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jueves, 13 de junio de 2019

Capellán de la Orden de Malta denuncia que el veto a la misa tradicional dañará su carisma (Carlos Esteban)



La prohibición de celebrar misas por el Rito Extraordinario en la Orden de Malta, comunicada esta semana por el Gran Maestre a sus miembros, es un error que pone en peligro el carisma de la orden, asegura uno de sus capellanes, el padre Edmund Montgomery en el Catholic Herald.

“Escribiré respetuosamente al Gran Maestre para pedirle que lo reconsidere”, escribe en una tribuna publicada en el Catholic Herald el padre Edmund Montgomery, capellán de la Soberana Orden de Malta, en relación a la carta dirigida por Frey Giacomo dalla Torre a los miembros prohibiendo la celebración de misas de Rito Extraordinario o tridentino en actos de la orden. “No es porque quiera repetir los viejos argumentos sobre la “Misa antigua” y la “nueva Misa”, sino porque esta decisión pone en grave riesgo el carisma de la orden”.

Montgomery alega que “la directriz del Gran Maestro exige de los capellanes que nieguen atención pastoral a aquellos a quienes el carisma de la Orden nos obliga a servir: los enfermos, los pobres y los moribundos. Si están apegados al Rito Extraordinario, tendremos que negarles el consuelo y la gracia que recibirían a través de un rito más antiguo”.

Además, alega el capellán, esta instrucción “podría acentuar las divisiones, llevando a algunos jóvenes a considerar que dentro de la Iglesia en general, como en la Orden de Malta, no son bienvenidos a menos que elijan un rito u otro”.

Y continúa: “En medio de la renovación y la reforma de la Orden de Malta ahora en curso, debemos posicionarnos como un modelo de unión entre los ritos más antiguos y los más nuevos. El lema de la Orden es ‘Tutio fidei et obsequium pauperum’, “la defensa de la fe y el servicio a los pobres”. Si un caballero o una dama o un capellán descuidara lo uno en beneficio de lo otro, o sencillamente suprimiera la expresión de lo uno o de lo otro, estaría subvirtiendo completamente el carisma. Una defensa estridente de la Fe que descuide a los pobres es hipócrita; una simpatía por los pobres, si no está animada por las Bienaventuranzas, convertiría a la Iglesia en una ONG, en expresión del Papa Francisco”.

Concluye Montgomery asegurando que no se puede construir la comunión prohibiendo una de las dos formas lícitas de la Misa. El rito tridentino vivió una situación anómala y provisional desde la aprobación por Pablo VI del Novus Ordo Missae hasta la promulgación por Benedicto XVI del motu proprio Summorum Pontificum, en el que se recordaba la validez perpetua de la llamada Misa de San Pío V y decretaba que esta podría celebrarse libremente sin necesidad de solicitar al ordinario un permiso especial.

Carlos Esteban

Noticias varias 12 y 13 de Junio de 2019



IL SETTIMO CIELO


Triste funeral de pastor perseguido (Fotos)



El fallecido obispo clandestino Stephanus Li Side, de 92 años, de Tianjin (China), fue enterrado el 8 de junio, escribe el sitio web AsiaNews.it.

La policía trabajó horas extras para reprimir cualquier muestra de respeto, porque no era reconocido por los comunistas.

Arriba a la izquierda: El obispo fue colocado en un ataúd de vidrio. Solamente a los sacerdotes del régimen se les permitió estar en el salón funerario. Cuando se estaban yendo, algunos fieles los llamaron traidores.

Arriba a la derecha: Católicos comunes llegaron de toda la diócesis para expresar sus condolencias. Por precaución, el personal cerró las instalaciones “por razones de seguridad”.

Debajo a la izquierda: El obispo auxiliar Shi Hongzhen, a quien no se le permitió presentarse como obispo, de visita en el hospital.

Debajo a la derecha: Los restos del obispo fueron cremados por orden del régimen. Se les permitió ingresar al cementerio principalmente a los sacerdotes del régimen, sin vínculos con Li Side. Ellos enfurecieron a los fieles cuando salían, ya que se los veía charlando y riendo.

Viganò concede su primera entrevista desde que pidió la dimisión del Papa



En su primera y amplia entrevista desde que, en agosto pasado, pidiera la dimisión del papa Francisco, al que acusó de encubrir a un abusador sexual, el arzobispo Carlo Maria Viganò ha mantenido una correspondencia vía email con The Washington Post durante dos meses, escribiendo 8.000 palabras para responder a unas 40 preguntas. Aquí presentamos ese intercambio. Algunos pasajes que contenían alegaciones no verificadas se han eliminado. Otros han sido ligeramente editados para mayor claridad. La conversación tuvo lugar en inglés.

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VIGANÒ: Gracias por darme la oportunidad de responder a sus preguntas. Lo he hecho con el mayor cuidado posible y con amor hacia la Iglesia, que está atravesando unos de los momentos más turbulentos de su historia. Mis detalladas respuestas se pueden leer después de cada pregunta, salvo las que tienen relación con mi situación personal, que considero irrelevantes ante los serios problemas a los que se enfrenta la Iglesia.

¿Qué piensa sobre el resultado de la cumbre de cuatro días que tuvo lugar en febrero sobre la protección de los menores en la Iglesia?
Recé intensamente junto a muchos fieles, diáconos, sacerdotes, obispos y cardenales católicos auténticos y llenos de afecto por el éxito de la cumbre de febrero, y me hubiera alegrado inmensamente si lo hubiera tenido. La iniciativa de convocar a todos los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo para un encuentro en Roma, la primera vez de un evento similar en la historia de la Iglesia, dio a mucha gente la esperanza de que, por fin, se iban a abordar de manera directa y franca los serios problemas a los que se enfrenta la Iglesia.

