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lunes, 21 de enero de 2019

Recordatorios para la cumbre sobre los abusos. Para Francisco, los pecados “bajo la cintura” son “los más leves” (Sandro Magister)



> Todos los artículos de Settimo Cielo en español

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La novedad que más sorprende, en el viaje que el papa Francisco se apresta a hacer a Panamá para la Jornada Mundial de la Juventud, es que ha querido tener en el séquito, entre sus acompañantes oficiales, al francés Dominique Wolton (en la foto), que no es un eclesiástico y ni siquiera es católico, sino un teórico de la comunicación, director de investigaciones en el Centre National de la Recherche Scientifique [Centro Nacional de la Investigación Científica], el mítico CNRS, y fundador de la revista internacional “Hermès”.

Pero sobre todo, Wolton es el autor del libro-entrevista en el que Jorge Mario Bergoglio quiso hablar más despreocupadamente, sin frenos, hasta decir por primera vez en público que se había entregado durante seis meses, cuando tenía 42 años, al cuidado de una psicóloga agnóstica de Buenos Aires.

El libro, traducido en varios idiomas, fue publicado en el 2017, reuniendo en ocho capítulos ocho conversaciones con el Papa, llevadas a cabo por el autor en el 2016. Desde entonces, en Bergoglio se ha despertado por Wolton ese sentimiento de proximidad que lo ha llevado a querer que esté muy cerca suyo en el próximo viaje. Un sentimiento afín al madurado entre Bergoglio y Eugenio Scalfari, otro campeón de los sin Dios, llamado muchas veces por el Papa para conversar, con la certeza de que después Scalfari transcribiría y publicaría, a su modo, esas conversaciones, para edificar una buena imagen de Francisco en el campo de los que no creen.

También esto forma parte del modelo comunicativo que Bergoglio ama. Porque en la entrevista con un interlocutor agregado él puede decir a un vasto público más de lo que aparece en los textos oficiales. Puede alzar el velo sobre lo que realmente piensa.

Por ejemplo, en el libro-entrevista con Wolton está explicado por qué el papa Francisco ve en los abusos sexuales cometidos por eclesiásticos no tanto un problema de moral y de sexo, sino de poder, y en particular de poder clerical, que él condensa en la palabra “clericalismo”.

Cuando Wolton le pregunta por qué ahora se escucha muy poco el mensaje “más radical” del Evangelio, que es la “condena de la locura del dinero”, Bergoglio responde:

“Es porque algunos prefieren hablar de moral, en sus homilías o en sus cátedras de teología. Hay un gran peligro para los predicadores, que es el de condenar sólo la moral que está – perdóneme la expresión – ‘bajo la cintura’. Pero de los otros pecados que son más graves – el odio, la envidia, el orgullo, la vanidad, el matar al otro, el quitar la vida, etc. – de estos se habla poco. Entrar en la mafia, hacer acuerdos clandestinos... ‘Eres un buen católico?´. Ahora págame el soborno’”.

Más adelante dice también el Papa:

“Los pecados de la carne son los pecados más leves, porque la carne es débil. Los pecados más peligrosos son los del espíritu. Hablo de angelismo: el orgullo y la vanidad son pecados de angelismo. Los sacerdotes tienen la tentación – no todos, pero muchos – de focalizarse sobre los pecados de la sexualidad, la que llamo la moral bajo la cintura. Pero los pecados más graves son otros”.

Objeta Wolton: “Pero no entendí lo que usted dice”.

Responde el Papa:

“No, pero hay buenos sacerdotes… Conozco un cardenal que es un buen ejemplo. Me ha confiado, hablando de estas cosas, que apenas alguien se dirige a él para hablarle de esos pecados bajo la cintura, le dice inmediatamente: ‘Entendí, pasemos a los otros’. Lo detiene, como para decirle: ‘Entendí, pero veamos si hay algo más importante. ¿Rezas? ¿Buscas al Señor? ¿Lees el Evangelio?’. Le hace entender que hay errores más importantes que aquéllos. Sí, es un pecado, pero... Le dice: ‘Entendí’, y pasa a otro. En oposición a esto hay algunos que cuando reciben la confesión de un pecado de género preguntan: ¿‘Cómo lo has hecho, cuándo lo has hecho, cuántas veces?’… Y se hacen una ‘película’ en su cabeza. Pero éstos tienen necesidad de un psiquiatra”.

