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martes, 6 de diciembre de 2022

El breve examen crítico de la nueva misa de Pablo VI



A continuación, examinaremos brevemente los principales cambios en sentido protestante introducidos en la Misa de Pablo VI, tanto en la estructura litúrgica como en el propio rito.

Naturalmente, sólo nos vamos a ocupar de los que resultan más perceptibles para los fieles sencillos, para que todos se hagan una idea clara de los contras entre el rito nuevo y el tradicional.

Cambios estructurales en la Iglesia

1) Eliminación sistemática de la barandilla que separa del espacio sagrado del presbiterio. Éste último, que antes estaba reservado a los sacerdotes y otros ministros sagrados, está abierto actualmente a todos, sean consagrados o laicos. Las consecuencias de ello han sido la eliminación del concepto de lugar sagrado, la desacralización del sacerdote y la progresiva equiparación en la práctica de clero y seglares.

2) El altar destinado a la celebración está ahora de cara al pueblo. El sacerdote ya no se dirige a Dios para ofrecer el divino Sacrificio en beneficio de los fieles, sino hacia el pueblo, en un simple encuentro de oración.

Obsérvese que el altar antiguo ni siquiera estaba orientado hacia los feligreses, sino hacia el Oriente, símbolo de Cristo, como testimonia entre otras cosas la orientación geográfica de muchas basílicas antiguas. El altar, mejor dicho, la mesa orientada hacia el pueblo, es por el contrario una creación enteramente personal de Lutero y demás pseudorreformadores del siglo XVI.

3) En la mayoría de los casos el altar está diseñado en forma de mesa, como si fuera a servir para una cena. La Misa ya no es el Sacrificio expiatorio; se ha convertido en una simple comida fraterna. Mientras que en realidad el altar evoca la idea de un sacrificio ofrecido a Dios, la mesa hace pensar en una comida compartida en una mera conmemoración. Por eso en los templos protestantes se usa -donde la hay- una mesa, nunca un altar.

4) Según las rúbricas de la nueva Misa de Pablo VI, el Sagrario puede estar apartado del centro del presbiterio. Disposiciones recientes, como por ejemplo las de la Conferencia Episcopal Italiana, han culminado la operación, imponiendo una capilla lateral al efecto. Es para no ofender a los protestantes; de ese modo, la Presencia permanente de Nuestro Señor Jesucristo en el Tabernáculo dejará de ser un obstáculo para el irreversible camino ecuménico.

5) En el centro del presbiterio, y generalmente en lugar del Sagrario, se encuentra actualmente la silla del sacerdote celebrante. El hombre ocupa el lugar de Dios, y la Misa se convierte en un simple encuentro fraterno entre la asamblea y su «presidente», es decir el sacerdote, cuya misión ha quedado reducida a la de un mero director, animador litúrgico de la antropocéntrica nueva Iglesia conciliar.

Con la entusiástica aprobación de los obispo, se inserta en este ambiente festivo el estilo pop de grupos musicales parroquiales más o menos juveniles, con miras a caldear el ambiente con ritmos y músicas bailables (en no pocas eucaristías conciliares se baila ya a todos los efectos).

Cambios dogmático-litúrgicos en el rito de la Misa

1) Se han eliminado las oraciones preliminares al pie del altar, al final de las cuales el sacerdote, entre otras cosas, se reconocía indigno de entrar en el sancta sanctorum para ofrecer el sacrificio divino e invocaba la intercesión de los santos para purificarse de todo pecado.

En su lugar, en la nueva Misa antropocéntrica el que preside la asamblea se explaya dando la bienvenida, que en muchos casos no es más que un preludio al desencadenamiento de una más o menos anárquica creatividad litúrgica.

2) Se ha eliminado el doble Confíteor (el primero lo rezaba sólo el celebrante, y a continuación el pueblo hacía el segundo). Esto distinguía al sacerdote de los fieles, que se dirigían a él llamándolo páter, padre.

