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lunes, 2 de octubre de 2023

La gran inversión



El agua ha comenzado a hervir.

Una de las características que tienen los tiempos post cristianos que vivimos dentro de la Iglesia es la inversión. Sabemos que el demonio, en su envidia, busca imitar a Dios y lo hace en las antípodas, es decir, invirtiendo lo que Él hace con sabiduría (Prov. 3,19). Los ejemplos se multiplican semanalmente. Veamos algunos casos de las dos últimas semanas:

1. En esta entrevista, la mediática dominica de clausura Lucía Caram, amiga del Papa Francisco, dijo abiertamente que no hay ningún pecado en las relaciones sexuales con personas del mismo sexo, siempre que se hagan con amor. Además, asegura que el Papa Francisco acaba de nombrar como prefecto de un importantísimo dicasterio vaticano a un gay.

2. El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Mons. Bätzing pidió al Vaticano que revea la medida que impide ordenar sacerdotes homosexuales que practican en secreto su sexualidad. Es decir, pidió que los sacerdotes homosexuales puedan ejercer libremente su sexualidad.

Hace quince años, nadie hubiese pensado que estaríamos viviendo semejantes tiempos de confusión. Ya no sólo se pide el matrimonio de los sacerdotes, sino que se pide la sexualidad libre para los sacerdotes, y para todo el mundo, sea como sea. La gravedad de lo dicho por estos personajes oscuros, y por lo que deberán rendir cuenta más pronto que tarde, es difícilmente mensurable. Por ejemplo, ¿cuál es el mensaje que llega a los buenos jóvenes católicos que viven en continencia y castidad sus noviazgos como manda la doctrina de la Iglesia? Que son unos reverendos imbéciles perdiendo los tiempos de la florida juventud en beaterías completamente superadas. ¡Abstenerse de relaciones sexuales de tipo heterosexual con la novio o novio a quien se ama! Pero ¿hay cosa más y santa linda que eso? ¡Qué idiotas!

Veamos un último ejemplo: el Papa Francisco asistió a la capilla ardiente donde se velaban los restos de Giorgio Napolitano, ex presidente de Italia, comunista y masón. No dio la absolución, ni bendijo el cadáver ni hizo ningún signo cristiano. La cabeza de la Iglesia y custodio de la fe niega el testimonio público de la fe en la vida venidera y priva al alma de un desgraciado de los auxilios que, aún después de la muerte, podría regalarle. Francisco es un personaje más del mundo, que tiene la particularidad de vestir de blanco, pero que no se diferencia en mucho más de cualquier otro líder global. Sí. Son inversiones que nos gritan, voz en cuello, que el agua ha comenzado a hervir.
Pero hay una inversión más profunda y grave; una inversión que escapa a la moral; una inversión teológica que nos delinea una nueva Iglesia. Un modo sencillo de explicarla es a través del artículo que el p. Antonio Spadaro, jesuita, publicó el 20 de agosto en un periódico italiano. Allí comenta el episodio evangélico de Mateo 7, 24-30:
Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

El jesuita Spadaro considera que Jesús fue “insensible. [...] La dureza del Maestro es inquebrantable. [...] La misericordia no es para ella. Está excluida. No se discute. [Jesús] responde burlona e irrespetuosamente a la pobre mujer. ‘No es bueno tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’, es decir, a los perros domésticos. "Jesús aparece como cegado por el nacionalismo y el rigorismo teológico", escribe. Entonces la mujer replica diciendo que incluso los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. El comentarista Spadaro continúa: ‘Unas pocas palabras, pero bien dichas como para trastornar la rigidez de Jesús, para conformarlo, para ‘convertirlo’ a sí mismo. [...] Y Jesús también aparece curado, y al final se muestra libre de la rigidez de los elementos teológicos, políticos y culturales dominantes de su tiempo”. En resumen, según el padre Spadaro, Jesús pecó por rigidez, pero luego se convirtió y fue curado. Jesús era, entonces, un pecador como todos los hombres. Una flagrante e impía herejía. Después de esta publicación, el Papa Francisco premió a su hermano jesuita nombrándolo subsecretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación.

Pero la gravedad del hecho, a mi entender y tal como lo he hablado con amigos más sabios que yo, no reside tanto en la herejía que se vierte sino en que Spadaro está suponiendo que el Señor necesitó de otro, en este caso, de “otra” que ni siquiera era judía, para convertirse. Es decir, la conversión le vino por el diálogo y la escucha del “otro”, de cualquier “otro”, aún del “otro” más alejado de “mi verdad”. Jesús estaba enfermo de dureza y rigidez, y fue la palabra de una pagana la que lo curó. La enfermedad, entonces, no estaba en el pagano sino en el propio Cristo.

¿No es esto acaso lo que hemos estado viendo a lo largo de todo el pontificado de Francisco? Quien está enferma es la Iglesia, son los católicos, cargados de rigideces teológicas y con caras avinagradas; la “iglesia es pecadora”, dijo en su viaje de regreso de Mongolia; los sacerdotes son crueles y malvados; los católicos que rezan el rosario son pelagianos, los jóvenes que asisten a misa tradicional tienen problemas psicológicos, las monjas son solteronas y todos son una manga de rígidos. Y el problema reside en que no tienen diálogo. Se aferran a un Iglesia que ha ido acumulando a lo largo de los siglos una serie de mandatos, preceptos y seguridades que no son más que sedimentaciones de las que hay que desprenderse. Y para curarse de esa enfermedad la Iglesia necesita, como Jesús, del diálogo con el “otro”, y cuanto más “otro” sea, mejor, pues mayor será el remedio que podrá otorgarle. De aquí, entonces, la necesidad de diálogo y escucha, las que no son actividades buenistas sino que son el medio imprescindible para alcanzar la curación o, en otros términos, para convertirse. Porque la verdad, en realidad, no está en las anquilosadas fórmulas y preceptos de la Iglesia católica sino en la frescura de las verdades que residen en “otro”, que se convierte en fuente de revelación.

Consecuentemente, el “otro” ya no es el enemigo de la Iglesia; sus enemigos son otros. Lo dice el documento preparatorio para el sínodo en el n. 21. Allí habla de un actor “que se agrega” al diálogo sanador, y lo llama “el antagonista”, es decir, “el enemigo”, y es el que introduce en escena la separación diabólica de los otros actores (Jesús, el pueblo, los ministros). El cuarto actor es el que divide y se manifiesta en "las formas del rigorismo religioso, de la intimación moral que se presenta más exigente que la de Jesús, y de la seducción de una sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz que el discernimiento de espíritus". Es decir, los “antagonistas”, los “demonios” de la nueva Iglesia somos nosotros, los católicos fieles a la doctrina de los Apóstoles y que nos fue enseñada por nuestros padres. Somos nosotros quienes venimos a dividir y enchastrar el diálogo entre la Iglesia y el mundo. Somos diablos, y como tales debemos ser perseguidos.

Se entiende, entonces, la obsesión francisquista por el sínodo y por la sinodalidad. Es este el modo de oficializar la escucha del “otro”, convertirlo en revelación y cambiar de ese modo definitivamente la doctrina de la Iglesia. Recordemos un hecho olvidado: el 15 de septiembre de 2018 Francisco promulgó el motu proprio Episcopalis communio por el cual establece que el Papa ya no puede escribir una exhortación apostólica postsinodal, sino simplemente confirmar las conclusiones del sínodo, que se convertirán automáticamente en magisterio. Lo que la escucha de los post-cristianos que asisten al sínodo que comienza hoy en Roma (obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, católicos, paganos y ateos) y sobre los cuales revoloteará el Espíritu Santo, el año próximo pasará a ser parte del Magisterio de la Iglesia. De ese modo, ésta será curada de sus rigidices tal como lo fue su fundador.
Esta es la gran inversión. La verdad ya no está en la Iglesia de Cristo; está fuera de Ella. Ya no debe ser Ella la que enseña, sino la que se deja enseñar. Ya no es ella la que cura, sino la que necesita ser curada. Definitivamente, el agua está hirviendo.
Olivier Clerc contaba el caso de una rana que fue arrojada a una olla llena de agua a la cual se le iba aumentando la temperatura lentamente. Debido a que el aumento de la temperatura era progresivamente tan lento, la rana no pudo percibirlo durante gran parte del proceso. Cuando se dio cuenta del peligro y vio que el agua estaba hirviendo, ya era tarde. Si la rana hubiese entrado con el agua a altas temperaturas, habría saltado al percibir como un peligro continuar allí y habría escapado de la muerte.