Por desgracia, la iniciativa resultó ser pura ostentación, porque no vimos signos de un deseo genuino de abordar las causas reales de la crisis actual. Desde luego, la decisión del papa Francisco de nombrar, como líder de la cumbre, al cardenal [Blase] Cupich, [arzobispo de Chicago,], fue preocupante. Si recuerda, Cupich había declarado que centrarse en la crisis de los abusos sexuales era, para la Iglesia, meterse en la madriguera del conejo y que el papa Francisco tenía una «agenda más importante» y necesitaba «seguir con otras cosas» como «hablar sobre el medio ambiente y la protección a los migrantes». Esto, ¡dicho por el hombre elegido por el papa para lidiar con la crisis! Los comentarios de Cupich crearon una mala publicidad; tuvo que pedir disculpas, pero lo hizo sólo después de que su acusación de que la entrevista había sido injustamente editada demostró no tener ningún fundamento. No veo pruebas de que él esté comprometido con aclarar la situación y sacar a la luz a los encubridores.

[NOTA DEL EDITOR: Cupich se refirió expresamente al testimonio de Viganò, en agosto pasado, como «la madriguera del conejo».]

Las ruedas de prensa durante la cumbre fueron decepcionantes. Los periodistas, sobre todo algunas mujeres de gran experiencia y profesionalidad, incluyendo algunas de medios de comunicación laicos, intentaron en vano conseguir respuestas que pudieran dar un mínimo de credibilidad a la cumbre. Por poner un ejemplo, el arzobispo [Charles] Scicluna, pillado por sorpresa con una pregunta sobre el papa relacionada con su encubrimiento del escandaloso caso del obispo argentino Gustavo Zanchetta -«¿Cómo podemos creer que esta es, de hecho, la última vez que vamos a oír ‘no más encubrimientos’ cuando al final del día, el papa Francisco encubrió a alguien en Argentina que tenía porno gay que implicaba a menores?»-, profirió estas avergonzadas palabras: «Sobre el caso, no estoy, no estoy, usted sabe, autorizado…». La inepta respuesta de Scicluna dio la impresión de que él necesitaba estar autorizado -podemos preguntarnos por quién- ¡para decir la verdad! El director ad interim de la sala de prensa del Vaticano, Alessandro Gisotti, intervino rápidamente para asegurar a los reporteros de que se había puesto en marcha una investigación, y que una vez esta hubiera concluido, serían informados del resultado de la misma. Espero que se me perdone si me pregunto si realmente se informará, y de manera oportuna, sobre los resultados de una investigación honesta y profunda. Gisotti añadió que no estaban permitidas las preguntas sobre casos concretos. Hay en esto una cierta ironía: este intercambio ocurría mientras Cupich y Scicluna discutían sobre lo que ellos llamaban transparencia.

Un problema especialmente serio es que la cumbre se centró exclusivamente en el abuso de menores. Estos crímenes son, desde luego, terribles, pero la reciente crisis en Estados Unidos, Chile, Argentina, Honduras y otros países tiene que ver, sobre todo, con los abusos cometidos contra jóvenes adultos, incluidos seminaristas, no sólo contra menores. Desde luego, si se reconociera honestamente que hay un problema de homosexualidad en el sacerdocio que debe ser abordado de manera adecuada, el problema de los abusos sexuales sería mucho menos grave.

¿Ve usted indicios de que el Vaticano, con el papa Francisco, esté dando los pasos adecuados para lidiar con la grave cuestión de los abusos? Si cree que no, ¿qué falta?

Los indicios que veo son realmente siniestros. No sólo el papa Francisco no está haciendo casi nada para castigar a los que han cometido abusos, sino que no está haciendo nada en absoluto para poner al descubierto y llevar ante la justicia a quienes, durante décadas, han ayudado y encubierto a los abusadores. Por poner un ejemplo: el cardenal [Donald] Wuerl, que encubrió los abusos de [el entonces cardenal Theodore] McCarrick y de otros durante décadas, y cuyas continuas y descaradas mentiras se han puesto de manifesto para todos los que prestaban atención, tuvo que dimitir de manera vergonzosa debido a la indignación pública. Sin embargo, al aceptar su dimisión, el papa Francisco le alabó por su «nobleza». ¿Qué credibilidad puede tener el papa después de este tipo de declaraciones?

En febrero, el ex cardenal Theodore McCarrick fue reducido al estado laical. ¿Cuál es su valoración de este castigo? ¿Y qué piensa del modo como la Congregación para la Doctrina de la Fe gestionó el caso McCarrick en los meses posteriores a su testimonio? Por último, ¿cree usted que hubo efectos concretos (positivos o negativos), resultado de su testimonio?

La degradación de McCarrick de su oficio ha sido, en este sentido, un castigo justo, pero no hay razón legítima para que no se le impusiera cinco años antes, o más, después de un juicio adecuado y un procedimiento judicial. Quienes tienen la autoridad para actuar (por ejemplo, el papa Francisco) sabían todo lo que necesitaban saber ya en junio de 2013. Sin embargo, con toda seguridad mi testimonio del mes de agosto pasado aceleró este castigo, trasladando el foco de la atención a McCarrick y desviándolo de quienes tenían conocimiento, desde hacía tiempo, de sus crímenes y se aprovecharon de su protección. Incluso después de la publicación de la declaración del cardenal [Timothy] Dolan sobre McCarrick el 20 de junio de 2018, había tiempo suficiente para un juicio, pero este habría causado un gran daño a muchos miembros prominentes de la curia y, claro está, al propio papa Francisco. Por consiguiente, en lugar de un procedimiento judicial adecuado, después de más de siete meses de silencio se eligió deliberadamente un procedimiento administrativo. Es difícil no concluir que los tiempos fueron elegidos para manipular a la opinión pública. Condenar a McCarrick como cabeza de turco con un castigo ejemplar -es la primera vez en la historia de la Iglesia que un cardenal es reducido al estado laical-, apoyaba la tesis de que el papa Francisco estaba firmemente decidido a luchar contra los abusos sexuales por parte del clero.