El viaje del papa Francisco a Panamá tendrá lugar a menos de un mes de la cumbre en el Vaticano de los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, convocada para acordar líneas comunes que permitan afrontar los abusos sexuales. Esta cumbre está programada del 21 al 24 de febrero.

Será interesante ver, en esa cumbre, cómo conciliará Francisco su minimización de la gravedad de los pecados mortales que él define “bajo la cintura”, con el énfasis de los abusos de poder de la casta clerical, muchas veces estigmatizada por él como causa primera del desastre.

No sólo eso. Se entenderá además en qué medida su minimización de los pecados del sexo – y de las prácticas homosexuales difundidas entre el clero – explica sus silencios y sus tolerancias frente a casos concretos de abusos, por obra de eclesiásticos también de alto nivel, apreciados y favorecidos por él:

> Francisco y los abusos sexuales. El Papa que sabía demasiado

Es ejemplar, a este propósito, el caso del obispo argentino Gustavo Óscar Zanchetta, del que Bergoglio fue también confesor y al que promovió en 2013 como obispo de Orán y al que llamó a Roma, en diciembre de 2017, a un cargo de importancia en la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, a pesar de que en dos ocasiones, en 2015 y en 2017 – como documentó el 20 de enero la Associated Press –, llegaran desde su diócesis, al Vaticano, acusaciones por su mal comportamiento "bajo la cintura", con jóvenes seminaristas; el Papa le pidió, también en dos ocasiones, que diera cuenta de dichas acusaciones, para quitarle al fin de la diócesis, pero promoviéndole a un cargo de mayor importancia, lo que indica que consideraba irrelevantes, «ligeros», esos comportamientos:

> Ex-deputy to Argentine bishop says Vatican knew of misdeeds
Sandro Magister

Omella y los silencios selectivos (Carlos Esteban)



El cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, ha escrito una carta pastoral contra el tráfico de personas dedicadas a la prostitución, deplorando un silencio que realmente no existe. Admitámoslo, no es difícil condenar la trata de blancas; el silencio atronador de los prelados es otro.

“Queridos hermanos y hermanas, es necesario que esta realidad silenciada nos sacuda y conmueva”, escribe el cardenal Omella en su última carta dominical. “Es necesario que, en la medida en que podamos, no seamos cómplices de este silencio”. Pero, no, no se emocionen, no va a hablar de los casos de encubrimiento de la pederastia clerical que asola la Iglesia, sino de las redes de prostitución forzosa.

“El mercadeo con seres humanos es una actividad económica ilegal, que a menudo observamos desde la distancia, aunque la tenemos muy cerca”, se lamenta. “Tristemente hay un gran silencio sobre este gran drama que afecta directamente a muchas personas, pero que, en realidad, también afecta a toda la sociedad”.

¿Y qué tiene de especial, podrán preguntarse, que un prelado católico deplore la prostitución forzosa? ¿No es acaso una lacra espantosa y profundamente inmoral? Sí, claro, naturalmente. De hecho, lo es para todo el mundo, y eso es lo que hace característicos los mensajes de nuestros prelados hoy: que defienden lo que todo el mundo defiende y se oponen con firmeza a lo que no defendería nadie en su sano juicio. Es decir, es ir a lo seguro, como pescar en un barril; recordar lo que apenas nadie necesita que le recuerden, lo que es ya un grave delito y lo que no hace falta que la Iglesia condene especialmente porque nadie pone en duda su carácter indignante e inmoral.

