Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
“Estoy abierto al mundo, pero insisto en las cosas fundamentales. Como la Eucaristía”. “La Iglesia debe ser clara sobre la identidad”, dice al Foglio el canonista
El cardenal Raymond Leo Burke, hoy capellán de la Soberana Orden Militar de Malta, fue prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura apostólica del 2008 al 2014. Esto tuvo lugar el 2 de abril de 2016
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Si por fundamentalista se entiende alguno que insiste en las cosas fundamentales, soy un fundamentalista. Como sacerdote, no enseño ni actúo para mí mismo. Pertenezco a Cristo. Actúo en su persona, enseño solo lo que Él enseña en la Iglesia, porque esta enseñanza salvará las almas.
El cardenal Raymond Leo Burke, canonista y desde hace casi un año capellán de la Soberana Orden Militar de Malta, responde así a la pregunta de el Foglio si su notable y repetida oposición a cada cambio de la praxis pastoral en discusión durante estas semanas en el sínodo sea tachada de fundamentalismo.
Burke dice que hay que olvidar las etiquetas, cuyo uso “es un modo para descartar a una persona y para no considerar la verdad de lo que enseña o hace. Yo soy católico romano, espero siempre serlo, y, al final de mi vida terrena, morir en los brazos de la Iglesia”.
(...) De la Eucaristía se discute y se debate ardientemente, en libros y diarios y asambleas episcopales. Darla o no darla a los divorciados vueltos a casar es el dilema sobre el cual se desarrolla el confrontamiento sinodal, con los bandos opuestos empeñados en individualizar un compromiso capaz de evitar sucesivas laceraciones.
Walter Kasper, teólogo y cardenal alemán al que el pontífice asignó el honor de sostener la relación consistorial sobre la familia, en febrero de 2014, ha confirmado recientemente que no se puede negar la comunión a los divorciados vueltos a casar, desde el momento en que la Eucaristía “es siempre para los pecadores”.
Burke tiene las ideas claras: “la proposición del cardenal Walter Kasper no es conciliable con la doctrina de la Iglesia sobre la santa comunión y sobre la indisolubilidad del matrimonio. Ciertamente, el Santísimo Sacramento es para los pecadores – que somos todos nosotros- pero para pecadores arrepentidos. La persona que vive en unión irregular es relacionada a otro matrimonio, y por eso vive públicamente en estado de adulterio, según la clara enseñanza del Señor en el evangelio. Hasta que la persona en unión irregular, o sea, en un contexto contrario a la verdad de Cristo sobre el matrimonio, no corrija la propia situación, no puede disponerse a recibir los sacramentos, porque no ha manifestado el arrepentimiento necesario para la reconciliación con Dios”.
Y aunque se discute, y no son pocos los que quisieran abrirse a tal posibilidad, también en el nombre de la divina misericordia que no deja atrás a ninguno. Dice Burke: “Si la Iglesia permitiera la recepción de los sacramentos (al menos en un solo caso) a una persona que se encuentra en unión irregular, significaría que o el matrimonio es indisoluble y así la persona no está viviendo en un estado de adulterio, o que la santa comunión no es comunión en el cuerpo y sangre de Cristo, que en cambio necesita la recta disposición de la persona, o sea, el arrepentimiento de grave pecado y el sólido propósito de no volver a pecar”.
“Tristemente –agrega el purpurado- toda la discusión que ha seguido la presentación de la tesis del cardenal Kasper, sea antes o después de la asamblea del sínodo de los obispos en octubre de 2014, creó una gran confusión entre muchos fieles. Muchos sacerdotes y obispos me dicen que tantas personas que viven en unión irregular están convencidas que la Iglesia ha cambiado su enseñanza y por eso pueden recibir los sacramentos. En una gran ciudad que visité el pasado mayo, sobre el portón de una iglesia parroquial había un aviso en el que se advertía que en esa iglesia los divorciados vueltos a casar accederían a los sacramentos. En ciertos países, parece que diversos obispos hayan simplemente tomado la decisión de administrar los sacramentos a cuantos se encuentran en unión irregular”. Raymond Burke ve confusión: “no hay duda que la confusión sea ya grande, y que la Iglesia, para el bien de las almas y para su fiel testimonio a Cristo en el mundo debe afirmar claramente su perenne enseñanza sobre la indisolubilidad del matrimonio y sobre la santa comunión”.
(...). Quizá el riesgo de hoy es de degradar el sentido, casi haciendo aparecer la comunión una rutina o menos: “No hay duda que por varios motivos, el supremo bien con el que el Señor ha dotado su cuerpo místico, la Iglesia, es decir, el sacramento de la Eucaristía, dé mucho para que en la Iglesia no sea visto en su tremenda realidad. Cuando uno considera la verdad enunciada de santo Tomas de Aquino, según el cual la Eucaristía contiene todo el bien de nuestra salvación, es difícil comprender cómo tantos se ausentan de la misa dominical y tantos no retienen que la sagrada hostia sea el verdadero cuerpo de Cristo”.
Pero también hay otras cosas, por ejemplo, la difícil comprensión por el “modo de ofrecer la santa misa centrado en el sacerdote y la congregación, y no en la presencia real de Cristo, sentado a la derecha del Padre celeste, que baja al altar para hacer presente su sacrificio, para ofrecernos de nuevo el don de sí mismo, como lo hizo por primera vez en la última cena, anticipando su Pasión y muerte para nuestra salvación.
Si uno cree verdaderamente en el sacramento de la Eucaristía, no renunciará a presenciar la asamblea eucarística y querrá demostrar en modos concretos de fe a través de la dignidad de la celebración de la santa misa y las devociones eucarísticas, la exposición del Santísimo con la bendición, las procesiones eucarísticas, las visitas al Santísimo Sacramento, actos de comunión espiritual durante el día, etc.”.
(...) “En mi opinión dice el cardenal Burke – la principal causa de la pérdida de fe eucarística y de todas las ofensas ofrecidas al Señor en su presencia real en el Santísimo Sacramento es una catequesis vacua y hasta casi errónea que han abajado la Iglesia en los Estados Unidos por lo menos en los últimos 40 años.
(...) El hecho –agrega el purpurado americano- “que algunos, y quizá muchos, padres no enseñaran en casa la verdad sobre la Eucaristía y no fueran regularmente a la misa dominical, agravó más la ignorancia de la fe eucarística. En los Estados Unidos se dice con cierta frecuencia que más del 50 por ciento de los católicos no cree más en la presencia real. Sin embargo, esto es el corazón de la fe católica. Quien ya no cree en la presencia real ya no es católico. La situación es grave y no puede ser corregida sino por una catequesis completa y repetida –a lo largo de los años de infancia y juventud, y también para los adultos con la homilía dominical- sobre la riqueza de la doctrina de la Eucaristía, sobre el modo de celebrar la santa misa que evidencia la acción de Cristo a través de la persona del sacerdote que guía los fieles en el sacrificio eucarístico. Una catequesis necesaria también en referencia a la devoción eucarística que fue desarrollada en modo extraordinario a lo largo de los siglos cristianos, como el papa Benedicto XVI subraya en la exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis”.