Según una declaración emitida por la Sala de Prensa de la Santa Sede el 16 de febrero de 2019, McCarrick fue encontrado culpable por la Congregación para la Doctrina de la Fe de «solicitación en el sacramento de la Confesión y de pecados contra el sexto mandamiento» tanto con menores como con adultos, con el «factor agravante de abuso de poder». La pena impuesta fue la reducción al estado laical, que el papa Francisco confirmó ser «definitiva». De esta manera McCarrick, que se ha declarado inocente, ha sido privado de cualquier oportunidad de apelar la sentencia. ¿Dónde está el proceso justo? ¿Es así como el Vaticano administra justicia?

Además, al ser la sentencia definitiva, el Papa ha bloqueado cualquier posibilidad de seguir investigando, lo que hubiera podido llevar a revelar quién en la Curia y en otros lugares tenía conocimiento de los abusos de McCarrick, cuándo lo supieron y quién le ayudó a ser nombrado arzobispo de Washington y, al cabo de un tiempo, cardenal. Por cierto, se había hecho la promesa de publicar los documentos de este caso, algo que todavía no se ha hecho.

La conclusión es esta: el papa Francisco está ocultando deliberadamente las pruebas del caso McCarrick.

Lo repito con firmeza ante Dios: el papa Francisco supo sobre McCarrick, a través de mí, el domingo 23 de junio de 2013, 40 minutos antes del Ángelus. Le hablé de los abusos cometidos por McCarrick después de que el papa, por propia iniciativa, me preguntara sobre el cardenal.

Sin embargo, consideremos ahora la dimensión más importante con mucho, a saber: la espiritual, totalmente ausente de cualquier declaración hecha sobre McCarrick o de cualquier rueda de prensa de la cumbre. El propósito más importante de las penas en derecho canónico es el arrepentimiento y la conversión: Suprema ratio est salus animarum (la ley suprema es la salvación de las almas). Creo, por tanto, que la mera «reducción al estado laical» es totalmente inadecuada, porque no proporciona una solución y no expresa preocupación por el importante propósito del castigo, a saber: la salvación del alma de McCarrick.

A no ser que esté acompañada por otras medidas, la mera reducción al estado laical podría ser considerada una expresión de desprecio hacia este estado. La idea de que se castigue a un prelado que se comporta mal «reduciéndole» al estado laico huele a clericalismo. Como sostiene el profesor Scott Hahn, socava el significado de la llamada universal a la santidad.

Creo, y no soy el único, que también debe imponerse a McCarrick la pena de excomunión, de la que puede ser absuelto en cualquier momento. Como un tratamiento adecuadamente dosificado, se le impondría para que se responsabilizara de sus pecados, se arrepintiera, se reconciliara con Dios y, así, salvara su alma.

También ha habido tensiones entre la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y la Santa Sede. El pasado noviembre, los obispos de Estados Unidos estuvieron a punto de votar unas medidas para que los obispos se responsabilizaran más de la supervisión de los casos de abusos. El Vaticano detuvo este voto. ¿Tiene algo que decir sobre esta intervención, si era adecuada, y por qué ocurrió? ¿Cómo valoraría las acciones del nuncio?

Si no hubiera habido esa interferencia, el encuentro de noviembre de la Conferencia Episcopal estadounidense habría examinado, sin duda, los problemas de la corrupción episcopal, los encubrimientos y la mendacidad episcopal, los delitos sexuales, tanto con menores como con adultos; todo esto habría implicado y avergonzado de manera intolerable a la Santa Sede. La intromisión estaba totalmente injustificada, pero estaba causada por el pánico. Los obispos americanos estaban ejerciendo sus tareas y responsabilidades legítimas. Me pregunto cómo un papa que apela a la «sinodalidad» ha podido llevar a cabo dicha intromisión.

Después de la publicación de su testimonio, el papa Francisco se ha referido en numerosas ocasiones a «ataques del demonio», comentarios que muchos interpretan como una referencia a su persona. ¿Cómo se siente por ser citado de esta manera por su pontífice?
En el evangelio leemos: «Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo. Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!» (Mt 10, 24-25). Soy el esclavo de mi amo.

Desde el Vaticano no se han negado los detalles de su testimonio y el papa Francisco aún no ha respondido. ¿Cómo interpreta este silencio?

Nadie ha negado de forma plausible los hechos que he declarado en mi testimonio porque nadie puede negar la verdad. Los cardenales y arzobispos que nombro no quieren ser pillados mintiendo, y aparentemente piensan que son tan poderosos que son intocables si se mantienen en silencio y con un perfil bajo. La pregunta real es: ¿por qué los periodistas dejan que se salgan con la suya?

No sólo no se ha negado mi testimonio, sino que algunos de los hechos han sido confirmados de manera independiente. Pongo dos ejemplos: la carta de [el entonces arzobispo Leonardo] Sandri al padre [Boniface] Ramsey [de Nueva York], confirma mi declaración de que oficiales del Vaticano estaban en conocimiento de las acusaciones contra McCarrick desde el año 2000; y el cardenal [Marc] Ouellet, en la carta abierta que me envió, confirmó que me había dicho personalmente, y después por escrito, las restricciones que el papa Benedicto había impuesto a McCarrick.

Respecto al papa Francisco, su respuesta a mi testimonio fue: «No diré una sola palabra sobre este asunto». ¿Habría dicho esto si hubiera sabido que mi testimonio es falso? ¿No es más bien lo que diría una persona que sabe pero que no quiere admitir que el testimonio es verdad? ¿No es lo que ustedes, americanos, llaman «acogerse a la quinta enmienda»? Al responder cómo lo hizo, el papa está fundamentalmente admitiendo que no desea ser transparente. Sin embargo, los hechos permanecen. McCarrick ha sido amigo personal de Francisco durante décadas, antes de que fuera elegido papa. Francisco sabía de sus crímenes, sin embargo le rehabilitó, le convirtió en su enviado especial y asesor de confianza, y nombró a obispos y cardenales que son conocidos protegidos de McCarrick. Sin embargo, no dirá una sola palabra sobre esto. ¿Sorprende que muchos hayan interpretado la respuesta del papa como una manifestación de desprecio tanto hacia las víctimas como a los que quieren que el encubrimiento acabe? Irónicamente, sin embargo, el continuo silencio del papa, que es cada vez más ensordecedor, da fe de la verdad de mi testimonio.

