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lunes, 12 de julio de 2021

Viganò: Los cardenales Cupich, Gregory y Tobin son indignos de celebrar la Misa

 ADELANTE LA FE


- LifeSiteNews: ¿Qué le parece el apoyo del papa Francisco al padre James Martin?

Monseñor Viganò: La ideología LGBT+ y la de género que ésta presupone como postulado constituyen un peligro mortal para toda nuestra sociedad, para la familia, la persona humana y evidentemente para la Iglesia, porque disuelven la estructura social, las relaciones interpersonales y el concepto mismo de la realidad biológica de los sexos, que se transforma arbitrariamente según la variable y dudosa percepción subjetiva de la propia persona basada en el género. Muchos no se dan cuenta del caos que acarreará no sólo en las costumbres sociales y en las familias, sino también en lo religioso porque reconocer el movimiento LGBT llevará irremediablemente a quienes tienen eso que llaman disforia de género a exigir que se les acepte en parroquias y comunidades. Ejemplo emblemático de ello sería el caso de un hombre que fuera ordenado sacerdote y en un momento dado llegase a reconocerse como mujer: ¿tendremos que prepararnos para la posibilidad de que un transexual o un travestido diga Misa? ¿Y cómo reconciliar la persistente existencia del cromosoma masculino –del cual depende indiscutiblemente el sacramento del Orden Sacerdotal– con una persona que tiene aspecto de mujer? ¿Qué habría que pensar de una monja que creyendo ser varón pidiera ser transferida a un convento masculino, y tal vez que hasta se le confiriesen órdenes sagradas? Este delirio, cuyas consecuencias son absurdas y alarmantes en el terreno de lo civil, de aplicarse al religioso asestarían un golpe mortal al ya torturado cuerpo de la Iglesia.

Hay que tener en cuenta las razones que han llevado a personajes como James Martin SJ a disfrutar tanta notoriedad y visibilidad en el ámbito eclesiástico y aun en las instituciones romanas, al punto de ser nombrado asesor del Dicasterio para las Comunicaciones y de haber recibido hace poco una carta manuscrita de Bergoglio. Su ostentoso compromiso en apoyo del movimiento pansexualista supone la aprobación preventiva y acrítica de una infinita variedad de perversiones sexuales. Esa apriorística adhesión no es el deplorable exceso de un jesuita aislado; es el acto planificado de una vanguardia ideológica que ya ha demostrado ser ingobernable y capaz de orientar el propio magisterio de Bergoglio y su corte pontificia.

La ideología LGBT es el nuevo paradigma moral de la religión mundialista de lo indefinido , y tiene una clara matriz gnóstica y luciferina. La ausencia de dogmas revelados sobrenaturalmente es la premisa de un superdogma posthumano en el que la Fe se pervierte para que llegue a aceptar incondicionalmente toda clase de herejías y depravaciones, la Esperanza se diluye en la absurda pretensión de una salvación garantizada hic et nunc y la Caridad se corrompe y convierte en una solidaridad horizontal desprovista de su razón última, que está en Dios. El activismo del jesuita Martin prefigura el irisado apostolado de la Era de Acuario, la religión del Anticristo y el culto a ídolos y demonios, empezando por la asquerosa Pachamama.

Por ese motivo, la indecente y escandalosa aprobación bergogliana de las aberrantes provocaciones de James Martin no es sino un paso más por un camino que emprendió con su famoso ¿Quién soy yo para juzgar?, en plena coherencia con la línea rupturista de su pontificado. Se trata de un gesto suicida por el que los dirigentes de la Iglesia se rinden incondicionalmente a la anticristiana ideología del mundialismo y entregan todo el rebaño de Cristo como rehén al Enemigo, abdicando de sus funciones pastorales y revelando lo que realmente son: mercenarios y traidores. Asistimos escandalizados a la transición del «argue, obsecra, increpa, insta opportune importune» –«insta a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda longanimidad y doctrina» (2 Tim. 4,2) – al «loquimini nobis placentia»– «habladnos de cosas agradables » (Is. 30,10).

No tiene, pues, nada de sorprendente que James Martin goce de tanto aprecio en las altas esferas vaticanas, lo cual en virtud de los métodos vigentes desde el Concilio deja rienda suelta a los más exaltados exponentes de las corrientes progresistas para después adoptar la dialéctica de Hegel con la tesis de la moral natural y católica, la antítesis de las desviaciones doctrinales y la síntesis de un nuevo magisterio acorde con los tiempos.