(...) Cristo, cuando encontró a la samaritana en el pozo de Jacob, sí fue acogedor, pero le habló claramente de su grave desorden por sus tantos matrimonios y de los requisitos inherentes al culto de Dios ‘en espíritu y verdad’”.
(...) Cristo dejó claro que no vino al mundo para cambiar la realidad matrimonial como Dios Padre la constituyó al inicio del mundo, sino para restituirla a su verdad, belleza y bondad original. Por su Pasión, Muerte, Resurrección y Asunción, Cristo elevó el sacramento natural, la participación al amor divino, al sacramento sobrenatural, concediendo a los esposos la gracia de vivir fielmente, hasta el final, la verdad de su estado matrimonial”.
En cuanto a las críticas que le vienen a diario, de ser indisponible a la apertura hacia la realidad concreta que trasciende la abstracta doctrina, Raymond Burke sonríe: “estoy totalmente abierto al mundo y estoy lleno de compasión para la situación de nuestro mundo, que está confundido y en error sobre las verdades más fundamentales: la inviolabilidad de la vida humana, la integridad del matrimonio y su fruto incomparable, la familia, y la libertad religiosa como expresión de la relación insustituible del hombre con Dios. Por este motivo, voy al encuentro del mundo con la verdadera compasión que ofrece al mundo la verdad en la caridad. He descubierto, durante los cuarenta años de mi sacerdocio, que lo que el hombre (también el secular) espera de un sacerdote es Cristo, su verdad, su amor. Un sacerdote que –frente a la situación de la cultura actual- no anuncia con claridad la verdad, no practica la caridad pastoral y falta al testimonio inherente a su oficio”.
O sí, si atendemos la cita que hizo del Cardenal Martini, asegurando que la Iglesia lleva doscientos años de retraso. Ir con retraso significa saber con respecto a qué, y esa mención a los dos siglos, si contamos hacia atrás, nos lleva al Periodo Revolucionario que puso fin a la Europa cristiana. ¿Es eso? ¿Tiene que adecuarse la Iglesia al mundo?
Basta pensar unos minutos para darse cuenta de que la Iglesia no puede contentar al mundo -adecuarse a su mensaje, por lo demás cambiante- sin acometer cambios radicales en su doctrina perenne, y hacer algo así significaría, sin más, dejar de ser la Iglesia de Cristo. De modo que el Santo Padre debe de referirse a otra cosa, debe de estar hablando de las formas, de las estrategias de comunicación, de lo que puede, en fin, cambiarse.
Ahora bien, cuando alguien habla obsesivamente de la necesidad del ‘cambio’, aunque utilice esa palabra genérica, siempre tiene en la cabeza una dirección, tiene una idea más o menos clara de hacia dónde hay que cambiar o se va ineluctablemente a cambiar. Pero el pontífice, llamado a ser pastor y maestro, no tiene por qué ser un profeta acertado en el sentido vulgar de la palabra, en cuanto a saber por dónde irán los cambios. Y sospecho que no van a ser precisamente en la dirección que parece tener en la cabeza.
Francisco es un hombre de la generación del inmediato postconcilio, formado en aquella efervescencia de la llamada ‘primavera de la Iglesia’ a la que quiere, explícitamente, dar culminación, retomar el camino que se vio moderado o directamente interrumpido por sus dos inmediatos predecesores. Ese es el paradigma en el que se mueve; esa es su ‘modernidad’.
Pero, al menos en términos cuantificables, la celebrada ‘primavera’ ha sido un desastre. La proporción de católicos en Occidente ha caído en picado, pero no para dar ese ‘resto de Israel’ que, reducido, es más ferviente y comprometido. Este mismo año que termina supimos, por ejemplo, que una holgada mayoría de católicos en Estados Unidos no cree en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. ¿En qué sentido se sigue siendo católico sin eso?
El cambio real que, por el contrario, se está detectando entre los fieles practicantes quizá vaya en una dirección muy diferente a la que se refiere el Santo Padre. Por ejemplo, la preferencia por el Rito Extraordinario de la Misa. Se suponía que la misa de San Pío V, la que ha sido universal durante siglos, se permitía como una reliquia para un puñado de ancianos nostálgicos. Pero se está convirtiendo en algo muy distinto.
En la Iberoamérica natal de Su Santidad, por ejemplo. He aquí una enorme región sólidamente católica hace solo unas décadas que está apostatando en bandadas hacia el secularismo o hacia el protestantismo. Y un número no despreciable y creciente de quienes se quedan parecen optar por la ‘misa indultada’ y finalmente liberada por el motu proprio de Benedicto XVI ‘Summorum pontificum‘. Y no, no son el puñadito de viejos que reviven la misma de su niñez, sino en muchos casos familias jóvenes que no la han conocido hasta ahora.
Ya no existe la Cristiandad, como nos recuerda el Papa; los católicos somos cada día menos relevantes en la cultura y en la vida pública. Pero quizá la reacción que buscan los fieles no sea en seguir fundiéndose con el mundo halagando sus modas ideológicas, sino satisfacer el hambre de Dios, de esa sobrenaturalidad y transcendencia que parece haber desaparecido del mensaje cotidiano de nuestros pastores, con una práctica religiosa que acentúe el misterio central de nuestra fe.
Pero la palabra del profeta no tardaría en verificarse: la multitud de ídolos, que veían de ordinario sin celos a los dioses nuevos y foráneos venir a situarse a su lado, a la llegada del Dios de los cristianos repentinamente profirieron un grito de espanto y, sacudiendo su apacible polvo, se estremecieron sobre sus altares amenazados:“Ecce Dominus ascendit, et commovebuntur simulacra a facies ejus”.
Roma estuvo atenta a ese espectáculo y pronto, cuando se advirtió que ese Dios nuevo era el irreconciliable enemigo de los otros dioses; cuando se vio que los cristianos, cuyo culto se había admitido, no querían admitir el culto de la nación; en una palabra, cuando se hubo comprobado el espíritu intolerante de la fe cristiana, fue entonces cuando comenzó la persecución.
Escuchen cómo los historiadores de la época justificaban las torturas a los cristianos: ellos no dicen nada malo de su religión, de su Dios, de sus prácticas; no fue sino más tarde que se inventaron las calumnias. Ellos les reprochan solamente el no poder soportar ninguna otra religión que la suya. “Yo no dudaba — dice Plinio el Joven — sea lo que fuere su dogma, que no fuese necesario castigar su testarudez y su obstinación inflexible: Pervicaciam et inflexibilem óbstinationem”.
