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lunes, 5 de septiembre de 2022

NOTICIAS 5 SEPTIEMBRE 2022



- No hay emergencia climática, los científicos desafían a los catastrofistas: "Audiatur et altera pars"



- Mensaje de Mons. Carlo Maria Viganò para la Primera Jornada Mundial contra el Aborto


Selección por José Martí

¿Formalismo litúrgico? (Monseñor Héctor Aguer)



Muchísimos fieles aspiran a integrarse en el culto divino participando de la celebración que se cumple en la Iglesia; no van a ella para sentirse feliz o mejor, sino para comunicarse con el Misterio Divino. La ideología progresista postula la abolición del rito, de la ritualidad en la relación con Dios; es el resultado del «giro antropológico», die antropologische Wende de Karl Rahner; se subraya no el acceso, la subida, del hombre a la comunicación con Dios, sino el uso de Dios para la felicidad del hombre.

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He leído con azoramiento unas afirmaciones lanzadas en Roma. Digo que la lectura me dejó azorado porque el sobresalto también infundió ánimo para analizar aquellos dichos que no se referían a sucesos ocurridos en otro planeta, sino en la extensión universal de la Iglesia Católica. El tema era la liturgia.

Señalo en primer lugar una expresión correcta: «hay que impregnarse del espíritu de la liturgia, sentir su misterio con asombro siempre nuevo». Me permito, con todo, proponer una puntualización. La frase es aceptable si se excluye de la aprobación todo invento de extravagancias seudolitúrgicas que pueden causar admiración. Además, sentir el misterio es posible en la adoración, cuando todo nuestro ser se orienta y se eleva hacia Dios; es un sentido espiritual, -místico - digamos. En los dichos que comento se afirma que «no es una cuestión de ritos, el misterio de Cristo». Para aclarar la afirmación se podría explicar que el Misterio ha de ser percibido y participado en el rito; no se debe oponer rito a Misterio. La cuestión -clave en la organización, en la orientación de la liturgia- es que en el rito pueda discernirse el Misterio, que sea realizado objetivamente como gesto de adoración.

El Apóstol Pablo recordó a los Corintios respecto de la Eucaristía: «Cada vez que comen este pan y beben esta copa, anuncian la muerte del Señor hasta que Él vuelva» (1 Cor 11, 26). La cuestión es que el rito exprese cabalmente al misterio, y para eso que se lo celebre exactamente, tratándose de algo tan serio como la muerte del Señor, con la disposición debida; lo contrario es celebrarlo indignamente, anaxíos. De ello hay que rendir cuentas, de no haber discernido el misterio del Cuerpo del Señor, de la realidad de la muerte de Cristo. Desde entonces eso es lo más serio que un cristiano puede hacer. Me parece que la advertencia paulina puede aplicarse a la necesidad de que las disposiciones respeten la misteriosa realidad que en el rito se hace presente. Esto significa que no hay nada que inventar para «sentirse» mejor, para expresarse en esa circunstancia. Lo necesario es que el rito se verifique con exactitud; entonces la conciencia de su contenido es asombro siempre nuevo ante lo mismo. La educación litúrgica es educación del sentir en la Adoración del Misterio que se devela en el rito, en el sacramentum. La misa es un sacrificio sacramental, y el sacerdote, que hace las veces de Cristo, es el sacrificador; en el rito sacramental de la misa se actualiza el misterio de la redención.

Las declaraciones que dan lugar a mi comentario expresan como una tentación el peligro del formalismo litúrgico, de «volver a las formalidades que postulan aquellos que niegan el Concilio Vaticano II». No voy a negar que existen grupos que representan esa posición, pero son ciertamente minoritarios; lo que ocurre mayoritariamente, ut in pluribus, es todo lo contrario. Es la devastación universal de la Sagrada Liturgia, de la que han desaparecido la exactitud, la solemnidad y la belleza, una de las mayores tragedias de la Iglesia en nuestros días. El duro término devastación lo empleó el entonces Cardenal Ratzinger en su prólogo al libro del insigne liturgista Klaus Gamber «La reforma litúrgica». En este texto, el futuro Benedicto XVI observa que es necesario hacer una «reforma de la reforma». Es el colmo que, después de tanto tiempo de incertidumbre y abusos, se insista descalificando como «formalismo» el cuidado por la exactitud de los ritos. Del Concilio ni se acuerdan quienes pretenden una liturgia vital y alegre, que sea culto de ellos mismos más que culto de Dios. Resulta asombrosa la ignorancia histórica y teológica de quienes desprecian las formas, descalificándolas como formalismo. El Vaticano II prescribía en la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia: «Que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie nada por iniciativa propia en la liturgia». No faltan progresistas que sostienen que ese texto conciliar es «conservador», y por lo tanto tiene un valor menor.