Esta forma de proceder, que a algunos podría parecerles una prudente puesta al día ante la mentalidad secularizada de nuestros tiempos, trasluce no obstante una traición de proporciones colosales a las enseñanzas de Cristo y la ley impresa en el corazón del hombre por su Creador. Una licencia mayor ante el vicio, ampliamente deseada y promovida por la anticristiana ideología dominante de hoy, no legitima en modo alguno esta dejación por parte de la Jerarquía del mandato que recibieron del Señor, como tampoco autoriza adulterios que apuntan exclusivamente a aceptar el espíritu del mundo y la corrupción de las costumbres. Al contrario, cuanto más fomenta la ideología dominante la desaparición de los principios inmutables de la moral cristiana, más tienen los pastores el deber de corroborar sin vacilación lo que Dios les mandó predicar.

Me parece, por tanto, totalmente inmoral ante Dios y ante el honor de la Iglesia, un grave escándalo para los fieles y una lamentable dejación por parte de sacerdotes y confesores que se conceda tribuna a un jesuita que no basa el éxito personal en la debida acción pastoral tendiente a la conversión espiritual de homosexuales en lo que respecta a la moral, sino en la vana promesa de una alteración de la doctrina católica que haría legítima una conducta pecaminosa y otorga dignidad de interlocutor al movimiento LGTB. La mera utilización de este acrónimo, que acepta que algunos se acepten mecánicamente en una concreta perversión antinatural, pone de manifiesto la actitud servil de James Martin y sus colaboradores a las exigencias del lobby pansexual, cosa que la Iglesia no puede aceptar ni legitimar en modo alguno.

En todo caso, si un amplio sector del clero está tan impaciente por que la Jerarquía apruebe las exigencias de la ideología LGTB+, ello es claramente fruto de un condenable conflicto de intereses y una crisis moral y disciplinar de mucho calado.

- ¿Es posible cambiar las enseñanzas de la Iglesia en lo que se refiere a las uniones homosexuales, sobre todo teniendo en cuenta que el papa Francisco ha dado públicamente su sello de aprobación a uniones civiles que estaban condenadas por documentos magisteriales de la Santa Sede?
Hay que dejar claro que las conductas que contravienen el Sexto Mandamiento del Decálogo, en particular los desórdenes sexuales que ofenden al Creador en cuanto a la distinción natural de los sexos y la finalidad procreativa del acto sexual, no son pasibles de actualización, ni siquiera bajo la presión de lobbies o de leyes inicuas promulgadas por las autoridades civiles.
También es preciso denunciar la mentalidad hedonista y pansexualista que subyace a la ideología hoy dominante, según la cual el ejercicio de la sexualidad no está intrínsecamente ordenado a la procreación y puede tener por única finalidad la satisfacción descontrolada de las pasiones. Esta mentalidad repugna al orden natural dispuesto por el Creador, en el cual el acto sexual sólo es lícito en la unión de los esposos bendecida por el Sacramento y abierta a la concepción. Es evidente que, teniendo en cuenta que para empezar la naturaleza no permite la procreación entre dos hombres o entre dos mujeres, toda actividad sexual entre personas del mismo sexo es intrínsecamente desordenada y no tiene la menor justificación.

Las uniones civiles no son otra cosa que la legitimación de una concubinato en el que la pareja no asume los deberes y responsabilidades inherentes a la institución natural del matrimonio. Si las autoridades civiles aprueban esas uniones, cometen un abuso de autoridad, la cual les fue conferida por la Providencia dentro de los muy precisos límites del bien común, y sin perjudicar en ningún momento la salud de las almas por la que vela la Iglesia con autoridad maternal. Pero si las autoridades eclesiásticas ratifican esas uniones, a la traición al mandato recibido de Dios se añade la perversión de los fines dispuestos por el Creador. Esto hace nula de hecho toda forma, aun implícita, de aprobación oficial de conductas pecaminosas y escandalosas.

- En EE.UU. hay muchos obispos que firman en apoyo del lobby LGTB y respaldan esa orientación, y otros –como el cardenal Cupich– insinúan que las parejas homosexuales pueden recibir la Sagrada Comunión. ¿Qué les diría a los católicos que están perplejos ante semejantes declaraciones?

