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miércoles, 16 de noviembre de 2022

La «tienda sinodal» de Francisco desaloja al catolicismo para dar lugar a todo lo demás.


PorTHE REMNANT
16/11/2022




En Atanasio y la Iglesia de Nuestro Tiempo, el obispo Rudolf Graber citó un artículo del periódico parisino “L’Humanisme”, del masónico Gran Oriente de Francia, que describía los cambios que eventualmente tendrían lugar dentro de la Iglesia Católica:
“Entre los pilares que colapsan más fácilmente encontramos el Magisterio; la infalibilidad, que era considerada como firmemente establecida por el Concilio Vaticano Primero y que ha tenido que enfrentar un ataque por parte de personas casadas durante la publicación de la encíclica Humanae vitae; la Real Presencia Eucarística que la Iglesia logró imponer en las masas medievales desaparecerá con la creciente inter-comunión e inter-celebración entre sacerdotes católicos y pastores protestantes; … la diferenciación entre la Iglesia que dirige y el clero (bajo) de negro, mientras que, de aquí en más, las direcciones provendrán de la base de la pirámide hacia arriba como en cualquier democracia. . .”
Si bien el ataque a la infalibilidad ya estaba encaminado en 1968, debemos notar que el periódico masónico pudo predecir acertadamente estos desarrollos fundamentales de la Iglesia Católica décadas antes que la mayoría de los católicos se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Ciertamente, la noción de Iglesia como “democracia” solo se ha visto francamente amenazada con el Sínodo de la Sinodalidad de Francisco. Los masones sabían lo que sobrevendría porque se habían infiltrado en la Iglesia mucho antes del Concilio Vaticano Segundo, con el objetivo de facilitar gran parte de la subversión anticatólica que vemos finalmente en el sínodo de Francisco.

En cierta medida, el Sínodo de la Sinodalidad de Francisco representa una continuación más palpable de los esfuerzos destructivos llevados a cabo durante más de sesenta años por los infiltrados, en nombre del Espíritu del Vaticano Segundo. Hoy, los innovadores ya no esconden sus planes, están diciendo “la parte silenciosa en voz alta” y los fieles católicos ya pueden escuchar sus pérfidas mentiras y herejías.

Más importante aún, el sínodo de Francisco también nos permite ver quiénes estuvieron promoviendo los cambios a partir del Vaticano II. Tal como se describe abajo, algunos de los cambios propuestos buscan admitir a quienes quieren identificarse como católicos (y recibir la comunión) sin seguir las enseñanzas de la Iglesia. Pero muchos otros cambios propuestos parecen estar motivados por las agendas masónica y globalista que, en última instancia, conducen a la subversión de la Iglesia y al surgimiento de una religión mundial. No obstante, en el fondo, el único que desea todo esto del sínodo es Satanás. Como tal, Satanás es la verdadera fuerza impulsora del sínodo.

Bajo esta luz, podemos considerar tres componentes básicos en el documento sinodal para la etapa continental (DEC), publicado el 27 de octubre de 2022: invitando a todos a la gran tienda de la Iglesia; transformando a la Iglesia en una Iglesia Sinodal; y desalojando al catolicismo real.

Invitando a todos a la «gran tienda» de la Iglesia.

A lo largo del DEC, leemos acerca de la necesidad de incluir a toda la humanidad dentro de la Iglesia:

“Todos están llamados a participar en este viaje, nadie está excluido.” (Párrafo 103)

“La sinodalidad es una llamada de Dios a caminar juntos con toda la familia humana.” (Párrafo 43)

“Así es como muchas síntesis imaginan a la Iglesia: una morada espaciosa, pero no homogénea, capaz de cobijar a todos, pero abierta, que deja entrar y salir (cf. Jn 10,9), y que avanza hacia el abrazo con el Padre y con todos los demás miembros de la humanidad.” (Párrafo 27)

“La visión de una Iglesia capaz de una inclusión radical, una pertenencia compartida y una profunda hospitalidad según las enseñanzas de Jesús está en el centro del proceso sinodal.” (Párrafo 31)

Para alcanzar esta “inclusión radical” de toda la humanidad, el sínodo desarrolla la idea de ensanchar la tienda de la Iglesia:

“Es a un pueblo que vive la experiencia del exilio a quien el profeta dirige palabras que nos ayudan hoy a centrarnos en lo que el Señor nos llama a través de la experiencia de una sinodalidad vivida: «Ensancha el espacio de tu tienda, extiende los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas» (Is 54,2)).” (Párrafo 25)

Algo de este “ensanchamiento de la tienda” ha sido explicitado en cierta medida desde el Vaticano II, comenzando con la aceptación de todos los cristianos y, luego, en el diálogo con religiones no cristianas. La reunión de oración de Juan Pablo II en Asís, y otras reuniones similares patrocinadas por Benedicto XVI y Francisco, representaron este espíritu durante décadas.

El Sínodo de la Sinodalidad busca ensanchar la tienda aún más, tanto al abrazar a “toda la humanidad” como al recibir explícitamente a aquellos cuyos pecados los dejaron siempre fuera de la Iglesia. Por eso tenemos las siguientes declaraciones en el DEC:

“Entre los que piden un diálogo más incisivo y un espacio más acogedor encontramos a quienes, por diversas razones, sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas, como, por ejemplo: los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que viven en un matrimonio polígamo, las personas LGBTQ… Por otra parte, los que han dejado el ministerio ordenado para casarse también piden mayor acogida y apertura al diálogo.” (Párrafo 39)

“Muchas síntesis también dan voz al dolor que experimentan los divorciados vueltos a casar por no poder acceder a los sacramentos, así como los que han contraído un matrimonio polígamo.” (Párrafo 94)

En sus esfuerzos por amar a los pecados, el sínodo de Francisco odia a los pecadores, al decirles que son bienvenidos sin arrepentirse. Para concretar esta bienvenida, el sínodo necesita ensanchar la tienda para admitir no solo a ciertas personas sino también a sus situaciones irregulares y su negativa a aceptar las enseñanzas de la Iglesia. Finalmente, el pecador siente un falso sentido de inclusión; los globalistas se acercan a su religión mundial; y Satanás se regocija ante la pérdida de almas y la grave ofensa a Dios.

Transformando a la Iglesia en la Iglesia Sinodal. El concepto de “ensanchar la tienda” insinúa necesariamente que en la actualidad la “tienda” no admite a ciertas personas y sus creencias anticatólicas. El sínodo intenta ensanchar la tienda de varias maneras, y todas ellas implican un ataque a lo que la Iglesia siempre ha sido y debe seguir siendo. El DEC reconoce que este ataque conduce a cierto tipo de muerte:

“Ensanchar la tienda requiere acoger a otros en ella, dando cabida a su diversidad. Implica, por tanto, la disposición a morir a sí mismo por amor, encontrándose en y a través de la relación con Cristo y con el prójimo.” (Párrafo 28)

Por lo general, los escritores santos hablan de la necesidad de morir a sí mismo para dejar que Cristo viva en nosotros, pero este no es el sentido que recogemos del sínodo. Aquí, el sínodo quiere hacernos “morir a sí mismo” para admitir la “diversidad” no católica de los demás. Debemos dejar de ser católicos porque eso disuade a otros de entrar a la tienda. Esto es verdaderamente diabólico.

Entre los aspectos específicos de la reestructuración, encontramos el mayor rol de la mujer en el ministerio, un rol más reducido de los sacerdotes, la aceptación de diversas expresiones litúrgicas, y la reforma de la ley canónica. Pero el cambio más impactante es transformar a la Iglesia en una “Iglesia sinodal”:

“El DEC sólo será comprensible y útil si se lee con los ojos del discípulo, que lo reconoce como el testimonio de un camino de conversión hacia una Iglesia sinodal que, a partir de la escucha, aprende a renovar su misión evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a la humanidad un modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse incluidos y protagonistas. En este camino, la Palabra de Dios es una lámpara para nuestros pasos, que ofrece la luz con la que releer, interpretar y expresar la experiencia vivida.” (Párrafo 13)

“Si la Iglesia no es sinodal, nadie puede sentirse realmente en casa.” (Párrafo 24)

“A través de estas voces, percibimos «el sueño divino de una Iglesia global y sinodal que vive la unidad en la diversidad. Dios está preparando algo nuevo y debemos colaborar»” (Párrafo 29)

¿Por qué Satanás y los globalistas necesitan una Iglesia sinodal? Tal como lo afirma el DEC, la Iglesia sinodal es necesaria para superar la hostilidad de los fieles católicos a la diversidad anticatólica:

“Como ya se ha subrayado en varias ocasiones, una Iglesia sinodal debe abordar en primer lugar las numerosas tensiones que surgen del encuentro entre las diversidades. Por eso, una espiritualidad sinodal sólo puede ser una espiritualidad que acoge las diferencias, promueve la armonía y saca de las tensiones la energía necesaria para avanzar en el camino.” (Párrafo 85)

“Una Iglesia sinodal se construye en torno a la diversidad, y el encuentro entre diferentes tradiciones espirituales puede representar una “escuela” de formación, en la medida en que es capaz de promover la comunión y la armonía, contribuyendo a superar las polarizaciones que viven muchas Iglesias.” (Párrafo 87)

Una Iglesia sinodal reúne a todos y los “escucha”. Si la Iglesia sinodal reúne a suficientes personas, eventualmente Satanás y sus globalistas escucharán algo que sirva a sus fines. La Iglesia sinodal entonces designará a aquello como el sensus fidei, el cual dirán está guiado por el Espíritu Santo — aquí, el DEC describe su propio sentido teológico de esa manera:

“Incluye el precioso tesoro teológico contenido en el relato de una experiencia: la de haber escuchado la voz del Espíritu por parte del Pueblo de Dios, permitiendo que surja su sensus fidei.” (Párrafo 8)

Satanás y los demonios deben encontrar extremadamente gracioso que describan al documento como “precioso tesoro teológico.” Naturalmente, Satanás y los globalistas harán todo lo posible para que el sínodo continúe hasta que no quede nada por destruir.” Tal como describe útilmente el DEC, este proceso comenzó con el Vaticano II y continúa indefinidamente:

“Al mismo tiempo, caminar juntos como Pueblo de Dios requiere que reconozcamos la necesidad de una conversión continua, individual y comunitaria. En el plano institucional y pastoral, esta conversión se traduce en una reforma igualmente permanente de la Iglesia, de sus estructuras y de su estilo, siguiendo las huellas del impulso al aggiornamento continuo, legado precioso que nos ha dejado el Concilio Vaticano II, al que estamos llamados a mirar mientras celebramos su 60º aniversario.” (Párrafo 101)

De este modo, queda más claro cómo los masones entendieron en 1968 hacia dónde se dirigía la Iglesia — ellos estaban conduciendo el proceso del Vaticano II, y su influencia persiste hasta hoy. El hecho de que hoy pueden llevar a cabo sus objetivos abiertamente bajo el título de un sínodo de varios años es espantoso — cada día que persiste aumenta el insulto a Dios y el peligro para las almas.