Se podría señalar, considerando un caso análogo, que Theodore McCarrick ha tenido, y sigue teniendo, total libertad para hablar sobre cualquier tema a cualquier audiencia a lo largo de todo el asunto. La única razón para que no hable es que, al hacerlo, empeoraría aún más la opinión que se tiene sobre él. Hablando de temperamento, ni McCarrick ni el papa Francisco tienen reputación de ser hombres de pocas palabras.

[NOTA DEL EDITOR: Viganò añadió esta parte después de que Francisco hablara sobre las acusaciones el mes pasado en una entrevista]

VIGANÒ: Es realmente muy triste leer las respuestas del papa Francisco sobre el caso McCarrick, por no mencionar nada más. Primero dice que ya ha respondido en diversas ocasiones; segundo, que él no sabía nada, absolutamente nada sobre McCarrick; y tercero, que no recordaba la conversación que había tenido conmigo. ¿Cómo se puede afirmar y sostener todas estas cosas al mismo tiempo? Las tres son mentiras descaradas.

Primero, durante nueve largos meses no dijo una sola palabra sobre mi testimonio, e incluso alardeaba, y sigue haciéndolo, sobre su silencio, comparándose con Jesús. Por lo tanto, o habló o se calló. ¿Cuál de las dos?

Segundo, todos conocían el largo comportamiento depredador de McCarrick, desde el más joven de los seminaristas de Newark hasta los prelados de más alto rango del Vaticano.

Tercero, repito ante Dios lo que declaré en mi testimonio del pasado mes de agosto: el 23 de junio de 2013, el papa Francisco me preguntó sobre McCarrick y yo le dije que en la Congregación para los Obispos había un voluminoso dossier sobre sus abusos, y que había corrompido a generaciones de seminaristas.¿Cómo puede alguien, especialmente un papa, olvidarse de esto? Si realmente hasta ese día no tenía conocimiento de nada sobre este asunto, ¿cómo pudo ignorar mi advertencia y seguir confiando en McCarrick como uno de sus consejeros más cercanos?

Realmente la Iglesia universal está atravesando un momento muy oscuro: ¡el Supremo Pontífice está mintiendo descaradamente a todo el mundo para encubrir sus malvadas acciones! Pero la verdad sobre McCarrick y todos los demás encubrimientos saldrá a la luz con el tiempo, como ya ha sucedido con el cardenal Wuerl, que tampoco «sabía nada» y tuvo un «lapsus de memoria».

En su carta de octubre, el cardenal Ouellet le retrató como una persona motivada por la amargura de su propia carrera. ¿Es verdad? ¿Cómo responde a esto?
Lo único que puedo hacer es pedir a personas imparciales que examinen las decisiones que han marcado mi carrera para que vean si estaban motivadas por la ambición de hacer carrera y el ansia de promoción. Por la misma razón, las personas imparciales podrían preguntarse quién se beneficiaría más de rechazar el testimonio de Viganò alegando motivos indignos.

Déjeme que repita esto una vez más. Soy un anciano y no tardaré mucho en aparecer ante Dios Juez. Mi silencio me hubiera hecho cómplice de los abusadores y hubiera aumentado el número de víctimas. Sé que estoy motivado por esta preocupación, y Dios lo sabe. No puedo preocuparme por lo que piensen los demás sobre mis motivos.

En cualquier caso, mis motivos no es lo importante aquí, y las preguntas sobre ellos son una distracción. La cuestión verdaderamente importante es si mi testimonio es verdad. Me mantengo firme en él e insto a que se investigue para que los hechos salgan a la luz. Por desgracia, quienes impugnan mis motivos se han mostrado reacios a llevar a cabo una investigación abierta y minuciosa.

En general, ¿cómo cree que ha sido la cobertura de su testimonio por parte de los medios de comunicación? ¿Cree que los canales de noticias han estado dispuestos a investigar sin prejuicios las acusaciones que usted ha lanzado?
Me siento triste porque los principales medios de comunicación no insisten para que el papa Francisco y otros prelados respondan a mis acusaciones, y no creo que hubieran sido tan comedidos si el papa en cuestión hubiera sido Juan Pablo II o Benedicto XVI. Es difícil no concluir que estos medios de comunicación son reacios porque aprecian el enfoque más progresista del papa Francisco en cuestiones de doctrina y disciplina de la Iglesia, y no quieren poner en peligro su agenda. Sin embargo, de lo que estamos hablando aquí es de crímenes muy serios, que ven implicados a menudo a menores, y con acusaciones de encubrimiento. Con algunas excepciones, que pertenecen a órganos de comunicación secundarios, los medios de comunicación han fracasado porque no se han enfrentado al «crimen detrás del crimen», planteando las preguntas obvias a las personas obvias: ¿dónde están los archivos con los documentos del caso pertinente a las afirmaciones de Viganò? ¿Quién tiene acceso y autoridad para publicar los documentos? ¿Quién los ha examinado y cuándo? ¿Qué han encontrado en ellos, o que faltaba en ellos? ¿Qué esfuerzos se han hecho para corroborar los hallazgos y quién los ha hecho? ¿Quién está coordinando la investigación sobre el caso McCarrick? ¿Se han incluido en la investigación los protegidos de McCarrick, Cupich y [el cardenal Joseph] Tobin? Si la respuesta es no, ¿por qué no? Y esto es sólo el principio.

