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martes, 14 de diciembre de 2021

¿No tienen nada que decir nuestros pastores sobre que se hayan creado dos categorías de ciudadanos? (Carlos Esteban)



Quien lea cuidadosamente la exhortación del episcopado europeo probablemente advierta una omisión que, para el ciudadano corriente, salta a la vista como el proverbial elefante en la habitación. Me refiero a que presentan la decisión de vacunarse como una elección prudente, benéfica, inteligente, informada, solidaria; como un ‘acto de amor’, aunque en otras palabras. Sin mencionar en un solo momento que en Alemania, Italia o Austria pierdes el sustento, el medio para alimentar a tu familia, o debes pagar una multa muy crecida o ir a la cárcel.

Es, cuanto menos, desconcertante, como si un jefe mafioso amenazase a los habitantes de un pueblo que vayan a la romería o les partirán las piernas, y luego el párroco en Misa aconsejara lo mismo sin denunciar al matón y como si la cosa fuera una libérrima elección. Así las cosas, las autoridades civiles y eclesiásticas parecen haberse repartido los papeles de poli bueno y poli malo para el logro de un mismo fin.

Es curioso, asímismo, porque la CEC es un colegio episcopal, es decir, de sucesores de los apóstoles específicamente encargados de la cura de almas de los europeos, y quizá me equivoque, pero no recuerdo que me hayan exhortado con igual urgencia y seriedad a que vaya a Misa o frecuente los sacramentos o cuide, en fin, de la salvación de mi alma inmortal.
Que los obispos nos exhorten a la vacunación no me resulta en absoluto escandaloso dadas las premisas de las que parten: que seguimos en pandemia, que estamos ante una enfermedad grave y sin tratamiento y que las ‘vacunas’ son eficaces y seguras. 
Resulta, en cambio, escandaloso que nuestros pastores no tengan absolutamente nada que decir del hecho de que, con tal excusa sanitaria, los gobernantes hayan creado dos categorías de ciudadanos, una de ella de ciudadanos acosados, empobrecidos, privados de derechos, discriminados y condenados a un ostracismo legalizado. Uno esperaba otra cosa de su Iglesia, y quizá aún más de una que blasona de misericordia y preocupación preferente por el descartado, aunque sea tonto y ‘magufo’.

Stefano Fontana, director del Observatorio Van Thuan, entrevistado por CNA con motivo de la huelga de los estibadores de Trieste contra el ‘pase verde’, denuncia que nos encontramos bajo “una dictadura sanitaria que muchos intelectuales, desde Ilich y Chesterton a Huxley y Foucault, habían predicho”.

Añade Fontana que se pasa por alto el hecho de que “nadie está obligado moralmente a vacunarse mientras la vacuna se halle en fase experimental y siempre que no exista una situación general de vida o muerte”.

Y estamos en una dictadura sanitaria, sostiene, porque “todo el público y el persuasivo sistema privado se orienta hacia el único objetivo de inducir la vacunación; porque el sistema apela a la ciencia sin que haya un apoyo científico consolidado; y por que se despide o castiga a los médicos y sanitarios que exigen libertad de juicio cuando sus preguntas se consideran subversivas”

Carlos Esteban

Origen pagano de la Navidad y el nacimiento del Sol invicto



DURACIÓN 10:33 MINUTOS


Algunos protestantes o neopaganos de la actualidad, cuando llega el tiempo de la Navidad, comienzan a sostener que el catolicismo celebra el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo cada 25 de diciembre por una injusta apropiación de ciertos Padres de la Iglesia a partir de un festival pagano de tiempos del emperador Aureliano: la fiesta del «sol invictus».

Sin embargo, resulta interesante saber que la opción del 25 de diciembre es el resultado de los intentos realizados por los primeros cristianos para averiguar la fecha de nacimiento de Jesús, basándose en cálculos de calendario que nada tenían que ver con los festivales paganos.

Fue más bien al contrario, ya que el festival pagano del “Nacimiento del Sol Invicto», instituido por el emperador romano Aureliano el 25 de diciembre de 274, fue con casi toda certeza un intento de crear la alternativa pagana a una fecha que ya gozaba de cierta importancia para los cristianos romanos. Así pues, “los orígenes paganos de la Navidad” son un mito sin fundamento histórico.