En la nueva Misa todos rezan juntos el Yo, pecador una sola vez. El sacerdote ya no es padre para los fieles, sino un hermano más entre ellos. Democráticamente y a la manera protestante, queda borrado -ni más ni menos- en el actual «yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos…» O sea, que todos somos hermanos.

3) Las lecturas bíblicas las pueden hacer simples laicos (se podría decir que hoy en día es invariablemente así), lo mismo hombres que mujeres.

Totalmente contrario a la prohibición, que se remontaba a los primeros siglos y que siempre había reservado ese cometido a clérigos ordenados de lector para arriba. Precisamente, el lectorado era una de las órdenes menores que llevaban al estado clerical. Entre los protestantes, no existe clero, sino meros ministros y ministerios, por eso la reforma de Pablo VI eliminó las órdenes menores e instituyó en su lugar nada menos que ministerios: lectorado y acolitado y cualquiera, da igual que sea hombre o mujer, tiene acceso al atril para leer.

4) En el Ofertorio de la Misa de antes el sacerdote ofrecía a Cristo al Padre como Víctima propiciatoria y expiatoria por los pecados, con palabras inequívocas: «Recibe, Padre Santo […] esta Hostia inmaculada que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco […] por mis innumerables pecados […] y también por todos los fieles cristianos, vivos y difuntos […] a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y la vida eterna».

A los protestantes siempre les resultó bastante indigesto que se pusiera de relieve el aspecto propiciatorio de la culpa y expiatorio de la pena, hasta el punto de que las primeras partes de la Misa Romana que suprimió Lutero fueron precisamente las oraciones del Ofertorio. Hoy en día, en el Ofertorio de la nueva Misa de Pablo VI el presidente de la asamblea se limita a ofrecer pan y vino para que se conviertan en un indeterminado pan de vida y una vaga bebida de salvación. La idea misma de Sacrificio propiciatorio y expiatorio ha quedado concienzudamente suprimida.

5) En la Misa de Pablo VI se ha conservado el Canon Romano para guardar las apariencias, pero eso sí, mutilado. Se le han añadido, con el claro fin de suplantarlo gradualmente, tres nuevas plegarias eucarísticas (II,III y IV) más actualizadas, fruto de la colaboración con seis peritos protestantes. Con esas oraciones, para que nos entendamos, el presidente de la asamblea da gracias a Dios porque «nos haces dignos de servirte en tu presencia» (plegaria II), mezclando así su misión con la de los simples fieles en un único sacerdocio común que recuerda a Lutero. Si no, se dirige a Dios y lo alaba diciendo: «congregas a tu pueblo para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso» (plegaria III), con lo cual el pueblo y no el sacerdote parece convertirse en el elemento determinante para que se produzca la Consagración.

En la segunda parte del plan protestantizante del Misal de Pablo VI se han insertado cuatro oraciones eucarísticas que van más lejos todavía.

Llega a afirmarse que Cristo nos congrega para el banquete pascual (concepto y terminología enteramente protestantes), mientras el presbítero-presidente conciliar ya no pide que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (como todavía se hacía en las plegarias II, III y IV), sino tan solo que Cristo se haga presente entre nosotros con su Cuerpo y su Sangre. Una simple y vaga presencia de Cristo entre nosotros. Nada queda ya de transustanciación ni de Sacrificio expiatorio y propiciatorio. Sin los cuales, huelga recordarlo, ya no hay Misa.

El sacrificio del que se habla después en la misma plegaria eucarística debe entenderse necesariamente por tanto como mero sacrificio de alabanza (cosa todavía aceptada por Lutero y compañía, que rechazaban de plano toda idea de sacrificio expiatorio y propiciatorio).

6) En el nuevo rito de Pablo VI ha desaparecido en todas las plegarias eucarísticas el punto que precedía a las palabras de la Consagración. En el antiguo Misal Romano ese punto y aparte obligaba al sacerdote a interrumpir la mera conmemoración de lo que pasó en la Última Cena para disponerse a realizar, o sea a renovar de forma incruenta pero real el divino Sacrificio.