Desalojando al Catolicismo Real. Si tomáramos seriamente la idea del sínodo sobre la “inclusión radical” de todas las personas, podríamos pensar que los católicos tradicionales son admitidos en la Iglesia sinodal. El problema está, por supuesto, en que los católicos tradicionales creen en lo que la Iglesia siempre ha enseñado y, por lo tanto, saben que la Iglesia no puede hacer ninguna de las cosas propuestas por el sínodo. Como tal, el sínodo debe desalojar de la gran tienda al catolicismo.

El sínodo deja esto en claro en varias maneras. Mientras aboga por la aceptación de diversas preferencias litúrgicas (tal como esperábamos), no parece muy cordial hacia quienes celebran y asisten a la misa tridentina:

“La gente se queja de las restricciones en el uso del misal de 1962; muchos consideran que las diferencias sobre la forma de celebrar la liturgia llegan a veces al nivel de la animosidad. Las personas de ambos bandos dicen sentirse juzgadas por quienes tienen una opinión diferente. La Eucaristía, sacramento de la unidad en el amor en Cristo, no puede convertirse en motivo de enfrentamiento ideológico, ruptura o división. Además, existen elementos de tensión propios del ámbito ecuménico, con un impacto directo en la vida de muchas Iglesias, como, por ejemplo, compartir la Eucaristía. Por último, hay problemas relacionados con las modalidades de inculturación de la fe y el diálogo interreligioso, que también afectan a las formas de la celebración y la oración.” (Párrafo 92)

El DEC identifica cierta tensión en cuanto a la liturgia, pero luego la resuelve regañando (en lugar de escuchando) a los apegados a la misa tridentina. La razón es evidente: quienes adoran a Dios según la misa tridentina se oponen generalmente a los métodos sacrílegos de la Iglesia sinodal, tales como el falso ecumenismo y la comunión para los que están en pecado mortal.

El sínodo hizo esto aún más explícito en el “documento preparatorio” de 2021, en el que describió a los diversos actores involucrados en el camino sinodal:

“En su estructura fundamental, una escena originaria aparece como una constante del modo en que Jesús se revela a lo largo de todo el Evangelio, anunciando la llegada del Reino de Dios. Los actores en juego son esencialmente tres (más uno). El primero, naturalmente, es Jesús, el protagonista absoluto que toma la iniciativa, sembrando las palabras y los signos de la llegada del Reino sin hacer «acepción de personas» (cf. Hch 10,34).”

Luego de identificar a los primeros tres actores — Jesús, el pueblo, y los apóstoles — el documento preparatorio sinodal identifica al “más uno”:

“Además existe otro actor “que se agrega”, el antagonista, que introduce en la escena la separación diabólica de los otros tres. Ante la desconcertante perspectiva de la cruz, hay discípulos que se alejan y gente que cambia de humor. La insidia que divide – y por lo tanto contrasta un camino común – se manifiesta indiferentemente en las formas del rigorismo religioso, de la intimación moral que se presenta más exigente que la de Jesús, y de la seducción de una sabiduría política mundana que pretende ser más eficaz que el discernimiento de espíritus. Para eludir los engaños del “cuarto actor” es necesaria una conversión continua.”

Quienes han escuchado a Francisco a lo largo de los últimos años, saben que los católicos tradicionales son este “otro actor” divisivo, rígido, de cuyos engaños hay que escapar. Si seguimos lo que la Iglesia enseñó siempre, somos los “antagonistas,” ocasionando una “separación diabólica” de los demás actores.

El sínodo invita a toda la humanidad a la “gran tienda” de la Iglesia sinodal, pero la sinodalidad requiere que quienes crean en lo que la Iglesia ha enseñado siempre sean marginados, insultados y, por último, desalojados. A decir verdad, la Iglesia sinodal no puede escuchar la voz de Satanás y de los globalistas si los católicos están hablando siempre de lo que Jesús en verdad enseñó — por eso la Iglesia sinodal mueve la tienda a donde los verdaderos católicos no pueden ir y donde no puedan ser escuchados.

Jesús nos advirtió acerca del ancho camino sinodal:“Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos son los que entran por él.” (Mateo 7:13)

A través del sínodo de Francisco, Satanás y los globalistas buscan empujar a todos los católicos a través de la puerta ancha que conduce a la perdición. Que Dios conceda al resto de los obispos fieles del mundo la gracia de ser buenos pastores, asegurando que ningún católico siga el camino sinodal al infierno. ¡Santísima Virgen María, destructora de todas las herejías, ruega por nosotros!

Robert Morrison

Artículo original. Traducido por Marilina Manteiga

viernes, 11 de noviembre de 2022

Viganò: «la Sede Apostólica está ocupada por un enemigo jurado de la Iglesia»



Entrevista de Michael Matt a monseñor Viganò en la Catholic Identity Conference

2 de octubre de 2022.

1. Actualmente hay muchos católicos que creen que la Santa Madre Iglesia está atravesando su peor crisis en la historia, mayor incluso que la de la herejía arriana. ¿Está de acuerdo?

No puedo afirmar que ésta sea la mayor crisis que tendrá que sufrir la Iglesia de aquí al final de los tiempos. Desde luego, es la peor hasta la fecha, tanto por las devastadoras proporciones de la apostasía como por actitud hipnótica de los sacerdotes de a pie y de los fieles hacia la jerarquía. Ha habido ocasiones en que la persecución era más implacable, pero encontraba resistencia en los obispos y en el pueblo católico, que veía en la Sede Petrina un faro de verdad y un obstáculo a la instauración del reino del Anticristo. Hoy en día ya se ha retirado el katejón, al menos temporalmente, y la Sede Apostólica está ocupada por un enemigo jurado de la Iglesia.

Nunca en la historia habíamos asistido a una traición sistemática de la Fe, la Moral, la Liturgia y la disciplina eclesiástica, traición que es favorecida y hasta promovida por la autoridad suprema de la propia Iglesia, con el silencio cómplice de la Jerarquía y la aceptación acrítica por parte de numerosos sacerdotes y fieles. La situación se agrava más todavía porque la labor disolvente que lleva a cabo la iglesia en las sombras avanza en sincronización con la acción subversiva del estado en las sombras. Esto hace que el pueblo católico sea objeto de un doble ataque, tanto como fieles como ciudadanos.

Estas dos realidades indiscutibles tienen por denominador común el odio implacable de Satanás a Cristo y su santa Ley, la Iglesia y la civilización cristiana. El engaño es tan patente que ya no se puede catalogar de teoría conspiratoria.

Si se mira bien, resulta inquietante que los protagonistas de este plan criminal, tanto en el Gobierno como en la Iglesia, provengan del ambiente radical chic en que nacieron y se cultivaron el progresismo, el pacifismo, el ecologismo y el homosexualismo católicos, y el discurso progre de la izquierda desde los años sesenta. Como he dicho en otra ocasión, los obispos a nivel individual y la Jerarquía de los últimos años en su totalidad habrán de responder ante Dios y ante la historia de su complicidad en esta crisis, y ciertamente porque en algunos casos han sido quienes la han instigado y promovido haciendo dejación de funciones en cuanto al deber de la Iglesia como Domina gentium.

2. ¿Qué convenció a Vuestra Excelencia para integrarse a la contrarrevolución tradicional católica?

¿Un hijo se quedaría cruzado de brazos viendo a su madre humillada y dejaría que los sirvientes la hicieran objeto de escarnio y vituperio, la despojaran de su triple corona y sus vestiduras reales, robasen sus joyas, vendiesen sus posesiones, la obligaran a vivir entre ladrones y prostitutas y llegaran incluso a retirarle su título real y degradarla? Un ciudadano de una nación gloriosa, ¿permitiría que su patria fuera destruida por gobernantes traidores y autoridades corruptas sin alzarse en armas para devolverle el honor que le ha sido arrebatado?

Si esto es así en el orden natural, más lo es todavía y más urgente cuando la Santa Iglesia es asaltada por sus enemigos, no sólo en las cosas temporales al subastar templos, ornamentos y objetos sagrados -como siempre han hecho a lo largo de la historia-, sino incluso en cuanto a sus bienes sobrenaturales, los tesoros de los que su divino Rey la ha dotado para la santificación de las almas, las riquezas incorruptibles de su doctrina y liturgia. Clérigos corruptos la han hecho objeto de escándalo, han adulterado sus enseñanzas, puesto en fuga su ejército y demolido las murallas que la protegían de incursiones enemigas. Las almas que, gracias a la Iglesia, estaban a salvo y acompañadas en su peregrinar terreno a la eternidad han sido rechazadas y están perdidas. Almas por las que Nuestro Señor derramó su Sangre, a las que sacerdotes infieles han abandonado y expulsado del sagrado recinto.

Quedarse impasible ante el ultraje de que es objeto nuestra Santa Madre Iglesia no es menos grave que lo que hacían los que estaban entre la multitud que presenció la Pasión y Crucifixión de Nuestro Señor y los gritos y escupitajos de sus verdugos. Porque somos hijos de Dios al ser hijos de la Iglesia, y por los méritos de Jesucristo nos restituye la Gracia y nos hace herederos del Reino de los Cielos.

En un principio, hace sesenta años, parecía que después de los trágicos sucesos de la Segunda Guerra Mundial y el horror de las dictaduras, era la propia Iglesia la que quería deshacerse de su pasado para acortar distancias entre lo que el mundo había terminado por ser y lo que quedaba de él. Aquel despojo parecía ser una concesión a una sociedad trastornada por las revoluciones y por el fin de las monarquías católicas arrastrados por una democracia que se creía que podía ser cristiana, a pesar de saber que sus supuestos valores se oponían radicalmente al concepto trascendente de la autoridad propia de la doctrina católica. En aquellos años no eran muchos los que se daban cuenta de que la evolución conciliar subvertiría el orden divino, el kosmos, sembrando el caos en la Iglesia, dando lugar a la herejía y demoliendo la ortodoxia, y aceptarían que la virtud y la honradez fueran reemplazadas por la corrupción de las costumbres.