En otro simil, el p. Santiago Martín, en su comentario de la semana pasada, habla del cáncer que finalmente se ha revelado. Explica que comenzó a gestarse con el modernismo, se agravó con la teología liberal y se derramó sobre la Iglesia durante el Concilio. Papas conservadores, como Juan Pablo II y Benedicto XVI, vieron el peligro y lucharon contra él pero, incomprensiblemente, promovieron a altos cargos a personajes que sustentaban tales doctrinas. Hoy, el desaguisado se hizo evidente. Por fin nos hemos dado cuenta que la Iglesia está enferma de gravedad, de un cáncer probablemente terminal. No queda más que esperar que actúen los anticuerpos, que los hay, y que Dios nos rescate.

Nobleza obliga… a todos: Estoy totalmente de acuerdo con el p. Martín pero creo que a todos nos obliga la nobleza de un reconocimiento: quien vio la enfermedad hace más de cinco décadas, quien percibió que había un tumor y que el mismo se estaba desarrollando y quien denunció la patología, fue Mons. Marcel Lefebvre. Lo dijo, y fue perseguido y tratado como un perro sarnoso.

Ya no es cuestión solamente de empecinarse en los latines, ya no es cuestión de desobediencias. Se trata de la supervivencia misma de la Iglesia.

lunes, 8 de mayo de 2023

El letargo de los Guardianes de la Fe, por Dietrich Von Hildebrand

THE WANDERER


Una de las enfermedades más horripilantes y difundidas en la Iglesia de hoy es el letargo de los Guardianes de la Fe de la Iglesia. No estoy pensando aquí en aquellos Obispos que son miembros de la “quinta columna”, que desean destruir la Iglesia desde adentro, o transformarla en algo completamente diferente. Estoy pensando en los Obispos mucho más numerosos que no tienen esas intenciones, pero que no hacen ningún uso de la autoridad cuando es el caso de intervenir contra teólogos o sacerdotes heréticos, o contra prácticas blasfemas de culto público. O cierran los ojos y tratan, al estilo de las avestruces, de ignorar tanto los tristes abusos como los llamados al deber de intervenir, o temen ser atacados por la prensa o los mass-media y difamados como reaccionarios, estrechos de mente o medievales. Temen a los hombres más que a Dios. Se les pueden aplicar las palabras de San Juan Bosco: “El poder de los hombres malos reside en la cobardía de los buenos”.

Es verdad que el letargo de aquellos en posición de autoridad es una enfermedad de nuestros tiempos que está ampliamente difundida fuera de la Iglesia. Se la encuentra entre los padres, los rectores de colegios y universidades, las cabezas de otras numerosas organizaciones, los jueces, los jefes de estado y otros. Pero el hecho de que este mal haya penetrado hasta en la Iglesia es una clara indicación de que la lucha contra el espíritu del mundo ha sido reemplazada por [un] dejarse llevar por el espíritu de los tiempos en nombre del aggiornamento. Uno se ve forzado a pensar en el Pastor que abandona sus rebaños a los lobos cuando reflexiona sobre el letargo de tantos Obispos y Superiores que, aun siendo ortodoxos ellos mismos, no tienen el coraje de intervenir contra las más flagrantes herejías y abusos de todo tipo tanto en sus Diócesis como en sus Órdenes.

Pero enfurece aún más el caso de ciertos Obispos, que mostrando este letargo hacia los herejes, asumen una actitud rigurosamente autoritaria hacia aquellos creyentes que están luchando por la ortodoxia, ¡haciendo lo que los Obispos deberían estar haciendo ellos mismos! Una vez me fue dada a leer una carta escrita por un hombre de alta posición en la Iglesia, dirigida a un grupo que había tomado heroicamente la causa de la verdadera Fe, de la pura, verdadera enseñanza de la Iglesia y del Papa. Ese grupo había vencido la “cobardía de los buenos” de la que hablaba San Juan Bosco, y de ese modo debían constituir la mayor alegría para los Obispos. La carta decía: «como buenos católicos, ustedes deben hacer una sola cosa: ser obedientes a todas las ordenanzas de su Obispo».

Esta concepción de “buenos” católicos es particularmente sorprendente en momentos en que se enfatiza continuamente la mayoría de edad del laico moderno. Pero además es completamente falsa por esta razón: lo que es apropiado en tiempos en que no aparecen herejías en la Iglesia que no sean inmediatamente condenadas por Roma, se vuelve inapropiado y contrario a la conciencia en tiempos en que las herejías sin condenar prosperan dentro de la Iglesia, infectando hasta a ciertos Obispos que sin embargo permanecen en sus funciones. ¿Qué hubiera ocurrido si, por ejemplo, en tiempos del arrianismo, en que la mayoría de los Obispos eran arrianos, los fieles se hubieran limitado a ser agradables y obedientes a las ordenanzas de esos Obispos, en lugar de combatir la herejía? ¿No debe acaso la fidelidad a la verdadera enseñanza de la Iglesia tener prioridad sobre la sumisión al Obispo? ¿No es precisamente en virtud de la obediencia a la verdad Revelada que recibieron del Magisterio de la Iglesia que los fieles ofrecen resistencia a esas herejías? ¿No se supone que los fieles se aflijan cuando desde el púlpito se predican cosas completamente incompatibles con la enseñanza de la Iglesia? ¿O cuando se mantiene como profesores a teólogos que proclaman que la Iglesia debe aceptar el pluralismo en filosofía y teología, o que no hay supervivencia de la persona después de la muerte, o que niegan que la promiscuidad es un pecado, o inclusive toleran despliegues públicos de inmoralidad, demostrando así una lamentable falta de entendimiento de la hondamente cristiana virtud de la pureza?

La tontería de los herejes es tolerada tanto por sacerdotes como por laicos; los Obispos consienten tácitamente el envenenamiento de los fieles. Pero quieren silenciar a los fieles creyentes que toman la causa de la ortodoxia, aquella propia gente que debería de pleno derecho ser la alegría del corazón de los Obispos, su consuelo, una fuente de fortaleza para vencer su propio letargo. En cambio de esto, estas gentes son vistas como perturbadoras de la paz. Y en caso de que expresen su celo con alguna falta de tacto o en forma exagerada, hasta son excomulgados. Esto muestra claramente la cobardía que se esconde detrás del fracaso de los Obispos en el uso de su autoridad. Porque no tienen nada que temer de los ortodoxos: los ortodoxos no controlan los mass-media ni la prensa; no son los representantes de la opinión pública. Y a causa de su sumisión a la autoridad eclesiástica, los luchadores por la ortodoxia jamás serán agresivos como los así llamados progresistas. Si son reprendidos o disciplinados, sus Obispos no corren el riesgo de ser atacados por la prensa liberal y ser difamados como reaccionarios.

Esta falta de los Obispos de hacer uso de su autoridad, otorgada por Dios, es tal vez por sus consecuencias prácticas, la peor confusión en la Iglesia de hoy. Porque esta falta no solamente no detiene las enfermedades del espíritu, las herejías, ni tampoco (y esto es mucho peor) la flagrante como insidiosa devastación de la viña del Señor; hasta les da vía libre a esos males. El fracaso del uso de la santa autoridad para proteger la Sagrada Fe lleva necesariamente a la desintegración de la Iglesia.

Aquí, como con la aparición de todos los peligros, debemos decir principiis obsta (“detengamos el mal en su origen”). Cuanto más tiempo se permite al mal desarrollarse, más difícil será erradicarlo. Esto es verdad para la crianza de los niños, para la vida del estado, y en forma especial, para la vida moral del individuo. Pero es verdad en una forma completamente nueva para la intervención de las autoridades eclesiásticas para el bien de los fieles. Como dice Platón, “cuando los males están muy avanzados nunca es agradable eliminarlos”.

Nada es más erróneo que imaginar que muchas cosas deben ser autorizadas a irrumpir y llegar a su peor punto y que uno debería esperar pacientemente que se hundan por su propio peso. Esta teoría puede ser correcta a veces respecto a los jóvenes que atraviesan la pubertad, pero es completamente falsa en cuestiones referentes al bonum commune (el bien común). Esta falsa teoría es especialmente peligrosa cuando se aplica al bonum commune de la Santa Iglesia, que involucra blasfemias en el culto público y herejías que, si no son condenadas, continúan envenenando incontables almas. Aquí es incorrecto aplicar la parábola del trigo y la cizaña.