El peligro, entonces, o más que peligro, la realidad de una praxis antilitúrgica, es que cada uno de los celebrantes pretenda que la celebración sea «viva» y «alegre» a expensas de la forma, del rito. Causa desazón que la Santa Sede no intervenga para hacer cesar la devastación de la liturgia del Rito Romano, que ya no es ni romano, ni rito.

Las declaraciones que critico con plena conciencia lamentan el apego al formalismo litúrgico, ¿a quién se referirán? Como ya lo he señalado, pero quisiera vocearlo a los cuatro vientos, el drama es la devastación de la liturgia, que tiene ya larga vigencia. La cuestión de fondo es la incomprensión de lo que implica el culto de Dios y las exigencias intrínsecas de la sacralidad. Hay obispos -me consta desde hace tiempo- que opinan que ya no existe distinción entre sagrado y profano. Hasta un hombre primitivo se escandalizaría de semejante afirmación. La historia de las culturas muestra que en todas ellas siempre existió una dimensión sagrada, el trato con «los dioses» mediante formas prescritas que es necesario observar siempre. Aun en la sociedad laicista o atea existen costumbres rituales de la vida pública.

Muchísimos fieles aspiran a integrarse en el culto divino participando de la celebración que se cumple en la Iglesia; no van a ella para sentirse feliz o mejor, sino para comunicarse con el Misterio Divino. La ideología progresista postula la abolición del rito, de la ritualidad en la relación con Dios; es el resultado del «giro antropológico», die antropologische Wende de Karl Rahner; se subraya no el acceso, la subida, del hombre a la comunicación con Dios, sino el uso de Dios para la felicidad del hombre.

Resulta increíble que se piense y se diga que el peligro está en la presión y la observancia de las formas rituales; el peligro –o la triste realidad- está más bien en todo lo contrario. Es verdad que hay grupos que se alejan de la Iglesia, del relativismo y la secularización que le invaden; buscan en la divina liturgia de la Iglesia Ortodoxa, o en los ritos orientales de la Iglesia Católica, lo que ya no encuentran en el rito en el que han sido bautizados. El motu proprio del 16 de julio de 2021 Traditionis custodes fue un lamentable retroceso que suprimió la Forma Extraordinaria del Rito Romano, habilitado en 2007 por Benedicto XVI mediante su motu proprio Summorum Pontificum.

En este lejano rincón del hemisferio sur que es la Argentina existen muestras clarísimas de las posibilidades inventivas que adoptan quienes desprecian los «formalismos» del Ordo Missae vigente desde 1970, obra de Pablo VI. Evoco tres casos: un obispo celebrando en la playa, sin ornamentos, salvo una estola calzada sobre el hábito playero y empleando un mate en lugar del cáliz; una misa al cabo de una reunión, sobre la mesa en la que restaban vasos, papeles y otros elementos alitúrgicos, y en la cual los asistentes se servirían la eucaristía; y recentísimamente, en una diócesis del interior del país, un sacerdote celebró disfrazado de payaso. Se dirá que son casos extremos, y es verdad, pero esos cuadros se inscriben en un contexto bastante extendido de banalización. Ya no hay Misa, y mucho menos el Santo Sacrificio de la Misa, sino un encuentro de amigos del que el celebrante es el animador. La liturgia ya no es el medio especial del encuentro con Dios. Una palabra sobre la música no se puede omitir. El uso generalizado de la guitarra -castigada, no ejecutada como la cítara- provoca el uso de cantos de dudosa factura musical y de letras sentimentales o que invitan moralísticamente a la acción. No son medios aptos para la adoración y para elevar las almas a la contemplación. Platón, en su Politeia subrayaba el valor educativo de la música; en la gran Tradición eclesial, tanto el canto gregoriano como la polifonía sagrada, como en el digno canto religioso popular, se educaba al pueblo cristiano en la oración y la vida según el Espíritu.