De hecho, si algo resulta cuestionable en la carta de Omella es esa referencia al asunto como “realidad silenciada”. Cualquiera puede comprobar que es objeto de reportajes y denuncias en prensa, radio y televisión. Si la Iglesia estuviera para decir estas cosas, nos tememos que sería redundante, como lo es cuando insiste en la urgencia de adoptar medidas contra el Cambio Climático o jalear por una apertura de par de par de las fronteras a la inmigración masiva: se piense lo que se piense de estas cuestiones, son ya obsesiones de los grandes grupos mediáticos de todo Occidente, y la Iglesia tiene poco o nada especializado que aportar.

Ya nos hemos referido otras veces que lo que la Iglesia ha dado tradicionalmente al mundo es el espíritu de profecía, que consiste en decir de forma especialmente insistente a cada época lo que no quiere oír; no el bien que ya hace, sino el que ignora; no el mal que condena, sino aquel al que llama “bien”. Por eso es desalentador oír a nuestros prelados usando su púlpito para repetir lo mismo que cualquier puede leer en la página editorial del New York Times o de El País, bueno o malo. La Iglesia nunca puede ser irrelevante, pero el mensaje de su jerarquía, sí; de hecho, ya lo es en su mayor parte.

Porque si de silencios hablamos, es notable comprobar el de nuestros obispos en todo el mundo, verdaderamente sepulcral, ante los escándalos de encubrimiento de sacerdotes pederastas o la evidentísima extensión de redes homosexuales en el clero. En la Iglesia de Francisco, la Iglesia sinodal, democrática, transparente y participativa, llama la atención que todos los sucesores de los Apóstoles actúen tan al unísono como soldados en un desfile.

Las iglesias se vacían a un ritmo alarmante, Occidente se descristianiza a marchas forzadas, en la Curia bulle un mundo aparte del mundo, una atmósfera enrarecida y opaca de rumores y secretos. Puestos a condenar, sí, mejor tirar por algo facilito, como la prostitución forzosa, que no va a molestar absolutamente a nadie. Ni a los propios proxenetas.
Carlos Esteban

NOTICIAS VARIAS 21 de enero de 2019



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Miguel Aranguren: “Como novelista, creo en el hombre y su proyección al bien” (Gonzalo Altozano)