Dietrich Von Hildebrand

martes, 17 de enero de 2023

Los Neocatecumenales son un movimiento judío-protestante, un caballo de troya (Monseñor Schneider)




Esto es parte de una entrevista a Monseñor Schneider que le hicieron el 6 de marzo de 2016, la referente al Camino Neocatecumenal


Sr. Fülep: Mientras se persigue a la tradición, hay algunos nuevos movimientos modernos que están muy respaldados. Uno de ellos es la comunidad de Kiko. ¿Cuál es su opinión sobre el Camino Neocatecumenal? 

Su excelencia obispo Schneider: Este es un fenómeno muy complejo y triste. Para hablar abiertamente: Es un caballo de Troya en la Iglesia. Los conozco muy bien porque yo fui un delegado episcopal para ellos durante varios años en Kazajstán en Karaganda. Y ayudé a sus misas y reuniones y leí los escritos de Kiko, su fundador, así que los conozco bien. Cuando hablo abiertamente sin diplomacia, debo decir: El Camino Neocatecumenal es una comunidad judío-protestante dentro de la Iglesia sólo con una decoración católica. El aspecto más peligroso es con respecto a la Eucaristía, porque la Eucaristía es el corazón de la Iglesia. Cuando el corazón está en malas condiciones, todo el cuerpo está en malas condiciones. Para el neocatecúmeno, la Eucaristía es ante todo un banquete fraterno. Esto es protestante, una actitud típicamente luterana. Ellos rechazan la idea y la enseñanza de la Eucaristía como un verdadero sacrificio. Incluso sostienen que su enseñanza tradicional, y la fe en la Eucaristía como sacrificio no es cristiana, sino pagana. Esto es completamente absurdo, esto es típicamente luterano, protestante. Durante sus liturgias eucarísticas tratan al Santísimo Sacramento de manera banal, que a veces llega a ser horrible. Se sientan al recibir la santa comunión, y luego se pierden los fragmentos, ya que no se hacen cargo de ellos, y después de la comunión bailan en lugar de orar y adorar a Jesús en silencio. Esto es realmente mundano y pagano, naturalista.

Sr. Fülep: El problema puede ser no sólo en la práctica…

Su excelencia obispo Schneider:
El segundo peligro es su ideología. La idea principal del Neocatecumenado según su fundador Kiko Argüello es la siguiente: la Iglesia tenía una vida ideal sólo hasta Constantino en el siglo IV, sólo ésta era efectivamente la verdadera Iglesia. Y con Constantino la Iglesia comenzó a degenerar: degeneración doctrinal, degeneración litúrgica y moral y la Iglesia tocó fondo de esta degeneración de la doctrina y la liturgia con los decretos del Concilio de Trento. Sin embargo, contrario a su opinión, lo contrario es cierto: este fue uno de los aspectos más destacados de la historia de la Iglesia, debido a la claridad de la doctrina y la disciplina. De acuerdo con Kiko, el oscurantismo de la Iglesia duró desde el siglo IV hasta el Concilio Vaticano II. Fue sólo con el Concilio Vaticano II que la luz entró en la Iglesia. Esta es una herejía, porque esto quiere decir que el Espíritu Santo abandonó la Iglesia. Y esto es muy sectario y muy en línea con Martín Lutero, quien dijo que hasta él, la Iglesia había estado en la oscuridad y fue sólo a través de él que llegó la luz a la Iglesia. La posición de Kiko es fundamentalmente la misma, solamente que Kiko postula el oscurantismo de la Iglesia de Constantino hasta el Vaticano II. Por lo que mal interpretan el Concilio Vaticano II. Ellos dicen que son apóstoles del Vaticano II. De este modo justifican todas sus prácticas heréticas y enseñanzas con el Vaticano II. Esto es un grave abuso.

Sr. Fülep: ¿Cómo puede ser oficialmente admitida esta comunidad en la Iglesia?

Su excelencia obispo Schneider: Esta es otra tragedia. Establecieron un poderoso grupo de presión (lobby) en el Vaticano hace al menos treinta años. Y hay otro engaño: en muchos eventos presentan muchos frutos de conversión y muchas vocaciones a los obispos. Una gran cantidad de obispos están cegados por los frutos, no ven los errores, y no los examinan. Ellos tienen familias grandes, que tienen una gran cantidad de niños, y tienen un alto estándar moral en la vida familiar. Esto es, por supuesto, un buen resultado. Sin embargo, también hay un tipo de comportamiento exagerado para presionar a las familias para obtener un número máximo de niños. Esto no es saludable. Y dicen, estamos aceptando la Humanae Vitae, y esto por supuesto, es bueno. Pero al final esto es una ilusión, porque también hay un buen número de grupos protestantes hoy en el mundo con un alto estándar moral, que también tienen un gran número de niños, y que también van y protestan en contra de la ideología de género, homosexualidad y que también aceptan Humanae Vitae. Pero, para mí, ¡esto no es un criterio decisivo de la verdad! También hay una gran cantidad de comunidades protestantes que convierten un montón de pecadores, personas que vivían con adicciones como el alcoholismo y las drogas. Por lo que el fruto de conversiones no es un criterio decisivo para mí y no voy a invitar a este buen grupo protestante que convierte a los pecadores y tiene una gran cantidad de niños a mi diócesis a participar en el apostolado. Esta es la ilusión de muchos obispos, que están cegados por los “frutos”.

Sr. Fülep: ¿Cuál es la piedra angular de la doctrina?

Su excelencia obispo Schneider: La doctrina de la Eucaristía. Este es el corazón. Es un error mirar primero los frutos e ignorar o no cuidar la doctrina y la liturgia. Estoy seguro de que llegará el momento en que la Iglesia objetivamente examine esta organización en profundidad sin la presión de los lobbies del Camino Neocatecumenal y sus errores en la doctrina y en la liturgia verdaderamente saldrán a la luz.

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NOTA BIOGRÁFICA SOBRE MONSEÑOR SCHNEIDER

Excelencia, aunque muchos de nuestros lectores ya le conocen, ¿podría usted presentarse?

Athanasius Schneider: Nací en 1961 en el Kirghizistan, que formaba entonces parte de la Unión Soviética, en el seno de una familia católica de origen alemán. Mis padres son alemanes del Mar Negro pero originarios de Alsacia, cerca de Haguenau. Después de la IIª Guerra Mundial mis padres fueron deportados, en condiciones inhumanas, por Stalin a los Urales para realizar trabajos forzados. ¡Ha sido gracias a la fe Católica como han podido sobrevivir mis padres! He tenido el privilegio de recibir esta fe “con la leche materna”, por decirlo de alguna manera, a la vez que los Sacramentos y vivir mi vida cristiana en una Iglesia clandestina. Después, por una gracia especial de Dios, pudimos emigrar a Alemania. En 1982 entré en la Orden de los Canónicos Regulares de la Santa Cruz, en Austria, antes de ser enviado a Brasil como misionero, donde recibí la ordenación sacerdotal en 1990. En 1997, obtuve en Roma el doctorado en Patrología. A partir de 1999 enseñé teología en el seminario inter-diocesano de Karaganda, en Kazakhstan. En el 2006, fui nombrado obispo auxiliar de Karaganda y, en el 2011, obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa María en Astana, la capital de Kazakhstan. Actualmente soy secretario general de la Conferencia episcopal de Kazakhstan y presidente de la comisión de liturgia.

viernes, 23 de diciembre de 2022

En 2025 rehabilitan a Lutero



La rehabilitación de Lutero es una movida cuyos intentos se han venido incrementando en la última década (incluso llegándose a insinuar que su ‘reforma’ la inspiró el Espíritu Santo) pero, pensamos, el culmen llegará en 2025 para las celebraciones del año santo. Y no solamente Lutero, de allí podría pasarse a Wesley (ver aquí), Fidel Castro, el ché Guevara, los fariseos (ver aquí) y, quién sabe, hasta Jesús Malverde, el que en México llaman ‘el santo de los narcos’. ¿De dónde sacamos todo eso que parecen delirios nuestros? Lean lo siguiente y juzguen después si es que estamos tan delirantes.

