpiente (…) Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre.” (Apocalipsis, 13,11) 
Que no, que no puede ser que nos estemos acostumbrando al totalitarismo sanitario con su cascada de arbitrariedades absurdas sin que nadie proteste. Nos estamos aborregando a marchas forzadas. Ayer tuvo que ser el cardenal Omella quien se plantó ante la absurda arbitrariedad del poder sanitario (dicen que todo lo hacen por nuestro bien: por nosotros, pero sin nosotros; y si hace falta, contra nosotros); y hoy es el obispo de Salamanca el que se alza contra la cruel y absurda arbitrariedad del poder sanitario, que prohíbe a los sacerdotes asistir a los enfermos de las residencias de ancianos

Nuestros gobernantes, tan borrachos de poder, no admiten más jerarquía de valores que la suya. ¡Cuántos de nosotros ponemos por delante el no dejar solos a nuestros ancianos padres en sus momentos más difíciles! Ponemos eso por delante de nuestra economía y de nuestra salud. Máxime cuando nuestros gobernantes no pueden alegar que se trate de exponemos a enfermedad grave de altísimo riesgo. ¡Ni mucho menos! La pandemia está en unos niveles muy bajos de morbilidad (la gran mayoría de infectados, asintomáticos o con síntomas leves) y de letalidad (infinitamente por debajo de las enfermedades más comunes que en gran parte se están desatendiendo). Pero el poder es el poder, y cuando se tiene, hay que ejercerlo per fas et nefas, a tort i a dret. Y prohíben con saña asistir a los ancianos, ya sea familiarmente, ya sea sanitariamente, ya sea espiritualmente. Ellos están por encima del bien y del mal, por encima de los sentimientos y valores, y tienen todo el poder para hacer lo que hacen. 

Es ya un clásico eso de acudir a los entierros de familiares desde lejanos países, porque ése es el homenaje póstumo que se les rinde, y el reconfortante acompañamiento a los deudos. Cada uno tiene el derecho de elegir cuánto está dispuesto a sacrificar por rendir este homenaje a los suyos. Pues no, han decidido nuestros nuevos amos que eso ya no es importante, y debemos renunciar por el bien común (por el poder). ¿Pero no existen medios para limitar extraordinariamente los riesgos, igual que en la asistencia sanitaria? Sí, claro, pero ¿qué les cuenta a ellos? La decisión es de ellos, del poder sanitario, no de cada uno de nosotros. Sin opciones, sin alternativas. Totalitarismo puro y duro. 

Y paso a paso, nos hemos situado en el gran símbolo del poder sanitario: las mascarillas como nuevo atuendo de la docilidad de la población. Nuevamente a tort i a dret, con tal cantidad de aberraciones y absurdos en su normativa, que nos dan sobrados motivos para temblar por nuestra seguridad sanitaria. Si toda la sanidad la rigen como rigen lo de las mascarillas, vamos dados. Y lo más probable es que así sea. Si vemos las mascarillas más la prohibición de asistir a los enfermos de las residencias, más la prohibición de los entierros y funerales con más de 10 personas, todo ello aplicado con la inteligencia que estamos viendo, vayamos haciéndonos a la idea de cómo están politizando esta gente el sistema sanitario: cómo lo están empleando como herramienta de poder: “así la gente se acostumbra a someterse a las normas”, dicen cuando se les acorrala con los absurdos de las mascarillas. 

La cuestión es que con una docilidad ovejuna aceptemos que los políticos nos impongan sus “valores” (hoy el valor supremo para ellos es “la salud”; pero no la general, sino la específica del negocio del momento, hasta el punto de que les da lo mismo que la gente se le muera por las enfermedades ya instaladas). Ya hemos asumido que nos impongan sus valores de tal manera que estemos dispuestos a renunciar a los grandes valores que nos han construido. Si la familia es una fuente de desmanes e injusticias, para ellos es absurdo que alguien se arriesgue a pillar un resfriado por atender a su madre enferma. Y la mejor manera de poner a salvo el bien supremo de su salud, es prohibirle esas actividades tan peligrosas para la salud colectiva. Es que ahora, la salud es un bien colectivo: por eso ya sólo nos quedan las decisiones políticas al respecto. Es la salud del rebaño. Ningún borrego tiene derecho a hacerse cargo de su propia salud, porque eso es atentar contra el poder sanitario. 