El pseudomagisterio de los últimos años, y en particular el de Amoris laetitiae en lo referente a administración de los Sacramentos a notorios convivientes y divorciados vueltos a casar, ha abierto una brecha en una parte del Magisterio en la que ni siquiera después del Concilio habían logrado los novadores demoler sistemáticamente. No tiene nada de extraño que, incluso en la tremenda gravedad de la situación, que una vez que se administra la Comunión a quienes están en pecado mortal, tan desafortunada decisión se haya extendido en beneficio de quienes no están en condiciones de contraer legítimas nupcias al no ser una pareja formada por un hombre y una mujer. Pero bien mirado, esta actitud heterodoxa es propia también de políticos que en su labor de gobierno y su desempeño de cara a la sociedad contravienen públicamente las enseñanzas de la Iglesia y faltan al compromiso de coherencia que asumieron en el Bautismo y la Confirmación. Por otro lado, los llamados católicos adultos, que a los ojos de Dios no han hecho otra cosa que rebelarse contra su santa Ley, son objeto de amplia aprobación por parte de obispos que son más rebeldes todavía –como Cupich, Tobin, Gregory y sus secuaces– mientras que los pastores fieles al ministerio que les encomendó el Señor no sólo reconocen la situación de pecado público de esos, sino que no quieren agravarla profanando el Santísimo Sacramento.

- ¿Cuál es la enseñanza esencial e inmutable de la Iglesia con respecto a la homosexualidad?

La Iglesia, fiel a las enseñanzas de su Cabeza, es Madre, no madrastra. No consiente a sus hijos en las debilidades y en la inclinación al pecado; los amonesta, exhorta y castiga con sanciones curativas a fin de dirigir a cada alma encaminándola hacia el fin por el cual fue creada, es decir, la eterna bienaventuranza. Toda alma es deseada y amada por Dios, y ha sido rescatada por el Redentor en la Cruz, que derramó su Sangre por ella. Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere. En el Adoro Te devote que compuso el Doctor Común, una sola gota de la preciosísima Sangre de Cristo tiene capacidad para salvar a todo el género humano de la totalidad de sus pecados.

La enseñanza inmutable de la Iglesia es sencilla y de una claridad diáfana, y está dirigida al amor a Dios y al prójimo por amor a Dios. No se impone como una cruel castración de las tendencias e inclinaciones de la persona que irracionalmente defiende su legitimidad, sino como un desarrollo armonioso y amoroso de la persona en dirección al único fin que puede satisfacerla plenamente y que se corresponde con la esencia íntima de su naturaleza. El hombre ha sido creado para amar, adorar y servir a Dios, y alcanzar de ese modo la eterna bienaventuranza en la gloria del Paraíso.
Hacerle creer que si satisface instintos corrompidos fruto del pecado original y sus pecados personales puede realizarse apartado de Dios y en contra de Él es un engaño culpable y una gravísima responsabilidad que pesa sobre quienes abusan de su posición de pastores para confundir y despeñar a las ovejas.
Por el contrario, es necesario hacerles ver con paciencia y una firme orientación espiritual que todo ser humano tiene un destino sobrenatural y un camino de sufrimientos y sacrificios que sirven para curtirlo y hacerlo digno de su premio celestial. Sin calvario no hay resurrección, y sin combate no hay victoria. Así es con toda alma redimida por Nuestro Señor: sea casado, célibe, sacerdote, laico, hombre, mujer, niño o anciano. Todos participamos por igual en la batalla contra la propia naturaleza corrompida por el pecado original; quien administra dinero tiene que combatir la tentación del latrocinio; el casado, la de traicionar a su esposa; quien vive en castidad, las tentaciones contra la pureza; quien disfruta de la buena mesa, la de la gula; y quien es objeto de público aplauso la tentación del orgullo.

Así pues, con humildad y confianza en la Gracia de Dios, y recurriendo a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, toda persona a la que el Señor pone a prueba –incluso en la dolorosa situación de la homosexualidad– tiene que comprender que combatiendo el pecado es como se conquista un puesto en la eternidad, se consigue que la Pasión de Cristo no fuera en vano y se hace resplandecer la misericordia de Dios hacia sus criaturas, a las que Él ayuda en el momento de la tentación. Pero no con la engañosa aprobación de inclinaciones al mal, sino señalando al destino glorioso que nos aguarda a cada uno: la participación en la Cena de las Bodas del Cordero vistiendo las vestiduras reales que nos tiene preparadas.

Que la Gracia, recuperada por la absolución sacramental y el alimento celestial de la Sagrada Eucaristía, Pan de los ángeles y prenda de gloria venidera, nos asistan en esta peregrinación en la Tierra.

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

3 de julio de 2021

San Ireneo, obispo y mártir

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

lunes, 3 de junio de 2019

El lobby LGTB obliga al obispo Thomas Tobin a ‘matizar’ un tuit sobre el Orgullo (Carlos Esteban)



Un tuit del obispo de Providence, Thomas Tobin, recordando a los fieles la obviedad de que no deben participar en los actos del Orgullo Gay, ha provocado tal avalancha de respuestas injuriosas en la red social que la diócesis ha tenido que publicar una nota aclaratoria.