En resumen, los periodistas deberían estar excavando para buscar hechos, entrevistando a las víctimas, siguiendo el dinero y las promociones y sacando a la luz las redes corruptas. Hay tantos casos que investigar. Por citar sólo uno: ¿ha leído el reciente libro de Martha Alegria Reichmann sobre los fechorías del cardenal [Oscar Andrés Rodriguez] Maradiaga, elegido por el papa Francisco como asesor senior de su confianza, y de hecho cabeza del consejo de los nueve cardenales, el C-9? ¿Ha pensado en entrevistarla? ¿En investigar sus afirmaciones? ¿En solicitar una entrevista con Maradiaga para preguntarle sobre todas las acusaciones que se han lanzado contra él? ¿En preguntarle al papa Francisco por qué eligió a un hombre como él como su asesor?

Su testimonio deja claro que la homosexualidad -y el fracaso del Vaticano de responder a este tema- es el centro del problema actual de la Iglesia al lidiar con los abusos. ¿Nos puede explicar, con la mayor claridad posible, por qué la homosexualidad, tal como usted la ve, está relacionada con los abusos?

Mantengamos una distinción entre dos escenarios: (1) los crímenes de abuso sexual y (2) el encubrimiento criminal de los delitos de abuso sexual. En la mayoría de los casos en la Iglesia hoy, ambos tienen un componente homosexual -que habitualmente se minimiza- y que es la clave de la crisis.

Respecto al primer escenario, los hombres heterosexuales claramente no eligen ni a niños ni a jóvenes varones como sus parejas sexuales, y aproximadamente el 80 por ciento de las víctimas son hombres; de hecho, la gran mayoría son varones post-pubescentes. Las estadísticas de los diferentes países sobre abusos sexuales cometidos por el clero no dejan lugar a dudas. Y aunque son tan terribles como los casos de abusos cometidos por pedófilos, el porcentaje es muy inferior. No son pedófilos, sino sacerdotes gays los que abusan de chicos post-pubescentes y han arruinado las diócesis de Estados Unidos. Uno de los estudios más recientes y más fiables ha sido realizado por el padre Paul Sullins, PhD, del Ruth Institute. En su informe ejecutivo, el estudio de Sullins afirma, entre otras cosas, lo siguiente:

●»El índice de homosexuales en el sacerdocio aumentó el doble en relación a la población general de los años 1950, y hasta ocho veces en relación a la población general de los 80. Esta tendencia está fuertemente relacionada con el aumento del abuso sexual infantil».

●»Las estimaciones de estos hallazgos predicen que, si la proporción de sacerdotes homosexuales se hubiera mantenido al nivel de los años 50, al menos 12.000 niños, la mayoría varones, no hubieran sufrido abusos».

La preponderancia de estos casos de abusos es abrumadora. No creo que nadie pueda discutirlo. Que la homosexualidad es la causa principal de la crisis de los abusos sexuales es algo que también el papa emérito Benedicto XVI ha declarado en su reciente ensayo. La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales. De su larga experiencia como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, él recuerda cómo «en varios seminarios se establecieron camarillas homosexuales que actuaban de manera más o menos abierta, cambiando de manera significativa el ambiente de los seminarios».

Dada la abrumadora evidencia, es alucinante que la palabra «homosexualidad» no haya aparecido una sola vez en ninguno de los recientes documentos oficiales de la Santa Sede, incluyendo los dos Sínodos sobre la Familia, el Sínodo sobre los Jóvenes y la cumbre de febrero.

Respecto al segundo escenario, la «mafia gay» entre los obispos está vinculada no a un interés común sexual, sino a un interés común que tiene como objetivo protegerse y promocionarse mutuamente desde el punto de vista profesional, saboteando todos los esfuerzos de reforma. En el citado ensayo, el papa emérito Benedicto observa que una investigación de seminarios llevada a cabo por el Vaticano, que incluía el problema de las camarillas homosexuales, «no aportó nuevos datos, supuestamente porque varios poderes unieron fuerzas para ocultar la situación real»; su observación da credibilidad a mi testimonio de que una poderosa red de prelados ha encubierto los abusos durante décadas. ¿Acaso se puede encontrar en Estados Unidos un solo obispo que admita que es homosexual activo? Claro que no. Su trabajo es constitucionalmente clandestino.

¿El tiempo que pasó usted en Estados Unidos tuvo algún efecto sobre la visión que tiene acerca de la homosexualidad? ¿Se endureció su postura de alguna manera al pasar tiempo en un país con una subcultura eclesial conservadora/tradicionalista muy fuerte y definida?

Mi estancia en Estados Unidos y la presencia de «una subcultura eclesial conservadora/tradicionalista muy fuerte y definida», como usted dice, no tiene nada que ver con mi visión sobre la homosexualidad. Mi visión ha sido y siempre permanecerá fiel a la enseñanza perenne de la Iglesia católica, adecuadamente resumida en el Catecismo:

«Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados'» (CIC, 2357). El Catecismo dice, además, que la inclinación a realizar dichos actos (y no las personas en sí, que no deben ser definidas por su inclinación) es «objetivamente desordenada» y «constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba». La Iglesia no responde condenándola. Al contrario, enseña: «Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza» (CIC, 2358).

El Catecismo insiste que quienes experimentan dicha inclinación están llamados, como todos, a la castidad. Es una hermosa enseñanza, porque la Iglesia afirma la dignidad de quienes experimentan atracción hacia el mismo sexo afirmando, precisamente, que al cultivar la virtud pueden alcanzar una libertad interior y que, con la ayuda de una amistad genuina, la oración y la gracia sacramental, «pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana» (CIC, 2359).

En octubre, el Vaticano prometió llevar a cabo una investigación en los archivos sobre el caso McCarrick. Los resultados de dicha investigación aún no se han hecho públicos. Pero si un día lo fueran, ¿qué cree usted que revelarán?

No hay datos, hasta la fecha, de que esta investigación haya ni siquiera empezado. Estoy seguro de que los resultados de una investigación honesta serían desastrosos para el actual papado, y los responsables de iniciar este trabajo lo saben muy bien. Puedo concluir que la garantía de una investigación minuciosa de los archivos ha sido una promesa vacía.