El presbítero-presidente conciliar se encuentra ahora en presencia de dos puntos ortográficos que lo llevarán -psicológica y lógicamente- a limitarse a seguir recordando y pronunciar por tanto las palabras de la Consagración con intención meramente conmemorativa (exactamente como en la llamada cena de los protestantes).

7) Se ha eliminado la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la Consagración, mediante la cual expresaba la fe en la transustanciación que se acababa de producir con las palabras consagratorias recién dichas. Concepto totalmente inaceptable para los protestantes que, como es sabido, niegan el sacerdocio derivado del sacramento del Orden con todos los poderes espirituales que conlleva.

En la nueva Misa actual de Pablo VI el presidente de la asamblea se arrodilla una sola vez, y no es inmediatamente después de la Consagración, ni después de elevar cada una de las dos especies para mostrarlas a los fieles presentes. Esto es perfectamente aceptable para los protestantes, para quienes (sin la menor transustanciación) sobre la mesa de la Santa Cena Cristo se hace presente únicamente gracias a la fe de los congregados.

Por enésima vez, salta a la vista que el nuevo rito de los conciliares es un amplio punto de encuentro con los llamados hermanos separados.

8) La aclamación de los fieles al final de la Consagración, si bien está tomada del Nuevo Testamento, es totalmente inoportuna y engañosa: introduce por enésima vez un elemento de ambigüedad al presentar a un pueblo que espera la venida de Cristo, cuando por el contrario Él ya está realmente presente sobre el altar como Víctima del Sacrificio expiatorio y propiciatorio que se acaba de renovar.

Como con todas las otras modificaciones e innovaciones, se hace más evidente al encuadrarlo en el contexto general de los demás cambios.

9) En el antiguo Rito Romano, en el momento de la Comunión los fieles, arrodillados humildemente, repetían a imitación del centurión: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mt.8,8). De ese modo manifestaban fe en la Presencia Real del Señor bajo las sagradas especies.

En cambio, en la Misa de Pablo VI se limitan a decir que no son dignos de participar de la mesa*, expresión vaguísima y totalmente aceptable en ambientes protestantes. [* En la versión italiana, N. del T.]

10) En la Misa romana antigua, la Eucaristía se recibía obligatoriamente de rodillas, en la lengua y tomando todas las precauciones para evitar la caída de partículas, utilizándose para ello una patena.

Por el contrario, en la Misa de Pablo VI y, conforme a la sinuosa táctica modernista, se empezó por disponer ad experimentum la mera posibilidad de recibir la Comunión de pie. Al poco tiempo, comulgar de pie se volvió poco menos que obligatorio. Sucesivamente se introdujo -por parte de las diversas conferencias episcopales- la comunión en la mano, entusiásticamente promovida por un clero conciliar que había perdido la fe, totalmente indiferente a los inevitables sacrilegios, voluntarios o involuntarios, a los que es sometido de esa forma el Cuerpo de Cristo. Con la pandemia de 2020, comulgar en la mano se volvió prácticamente obligatorio en todas partes.

11) La administración del Sacramento de la Eucaristía ya no está reservada a los sacerdotes y diáconos como lo ha sido desde los tiempos de los Apóstoles; con autorización del obispo, gozan en la actualidad de la misma facultad monjas y simples seglares.

Conclusión: Para terminar, recordemos la grave amonestación de aquel célebre estudioso de la sagrada liturgia que fue Dom Prospero Géranguer: 
«Lo que caracteriza ante todo a la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición en las formas del culto divino. Todo sectario que quiere introducir una falsa doctrina se topa inevitablemente con la Liturgia, que es la Tradición en su máxima potencia, y no descansará hasta que logre callar esa voz arrancando las páginas que contienen la fe de los siglos que nos precedieron».
Petrus

jueves, 30 de diciembre de 2021

Unir la Iglesia en torno al Novus Ordo, pero, ¿cuál? (Carlos Esteban)



Conservar la unidad es la razón alegada para justificar los recientes ataques papales (motu proprio y responsa ad dubua) contra la celebración del rito tradicional de la Misa. Pero, ¿hay unidad en la celebración de la ‘Misa conciliar’?