“Obispo de Rhode Island lamenta haber dicho que los actos del Orgullo son “nocivos para los niños”, titula el británico The Guardian, en una evidente ‘fake news’ construida con ciertos mimbres de verdad. No es cierto que el obispo se esté en absoluto retractando del contenido de su tuit, pero sí es cierto que ha tenido que dar explicaciones de un sencillo tuit en el que expresaba algo que no solo responde fielmente a la visión católica sino que llama la atención por el hecho de que haya sido el único pastor en recordarlo en el episcopado norteamericano.

Pero vamos por partes. El sábado por la mañana, la cuenta en Twitter del obispo de Providence, en el estado norteamericano de Rhode Island, publicó este sencillo comentario a cuenta de los actos del Orgullo Gay, una celebración que empezó siendo de un día y se ha ampliado a todo un mes: “Un recordatorio de que los católicos no deben apoyar o asistir a actos del ‘Mes del Orgullo’ LGBTQ que se celebran en junio. Promueven una cultura y animan a actividades que son contrarias a la fe y la moral católica. Son especialmente nocivos para los niños”.

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Bishop Thomas Tobin@ThomasJTobin1

A reminder that Catholics should not support or attend LGBTQ “Pride Month” events held in June. They promote a culture and encourage activities that are contrary to Catholic faith and morals. They are especially harmful for children.

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Uno entiende lo que tiene ese mensaje de fuertemente contracultural, pero debería ser cualquier cosa menos sorprendente el hecho de que un obispo católico exprese lo que debería ser obvio para cualquier fiel. Pero no parece ser así. Fue publicarlo en la red social y abrirse las puertas del infierno: un aluvión de insultos, amenazas, blasfemias, rasgado de vestiduras. No solo de tuiteros ajenos a la Iglesia católica, sino de muchos sedicentes feligreses, que se ‘escandalizaban’ de la falta de ‘compasión’ y lo retrógrado del mensaje episcopal. Muchos de los detractores en Twitter confiaban, incluso, en que la Iglesia censurara oficialmente el comentario de Tobin, y aunque muchos fieles escribieron para mostrar su apoyo y el alivio de leer a un obispo desafiando al poderoso ‘lobby’ para aclarar la doctrina en este punto, la proporción fue aproximadamente, como resalta un autor, de cinco a uno.

Del episcopado de Estados Unidos, solo un prelado, el obispo J. Strickland, de Tyler, Texas, se lanzó a la palestra en defensa de su colega, comentando una noticia sobre la polémica que calificaba el tuit de Tobin de “homófobo”: “Por favor, dejen de tachar de homófobos a los obispos que predican la verdad del Evangelio. Dios nos dio la intimidad sexual para la procreación de la prole y la más profunda unión de un hombre y una mujer en el matrimonio. Expresar esta verdad no es homofobia, es simple realidad”.


Bishop J. Strickland@Bishopoftyler

Please stop labeling bishops who speak the truth of the Gospel as homophobic. God gave us sexual intimacy for the procreation of children and the deeper union of a man & woman in marriage. Stating this truth is not homophobia, it is simply reality. 



Bishop J. Strickland@Bishopoftyler

Bishop Tobin is simply speaking for one truth of the deposit of faith. God made humans male & female. Certainly those who are confused about their identity need Christ’s love & compassion, let’s remember Christ’s love is expressed when dies on the cross for the truth.


Es comprensible e incluso parcialmente cierto que el ‘lobby’ y sus aliados vieran como una victoria de imagen el hecho de que la diócesis de Providence, en su página oficial, tuviera que publicar una nota aclaratoria en torno a la polémica. El tuit es tan claro y ortodoxo que el mero hecho de que tenga que ‘explicarse’ es una desanimante prueba del poder de este grupo de presión y la facilidad con que se puede amedrentar a los pastores norteamericanos.

Pero no es una retractación en absoluto, lo que supone un considerable alivio. Dice así, firmada por el propio obispo:
“Lamento que mis comentarios de ayer sobre el Mes del Orgullo hayan resultado tan polémicos en nuestra comunidad, y ofensivos para algunos, especialmente la comunidad gay. Esa no era ciertamente mi intención, pero entiendo por qué un buen número de individuos se han sentido ofendidos. También reconozco y aprecio el amplio apoyo que he recibido en este asunto”.
“La Iglesia Católica respeta y ama a los miembros de la comunidad gay, al igual que yo mismo. Los individuos con atracción por el mismo sexo son amados hijos de Dios y nuestros hermanos y hermanas”.