“No son en absoluto criminales — dice Tácito — pero son intolerantes, misántropos, enemigos del género humano. Tienen dentro de ellos una fe obstinada a sus principios, y una fe exclusiva que condena las creencias de todos los otros pueblos: Apud ipsos fides obstinata, sed adversus omnes alios hostiles odium“.
Los paganos decían bastante frecuentemente de los cristianos lo que Celso ha dicho de los judíos, quienes fueron confundidos mucho tiempo con ellos porque la doctrina cristiana había tenido su nacimiento en Judea: “Que estos hombres se adhieran inalterablemente a sus leyes — decía este sofista — yo no se lo censuro; ¡yo no censuro más que a aquellos que abandonan la religión de sus padres para abrazar una diferente! Pero si los judíos o los cristianos quieren darse aires de una sabiduría más sublime que la del resto del mundo, diré que no debe creerse que ellos sean más agradables a Dios que los otros“.
De esta suerte, mis hermanos, la principal queja contra los cristianos era la rigidez demasiado rigurosa de su ley y, como se decía, el humor insociable de su teología. Si sólo se hubiera tratado de un dios más, no habría habido reclamos, pero era un Dios incompatible que excluía a todos los otros: he ahí el porqué de la persecución.
Así, el establecimiento de la Iglesia fue una obra de intolerancia dogmática y, de la misma manera, toda la historia de la Iglesia no es más que la historia de esa intolerancia.
¿Qué son los mártires? Unos intolerantes en materia de fe, que desean más los suplicios que profesar el error.
¿Qué son los símbolos? Fórmulas de intolerancia, que reglamentan lo que se debe creer y que imponen a la razón misterios necesarios.
¿Qué es el Papado? Una institución de intolerancia doctrinal, que por la unidad jerárquica mantiene la unidad de la fe.
¿Para qué los concilios? Para detener los desvíos del pensamiento, condenar las falsas interpretaciones del dogma, anatematizar las proposiciones contrarias a la fe.
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Fragmento de un sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres, publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H. Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)
El texto completo puede verse en ACIPRENSA pinchando aquí. Es de ahí de donde entresaco la última pregunta que se le hace al Papa, relativa al fundamentalismo islámico. También se puede ver la página de RADIO VATICANO. De ella he sacado un audio que versa sobre la pregunta dirigida por Antoine Marie Izoarde, de un medio de comunicación francés, al que se puede acceder haciendo clic aquí.
Esta entrada la dedico a hacer algunos comentarios a la respuesta que da a este periodista el papa Francisco; y lo hago como si me dirigiera directamente a Francisco.
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Antoine Marie Izoarde, i.Media:
Santo Padre, primero que nada quiero felicitarlo a usted, y al P. Lombardi y al P. Spadaro por la fiesta de San Ignacio.
Si me permite, la pregunta es un poco difícil: los católicos están un poco en shock no solo en Francia luego del bárbaro asesinato del Padre Jacques Hamel que, como bien sabe, estaba en su iglesia mientras celebraba la Santa Misa.
Hace cuatro días aquí nos dijo que todas las religiones quieren la paz. Pero este santo sacerdote de 85 años ha sido claramente asesinado en el nombre del Islam.
Entonces Santo Padre, tengo dos pequeñas preguntas. ¿Por qué cuando usted habla de estos eventos violentos habla siempre de terroristas pero nunca de Islam, nunca utiliza la palabra Islam, y luego otra sobre la oración y el diálogo, que obviamente son esencialísimos. ¿Qué iniciativa concreta puede proponer o sugerir para contrastar la violencia islámica. Gracias Santidad.
Papa Francisco:
No me gusta hablar de violencia islámica, porque todos los días, cuando leo los diarios, veo violencia, aquí en Italia, alguien que mata a la novia, otro que mata a la suegra. Y estos son católicos bautizados, son católicos violentos.
¿Cómo puede saber usted si son católicos los que matan a la suegra? Y en el caso de que lo fueran, desde luego eso no es lo que les dicta su Religión.
Si yo hablo de violencia islámica, debo hablar de violencia católica; y no, los islámicos no todos son violentos; no todos los católicos son violentos.
El lenguaje que usa Su Santidad no es riguroso; no existe la violencia católica, en sí misma, porque el mensaje de Jesucristo es un mensaje de auténtica paz, no la que da el mundo, sino la que proviene de Él. En cambio, sí existe la violencia islámica, pues expresamente se dice en el Corán: "Matadlos a todos, dondequiera los encontréis", refiriéndose a los infieles, a los que no adoptan la religión islámica.
Los musulmanes obligan a la "conversión", lo cual es un modo muy claro de violencia. Y todo ello viene recogido en el Corán ... ¡no así en el Evangelio! ... No, la comparación no hay que hacerla entre personas individuales que pueden ser violentas independientemente de la religión que profesen, si es que profesan alguna ... No, la comparación hay que hacerla entre Mahoma y Jesucristo. ¿Jesucristo fue violento? ¡No! ¿Mahoma fue violento? ¡Sí! Pues eso.
Es como la macedonia, hay de todo. Hay violentos de esta religión … una cosa es verdad: creo que en casi todas las religiones hay un pequeño grupo fundamentalista. Nosotros lo tenemos.
¡No es verdad! Nosotros no tenemos ningún grupo fundamentalista. Tenemos cristianos que son fieles a la Tradición de la Iglesia de siempre, la de dos mil años de Historia, aquellos que no se avergüenzan de Jesucristo y dan la cara y la vida por él, si es preciso, como el caso de este sacerdote de Francia que fue muerto por odio a la religión católica, mientras oficiaba la santa Misa ... ¡y al que sí había que proclamar santo ... puesto que ha muerto como mártir. Aquí hay completa seguridad de que el alma de este sacerdote está ya en el cielo, sin pasar por el purgatorio. ¿No podría, Su Santidad, decir esto, que es la pura verdad, cuando ni siquiera lo ha nombrado en su respuesta?
¿Es que éste sacerdote era un cristiano fundamentalista? ¿Lo son los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada, cuya orden ha sido destrozada, bajo su conocimiento, cuando su único pecado era que celebraban también la misa en su forma extraordinaria, además de celebrar también el Novus Ordus Missae, siendo así que hay cardenales declarados abiertamente homosexuales y partidarios del divorcio y, sin embargo, no son destituidos de sus cargos, con el consiguiente escándalo para los creyentes? ¿Lo fue Jesucristo, quien dijo que no había venido a traer la paz sino la espada?
El fundamentalismo llega a matar, pero también se puede matar con la lengua; lo dice el Apóstol Santiago, no yo; y también con el cuchillo.
Esto decía, en efecto, el apóstol Santiago: "Ningún hombre ha podido jamás domar la lengua; es un mal incontrolable, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De la misma boca procede la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe de ser así" (Sant 3, 8-10). Pues, continúa: "¿Acaso echa la fuente por el mismo caño agua dulce y amarga?" (Sant 3, 11).