El Novus Ordo Missae representa, nos dice el Santo Padre, la única ‘lex credendi’ de la Iglesia. Y aunque la necesidad de unidad en la diversidad y de diversidad en la unidad da juego para defender casi cualquier cosa y su contraria, demos, como hipótesis de trabajo, que el hecho de mantenernos unidos en torno al rito del Sacrificio que es centro de nuestra vida de fe constituye una digna justificación.

Aceptemos, pues, todos juntos la forma de unidad que proporciona un único rito romano surgido del último Concilio. Si fuera posible, naturalmente. Y aquí vienen los primeros problemas: la Misa tal como se celebra comúnmente en cualquier parroquia elegida al azar y que pasa por ser Novus Ordo, no suele ser tal.

Lo cuenta para Rorate Caeli el padre Christopher Basden, párroco de Ramsgate, en Inglaterra. “De muchas formas se puede demostrar que la nueva Misa del Consilium no fue en modo alguno lo que los Padres habían previsto en el Vaticano II. Por ejemplo, el Concilio pide que “el latín se mantenga en todos los ritos” (desapareció por completo) y “el canto gregoriano debe tener un lugar de honor” (¡lamentablemente no ha tenido lugar en absoluto)! Las rúbricas que sostienen la orientación hacia el Este durante el Canon todavía están impresas, pero casi universalmente se ignoran”.

El contraste entre los documentos conciliares y su aplicación -ese juego de manos que pasó a la historia con el nombre de “espíritu del concilio- es casi tan marcado como el que diferencia el Novus Ordo de la Misa de San Pío V. Como se jactaba uno de sus fautores, el cardenal belga Suenens, el Concilio representaba para el ‘ala progresista’, la que a la larga habría de imponer su impronta en la aplicación de los textos, el equivalente religioso a la Revolución Francesa, y otro conmilitón de aún mayor influencia, el padre Yves Congar, llegó a decir sobre el concilio que con él «la Iglesia ha experimentado pacíficamente su Revolución de Octubre».

¿Fue el rito ahora en uso lo que pretendían los padres conciliares? Recuerda Basden: “La gran mayoría de los obispos no tuvo voz (y mucho menos nadie más) en la promulgación de la Misa reformada. Sin embargo, en el Sínodo de los Obispos en 1967 se registró que solo una minoría de los obispos presentes aprobaron el Nuevo Orden de la Misa. Cardenal Heenan profetizó que resultaría en una disminución del número. A pesar de esto, el Consilium lo impulsó, llamando a todos a ser obedientes al «espíritu del Vaticano II». El cardenal Ottaviani, entonces jefe de la Congregación de la Doctrina de la Fe, se quejó de que la nueva Misa marcaba un «alejamiento sorprendente» de la teología eucarística católica solemnemente definida en el Concilio de Trento”.

De lo que se dijo que era el objetivo a lo que resultó hay, por decir poco, un buen trecho, como revelan las investigaciones del padre Anthony Cekada. El Concilio pidió volver a las fuentes, pero demostró sobradamente que el 83% de las Colectas de la Misa tradicional fueron descartadas. El arzobispo Bugnini (arquitecto del Nuevo Rito) admite en su disculpa (sus artículos completos aún no han sido divulgados) que la «teología negativa» era incompatible con las sensibilidades del hombre moderno. ¡Los conceptos que se eliminaron incluían la noción misma del alma! ¡El uso de esta palabra desaparece en la Nueva Misa! Otras eliminaciones incluyen milagros, ayuno, mortificación, error, males, enemigos, la ira de Dios y el infierno. Está registrado que dijo que el Nuevo Rito debería evitar cualquier cosa que pudiera ser un obstáculo para los protestantes.

