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miércoles, 2 de enero de 2013

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (DIOS HIJO X)


Desde el comienzo de su misión, el amor del Padre hacia su Hijo se manifiesta abiertamente. Esto ocurrió cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán, pues nada más salir del agua , "... mientras estaba en oración, se abrió el cielo, y descendió el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como una paloma, y se oyó una voz del cielo: 'TÚ ERES MI HIJO AMADO; en Tí me he complacido' " (Lc 3, 21-22). Este pasaje evangélico se encuentra también descrito en Mt 3, 16-17 y Mc 1, 10-11; un pasaje que nos recuerda aquel otro en el que Jesús se manifestó en su Gloria, ante sus tres apóstoles predilectos, Pedro, Santiago y Juan, en el monte Tabor; lo que se conoce como la Transfiguración del Señor: "Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: 'Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para Tí, otra para Moisés y otra para Elías'. Todavía estaba hablando, cuando una nube de luz los cubrió y una voz desde la nube dijo: 'ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien me he complacido: ESCUCHADLE' " (Mt 17, 4-5). Este episodio de la Transfiguración puede leerse también en Mc 9,7 y Lc 9,35. San Pedro se referirá también más adelante a este evento, en su segunda carta: "... Hemos sido testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la suprema gloria le dirigió esta voz: 'ÉSTE ES MI HIJO AMADO, en quien tengo mis complacencias'. Y esta voz venida del cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo" (2 Pet 1, 16-18).

Como vemos, el Padre se complace en el Hijo, tiene en Él toda su alegría, todo su agrado, toda su satisfacción: es su Hijo amado. Es este episodio de la Transfiguración el único en el cual el Padre nos interpela directamente a nosotros. No sólo habla de su Hijo, el Amado, en quien tiene todas sus complacencias, sino que, además, se dirige expresamente a nosotros y nos dice (con un verbo que está en imperativo y, que es, por lo tanto, un mandato): ¡Escuchadle! Dios Padre nos habla por su Hijo. No sé si fue San Juan de la Cruz quien dijo aquello de: Una sola Palabra nos dijo Dios. Y con ella nos lo dijo todo. Se dijo a Sí Mismo. Esta Palabra es su Hijo. Y así es. Esta REALIDAD (así, con mayúsculas) se nos debería grabar, a fuego, en la mente y en el corazón: La Palabra del Padre es el Hijo. Si queremos saber lo que el Padre quiere, tenemos que escuchar al Hijo. Y no hay otro camino. Por eso Jesús pudo decir: "Quien cree en Mí, no cree en Mí, sino en Aquel que me ha enviado; y quien me ve a Mí, ve al que me ha enviado" (Jn 12, 44-45). Y también: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. NADIE VA AL PADRE SI NO ES A TRAVÉS DE MÍ" (Jn 14,6).

En repetidas ocasiones, Jesús habla del Amor que su Padre le profesa: "Por eso EL PADRE ME AMA, porque Yo doy mi Vida, para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo la doy libremente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato que de mi Padre he recibido" (Jn 10, 17-18). San Pablo, en su epístola a los Filipenses, después de recomendarnos que tuviésemos los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús quien "...siendo de condición divina...se humilló a Sí Mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,6.8), continúa diciendo: "Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: 'Jesucristo es el Señor', para gloria de Dios Padre" (Fil 2, 9-11).

Las citas podrían multiplicarse y nunca acabaríamos. Valga alguna más como muestra de este Amor que el Padre tiene por su Hijo, en correspondencia plena y total al Amor que el Hijo le profesa, un Amor que se hace también extensivo a todos nosotros. Así, refiriéndose a Sí Mismo, por ejemplo, dice Jesús: "He bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 6,38); y refiriéndose a Su Padre: "El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). O: "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32). Finalmente, refiriéndose a nosotros, en su oración sacerdotal de la última Cena, le dice a su Padre: "Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a Mi" (Jn 17, 22-23)

Nos estamos acercando ya al Corazón del mismo Dios, a su Espíritu; pero de esto continuaremos hablando en el siguiente post.

(Continuará)