La lengua, es cierto, puede hacer mucho daño y "matar" cuando de ella no salen palabras provenientes del Espíritu, sino palabras meramente humanas. Pero también puede dar vida, si con nuestra lengua proclamamos la Palabra de Dios: "Mis palabras son Espíritu y son Vida" (Jn 6, 63).
Si pronunciamos palabras que no son de Dios ciertamente podemos matar el alma y el corazón de los niños, que es lo que sucede hoy tan a menudo, incluso en el seno de la Iglesia Jerárquica, para nuestra desgracia, pero si las palabras que salen de nuestro corazón son aquéllas aprendidas por el Espíritu Santo, van a producir también la "muerte", pero -y en ello coincidirá usted conmigo- esta "muerte" cristiana es "vida" para el alma; es una muerte a nuestro egoísmo y a nuestro hombre viejo; es una muerte necesaria si queremos madurar como personas y como cristianos, pues "si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto" (Jn 12, 24).
El cristiano, en cuanto tal, no mata a nadie, sino que su "violencia" es contra sí mismo, contra aquello que encuentra en su alma que se opone a la voluntad de Dios, manifestada en Jesucristo, el único por el que nos puede venir la salvación a todos los hombres (cfr Hech 4, 12). ¿Dio Mahoma su vida por alguien?. No, no todas las religiones son iguales.
Hablar de fundamentalismo cristiano -tal y como se entiende esa palabra- es un sinsentido. A menos que estemos hablando de aquellos que han hecho suyas, en su propia vida, las palabras de san Pablo a los corintios: "En cuanto al fundamento, ninguno puede poner otro que el que ya está puesto, que es Jesucristo"(1 Cor 3, 11) ... Pero yo a éstos no les llamaría fundamentalistas [fundamentistas, en todo caso, aunque esa palabra no esté recogida en el Diccionario], sino auténticos cristianos que se mantienen fieles a la Piedra que es Jesús, fundador de la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
¡Nada que ver, por lo tanto, con el fundamentalismo islámico, que éste sí que mata, de palabra y de obra!. Y, además, precisamente aquellos que proceden como "verdaderos" musulmanes, fieles al Corán, (un libro inventado por Mahoma que no tiene nada de sagrado, aunque así se lo haya considerado y se le siga considerando por muchos) ésos son los verdaderamente peligrosos. No así los que viven el mensaje cristiano. La Biblia (en particular el Nuevo Testamento) y el Corán no son comparables ni compatibles.
Creo que no es justo identificar al Islam con la violencia. No es justo ni es verdad. He tenido un diálogo largo con el gran imán de la universidad Al Azhar. Sé cómo piensan ellos, buscan la paz, el encuentro.
Se trata de casos especiales ... ¡Y serán buenos y no violentos en la medida misma en la que no piensen ni actúen conforme se lee en el Corán! ... pues su contenido es la raíz del problema fundamentalista ... aunque esto es desconocido por la inmensa mayoría.
El Nuncio de un país africano me decía que en la capital del país donde está siempre hay un buen grupo de gente, siempre está lleno en la puerta santa por el jubileo y algunos van a confesarse, católicos, otros van y rezan, pero la mayoría van a rezar al altar de la Virgen. Estos son musulmanes que quieren hacer el jubileo. Son hermanos.
Evidentemente, yo no voy a juzgar a ningún musulmán concreto, como tampoco a ningún católico concreto. Esto sólo lo puede hacer Dios. Ahora bien: dicho esto, deberá usted convenir conmigo en que los musulmanes no son hermanos nuestros, en tanto en cuanto no tienen el mismo Dios que los cristianos.
Para un cristiano, Dios se ha manifestado en Jesucristo y "el que niega al Hijo niega también al Padre" (1 Jn 2, 22b). En cambio, "quien confiesa al Hijo, también posee al Padre" (1 Jn 2, 23 b).
Los musulmanes odian a Jesucristo, luego odian a Dios, a quien no conocen. Porque, efectivamente "a Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1, 18a). Esto es obvio, puesto que Dios es Espíritu Puro; en cambio, "Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo es quien os lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18b). Eso fue lo que ocurrió cuando Dios, sin dejar de serlo, se hizo hombre; y desde entonces sí lo podemos conocer: "Felipe: el que me ve a Mí, ve al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre?" (Jn 14, 9b) "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30)
De ahí esas palabras tan fuertes del apóstol san Juan: "¿Quién es mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Éste es el Anticristo, que niega al Padre y al Hijo" (1 Jn 2, 22). Y por eso digo que un cristiano no puede considerar como hermano a un musulmán, por la sencilla razón de que no lo son, al no ser hijos de un mismo Padre.
Cuando estuve en Centroáfrica estuve con ellos, con el imán salí en el papamóvil. Se puede convivir.
¿Y por qué no? Son personas como nosotros, criaturas de Dios. Normalmente, las personas se suelen entender si hablan el mismo idioma. Y la relación con cualquier persona es fundamental. Al fin y al cabo, somos animales sociales. No vamos a estar discutiendo o peleándonos continuamente. Simplemente no se sacan a relucir aquellos temas que podrían dar lugar a enfrentamientos y de cuyo resultado no se obtendría ningún bien. Y así se puede hablar, aunque sea del tiempo o de lo bonita que es una ciudad.
Son grupitos fundamentalistas. Yo me pregunto, ¿cuántos jóvenes que nosotros, europeos, hemos dejado vacíos de ideales, que no tienen trabajo y van a la droga o el alcohol, se juntan en grupos fundamentalistas?
Habría mucho que decir al respecto. Somos libres y no estamos condicionados a optar por el camino del mal, es decir, del pecado, que es el único que nos esclaviza y nos conduce a la autodestrucción. El paro o la falta de trabajo no conducen, por sí mismos, a la droga o al alcohol o a formar parte de un grupo fundamentalista. Sí, en cambio, la falta de ideales. Pero no cualquier ideal, sino el único ideal que merece tal nombre; y al cual hemos renunciado: Europa, en su conjunto, ha rechazado sus raíces cristianas, esas que la han llevado a su auténtico progreso, material y espiritual (ambos).
Perdidas sus raíces, una vez que Jesucristo ha sido rechazado por el mundo, el hombre se ha quedado solo e indefenso, a merced de cualquiera ... pues ha perdido también su capacidad de pensar y de razonar, quedando reducido a repetir lo que dicen los medios de comunicación, los cuales son hábilmente usados por el Sistema ... y confluyen, casi todos, en el rechazo del catolicismo. Los mass media se han convertido, salvo rarísimas excepciones poco influyentes, en adoctrinadores del Pensamiento Único. Bajo capa de buenismo, se esconde un gran fondo de maldad, pues su verdadero objetivo es la desaparición de Cristo de la faz de la tierra.