Otro de los objetivos explícitos fue el de hacer más accesible el rito al pueblo, de modo que pudiera atraerse a personas alejadas de la Iglesia, haciéndolo comprensible con el uso de la lengua vernácula.

Ahora bien, puede evaluarse el éxito de cualquier proyecto con objetivos previamente consignados con solo constatar hasta qué punto se han cumplido en un plazo razonable. Ha pasado más de medio siglo. ¿Hemos atraído a los protestantes? ¿Hemos conseguido aumentar la asistencia a Misa por parte de los alejados, o más bien se ha alejado a quienes entonces era fieles?

Carlos Esteban

[Se puede completar lo que se ha dicho aquí mediante la lectura del siguiente artículo, también de Infovaticana, que apareció el 16 de agosto de 2021)



La publicación del Motu Proprio Traditionis Custodes ha levantado una polémica que parecía felizmente superada con Summorum Pontificum. Se ha puesto el foco sobre un pequeño grupo dentro de la Iglesia, muy minoritario, volviendo a los debates de los años setenta, los inmediatamente posteriores a la reforma litúrgica. Pero, ¿qué ocurrió en el Concilio Vaticano … Sigue leyendo

El enlace es el que sigue:

viernes, 24 de diciembre de 2021

La primera «nueva misa»: a 500 años de una Nochebuena sacrílega (César Félix Sanchez)



La Nochebuena de este año se cumplirá el aniversario 500 de la celebración de la primera Nueva Misa. No nos referimos a la versión realizada por monseñor Annibale Bugnini en los años 60 del siglo pasado, que luego pasaría a ser el Missale Romanum de 1969, sino a la editio prima, a la madre del cordero, por así decirlo, la primera reforma litúrgica nacida de una teología reformada. La Nochebuena de 1521, Andreas Karlstadt, exsacerdote y discípulo predilecto de Lutero en ese momento, celebró en la iglesia parroquial de Wittenberg, a su pedido, una «misa» inédita: en vernáculo, con las palabras de la consagración en voz alta, despojada del ofertorio y del canon romano, celebrada en una mesa separada del altar y coram populo y con comunión en ambas especies y en la mano. ¿Suena familiar?

Lo cierto es que tamaño experimento despertó cierto resquemor entre los fieles, al grado que el mismo Lutero tuvo que recular un poco y creó la Formula missae et communionis pro ecclesia Vuittembergensi (1523), todavía en latín, muy parecida a la liturgia romana pero sin el canon romano. Probablemente un clérigo válidamente ordenado, todavía no persuadido de las herejías eucarísticas luteranas, podría quizás celebrar válidamente con ese formulario, pronunciando las palabras de la institución dentro de la plegaria eucarística inventada pero todavía «salvable». Sin embargo, el heresiarca germánico no daba puntada sin hilo. La Formula missae era, según Lutero, una sugerencia, una posibilidad, una suerte de «forma extraordinaria» del rito luterano. La «forma ordinaria» apareció tres años después en 1526, la Deutsche Messe, que ya incorporaba muchos elementos del experimento karlstadiano de cinco años atrás y que se convertiría en el modelo de toda liturgia reformada –con diferencias nacidas de las ideologías y contextos específicos de cada innovador –sea del Orden divino cramneriano, del Book of Common Prayer anglicano, de las cenas del Señor calvinistas y… del Novus Ordo Missae de 1969 de Bugnini y Montini.