Este proceso subversivo -del latín evertere, que significa precisamente subvertir- ha llevado a la cúspide de la Jerarquía a quienes nunca hubieran debido acceder a ésta, y emblemáticamente ha expulsado o marginado a quienes hasta entonces eran estimados y respetados. Tal ha sido el destino de numerosos obispos, sacerdotes y religiosos a quienes se impuso la revolución, presentada como una actualización que traería una primavera conciliar con un resurgimiento de la fe en pueblos agotados por un siglo de sangrientos conflictos.

Muchos creían de buena fe que lo que el cardenal Suenens había presentado con tanto entusiasmo como el 1789 de la Iglesia no era sino una fase de transición o ajuste de la que el cuerpo de la Iglesia renacería más fuerte y despierto. No fue así, como hemos visto y comprobado. La revolución conciliar no se diferenció en nada de las que hundieron reinos temporales y derribaron la fe cristiana. Todo lo contrario: suponen el cumplimiento irremediable de un plan subversivo concebido por una mente diabólica que ataca primero el cuerpo mortal para luego arremeter forzosamente contra el alma inmortal, y que para lograr su objetivo empieza por devastar la sociedad civil y continúa con un ataque implacable a la sociedad religiosa.

Desde el 13 de marzo de 2013 el cáncer conciliar ha mutado en desastrosas metástasis. Como obispo, como sucesor de los apóstoles, me he visto obligado a alzar la voz y adoptar una posición clara ante tan tremenda degradación y humillación de la Iglesia. Insto a mis compañeros en el episcopado a despertar también del sopor que los ha convertido en espectadores pasivos de esta passio Ecclessiae y en cómplices del enemigo. ¡Pónganse en pie y proclamen la verdad desde los tejados! Que los prelados supuestamente conservadores dejen de defender a toda costa el Concilio, que es la causa principal de esta masacre de almas que clama venganza al Cielo. Tomen partido antes de dejarse arrollar por la ruina común.

3. ¿Sigue celebrando la Misa nueva en alguna ocasión?

No, hace ya varios años que no celebro el Novus Ordo, y no veo cómo pueda dar marcha atrás aceptando celebrarlo aunque sea de vez en cuando.

Debo mi conversión a la Misa de los Apóstoles y al amor que profeso al venerable Rito Ambrosiano, porque en él descubrí lo que desde hacía décadas se le había arrebatado a mi sacerdocio despojándolo de una fuente de doctrina, pero más todavía de una espiritualidad y un ascetismo que sólo se encuentra en el Santo Sacrificio. En la Misa católica, el celebrante es un alter Christus no sólo porque ofrece in persona Christi, Sumo Sacerdote y víctima inmaculada a la Majestad del Padre, sino también porque místicamente es imagen de Cristo víctima. En esta íntima unión con nuestro Señor radica el alma misma del sacerdocio, el principio vital del apostolado, la regula fidei de la predicación y el poder de la Gracia para santificar almas. Y como sin sacerdocio y sin Misa no puede subsistir la Iglesia, se comprende la feroz oposición a la Misa y al sacerdocio tradicional por parte de los enemigos de Cristo, y se ve la importancia y la necesidad de permanecer fieles a tan valioso tesoro.

Volver al rito montiniano después de haber recibido la Gracia para seguir al Señor hasta el Calvario por medio de la Misa Tradicional sería para mí una traición mucho más grave que en el caso de quienes no conocen tan venerable rito.

En este punto me gustaría recordar que la cuestión de la Misa de siempre no se zanja con una evaluación formal y, por así decirlo, racional. Es la forma más perfecta en que el Cuerpo Místico adora a la Santísima Trinidad, pero es también la voz con que la Esposa se dirige al divino Esposo. Si en el orden natural para una esposa es impensable todo lo que merme su amor al esposo, y ciertamente considera ofensivo todo lo que lo ponga al mismo nivel que los demás hombres, ¿cómo se va a atrever un alma sacerdotal enamorada de Dios a permitir que las perfecciones de la esposa sean ocultadas o negadas para no ofender a sus enemigos? La Caridad no es tolerante, porque no conoce limitaciones ni concibe que puedan hacerse concesiones. Hace apenas unos días, con ocasión del enésimo aquelarre ecuménico en Kazajistán, Bergoglio denunció el fundamentalismo calificándolo de perjudicial para el diálogo interreligioso y la hermandad universal; no puede haber nada más ajeno a la verdadera Fe, y no hay nada más coherente con la mentalidad masónica que promueve la religión de la humanidad.

Aunque entiendo la difícil situación en que se encuentran muchos de mis hermanos en el episcopado y el sacerdocio, no puedo menos que exhortarlos a ser más coherentes en este sentido y abrazar la Misa de siempre sin reservas y con verdadero espíritu sobrenatural, pues esa Misa es el arma más poderosa para resolver la crisis que atraviesa la Iglesia; no se puede servir a dos señores.

4. ¿Es acertado afirmar que la obediencia, como virtud natural más que teológica, debe estar siempre y sin excepción al servicio de la Fe, y que en consecuencia podría ser pecado obedecer a modernistas que ocupen puestos de autoridad?

La obediencia es una virtud natural que se opone a la desobediencia (falta de obediencia) y al servilismo (obediencia excesiva). Ahora bien, la obediencia no se le debe a cualquiera, sino únicamente a los que están constituidos en autoridad, y dentro de los límites que legitiman su ejercicio. En la Iglesia, la obediencia está ordenada a su fin último, que es la salvación de las almas en la unidad de la Fe católica. Las autoridades establecidas para salvaguardar la Fe no pueden legislar contra ella, precisamente porque su autoridad deriva de la misma fuente, es decir el Dios y Legislador supremo, que no puede contradecirse a Sí mismo. Obedecer una orden ilegítima para complacer a la autoridad corrompe la obediencia, que deja de ser obediencia para convertirse en servilismo.

Me gustaría señalar además que quienes hoy exigen obediencia ciega, total e inmediata a los fieles son los mismos que se rebelan contra la autoridad cuando ésta es ejercida por los buenos. Los que anulan la totalidad del Magisterio en nombre del Concilio y del camino sinodal son los mismos que se rasgan las vestiduras ante quienes rechazan aceptar la revolución permanente de Amoris laetitia y Traditiones custodes. El problema, como vemos, está en la crisis de autoridad, que se niega a acatar la autoridad suprema de Dios, que es por donde se debe empezar para ser una autoridad legítima.

5. ¿Cómo respondería, en todo caso, a quienes señalan que Cristo fue obediente hasta la muerte, y que todos somos llamados a hacer lo mismo?

Nuestro Señor no obedeció al Sanedrín, ni a los sumos sacerdotes y las autoridades del pueblo que le advertían que no se declarara Hijo de Dios y por hacerlo lo condenaron a muerte. Nuestro Señor obedeció al Padre apurando hasta las heces el amargo cáliz de la Pasión: non sicut Ego volo, sed sicut Tu. Ahí está la verdadera virtud de la obediencia, en que sólo cumple las órdenes de las autoridades terrenas en orden a realizar los propósitos que las legitimizan. Así como al Sanedrín no le correspondía poner en duda la divinidad de Cristo, sino que conociendo las Escrituras tendría que haberlo reconocido como el Mesías prometido, la Jerarquía no está autorizada a exigir obediencia en cuestiones contrarias a la Fe y costumbres. Del mismo modo, imitando el ejemplo de Cristo y fortalecidos por la amonestación petrina, repetimos: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch. 5:29).

6. Francisco ha declarado que los tradicionalistas rechazan el Concilio. Teniendo en cuenta que el 14 de febrero de 2013 Benedicto afirmó que el Concilio había sido secuestrado por los medios informativos, haciendo con ello un daño incalculable a la Iglesia y banalizando la liturgia, ¿no deberían todos los católicos rechazar el Concilio tal como lo presentaron al mundo, según Benedicto, los medios de difusión?

En primer lugar, es preciso aclarar que la contribución de la prensa a la narrativa conciliar es meramente parcial y marginal si se la compara con el contenido claramente subversivo del Concilio tal como lo quisieron sus autores. No existe el fantasma de un concilio bueno supuestamente traicionado por los modernistas. Se lo concibió de tal forma que en sustancia fuera imposible su catolicidad, disimulando sus trampas (que no tardarían en quedar de manifiesto) tras un manto de verborrea y conceptos equívocos. Si la prensa secuestró el Concilio contrariando la voluntad de los padres y pontífices, ¿cómo es que ninguno de ellos reiteró la doctrina católica ante las constantes desviaciones que transmitían los órganos de prensa? Si la trivialización de la liturgia en el periodo postconciliar fue culpa de la prensa, ¿cómo es que ningún obispo llegó a proponer siquiera que el Novus Ordo se celebrase en continuidad con el Vetus, sino que aprovechó las innovaciones del rito montiniano para fomentarlo? Si la liturgia de siempre no suponía un peligro para la nueva, ¿a qué se debe esta persecución implacable de quienes querían seguir celebrando por el rito antiguo?

En esto Bergoglio tiene toda la razón: los católicos que querían ser fieles a la Tradición rechazaron el Concilio precisamente porque era ajeno y contrario a la Tradición, que es la regla de la Fe. Esto no sólo confirma la catolicidad de la liturgia tradicional, sino también lo ajeno de la liturgia reformada al desarrollo armónico que ha conocido el culto a lo largo de los siglos: de ahí que, sustancialmente, no sea católico.

Por lo tanto, los católicos no sólo tienen el derecho sino también el deber de exigir que la Iglesia rinda culto a la Santísima Trinidad del modo más perfecto en vez de con un rito falso fruto de mentes doctrinal y moralmente desviadas y creado para agradar a los herejes y disminuir la Fe. La cuestión no es inventar una liturgia más católica que el Novus Ordo, sino sanar la gravísima herida que se infligió a la Iglesia al suprimir un rito con dos mil años de antigüedad y sustituirlo por una deplorable falsificación. Para restaurar la Iglesia será imprescindible restablecer la liturgia católica y prohibir la reformada.

7. Parece mínimamente posible que instalaran a Bergoglio en el Trono de San Pedro con vistas a socavar la teología pontificia. Al criticar a Francisco, ¿no estaremos contribuyendo a la ejecución de los mencionados planes para el papado?

Los que consiguieron que el cónclave de 2013 eligiera a Bergoglio sabían de sobra que él tenía intenciones de desacreditar el papado y humillar a la Iglesia Católica como principal consecuencia de su instalación en la Silla de San Pedro, así como de la difusión de herejías, errores morales y gravísimos escándalos. Es más, precisamente con la constante conducta de ese hombre, implacablemente llevada a cabo en los últimos diez años, el papado ha sido objeto del más grave y contundente de los asaltos por parte de quien debe al papado la autoridad que ejerce sobre la Iglesia. Ningún ataque externo a la Iglesia habría tenido el mismo efecto. Habría que decir también que la renuncia de Benedicto XVI y la monstruosidad canónica a la que dio lugar del papa emérito asestó un golpe mortal a la Iglesia y ha hecho posible que se pueda ejecutar el complot contra ella que incluía la elección de un papa que contribuiría a la ejecución de los planes de la élite mundial.