Sí podemos decir que el así llamado ISIS es un Estado Islámico que se presenta como violento, porque cuando se ve sus documentos de identidad. Este es un grupo fundamentalista que se llama ISIS. No es verdad ni es justo que el Islam sea terrorista.
No todos opinan de ese modo; y tienen fundadas razones para ello. Lo han vivido en su propia carne. Tal es el caso, por ejemplo, de Raad Salam Naamán quien es, además, un experto en estos temas. [Se puede leer también un breve artículo de Michael Matt, de The Remnant, que ha salido posteriormente. Para ello pinchar aquí] El terrorismo está en todo lados. Piense en el terrorismo tribal de algunos países africanos.
Sólo si los hombres se dejan transformar por Jesucristo se acabaría el terrorismo. Por eso no se puede decir que hay que respetar todas las culturas o que España hizo mal cuando evangelizó América. El proselitismo, en contra de lo que usted dice, no es una solemne tontería.
Si un padre está completamente convencido de algo que sabe, sin lugar a dudas, que es lo mejor para su hijo ... ¿acaso no se moverá para procurárselo? Lo hará, incluso aun cuando sea malo, como decía Jesús (cfr Lc 11, 13). Y así, si un cristiano ha descubierto, por pura gracia, que Jesucristo es el único que da sentido a la vida, ¿cómo se puede quedar esa joya para sí mismo?:"Si evangelizo ... es una obligación que me incumbe. Pues, ¡ay de mí si no evangelizara ...!" (1 Cor 9, 16), decía san Pablo. Y quienes evangelizan no lo hacen por puro gusto personal o para ser vistos por los hombres o para medrar o trepar. No, sino que lo hacen obligados. "Si evangelizara por propio gusto, tendría derecho a recompensa; pero si lo hago por fuerza, cumplo con una misión que se me ha confiado. ¿Cuál es entonces mi recompensa? Que predique el Evangelio, entregándolo gratuitamente, sin hacer valer mis derechos por la evangelización" (1 Cor 9, 17-18). Y aquí es bueno recordar también aquello que decía también san Pablo a los corintios: "Es preciso que los hombres vean en nosotros ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien: lo que se busca en los administradores es que sean fieles" (1 Cor 4, 1-2). Fidelidad ¿a qué? ... Pues fidelidad al depósito recibido. Así exhortaba san Pablo a su discípulo Timoteo: "Timoteo, guarda el depósito" (1 Tim 6, 20). "Te ordeno, en presencia de Dios (...) que conserves el mandamiento sin tacha, ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Cor 6, 13a. 14). Esto es tan importante que , sigue diciendo san Pablo, "aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8). La Palabra de Dios no se puede tergiversar, ni cambiar, ni escamotear, pues como dice el autor de la carta a los hebreos, hablando de Jesucristo: "Su Palabra es viva y eficaz; y más aguda que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la frontera del alma y del espíritu, hasta las articulaciones y médulas, y puede distinguir los sentimientos y pensamientos del corazón. Y no existe criatura alguna que esté oculta a su penetrante mirada, sino que todas están desnudas y descubiertas a sus ojos, delante de quien hemos de rendir cuentas" (Heb 4, 12-13). Nunca se insistirá lo suficiente en este punto, puesto que es el fundamento de nuestra fe. Sin él, toda la fe y la Iglesia se derrumbarían. Fidelidad, pues, al depósito recibido, sin ocultar, ni añadir ni quitar nada. Dice san Juan en el Apocalipsis, poniendo en boca de Jesucristo estas palabras: "Si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19). Y siendo esto tan grave, como lo es, nos encontramos con que se nos quiere quitar la auténtica Palabra de Dios, cambiándola por palabras inventadas por hombres. Así ha ocurrido poco antes de la JMJ de Cracovia de este año: Pinchar aquí. La misma noticia en este corto video de Gloria TV:
Duración: 27 segundos
El terrorismo es también ..., pero no sé si decirlo porque es algo peligroso ..., el terrorismo crece cuando no hay otra opción, cuando en el centro de la economía mundial está el dinero y no la persona, el hombre y la mujer. Esto ya es el primer terrorismo. Ignorar la maravilla de la creación, que es el hombre y la mujer, es un terrorismo de base contra toda la humanidad. Pensemos en eso. En otras palabras, si le he entendido bien: la causa del terrorismo consiste en que no se aprecia a las personas, por sí mismas, como tales personas, y en que se pone el hincapié sólo en el dinero, lo cual crea unas diferencias tan grandes entre ellas que al final estas diferencias se dirimen mediante la violencia.
En parte, eso es cierto. Pero el problema de fondo, un fondo más allá de ese fondo, es que es imposible querer y apreciar, de verdad, a las personas, si no está de por medio el amor a Dios, que es la causa de todo lo creado y que, además, se hizo hombre, en la Persona de su Hijo, para que nosotros pudiéramos ser elevados, por pura gracia, a la categoría de hijos de Dios, siempre que pongamos los medios que Él ha establecido para ello, cuales son la guarda de sus mandamientos: "Quien acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21a), decía Jesús. Y también: "Si me amáis guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15). La pérdida del sentido de lo sobrenatural, el olvido y el rechazo de Dios, el pecado, en definitiva, es la verdadera causa de la miseria y de la corrupción, así como de todo aquello que nos hace sufrir.
Por eso, si nuestros sufrimientos los unimos a los de Jesucristo, adquieren, entonces, un carácter redentor. Nos convertimos en corredentores con Cristo. Y de ese modo, todo adquiere sentido, incluidas las contrariedades, la enfermedad y la muerte, pues éstas se convierten así en motivo de salvación para nosotros y para muchas otras personas ... según aquello que decía san Pablo y que, de otro modo, no podríamos comprender: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). [En esto consiste el Misterio del Cuerpo Místico de Cristo, que tan bien explica san Pablo en 1 Cor 12, 12-31. Un tema del que ya hablé en mi otro blog, en tres entradas (pinchar aquí, aquí y aquí). La encíclica de Pío XII viene en varios idiomas; yo he colocado el enlace al inglés, pues en la página web del Vaticano no viene la traducción al español; ésta puede encontrarse haciendo clic aquí]
Y si es que ahora comprendemos algo, por muy poco que sea, es debido a la fe, "la fe, que es seguridad de lo que se espera" (Heb 11, 1), que es un don de Dios y que debemos pedirle en cada instante, todos los días de nuestra vida, conscientes de que "todo el que pide, recibe" (Lc 11, 10) y de que, por lo tanto, Él nos la concederá, sin ningún género de duda.