¿Qué fue de Karlstadt, ese Bugnini germánico avant la lettre? Poco a poco, fue alejándose de su maestro, primero, por su insistencia en las campañas iconoclastas, satánicamente antimarianas, que Lutero condenaba con la boca pequeña y, más aún, a raíz de las guerras campesinas. Lutero, como se sabe, se puso del lado del poder político de los Príncipes. Pero Karlstadt fue más coherente con las premisas del libre examen: se unió a los Schwärmer, a los termocéfalos violentos como Münzer y Storck, que acabaron en un curioso comunismo que llegó a ser, en el caso de los anabaptistas, incluso sexual. Era evidente: lex orandi, lex credendi y lex agendi, al antropocentrismo litúrgico debía seguirle el antropocentrismo político absoluto: el comunismo. Como señala Plinio Côrrea de Oliveira, cada revolución contiene, en cifra, a todas las posteriores. Y la primera revolución llevaba rasgos, todavía in aenigmate, de la última.

Curiosamente, Karlstadt murió de peste exactamente veinte años después de esa liturgia sacrílega, en la Nochebuena de 1541 en Basilea.

Se dirá que el Novus Ordo, no en su concreción cotidiana mayoritaria de hoy en día –donde sí es evidentemente muy semejante a la ceremonia celebrada en Wittenberg hace 500 años -, sino en cuanto el Missale Romanum en sí, la editio typica de 1969, ignorando las disposiciones romanas ulteriores, puede ser celebrado en latín, no en la mesa luterana, sino en el altar coram Deo, conservando, como alternativa entre varias plegarias eucarísticas inventadas, un canon romano alterado, pero todavía semejante al de origen apostólico.

Puede hacerse, por lo menos en teoría y mientras no se enteren los obispos costarricenses. Pero jamás tal acto podrá alejarse de un legado luterano pétreo e inconmovible, presente tanto en este Novus Ordo «católicamente celebrado» como en el más vulgar celebrado en la parroquia de la esquina: la proscripción del ofertorio romano tradicional, considerado como demasiado sacrificial, y su reemplazo por una nueva oración inventada que, en el caso del NOM es un pastiche de la Berakah, la bendición judía de los alimentos («Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan y este vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, ellos serán para nosotros pan de vida y cáliz de salvación») con algún vestigio del viejo ofertorio (el Orate Fratres, conservado, probablemente, por su condición dialógica, que hace que la única mención sacrificial del nuevo ofertorio se haga aparentemente depender de la asamblea). Las oraciones antiquísimas Suscipe, sancte Pater y Suscipe, sancta Trinitas, que, según Dom Gaspar Lefebvre, resumen «perfectisimamente el sentido y el alcance de la misa» han sido obliteradas, entre otras.

Tan conscientes eran los creadores y sostenedores del Novus Ordo Missae de la importancia de este cambio, que ni siquiera pusieron el ofertorio tradicional como alternativa, aunque sea deformado, como el canon romano, y en los tiempos de la llamada «reforma de la reforma» los pedidos de restaurarlo como mera opción fueron también rechazados. ¿Por qué será que este legado luterano sigue incólume? ¿No será un intento, largamente exitoso, de protestantizar al clero y a los fieles y llevarlos a la apostasía?

Nunca está de más repetir que señalar estas tristes verdades sobre la liturgia que se celebra casi universalmente en la Iglesia desde 1970 no implica ofensa alguna a los sacerdotes que de buena fe o malgré lui la celebran y a los fieles que asisten a ella. Para nada. Deus impossibilia non iubet: Dios no pide imposibles. Y en medio de las confusiones gigantescas de estos tiempos juzgar las intenciones individuales respecto a un tema tan complejo no es tan fácil: conviene, por tanto, hacer uso de toda clase de misericordias y salvar las intenciones en la medida que sea posible.

Esta Nochebuena de 2021, quinientos años después, asistimos a la circunstancia increíble de ver la misa tradicional católica combatida y directamente perseguida por la más alta jerarquía. En muchos lugares ya no se podrá celebrar gracias a Traditionis custodes. Muchos fieles y sacerdotes se enfrentarán a conflictos de conciencia gravísimos y serán escandalizados y sumergidos en la amargura más dolorosa. Esa misma jerarquía, por otro lado, no se cansa de homenajear a Lutero y proclamarlo testigo del evangelio. Es el misterio de iniquidad.

César Félix Sánchez