Información de Vatican News, Oct-05-2022.


Jubileo: nace la Comisión para los testigos de la fe

El cardenal Marcello Semeraro lo anunció durante la conferencia "La santidad hoy" en el Augustinianum: "El Papa ha dicho que se reconstituya, de manera estable, esta realidad que estará vinculada a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos"

Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano

Con vistas al Año Santo de 2025, se creará la Comisión para los testigos de la fe, que ya había sido creada, a instancias de San Juan Pablo II, con motivo del Jubileo de 2000. El cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, lo anunció durante la conferencia "La santidad hoy".

¿Qué es la Comisión de Testigos de la Fe?

Esta iniciativa ya tuvo lugar con motivo del Gran Jubileo de 2000. San Juan Pablo II quiso destacar estas figuras de hombres y mujeres que, aunque no fueron canonizados, manifestaron con fuerza su fe. Así, la Comunidad de Sant'Egidio recibió el encargo de crear esta Comisión. Y se había elaborado una lista con biografías de personas que hablaban a todo el mundo cristiano, no sólo al católico. La experiencia de esta Comisión se limitó al gran Jubileo de 2000. Esta idea ha vuelto para el próximo Año Santo. El Papa Francisco ha pedido que se reconstituya esta Comisión, esta vez sin referirla a una circunstancia concreta, sino vinculándola a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos. Por ello, se está creando una Comisión estable. En los próximos días la pondremos en marcha, también como campo de estudio.

¿Quiénes son los testigos de la fe?

Pongo un ejemplo: me viene inmediatamente a la mente Dietrich Bonhoeffer, teólogo y pastor de la Iglesia que fue asesinado por oponerse al nazismo. La Iglesia no lo proclama mártir porque no era católico. Sin embargo, es una figura emergente como testigo cristiano. Como Bonhoeffer hay muchos otros. La santidad no siempre es inmediatamente evidente a los ojos de los fieles. Nuestro servicio es sacarla a la luz. Nosotros "no construimos santos", pero ayudamos al Papa en el discernimiento. Debemos mostrar que la santidad no está lejos de nosotros, sino que es una llamada que concierne a todos. No es necesario ser canonizado, pero debemos responder a la llamada a la santidad.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

¿Qué hacer con los obispos cuando no cumplen con su deber?



El día de su ordenación episcopal, Benedicto XVI escogió como lema “Cooperatores Veritatis”. El Pontífice alemán, tuvo claro desde el primer momento que su labor como obispo, debía estar enfocada a arrojar luz y defender la verdad.

Por desgracia, hoy en día vemos como cada vez más obispos se saltan a la torera este precepto, siendo ellos causantes y promotores de grandes inmoralidades y confusiones.

Mientras algunos se afanan por reformar la Iglesia desde dentro intentando colar doctrinas y enseñanzas nocivas, otros callan ante estos abusos.

Las herejías de alemanes y belgas

Hace escasos días, asistimos atónitos a cómo gran parte del episcopado alemán, con su presidente y el cardenal Marx a la cabeza, apoyaban reformas en moral sexual, uniones homosexuales y ordenación de mujeres.

Este pulso, no se mantiene desde el desconocimiento. Resulta inverosímil que haya obispos que desconozcan la nota que emitió la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde afirmaba que no se podía bendecir el pecado, en referencia a las parejas homosexuales. Por otro lado, es difícil de creer que los obispos desconozcan la Ordinatio Sacerdotalis de san Juan Pablo II donde afirma que «la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia».

Con todo esto, ¿cómo es posible que todavía queden obispos que planten cara de manera tan frontal y abierta contra el Magisterio de su propia Iglesia?

Cuando no se toman decisiones y se actúa de manera impune, es fácil que se produzca el «efecto llamada». En vistas que la inmensa mayoría del episcopado alemán se revuelve contra Roma y no pasa nada, ahora sus colegas belgas han decidido iniciar una nueva senda de ruptura con el Vaticano y la enseñanza católica.

En el día de ayer, publicamos como la Conferencia Episcopal de Bélgica, con el cardenal De Kesel a la cabeza, ha decidido abrazar y bendecir las uniones entre parejas homosexuales.

Lo que se esconde detrás de todas estas acciones, no es otra cosa que intentar «matar al pecado» y caer en que todo vale y que sólo hace falta ayudar a los pobres. En otras palabras, se trata de convertir la Iglesia católica, en una gran ONG.

Esta misma semana, hemos visto como algunos obispos han levantado la voz contra un error de Francisco en una de sus últimas cartas. Este tipo de actitudes no es lo habitual ya que siempre existe el temor a que pueda ocurrir como le pasó al obispo de Arecibo, monseñor Daniel Fernández, y ser destituido de un plumazo por parte del Papa.

Afortunadamente, aún algunos pocos obispos fieles a la verdad y que sin miedo ni complejos no dudan en levantar la voz cuantas veces sea necesario, tal y como han demostrado en numerosas ocasiones el obispo de Tyler, Joseph E. Strickland o Athanasius Schneider. También dentro del colegio cardenalicio los hay, como Müller o Sarah, que se han atrevido a corregir a sus colegas y alertar de estos peligros dentro de la Iglesia. Hay muchos otros, que públicamente prefieren guardar silencio.

El papel de los obispos y la doble vara de medir

Quizá haga falta recordar a este grupo de obispos progresistas colaboradores de doctrinas heréticas y confusas, que el Código de Derecho Canónico establece en el punto 386 que «el Obispo diocesano debe enseñar y explicar a los fieles las verdades de fe que han de creerse y vivirse, predicando personalmente con frecuencia; cuide también de que se cumplan diligentemente las prescripciones de los cánones sobre el ministerio de la palabra, principalmente sobre la homilía y la enseñanza del catecismo, de manera que a todos se enseñe la totalidad de la doctrina cristiana».

Cabe preguntarse, de manera legítima, el motivo por el cuál no «se actúa de oficio» en estos casos por parte de la Santa Sede y apartar cuanto antes a estos obispos que confunden al pueblo de Dios.

Es difícil de entender el empeño de Roma de poner su atención en restringir la Misa Tradicional por «falta de unidad» cuando resulta que hay un grupo de cardenales, obispos y sacerdotes que defienden públicamente doctrinas contrarias que menoscaban la unidad dentro de la Iglesia.

Resulta también sorprendente que se esté más preocupado en paralizar las ordenaciones en la diócesis de Frejús-Toulon, cuando es uno de los seminarios con más vocaciones de Francia o que se intervengan instituciones y movimientos de sana y buena doctrina que llenan las iglesias sin necesidad de inventarse cosas raras.

Redacción Infovaticana

lunes, 19 de septiembre de 2022

Cuatro obispos, sacerdotes y seglares señalan un error doctrinal contenido en «Desiderio desideravi» sobre la recepción de la Eucaristía




La doctrina católica de siempre, ratificada en el concilio de Trento y en el actual catecismo, indica que para poder comulgar hay que estar en estado de gracia y no en pecado mortal. Cuatro obispos, varios sacerdotes y numerosos miembros del mundo académico católico han publicado una carta señalando el error en la carta apostólica «Desiderio desideravi»


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El canon XI sobre la Eucaristía del concilio de Trento reza así:

Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía; sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación; establece y declara el mismo santo Concilio, que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para recibirlo, anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.

El Catecismo enseña:

1385. Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: «Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

De igual manera, el Código de derecho canónico decreta:

Can. 915: No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave.

Can. 916: Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave, no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; y en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.

Can. 711. Quien sea consciente de pecado grave, absténgase de celebrar la divina liturgia y de recibir la Divina Eucaristía, a menos que exista seria razón y falte oportunidad de recibir el sacramento de la Penitencia. En tal caso debe realizar un acto de perfecta contrición, que incluye el propósito de acceder a este sacramento lo antes posible.

Can. 712. Ha de apartarse de la recepción de la Divina Eucaristía a los públicamente indignos.

--------

Sin embargo, el papa Francisco escribe en su carta apostólica Desiderio desideravi sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios:
5. El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17).
Por ello un grupo de obispos, sacerdotes y seglares expertos en doctrina católica han hecho pública una declaración, «La enseñanza católica sobre la recepción de la Sagrada Eucaristía», en la que tras constatar que:

«El significado natural de estas palabras es que la única condición para que un católico reciba dignamente la Sagrada Eucaristía es la posesión de la virtud de la Fe, por la cual uno cree la doctrina cristiana como divinamente revelada. Además, en la Carta Apostólica como un todo se guarda completo silencio sobre este tema esencial del arrepentimiento del pecado para recibir dignamente la Sagrada Comunión.