Jean Hardouin, un erudito y esotérico francés, intentó demostrar que la Iglesia católica había adoptado festivales paganos para fines cristianos sin paganizar el Evangelio. En el calendario juliano, creado en el año 45 a.C. bajo Julio César, el solsticio de invierno caía en 25 de diciembre y, por tanto, a Jablonski y a Hardouin les pareció evidente que esa fecha debía haber contenido obligatoriamente un significado pagano antes de haber sido cristiano.

Paul Ernst Jablonski, protestante alemán, pretendió demostrar que la celebración del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre era una de las muchas “paganizaciones” del cristianismo que la Iglesia del siglo IV había adoptado como una de las muchas “degeneraciones” que habían transformado el original “cristianismo” en el “catolicismo romano”.

Pero en realidad, la fecha no había tenido ningún sentido religioso en el calendario festivo pagano en tiempos anteriores a Aureliano, y el culto al sol tampoco desempeñaba un papel importante en Roma antes de su llegada.

Existían, es cierto, dos templos del sol en Roma. Uno de ellos (mantenido por el clan en el que nació o fue adoptado Aureliano) celebraba su festival de consagración el 9 de agosto, y el otro el 28 de agosto. Sin embargo, ambos cultos cayeron en desuso en el siglo II, en que los cultos solares orientales, como el mitraísmo, empezaron a ganar adeptos en Roma. Y en cualquier caso, ninguno de estos cultos, antiguos o nuevos, poseían festivales relacionados con solsticios o equinoccios.

Lo que ocurrió realmente fue que Aureliano, que gobernó desde el año 270 hasta su asesinato en 275, era hostil hacia el cristianismo, y está documentado que promocionó el establecimiento del festival del “Nacimiento del Sol Invicto” como método para unificar los diversos cultos paganos del Imperio Romano alrededor de una conmemoración del “renacimiento” anual del sol. Algo parecido a lo que haría, luego de Constantino, Juliano el apóstata.

Al crear esa nueva festividad, su intención era que el día 25, en el que comenzaba a alargarse la luz del día y a acortarse la oscuridad, fuera un símbolo del esperado “renacimiento” o eterno rejuvenecimiento del Imperio Romano, que debía ser el resultado de la perseverancia en la adoración de los dioses cuya tutela (según creían los romanos) había llevado a Roma a la gloria y a gobernar el mundo entero. Y si podía solaparse con la celebración cristiana, mejor aún.

Ahora, ¿cómo se llegó a la fecha del 25 de diciembre?

Desde el siglo I y II los cristianos se preguntaban más bien cuándo había sido la el día de la muerte de Cristo. Por la diversidad de los calendarios judíos y romanos, se llegó a la conclusión que Cristo había muerto un 25 de Marzo o un 6 de Abril, en plena Pascua judía, por lo que uno de esos días debían conmemorarse su muerte… y también su nacimiento.


¿Nacimiento? Sí, porque existía la creencia muy propagada entre los cristianos venidos del judaísmo (la llamada “edad integral”) de que los grandes profetas judíos habían muerto en la misma fecha en la que habían nacido o habían sido concebidos.

Por lo tanto, o 25 de marzo o 6 de Abril que, 9 meses mas, hacen 25 de diciembre o 6 de enero (la Epifanía…; fue esta la razón por la cual, hasta el día de hoy, los armenios y hasta los bizantinos, festejan más ese día que la misma Navidad del 25 de diciembre; porque en un mismo día festejan todo)

Es cierto que la primera prueba de una celebración cristiana en 25 de diciembre como fecha de la Natividad del Señor se encuentra en Roma, algunos años después de Aureliano, en el año 336 d.C., pero también es cierto que, ya en el año 221, Sexto Julio Africano, escritor cristiano, establecía en sus Chronographiai, que Jesús se encarnó el 25 de marzo (9 meses después, en la Navidad entonces); y a todo esto lo dice medio siglo antes de que en el 274 Aureliano crease su fiesta del Sol invicto.

Por lo tanto, la Navidad (el 25 de diciembre) es una fiesta de origen completamente católico.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

Lectura recomendada: Thomas J. Talley, The Origins of the Liturgical Year.

TÚ (por Amado Nervo)

 POESÍA



Señor, Señor, Tú antes,

Tú después; Tú en la inmensa

hondura del vacío

y en la hondura interior:

Tú en la aurora que canta

y en la noche que piensa;

Tú en la flor de los cardos

y en los cardos sin flor.


