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lunes, 27 de enero de 2014

Entrevista al Papa por el director de La Civitta Cattolica (4 de 4)



"Lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad...Curar heridas, curar heridas... Y hay que comenzar por lo más elemental", dice el Papa Francisco en esta entrevista; y continúa: "La Iglesia a veces se ha dejado envolver en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. Cuando lo más importante es el anuncio primero: 'Jesucristo te ha salvado'. Y los ministros de la Iglesia deben ser, ante todo, ministros de misericordia... A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación". Esto es así. No cabe duda de que esto es así. Y, sin embargo, Jesucristo no procedía exactamente de esa manera. Y nadie ha usado de mayor misericordia que Jesús. Por ejemplo, cuando los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio y adujeron que, según la ley de Moisés, debería ser lapidada, le preguntaron sobre lo que Él pensaba al respecto... por supuesto para ponerlo a prueba y tener de qué acusarlo.
"Cumplidores" estrictos de los preceptos de la Ley, e hipócritas, a ellos no les importaba nada el bien de esa mujer. ¿Qué hizo Jesús? Simplemente les dijo: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, arrójele la piedra el primero" (Jn 8,7). "Al oír estas palabras, se fueron marchando uno tras otro, comenzando por los más ancianos, y se quedó solo con la mujer, que estaba delante. Entonces Jesús se incorporó y le dijo: "Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te condenó?". Ella contestó: "Ninguno, Señor". Jesús le dijo: "Tampoco Yo te condeno. Vete y no peques más" (Jn 8, 9-11).

En Jesús se da al mismo tiempo la justicia y la misericordia. En realidad, justicia y misericordia son en Él la misma cosa. Jamás hombre alguno, excepto Jesús, ha podido decir:  "¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado?" (Jn 8,46). Sólo Él, el Justo entre los justos, podría haber condenado a la mujer...pero no lo hizo. La pobre estaba asustada, llorando y sintiendo muy de cerca su muerte. Las palabras de Jesús fueron consoladoras: "Tampoco Yo te condeno". Es tan grande el amor de Dios, encarnado en Jesucristo, por cada uno de nosotros que, si nos reconocemos pecadores y miserables, entonces borra y elimina nuestros pecados... a partir de ese momento, ya no existen. Esto es algo que sólo Él puede hacer. Su misericordia es infinita... Esto es absolutamente cierto. Pero, cuando se habla de la misericordia del Señor es preciso completar las frases que Él dijo y decir toda la verdad. Esta mujer cometió adulterio y obró mal: el adulterio es un pecado grave. Jesucristo bendijo a la mujer arrepentida, pero no bendijo su pecado. Por eso, una vez que fue salvada por Él, le dijo: "Vete y no peques más". Esta idea es muy importante: no hay pecado que Él no pueda perdonar. Además, sólo Él puede perdonar los pecados (hoy en día lo hace a través de sus sacerdotes, mediante el sacramento de la confesión). Pero éstos han de ser reconocidos como tales pecados por el pecador y éste ha de lamentar su acción y poner todos los medios para no volver a caer de nuevo en el pecado... : "no peques más"




Según el papa Francisco, "lo más importante es el anuncio primero: 'Jesucristo te ha salvado' ". Pero Jesucristo, cuando comenzó su ministerio no iba diciendo a todos y a cada uno: "¡Estás salvado! ¡Yo te he salvado". No, no es así como procedió Jesús sino que, según relata San Marcos "marchó Jesús a Galilea, predicando el evangelio de Dios, y decía: 'El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 14-15). En todos los milagros que hacía exigía la fe por parte del que era curado. Cuando el padre del endemoniado epiléptico le dijo a Jesús: "si algo puedes, ayúdanos, apiádate de nosotros", Jesús le contestó: "¡Si puedes...! ¡Todo es posible para el que cree!". Y el padre del muchacho exclamó: "Creo, pero ayuda mi incredulidad". Fue entonces cuando Jesús obró el milagro. Los ejemplos se pueden multiplicar. Decía el gran San Agustín que "es preciso odiar el pecado y amar al pecador"; y también: "Dios, que te creó sin tí, no te salvará sin tí". Y así es: Dios cuenta con nosotros, con nuestro arrepentimiento y con nuestro cariño y nuestro amor para con Él, para ejercer así con nosotros su misericordia. 


En el Padrenuestro se lee: "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden" (Mt 6,12). Y además, se trata de una condición "sine qua non" para poder recibir el perdón de Dios: "Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados" (Mt 6, 15). La parábola del siervo despiadado, aquel a quien un rey perdonó una gran deuda pero luego él no fue capaz de perdonar a un compañero suyo que le debía una cantidad ínfima, nos debería dar qué pensar: "entonces su señor lo llamó y le dijo: 'Siervo malvado, yo te perdoné toda la deuda porque me suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'. Y su señor, irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda" (Mt 18, 32-34). Y acaba diciendo Jesús : "Así hará también con vosotros mi Padre celestial si no perdona cada uno de corazón a su hermano" (Mt 18, 35).


De modo que sí, es fundamental, es esencial al cristiano, el tener misericordia para con los demás, tal como la practicó Jesús para con todos cuantos acudían a Él con buena voluntad. Pero no debemos olvidar la segunda parte de la frase. Recibiremos misericordia de Dios si confesamos nuestros pecados y practicamos, a su vez, la misericordia y el perdón (de corazón) con todos aquellos que nos han ofendido. Como muy bien dice el Papa... "los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas, como el buen samaritano, que lava, limpia y consuela a su prójimo ... Dios es más grande que el pecado". Por supuesto que sí, pero considero que es preciso no omitir el segundo aspecto, el que hace referencia a la responsabilidad personal de cada uno. De lo contrario se corre el riesgo (¡real!) de que la gente que tiene que ser evangelizada piense que Dios siempre perdona, aunque ellos no se arrepientan de sus pecados. Si eso ocurriera, se estaría incurriendo entonces en un grave error: el Evangelio debe anunciarse íntegramente, sin omitir nada... ¡no importa lo que el mundo piense! 

José Martí