308. (…) Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino»
La Iglesia es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. "Es Santa e Inmaculada" (Ef 5, 27). Jesucristo vino a redimirnos del pecado y dijo que no había venido a salvar a los justos sino a los pecadores, es decir, a todos, porque "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 18). De manera que, al igual que Jesucristo, al acercarse a los pecadores no se manchaba, así tampoco la Iglesia se mancha con el barro del camino. Tal riesgo no existe. La Iglesia, al igual que su Maestro, debe actuar como una Madre y "expresar claramente su enseñanza objetiva", pero nunca debe dar pie a que un cristiano piense que tal enseñanza objetiva sólo unos cuantos son capaces de llevarla a cabo: los llamados justos. Eso es una falsedad. En realidad, nadie podría llevarla a cabo, pero contamos con Él. Y Él hace posible lo que, a los ojos humanos, parece imposible.
Es la fe y la confianza en Dios lo que se debe de predicar "a tiempo y a destiempo" : "Predica la Palabra, insiste con ocasión o sin ella, argumenta, reprende, exhorta, con toda paciencia y doctrina" (2 Tim 4, 2).
En cuanto al término usado por el santo Padre como "pastoral rígida" es una contradicción. Si es verdadera pastoral, nunca puede ser rígida: la pastoral siempre tiene que ser comprensiva ... pero comprensiva con el pecador, al que tiene que animar y ayudar, nunca con el pecado. Un pastor, so pretexto de misericordia y de "pastoral flexible" no tiene derecho a engañar a quien acude a él, sacrificando, para ello, la Doctrina. Ésta no le pertenece. Y ha sido Dios quien la ha fijado. Y nadie puede pretender ser más misericordioso que lo es Dios mismo. Es la vieja tentación de nuestros primeros padres, que se repite una y otra vez: la de querer decidir, por nosotros mismos, lo que está bien y lo que está mal. En el fondo de todo, lo que se esconde es una falta de fe.
Dice el Santo Padre que comprende a los que prefieren una pastoral rígida, pero que él es partidario de otro tipo de pastoral. Bien, en este sentido se trata de opiniones diferentes. El Papa, como el mismo dice, no pretende sentar magisterio con esta exhortación, ni imponer a nadie su punto de vista. Según el cardenal Burke, la exhortación debe ser recibida con “profundo respeto” por provenir del Romano Pontífice, Vicario de Cristo, pero insiste en que el respeto no debe confundirse con “creer con fe divina y católica” todo el contenido del documento.
Burke advierte que “es absurdo” considerar que cada palabra del Papa obliga en conciencia. “Mientras que el Romano Pontífice tiene reflexiones personales que son interesantes y pueden ser fuente de inspiración, la Iglesia debe estar siempre atenta a señalar que su publicación es un acto personal y no un ejercicio del magisterio papal”, recalca el prelado. Como fruto de su experiencia pastoral, este obispo señala que “la primera señal de respeto y amor” hacia los divorciados vueltos a casar es “decirles la verdad con amor”. Niega, además, que el matrimonio cristiano sea “un ideal”, sino un sacramento que confiere la gracia a un hombre y una mujer para vivir en fidelidad de forma permanente y con apertura a la vida.
No obstante, sigo pensando que el Papa no tiene por qué reflejar sus opiniones personales en una exhortación apostólica, pues ello lleva a confundir a muchos fieles que piensan -erróneamente- que todo lo que el Papa dice es "palabra de Dios".
Por otra parte, siempre según mi opinión, el trasfondo de la AL es mucho más grave que el mero hecho de que se afirme en ella que hay que ser "comprensivos" con determinadas "situaciones irregulares", las cuales deben ser estudiadas caso por caso. Pienso que hay mucho más. Como dije, en otra ocasión, poco veneno mata ... porque, aunque poco, es veneno.
Una vez introducida la idea de que ciertas "situaciones irregulares" deben de ser investigadas y analizadas pormenorizadamente, de manera que dejen de considerarse irregulares y pasen a la situación de normales, aunque se diga explícitamente que se trata de una casuística y no de una norma, la experiencia demuestra que, a la larga - y más bien, a la corta- tal casuística se convertirá en norma.
Es más: las "situaciones irregulares" se pueden ir extendiendo a otros muchos más casos: "convivencia entre personas del mismo sexo", "mujeres que han abortado", etc... Con el tiempo, las situaciones irregulares no sólo serán del sexto o del quinto mandamiento sino del resto de mandamientos.
En definitiva, que "ancha es Castilla" y "que cada cual haga de su capa un sayo". Lo importante es "actuar en conciencia": el subjetivismo y el relativismo quedan elevados a la categoría máxima. El hombre pasa a desempeñar el papel de Dios: él decide acerca de lo bueno y de lo malo. La Religión de Dios desaparece. La única Religión que quedará es la que el hombre se fabrique. En otras palabras: la Iglesia, tal y como la hemos conocido durante veinte siglos, desaparecía ante "la nueva Iglesia".
La aceptación de la AL, en mi opinión, no sería sino el comienzo de una etapa nefasta para la Iglesia Católica, que acabaría, con toda probabilidad, en un grave cisma (tal vez el más grave de los que se han producido hasta el día de hoy en la Historia de la Iglesia). Y, sin embargo, hay algo en lo que pocos piensan. Y es que "de Dios nadie se ríe" (Gal 6, 7)
299. (...) Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia
En cuanto a lo de "excomulgados" nadie ha dicho nunca que lo estuvieran. No entiendo por qué esa insistencia. Ahora bien, no son miembros vivos de la Iglesia, sino miembros muertos, puesto que no están en estado de gracia, aunque pertenecen a ella y pueden pasar a ser miembros vivos si se arrepienten de sus pecados y se confiesan.
301 (...) Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente (...)
Ahora se llama "situaciones irregulares" a estas situaciones de pecado mortal objetivo, y se dice que ya no es posible decir que se encuentren en estado de pecado mortal y privados de la gracia santificante aquellos cristianos que convivan juntos, se hayan casado por lo civil o estando divorciados se hayan vuelto a casar por lo civil ... incluso aun conociendo que la Iglesia no permite esa conducta. Se dice que ellos no pueden obrar de otro modo ... Todo esto va en contra de la Enseñanza Perenne de la Iglesia. Las normas que se dan no son para fastidiar sino para el bien. Y no son normas inventadas por los hombres sino por el mismo Jesucristo, que es Dios y hombre. Se niega la libertad del hombre y se considera que son normas imposibles de cumplir. Esto es más o menos lo que decía Lutero: "Peca mucho, pero cree más". "La naturaleza está corrompida y no se puede sino ser corrupto. Pero creyendo te salvas" ... Esta doctrina no es católica sino protestante.
305. Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas»
Nueva acusación contra los corazones cerrados escondidos detrás de las enseñanzas de la Iglesia... dando por sentado que estas personas se dedican a juzgar sin misericordia los casos difíciles de personas que sufren. Yo no creo que san Pablo fuese un corazón cerrado cuando, aconsejando a su discípulo Timoteo sobre la actitud de los pastores, le decía que deben saber "corregir con dulzura a los rebeldes, por si Dios les concede la conversión que les lleve a conocer la verdad" (2 Tim 2, 25).