Supongo que os habréis dado cuenta de que la sanidad está siguiendo el mismo camino que la educación, la enseñanza o la instrucción, que de todas estas formas se la ha llamado. Empezó siendo un servicio a la población, para acabar convirtiéndose en la más eficaz herramienta de dominación. El poder es así, tiende a ser absoluto y totalitario; y si los ciudadanos no nos resistimos, ahí los tenemos avanzando paso a paso, hasta que se han hecho con el control absoluto de la población a través de la enseñanza como primer paso, y luego a través de la sanidad, que ya estamos. Hoy para el poder (y no sólo en España) la enseñanza privada es una grave anomalía a superar; y más grave aún si es la Iglesia la que pretende regentar centros de enseñanza con el oscuro propósito de adoctrinar a los alumnos en los valores que vienen cultivando sus padres desde muchas generaciones. ¡Intolerable! Los únicos con derecho a adoctrinar son ellos. Hoy toca ideología de género y polisexualidad: en la escuela, claro está, y como contenidos transversales de todo el currículo. Porque eso es lo esencial para el poder: imponer su ideología, no importa cuál. Lo que verdaderamente importa es que sea impuesta: que se note el poder y que la población se someta. 

Desde que el Estado ha entrado en la enseñanza a ejercer poder y no a ofrecer servicio, el descalabro de la enseñanza ha sido épico. Y otro tanto está ocurriendo con la sanidad desde que descubrieron el enorme potencial del poder sanitario. El descalabro sanitario (bien lo hemos visto y seguimos viéndolo) es sencillamente apocalíptico. Eso de que el sistema expulse por decreto al 90% de sus usuarios para dejarlos morir desasistidos, es algo que supera toda fantasía. Y a continuación, una lista muy larga de despropósitos, tanto de carácter médico-científico como de gestión y logística. Puras aberraciones que sólo se sustentan en la firmeza y la incuestionabilidad del poder. Pero eso sí, los dos grandes remedios son el confinamiento lo más severo posible y la mascarilla también lo más generalizada posible. 

Lo esencial es tener sometida a toda la población al poder sanitario. No hace falta estar enfermos para estar sometidos a él: simplemente hemos de estar todos controlados por el poder sanitario: las mujeres, por ser mujeres sometidas al servicio casi obligatorio de ginecología. Y mucho más las embarazadas. Luego, los bebés por ser bebés, y los niños por ser niños, bajo el servicio de pediatría. Es la maravillosa filosofía de la “prevención médica” frente a la filosofía tradicional pero ya obsoleta de “vivir sano” y hacerse cada uno responsable de su propia salud. Es que en la “medicina” (y medicación) preventiva entra de lleno el poder sanitario conquistando una plaza tras otra; la segunda en cambio es cosa de cada cual: sin la menor intervención del poder sanitario, que casualmente está sostenido por la industria sanitaria. ¿Libertad de enseñanza? ¡Qué horror! ¿Libertad de culto? ¡Menudo atraso! ¿Libertad en la gestión de tu salud? ¡Menuda aberración! 

Y como se trata de un poder absoluto (desligado de toda otra consideración, necesidad u obligación), resulta que el sometimiento a ese nuevo poder sanitario nos hace renunciar a obligaciones tan sagradas como atender a nuestros ancianos padres en sus momentos de mayor necesidad; o al deber que tenemos los sacerdotes de dar asistencia espiritual a los enfermos, y mucho más a los moribundos. 