La crítica que aquí expongo tiene apoyos indiscutibles. Juan Pablo II en la carta apostólica Ecclesia de Eucharistia, escribió en 2003: «Una cierta reacción al «formalismo» ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a considerar como no obligatorias las «formas» adoptadas por la gran tradición de la Iglesia y su magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes…». Y concretamente señala: «Ya que privado el misterio eucarístico de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado que el de un encuentro convivial fraterno» (nº 10).

Benedicto XVI, cuyas obras completas incluyen un tomo voluminoso sobre los estudios litúrgicos, ha señalado y urgido «a una aplicación más correcta del Concilio Vaticano II en la liturgia para devolverle su carácter sagrado… Hay que trabajar con el Evangelio en la mano, y apoyándonos en la verdadera Tradición de los Apóstoles. Resulta extraño, o más bien escandaloso, que hoy día se diga todo lo contrario. La Iglesia subsiste, o cae, con su liturgia.

Las declaraciones que he comentado agravan la grieta abierta por el progresismo en la época del Concilio, y toman partido en el sentido contrario a la Tradición eclesial. Esta última es válida más allá de toda discusión y de todo cambio epocal, y es obligación y oficio de la autoridad eclesial vindicarla y sostenerla contra la introducción de novedades abusivas.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, lunes 5 de septiembre de 2022.
Memoria de Santa Teresa de Calcuta.-

POESÍA Y NIÑOS

DE LIBROS, PADRES E HIJOS




«Aparece la musa y se despeja mi sombría inteligencia; otra vez libre, busco la unión entre los mágicos sonidos, los sentidos y los pensamientos».

Alexander Pushkin


«Enséñenles poesía a sus hijos; abre la mente, da gracia a la sabiduría y hace hereditarias las virtudes heroicas». 

Walter Scott


La poesía es esencial para los niños, no les quepa duda. Y lo es, no solo porque fortalece su imaginación y su memoria, porque acrecienta su vocabulario y su capacidad de comunicación lingüística, sino también, y sobre todo, porque constituye un cauce privilegiado de expresión de la que es su efímera experiencia poética del mundo. Y sin embargo, a pesar de ese carácter esencial, y quizá por ello, su uso en estos días se haya tremendamente descuidado.

Y no crean que lo poético es algo extraño a la infancia; algo complejo y sofisticado; algo impropio y desaconsejable a esas edades. En absoluto. Porque, ocurre que los niños nacen con un tono poético. Vienen al mundo con una visión existencial pura que impregna todo lo que hacen, lo que dicen y lo que piensan. Y esta atmósfera en medio de la cual viven afecta a todo, incluso a la manera en que se comunican a través de mensajes directos y sin artificios, con la originalidad de la simpleza, en forma de pareados, de epigramas, en parrafadas a veces semi inteligibles, pero de una viveza y una profundidad que muchos artistas adultos se pasan la vida intentando recuperar.

Porque, lo poético no siempre se identifica con el verso, entendido como una técnica que permite hacer poesía, o como diría el poeta inglés William Wordsworth, que ayuda a encadenar «las mejores palabras en el mejor orden». Lo poético es mucho más que eso. Es una manera de conocer y de entender el mundo.

Y como en cualquier otro ámbito de la educación, los niños se inician en el lenguaje de la poesía con la ayuda de sus mayores. Necesitan el acompañamiento de sus padres o de sus maestros, su ánimo y sus consejos. E igualmente precisan escuchar, leer y escribir poesía. Pero sin que esta relación suponga un orden, ni una rígida ruta: la audición, la lectura y la escritura pueden convivir, deben convivir con los niños y, cuando sea posible, no deben abandonarse nunca. Aunque, es verdad, el mantenimiento de la práctica de la última de ellas –la escritura–, llegado un momento, dependerá en grado sumo de las Musas y no de la voluntad del presunto poeta. 

Pero, ese torrente poético innato que brota del alma de los niños puede y debe educarse hacia un modo de expresión mejor, aunque no más auténtico. Esta pérdida de autenticidad es el precio que el poeta ha de pagar para intentar conservar, al menos, parte de esa visión poética y poder expresarla.    