Recuerdan que:

La Carta Apostólica Desiderio desideravi no constituye enseñanza infalible porque no satisface las condiciones requeridas para la infalibilidad. El canon del Concilio de Trento, en cambio, es un caso de ejercicio del poder infalible de enseñar de que goza la Iglesia. Luego, la contradicción entre Desiderio desideravi y la doctrina definida por el Concilio de Trento no derrota la doctrina de que la Iglesia está infaliblemente guiada por el Espíritu Santo cuando, haciendo uso de su oficio de enseñar, exige que todos los católicos crean una doctrina como divinamente revelada.

Y añaden:

Sobre la posibilidad de que un papa enseñe públicamente doctrinas erradas, véase la Correctio filialis dirigida al papa Francisco por un grupo de académicos católicos (http://www.correctiofilialis.org), y las discusiones contenidas en el libro Defending the Faith against Present Heresies (Arouca Press, 2021).

Y recalcan que:

Ningún católico puede creer o actuar basado en una declaración papal si ésta contradice la Fe Católica divinamente revelada.

Los firmantes de la carta lamentan que la política estadounidense Nancy Pelosi, pro abortista radical, comulgara públicamente en una Misa oficiada por el papa Francisco en la Basílica de San Pedro, a pesar de que su arzobispo, Mons. Cordileone, le advirtió públicamente que no podía comulgar precisamente por defender el crimen de matar a los no nacidos. Igualmente lamentan que el Papa no solo no apoyó al arzobispo de San Francisco sino que pareció reprocharle por querer ser fiel a la enseñanza de la Iglesia.

El texto concluye con la siguiente declaración:

Nosotros, los abajo firmantes, confesamos la Fe Católica en lo que concierne a la digna recepción de la Eucaristía, tal como ha sido definida en el Concilio de Trento. Es decir, la fe sola no es preparación suficiente para recibir dignamente el Sacramento de la Sagrada Eucaristía. Exhortamos a los obispos y clérigos de la Iglesia Católica a confesar públicamente la misma doctrina sobre la recepción digna de la Eucaristía, y a hacer cumplir los cánones pertinentes, para evitar grave y público escándalo.

Texto completo

Firmantes

Monseñor Joseph Strickland, Obispo de Tyler

Reverendísimo René Henry Gracida, obispo emérito de Corpus Christi

Mons. Robert Mutsaerts, Obispo Auxiliar de S'Hertogenbosch, Países Bajos

Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana, Kazajistán

P. James Altman

Dr. Heinz-Lothar Barth, hasta 2016 profesor de latín y griego en la Universidad de Bonn

Donna F. Bethell, JD

James Bogle, Esq., MA TD VR, abogado y ex presidente de Una Voce International

Diácono Philip Clingerman OCDS BS, BA, MA [Teología]

Diácono Nick Donnelly, MA

Anthony Esolen, PhD

Diácono Keith Fournier, JD, MTS, MPhil

Matt Gaspers, Editor General, Catholic Family News

P. Stanislaw C. Gibziński, Reading, Reino Unido

Maria Guarini, STB, editora del sitio web Chiesa e postconcilio

Sarah Henderson, DCHS, MA (Educación Religiosa y Catequesis), BA

Dra. Maike Hickson, PhD, periodista

Dr. Robert Hickson, profesor jubilado de literatura y filosofía

Dr. Rudolf Hilfer, Stuttgart, Alemania

Dr. Rafael Huentelmann, redactor jefe de METAPHYSICA

Steve Jalsevac, cofundador y presidente de LifeSiteNews.com

Dr. Peter A. Kwasniewski, PhD

Dr. John Lamont, DPhil

P. Elias Leyds, CSJ, diócesis de Den Bosch, Países Bajos

P. John P. Lovell

Dr. César Félix Sánchez Martínez. Profesor de Filosofía de la Naturaleza en el Seminario Arquidiocesano San Jerónimo de Arequipa (Perú)

Diácono Eugene McGuirk

Martin Mosebach

Brian M. McCall, redactor jefe de Catholic Family News

Patricia McKeever, B.Ed. M.Th., Editora, Catholic Truth (Escocia)

Julia Meloni, licenciada en Yale, licenciada en Harvard, autora

P. Cor Mennen, licenciado en derecho canónico, ex-profesor de seminario

P. Michael Menner

Dr. Sebastian Morello, BA, MA, PhD, editor de ensayos para The European Conservative

P. Gerald E. Murray, J.C.D., párroco de la Iglesia de la Sagrada Familia, Nueva York, NY

George Neumayr, escritor católico

P. Guy Pagès

Paolo Pasqualucci, profesor retirado de filosofía, Universidad de Perugia, Italia

Dr. Claudio Pierantoni, Universidad de Chile, doctor en Historia del Cristianismo, doctor en Filosofía

Dr. Carlo Regazzoni, filósofo.

Dr. John Rist, profesor emérito de Clásicos y Filosofía, Universidad de Toronto, FRSC

Eric Sammons, editor de la revista Crisis

Edward Schaefer, presidente, The Collegium

Wolfram Schrems, Mag. theol., Mag. phil.

Paul A. Scott PhD, FRSA, FRHistS, FCIL, CL, profesor asociado de francés y profesor Cramer, profesor afiliado del Gunn Center for the Study of Science Fiction, profesor afiliado del Ad Astra Center for Science Fiction and Speculative Imagination, editor general de The Year's Work in Modern Language Studies (Brill) Departamento de Estudios Franceses, Francófonos e Italianos,

Universidad de Kansas, Estados Unidos

Anna Silvas, BA, MA, PhD, Investigadora Senior Adjunta, Universidad de Nueva Inglaterra, Australia

Dr. Michael Sirilla, PhD

Anthony P. Stine, PhD

Dr. Gerard J.M. van den Aardweg, Países Bajos

Dr. phil. habil. Berthold Wald, profesor jubilado, Facultad de Teología de Paderborn, Alemania

John-Henry Westen, cofundador y editor jefe de LifeSiteNews.com

Elizabeth Yore, abogada, fundadora de Yore Children

John Zmirak, Doctor en Filosofía
Firmantes adicionales

P. Edward B. Connolly

Christina Fox, BA BDiv., académica

Adrie A.M. van der Hoeven MSc, editor de jesusking.info

P. Tyler Johnson

Edgardo J. Cruz Ramos, presidente de Una Voce Puerto Rico

Luis Román, estudiante de MBA y MA de teología, anfitrión y productor del conocido programa en la comunidad hispana llamado Conoce, Ama y Vive Tu Fe

Prof. Leonard Wessell (retirado), Ph.D. (USA), Dr. Phil. (Alemania), Doctorado, (España)

miércoles, 25 de agosto de 2021

La verdadera doctrina de la infalibilidad pontificia

 ADELANTE LA FE


El papa Francisco no deja de escandalizar a los laicos, los sacerdotes fieles y todo el mundo secular (al fin y al cabo, el cargo le proporciona jurisdicción universal sobre todos ellos). Su más reciente y escandaloso ataque a la Misa Tradicional por medio de Traditionis custodes ha llevado a muchos católicos tradicionales a poner en tela de juicio el dogma de la infalibilidad del Papa. ¿En qué consiste esa infalibilidad? ¿Qué es lo que protege la infalibilidad? ¿Puede un papa proclamar una herejía? Todas estas preguntas están en este momento en boca de gran cantidad de católicos. Desgraciadamente, esta confusión no tiene nada de nuevo, porque el beato Pío IX mismo reconoció poco después de la proclamación del dogma que éste no se entendía bien.

« [La infalibilidad pontificia] es una cuestión cuyo verdadera sentido no entienden bien todos los hombres, y menos aún los laicos.»[1]

Debido a esta confusión, muchos se están viendo tentados a rechazar de plano el dogma mencionado y pensando en apostatar y pasarse a la Iglesia Ortodoxa, mientras otros   exageran la infalibilidad más allá de sus verdaderos límites tentados a caer en la papolatría o el sedevacantismo (perdón por repetirme). Es imprescindible que en un ambiente así los católicos tengan clara la verdadera naturaleza del dogma, con todo su alcance y sus límites.