“Pero como Obispo Católico mi obligación ante Dios es guiar a los fieles encomendados a mi cuidado y enseñarles la fe, con claridad y compasión, incluso en cuestiones muy difíciles y sensibles. Eso es lo que siempre he intentado hacer -en una diversidad de temas- y seguiré haciendo a medida que surjan debates contemporáneos”.
“Ahora que la comunidad gay se reúne en una marcha esta tarde, espero que el acto sea una experiencia segura, positiva y productiva para todos. Al tiempo que se reúnen rezaré por un resurgir del respeto y la comprensión mutua en nuestra muy diversa comunidad”.
Ni la Conferencia Episcopal de Estados Unidos ni otros obispos concretos además del de la diócesis de Tyler han salido en defensa del acosado obispo que, como vemos, incluso manteniéndose fiel a la doctrina ha tenido, en parte, que claudicar.

Carlos Esteban

sábado, 12 de enero de 2019

Cae en picado la confianza en el clero en Estados Unidos (Carlos Esteban)



En el último año, la confianza en el clero se ha desplomado en Estados Unidos, según datos del gigante de la demoscopia Gallup. Solo el 31% de los católicos estadounidenses puntúan como “altos” o “muy altos” los estándares morales o la honestidad de sacerdotes y prelados.

Parece un caso de justicia poética que la encuesta Gallup sobre confianza en el clero en el último año se hiciera pública solo un día después de saberse que el cardenal Donald Wuerl, administrador apostólico y ex arzobispo de Washington, mintió cuando dijo no haber oído nada sobre la conducta de su predecesor, el notorio pederasta Theodore McCarrick. Y es que la confianza de los católicos norteamericanos en el clero cayó 18 puntos en 2018 con respecto al año anterior. En comparación, la opinión de los protestantes sobre el mismo asunto se mantuvo prácticamente estable, con una caída en la confianza de solo un punto porcentual.

Ya antes las encuestas habían detectado una pérdida de confianza entre los fieles hacia la propia Iglesia. Un estudio demoscópico llevado a cabo el pasado verano registró un descenso en la confianza de los católicos en la Iglesia del 52% en junio de 2017 al 44% el mismo mes del año pasado.

Es evidente que los sucesos de este verano pasado han deteriorado masivamente la confianza puesta por los feligreses en un clero que se ha revelado plagado de casos de pederastia y de encubrimientos de los mismos por parte de los prelados. La última noticia, que dábamos ayer mismo, de que el cardenal Donald Wuerl conocía, pese haber afirmado repetidamente lo contrario, los desmanes homosexuales del ex cardenal McCarrick no puede por menos que minar aún más esta ya maltrecha relación entre los fieles y su clero.

La reunión episcopal de excepción que tendrá lugar el próximo mes en Roma pretende, en parte, remendar esa confianza perdida, pero no va a ser fácil. No sólo el mal está demasiado avanzado como para que pueda darse una cura rápida y eficaz en el corto plazo, sino que sucesos posteriores a su convocatoria, como el caso del obispo Zanchetta, llevan a sospechar que no existe una verdadera voluntad de hacer más transparente a la Iglesia y aplicar una verdadera política de ‘tolerancia cero’, sino la ‘salvar la cara’ frente a la opinión pública.

En ningún momento fueron demasiado creíbles las vehementes negaciones de Wuerl, que aparece citado 68 veces en el demoledor informe del jurado de Pensilvania hecho público este verano como encubridor en su etapa de obispo de Pittsburgh, sino que como sucesor y amigo de McCarrick difícilmente podía ignorar lo que era un secreto a voces entre sacerdotes, seminaristas y aun periodistas especializados durante décadas.

Esta dificultad para creer la ignorancia de Wuerl -que se ha demostrado falsa- se aplica también a otros obispos que fueron elegidos para el episcopado por influencia de McCarrick, a menudo ignorando el proceso de selección habitual de nominados, como Blaise Cupich, Arzobispo de Chicago, Joseph Tobin, arzobispo de Newark, y quien fuera auxiliar y convivente durante años del prelado pederasta, Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

De hecho, una de las razones para desconfiar de los resultados de la próxima reunión episcopal es el hecho de que Su Santidad haya elegido precisamente a Cupich para organizarla y coordinarla. Cupich reconoció recientemente que llegaron a su conocimiento casos de abusos entre sus sacerdotes que no denunció, y durante el estallido de la crisis Viganò hizo cuanto pudo por quitar hierro a la cuestión de los abusos, asegurando públicamente que el Papa tenía una agenda más amplia de que ocuparse, con temas urgentes como el medio ambiente.