Escribía al respecto Juan Ramón Jiménez, citando al también poeta alemán Novalis:

«“Dondequiera que haya niños—dice Novalis—existe una edad de oro.” Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarlo nunca».  

Y a fin de que el niño, en esa «edad dorada», pueda encadenar, aunque sea de forma precaria, las mejores palabras en el mejor orden, deberá ser alimentado convenientemente en su acervo lingüístico y en sus patrones formales, con ritmo y pausa, con tono y rima, para poder dar cauce adecuado a ese innato sentido poético. 

Por esta razón, deberíamos leerles desde muy niños rimas y canciones, y luego, cuando ya sepan leer, que reciten versos y declamen poemas con nosotros. Quedará para más adelante el leer en silencio y con recogimiento. Y por supuesto, que no olviden el memorizar poemas, tal como le conminaba Pavel Florenski a su hijo mayor desde la soledad y el sufrimiento del Gulag:

«Hijo mío, nunca dejes de recitar en voz alta hermosos poemas».

Pero eso sí, han de ser poemas buenos y hermosos. Porque es tarea nuestra ayudarles a hacer brotar y a pulir ese gusto poético. Y para desarrollar plenamente este poder apreciativo, debemos poner a su alcance lo mejor de lo mejor. Luego, cuando crucen la línea de la sombra, ellos buscaran sus propios pastos, que sin duda serán buenos si en su momento se les alimentó debidamente, se cultivó su paladar poético y se les puso en el camino de encontrar el alimento intelectual adecuado.

Sin embargo, eso no es todo. Para que los pequeños se aficionen de verdad a la poesía será preciso que se diviertan jugando con ella, y que compartan esa diversión con nosotros o con otros niños. En alguna ocasión se tratará de la emoción causada al unir o separar ciertas palabras y, en otra, simplemente, de una combinación de sonidos y ritmos, aun cuando esté desprovista de significado y se trate de algo absurdo y sin sentido. Porque la poesía, y en mayor medida la poesía infantil, está íntimamente relacionada con el juego, al que suele acompañar rítmicamente, o incluso, en ocasiones, es ella misma un juego, un juego de palabras que el niño trasforma, haciéndolas suyas y aportándoles viveza y encanto. 

Ah, y una última cosa: nuestros hijos no deberán dejar de copiar poemas. Deberemos alentarles a ello, para que se dejen llevar por el estilo de los poetas que más les atraigan, por los poemas que más les gusten. Que hagan suyas palabras, versos, estrofas de otros. Que ensayen, una y otra vez, escribiendo, garabateando, torpemente al principio, con más destreza y fluidez después, los versos y poemas que vengan a sus corazones o que retengan guardados en su memoria. Que jueguen con las palabras, con las rimas, con las metáforas y las evocaciones, con la música y el ritmo de los grandes poetas. Ser imaginativo no puede significar, ni para los niños ni para los adultos, el ser totalmente original. Esto es un error moderno que solo nos ha traído fealdad y pobreza artística. Escribir poesía, en palabras de Matthew Arnold, es sencillamente «la forma más bella, impresionante y ampliamente eficaz de decir las cosas», y solo escribiendo es como alguno de esos pequeños quizá descubra algún día que las musas le estaban aguardando. El resto, al menos, se acercará a la poesía, lo que no es poco.   


P.D.

Las antologías son una fórmula muy válida de acercar la poesía a los niños, pues, aunque grandes poetas han escrito piezas, para, o al alcance de los niños, en general estas se encuentran dispersas entre otros versos que seguramente no les atraerán. Se trata, por tanto, de buscar esas piezas, de reunirlas, y eso lo hacen muy bien los antólogos. Así que a continuación paso a referirles algunas buenas antologías, que creo, son lo mejor para empezar.


-Cordialidades (1941) de Antonio Fernández. 

-Poesía infantil (1951) de Federico Torres. 

-Versos para niños (1954) de Antonio Fernández. 

-Selección de poesía para niños (1961) de Juan-Miguel Romá. 

-Antología de la literatura infantil en lengua española (1966) de Carmen Bravo-Villasante.

-Al corro de la patata, por Carmen Bravo-Villasante.

-Pito, pito, colorito: folclore infantil, por Carmen Bravo-Villasante.