El dogma de la infalibilidad pontificia fue definido el 18 de julio de 1870 en el Concilio Vaticano I, si bien la Iglesia lo creía desde el tiempo de los Apóstoles. Este dogma sostiene que Dios garantiza que el Romano Pontífice no enseñará jamás un error cuando se exprese en unas condiciones determinadas. Pastor Aeternus, el documento que definió el dogma, establece claramente las circunstancias concretas en el que el Papa se expresa de modo infalible. En el nº9 declara:

«Enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.»

Demuestra que son necesarias tres condiciones para que una declaración sea infalible:

1. Que el Sumo Pontífice se exprese como pastor supremo de la Iglesia (o sea, como papa).

2. Que defina una verdad relativa a la fe o las costumbres.

3. Que la haga vinculante para todos los fieles (es decir, todos los cristianos bautizados).

Esta tercera condición es la que tantísimos católicos han entendido en gran medida mal. El Papa sólo está salvaguardado por la infalibilidad cuando formula una declaración que todos los cristianos bautizados están obligados a creer si quieren salvarse.

Determinación de los límites de la infalibilidad

En respuesta a la confusión reinante en torno a la infalibilidad de la que habló Pío IX, monseñor Fessler, secretario del Concilio Vaticano I, intentó definir claramente qué es y qué no es infalibilidad. No sólo eso; trató de contrarrestar los crecientes ataques contra el recién definido dogma que proliferaron durante la segunda mitad del siglo XIX. Al haber participado tan de lleno en la definición del dogma, el obispo Fessler entendía mejor que nadie el asunto y podía hablar con mucha autoridad. En 1871 publicó un libro titulado  The True and False Infallibility of the Popes,en el que explicó cumplidamente el alcance y límites de infalibilidad pontificia y refutó uno por uno los trillados argumentos que cada día se arrojaban contra ella. La finalidad principal de la obra era rebatir las objeciones compiladas por el Dr. Schulte, catedrático de derecho canónico de la Universidad de Praga y uno de los más acerbos críticos de del Papa desde el Concilio Vaticano I. La obra de monseñor Fessler expone con gran autoridad la cuestión, pues fue aprobada por el beato Pío IX, que afirmó que el libro exponía con bastante lucidez la verdadera definición del dogma.

Monseñor Fessler define la infalibilidad del Papa conforme a las condiciones arriba señaladas:

«Por nuestra parte, observamos que la opinión de los teólogos católicos es que hay dos notas que distinguen a un pronunciamiento ex cathedra; no sólo eso: ambas notas tienen que darse a la vez. Es decir, que (1) el objeto o  tema a decidir tiene que ser una cuestión de fe y costumbres; y (2) es preciso que el Sumo Pontífice exprese, en virtud de su suprema autoridad doctrinal, su intención de declarar que esa doctrina concreta en materia de fe y moral es parte integral de la verdad necesaria para la salvación revelada por Dios; y para que sea tenida como tal por toda la Iglesia Católica,[2]  debe publicarla y darle una definición formal. Estas dos notas tienen que darse a la vez».[3]

Si nos fijamos en las indudablemente heréticas doctrinas de Francisco con respecto a muchas cuestiones, desde la salvación de ateos empecinados hasta la de afirmar que el proselitismo es pecado, en ningún momento ha declarado que una de sus doctrinas heréticas sea parte integral de la verdad necesaria para la salvación. Ello obedece a que el dogma de la infalibilidad se lo impide.

Cuando Fessler definió la infalibilidad, definió asimismo lo que no es la infalibilidad:

(2) Ciertamente un acto pontificio no es una definición ex cathedra. 

(3) No todo lo que han afirmado los papas en su vida diaria o en libros de su autoría, o en cartas ordinarias, son definiciones dogmáticas ni ex cathedra.

(4) Lo que diga un pontífice, ya sea a una persona en particular o a toda la Iglesia, incluso en un rescripto solemne, en virtud de su suprema jurisdicción al promulgar leyes disciplinarias, decretos judiciales y sentencias penales, así como en actos de gobierno eclesiástico, no constituye una declaración dogmática infalible o ex cathedra.

(6) Es más, si cuando nos encontramos ante una auténtica definición dogmática de un pontífice, sólo debemos considerar y aceptar como ex cathedra aquella parte que esté expresamente calificada de definición; no se debe incluir nada que se mencione de modo accesorio.[4]

Habida cuenta de cuánto le gusta al pontífice actual la teología de altos vuelos (aeronáuticos, se entiende), esta afirmación tiene mucho peso. Las declaraciones (supuestamente) improvisadas que hace en conferencias de prensa, entrevistas y demás no se pueden considerar en modo alguno doctrina infalible de la Iglesia, sino meras opiniones falibles de un hombre que puede fallar mucho. Y aun cuando se dirige a toda la Iglesia, sólo sería infalible en la medida en que vinculara a los fieles a una verdad moral o teológica necesaria para la salvación, cosa que el papa Francisco no ha hecho en su vida. En realidad, la sola idea de vincular a los fieles a una creencia cualquiera es la antítesis del relativismo y el liberalismo del ideal modernista.

Sedevacantismo

Al estilo de los buitres, los sedevacantistas dan vueltas en círculo alrededor de los animales enfermos. Hacen presa en los católicos debilitados por las herejías y tremendas imprudencias de nuestro pontífice. Paradójicamente, caen en el mismo error que los liberales papólatras a los que tan ruidosamente se oponen. Unos y otros inflan el dogma de la infalibilidad papal por encima de sus verdaderos límites, es decir, los que fijó monseñor Fessler. Sostienen que toda afirmación que hace el Romano Pontífice desde su cátedra de maestro supremo está salvaguardada por el dogma de la infalibilidad, y que por consiguiente cuando un papa enseña una herejía eso es señal infalible de que no es el verdadero papa. Afirman que ningún hereje puede ser elegido al solio pontificio, e invocan la bula Cum ex apostolatus officio de Paulo IV como doctrina infalible a este respecto. Cierto es que dicha bula prohíbe que los herejes ejerzan el cargo de papa; ahora bien, no se trata de una definición de doctrina, sino de una norma disciplinaria. Mucho antes de que llegase a pensarse siquiera en la posibilidad del sedevacantismo, el obispo Fessler ya habló de esa tesis:

«Está fuera de toda duda para nosotros que esta bula no es una definición en materia de fe y costumbres ni una declaración ex cathedra. Se trata simplemente de un decreto de la suprema autoridad del Papa como legislador, con el que hizo uso de su autoridad punitiva; no de su autoridad como supremo maestro (...) Es indudable que Pablo IV considera la posibilidad (por improbable que sea) de que quien mantiene con pertinacia una doctrina herética puede ser elegido papa, así como de que una vez que haya ascendido al trono pontificio pueda seguir sosteniendo doctrinas heterodoxas, y hasta podría ser que las expresara en una conversación con otras personas. Pero no que llegase a enseñar a toda la Iglesia esa doctrina herética como expresión de su suprema autoridad docente (ex cathedra). Con su especial asistencia, Dios impide que el Papa y la Iglesia hagan declaraciones así».[5]

El mismo documento que invocan los sedevacantistas en apoyo de su premisa de que ningún hereje puede ser papa prevé en sus propias palabras la posibilidad de que tal cosa ocurra y socava con ello su propio argumento. De estar aún en vigor Cum ex apostulatus officio, evitaría que un hereje llegara a ser elegido pontífice; sin embargo, el Código de Derecho Canónico de 1917 abrogó la ley anterior sin dejar ninguna disposición equivalente.