Lo dice San Juan al final de su Evangelio: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían”. Uno de esos libros de los que habla el evangelista lo acaba de firmar Miguel Aranguren. Se trata de ‘J.C. El sueño de Dios’una novela de 700 páginas y siete años de trabajo. Con ella el autor ha viajado hasta el siglo I de nuestra era, calzándose las sandalias de personajes imposibles y, sin embargo, reales y regresando solo él sabe si con más certezas y menos preguntas de las que partió, o al revés. La novela, en cualquier caso, pasa a engrosar la lista de un autor que, indiferente al éxito o el fracaso, sigue teniendo claro después de tantos años porque se sienta cada mañana frente al folio en blanco.
¿En qué momento empezaste a juntar palabras para contar historias?
Supongo que empecé a narrar muy pronto. En la nebulosa de algunos momentos de la infancia me veo con un lápiz en la mano, mezclando dibujos y palabras. Mejor aún, pidiendo a mis hermanos que me escribieran el interior de los bocadillos que salían de la boca de mis personajes porque aún no sabía escribir.
Eso los primeros años. ¿Y después?
Después el proceso fue más o menos natural: a los 10 años me ovacionaron en clase después de leer una redacción bastante maniquea acerca de ser feliz sin necesidad de consumir, y pensé que aquel éxito me gustaba; a los 13 o 14 descubrí la literatura de Miguel Delibes y entonces comencé a ejercitarme con la mayor de las inocencias, porque no me paré a pensar que de esto pudiera hacerse un oficio o una carrera.
¿Ah, no?
Ni siquiera entraba en mis planes convertirme en escritor; es más, nunca tuve claro a qué podría dedicar mi madurez: quise ser payaso, misionero, aventurero, torero, pintor, dibujante de tebeos, escultor…
Ya vas teniendo edad para hacerte una idea de lo que quieres ser.
Pues sigo sin saber en qué terminaré convertido, porque pico de todo y me distraigo con todo. De hecho, y sin pretensión de ningún tipo, me encantaría que el día durase más, mucho más, para hacer todo lo que me golpea en el pulso. Pero hablábamos del escritor.
Hablábamos del escritor, sí.
Que no existe hasta que cuenta con algún lector desconocido. Y eso me llegó a los 19 años recién cumplidos, cuando publiqué mi primera novela, Desde un tren africano.
El auténtico origen de tu aventura literaria.
Una especie de milagro que me abrió puertas que no correspondían a mi edad ni a mi poquísima experiencia literaria. Es la memoria de un viaje en el que descubrí que soy hijo de Dios en un entorno donde se mezcla la miseria y el Edén. África y su mal, ese veneno que te hace enloquecer de melancolía ante la evocación de lo que allí viviste.
Dios de alguna manera presente en tu primera novela y Dios totalmente presente en la última, empezando por el título.
J.C. El sueño de Dios.
Enseguida vamos con la novela, pero respóndeme antes: ¿eres un escritor católico?
Yo soy cristiano, no un novelista cristiano. Nos sobran los adjetivos; de hecho, de nosotros deberían hablar solo los libros. A pesar de que mi última novela sea una novela protagonizada por Jesús de Nazaret, no me atrevo a arrogarme un propósito evangelizador, que dotaría a mi trabajo de un aire clerical que detesto.
Entonces, tu novela está abierta a más de un público.
La novela no está escrita para el lector cristiano, porque es todo menos una novelita pía. Cabe la posibilidad, incluso, de que algunos lectores se lleven las manos a la cabeza, sobre todo aquellos que recrean los tiempos evangélicos como un belén de azúcar. En este sentido, puede llegar a ser una novela desconcertante, ya que el narrador se cuela en momentos desconocidos o poco recreados de la vida de Jesús y de las personas de su entorno.
Pero, ¿por qué una novela sobre Jesucristo?
La novela se gestó en dos fases. La primera, en el transcurso de una comida con un amigo que trabajaba con adolescentes. Me habló del desconocimiento por parte de las nuevas generaciones de las raíces de nuestra civilización. No saben más allá de unas ideas vagas, de unos tópicos quién es Jesús, eje y origen de la Historia. No lo reconocen ni siquiera en la imaginería, lo que demuestra una tristísima y elocuente ignorancia, muy superior a la de aquellos tiempos antiguos en los que las letras eran exclusivas de nobles y clérigos. Y sin embargo…
¿Sin embargo?