Las relaciones sociales, la novedosísima “distancia social”, la liquidación de nuestra habitual forma de vivir, la enseñanza que ni se sabe, porque donde mande el Ministerio de Sanidad, que se calle el de Educación, la economía por los suelos (porque la salud es lo primero, aunque no haya con qué pagarla), y mientras tengamos medicamentos fabricados en China no es cuestión de ocuparnos de una minucia como los alimentos. Y, sobre todo, nada de visitar a tus ancianos padres, que el Ministerio de la Sanidad lo prohíbe taxativamente. 

Pues resulta que es el poder sanitario el que establece la escala de valores y determina el orden de prioridades y de riesgos que se han de asumir ante cada necesidad. El sistema sanitario condena como actos contra la “salud pública”, la asistencia a muy ancianos y a muy enfermos, sobre todo si median misteriosos PCRs positivos. Ante el veredicto inapelable del PCR no hay derechos ni personales, ni religiosos ni de ningún otro orden que invocar, ni medidas profilácticas que adoptar: la razón sanitaria es soberana, porque la salud pública es novísima soberana a la que hay que someter todos los derechos y que nos dispensa de todos los deberes. 

Y para afianzar todo eso, las estadísticas, el invento con que nos machacan 24 horas al día por todos los medios. Unas estadísticas con las que pronostican no sé qué catástrofes si no nos sometemos al poder sanitario. Conforme a esas estadísticas, hubiesen tenido que enfermar gravísimamente y morir más de la mitad de los sanitarios en lo más recio de la pandemia, y sin protección. ¡Pero qué más da! Lo suyo es cabalgar contradicciones, que no pasa nada. Porque la gente no está para hacerse preguntas. Ni menos para hacérselas a los que gobiernan. Los periodistas por lo menos, no. Al fin y al cabo, son los representantes y moduladores de la docilidad de las masas

Gracias a Dios, el ejemplo de resistencia del cardenal Omella empieza a cundir. Hoy es el obispo de Salamanca el que se alza contra la arbitrariedad del absolutismo sanitario. Y en adelante seguro que serán cada vez más los que se planten al totalitarismo que se nos está comiendo por las patas. 

Sin embargo, esa casual -dicen- pero no menos misteriosa entrevista en la cafetería del Hotel Villa de Cretas entre D. Juan José Omella y Salvador Illa, el incompetentísimo ministro de Sanidad, ¿será el comienzo del deshielo? ¿Limar asperezas y tender puentes? El tiempo lo dirá. Pero la historia nos enseña que la colaboración con el totalitarismo estatal, aunque sea a cuenta de la salud pública, trae siempre oscuras y terribles consecuencias.

Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
www.sacerdotesporlavida.info

Publicado por Germinans Germinabit en 23:00

jueves, 18 de junio de 2020

Entrenándonos a defender la verdad (Padre Custodio Ballester)



Gracias a Dios hemos de felicitarnos de algo verdaderamente sorprendente: y es que el pensamiento crítico abunda muchísimo más entre los católicos y en general entre los cristianos, que entre todos aquellos que combaten a la religión (a toda religión) y entre los que viven ajenos o de espaldas a toda creencia. Es decir que el borreguismo está en el bando de los hijos de las tinieblas, que dice el arzobispo Viganó en su carta a Donald Trump, que se ha hecho viral.

Curiosamente somos la gente de fe, los más preparados para distinguir entre la realidad y las apariencias; los más conscientes de que cada vez nos enfrentamos a más realidades que no son lo que parecen: y no sólo eso, sino que hemos afianzado la conciencia de que nos han ido metiendo paso a paso en una realidad virtual (una mentira cuidadosamente construida) totalmente ajena a la realidad. La fe, y sobre todo la necesidad de defenderla y preservarla, nos ha hecho críticos y ha acentuado nuestra capacidad de discernimiento. 