Por lo demás, ninguno de los prelados que se reunirán en febrero en Roma ha sido capaz de señalar con el dedo el hecho más obvio y destacado de estos casos de abuso, a saber, que en su abrumadora mayoría -más del 80%- implican a sacerdotes homosexuales

Esta negativa a encarar lo evidente y ampararse en motivaciones vagas como el ‘clericalismo’, de tan difícil concreción, hace temer lo peor, un resultado que confirme en su desconfianza a esos católicos americanos que ya la han perdido.
Carlos Esteban

martes, 27 de noviembre de 2018

¿Trata Roma de evitar por todos los medios enfrentarse a la infiltración LGBT en el clero? (Carlos Esteban)



Desde el estallido de la crisis de abusos clericales este verano, todos los pasos dados por Roma, incluidos los silencios y la inacción, son inexplicables a menos que su objetivo sea evitar a toda costa enfrentarse al alarmante problema de la infiltración homosexualista en el clero católico.

El nombramiento del cardenal Blaise Cupich, arzobispo de Chicago, como uno de los cuatro organizadores del encuentro de febrero dedicado a tomar medidas contra el encubrimiento de abusos clericales es ya un indicio enormemente llamativo.

¿Por qué Cupich? ¿Por qué no el cardenal DiNardo, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos? En principio, es difícil pensar en un prelado menos adecuado para hacer frente a la crisis de abusos.

Esta crisis, recordemos, estalla a principios de verano con la noticia de que se ha admitido como ‘verosímil’ una acusación de abusos sexuales a un menor por parte del antaño todopoderoso cardenal Theodore McCarrick, aún arzobispo emérito de Washington. Y Cupich -al igual que Kevin Farrell en Dallas y Joseph Tobin en Newark- es inesperadamente elevado al arzobispado de Chicago, la tercera diócesis más importante del país, por consejo del propio McCarrick. Cupich no tenía demasiadas posibilidades, y ni siquiera aparecía en la terna presentada por la diócesis de Chicago a la Congregación de los Obispos; ni siquiera estaba entre los diez primeros de la ‘short list’ de candidatos a presidir la sede.

Y si elegir para hacer frente a una crisis iniciada -cronológicamente en la opinión pública, al menos- por el ex cardenal McCarrick a un prelado promocionado por el propio McCarrick puede parecer ya suficientemente desconcertante, por decir poco, su actitud, desde entonces, lo hace aún más difícil de entender.

Una vez más, al igual que Tobin y Farrell, Cupich ha sido extraordinariamente permisivo, por decirlo suave, con los sacerdotes homosexualistas de su archidiócesis

- Ha declarado públicamente en una entrevista que es partidario de dar la comunión a homosexuales ‘casados’ según el ‘matrimonio paritario’ impuesto por el Tribunal Supremo durante la Administración Obama. 
- Ha negado que la homosexualidad tenga nada que ver con la crisis de abusos, a pesar de los datos flagrantes de que más del ochenta por ciento de los casos denunciados tienen a un varón por víctima.
- Ha disculpado la pasividad de la Curia alegando que el Papa Francisco tiene una “agenda más amplia”, en la que citó no la evangelización o la salvación de las almas, sino el medio ambiente y la inmigración. 
- Ha tratado de enviar a un centro psiquiátrico a un párroco que permitió que sus feligreses quemaran una bandera arcoiris hallada por el sacerdote en su iglesia, testimonio de la misa progay de su inauguración.
- En la pasada asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos fue el único obispo que se apresuró a defender y elogiar la decisión vaticana de vetar la aprobación de medidas contra los abusos.
- Y, por si vale de algo, aparece mencionado expresamente en el Testimonio Viganò como uno de los prelados que está haciendo avanzar la agenda homosexualista en la iglesia americana.

En definitiva, si hay un hombre en la Iglesia que va a asegurarse en Roma el próximo mes de febrero que no se mente siquiera la homosexualidad del clero en relación con los abusos, ese es el cardenal Blaise Cupich

Pero, con ser una ‘pistola humeante’ bastante clara del interés vaticano por eludir la citada relación, no es en absoluto la única que apunta en esta dirección:
- Podríamos empezar con el propio veto a las medidas que iban a aplicar los obispos americanos, que incluía un panel de laicos dedicado a investigar acusaciones contra obispos y que se justificaba con el pretexto de que era mejor esperar a que en febrero se aprobaran medidas aplicables a toda la Iglesia. Eso no impidió ni a la Conferencia Episcopal Italiana ni a su homóloga francesa aprobar sus propios mecanismos ‘ad hoc’ con el placet de Roma, por no hablar de que, como expresó a un periodista el cardenal DiNardo, dice muy poco del súbito amor por la sinodalidad y la colegialidad de que hace gala Roma en estos días.
Pero las evidencias se acumulan y, lo que es peor, no aparece ninguna en sentido contrario. 

