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miércoles, 1 de agosto de 2012

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Introducción)

Recuerdo que, cuando yo era pequeño y aprendí el catecismo, me enseñaron este gran Misterio de la Santísima Trinidad a base de preguntas y de respuestas cortas:

P.  A ver, dime: ¿Cuántos dioses hay?
R. Uno
P. ¿Y cuántas Personas hay en Dios?
R. Tres
P. ¿Cuáles son los nombres de esas tres Personas?
R. Padre, Hijo y Espíritu Santo
P. El Padre, ¿es Dios?
R. Sí
P. El Hijo, ¿es Dios?
R. Sí
P. El Espíritu Santo, ¿es Dios?
R. Sí
P. Luego, entonces ¿hay tres dioses?
R. No, hay tres Personas distintas y un solo Dios verdadero.
P. ¿Cómo es eso posible?
R. Porque así ha sido revelado por Jesucristo en los Evangelios.
P. ¿Y puede entenderse?
R. No, porque se trata de un misterio.
P. Pero, ¿es verdad lo que se dice en ese misterio?
R. Sí, porque Dios no puede engañarse ni engañarnos.



Evidentemente, yo no lo entendía (¿cómo lo iba a entender?), pero ya entonces intuía que se trataba del misterio esencial del cristianismo, el que daba sentido a todo lo que creemos los cristianos. Y recuerdo que no veía en él ninguna contradicción porque no se decía que un dios es lo mismo que tres dioses: 1 = 3 (lo que sí hubiera sido contradictorio), sino que en un mismo y único Dios había Tres Personas Distintas. Cierto que cada una de las Personas era Dios mismo, el Único; pero, en cuanto Personas, eran distintas.

Y, sin embargo, aunque no lo entendía, sabía que era Verdad. Se puede saber de algo que es verdad, aunque no se comprenda del todo, e incluso aunque no se comprenda nada. De hecho, yo veía que había muchas verdades de diversa índole, de las que no me cabía la menor duda acerca de su veracidad, porque me fiaba de las personas que enunciaban esas verdades, personas competentes en la materia de la que hablaban: sabían lo que decían. Yo no los entendía debido a mi ignorancia. Pero saqué una conclusión: el hecho de que alguien no entienda algo, no significa que “ese algo” sea falso; sólo muestra, sencillamente, el desconocimiento que uno tiene sobre “ese algo”, pero nada más. La expresión: “Si no lo entiendo no puede ser verdad” es una solemne majadería.

La realidad es terca; y no está sujeta a nuestro pensamiento. De lo que se trata es de admitir primero que hay cosas; y segundo procurar conocerlas, adecuar nuestro pensamiento a su realidad. En la medida en la que eso ocurra, vamos conociéndolas más y mejor y nos vamos acercando a la verdad conforme aumenta nuestro conocimiento acerca de ellas; eso sí: sin que podamos decir nunca que ya sabemos todo lo que hay que saber, y que no se puede saber nada más.

Pensar así es erróneo: en el conocimiento de un objeto dado siempre es posible una mayor profundización. Además, el mismo objeto puede estudiarse, considerándolo desde todos los puntos de vista posibles. Esto es fundamental en el conocimiento científico, para que pueda darse el progreso; y, en general, en todo tipo de conocimiento que presuma de tal. Nunca se puede decir acerca de ninguna cosa que “todo está ya dicho”. Y eso moviéndonos en un plano meramente humano.

Si consideramos realidades sobrenaturales, todo lo dicho anteriormente es cierto, pero en un grado mucho más elevado, pues nos encontramos con “problemas” que, humanamente hablando, nos sobrepasan. La Revelación, dada por Jesucristo, que se encuentra recogida en los Evangelios y en el Nuevo Testamento, y que presupone la fe en su Palabra, es el punto de partida necesario para este estudio, sin olvidar obviamente, que la interpretación correcta de dicha Palabra corresponde al Magisterio de la Iglesia; y teniendo también muy en cuenta, en este sentido, la gran importancia de la Tradición.

En el caso concreto que nos ocupa, el Misterio de la Santísima Trinidad, es de notar que no existe mente humana capaz de descifrarlo: Dios mismo, encarnado en Jesucristo, es quien nos lo ha dado a conocer. Sabemos que es Verdad porque nos fiamos de la Palabra de Dios, pero su comprensión nos está vedada.

Nuestra actitud ante la Verdad de este Misterio no puede (¡no debe, o mejor, no debería!) ser otra que la Adoración respetuosa y el reconocimiento de la propia impotencia para comprender que hay Realidades cuyo conocimiento supera cualquier inteligencia sin perder, por ello, un ápice de su Verdad y de su Realidad. Tal es el caso de todos los Misterios del Cristianismo. Y en particular del mayor de todos ellos, que es el de la Santísima Trinidad.

Sin embargo, aunque es cierto que nunca seremos capaces de comprender este Misterio (¡dejaría de ser tal Misterio!) sí podemos intentar profundizar un poco sobre Él. A lo largo de veinte siglos de Historia de la Iglesia se ha escrito mucho sobre el Misterio de la Trinidad, un Misterio que es la Cuestión esencial de toda la Teología. Podríamos citar a muchos santos y grandes teólogos que se han ocupado de este tema tan importante, a lo largo del tiempo. Entre los más significativos cabe destacar a San Agustín que dedicó más de quince años a redactar su "De Trinitate" y, sobre todo, a Santo Tomás de Aquino quien, en su Suma Teológica, en la 1ª parte, dedica 17 cuestiones (q.27 a q.43) a escribir sobre este asunto.

En la línea de Santo Tomás para quien (siguiendo a Aristóteles) lo importante no es lo que piensan los filósofos o los teólogos, sino la realidad de las cosas, se ha ido profundizando bastante, y en particular en estos últimos años. Tenemos autores de la talla de Scheeben, que en su obra “Los misterios del Cristianismo” (1865) le dedica unas 200 páginas a este Misterio (estando el resto de misterios en conexión con él). Tenemos luego obras más recientes como “Dios Uno y Trino” de Lucas F. Mateo-Seco (1998). Es de destacar también el libro del mismo título “Dios Uno y Trino” de Juan A. Jorge García-Reyes (2010). En realidad, estos títulos son "a modo de ejemplo", porque sería exhaustiva la relación completa de todos los escritos que, en consonancia con la fidelidad a la Iglesia Católica, han sido escritos. Y no se trata de ello en un post como éste.
(Continuará)