El gran peligro del sedevacantismo está en que al exagerar erróneamente la infalibilidad pontificia intranquiliza las almas. En su libro, Fessler censura esa misma actitud:

«Si presenta un rescripto pontificio, que entra dentro de la legislación reversible o son meros actos de gobierno, como definición pontificia en materia de fe y costumbres, o bien si a partir del repertorio de auténticas definiciones dogmáticas de los papas saca alguna observación secundaria, dicha de pasada, afirmando que es ex cathedra, conduce al error a sus lectores; suscita innecesariamente sospechas de los gobernantes y los pone en contra de la doctrina católica declarada por el Concilio del Vaticano; por último, de forma consciente o inconsciente (sólo Dios sabe de cuál de las dos maneras) genera grandes prejuicios  la Iglesia Católica».[6]

Herejías pontificias

Aparte de los últimos pontificados, al menos tres veces en la historia de la Iglesia se ha dado el caso de que un pontífice exprese una herejía. A pesar del escándalo que constituyó para la Iglesia, en modo alguno anuló o desacreditó el dogma de la infalibilidad. Durante la crisis arriana del siglo IV, el papa Liberio firmó la fórmula de Sirmio, que afirmaba que Dios Padre era mayor que Dios Hijo, tremenda blasfemia contra la Santísima Trinidad, conocida después como la blasfemia de Sirmio.[7]  En el siglo VII, Honorio I afirmó que la herejía monotelista, por que fue condenado no por uno, sino por tres concilios ecuménicos.[8]  Y en el siglo XIV, Juan XXII enseñó que las almas de los fieles difuntos no alcanzarían la visión beatífica hasta después del juicio final, creencia anatemizada por Benedicto XII.[9]

Entonces, ¿cómo es que esta realidad indiscutible de que ha habido papas que han enseñado herejías no desacredita el dogma de la infalibilidad? La explicación está en que ninguno de ellos enseñó esas herejías ex cathedra. Esos pontífices heterodoxos hablaban de cuestiones de fe, y Liberio hasta refrendó con su firma la blasfemia de Sirmio mientras ejercía como papa, pero ninguno de ellos hizo vinculante para los fieles su herética doctrina como creencia necesaria para salvarse.

Dicho de otra manera: a sus declaraciones heréticas les faltó la última condición para ser definiciones infalibles ex cathedra. Del mismo modo, el papa Francisco en sus innumerables afirmaciones y decretos heréticos y vergonzosos, desde afirmar de buenas a primeras que el proselitismo es pecado, pasando por sus encíclicas Amoris laetitia y Fratelli tutti hasta llegar a Traditionis custodes, no ha hecho sus doctrinas heréticas vinculantes para los fieles con miras a la salvación.

Es más, un papa jamás puede obligar a los fieles a creer una doctrina herética como necesaria para la salvación, ya que Cristo precisamente prometió a su Iglesia que las puertas del Infierno no prevalecerían contra Ella. De eso mismo nos protege precisamente el dogma de la infalibilidad papal. Por las virtudes teológicas de Fe, Esperanza y Caridad, sabemos que Dios no permitirá que ningún papa enseñe una doctrina herética ex cathedra, por muchas herejías que arroje por su sucia boca. Así como un demonio, por mucho que se esfuerce, no puede resistir lo que le ordena un alter Christus  durante un exorcismo, tampoco puede un papa resistir la promesa de infalibilidad asociada a su cátedra por mucha malicia o debilidad que tenga.

Al papa Francisco tenemos que resistirlo en su último y vergonzoso ataque a la Iglesia Católica. Recordemos la fiel resistencia del obispo Roberto Grosseteste a Inocencia IV:

«No es posible, pues, que la Sede Apostólica, a la que Cristo mismo le confirió autoridad para edificar y no destruir, promulgue un precepto tan odioso y perjudicial para la raza humana como éste. Si no, sería degeneración, corrupción y abuso de la más santa y plenaria autoridad. Nadie sujeto y fiel a la mencionada Sede con inmaculada y sincera obediencia que no esté apartado cismáticamente el Cuerpo de Cristo y dicha Sede puede obedecer órdenes y preceptos como éste; así lo promulgara el más elevado coro de los ángeles, está obligado a rebelarse y oponerse con todas sus fuerzas».[10]

Cobremos ánimo recordando que Cristo ya ganó la batalla en el Calvario y que los furiosos asaltos del Diablo son los inútiles esfuerzos de quien se niega a reconocer la derrota.

«Y Pedro saliendo de la barca, y andando sobre las aguas, caminó hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, se amedrentó, y como comenzase a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!” Al punto Jesús tendió la mano, y asió de él diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”»[11]

Cuando nos azoten los vientos del presente pontificado y nos escandalicen nuestros pastores; cuando vacile nuestra fe, recordemos que Jesucristo es dueño de la situación; alarguémosle la mano, como San Pedro.

Michael Massey

_____________

[1] Pope Pius IX, Breve al obispo Fessler, 27 de abril de 1871.

[2] En este caso la segunda condición de Fessler se puede subdividir en la 2ª y 3ª como  outlined   antes.

[3] Fessler, The True and False Infallibility of the Popes, p. 65.

[4] Íbid, p. 89.

[5] Íbid, pp. 89-90.

[6] Íbid, p. 68-69.

[7] V. San. Hilario, Contra Valente y Ursacio libro II Ch. VII; y Sozomeno, Hist. Eccl., lib. IV, cap. XV.

[8] V. Hefele, A History of Christian Councils Vol. V, p. 182.

[9] V. la constitución Benedictus Deus.

[10] Stevenson, Francis Seymour. Robert Grosseteste: Bishop of Lincoln, p. 309-310.

[11] Mateo 14, 29-31.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

sábado, 19 de junio de 2021

LA GUERRA QUE ATRAVIESA LOS SIGLOS (Fray Benjamín de la Segunda Venida)

 NOBIS QUOQUE


La guerra acaba siendo institución permanente y aun necesaria en el estado de naturaleza caída porque cada cual debe moverle pleito a sus pasiones desordenadas y le es lícita e inexcusable a toda nación la embestida contra aquello que ofende a la justicia. Los caballeros cruzados supieron esto, y no es casual que el apogeo de la Cristiandad haya coincidido con las gestas de liberación del Santo Sepulcro y el inicio de su decadencia con el sucesivo desinterés de los príncipes cristianos, alboreando el siglo XIV, por seguir contribuyendo con esta causa. La supresión de la orden templaria es, a este respecto, todo un signo del viraje de los tiempos. Que no se han detenido hasta alcanzar la mayor amplitud en el giro opuesto, opugnando el derecho natural y el divino con un cálculo y detallismo dignos de una voluntad perversa y una inteligencia extraviada por completo. Por eso en nuestro tiempo la guerra, por misteriosa concesión de la Providencia, beneficia abrumadoramente a los malos. “Le fue concedido hacerles la guerra a los santos y vencerlos”, dice del protervo enemigo aquel misterioso pasaje del Apocalipsis. Hasta que la Parusía de Nuestro Señor, que allí mismo se describe con una espada afilada saliendo de su boca para abatir a sus adversarios, venga a restaurar todas las cosas en una clamorosa acción de guerra contra todos quienes rechazan el primado universal de Cristo Rey. Desenlace de la historia que ya había sido anticipado por Jesucristo en su predicación cuando, próximo a Jerusalén poco antes de su prendimiento, concluye la llamada “parábola de las minas” advirtiendo que «en cuanto a mis enemigos, aquellos que no me querían por rey, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia».

Hay una relación inversa, por tanto, entre la suerte que viene tocando a estos enemigos del nombre cristiano en los recientes siglos y la que les cupo en los tiempos en que la Cristiandad no había conocido mella en su acometividad, de modo de confirmarnos que en las postrimerías el abatirlos será una pura obra celestial. Lo que no impide advertir que el motor de la historia no es la lucha de clases, sino la guerra sin tregua entre dos cosmovisiones irreductibles: los “dos amores que fundaron dos ciudades” al decir de san Agustín o, precisando un poco más los caracteres a la luz de la prolongada experiencia histórica, la “cábala buena” y la cábala mala”, tal como las distingue el padre Meinvielle, recordando oportunamente que el término hebreo kabbalah significa «tradición».

Hay que hablar en rigor, entonces, de dos tradiciones que se remontan a la noche de los tiempos y determinan dos inconciliables visiones de las cosas cuyas raíces fincan en el futuro último, en la consumación y fijeza que encontrarán todos los destinos humanos, bien en la Jerusalén Celestial o en el fuego inextinguible. Se entabla entre ambas una dialéctica no inmanente sino trascendente, incapaz de una síntesis de opuestos y que en el devenir terreno reclama la supremacía total de una de las partes.