CORREGIR, por supuesto con dulzura, A LOS REBELDES, es decir, a aquellos que están en una situación de pecado clara y manifiesta, engañados por el Diablo, POR SI DIOS LES CONCEDE LA CONVERSIÓN ... o sea, se trata de personas que lo están pasando mal y necesitan salir de su estado de sufrimiento; y necesitan ser corregidos para abrir los ojos Y CONOCER LA VERDAD. ¡Existe la Verdad, la Verdad absoluta! Y ésta es Cristo. Hay que llevarlos a Cristo, pero no engañarles. Enseñar al que no sabe; y si sabe, corregir al que yerra, dándole buenos consejos, con dulzura ... ¡ESA ES LA VERDADERA MISERICORDIA, LA QUE NO RENUNCIA A LA VERDAD, QUE ES JESÚS! No debemos olvidarlo. Lo sabemos, además, por propia experiencia: "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Jesús ha venido para liberarnos del pecado y hacernos felices, en la medida en la que eso es posible en este mundo: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). La Ley de Cristo es la Ley de la Caridad. Y nunca esclaviza, sino que nos libera, sacándonos de la esclavitud del pecado ... siempre que nosotros queramos ser perdonados.
(…) A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia Tal afirmación es una contradicción: ¿Cómo es posible que pueda vivir en gracia de Dios aquél que está en una situación objetiva de pecado? La gracia y el pecado, por definición, son incompatibles. Esto cae por su propio peso. Lo lamentable es que esas palabras provengan del Vicario de Cristo en la Tierra. Sí, eso es muy lamentable, porque produce confusión en las personas poco formadas en la integridad de la Religión Católica, que son una inmensa mayoría: ¡qué pocos son los cristianos que conocen su fe! ... De manera que esa afirmación absurda posee aún mayor gravedad.
307. Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza pues (…) comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano.
Pero, ¿qué significa comprender las situaciones excepcionales? ¿Justificarlas? ¿Decir que lo que es pecado no es pecado? ¿Acaso el matrimonio ha sido inventado por Dios como instrumento de tortura y sólo unos pocos son capaces de mantener la fidelidad? Esto es lo que está escondido tras ese aparente lenguaje de comprensión ... que hace poco bien a las almas.
El papa Francisco tacha de corazones cerrados a los que viven conforme a la Tradición, de personas que se quedan en la letra de la Ley y, por lo tanto, de fariseos. En este razonamiento late un error de fondo y es el de considerar la Ley judía igual que la Ley cristiana. No lo son. La Ley judía es la del "ojo por ojo" y la ley de Cristo es la de "amar a los enemigos". "La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es la plenitud de la Ley" (Rom 13, 10). "Por eso quien ama al prójimo ha cumplido la Ley" (Rom 13, 8). ¿Qué significa eso de "amar al prójimo"? ¿Cómo se tiene que manifestar ese amor para que sea verdadero amor?. Y la respuesta son los preceptos del Señor, unas normas que Él dio para que, viviéndolas, manifestáramos nuestro amor hacia Él y hacia el prójimo, comenzando por el cumplimiento de los diez mandamientos de la Ley de Dios ... pero teniendo en cuenta aquello que dijo Jesús: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirla sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 17). Y así, va enumerando ciertos puntos de la Ley antigua y el cambio que Él ha venido a traer. En lo que concierne a la "Amoris Laetitia" (AL) podemos leer: "Habéis oído que se dijo: 'No cometerás adulterio'. Pero Yo os digo: "Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5, 27-28). "Se dijo también: "Cualquiera que repudie a su mujer, déle libelo de repudio. Pero Yo os digo: Todo el que repudie a su mujer, fuera del caso de concubinato, la expone a cometer adulterio; y el que se une con la repudiada comete adulterio" (Mt 5, 31-32) [Hay que especificar que el concubinato, que alguno podría entender como matrimonio, no es tal matrimonio, por tratarse de una unión ilegítima y, por lo tanto, inválida] Se podrían traer a colación estas otras palabras del Señor: "Yo no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores"(Mc 2, 17) ... Pero, ¿acaso se consideran justos y perfectos aquellos que van a Misa los domingos y se confiesan de sus pecados y reciben, entonces, la Sagrada Comunión, conforme a lo que la Iglesia siempre ha enseñado? ¿Son los que así proceden unos hipócritas, merecedores de ser llamados "corazones cerrados" nada menos que por el santo Padre? Se trata de una generalización improcedente y fuera de lugar. No se puede juzgar al todo por la parte. No se puede sacar la conclusión de que porque alguna persona actúe hipócritamente todos actúan hipócritamente. Es, sencillamente, injusto. Y, por supuesto, la misericordia brilla por su ausencia en esos "juicios" tan precipitados. La mayoría de los que viven conforme a la religión católica de siempre, los mal llamados "fundamentalistas" por el Papa, son los que hacen posible que la Iglesia se mantenga firme, porque creen verdaderamente en Jesucristo, como Hijo de Dios; y creen en la transustanciación, por la cual el pan y el vino se convierten "verdaderamente" en el cuerpo y en la sangre de Cristo, en el momento de la Consagración, en la Santa Misa. Éstos son los que están dispuestos a dar su vida por Jesucristo antes que renegar de su fe (que es lo que ocurre con los cristianos que están siendo perseguidos y asesinados por ser fieles a su fe). Éstos son los verdaderos cristianos: ¿Quién ha dicho que los tales se consideran a sí mismos perfectos? Es, precisamente, lo contrario. Porque se consideran pecadores e indignos, acuden al sacramento de la Penitencia y se arrepienten de sus pecados para poder recibir dignamente el Cuerpo de Cristo. Como cualquier persona los cristianos tienen problemas en su matrimonio. Pero no rechazan a su mujer y se unen con otra, aunque ello sería lo más cómodo; tampoco viven amancebados ni se casan por lo civil. Y si algunos lo hubieran hecho, son conscientes de que se encuentran en estado de pecado y que es preciso que salgan de esa situación anómala y se arrepientan, sinceramente y con dolor, por haber actuado así. Lo que nunca harán es justificar su situación, por más sufrimiento que ello les suponga. Si actúan conforme a la verdad, Dios se apiadará de ellos y les concederá la gracia de la conversión ... entre otras cosas porque, siendo pecadores, reconocen que lo son. Su lucha no consiste en cambiar la Ley de Dios sino en adaptarse a ella, pues Dios es más bueno que nosotros y conoce, mucho mejor que nosotros, lo que nos conviene y lo que es para nuestro bien. Un caso actual y bastante conocido es el del escritor José María Zavala, que cuenta en un libro titulado "Juego de amor"la historia de su conversión en su matrimonio, por la intervención del padre Pío. Por eso no pueden entenderse determinadas afirmaciones del santo Padre en la AL. A ello me he referido ya en algunas entradas de este blog. Analicemos brevemente algunas de ellas: 292 (...) Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo. Los Padres sinodales expresaron que la Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio.