Aunque el Vaticano no ha publicado sus hallazgos sobre el caso McCarrick, algunos historiadores de la Iglesia creen que los detalles de cómo McCarrick fue protegido, una vez sean revelados, pueden dañar las reputaciones de Benedicto XVI y, aún más, la de san Juan Pablo II. ¿Cree usted que Benedicto XVI o Juan Pablo II podrían haber hecho más para gestionar adecuadamente el caso McCarrick?

Mi deseo sincero es que todos los documentos, si no han sido destruidos, sean publicados. Es totalmente posible que esto dañe la reputación de Benedicto XVI y san Juan Pablo II, pero no es una razón para no buscar la verdad. Benedicto XVI y Juan Pablo II son seres humanos y pueden haber cometido errores. Si lo han hecho, queremos saberlo. ¿Por qué deberían permanecer ocultos? Todos podemos aprender de nuestros errores.

Yo mismo me arrepiento de no haber dicho nada públicamente antes. Como acabo de decir, espero contra toda esperanza que la Iglesia pueda reformarse desde dentro. Pero cuando tuve claro que el sucesor de Pedro era uno de los encubridores de estos delitos, no albergué duda alguna de que el Señor me llamaba para que dijera lo que sabía, como he hecho y seguiré haciendo.

¿Cree usted que hay un riesgo de cisma en la Iglesia estadounidense?
Un cisma es el dolor más terrible que la Iglesia, el cuerpo de Cristo, pueda soportar, y como demuestra la historia de la Iglesia, puede tener consecuencias duraderas. Debemos rezar para que esta catástrofe no vuelva a ocurrir. Un cisma formal (que implica la excomunión mutua de obispos ordenados de manera válida) no parece probable por el momento. Sin embargo, hay un cisma de facto basado en la aceptación o rechazo de la revolución sexual. Y hay un riesgo de cisma formal, provocado por un acto de absurda irresponsabilidad papal (por ejemplo, si el papa respondiera a los dubia, ignorados durante mucho tiempo, sobre la enseñanza en Amoris Laetitia de manera contraria a la enseñanza anterior de la Iglesia).

Después de publicar su testimonio, ¿se ha sentido en algún momento el líder espiritual de un movimiento de rebelión? Si es así, ¿cómo lo ha gestionado? Si siente que tiene un papel de liderazgo, ¿cómo definiría este movimiento, en términos de tamaño y alcance geográfico?

Jesús es el único líder de la Iglesia. Es la cabeza de la Iglesia, que es Su cuerpo. Todos nosotros, el papa incluido, tenemos un único Señor. Respecto a mi papel, como cristiano y como obispo tengo el deber de testimoniar la verdad sin miedo, y como Timoteo debo «proclamar la palabra, a tiempo y a destiempo» (2 Tim 4, 2). Ningún papa puede dispensar de este deber, y si un hombre lo cumple fielmente, sólo puede ser rebelde en un sentido honorable. Los rebeldes ignominiosos son los que presumen de romper o cambiar la tradición perenne de la Iglesia.

Después de publicar su testimonio, ¿cómo ha cambiado su vida la magnitud de esta acción? ¿Qué libertad tiene para vivir su vida como usted quiera?
n/a

Si pudiera rehacer los acontecimientos, ¿seguiría pidiendo la dimisión del papa Francisco? ¿Cree que al pedir la dimisión del papa se desvió la atención de su mensaje?

Hice todo lo que pude con mi testimonio, y el Señor no me pide más que esto. Me mantengo firme en él. Sin embargo, estoy lejos de ser perfecto y, a posteriori, creo que ciertos puntos podría haberlos expresado mejor. Me doy cuenta de que hubiera sido mejor abordar la cuestión que usted me pregunta de la siguiente manera, empezando con un punto que he incluido en mi tercer testimonio:

«Estoy pidiendo, de hecho suplico fervientemente, al Santo Padre que afronte los compromisos que él asumió cuando aceptó su cargo como sucesor de Pedro. Aceptó la misión de confirmar a sus hermanos y de guiar a todas las almas en el seguimiento de Cristo, en el combate espiritual, en el camino de la cruz. Que admita sus errores, que se arrepienta, demostrando su voluntad de seguir el mandato dado a Pedro y, una vez convertido, que confirme a sus hermanos (Lc 22, 32)».

Habría resaltado que san Pedro negó a Cristo tres veces, pero luego lloró amargamente y se arrepintió. Luego habría dicho lo que digo ahora: ¡ojalá el papa Francisco imitase a san Pedro! Pero si el papa Francisco se niega a admitir sus errores y a pedir perdón para seguir llevando el mandato recibido de Cristo, debería dimitir.

¿Cómo se siente al seguir desde lejos el desarrollo de estos importantes hechos de la Iglesia, como la reducción al estado laical de McCarrick y la cumbre sobre los abusos? ¿Se siente triste por estar, de algún modo, lejos de la Iglesia católica en este momento crítico?

Mis sentimientos, en cuestiones de tanta gravedad, no tienen importancia. Dije lo que creía que tenía que decir; en caso contrario, la falsedad no sería puesta en duda y dañaría mi alma y el alma de otros.

¿Nos puede decir el país, o el continente, en el que está ahora mismo?

n/a

Aproximadamente, ¿cuántas personas conocen su paradero? ¿Con cuánta gente tiene contacto personal diariamente?

n/a

¿Nos puede describir cómo es su vida diaria?

Respondo reacio a esta pregunta, porque centra la atención sobre mí y no en lo que es importante.

Mi vida no ha cambiado mucho. Es obvio que tengo que tener más cuidado con quien me encuentro y lo que digo, pero he sido bendecido con una gran familia y muchos amigos que me apoyan. Los veo con regularidad y su cercanía es fuente de consuelo para mí.

Tal vez el mayor cambio después de mi primer testimonio ha sido el increíble apoyo que he recibido diariamente de todas partes del mundo. Hay miles de católicos que rezan por mí y conmigo por la conversión del papa Francisco y la sanación de la Iglesia.