Criticar a Bergoglio por lo que hace no beneficia a sus instigadores, a la mafia de San Galo ni a la élite masónica mundialista que con toda intención lo colocó donde está. Por otra parte, la indignidad del argentino para ocupar el Trono de San Pedro es una señal evidente de la acción premeditada y maliciosa de quienes sabían muy bien que la manera más eficaz de demoler una institución consiste en una labor de descrédito llevada a cabo por quienes ejercen en ella la máxima autoridad. No se diferencia en nada de lo que sucede actualmente en el ámbito de lo civil, donde toda la clase política y dominante está corrompida y sometida a los intereses criminales de la misma élite anticristiana, que por un lado corrompe las almas con la propaganda LGTB y la ideología de género y por otro se sirve de prelados corruptos -como está haciendo en Bélgica con la bendición de parejas homosexuales- para sacar el más extremo partido a las palabras de Bergoglio, empezando por aquello de «¿quién soy yo para juzgar»?

Me gustaría dejar clara una consecuencia sumamente grave (e inevitable) de la progresiva legitimización de la doctrina LGTB y la ideología de género en la vida de la Iglesia: sabemos que el Magisterio condena los actos homosexuales como intrínsecamente perversos. Son un mal. Quienes los realizan pecan gravemente, y si no se arrepienten su alma está destinada a la condenación eterna. Esto lo enseña de manera inequívoca la Sagrada Escritura tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero, por el contrario, las palabras de Bergoglio y la conducta de sus cómplices están encaminadas a eliminar toda condena moral de la sodomía y los cambios de sexo. ¿Qué pasará de aquí a unos años cuando haya fieles transexuales que pidan recibir las Sagradas Órdenes? No sigo; dejaré que ustedes entiendan el abismo que se ha abierto ante nosotros.

A los que aún pretenden distinguir qué parte del magisterio bergogliano es vinculante y cuál no les digo que no hace falta repetir que aunque esa forma de abordarlo salve la doctrina de la infalibilidad pontificia, desde luego deja en mal lugar a la Iglesia, y demuestra a la vez que Bergoglio es lo menos pontificio que pueda haber. Es una realidad que perciben instintivamente los más sencillos de los fieles, de la misma manera que un órgano trasplantado es rechazado por un organismo que no lo reconoce como propio. El sensus fidei les permite entender lo mismo que el análisis de sus heréticas declaraciones a los teólogos y canonistas. El famoso buenas tardes con el que saludó desde el balcón de San Pedro el 13 de marzo de 2013 sintetiza en dos palabras el hecho innegable de que no tiene ni idea de lo que es ser papa.

8. Vuestra Excelencia ha adquirido notoriedad internacional por hablar claro contra el Gran Reinicio. ¿Cómo respondería a quienes lo acusan de dar crédito a teorías de la conspiración y dicen que lo mejor que puede hacer es callarse y dedicarse a rezar?

Rezar, rezo de todas maneras, y no veo por qué no voy a cumplir con la obligación que tengo como obispo y sucesor de los Apóstoles callando en cuanto a temas estrechamente relacionados y complementarios. Cuando mis críticas se limitaban al encubrimiento de los escándalos del ex cardenal McCarrick y las desviaciones doctrinales del Concilio, les bastaba con colgarme la etiqueta de lefebvrista para satanizarme ante los fieles; pero cuando comencé a señalar la relación entre el golpe de estado mundial perpetrado por el estado en las sombras, primero con la emergencia pandémica y ahora con la crisis energética, y la no menos subversiva elección de Bergoglio organizada por la iglesia en las sombras, no me sorprendió que me añadieran el sambenito de conspiranoico para desacreditarme ante quienes me escuchan. Para mis acusadores, el peligro es el mismo: alguien ha empezado a razonar por su cuenta y ha comprendido que hemos sido víctimas de un fraude colosal para perjudicar nuestra vida material mediante el plan de Davos y la espiritual mediante el Concilio y el proyecto bergogliano.

También me gustaría entender por qué los planes subversivos de organizaciones privadas multinacionales -verdaderas mafias organizadas y bien arraigadas en los centros neurálgicos de poder-, cuyos propios promotores anuncian con mucha antelación y que suponen la realización de los distópicos delirios de la secta masónica se puedan desestimar tildándolos de teorías de la conspiración. Si la Mafia declarase públicamente que desea exterminar a parte de la población y yo viera que se estaba organizando para hacerlo, y luego fuera testigo de que está ejecutando su plan de exterminio tal como anunció, no es que yo me invente teorías conspiranoicas; es que la mafia se siente tan segura de que se saldrá con la suya que ni siquiera tiene que disimularlo, y da de hecho por sentado que nos convenceremos a nosotros mismos –ya que nos considera inferiores– de que nuestra aniquilación es buena y deseable. De hecho, está pasando lo mismo con la ideología verde de la matrix neomalthusiana que considera al ser humano un parásito del planeta: las decisiones de la ONU, la Unión Europea y los diversos gobiernos se basan en el falso pretexto del calentamiento global con miras a deslegitimar las emisiones de carbono y legitimar la introducción de lo que llaman energías sostenibles. Y eso no es ni más ni menos que una mentira, una excusa para obligar a las masas a someterse a un dominio total y garantizar así a la élite un poder y una riqueza desproporcionados. Bien pensado, hasta los propugnadores del Concilio afirmaban que estaban poniendo a la Iglesia al día; falso pretexto, porque lo que en realidad se proponían era algo tan inmencionable como su destrucción.

Estado en las sombras e iglesia en las sombras son dos caras de una misma falsa moneda, porque uno y otra son fruto de la misma mente infernal que odia a Dios tanto en la Creación como en la Redención, y que lucha desenfrenadamente contra la vida del cuerpo y la del alma. A pesar de su satánico delirio, este sistema ha demostrado su eficacia en tanto que la gente siga aislada y abandonada a su suerte. Al mismo tiempo, saber que no están solos y compartir una misma cosmovisión y una misma Fe abre los ojos de muchos y les infunde valor y fuerzas para resistir, manifestar públicamente el engaño y aglutinar a la resistencia. Así es tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico; no es casual que la farsa pandémica haya asociado al estado en las sombras y la iglesia en las sombras en un discurso surrealista y criminal que escandaliza a los ciudadanos y los fieles.

¿Puede V.E. decir algo sobre el papel de nuestra Reina y del Santo Rosario en estos tiempos de confusión en los que muchos hasta pueden quedarse sin Misa?

Esta entrevista concluye con una alusión a María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, hecha todopoderosa por la Gracia. En este épico combate entre la Mujer y la Serpiente antigua, el Santo Rosario es el arma más poderosa con la que debemos hacer nuestra parte como milites Christi, en virtud del Sacramento de la Confirmación que hemos recibido.

Muchos de ustedes tienen hambre de Verdad y sed de santidad, bienes eternos que tenemos a nuestra disposición por medio del Santo Sacrificio de la Misa que han podido degustar gracias a la resistencia de unos pocos prelados y sacerdotes y a la providencial decisión de Benedicto XVI mediante Summorum Pontificum. Otros, no saben lo que se pierden, porque este tesoro espiritual se les ha ocultado y robado durante mucho tiempo, pero si lo descubrieran ya no podrían prescindir de él. Por tanto, como católicos y como miembros vivos del Cuerpo Místico tenemos el debe de exigir la restituio in integrum de la Misa de los Apóstoles, y las autoridades de la Iglesia tienen el deber de no sólo concederla como privilegio, sino de reconocerla como pleno y exclusivo derecho de la ciudadanía de la Iglesia.

Pero para ello es necesario que todos nos hagamos merecedores de dicha gracia con una vida de santidad y dando valeroso testimonio de la Fe en que hemos sido bautizados. La práctica de las virtudes y el rezo constante del Santo Rosario serán lo que nos infunda fuerzas en este camino y muevan a Nuestra Señora, Abogada nuestra, a compasión para que en el restablecimiento del culto público de la Iglesia de Cristo veamos un anticipo de de la gloria eterna que nos está reservada.

(Artículo original. Traducido por Bruno de la Inmaculada)

sábado, 29 de octubre de 2022

Viganò: La Iglesia conciliar se aparta de la Iglesia de Cristo



De cómo la Iglesia conciliar, con su autorreferencialidad, se aparta de la tradición de la Iglesia de Cristo

Con la prosopopeya que caracteriza la propaganda ideológica, el reciente panegírico bergogliano (ver aquí) con motivo del sexagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II no ha dejado de confirmar, más allá de huecas retóricas, la total autorreferencialidad de la iglesia conciliar. Es decir, de esa organización subversiva que nació de modo casi imperceptible del Concilio y que en los últimos sesenta años ha eclipsado casi por completo la Iglesia de Cristo ocupando sus puestos más altos y usurpando su autoridad.

La iglesia conciliar se considera heredera del Concilio y prescinde de los veinte concilios ecuménicos que lo precedieron a lo largo de los siglos: ése es el factor principal de su autorreferencialidad. Hace caso omiso de ellos en cuanto a la fe y propone una doctrina contraria a la que enseñó Nuestro Señor, predicaron los Apóstoles y transmitió la Santa Iglesia. Prescinde de ellos en cuanto a la moral, derogando sus principios en nombre de la moral situacionista. Y prescinde de ellos, por último, en cuanto a la liturgia, que por ser expresión de la lex credendi se ha querido adaptar al nuevo magisterio, y al mismo tiempo se ha prestado a ser poderosísimo instrumento de adoctrinamiento de los fieles. La fe del pueblo ha sido corrompida científicamente mediante la adulteración de la Santa Misa efectuada por el Novus Ordo, gracias a la cual los errores contenidos in nuce en los textos conciliares se han encarnado en la liturgia y se han propagado como una enfermedad contagiosa.

Pero si por un lado a la iglesia conciliar le gusta recalcar que no tiene nada que ver con la iglesia de antes, y menos aún con la Misa de antes, y declara tanto a la una como la otra anticuadas e inaceptables por ser incompatibles con el fantasmal espíritu del Concilio, por otro confiesa impunemente que ha perdido el vínculo de continuidad con la Tradición, que es condición indispensable -por voluntad del propio Cristo- para el ejercicio de la autoridad y el poder por parte de la Jerarquía, cuyos miembros, desde el Romano Pontífice hasta el más desconocido obispo in partibus son sucesores de los Apóstoles y deben pensar, hablar y actuar como tales.