-Colorín, colorete, rimas y canciones infantiles tradicionales recopiladas por Carmen Bravo-Villasante.

-Arre moto piti poto, arre moto piti pa, de Carmen Bravo-Villasante.

-China, china, capuchina, de Carmen Bravo-Villasante.

-Trabalenguas y otras rimas infantiles, de Carmen Bravo-Villasante.

-Una, dola, tela, catola, de Carmen Bravo-Villasante.

-Pinto, pinto, gorgorito (retahílas, juegos, canciones y cuentos infantiles antiguos), de Raquel Calvo Cantero y Raquel Pérez Fariñas.

-Gira, girasol (una reproducción de un antiguo y encantador libro de Ernest Nister con canciones infantiles españolas).

-Canciones infantiles, de Elena Fortún y María Rodrigo (La escritora Elena Fortún y la pianista y compositora María Rodrigo escriben al alimón este libro en 1934, bellamente ilustrado por Gori Muñoz. Recuperado recientemente por la editorial Renacimiento).

-Romances españoles, anónimo

-Poesía (Disparatario), de Edward Lear.

-Jardín de versos para niños, de R. L. Stevenson.

-350 poemas para niños, de la biblioteca Billiken.

-Elogio de la niñez, de José A. Ferrari.

-400 poemas para explicar la fe, de Yolanda Obregón.

-El silbo del aire (1965) de Arturo Medina.

-Poesía española para niños (1997) de Ana Pelegrín.

-Canto y cuento (1997) de Carlos Reviejo y Eduardo Soler. 

Casi todas son unas estupendas antologías, variadas y aptas tanto para niños (especialmente las antologías recopiladas por Bravo-Villasante) como para adolescentes.


Igualmente, les remito a mi blog de selección de poesía, La memoria poética

Entradas relacionadas con el tema (alguna de las cuales contiene enlaces a antologías personales):

La poesía  

Primeras rimas y canciones  

A vueltas con la poesía. Las antologías  

¿Por qué todavía les leo a mis hijas en voz alta?  

Acercarse a la poesía 

Tiempo de Navidad, infancia y poesía  

Una ración de tonterías nunca viene mal  

De libros, camas y niños  

Jardín de versos para niños  

El niño y el poeta 

De los gatos y los libros

Hacia al asombro a través de la poesía  

El olvido de la memoria (y su rescate a través de la poesía) 

Volver a la poesía  

Poesía una vez más  

La importancia de la poesía. Poesía y verdad  

El cardenal Müller desenmascara al Papa Francisco



Ya no lo decimos solamente nosotros desde este blog. Lo dice el cardenal Müller:

El cardenal Gerhard Müller, ex titular de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), tuvo la amabilidad de facilitar a LifeSite una copia de sus reflexiones sobre la reforma de la Curia que se está aplicando mediante el documento papal Praedicate Evangelium, firmado por el papa Francisco el 19 de marzo. Müller tenía la intención de presentar su declaración al Consistorio de cardenales que se reunió a finales de agosto en Roma, pero debido al limitado tiempo asignado para hablar en la reunión, no pudo entregarla.

En su declaración, el cardenal alemán, que fue destituido por el Papa Francisco de forma repentina en junio de 2017, deja claro que ve una tendencia preocupante que se está produciendo actualmente en la Iglesia. Se opone al fuerte papalismo que socava la autoridad de la enseñanza sacramental de cada obispo individual, y también al debilitamiento del oficio y la autoridad de los ministros ordenados al delegar en los laicos los puestos de liderazgo en la Curia Romana y en las diócesis.

"No es un progreso en la eclesiología", escribió, "sino una flagrante contradicción con sus principios fundamentales, si toda la jurisdicción en la Iglesia se deduce de la primacía jurisdiccional del Papa. También la gran verborrea del ministerio, la sinodalidad y la subsidiariedad no puede ocultar la regresión a una concepción teocrática del papado."

El prelado alemán insistió en que la autoridad del Papa se basa en que Cristo mismo le ha dado la autoridad, y nadie más. "Pedro actúa con la autoridad de Cristo como su Vicario. Su autoridad para atar y desatar no es una participación en la Omnipotencia de Dios", insistió Müller. Continúa diciendo que "la autoridad apostólica del Papa y de los obispos no es de derecho propio, sino sólo un poder espiritual conferido para servir a la salvación de las almas mediante el anuncio del Evangelio, la mediación sacramental de la gracia y la dirección pastoral del Pueblo de Dios peregrino hacia la meta de la vida eterna."