Tú en el cenit a un tiempo

y en el nadir; Tú en todas

las transfiguraciones

y en todo el padecer;

Tú en la capilla fúnebre

y en la noche de bodas;

Tú en el beso primero

y en el beso postrer.


Tú en los ojos azules

y en los ojos oscuros;

Tú en la frivolidad 

quinceañera, y también

en las graves ternezas

de los años maduros;

Tú en la más negra sima,

Tú en el más alto edén.


Si la ciencia engreída

no te ve, yo te veo;

si sus labios te niegan,

yo te proclamaré.

Por cada hombre que duda,

mi alma grita: "Yo creo".

¡Y con cada fe muerta

se agiganta mi fe!


Amado Nervo


San Juan de la Cruz



(Juan de Yepes Álvarez; Fontiveros, España, 1542 - Úbeda, id., 1591) Poeta y religioso español. Nacido en el seno de una familia hidalga empobrecida, empezó a trabajar muy joven en un hospital y recibió su formación intelectual en el colegio jesuita de Medina del Campo.

San Juan de la Cruz

En 1564 comenzó a estudiar artes y filosofía en la Universidad de Salamanca, donde conoció, en 1567, a Santa Teresa de Jesús, con quien acordó fundar dos nuevas órdenes de carmelitas. Su orden reformada de carmelitas descalzos tropezó con la abierta hostilidad de los carmelitas calzados, a pesar de lo cual logró desempeñar varios cargos. Tras enseñar en un colegio de novicios de Mancera, fundó el colegio de Alcalá de Henares. Más adelante se convirtió en el confesor del monasterio de Santa Teresa.

En 1577 prosperaron las intrigas de los carmelitas calzados y fue encarcelado en un convento de Toledo durante ocho meses. Tras fugarse, buscó refugio en Almodóvar. Pasó el resto de su vida en Andalucía, donde llegó a ser vicario provincial. En 1591 volvió a caer en desgracia y fue depuesto de todos sus cargos religiosos, por lo que se planteó emigrar a América, proyecto que frustró su prematuro óbito. Canonizado en 1726, fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1926.

La poesía de San Juan de la Cruz

Aunque los versos que de él se conservan son escasos y no fueron publicados hasta después de su muerte, se le considera como uno de los mayores poetas españoles de la época y como el máximo exponente de la poesía mística. Se supone que durante los meses de su encierro en 1577, que pasó en completo aislamiento y sometido a crueles interrogatorios, elaboró sus llamados poemas mayores: Llama de amor viva, Cántico espiritual y Noche oscura.

Por temor a que fueran tomadas por "iluministas", ninguna de estas obras se publicó antes de 1618, cuando, salvo Cántico espiritual que lo fue nueve años más tarde en Bruselas, se editaron con el título de Obras espirituales que encaminan a un alma a la perfecta unión con Dios. En 1692 se publicó en Roma la obra en prosa Avisos para después de profesos, escrita poco antes de morir.

En sus tres poemas mayores, estrechamente relacionadas entre sí, Juan de la Cruz condensó sus propias vivencias personales, derivadas del constante anhelo de que su alma alcanzase la fusión ideal con su Creador; las tres composiciones, de un modo u otro, describen el ascenso místico del alma hacia Dios, y dado que surgieron como trasunto de una experiencia mística que se expresaba en alegorías y símbolos, San Juan de la Cruz consideró que debían ser explicadas. Esto le llevó a la escritura de comentarios en prosa a los poemas.

En Llama de amor viva, San Juan de la Cruz recrea la emoción del éxtasis amoroso, mientras que en Noche oscura, que consta de ocho liras, utiliza la imagen de una muchacha que escapa por la noche para acudir a una cita con su enamorado como representación de la huida del alma de la prisión de los sentidos, en busca de la comunión con Dios.

Cántico espiritual es la obra más compleja y extensa de su producción. En ella, para detallar las diferentes vías que recorre el alma hasta lograr fundirse con la divinidad, desarrolla una recreación, a modo de égloga, del bíblico Cantar de los Cantares. A través de cuarenta liras describe la búsqueda del Esposo (Dios) por parte de su esposa (el alma), que pregunta por él a las criaturas de la naturaleza. Tras encontrarlo, se sucede un diálogo amoroso que culmina con la unión de los dos amantes.