En conjunto, pocas cosas han cambiado. Hago lo que he hecho toda mi vida: desde que fui ordenado sacerdote he intentado servir al pueblo de Dios, en obediencia, allí donde me han pedido que fuera. Sólo soy una persona que está intentando hacer lo mejor, y he sido bendecido toda mi vida con muy buenos ejemplos de sacerdotes santos y con gran dedicación.

¿Celebra la misa?

Perdone que me sorprenda por esta pregunta pero… ¿por qué no iba a celebrar la misa? ¡Estamos hablando del Pan de Vida! Claro que celebro la misa, cada día, como todo buen sacerdote.

¿Reza por el papa?

Nunca he dejado de rezar por el papa, y nunca dejaré de hacerlo.

¿Cree que su seguridad está amenazada? Y si es así, ¿por qué? ¿Ha recibido amenazas claras?

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¿Qué precauciones toma para protegerse?

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Desde la publicación de su testimonio, ¿le ha contactado la Santa Sede? Si es así, ¿qué le han dicho?

Aparte de la carta abierta del cardenal Ouellet, a la que he respondido, nadie me ha contactado.

¿Sabe si está siendo investigado canónicamente? Si es así, ¿cuáles son las acusaciones? ¿Por ninguna circunstancia se «rendiría» a las autoridades vaticanas?
Como he dicho, no estoy al tanto de nada de esto. ¿No sería increíble que acabara siendo investigado el denunciante y no los prelados que encubrieron los abusos?

Por desgracia, un porcentaje alarmante de personas sufren abusos temprano en su vida, cuando son más vulnerables. En su testimonio, se nota que usted siente empatía por las víctimas y siente una gran responsabilidad y quiere actuar. ¿Ha sido testigo directo de algún abuso? ¿O ha sido usted víctima de abusos?

Gracias a Dios, nunca he sido víctima de abusos ni he sido testigo personal de abusos. Pero cualquier persona decente, víctima o no, empatizaría con las víctimas y desearía ayudarlas.

¿Qué le hizo dar un paso adelante y publicar su testimonio? ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso?

Ya he respondido a esto antes y en mis testimonios previos.

¿Está en contacto con sus seres queridos? Si es así, ¿qué piensan de sus acciones?

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¿Se siente solo?

No. El Señor es mi compañero constante.

¿Era consciente cuando publicó su testimonio de que su vida cambiaría drásticamente? ¿Cómo se sintió durante esos días de finales de agosto de 2018, cuando estaba a punto de cruzar el Rubicón?

Mi conciencia siempre ha estado tranquila sobre esto: la verdad nos hace libres.

Cuando se decidió a actuar, ¿se inspiró en santo Tomás Moro o en otra figura histórica?

Me inspiré en el beato Newman que dijo: «En caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa, beberé ‘¡Por el Papa!’ con mucho gusto, pero primero ‘¡Por la Conciencia!’ y, después, ‘¡Por el Papa!'», y en san Juan Fisher, el único obispo de la Iglesia católica en Inglaterra que no se doblegó ante Enrique VIII. Estas palabras suyas son muy apropiadas para nuestro tiempo: «La luz de un buen ejemplo se extingue en quienes desean brillar como luminarias para todo el mundo, como torres de vigía y almenaras en las montañas. Por desgracia, ninguna luz proviene de ellos sino una oscuridad terrible y un daño pestilente, por el que innumerables almas caen en la destrucción» (Blessed John Fisher, por el Rev. T.E. Bridgett, Londres (1888), pág. 435).

¿Le han reconocido en público? Si es así, ¿cuál ha sido la reacción y cuál ha sido su reacción?

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¿Se disfraza cuando sale?
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¿Cree que en un determinado momento podrá llevar una vida «normal» de nuevo? ¿Qué tiene que pasar para que esto sea posible?

Mi vida es bastante normal, gracias por preguntar.

¿Cree que puede haber una reconciliación con Francisco? ¿La desea?
La premisa de su pregunta es incorrecta. No estoy luchando contra el papa Francisco, tampoco le he ofendido. Sencillamente, he dicho la verdad. El papa Francisco tiene que reconciliarse con Dios y con toda la Iglesia, dado que encubrió a McCarrick, se niega a admitirlo y ahora está encubriendo a otras personas. Estoy agradecido al Señor porque me ha protegido de tener sentimientos de rabia o resentimiento contra el papa Francisco, o deseos de venganza. Rezo cada día por su conversión. Nada me haría más feliz que el Papa reconociera y acabara con estos encubrimientos, y que confirmara a sus hermanos en la fe.

¿Cómo ve sus años de servicio en la Iglesia? ¿Desearía haber hablado antes? ¿Crees que se ha equivocado por dedicar su vida a esa institución?

He prestado mi servicio en la Santa Sede durante 43 años con gran alegría y plena dedicación, con satisfacción espiritual y humana. Desde luego, con mis muchos límites, pero confiando en mis superiores que siempre han sido buenos y apreciaban mi colaboración. A veces he aceptado misiones arriesgadas, como las que llevé a cabo en Irak, Kuwait y Nigeria. He tenido relaciones excelentes con mis superiores, colegas y compañeros de trabajo laicos. El cardenal Bertone, después de ser nombrado secretario de Estado, encontró el modo de librarse de mí porque me negué a aprobar a candidatos no válidos que él apoyaba para que fueran nombrados obispos. Me ofreció la posición de secretario general del gobernatorato. Ciertamente, no era una promoción, pero acepté encantado.

No hay motivos por los que deba estar arrepentido de haber servido en la Santa Sede. Siempre he intentado seguir la voluntad de Dios a través de la obediencia. Nunca he pedido ser promovido, y no me arrepiento de haber rechazado la propuesta del papa Benedicto, que me ofreció un posición de cardenal en la curia. Quienes tramaron para que me fuera de Roma pensaron que se estaban liberando de mí. No sabían que el Señor les estaba utilizando para ponerme en una posición en la que pudiera hablar claramente sobre el escándalo McCarrick.