Y frente a la gente de fe, está el gran circo montado con los pérfidos (los absolutamente creyentes, pero engañados), que son llevados los pobres de aquí para allá como rebaño de borregos por los hijos de las tinieblas, que tiran de sus hilos manejándolos como marionetas. Y quieren hacernos creer a todos, que ese circo al que se da tanto bombo, es la realidad en que vivimos. Así, les vemos hoy por todo el mundo arrodillándose como borregos a una señal de sus domesticadores. ¡Quién nos dijera que hasta los veríamos de rodillas! Lo suyo sí que es fe de carbonero. Si sus doctores les dicen que se prosternen de rodillas o que comulguen con ruedas de molino como las de género, pues ellos como perritos amaestrados y como papagayos bien entrenados. 


Y mientras eso pasa entre los hijos de las tinieblas, la descendencia de la Serpiente, donde cantan todos a una sola voz y obedecen a un solo amo, el Enemigo Invisible de toda la humanidad, que dice Viganó; mientras eso ocurre en el lado oscuro, entre los hijos de la luz crece la capacidad crítica ante unos “medios de comunicación sistémicos que no quieren difundir la verdad, sino silenciarla y distorsionarla”; y cada vez son más los que en ese martilleo insistente de mentiras bellísimas y de maldades enternecedoras, saben distinguir el bien del mal y la verdad de la mentira. Incluso en el mismo seno de la Iglesia, denuncia Viganó en su carta a Trump, hay “pastores aliados de los hijos de las tinieblas”, porque “al igual que existe un Deep state (Estado profundo), existe una Deep church que traiciona sus obligaciones y abjura de sus compromisos con Dios”.

Sabe Viganó mejor que nadie, que la obediencia ciega (que no deja de ser un caso grave de ceguera) es el peor peligro que nos acecha a los creyentes: como fue terrible para los nazis, que los ejecutores del terrorismo de Estado se parapetasen tras la obediencia debida. Y sabe perfectamente Viganó que esa lacra de “la obediencia debida”, ciega y acrítica -sometida a los protocolos-, es una actitud tremendamente peligrosa, sobre todo en medio de la vorágine de la corrupción. Bien lo sabe él, que cargó sobre sus hombros la responsabilidad moral de denunciar a todo un cardenal, McCarrick, de una vida de depravación y abusos, y que no se amilanó por verlo en el círculo más íntimo de consejeros del papa Francisco, sino que insistió en pasarle directamente los informes y hacer público que obraban en poder del papa sin que, aparentemente, hubiesen surtido ningún efecto a pesar del largo tiempo transcurrido.

Cuando el nivel de instrucción y de lectura entre los católicos era ciertamente bajo, bien estuvo recurrir a la fe del carbonero (“doctores tiene la Iglesia”); pero hoy esa fe ciega está en la otra trinchera. Los católicos sabemos que ser creyente es ser obediente: claro que, a la Iglesia, como depositaria de la ley de Dios y de la doctrina revelada: obediente por tanto a los mandamientos divinos, tan claros y tan fáciles de interpretar, que ya no necesitamos ir diciendo a cada paso, como nuestros antepasados, que “doctores tiene la Iglesia”. Afirma Mons. Viganò, que hay una deep church, una “iglesia profunda” capaz de articular teologías peregrinas como la homosexual, “obispos que están al servicio del deep state, del globalismo, del pensamiento único, del Nuevo Orden Mundial al que invocan cada vez con más frecuencia en nombre de una fraternidad universal que no tiene nada de cristiano, sino que evoca los ideales masónicos de quienes pretenden dominar el mundo expulsando a Dios de los tribunales, de las escuelas, de las familias, quizá incluso de las iglesias”. Obispos a los que, explica Viganó, recientemente él mismo ha denunciado. 