A diferencia de Santa Teresa de Jesús, que adopta el tono coloquial y se nutre de los efectos de la luz para expresar la experiencia de la comunión con Dios, la poesía de San Juan de la Cruz se constituye en un lenguaje vivo que, bebiendo en variadas fuentes, busca la expresión del arrobo y del éxtasis de la unión mística; su propósito es llegar a plasmar, o cuanto menos dejar entrever, esa realidad invisible e inefable que es el amor divino, apelando al simbolismo y a las ricas posibilidades expresivas de un lenguaje elaborado. Son precisamente estos dos factores los que atraen y fascinan aun a los no creyentes, pues sus versos, al operar fundamentalmente como vías expresivas de una experiencia personal íntima, no comprometen creencias, tradiciones o culturas no compartidas por el sujeto.

En tanto que frutos de este arrebato místico, alejado de todo discurso lógico, predominan en los poemas mayores de San Juan de la Cruz los elementos irracionales, subconscientes e intuitivos que se traducen estilísticamente en una tendencia a la síntesis y en una gran densidad expresiva. Para comunicar las sensaciones experimentadas prescinde de todo elemento superfluo y emplea abundantemente el sustantivo, en detrimento de verbos y adjetivos. Con el fin de dar a conocer los gozos que el enlace místico produce, utiliza con profusión los giros afectivos, las repeticiones, las antítesis, las enumeraciones caóticas, el paso súbito de un tema a otro o las referencias alegóricas, basadas, en su mayor parte, en el tema del amor profano. No excluye además el léxico popular y rústico, los dialectismos y los diminutivos, que se presentan junto a voces cultas y palabras de contenido simbólico.

De este modo, combinando la antigua simbología del Cantar de los cantares con las fórmulas propias del petrarquismo, San Juan de la Cruz produce una rica literatura mística que hunde sus raíces en la teología tomista y en los místicos medievales alemanes y flamencos. Su producción refleja una amplia formación religiosa, aunque deja traslucir la influencia del cancionero tradicional del siglo XVI, sobre todo en el uso del amor profano (las figuras del amante y de la amada) para simbolizar y representar el sentimiento místico del amor divino. La estrofa más empleada en sus poemas es la lira, aunque demuestra igual soltura en el uso del romance octosílabo.

Toda su doctrina gira en torno al símbolo de la «noche oscura», imagen que ya era usada en la literatura mística, pero a la que San Juan dio una forma nueva y original. La noche, al borrar los límites de las cosas, le sugiere, en efecto, lo eterno, y de esa manera pasa a simbolizar la negación activa del alma a lo sensible, el absoluto vacío espiritual. Noche oscura llama también San Juan a las «terribles pruebas que Dios envía al hombre para purificarlo»; ateniéndose a este último significado, habla de una noche del sentido y de una noche del espíritu, situadas, respectivamente, al fin de la vía purgativa y de la iluminativa, tras las cuales vendría la vía unitiva, aspiración última del alma atormentada por la distancia que la separa de Dios, y realización de su deseo de fusión total con Él. Antes de acceder a la experiencia mística de unión con Dios, el alma experimenta una desoladora sensación de soledad y abandono, acompañada de terribles tentaciones que, si consigue vencer, dejan paso a una nueva luz, pues «Dios no deja vacío sin llenar».

San Juan utiliza determinados recursos estilísticos con una profusión y madurez poco frecuentes, dando un nuevo y más profundo sentido a las expresiones paradójicas («vivo sin vivir en mí», «cautiverio suave») y a las exclamaciones estremecedoras («¡Oh, llama de amor viva!») habituales en los cancioneros. Lo que mejor define su poesía es su extraordinaria intensidad expresiva, gracias a la perfecta adecuación y el equilibrio de cada una de sus imágenes.

A ello contribuye asimismo su tendencia a abandonar el registro discursivo y eliminar nexos neutros carentes de valor estético para buscar una yuxtaposición constante de elementos poéticos de gran plasticidad. Todo ello, unido al rigor intelectual que el propio autor destacó en sus comentarios, confiere a su poesía un singular equilibrio entre sus imágenes sensuales y el impulso ascético y sublime que la inspiró, y hace de ella una de las cumbres de la lírica renacentista en lengua castellana.