El padre Innocenti, en su La gnosi spuria, precisó el carácter de «subestimación de la metafísica» implicado en la parasitaria postura de la contra-tradición, la cual «parte de una concepción del ser entendido no como libre participación de una fuente perfectísima y amante, sino como degradación necesaria de un principio indeterminado por medio de una dialéctica inconsciente de los contrarios. De aquí procede el juicio negativo sobre la creación y la pretensión de rescate de este mundo degradado por la atracción originaria y final hacia la nada. El error inicial acerca de la estimación de lo perfectísimo trascendente conlleva el error acerca de su obra, especialmente acerca del hombre y el sentido de su vida». Grecia conoció este vértigo nihilista en la escuela sofística, cuyos representantes (como Protágoras, quien llegó a sostener que “el hombre es la medida de todas las cosas”) pueden motejarse con justicia como los primeros humanistas. Sin soslayar la paradoja entrañada en toda idolatría: la del amor reversible en odio hacia el propio objeto de culto que, cuando éste se identifica con el hombre mismo, puede aventurar una árida estación histórica de asedio compulsivo de toda humanidad. Lo que hoy tenemos a la vista, en gradación creciente.

La contra-tradición o cábala a secas (para darle el nombre consagrado por el uso) atraviesa entonces la historia en pugna con la Revelación y aun con el logos humano, y no abandonará la escena de este mundo hasta que Dios mismo pronuncie Su juicio. Se trata, pues, de una doctrina –o, más bien, de un haz de doctrinas variadas en sus manifestaciones pero sustancialmente una y la misma en su meollo y en sus premisas- sugerida al hombre por la serpiente antigua con miras a proporcionarle una viva experiencia del mal. Recrea y consolida a su modo la caída original, por la que el hombre deseó conocer experimentalmente la «ciencia del bien y del mal» cuando hasta entonces su pericia estribaba sólo en el bien. Porque la inimica vis o «potencia de aniquilación» se engolfa en la reciprocidad entre el mal y la nada, contrarreflejo del bien como atributo del ser. Su poder, limitado y transitorio pero no menos real, es el de la sugestión del abismo, de la experiencia engañosa –por imposible- de no ser, del sustraerse la criatura a las leyes que le vienen dadas con el don de su existencia no elegida y de rechazar la plenitud futura a trueque de una plenitud postiza verificable aquí y ahora –la de la rebelión y sus efectos- a pesar de los sucesivos desengaños. Desengaños que si merced a un milagro moral -verificable a veces- no logran arrancar al sujeto del ciclo descendente de sus desventuras, parecen obrar misteriosamente al modo de un tónico para facilitar la reincidencia. Ésta, que es en cifra la psicología del pecado, lo es también de la herejía y las doctrinas perversas, que suponen el pecado del espíritu.

Del mismo modo que la llamada proto-tradición, comunicada a su descendencia por los exiliados del Edén y reafirmada por Dios mismo a su pueblo cuando los efectos delicuescentes del pecado arrastrado por generaciones ponían en serio peligro su vigencia, así también la contra-tradición se desarrolló “en paralelo”, siguiendo más o menos de cerca el curso de los testimonios de la verdad inerme, acechándolos y asechándolos sin pizca de descanso. Tanto que si Dios mismo no hubiese intervenido con su portentosa mano en distintas ocasiones en favor de su pueblo -tal como lo reseñan el Pentateuco y los sucesivos libros históricos del Antiguo Testamento, y tal como lo cantan los salmos-, pronto éste hubiese sucumbido junto con la doctrina veraz de la que era depositario y junto con la esperanza de la Redención ventura. Lo mismo cumple decir, ya pagado nuestro rescate en la Cruz, de la sucesiva epopeya de la Iglesia en la confirmación del dogma de la fe, atacado una y otra vez por los enemigos deseosos de desvirtuarlo, de cumplir aquel solvere Iesum que constituye el avieso designio de los «anticristos», tal como nos lo advierte san Juan apóstol en sus epístolas.

Junto con la tenaz oposición del imperio fueron finalmente vencidas la gnosis antigua, los sincretismos, las primeras e insidiosas herejías, inaugurando un largo período de concordia doctrinal en el seno de una sociedad cristiana cuya identidad fue afirmándose con los siglos. Pero (en palabras de Auguste Nicolas) «el espíritu del error no decayó en su naturaleza eternamente celosa y subversiva ni en el poder que recibió, en la medida prescrita, para poner continuamente a prueba la verdad y el fervor de sus discípulos». Y como las leyes de la historia mandan que al apogeo siga una pendiente, y como el enemigo es siempre el mismo y sus recursos dialécticos no son infinitos, no mucho después de haber vencido con el auxilio del brazo secular a las odiosas sectas neo-maniqueas que promovían, junto con la heterodoxia, el caos social, la Iglesia comenzó a transitar su prolongada pleamar viendo emerger al punto y de su seno la confusión nominalista (reviviscencia, bajo carátula cristiana, del viejo error escéptico y sofista). La peste negra, en sincronía con aquel terrible escollo de las inteligencias, parece haber estampado un como a modo de sello histórico, el anticipo de la vuelta de página que estaba por consumarse. En adelante, el orden social cristiano se agrietaría como un jarrón, y el escándalo de la guerra entre reyes católicos, incluyendo a una de las partes aliada con el turco, y la ruptura de la unidad religiosa más el saqueo de los bienes de la Iglesia y la exaltación de aquel horroroso principio Cuis regio, eius religio que finiquitaba las guerras de religión al precio de subordinar con el mayor de los cinismos la religión al orden temporal, todos estos hechos y otros muchos proveyeron el clima histórico más apropiado para la difusión triunfante de los errores que, en adelante, oprimirían a la verdad hasta el extremo que hoy presenciamos.

El panteísmo, el monismo, el emanatismo y todos los venenosos sistemas mutuamente afines excogitados al alborear este período fueron informando uno a uno los regímenes políticos en auge, como era inevitable que ocurriera: ni De Maistre ni Donoso señalaron en vano la valencia teológica de toda afirmación política. Desde el absolutismo regio, pasando por la democracia liberal y concluyendo en el socialismo, la pretensión de que Dios es uno con todas las cosas (y su reverso obligado: no hay Dios) impregna acuciosamente la mens del conglomerado civil, o al menos su legislación y su praxis política. Pero así como el cristiano se debe a la causa de la Verdad en condición de guerrero, de cruzado, arrastra también la desventaja, en el estado actual de cosas (que es el de naturaleza caída), de tener que guardar moderación en el combate secular. La parábola del trigo y la cizaña le enseña acabadamente que no cumple a él la extirpación completa de los escándalos, y a más Cristo mismo le prescribe el amor a los enemigos. Camaradas tirad, pero tirad sin odio, que dijera el Ángel del Alcázar. El enemigo, aventajado en un mundo del que se sabe ciudadano con pleno derecho, persigue en cambio la aniquilación completa, sin que queden huellas, de la Iglesia y de todo testimonio de Cristo. Y lo hace en sopesadas combinaciones de astucia y de furor, según se lo concedan las circunstancias.

La Revelación nos permite, antes del segundo advenimiento del Señor, esperar un ápice de las fuerzas del mal, enseñoreadas a la sazón de la práctica totalidad del mundo. Nunca como bajo el llamado «globalismo» adquirieron tan terrífica factibilidad aquellas palabras del Apocalipsis relativas a la potestad política anticristiana: “le fue dado poder sobre toda tribu, lengua, pueblo y nación. La adorarán todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no están escritos desde el principio del mundo en el libro de la vida del Cordero degollado”. Nunca como bajo el imperio global de la persuasión, capaz de someter a infundado terror a las masas obligándolas incluso a adoptar conductas del todo irracionales, se le hizo tan cercano el horizonte escatológico a quienes se han dado al cometido de «devorar aquel librito» que es tan dulce al paladar como amargo a las vísceras. Nunca la guerra que se le ha movido insensatamente a Dios ha logrado catalizar tanta dosis de mentira, ceguera, orgullo, notoria deshonra en los hábitos y en los talantes, contumacia infernal y sombrío nihilismo. Guerra a la inocencia, guerra al honor, guerra a la virtud y al bien. Guerra, en definitiva, al hombre, creado a imagen y semejanza de su Creador: tal el vertedero de aquella multisecular proclama implícita en la contra-tradición que atraviesa los siglos y hoy alcanza su acmé después de haber combatido con éxito al cristianismo. Su derrumbe será subitáneo, a pique, como por precipicio, y esperamos verlo con nuestros ojos.


(Fray Benjamín de la Segunda Venida)