Como en todas las épocas, hay hambre de Verdad y de decisiones radicales vinculadas a Jesús: hace unos días he sabido del ingreso de una muchacha (guapa, lista, políglota, con carrera universitaria y empleo) en un convento de clausura. Pero hablábamos de las fases de gestación de la novela.
La primera ya la has contado.
La segunda coincidió con la Jornada Mundial de la Juventud que reunió en Madrid, durante el mes de agosto de 2011, a cientos de miles de jóvenes de todos los lugares del mundo. Me pregunté qué motivos les habían animado a tomar sus mochilas y recorrer miles de kilómetros para reunirse con un frágil anciano vestido de blanco.
¿Qué explicación hallaste?
Esa misma hambre de Verdad. Benedicto XVI era una representación de Cristo, que se hizo presente en la adoración eucarística más sobrecogedora de la Historia, cuando por la noche se disipó un huracán rabioso que acababa de azotar el cerro de Cuatro Vientos ante la custodia de la Catedral de Toledo, que ostentaba a Jesús en la eucaristía.
En resumen.
Jesucristo es tan actual como siempre, porque despierta la misma necesidad de conocerle que a los hombres de cada una de las etapas de la Historia desde, incluso, muchos siglos antes de que Él naciera. Y como soy novelista, me convencí de que merecía un acercamiento a través de la novela.
No serás un novelista católico, mucho menos un autor de novelitas pías, pero esto que cuentas casa mal con un propósito puramente narrativo.
Antes de responder, quisiera decirte que cada vez estoy más convencido de que somos narrativos. De hecho, nuestro día está cuajado de narraciones: lo que nos cuenta la radio de camino al trabajo, los chascarrillos de la oficina, las anécdotas que compartimos en el almuerzo, las batallas de los hijos en el colegio o en la universidad, la conversación con nuestros cónyuge, el rato que pasamos disfrutando de una película o de una serie, la foto que colgamos o la que vemos en las redes sociales, la llamada de teléfono…
¿A dónde quieres llegar?
A que si la vida se quedara en lo pragmático, en la orden, en el cumplimiento, en la gestión… sería insoportable. Por eso necesitamos contar y que nos cuenten. Y ahí se esconde el germen de todo escritor: la necesidad de narrar la experiencia liviana y la profunda. Y si a eso añades el amor a la palabra, la búsqueda de equilibrio, la inquietud por la belleza, por la verdad…
¿Entonces?
Entonces el escritor está servido. Siempre y cuando su oficio sea, además, la consecuencia de muchísimas lecturas. A escribir no se aprende leyendo wasaps, coletillas para las imágenes de Instagram, titulares de prensa digital ni nada parecido. Es necesario llegar a los buenos libros, a las buenas novelas, a los clásicos de todos los tiempos, también del nuestro.
Y una vez rota esta lanza a favor de la narración.
No sería cierto si afirmara que mi propósito es estrictamente narrativo. Soy un narrador pequeño; mi calidad literaria tiene muchos límites, supongo, pero es a través de mis novelas como doy a conocer mi modo de entender la vida. Esto mismo les ocurre a todos los escritores que son honestos. Y más a aquellos que están comprometidos con un ideal. Quiero que mis novelas estén al servicio del lector.
¿De qué manera?
Quisiera que mi literatura sirviera, de alguna manera, para el dibujo de un mundo distinto en el que la inmediatez, los resultados, este ir y venir desaforado de un sitio a otro, foto va foto viene, no fuesen óbice para mirarnos a los ojos. Además, quiero transmitir algunos elementos que hacen la vida mejor, feliz, trascendente, pero desde un prisma distinto al que ha copado la cultura occidental de los dos últimos siglos.
¿O sea?
Creo en el hombre y su proyección al bien. Creo en la misteriosa razón que da sentido a todo lo que nos acontece. Creo que la vida siempre es susceptible de mejorar, a pesar de que no soy un optimista compulsivo (leo el periódico, me siento a ver un telediario y se me cae el alma a los pies), porque cada uno de nosotros somos capaces de realizar muchos pequeños gestos positivos al día que, sumados, dan un resultado que hay que tener en cuenta.
Y por si todo esto fuera poco…
Estoy convencido del papel que juega la cultura en la construcción de una sociedad. Ahora mismo somos un caldo que mezcla individualismo, anonimato y globalización, tres elementos desazonadores. Es posible que de cada uno de ellos podamos sacar algún aspecto positivo (la manida lección de que internet, por ejemplo, puede utilizarse de una manera correcta), pero la suma no me gusta porque rompe los lazos con todo lo anterior, con eso que llamamos civilización occidental.