Esta ruptura radical con el pasado, evocado en términos sombríos en el discurso original de quien habla de involucionismo y fulmina anatemas contra los encajes de la abuela, no se limita claramente a las formas externas, por mucho que sean precisamente la forma de una sustancia bien precisa, no casualmente manipulada, sino que se extiende a los cimientos mismos de la Fe y la Ley Natural, para culminar en una auténtica subversión de la institución eclesiástica, al contravenir la voluntad de su divino Fundador.

A la pregunta de ¿me amas?, la iglesia bergogliana -pero primero fue la iglesia conciliar, con menos descaro, aunque siempre jugando con mil distinciones- se interroga sobre sí misma, porque «el estilo de Jesús no es tanto el de dar respuestas como el de hacer preguntas». Si nos tomamos estas inquietantes palabras en serio, habría que preguntarse en qué consisten la Divina Revelación, el ministerio terrenal de Nuestro Señor, el mensaje del Evangelio, la predicación de los Apóstoles y el Magisterio de la Iglesia sino en responder a los interrogantes del hombre pecador, que es quien se hace las preguntas y tiene sed de la Palabra de Dios y necesidad de conocer la Verdad eterna y saber cómo conformarse a la Voluntad del Señor para alcanzar la bienaventuranza celestial.

El Señor no hace preguntas, sino que enseña, amonesta, ordena, manda. Porque Él es Dios, Rey y Sumo y Eterno Sacerdote. No nos pregunta quién el Camino, la Verdad y la Vida. Nos indica que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida, la Puerta por la que entran las ovejas al redil, la Piedra Angular. Y pone además de relieve su obediencia al Padre en la economía de la Redención y nos muestra su santa sumisión como ejemplo a imitar.

La mentalidad de Bergoglio invierte y subvierte las relaciones: el Señor le hace a San Pedro una pregunta con la que éste al responder se da perfecta cuenta de lo que significa en la práctica amar a Nuestro Señor. La respuesta no es opcional, no puede ser negativa ni evasiva como las de la iglesia conciliar, que por no desagradar al mundo ni parecer anticuada concede más importancia a la seducción de ideologías caducas y engañosas, y se niega a transmitir íntegramente lo que su Jefe le mandó enseñar fielmente. «¿Me amas?», pregunta el Señor a los cardenales inclusivos , a los obispos sinodales, a los prelados ecuménicos. Y estos responden como los invitados a las bodas: «He comprado un campo, y es preciso que vaya a verlo; te ruego me des por excusado» (Lc 14, 18). Hay compromisos mucho más urgentes y satisfactorios para obtener prestigio y aprobación social. No hay tiempo para seguir a Cristo ni menos aún para apacentar a sus ovejas, y menos aún a las empecinadas en el involucionismo, sea lo que sea que signifique esa palabra.

Por eso, ya no hay más concilios que el Vaticano II. El cual, por el mero hecho de ser el único al que se refieren, se muestra al mismo tiempo extraño, por no decir totalmente contrario en forma y contenido, a lo que es todo concilio ecuménico: la voz única del único Maestro, del único Pastor. Si la voz del concilio de ellos no es compatible con la del Magisterio anterior; si el culto público no se puede expresar en la forma tradicional porque lo consideran contrario a la nueva eclesiología de la nueva iglesia, es innegable la ruptura, que hay un antes y después. Y ciertamente están orgullosos de ello, y se presentan como innovadores de algo que non est innovandum. Y para que no se sepa que hay otra opción creíble y segura, hay que denigrar, ridiculizar, banalizar y acabar por eliminar, siendo los primeros en aplicar el borrado de identidad cultural en curso. Se entiende, pues, la aversión a la liturgia de siempre, a la sana doctrina y al heroísmo de la santidad testimoniada por obras y no proclamada por fatuas declaraciones desprovista de alma.

Bergoglio habla de una «iglesia que escucha», pero precisamente porque «por primera vez en la historia dedicó un concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión», demuestra que quiere actuar por su cuenta, que puede renunciar al legado de la Tradición y renegar de su propia identidad, ni más ni menos que «por primera vez en la historia». Esta autorreferencialidad parte de la premisa de que hay algo mejor que implementar en lugar de otra cosa peor que es preciso corregir, que no tiene que ver con la debilidad e infidelidad de sus miembros individuales, sino de «su propia naturaleza y su propia misión», que Nuestro Señor dejó establecida de una vez para siempre, y no es competencia de sus ministros ponerla en tela de juicio. Y sin embargo Bergoglio afirma: «Volvamos al Concilio para salir de nosotros mismos y superar la tentación de la autorreferencialidad, que es un modo de ser mundano», cuando precisamente volver al Concilio es la prueba más descarada de autorreferencialidad y ruptura con el pasado.

De ese modo, los siglos de mayor expansión de la Iglesia, en los que se enfrentó a los herejes y definió con más claridad la doctrina que estos impugnaban, son considerados un embarazoso paréntesis de clericalismo que es necesario olvidar, porque todos esos errores los encontramos en las desviaciones del Concilio. El pasado remoto, el de la presunta antigüedad cristiana, de los siglos primitivos, de los ágapes fraternos, son sustancialmente para la narrativa conciliar una falsedad histórica que oculta deliberadamente el testimonio varonil de los primeros cristianos y sus pastores, perseguidos y martirizados por su fe, por negarse a quemar incienso ante la estatua del César y por su conducta moral, que contrastaba con las corrompidas costumbres de los paganos. Aquella coherencia, incluso por parte de mujeres y niños, debería avergonzar a los que profanan la Casa de Dios rindiendo culto a la Pachamama para participar en los delirios amazónicos del Pacto Verde, escandalizando a los sencillos y ofendiendo a la Majestad Divina con actos idolátricos. ¿No es cierto que esta autorreferencialidad ha llegado a infringir el Primer Mandamiento en pro de sus desvaríos ecuménicos?

No nos dejemos seducir por esas palabras engañosas, que no las han puesto ahí por casualidad. La Iglesia de Cristo no ha sido jamás autorreferencial sino cristocéntrica, porque es ni más ni menos que el Cuerpo Místico del que Cristo es cabeza, y que sin cabeza no puede vivir. Al contrario, es inevitablemente autorreferencial su versión miserablemente mundana y desprovista de horizontes sobrenaturales que se califica de iglesia conciliar y ejerce autoridad apoyada en el engaño de presentarse como promotora de una vuelta a la pureza original al cabo de siglos, siglos en los que la Iglesia habría estado encerrada «en los recintos de nuestras comodidades y convicciones», mientras pretende adulterar las enseñanzas que Cristo mandó transmitir con fidelidad.

¿Qué supuesta comodidad habría caracterizado la bimilenaria historia de la Esposa del Cordero, si tenemos en cuenta las ininterrumpidas persecuciones de que ha sido objeto, la sangre derramada por los mártires, las batallas provocadas por herejes y cismáticos y el empeño de los ministros de Dios en difundir el Evangelio y la moral cristiana? En cambio, ¿qué problemas va a tener una iglesia que se interroga a sí misma y no tiene convicciones, que se arrodilla ante las exigencias del mundo, se ajusta a la ideología verde y el transhumanismo, bendice el matrimonio entre homosexuales, se dice dispuesta a acoger a los pecadores sin la menor intención de convertirlos, se pone de acuerdo con los poderosos de este mundo en la propaganda de la vacunación y espera sobrevivir por sí misma?

Hay algo terriblemente egocéntrico, típico del orgullo luciferino, en pretender ser mejor que los antecesores y reprocharles un autoritarismo del que es culpable el propio acusador, con intenciones contrarias a la salvación de las almas.

Otro síntoma de autorreferencialidad es querer imponer a la Iglesia una estructura democrática que trastoca el carácter esencialmente monárquico (yo diría incluso imperial) deseado por Cristo. Ciertamente existe una Iglesia docente constituida por los pastores bajo la guía del Romano Pontífice, y una Iglesia discente constituida por el pueblo de Dios, por los fieles. La eliminación de la estructura jerárquica, que Bergoglio califica de «el feo pecado del clericalismo que mata a las ovejas, no las guía, no las hace crecer», apunta a otro engaño mucho más grave, e incluso una auténtica alteración en el cuerpo de la Iglesia: fingir que se puede compartir la potestad de quien tiene el deber de transmitir el verdadero Magisterio con quienes no están ordenados y por tanto no les asiste la gracia de estado. Al contrario, éstos últimos tienen derecho a ser conducidos a pastos seguros. La palabra magister lleva implícita la superioridad ontológica –magis- del enseñante sobre el discípulo que aprende lo que aún no sabe. Y desde luego el pastor no puede decidir junto con las ovejas adónde llevarlas, porque el rebaño no sabe adónde ir y está expuesto a los ataques de los lobos. Hacer creer que interrogarse por «la propia naturaleza y la propia misión» sea una vuelta a los orígenes es una mentira colosal: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis esto que os mando» (Jn. 15, 14), dijo Cristo. Así deben dirigir sus ministros, que por serlo, en tanto se mantengan sujetos a él, ejercen vicariamente la autoridad de la Cabeza del Cuerpo Místico. Ministro (de minus, que indica inferioridad jerárquica) en el sentido etimológico de servidores, sujetos a la autoridad de su Maestro; por eso la Jerarquía católica es maestra (magistra) al enseñar lo que como ministra ha recibido de Cristo y custodia celosamente.

El carácter democrático y antijerárquico de la iglesia conciliar queda confirmado ante todo en la liturgia, en la que la labor ministerial del celebrante es poco menos que negada en beneficio del pueblo sacerdotal teorizado por Lumen Gentium y expresado en la herética formulación del artículo 7 de la Institutio generalis del misal montiniano de 1969: «En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico. De manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”» (Mt. 18, 20).¿Qué es eso sino autorreferencialidad, hasta el punto de modificar la propia definición de la Misa según el espíritu del Concilio y contradiciendo los cánones dogmáticos de Trento y de todo el Magisterio anterior al Concilio Vaticano II?

La Iglesia no es ni puede ser democrática ni sinodal, como les gusta llamarla eufemísticamente hoy. El pueblo santo de Dios no existe para apacentarse los unos a los otros, a todos los demás, sino para que exista una Jerarquía que les garantice medios sobrenaturales para alcanzar la vida eterna, y para que todos los demás –muchos, no todos– sean conducidos al único redil guiados por el único Pastor de la Providencia divina. «tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traer» (Jn. 10, 16).