Gracias a Dios, esa fe ciega y acrítica del carbonero ya no está en el campo de batalla (¡y cuán dura es la batalla que nos espera!) de los hijos de la luz, sino en el de los hijos de las tinieblas. Llevamos demasiado tiempo en retirada, pero ha empezado el rearme. Y sin la menor duda, nuestras armas aventajan en mucho a las armas del Enemigo Invisible de la humanidad. Es ciertamente alentador ver cómo el arzobispo Viganó y junto a él gran número de católicos de todo nivel, desde cardenales a simples laicos, se atreven a denunciar.

Aparte de los escritos de Viganó (hoy, la carta a Trump; y el 8 de mayo, el “Llamamiento para la Iglesia y para el mundo a los fieles católicos y a los hombres de buena voluntad”, iniciado con el Véritas liberabit vos de Jn 8,32, firmado por gran número de fieles, sacerdotes, obispos y hasta cardenales), escritos que son claro indicio de que muchos en la Iglesia está despertando de la modorra (“es importante -dice- que los buenos despierten de su modorra”), y se están poniendo en pie para hacer frente con valentía no sólo al deep state, sino también a la deep church que tanto se esmera en mantenernos amodorrados en íntima colaboración con el deep state.


Ahí tenemos como síntoma muy esperanzador, el movimiento de muchos católicos en defensa de las iglesias abiertas al culto durante la pandemia, en valiente oposición tanto a las autoridades que las cerraron, como a la gente de iglesia que las secundaron y que últimamente se han cargado las procesiones del Corpus en toda la cristiandad, no así las manifestaciones contra el racismo y la desindustrialización inminente. Extraña, cuando menos, ha sido la prohibición del culto fuera del templo (cuando están abiertos ya los bares, los restaurantes y hasta las discotecas y las playas) decretada por las autoridades civiles con el obsequioso silencio de las eclesiales. 

La verdad es que los hijos de la luz somos muchísimos más que los hijos de Satanás, pero tan discretos, que hemos mantenido un silencio excesivamente largo. En ocasiones por cobardía. Pero Dios ha mantenido la llama encendida y ha hecho resonar la voz de los más humildes. Nunca olvidaré la fuerza de la Marcha por la Vida, de Washington, a la que fui invitado dos años por priests for life. Ése era el potente fermento del resurgir de la Iglesia y de su santa doctrina sobre la sacralidad de la vida. Empezando por la de los no nacidos. Una defensa de la vida a la que después de casi medio siglo, -dice el arzobispo en su carta a Trump, “por primera vez, Estados Unidos tiene en usted un presidente que defiende valientemente el derecho a la vida, que no se avergüenza de denunciar la persecución de los cristianos en todo el mundo, que habla de Jesucristo y del derecho de los ciudadanos a la libertad de culto. Su participación en la Marcha por la Vida, y más recientemente su proclamación del mes de abril como el Mes Nacional de Prevención del Abuso Infantil, son acciones que confirman en qué bando desea usted luchar. Y me atrevo a creer que ambos libramos esta batalla en el mismo bando, aunque con diferentes armas”.

Cuando la vida de los más ancianos se descarta como inútil y las autoridades firman protocolos para desecharlos con el mismo estilo del programa nazi para la eutanasia, cuando la existencia de los no nacidos ha perdido el valor sagrado que le ha dado el buen Dios y se violenta la inocencia de los niños en las escuelas con programas de depravación sexual, el silencio de los “buenos” resulta atronador. Si los que tenéis que ser luz, no sois luz. ¡Qué grande es la oscuridad! (Mateo 6, 23). ¿Somos los perros mudos y los centinelas silenciosos de los que habla San Bonifacio? No seré yo quien juzgue ni conteste a esa pregunta. Otro más grande un día lo hará. 

Y entretanto sigue adelante nuestro entrenamiento para defender la Verdad.