Vamos uno a uno: individualismo.
Evita el amor por el pueblo, por las raíces, la búsqueda de un futuro común, el esfuerzo por mejorar aquellas situaciones que nos afectan a muchos. El rechazo de los jóvenes al compromiso, al matrimonio, a la llegada de los hijos (es decir, su resolución a vivir solos, a morir solos), es la terrible consecuencia de una cultura hedonista.
Algo parecido sucede con el anonimato, ¿no?
Característico de la vida en las grandes ciudades. No sé quién es mi vecino y no me importa no saberlo. Es más, no saberlo me garantiza no tener que atenderle, evitándome problemas. El campo se ha abandonado, y con él la enseñanza de la naturaleza, que hoy se comprende como un parque temático por el que hay que pagar una entrada. Muy pocos saben en qué posición saldrá la luna al caer la noche, ni los efectos que tiene el astro en el devenir de la Tierra. No nos interesa.
¿Y la globalización?
Individualismo y anonimato son la consecuencia de la democratización de la cultura y su banalización, del arte como producto de consumo, una multinacional ética y estética gracias a la cual se han globalizado las costumbres. Mejor dicho, se han universalizado ciertas costumbres de ciertas sociedades, en detrimento de la tradición, del acerbo de los pueblos.
Hablabas antes del papel de la cultura en la construcción de una sociedad.
La cultura es una función propia de las élites, aquellas personas que tienen capacidad para imponer un estilo determinado de vida. La dejación en su liderazgo es una cobardía, como cobarde es el adulto responsable de pinchar el sueño de sus hijos. Para muchas cosas la vida es larga, y poco importa lo que se haya estudiado (salvo, quizás, en el caso de las profesiones técnicas) frente a las posibilidades que nos depara el futuro.
¿Te refieres a esos hogares, vamos a mal llamarlos conservadores, donde no hay inconveniente en que los chicos se aficionen al arte y la cultura, siempre que no se lo planteen como una vocación vital?
Esos hogares de los que hablas no soportan la falta de control parental respecto a las decisiones que toman los hijos, especialmente las relacionadas con los estudios. Para muchos padres el arte y la cultura siguen siendo espacios de hambre, peligrosos, con sesgos ideológicos y hasta con la sombra del escándalo. Muchos conducen a sus hijos al éxito, interpretado solamente en parámetros económicos y de poder, un éxito que creen garantizado después de haber costeado una universidad de pago.
A la vista está de que tus mayores no pincharon ese sueño tuyo de ser escritor; tus mayores y tampoco tu mujer.
Sin la participación de mi mujer, no podría haber llevado a cabo mis proyectos. Ella me permite vivir por y para mi arte(parezco una flamenca…), y a la vez me ayuda a ser realista. Ella debió de valorar que no reunía el perfil de un triunfador, que no soy hombre de acción, de negocios y arriesgadas empresas. Y me quiso así, lo que ha permitido que nuestra vida sea algo distinta a la habitual.
¿Cómo de distinta?
Mis hijos tienen un padre sin jefe, que no ficha ni recibe pagas extraordinarias ni cestas de Navidad. Tienen un padre que puede llevarse el trabajo a cuestas, y por eso disfruta de un verano más largo que las tres o cuatro semanas preceptivas. Y es un padre que, además, se embarca en aventuras curiosas.
Por ejemplo.
Un viaje anual a Kenia, para pintar frescos en las iglesias pobres; distintos pasajes a la India o a Perú para ambientar diferentes novelas; un tiempo vivido en un zoológico por exigencias de un argumento; una pasión desmedida por los animales, la talla en madera, la pintura a la acuarela y el acrílico, así como por los toros, la Fiesta, el último reducto de los héroes.
Ante eso, ¿qué piensan tus hijos de ti?
Cuando eran pequeños, presumían ante sus amigos de tener un padre famoso. Sofía, la pequeña, todavía tiene la sencillez inconsciente para vender mis libros a cualquiera. Pero crecen, claro, y aunque son maravillosos y preguntan por la marcha de mis proyectos, han normalizado todo lo que llevo entre manos.
Entre lo que se encuentra, Excelencia Literaria, una arriesgada empresa, por más que digas que no eres hombre de acción.
Cuando publiqué mi primera novela, a los 19 años, me invitaron a numerosos foros para hablar de su génesis. Esto me ayudó a mantener contacto con otros jóvenes que también escribían. Llegaron nuevas novelas y más encuentros (conferencias, tertulias, cursos…), en los que chicos y chicas menores que yo me pedían que leyera sus escritos e, incluso, me manifestaban el deseo de vivir una experiencia parecida a la mía.