La enérgica denuncia del cardenal Müller sobre el peligro que supone la herética impostación de la sinodalidad -cuyos funestos frutos ya están a la vista- está justificada en este sentido y da fe del grave malestar de numerosos pastores indecisos entre observar fidelidad a la ortodoxia católica y la evidencia de la traición por parte de sus indignísimos custodios actuales. Aunque no se opusieran a la iglesia conciliar y al «concilio» (así, entre comillas) mientras no era evidente el alcance de la devastación en la vida de los fieles, todo el cuerpo eclesial y el mundo, hoy, que salta a la vista el fracaso total del Concilio y el lamentable error que supuso abandonar la Sagrada Tradición, también los fieles prudentes y moderados se están viendo obligados a reconocer la estrechísima relación entre los objetivos que se fijaron, los medios que se adoptaron y el fruto obtenido. Es más, precisamente si tenemos en cuenta cuál era el objetivo a alcanzar, deberemos preguntarnos si lo que con tanto entusiasmo se anunciaba como primavera conciliar no fue otra cosa que un pretexto que ocultaba un plan inconfesable contra la Iglesia de Cristo. Los fieles no sólo no participan de los Santos Misterios entendiéndolos mejor, como se les había prometido, sino que han llegado a considerarlos superfluos, y la Misa ha caído en consecuencia a unos niveles ínfimos. Tampoco se puede decir que los jóvenes encuentren nada de entusiasmante o heroico en abrazar el sacerdocio o la vida religiosa, dado que tanto el uno como la otra han sido trivializados y privados de su especificidad y del sentido de entrega y sacrificio que imita el ejemplo de Nuestro Señor y debe llevar en sí toda acción verdaderamente católica. La vida civil se ha barbarizado a un extremo inusitado, y junto con ella la moral pública, la santidad del matrimonio y el respeto a la propia vida y el orden de la creación. Esos propagandistas del Concilio responden con los desafíos de la bioingeniería y el transhumanismo, soñando con seres producidos en serie y conectados a la red mundial, como si manosear la naturaleza humana no fuera una aberración satánica que no merece ni ser teorizada. Les oímos pontificar que «excluir a los inmigrantes es repugnante, pecaminoso y criminal» (aquí) mientras las ONG, Cáritas y diversas entidades benéficas hacen negocio con el tráfico de inmigrantes clandestinos a costa del Estado y se niegan a acoger a los propios italianos, abandonados por las instituciones y víctima de las crisis producidas por el Sistema. Exhortan al desarme a naciones e inducen a los ciudadanos a avergonzarse de su identidad nacional mientras teorizan la licitud del envío de armas a Ucrania, a un gobierno títere del Nuevo Orden Mundial financiado por organizaciones mundialistas y por las principales organizaciones de la élite.

Otro gravísimo error teológico que adultera la verdadera naturaleza de la Iglesia está en los cimientos esencialmente laicistas de la eclesiología conciliar, no sólo en lo que se refiere a la institución y su misión en el mundo, sino también en que ha destruido el vínculo de complementariedad jerárquica entre la autoridad espiritual de la Iglesia y la civil del Estado, cuando las dos tienen su origen en la Señoría de Cristo. Ese tema en apariencia tan complejo en el tratamiento casi esotérico que hacen de él los sectarios del Concilio, ha sido objeto de una reciente intervención de Joseph Ratzinger (aquí) de la que tengo pensado hablar en otro artículo.

«Tú que nos amas –dice Bergoglio en la homilía Memoria de San Juan XXIII-, líbranos de la presunción de la autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Líbranos de la autoexclusión de la unidad. Tú, que nos apacientas con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú, que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las polarizaciones, de los “ismos”». Estas palabras denotan una desfachatez inaudita, parecen una burla. Pues bien, ha llegado el momento de que el clero y los fieles de la iglesia conciliar se pregunten si ésta no será la primera en presumir de autosuficiente, de contribuir a la crítica mundana burlándose de los buenos católicos y tildándolos de rígidos e intolerantes, apartándose deliberadamente de la unidad de la Tradición y pecando orgullosamente de autorreferencialidad.

†Carlo Maria Viganò, arzobispo

22 de octubre de 2022

S. Evaristi Papæ et Martyris

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

lunes, 9 de mayo de 2022

Seguros en la Fe, mal que le pese a Roma (Mons. Héctor Aguer)



También en INFOVATICANA


[InfoVaticana/FVN] Es causa de asombro, desconcierto y preocupación de muchísimos fieles la persistencia del máximo exponente del magisterio eclesial en criticar -burlonamente a veces- a quienes están seguros de la identidad de la fe y se afirman en ella con alegría, agradecidos a Dios por hallarse enraizados en la gran Tradición de la Iglesia. Estos cristianos son vituperados como rigurosos fariseos. La insólita postura de la Santa Sede contradice la enseñanza de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que tanto amaron y glorificaron el esplendor de la verdad.
El moralismo relativista que actualmente profesa Roma, hunde la realidad de la fe y sus consecuencias éticas y espirituales en el ámbito kantiano de la Razón práctica. Peor aún: los “nuevos paradigmas” propuestos por el pontificado se someten a los dictados de un Nuevo Orden Mundial, manejado por la masonería y financiado por el imperialismo internacional del dinero. Desde hace tiempo se sabe que el Vaticano es una cueva de masones, que se ayudan a trepar a los cargos más influyentes, según los pactos secretos que desde sus orígenes caracterizan a la secta; los cuales han sido repetidas veces denunciados por los pontífices, que alertaron sobre el peligro que la tradicional enemiga de la Santa Iglesia implica para el orden social basado en la ley natural, y para el sostén y desarrollo de la fe en la vida de los pueblos. Soy consciente de la verdad y exactitud de lo que acabo de escribir, por eso no temo que mi libertad sea coartada por medidas que nadie se atreverá a tomar.
Los errores y las herejías pueden procesarse y difundirse ampliamente, ante el silencio cómplice de quienes deberían condenarlos, según fue hecho desde los tiempos apostólicos. El testimonio del Nuevo Testamento es por demás elocuente: “Conviene que haya herejías, para que se manifieste quiénes son fieles” (1 Cor 11, 19: hina kai hoi dokimoi phaneroi genontai). El sínodo alemán, ante el silencio de Roma, distingue en ese pueblo germánico a los verdaderos creyentes de los atrapados por los errores, que deben hacer sonreír a Martín Lutero (allí donde se encuentre). En la misma carta que citamos, el Apóstol Pablo recuerda a los fieles el Evangelio que les ha predicado, el que ellos recibieron, en el cual estamos firmes (estekate: 1 Cor 15, 1) por el cual son salvados si permanecen firmes (ei katechete: 1 Cor 15, 2), porque de lo contrario han creído en vano (ektos ei me eike episteusate). Lo fundamental, que Pablo les recuerda, es lo que él les ha entregado. Resulta escandaloso que Roma descalifique la tradición. San Pedro, en su Segunda Carta, hace notar a sus lectores -¡y a nosotros!- que su propósito es asegurarlos, hacerlos más firmes, esterigmenous (2 Pe 1, 12); les advierte contra los maestros mentirosos (pseudodidáskaloi) que se introducen en la Iglesia, como los falsos profetas en el pueblo de Israel; por ellos es blasfemado el camino de la verdad (2 Pe 2, 2).

Las epístolas pastorales del Apóstol Pablo describen una situación que se ha verificado periódicamente en la historia de la Iglesia: se precipitan “tiempos peligrosos” (kairoi chalepoi, 2 Tim 3, 1) por la introducción de errores que debilitan la fe y la seguridad de los fieles, respecto de la tradición en la que se apoyan. Por eso anima a sus discípulos y colaboradores a resistir. Muchas veces he citado el pasaje de 2 Tim 4, 1 ss: los pastores de la Iglesia deben predicar incansablemente la verdad, deben argüir e increpar (epitimeson: 2 Tim 4, 2). El problema era, y es, el de los falsos maestros que halagan los oídos que buscan actualidad, procuran reubicarse en un mundo más amplio, de aquellos que se entregan a los mitos abandonando la verdad (apo men tes aletheias… epi de tous mythous, ib 4, 4). Como los textos asumidos en estas citas, se encuentran numerosos pasajes en los que se expresa todo lo contrario de la orientación del actual pontificado. El contraste aparece en la simple comparación.

He señalado una causa en el predominio del moralismo, que despoja a la doctrina de la fe del dinamismo que la orienta hacia su dimensión mística. La fe es contemplativa; su aplicación al obrar depende de aquel reposo fruitivo y seguro en la verdad que es su objeto: es theoría antes que praxis; y la segunda acierta con lo que hay que hacer, en cada circunstancia, porque es iluminada por esta lumbre superior que permite discernir con sabiduría. El moralismo es necesariamente pragmático y relativista. La crítica que dirijo a esta corriente hoy día oficial incluye la observación de que ya no se predica íntegramente la doctrina de la fe. San Juan Pablo II nos ha dejado en el Catecismo de la Iglesia Católica una síntesis actualizada de lo que hoy debemos creer y difundir. En ese corpus que abarca dogma, moral y espiritualidad se halla la identidad del catolicismo, en la cual los cristianos en este “tiempo peligroso” podemos asegurarnos, dirigiendo la mirada de nuestro espíritu al Señor que está con nosotros “todos los días” (pasas tas hemeras, Mt 28, 20).

Parece mentira -pero es una penosa realidad- que, después de más de medio siglo, se cumplan aquellas palabras de Pablo VI: “Por alguna rendija entró el humo de Satanás en la Casa de Dios”. El sedicente “espíritu del Concilio”, contra el cual reaccionó tan sabiamente Jacques Maritain en “El campesino de Garona”, asoma nuevamente, esta vez desde la mismísima Colina vaticana. Los discursos pontificios eluden expresamente las verdades que habría que recordar con claridad, con magnanimidad y paciencia; y se detienen exclusivamente en aquellos “nuevos paradigmas”, que golpean en vano a los verdaderamente fieles, que intentan vivir con fidelidad lo que han recibido. El cristiano es alguien que ha recibido lo que cree y que, merced a los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, procura ordenar su vida de hombre nuevo según el ejemplo de Cristo.

No debe extrañarnos que en los programas pastorales que se alientan desde la usina de la sinodalidad, los sacramentos no tengan lugar. Sacramentum traduce el griego mysterion; el moralismo pragmático relativista es incapaz de percibir los misterios de la fe, y tiende espontáneamente a descartar la dimensión sobrenatural de una pastoral de los sacramentos, que asegura el don de la gracia ofrecido a todos: la liberación del pecado y expansión de la vida nueva de participación de la naturaleza divina. Somos participantes de la naturaleza divina, theias koinonoi physeos (2 Pe 1, 4). Lo que constituye la vida de un cristiano es mantenerse en lo que ha recibido, en el “mandato viejo”, que dice San Juan en su Primera Carta, la entolen palaiàn (1 Jn 2, 7), es decir la recepción de la luz que aleja la tiniebla: he skotia paragetai (1 Jn 2, 8).