- Está el celebérrimo “¿Quién soy yo para juzgar?” del Papa en una rueda de prensa en el aire, que fue interpretado por los grupos LGBT de todo el mundo como un acercamiento evidente de Roma a sus tesis. 

- Y las palabras nunca desmentidas del Papa a Juan Cruz, víctima chilena de abusos, a quien aseguró que Dios le había hecho gay y así le quería. 

- Y el extraordinario favor mostrado a Monseñor Ricca, sujeto de escándalos homosexuales, a quien puso al frente de las finanzas de la Iglesia.

- También, aunque se rechace de plano la acusación de Viganò según la cual Francisco ‘levantó’ la sanción no formal que Benedicto XVI había impuesto a McCarrick, se desprende incluso de los desmentidos del cardenal Ouellet y otros que Roma conocía perfectamente las andanzas homosexuales del ex cardenal, y Francisco le sacó del ostracismo para confiarle delicadas misiones diplomáticas en Armenia, Arabia y China.

- Y, sobre todo, la propia interpretación que ha expresado y sostenido el Papa desde su primera reacción a los escándalos en Estados Unidos, su carta al pueblo de Dios, no solo no menciona en ningún momento la homosexualidad evidente de los autores de los abusos, sino que nombra un claro y único culpable, el ‘clericalismo’, un fantasma de vaga definición que, de tener alguna, debería ilustrarse con la negativa tajante a que los laicos puedan investigar a obispos.

- Cuando, acabando el verano y los medios católicos ardiendo con los escándalos, Roma dejó la solución para el próximo año, la noticia sonó a cruel sarcasmo, como si no hubiese la menor prisa para atajar este mal. Pero el nombramiento de Cupich confirma todo este tren de evidencias apuntando en la misma dirección y hacen casi imposible esperar que de la reunión de febrero vaya a salir otra cosa que la enésima maniobra de ofuscación para esquivar lo obvio. 
Carlos Esteban

martes, 21 de agosto de 2018

Adiós a la Tregua del 68 (Carlos Esteban)



Con la publicación de la Humanae Vitae, el rechazo tácito de muchísimos obispos y sacerdotes occidentales a la encíclica y la negativa de Roma a disciplinar a los rebeldes se inició una hipócrita ‘tregua’ doctrinal que ha desembocado en la presente crisis.

Ha dicho Joseph Cardenal Tobin, Arzobispo de Newark, que no es consciente de que exista una ‘subcultura gay’ en el clero de su diócesis, al tiempo que ha enviado a todos sus sacerdotes una carta imponiendo la ‘omertà’, la ley del silencio.

Y el cardenal, miembro de honor del círculo de McCarrick hasta que el ex cardenal se volvió ‘radioactivo’, que estaría llamándose o llamándonos imbéciles si entendemos por sus palabras que desconoce que en su diócesis las relaciones homosexuales del clero son cosa común, dice, sin embargo, la verdad: no hay nada de ‘sub’ en una cultura que prácticamente se ha convertido en la cultura principal en buena parte de las diócesis americanas… Y no americanas.

Basta leer por encima el siempre aleccionador blog de Joseph Sciambra para advertir que la promoción de la homosexualidad es moneda corriente en el clero a lo largo y ancho de la geografía estadounidense, ya en forma de ceremonias de ‘acogida’ y ‘encuentro’, ya en las homilías y en el confesionario, negando que lo que la doctrina considera un gravísimo pecado lo sea en absoluto.

Algún lector podría achacar a una empecinada homofobia la insistencia de esta publicación en la existencia de poderosas redes homosexuales dentro del clero católico y su importancia clave en la cadena de abusos que solo ahora empieza a revelarse, una vez más, después del gran escándalo de 2002. Hemos llamado la atención, últimamente, sobre la clamorosa ausencia de toda referencia a la homosexualidad -a la castidad, incluso- en la reciente carta de Su Santidad al Pueblo de Dios.

Pero no, créanme, no es obsesión extemporánea ni conspiracionismo homófobo: es absolutamente real. Detrás de aquellos abusos que son directamente delito, por tratarse de menores de edad, hay muchos otros que son simples abusos de autoridad, y muchísimos más que se consienten sin problemas porque se trata de ‘parejas’ de adultos en los que ambos consienten.