En su testimonio usted ha dado muchos detalles, pero no hay documentación adjunta, que sería útil para corroborar su testimonio. ¿Tiene algunos de los documentos o cartas a los que hace referencia en el testimonio? ¿Tiene documentación adicional que demostraría que el Vaticano tenía conocimiento del comportamiento de McCarrick? Si está en posesión de dicha documentación, ¿podría compartirla con nosotros, ya que sería de grandísima utilidad?

Todavía no ha llegado el momento de que entregue nada. Le sugiero que pida al papa y a los prelados que he nombrado en mi testimonio para que le entreguen la documentación relevante, parte de la cual es muy incriminatoria; esto si aún no la han destruido.

En concreto, ¿tiene usted la carta que escribió al cardenal Parolin en la que le preguntaba si las sanciones impuestas a McCarrick por el papa Benedicto XVI estaban aún vigentes? Si es así, ¿podría compartirla con nosotros?

Ver la pregunta anterior.

En conclusión, quiero señalar que la actual crisis no es una lucha de poder entre progresistas y conservadores, entre la izquierda y la derecha. Tampoco es fundamentalmente sobre la mala conducta sexual del clero, o la prevalencia de homosexuales activos en el clero, si bien estos problemas serios, perennes en la Iglesia, son especialmente graves ahora. La crisis es sobre el hecho de que una «mafia» corrupta ha tomado el control de muchas instituciones de la Iglesia, de arriba abajo, y está explotando a la Iglesia y a los fieles para sus propósitos inmorales. Como he dicho antes, esta coalición está unida no porque tienen un interés sexual común, sino porque se protegen y promocionan mutuamente a nivel profesional y sabotean cualquier esfuerzo de acabar con la corrupción sexual. Los miembros de esta alianza, y quienes temen su ira, son los únicos con la autoridad necesaria para corregir el problema a través de procedimientos judiciales adecuados, la imposición de la disciplina y la reafirmación de una sana enseñanza.

Esto está causando una parálisis institucional que está desmoralizando inmensamente a los fieles. Dicho esto, este desesperado estado de cosas no debe ni sorprendernos ni preocuparnos, dada la duradera presencia del Espíritu Santo y la promesa de Cristo de su nueva venida y el establecimiento de su reino definitivo. Concluyo citando un aleccionador pasaje del Catecismo de la Iglesia Católica, que parece que se está verificando en nuestro tiempo:

«Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad» (CIC, 675).

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo de Ulpiana, Nuncio Apostólico

2 de mayo de 2019, Fiesta de San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia

Publicado en The Washington Post.

Viganò advierte que tiene nuevos documentos para probar su tesis (Carlos Esteban)



El prófugo más famoso de la Iglesia, el arzobispo Carlo Maria Viganò, ha hablado con el Washington Post. Se reafirma en su versión, acusa al Papa de mentir descaradamente y advierte que tiene documentos, que publicará en su momento oportuno.

“La verdad saldrá a la luz”, asegura el arzobispo Carlo Maria Viganò, en paradero desconocido desde la publicación de su explosivo testimonio, a periodistas del norteamericano Washington Post. En una serie de contactos por Skype redactados por los profesionales del diario, Viganò ha admitido que tiene en su poder documentos que prueban las acusaciones vertidas contra el Papa y otros prelados de la Curia Romana en relación con el ‘caso McCarrick’, pero añade que “no ha llegado aún el momento de publicar ninguno”.

Viganò, que se confiesa “inmensamente triste” por todo este asunto, se ha reafirmado en todas sus acusaciones, en el sentido de que Su Santidad no solo conocía las andanzas homosexuales del ex cardenal Theodore McCarrick, sino que incluso le preguntó por él a iniciativa propia. Además, ha repetido la afirmación que ya hizo pública inmediatamente después de que Vatican News hiciera pública la transcripción de la entrevista del Santo Padre con una periodista de Televisa. Francisco, dice, “ha mentido descaradamente al mundo entero. ¿Como podría olvidar todo eso, especialmente un Papa?”.

La culpabilidad de Francisco es, para el antiguo nuncio de la Santa Sede en Estados Unidos, no presunta sino “evidente”.

El pasado mes de octubre, después del largo silencio del Papa sobre el documento, anunciado por él mismo en vuelo a la vuelta de Irlanda, se anunció oficialmente que la Santa Sede llevaría a cabo una investigación en profundidad sobre el asunto a partir de la documentación guardada en los archivos papales, pero estamos a junio del año siguiente y no se ha vuelto a decir una sola palabra de este asunto ni, por supuesto, de los avances de la presunta ‘investigación oficial’, por la que ningún periodista pregunta, por otra parte.

Para Viganò, es lógico que no se haga público nada de lo que se halle en los archivos. “Los resultados de una investigación honrada de la Santa Sede serían desastrosos para el pontificado actual”.

Si alguna novedad hay en las palabras del ex nuncio en sus revelaciones al diario norteamericano, aparte de mencionar la existencia de documentos, ésta es la admisión de que no sólo Francisco actuó negligentemente en el caso McCarrick, sino probablemente también sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI. “Esa no es una buena razón para no buscar la verdad”, dice. “Y, en cualquier caso, Benedicto XVI y Juan Pablo II son seres humanos y pueden haber cometido errores. Si lo han hecho, queremos saberlo”.

Viganò se asombra, asimismo, en la serie de entrevistas de que los supuestos esfuerzos del Vaticano, incluida la cumbre episcopal sobre encubrimiento de abusos sexuales en toda la Iglesia, hayan ignorado por completo un aspecto tan flagrante en la mayoría de los casos como es el de la homosexualidad. Ni siquiera aparece en los documentos finales de la cumbre o el motu proprio posterior una referencia tangencial, ni aun se nombra la palabra “homosexualidad”, aunque es clave en más del 80% de los casos conocidos de abusos sexuales clericales.

Carlos Esteban