Un hecho histórico que permite apreciar hasta dónde se extiende el “peligro” de este tiempo oscuro, ha sido el silencio, o quizá el repudio, que ha merecido la presentación respetuosa de dudas sobre el alcance de la innovación semi-disimulada en la Exhortación Amoris laetitia; obra de cuatro eminentes cardenales, Burke, Caffarra, Brandmüller y Meisner. La cuestión de la posibilidad de admitir a los sacramentos a las personas divorciadas que han pasado a una nueva unión, fue un globo de ensayo del moralismo relativista; para el cual ya no hay actos intrínsecamente malos. Es una estafa contra los mismos posibles beneficiarios de esa permisión el propósito de trazar un camino alternativo al que indica la Tradición; equívoco que no puede ser considerado un gesto de misericordia. La justicia -la justificación por la gracia- es la verdadera misericordia. No es algo menor la objetividad con que la praxis eucarística se inscribe en la vida cristiana contra el mero deseo subjetivo de comulgar; en este orden la Tradición católica, con el reconocimiento de la sana teología, es fiel a los orígenes, tal como inequívocamente aparece en el Nuevo Testamento. La seguridad que proporciona el abrazo a la verdad conocida y amada, no implica de ninguna manera desprecio de quienes vacilan o han sido ya ganados por el relativismo; al contrario, expresa la fraterna preocupación para hacerles participar de la alegría que brinda la integridad de la fe, recibida humildemente como un don inmerecido.

La inquietud que provoca la actual postura del magisterio se agrava al considerar el sistema de promociones al Episcopado y a la dignidad Cardenalicia, por su abundancia y su orientación. En efecto, ¿qué sentido tiene que una diócesis que carece de vocaciones y cuenta con un número insuficiente de sacerdotes para cubrir las necesidades pastorales, disponga de dos obispos auxiliares? Me refiero a lo que ocurre en la Argentina, aunque la misma actitud puede verificarse en otros países. 

No es un pecado de suspicacia pensar que existe el propósito expreso de reformar la Iglesia, y difundir el criterio moralista y relativista que, como ya he dicho, se ha convertido en una política oficial. Desearía liberarme de tal inquietud y estar equivocado en el juicio que hago de la orientación impuesta desde Roma. Como muchos otros que en el mundo entero comparten esta inquietud mía, sólo puedo reposar en la confianza y el amor de Cristo, Señor y Esposo de la Iglesia; y en la intercesión de la Virgen Santísima, a la que invoco de corazón. No deseo caer en la pretensión de tener la razón en la crítica que no puedo menos que hacer, aunque las declaraciones y los hechos reseñados crévent mes yeux me producen un dolor amargo, que inducen a pensar y a juzgar. ¡Que el Señor tenga piedad de nosotros, y alivie la duración de este “tiempo peligroso” que vivimos! Insisto en lo que observo al comienzo de esta nota: asombro, desconcierto, preocupación: ¿qué otros sentimientos podría suscitar el extraño fenómeno de apalear a los verdaderos católicos, y acariciar a los herejes? Nuestra sencilla gente de campo diría: “cosa ´e mandinga”; el “humo de Satanás que por una rendija se ha metido en la Casa de Dios”, según confesaba un desengañado Pablo VI.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).


Buenos Aires, martes 3 de mayo de 2022.
Fiesta de los Santos Felipe y Santiago, apóstoles.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

¿Un Papa cismático? (Por Christopher A. Ferrara)



“No se puede descartar que entraré en la historia como el que dividió a la Iglesia católica . . . No le tengo miedo a los cismas . . .” (Jorge Mario Bergoglio)
Como era de esperar, y justo a tiempo para Navidad, Mons. Roche, el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y los Sacramentos, que odia la Misa en latín, ha emitido, bajo la autoridad del Papa, que también odia la Misa en latín, una «aclaración» a «Traditionis custodes» (TC) en forma de respuestas. a once preguntas (dubia).

Las preguntas, por supuesto, son inventadas. En realidad, nadie les está preguntando a los miembros de la Congregación del Culto Divino y los Sacramentos (excepto quizás algunos obispos hostiles cuyas dubia fueron solicitadas para justificar esta farsa). De manera similar, la “encuesta” de opinión sobre la aplicación del Summorum Pontificum (SP) que precedió al TC fue ideada para provocar una respuesta negativa de algunos obispos, mientras que todas las respuestas positivas se han ocultado. Y lo mismo sucedió con los sínodos de Bergoglio, donde las opiniones disidentes fueron excluidas sistemáticamente de los documentos publicados. Así como nunca veremos los procedimientos completos de los Sínodos o las respuestas reales a la «encuesta», tampoco nunca veremos la «dubia» que se supone que debemos creer que ha llegado al Vaticano de grupos preguntando con urgencia. Pero ese es el modus operandi de Bergoglio: levantar un aparato para ocultar el ejercicio desnudo de su voluntad tiránica.

Entonces, ¿qué dice la «aclaración» de Roche? Permítanme darles un resumen sin todas las preguntas falsas y notas explicativas:

1. Los sacerdotes que se nieguen a concelebrar la Misa del Novus Ordo serán despojados de su facultad para celebrar la Misa tradicional.

2. Ningún sacerdote ordenado después de la fecha de publicación de TC puede celebrar la Misa tradicional sin el permiso de la Santa Sede (es decir, Bergoglio).

3. El permiso para celebrar la Misa tradicional puede concederse por un tiempo limitado, incluso por muy poco tiempo, incluso un día en principio.

4. Nadie puede sustituir a un sacerdote que tenga permiso para celebrar la Misa tradicional a menos que el sacerdote sustituto también tenga una “autorización formal” del obispo local, o de Bergoglio, según sea el caso.

5. El permiso del obispo para celebrar la Misa tradicional se limita al territorio de su diócesis, fuera del cual el sacerdote en cuestión tiene prohibido ofrecer la Misa tradicional. Ni siquiera se permite el régimen del indulto de 1984.

6. Los sacerdotes autorizados para celebrar la Misa tradicional pueden celebrar solo una Misa por día.

7. Ningún sacerdote puede celebrar la misa tradicional el mismo día de la semana que celebra una misa del Novus Ordo, lo que elimina la bi-ritualidad y, por tanto, disminuye la disponibilidad de las misas tradicionales diarias.

8. Ningún diácono u otro “ministro instituido” puede asistir a una Misa tradicional autorizada a menos que él también tenga la autorización del obispo local.

9. La Misa tradicional debe estar prohibida en las parroquias, pero el obispo local puede pedir permiso a Bergoglio para celebrar la Misa tradicional en una parroquia solo si es «imposible» encontrar otro lugar. Incluso entonces, sin embargo, la misa tradicional no debe estar incluida en el horario de misas parroquial.

10. Los sacerdotes que celebran la Misa tradicional deben proclamar las lecturas en lengua vernácula, utilizando traducciones de la Biblia aprobadas por las conferencias episcopales, no las traducciones que se encuentran en los Misales tradicionales. Es decir, las lecturas deben ser de las versiones de la Biblia del Novus Ordo teológicamente corruptas y sordas, incluso si, por ahora, todavía se puede seguir el calendario litúrgico tradicional.

11. Como Bergoglio (o eso cree) ha «abrogado» tanto el Pontificale Romanum tradicional (ritos realizados por los obispos) como el Rituale Romanum (ritos realizados por los sacerdotes), todas las ordenaciones y confirmaciones según los ritos tradicionales están ahora prohibidas, al igual que todas las bodas, bautizos y funerales de rito tradicional fuera de unas pocas parroquias tradicionales instituidas canónicamente, lo que significa que no se permiten en casi ningún sitio.

No hacía falta ser profeta para ver esto venir. Como escribí hace casi tres años, justo después de que Bergoglio aboliera la Pontificia Comisión Ecclesia Dei:Me atrevería a aventurar que Bergoglio está bastante dispuesto e incluso planea abrogar Summorum Pontificum tras la muerte del Papa Benedicto, si Bergoglio le sobrevive. Entonces se abriría el camino a un diktat papal o episcopal local, reduciendo aún más el acceso a la Misa en latín a un mero indulto que se puede conceder o retirar a voluntad. El principio (para citar a Benedicto) de que “lo que era sagrado para las generaciones anteriores, sigue siendo sagrado y grande para nosotros también, y no puede ser prohibido repentinamente” volvería a ser enterrado por un brutal ejercicio de poder puro.

El objetivo sería una cuarentena para la Misa en latín tradicional solamente dentro de unas pocas sociedades o comunidades establecidas, seguida de una despiadada supresión de su celebración por parte de aquellos obispos que nunca han aceptado Summorum Pontificum y han buscado por todos los medios socavar su aplicación.


De hecho, esta predicción fue bastante suave en comparación con lo que claramente pretende Bergoglio: la aniquilación total de la tradición litúrgica latina. Sus motivos son a la vez mezquinos y patológicos: está enfurecido por los críticos tradicionalistas, a los que pretende ignorar, y para vengarse de ellos se las arregla para castigar a todos los fieles privándolos de un patrimonio litúrgico que les ha dado Dios, como si tuviera algún poder para hacerlo. Y desprecia la Misa en latín porque su persistencia y su crecimiento, a pesar de toda oposición que se ejerce contra ella, es una demostración constante de que las novedades con límite de tiempo que promueve con energía fanática son tan efímeras como su propia carne y pronto desaparecerán, a menos que emplee la fuerza bruta para mantener su existencia un poco más. Bergoglio actúa como un hombre que sabe que su tiempo se acorta.

Roche deja en claro cuáles son los riesgos. Todo el propósito de TC, escribe, es obligar a cada obispo a «que su diócesis vuelva a una forma unitaria de celebración». Es decir, la podrida invención de Bugnini de hace cincuenta años, la cual, para citar al futuro Papa Benedicto XVI en su prólogo al libro La Reforma de la Liturgia Romana de Gamber: «abandonó el proceso orgánico y vivo de crecimiento y desarrollo a lo largo de los siglos, y lo reemplazó, como si se tratase de un proceso de fabricación, por otro que dio lugar a un producto banal inmediato». El resultado para la mayor parte de la Iglesia, escribió Gamber en ese tratado histórico, ha sido «la verdadera destrucción de la misa tradicional» y la consiguiente «destrucción al por mayor de la fe en la que se basaba, una fe que había sido para innumerables católicos fuente de piedad y de valor para dar testimonio de Cristo y de su Iglesia durante muchos siglos». (Reforma de la Liturgia Romana, p. 102).