El mandato de Jesucristo: "Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es Perfecto" (Mt 5, 48) va dirigido a todos los cristianos, no sólo a unos pocos elegidos. Y Él nunca pide imposibles, pues siempre da su gracia a quien la necesita: "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13). El ideal ha de ser el punto de partida y no el punto de llegada. Contamos con la fuerzas que Dios nos da para llevarlo a cabo.
En cuanto a los elementos constructivos en situaciones que no se corresponden con las enseñanzas de Jesús sobre el matrimonio ... se me hace muy difícil encontrarlos. ¿Qué de constructivo puede haber en una relación ilegítima y prohibida por Dios?
Si se desea acceder al Índice de esta primera parte sobre Fundamentalismo cristiano, hacer clic aquí
¿Cristianos fundamentalistas y violentos? Tal como suena y sobreentendiendo por violencia la que se ejerce contra los demás para hacerles daño, es absurdo hablar de esa manera; esa expresión sólo tiene algún sentido si quitamos la palabra "cristianos" y la sustituimos por "musulmanes" o por "judíos". Y, sin embargo, el santo Padre: (1) Habla de que existe también un fundamentalismo cristiano.(2) Equipara este fundamentalismo cristiano, al que no define, con los otros dos. Ya se ha indicado en otras entradas que, si admitimos como hipótesis la expresión de "fundamentalistas", aplicada a los cristianos, éstos no pueden ser otros que aquellos que han puesto el fundamento de su vida en Cristo, y que vienen como un ejército, cargados de armas -aunque no las del mundo- para destruir, en sí mismos, todo aquello que se opone a la Verdad, que es Jesucristo. Los pasajes del Evangelio, que se han citado ya anteriormente, los repito aquí de nuevo, para refrescar la memoria: "En cuando al fundamento, nadie puede poner otro fuera del que ya está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor 3, 11) [Por eso prefiero usar la palabra "fundamentistas", para referirme a ellos, aunque se trate de un término que he inventado, y no la de fundamentalistas, que origina confusión; de todos modos, para el caso viene a ser lo mismo, según quien sea el que las use. Por eso, es lo más probable que yo mismo haga uso de dicho término ("fundamentalista") dando por hecho que ya se han leido las aclaraciones previas correspondientes]. Y también: "El Reino de los Cielos padece violencia; y son los violentos los que lo arrebatan" (Mt 11, 12) [Obsérvese el verbo usado: "padecer" violencia -que no "ejercer" violencia-; y la palabra "violentos" es entendida (se verá más adelante) como los "esforzados", "los que luchan" contra aquellos enemigos que pretenden apartarles del Señor (que no son las personas, sino el mundo, el demonio y la carne, según el catecismo), los que "se hacen violencia a sí mismos" y, por lo tanto, "toman su cruz" para poder así seguir a Jesús, único modo eficaz de seguirlo si se quiere dar fruto cristiano. Hablaremos ahora de la importancia capital y fundamental que tiene esta "violencia" (a la que vamos a denominar "lucha") en la vida de un cristiano que se quiera tomar en serio su amor al Señor, pues mediante ella le demuestra que su amor hacia Él es auténtico y no una mera palabra carente de contenido]
Esta lucha "a muerte" que debe de practicar un cristiano, una lucha que está dispuesto a mantener por amor a Jesús, tiene que manifestarse-¡hoy más que nunca!- en la fidelidad al depósito de la fe que ha recibido. Tal depósito se encuentra en las Sagradas Escrituras ( en particular en el Nuevo Testamento), así como en la Tradición, confirmada -a su vez- por el Magisterio de la Iglesia durante dos milenios. [Como ya sabemos no basta la "sola escritura", como afirman los protestantes, la cual cada uno la interpreta a su manera, según su "conciencia"] Esa es la puerta por la que debemos entrar los cristianos si queremos llegar a buen puerto. Somos conscientes de la dificultad, pero estamos preparados para la lucha, no teniendo ningún miedo de las pruebas a las que, necesariamente, tendremos que enfrentarnos, pues contamos con la fuerza de Dios y en Él ponemos toda nuestra esperanza - y no en nosotros mismos. De lo contrario, podríamos darnos ya por perdidos. Pero no: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Es preciso que sigamos el consejo del Señor, que es el Único que es Luz que ilumina nuestra mente y ensancha nuestro corazón: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14). No hay otro camino: siempre el mensaje de la Cruz, que es el mensaje del Amor que Dios nos tiene: "Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí" (Mt 10, 38). "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto" (Jn 12, 24). Estamos ya advertidos de que en la aventura que supone siempre la vida cristiana, seriamente vivida, vamos a tener muchas heridas, algunas muy graves, a consecuencia de las batallas que tendremos que librar contra los enemigos, que son muchos; nuestra propia concupiscencia, que tendremos que dominar, los embates del mundo, que serán continuos y, sobre todo, el propio Satanás: "Porque nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino contra los Principados, las Potestades, las Dominaciones de este mundo de tinieblas , y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6, 12).De modo que no podemos dormirnos: "Ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13, 11) -nos dice san Pablo. Esta lucha no puede ser realizada de cualquier manera, pues está en juego nuestra salvación eterna y la de muchos que dependen de nosotros. Se trata de una lucha a muerte: "Todavía no habéis resistido hasta derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4), de una lucha continua y perseverante, sin volver la vista atrás y poniendo toda nuestra confianza en el Señor, porque sólo así será segura la victoria. Sabemos muy bien que solos no podríamos: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5), decía Jesús. Pero si ponemos todos los medios a nuestro alcance, colaborando con Él en cualquier cosa que nos pida, entonces todo lo podremos: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13). Merece la pena luchar así, junto al Señor: el trabajo, el dolor, el sufrimiento e incluso la muerte adquieren significado: nuestra vida tiene ahora sentido, el más hermoso de los sentidos: nos hace conscientes de que"no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la venidera" (Heb 13, 14). Y las palabras de san Pablo son consoladoras y esperanzadoras: "Ya no sois extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, sobre quien toda edificación bien trabada se alza para ser templo santo en el Señor" (Ef 2, 19-21) Esta realidad, así creída y vivida, nos capacita para ser felices, ya aquí, en esta tierra, en la medida en la que eso es posible; con una alegría -eso sí- que nada tiene que ver con la que da el mundo, la cual es falsa - a todas luces- y deja el corazón vacío. La alegría -la auténtica- es patrimonio de los cristianos que viven unidos a Jesucristo (¿y qué otra cosa se puede pedir de un cristiano sino eso, precisamente?). San Pablo en su primera carta a los Corintios, en el capítulo 15, nos dice unas palabras muy alentadoras, que nos indican lo que tiene que ser siempre la actitud de un cristiano ante cualquier circunstancia que la vida nos presente: "Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.Por lo tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor" (1 Cor 15, 57-58)