Es decir, la autoridad del Papa está vinculada y limitada por su deber de conducir a las almas a la salvación del modo en que Cristo mismo lo ha ordenado. No es independiente del mandato de Cristo.

Por lo tanto, "una Iglesia totalmente obsesionada con el Papa ha sido y es siempre la caricatura de la 'enseñanza católica sobre la institución, la perpetuidad, el significado y la razón del sagrado primado del Romano Pontífice'", explicó el cardenal.

Basándose en el principio relativo a los límites de la autoridad del Papa, el cardenal Müller deja claro que el Papa no puede cambiar el orden jerárquico y sacramental de la Iglesia nombrando a laicos como jefes de una diócesis o de una curia. "El Papa tampoco puede conferir a ningún laico de forma extrasacramental -es decir, en un acto formal y legal- el poder de jurisdicción en una diócesis o en la curia romana, para que los obispos o sacerdotes actúen en su nombre", escribió el prelado.

La publicación de esta declaración del cardenal Müller es la segunda intervención de un cardenal que no pudo pronunciarse en el reciente Consistorio. El cardenal alemán Walter Brandmüller, historiador de la Iglesia, tampoco pudo pronunciar sus palabras, por lo que Sandro Magister las publicó en su blog. En esta intervención, el cardenal Brandmüller lamentó que bajo el pontificado del papa Francisco la libre discusión de los cardenales con el Papa haya dejado esencialmente de existir. "En la antigüedad esta función de los cardenales encontraba una expresión simbólica y ceremonial en el rito de la 'aperitio oris', de abrir la boca", escribió el cardenal, que significa "el deber de expresar con franqueza la propia convicción, el propio consejo, especialmente en el consistorio." Luego añadió que esta necesaria franqueza "está siendo sustituida por un extraño silencio".

Por ello, el prelado alemán consideró que los consistorios bajo el Papa Francisco son poco eficaces y útiles. "Se distribuyen formularios para solicitar un tiempo de intervención, seguido de comentarios obviamente espontáneos sobre cualquier tipo de tema, y eso es todo", describió los consistorios pasados. "Nunca ha habido un debate, un intercambio de argumentos sobre un tema concreto. Obviamente, un procedimiento completamente inútil".

El último Consistorio en el que los cardenales de la Iglesia católica aún pudieron hablar libremente fue el de 2014, en el que el papa Francisco invitó al cardenal Walter Kasper a presentar su propuesta sobre la admisión de los divorciados vueltos a casar a la Sagrada Comunión. Como informó entonces el vaticanista italiano Marco Tosatti, un gran número de cardenales se opuso a la iniciativa del Papa Francisco. Desde entonces, el pontífice argentino no volvió a permitir que se surgiera una discusión libre durante un Consistorio. Estos dos cardenales alemanes son dignos de elogio por asegurarse de que esa discusión parcial pueda tener lugar en público ahora.

The Wanderer

Homilía. Padre Alfonso Gálvez. Domingo 13º después de Pentecostés: Los diez leprosos



Homilía del 12 de septiembre de 2011

Duración 41:08 minutos

Algunas reflexiones sobre los milagros




Como dice el título de este artículo, van a ser sólo unas pocas, desde luego no todas, dejando a los lectores que incluyan las que deseen; seguro que mejores que las nuestras.

Los milagros no surgen así como así. Para que se produzcan, salvo excepciones que confirman esta regla, hay que hacer lo posible y lo imposible, humanamente hablando, claro, para merecerlos. Hay que trabajarlos.

Los milagros no son magia… «potagia», producto de una varita mágica, salvo en los casos que Dios quiera. Así pues, a veces tardan y… a veces ni siquiera se producen.

Los milagros, una vez producidos, hay que seguir, salvo excepciones, mereciéndolos, trabajándolos.