La «destrucción total de la Fe» es el programa auténtico de Bergoglio. Y eso significa que no se detendrá con TC. Luego vendrá la intervención de las órdenes tradicionales, incluyendo la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro y el Instituto de Cristo Rey. El plan es, sin duda, desmembrar todas en la línea en que lo ha hecho con los Frailes Franciscanos de la Inmaculada. Bergoglio pretende nada menos que el exterminio total del catolicismo tradicional y de todas las vocaciones sacerdotales que atrae. «No hay necesidad de crear otra iglesia, sino de crear una iglesia diferente», dijo Bergoglio, citando al ultra modernista Yves Congar en el discurso de apertura de su ridículo «Sínodo sobre la Sinodalidad». Es un ejemplo de la delirante soberbia de un modernista en la Cátedra de Pedro.

Pero Bergoglio tiene, después de todo, 85 años y le falta parte de un pulmón y más de treinta centímetros de intestino grueso. Los rumores de cáncer terminal abundan. En su carrera contra el tiempo y el Espíritu Santo, Bergoglio no se detendrá ante nada para detener el rápido crecimiento del movimiento tradicionalista de los jóvenes, y luego lo asfixiará brutalmente, no sea que su florecimiento en la fidelidad a la Tradición continúe avergonzando la corrupción terminal de la clase dirigente del Novus Ordo y su anciano liderazgo. Pretende obligar a toda la Iglesia a sucumbir a la comorbilidad irreversible del Novus Ordo, resultado de una obra humana decadente cuya vida puede que no supere la de un ser humano.

Y así, aunque Bergoglio ocupa el papado, no es un Papa, sino un destructor. Cualquiera con un poco de sentido común seguramente puede ver eso. Debería haber sido obvio desde el momento en que salió al balcón de San Pedro, sin la estola papal, y dijo: «Hermanos y hermanas, buenas noches». (Me avergüenza admitir que no fue obvio para mí esa fatídica noche, cuando elogié al nuevo Papa como alguien que parecía —sí, en realidad así lo pensaba— muy humilde y mariano.) Pero mucho antes de la publicación de TC su carácter destructor ya se había hecho evidente para muchos observadores de buena voluntad, incluso fuera de los círculos tradicionalistas. Ahí está, por ejemplo, el testimonio del Dr. Douglas Farrow, profesor de teología en la Universidad McGill, quien escribió para Catholic World Report en 2018 acerca de lo que llamó «el preocupante pontificado de Bergoglio»:Los críticos tienen razón en que la revolución está equivocada. Esto no es una reforma; ni siquiera es un cambio. Es una conquista. Si no se detiene, las puertas del Hades se impondrán a la Iglesia, que se extinguirá en todas partes como se está extinguiendo en las tierras de los propios revolucionarios. Debemos apelar al Cielo para que la detenga, y prepararnos para ayudar a detenerla confiados en la promesa de Nuestro Señor de que las puertas del infierno no prevalecerán ni su Iglesia fracasará.

Eso fue hace más de tres años. Hoy en día, no se puede negar que Bergoglio es el líder de un golpe de estado eclesial apocalíptico, realmente de un intento de conquista de la Iglesia. Su objetivo es nada menos que la creación formal de una nueva religión dentro de la estructura visible de la Iglesia. Esto es algo que institucionalizaría universalmente, si fuera posible, todas las tendencias a la disolución eclesial y a la apostasía desatadas por ese fallo general del sistema inmunológico de la Iglesia, que fue en lo que consistió el Concilio Vaticano II.

Recordemos la enseñanza de San Roberto Belarmino sobre la resistencia a un hipotético Papa que, como está haciendo éste, atacara a la Iglesia:

No se requiere autoridad para resistir a un invasor y defenderse, ni es necesario que el invadido sea juez y superior del que invade; la autoridad se necesita para otras funciones: juzgar y castigar. Por lo tanto, así como sería lícito resistir a un Pontífice que invadiera un cuerpo, también sería lícito resistir su intento de invadir las almas o de perturbar un estado, y mucho más si se empeñara en destruir la Iglesia. Digo que es lícito resistirlo, no haciendo lo que manda y bloqueándolo, para que no imponga su voluntad; aunque no sea lícito juzgarlo ni castigarlo, ni siquiera deponerlo, porque es un superior. Véase Cayetano sobre este asunto, y Juan de Turrecremata[i].

Recordemos también la célebre observación del gran tomista Francisco Suárez (m. 1617), quien citó a autores anteriores como Cayetano (m. 1534) para la proposición, destacada por Gamber [ii], de que «un Papa sería cismático si, como es su deber, no estuviera en plena comunión con el cuerpo de la Iglesia, por ejemplo, si excomulgara a toda la Iglesia, o si cambiara todos los ritos litúrgicos de la Iglesia que han sido mantenidos por la tradición apostólica»[iii]. 

Como se ha señalado anteriormente, en una declaración que se le atribuye y que no ha desmentido, Bergoglio declaró abiertamente la posibilidad de que «entrará en la historia como el que dividió la Iglesia católica.» En otra declaración, mencionada al comienzo de este artículo, que aparece en una transcripción de una de sus conferencias de prensa realizadas mientras viaja en avión, Bergoglio declaró que «no tiene miedo de los cismas», es decir, de los que cree que provocará en su determinación de librar a la Iglesia de aquellos a los que acusa de «una separación elitista derivada de una ideología desligada de la doctrina. Es una ideología, tal vez correcta, pero que compromete la doctrina y la desvincula . . . . «. Se refiere con estas palabras Bergoglio a los católicos ortodoxos, como todo el mundo debería saber después de ocho años de verle convertido en una fuente de herejías, blasfemias e incesantes reprimendas contra los fieles que muestran cualquier signo de renacimiento católico en la distopía neomodernista que preside.

Bergoglio no teme los cismas. Pero nunca se le ocurriría pensar que el único cisma que es capaz de provocar es su propia separación de la Iglesia, precisamente de la manera prevista por Suárez. Porque no obedecer los absurdos mandatos de Bergoglio es permanecer fiel a la Esposa de Cristo y al oficio petrino que él ha profanado, hasta el punto de pretender deshacer la defensa de la tradición litúrgica de su propio predecesor que aún vive. Nunca la Iglesia ha sido testigo de una arrogancia tan desmedida en un Papa. Incluso los Papas más tiranos del pasado limitaron los estragos que causaron a personas o a lugares concretos, pero Bergoglio pretende arrasar con toda la mancomunidad eclesial.

Ayer, la FSSP emitió un comunicado en respuesta al documento de la Congregación para el Culto Divino y los Sacramentos, declarando que «Los miembros de la Fraternidad de San Pedro prometimos ser fieles a nuestras Constituciones en el momento de nuestra admisión en la Fraternidad, y seguimos comprometidos exactamente con eso: la fidelidad al Sucesor de Pedro y la fiel observancia de las «tradiciones litúrgicas y disciplinarias» de la Iglesia, de acuerdo con las disposiciones del Motu Proprio Ecclesia Dei del 2 de julio de 1988, que está en el origen de nuestra fundación.» 

Pero, ¿qué pasará cuando, como parece inevitable salvo intervención divina, Bergoglio fuerce la situación y exija a los miembros de la Fraternidad que rompan su promesa a los fieles? Un Papa que piensa que puede derogar los libros litúrgicos tradicionales de la Iglesia en uso desde tiempos inmemoriales, junto con el Motu Proprio de su propio predecesor mientras aún vive éste, no tendrá ningún reparo en anular los términos de la Ecclesia Dei de Juan Pablo II y llevar a cabo la disolución total de la FSSP. Sólo podemos rezar para que la Fraternidad y las demás sociedades de Misa Latina lanzadas por Ecclesia Dei se nieguen a consentir su propia destrucción; para que esta vez, por fin, no haya una falsa obediencia a mandatos injustos e inmorales que causan un daño incalculable a las almas.

«El Papa no es un monarca absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley», dijo el Papa que nos dio Summorum Pontificum, liberando así a la Misa latina de cuarenta años de falsa prisión. Pero Bergoglio evidentemente cree que sus pensamientos y deseos obligan a toda la Iglesia, que lo que él piensa es el Magisterio. Como declaró en una de sus innumerables entrevistas de prensa: 
«Estoy constantemente haciendo declaraciones, dando homilías. Eso es el magisterio. Eso es lo que yo pienso, no lo que los medios de comunicación dicen que pienso».
Ante un Papa de un tipo que nunca se ha visto en los anales del papado, nuestra única respuesta debe ser non possumus. Y si Bergoglio persiste en su locura, la única respuesta de la Iglesia será, a su debido tiempo, la de León II a Honorio I: «Anatematizamos a . . . Honorio, que no intentó santificar esta Iglesia Apostólica con la enseñanza de la tradición apostólica, sino que con una traición profana permitió que se contaminara su pureza.»

Si «traición profana» es una descripción válida de la promoción por parte de Honorio de la herejía del Monotelitismo, es también, sin duda, una descripción adecuada de un Papa que ha pasado los últimos ocho años menospreciando la doctrina católica, alterando el Catecismo para que se adapte a sus puntos de vista personales, tergiversando las Sagradas Escrituras, burlándose de los fieles y de su devoción a la Tradición, y socavando incluso la adhesión a los Diez Mandamientos al promover la herética noción luterana de la justificación: «¿Debo despreciar los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que es Jesucristo quien me justifica».

De hecho, ha llegado el momento de considerar si el Papa que no teme los cismas está realmente prediciendo su propio y lamentable destino.

[1] Controversias de la fe cristiana, trad. Ryan Grant (Mediatrix Press: 2015), pág. 303. Ver también, Controversies of the Christian Faith, trad. P. Kenneth Baker, S.J. (Keep the Faith: 2016), Tercera Controversia General sobre el Soberano Pontífice, Libro II, p. 835.

[2] Reforma de la liturgia romana, págs. 35-6 y n. 27.

[3] [Et hoc secundo modo posset Papa esse schismaticus, si nollet tenere cum toto Ecclesiæ corpore unionem et coniunctionem quam debet, ut si tenat et totem Ecclesiam excommunicare, aut si vellel omnes Ecclesiasticas cæremonias apostolica traditione firmatas evertere.] (Cf. Gamber, Reform of the Roman Liturgy, p. 35-6 & n. 27).

Traductor AMGH. Artículo original