¿Cómo es posible que se haya llegado a esto? Porque Roma no ha cambiado -ni podría hacerlo- un ápice su doctrina sobre la grave ilicitud de las relaciones homosexuales -denominadas con el más antiguo término de sodomía-, ni los obispos que la toleran, la disculpan y la amparan tampoco se han declarado en abierta rebeldía contra Roma.

Pero lo que sucede con la homosexualidad se reproduce en otros ámbitos, muy especialmente en lo que se refiere a la moral sexual que, a todos los efectos, ha dejado de predicarse, enseñarse o exhortarse en amplísimas zonas de la Iglesia occidental.

Es lo que se conoce como ‘la Tregua del 68’, el año en que Pablo VI promulgó su encíclica Humanae Vitae, en la que condenaba como ‘intrínsicamente inmorales’ los métodos anticonceptivos artificiales.

Con la Humanae Vitae -de la que se cumple ahora medio siglo y que se disponen a ‘revisar’-, Pablo VI no hizo otra cosa que confirmar y aplicar al tiempo presente la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio y la sexualidad. Pero, y esto es lo que nos atañe, se negó a disciplinar a los obispos y sacerdotes que rechazaron la doctrina expresada en la encíclica, que no eran precisamente pocos.

A menudo, cuando en el Imperio Español no se ponía el sol, el rey enviaba un decreto a alguno de sus remotos virreinatos que, en su recepción, no podían o no convenía aplicarse porque las circunstancias habían cambiado o porque resultaba imposible. En esos casos, el virrey recibía la orden señalando: “se acata pero no se cumple”. Algo parecido es lo que tenemos en buena parte de la Iglesia desde el 68: la Humanae Vitae, como casi toda la moral sexual de la Iglesia, se ‘acata’ -es decir, no hay una rebelión explícita contra ella-, pero se la ignora y contradice sistemáticamente.

Una reedición de esa tregua, más pertinente a la situación que ahora vivimos, se produjo en 2005, cuando Benedicto XVI dio a los obispos de todo el mundo instrucciones para que no se ordenase a varones “con tendencias homosexuales profundas”. Aunque ningún obispo tuvo los redaños de oponerse abierta y públicamente a la decisión del Santo Padre -reiterada recientemente por Francisco-, muchísimos de ellos se limitaron a ignorarla. Ni siquiera es desusado que permitan romances homosexuales a sus sacerdotes, mientras todo esté dentro de la ley y sean discretos. Y, sobre todo, que no desafíen abierta e inequivicamente la doctrina de la Iglesia.

Las consecuencias de esta incómoda tregua han sido desastrosas. Quien no cree en una doctrina no va a vivirla, ni enseñarla, ni predicarla. Por otra parte, quien no hace pública su oposición, no permite la necesaria clarificación. Es como vivir con un secreto de familia, algo que todo el mundo sabe pero todo el mundo niega. Nadie está contento, porque los fieles no ven predicada la verdad católica íntegra, ni los revolucionarios tienen la doctrina que querrían ver hecha pública y asentada.

Por eso resulta especialmente doloroso que, ni siquiera en medio de una crisis que amenaza gravísimamente con destruir la credibilidad de la Iglesia, sea capaz el Santo Padre de pronunciar la palabra, de reconocer el hecho, de clarificar un malentendido que se vuelve ya insostenible y que está en la base misma de todo este escándalo.

Carlos Esteban

Cardenal Tobin: nuevamente no sabía “nada”




Los sacerdotes de Newark hablaron el 17 de agosto en catholicnewsagency.com sobre los abusos homosexuales en el seminario y la arquidiócesis de Newark, lo cual incluye alcoholismo, fiestas y acoso homosexual.

Ese mismo día, Joseph Tobin, el cardenal pro-homosexual de Newark, publicó una carta a su clerecía afirmando que “nadie… me habló alguna vez sobre una ‘subcultura homosexual’ en la arquidiócesis de Newark”.

Desde 1986 al 2000, la arquidiócesis de Newark fue dirigida por el depredador homosexual y más tarde cardenal Theodore McCarrick, de 88 años. La atmósfera homosexual siguió bajo el sucesor de McCarrick, el arzobispo John Myers, de 77años, quien dirigió la arquidiócesis de Newark desde el 2001 a 2016.

En 2016, McCarrick promovió a su camarada, el arzobispo pro-homosexual de Indianápolis, Joseph Tobin, a presidir Newark.

Tobin apoya las llamadas Misas homosexuales y elogió el libro de propaganda homosexual “Building a Bridge” [Construyendo un puente], del [sacerdote jesuita] James Martin.

En mayo de 2017 Tobin dio una calurosa bienvenida a una “peregrinación” homosexual que se llegó hasta la catedral de Newark, organizada por un militante homosexual.