Cuando pedimos algo, y todo lo que pedimos suele ser un milagro, algo que consideramos que sin la intervención divina no lograremos, hay que poner en la petición dos cosas: fe y voluntad; o sea, a Dios rogando, sí, pero también con el mazo dando. Nada de sentarse mirando al cielo como bobos… y vagos, a esperar a que… nos caiga la breva. Si vemos los milagros de Nuestro Señor relatados en los Evangelios, todos tienen abundancia de fe pero también de voluntad por parte de sus peticionarios. No hay uno solo, además, en el que el Señor no remarque lo de la fe: «Hágase según vuestra fe», dijo a los leprosos; «Nunca he visto tanta fe en Israel», dijo a los enviados del centurión; «Tu fe te ha curado», etc.

Al mismo tiempo, en todos hay una gran voluntad de parte de los peticionarios. Los leprosos caminan, se mueven, se arriesgan a ser objeto de la ira del pueblo, pero no cejan en su empeño por acercarse a Jesús. La hemorroisa se mete entre la multitud a codazos con tal de tocar Su manto. Aquellos otros cogieron al paralítico, lo subieron a la azotea y quitan tejas y argamasa para abrir un agujero por donde descolgarle, etc.

En todos hay fe ciega en que el Señor les puede curar, pero también esfuerzo, trabajo, voluntad para… ponérselo fácil o al menos demostrar que… ¿se lo merecían?

No es el caso de la conversión de San Pablo, milagro portentoso porque ni él tenía fe, sino todo lo contrario, ni menos aún voluntad, sino todavía menos. Pero es que los designios del Señor son insondables, y Su poder absoluto para hacer con Su viña lo que quiera según Sus planes trazados con Su mente que no funciona como la nuestra porque ya dijo que nosotros no pensamos como Él.

También es muy importante considerar, además, que los milagros, una vez producidos, deben ser objeto de agradecimiento de por vida, no debemos olvidarlos, sino tenerlos muy presentes y dar gracias por ellos siempre, siempre, porque es de bien nacidos ser agradecidos. La primera forma de agradecimiento es reduciendo sustancialmente nuestros pecados; ¡que ya está bien, leche! La segunda es mediante oraciones de agradecimiento, jaculatorias o simplemente un «gracias Señor por…» cada vez que nos acordemos del milagro o lo veamos presente si fue una curación, un empleo, etc.

Asimismo, debemos ser consecuentes con el milagro y no malograrlo. Por ejemplo, ¿se han preguntado ustedes qué fue de los leprosos, de los cojos, paralíticos y endemoniados curados por Nuestro Señor, es decir, objeto de sus milagros? Pues que una vez «arreglados» su vida debió cambiar radicalmente porque debieron pasar de no hacer nada y de vivir de la limosna, a tener que… trabajar. Sí, eso tan duro como es tener que trabajar. Bien, pues debieron ser consecuentes y agradecidos y debieron ponerse a trabajar, y además a hacerlo bien, por causa de… su milagro; quien de ellos no lo hizo pecó dos veces: una por pereza y vagancia, y la otra por malgastar la gracia especial que supuso el milagro que Nuestro Señor le regaló. Ojo al parche que es importante, porque pedimos la curación de, por ejemplo, un niño y luego, una vez curado, nos quejamos de que hay que ver la lata que da. ¡Qué mal haríamos en arrepentirnos de haber pedido y más aún de que se nos concediera aquel milagro! ¡Cuidado con eso!

Pedimos milagros todos los días, porque en realidad nuestras peticiones son siempre algo que sabemos que por nosotros mismos no podemos lograr, pues bien, hagámoslo con fe y pongamos voluntad (trabajo, acción) para que se nos conceda, y, una vez concedido, pongamos agradecimiento en forma de oraciones y para que lo logrado fructifique para mayor gloria de Dios.

Ah, y no se nos olvide que los milagros que pidamos quedan siempre a la consideración de la voluntad de Dios que sabe lo que queremos, pero mucho mejor sabe lo que nos conviene, algo que nosotros no siempre sabemos. Así es que si a pesar de poner mucha fe y mucha voluntad no se nos concede (o tarda, vaya que si tarda), seguro que es porque no nos conviene (al menos en ese momento) y nada más lejos de la voluntad de Dios que hacernos una gracia que vaya a ser para nosotros, en realidad, una desgracia; así es que siempre conformémonos con la voluntad de Dios que Él sí sabe, nosotros no.

Juan Cruz