Custodio Ballester Bielsa, Pbro.

lunes, 5 de febrero de 2018

La cruz de Callosa: el furor de la cristianofobia (Padre Custodio Ballester)



"La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en piedra angular, en piedra de tropieza y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no quieren creer en la Palabra" (1Pedro 2,7)

No es ésta la primera prueba ostentosa de la persecución de los cristianos en España. La cosa viene de lejos, de muy lejos. ¿Recuerdan los tiempos en que el monopolio de la bondad era atributo indiscutible de la Iglesia? ¿Qué ha pasado para que esté a punto de ser condenada por las fuerzas de la cristianofobia como la pura encarnación del mal? 

La más grave acusación que esgrimen hoy contra la Iglesia las fuerzas de progreso que ostentan el poder, es la homofobia.Tal como están las leyes, con sola esta acusación tienen todas las cartas en su mano para declarar a la Iglesia fuera de la ley. Ya llevan una serie de ensayos; pero el más espectacular es el de la demolición y retirada de la cruz de Callosa del Segura.

¿Qué nos ha pasado? Para que al final desaparezca la cruz de la entrada de la iglesia, para que eso sea posible han tenido que pasar muchas cosas. La más determinante de todas, la rendición de muchísimos eclesiásticos que han abdicado de su misión de mensajeros de la Verdad del Evangelio: una Verdad universal, que salva no sólo a los cristianos, sino a toda la humanidad. En efecto, la Iglesia ha tenido en sus manos durante muchísimos siglos la salvación del hombre por los méritos de la Cruz de Cristo y por el seguimiento de su doctrina salvadora. Elemento clave de la vocación consagrada, era la convicción de que sacerdotes, frailes, monjas, obispos y demás gente de Iglesia, eran los instrumentos de que se servía Dios para salvar a cada persona y a la sociedad en su conjunto.

Pero eso cambió tan pronto como aparecieron en el panorama político los partidos redentores, que prometían librar al hombre de todos sus males y construirle un paraíso en la tierra. Y fue justamente el socialismo (que se bifurcó en la subdenominación de comunismo) el que, emulando al cristianismo, cultivó mayormente su dimensión redentora. 

Su guerra a muerte contra el cristianismo no tuvo su momento más eficaz en el asesinato de miles de cristianos (sobre todo curas y monjas) durante la guerra civil, sino en el alistamiento en sus filas de cientos de sacerdotes y monjas durante lo que se llamó el “Contra Franco vivíamos mejor”. 

Lo más grave de esta gente de iglesia es que se adhirió con fervor al credo redentor del socialismo y del aún más extremo comunismo, porque entendieron que era mayor el bien que podían hacer a las almas desde estas ideologías que desde el Evangelio. Y desde su condición de agentes dobles, fueron labrando en sus mentes y en las de los fieles el concepto de superioridad moral de la izquierda. Ésa es la triste realidad, ése es el signo de la traición.

Acomplejados por sus pecados, porque de hombres de barro está hecha la Iglesia, todos los adictos a esta nueva “religión” ocultaron los pecados horribles de esa izquierda a la que se adhirieron con tanta fe. Han convivido con las matanzas del comunismo (las más horribles de la historia reciente) como si estuviesen cargadas de legitimidad y bondad. Y los hay que habiendo sido víctimas de su crueldad, no conformes con disculparlos de mil maneras, hasta han llegado a mostrarles su arrepentimiento (¡las víctimas!) y su propósito de enmienda… por haber provocado con su conducta cristiana la justa ira de sus verdugos.

El resultado fue que habiéndose entregado en cuerpo y alma a estas novedosas doctrinas redentoras, su condición de ministros del Evangelio quedó replegada en los cuarteles de invierno.

Y claro, hoy son cientos de sacerdotes y monjas los que discretamente proclaman “yo nunca he sido de derechas”; y otros más audaces te dicen sin el menor rubor “pues yo soy de izquierdas” o “yo soy comunista”. Porque al final se han imbuido del dogma de la superioridad moral de la izquierda. Es lo que se lleva hoy en muchos ambientes eclesiales. Y estando como están bajo la fascinación de esa superioridad moral de la izquierda, paralizados por los silbos de la serpiente antigua (cf. Apocalipsis 12, 9) vestida con ropajes de progreso, resulta que van los de la superioridad moral a cargar directamente contra la cruz, y no tiembla la tierra, y no pasa nada.

- Los fieles, un día tras otro, defendiendo la cruz como ovejas sin pastor, y al final han de ver impotentes cómo se arrastra el honor de Jesucristo por los suelos. Y es que han ensayado en Callosa de Segura lo que ocurrirá, o al menos pretenden que ocurra, con los símbolos cristianos y hasta con la doctrina católica en el espacio público:
Unos, que tienen el poder, ordenan derribar la Cruz. Otros, que se oponen, hacen guardia para custodiarla. Los primeros, optan por hacer uso de la fuerza pública, la Guardia Civil, para apartar a los segundos y acabar con la legítima resistencia.
Resultado: Cruz derribada y pueblo, que resistía, reprimido por la Guardia Civil a las órdenes del sistema corrupto y degradado. Con nocturnidad y alevosía.
La orden judicial de paralización del desafuero llegó tarde. La Cruz estaba desmontada ya por la piqueta municipal. 
La diferencia es que el pueblo de Callosa ha resistido con fuerza y perseverancia. Diferencia, sí. Con todos aquellos pueblos y ciudades que han asistido pasivamente a la retirada de todos los signos de nuestra fe ante sus narices, cuando no fueron los mismos curas los que directamente lo promovieron.

- Y aquellos que deberían liderar la resistencia del Pueblo de Dios… guardando prudente silencio. Si son “los suyos” los que lo hacen, si son los partidos del progreso y de la superioridad moral los que hacen eso, al rebaño no le queda más remedio que agachar la cabeza y callar. 

La Iglesia Santa humillada en casi todos los pueblos de España. Hoy en Callosa de Segura. ¿Y mañana? Ésa es sólo la primera cruz que cae a manos de los políticos españoles en el siglo XXI. Así empezaron en el siglo XX. Y son los mismos.

Pero gracias a Dios, esa antes anónima localidad de Alicante se ha convertido para los cristianos españoles en la ciudad que no se puede ocultar, en la luz sobre el candelero que alumbra a los bautizados de esta noble y católica nación (cf. Mateo, 5,14). 
Pero vosotros, hijos de Callosa, sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos (1Pedro 2, 9).
¡Bendito el pueblo que sabe defender su cruz y la memoria de sus difuntos! ¡Gracias, Callosa de Segura!

Padre Custodio Ballester

viernes, 21 de julio de 2017

El padre Custodio Ballester absuelto ante denuncia por «homofobia» (comentado por José Martí)

Duración 1:27 minutos

Si la justicia funciona, esto era de esperar. En este caso ha funcionado. El padre Custodio no predica el odio a los homosexuales. Eso no es cristiano. Él se limita a cumplir su misión de anunciar el Evangelio. Y, según éste -que es Palabra de Dios- la homosexualidad es un pecado grave. Él no puede sino, como buen pastor que es, transmitir íntegramente el mensaje de Jesucristo; precisamente Aquél que ha venido a salvar a los pecadores, pero nunca a decir que el pecado no es pecado. Todo lo contrario: El pecado es la causa de todos los males. Y para eso vino el Hijo de Dios y se encarnó en el seno de la Virgen María: para salvarnos. Fue san Agustín quien dijo aquello de que "Hay que odiar el pecado, pero amar al pecador". Pues eso.

jueves, 4 de mayo de 2017

jueves, 27 de abril de 2017

HOMILIA del 26 de abril de 2017 (por el R P Custodio Ballester)

Duración 7:42 minutos

En ella se hace referencia también al lamentable episodio de dos lesbianas besándose dentro de la Iglesia frente a la Virgen de Montserrat, cuya festividad se celebra mañana, 27 de abril, y oyéndose de fondo palabras blasfemas contra la Virgen María. Muy triste.