Fue pasando el tiempo…
… y se hizo habitual la manifestación de ese deseo, así como mi frustración al no poder indicarles qué hacer para mejorar su escritura y mucho menos para publicarla. Fue entonces cuando ideé Excelencia Literaria. Para sacarlo adelante renuncié a muchas seguridades y de nuevo conté con el aval de mi mujer.
¿Cómo funciona?
Muy sencillo. Visito colegios de España, México y Perú en busca de chicos y chicas que, a la edad en la que encontré mi vocación literaria, quieran contar con mis consejos, con mis correcciones, para mejorar su escritura de relatos breves y artículos de opinión. Es un método de trabajo muy exigente para ellos y para mí.
¿Y merece la pena?
En estos 15 años se acumulan sucesos que me hacen creer que sí.
A ver.
Desde participantes que han optado por carreras universitarias de Humanidades, a otros que están trabajando en editoriales, o aquellos que estudian cine al tiempo que realizan sus primeros cortometrajes, o aquellos que se dedican a la enseñanza escolar y universitaria, o aquellos que siguen escribiendo y publicandomientras trabajan en ámbitos tan distintos como la medicina, la empresa o el derecho, y sobre todo aquellos que han publicado sus primeros libros.
¿A todos ellos les contaste la ‘cara b’ del oficio de escribir o solo la parte buena?
El proceso creativo de una novela es muy complejo y largo, a veces desesperante cuando no se logran cumplir los plazos de entrega porque la historia todavía no nos pide un final. Por si fuera poco, el éxito, como en cualquier otra actividad, no lo tenemos asegurado.
A ti no te ha ido mal del todo, en el sentido de que vives de lo que escribes.
Al menos lo intento, por más que sea una utopía. Aunque este vivir es doble. Por un lado está lo fungible, los ejemplares vendidos, los derechos de autor, el pago por conferencias, artículos y ejercicios varios. Y por otro la necesidad de relatar, que también es un modo de vivir de la escritura.
¿Y la frustración?
Unas veces la sientes por no haber satisfecho las aspiraciones de algunos de tus lectores. Otras, por la incomprensión de un editor o el desdén de aquellos que antes apostaban por ti. Pero las más de las veces, el desaliento tiene que ver con la tensión creativa, con la dificultad de traducir en palabras una idea, una escena.
Esto qué es, ¿un lamento?
No tengo derecho a quejarme, ya que si publicar y vender es casi imposible, publicar, vender y gustar es casi una utopía que se cumple cada vez que alguien me confiesa su experiencia con cualquiera de mis novelas. Esos momentos lo compensan todo.
¿También el esfuerzo narrativo?
Cuando finalizo una novela, siento que lo he contado todo, que no me queda nada en mi interior. Y me entran sudores fríos, como si mi oficio de pronto hubiese perdido su razón de ser.
¿Qué hacer?
Eso mismo me pregunto. Porque el tintero se me ha quedado vacío, seco. Pero de pronto pasa por delante de mis narices un hilo volador, puede que meses después del último punto final, incluso que necesite un año para darme cuenta, pero el hilo está, y con él la historia. Me corresponde observarlos, preguntarle, tirar de él… Sé que me llevará a un nuevo universo literario. Y entonces da comienzo el fatigosísimo proyecto de construir una nueva novela.
Gonzalo Altozano

NOTICIAS VARIAS 20 de enero de 2019



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¿Con aprobación pontificia? Inesperadamente, un nuevo obispo para la Fraternidad San Pío X


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Cardenal Burke: es apostasía, no cisma



La Iglesia actual se encuentra en un estado de apostasía de la fe, no de cisma, dijo el 17 de enero el cardenal Raymond Burke a la página web TheWandererPress.com (1)

Agregó que obispos, sacerdotes y laicos “han abandonado efectivamente la fe católica al exponer enseñanzas y prácticas que son contrarias al depósito de la fe”.

Burke critica “el silencio de tantos cardenales y obispos” que deberían defender la fe “vehementemente”, porque en la tremenda confusión y creciente división de la Iglesia “nunca puede ser justo” mantenerse en silencio.

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(1) El contenido de este enlace (que se encuentra en Inglés) lo inserto también aquí:

By DON FIER
Part 2
(Editor’s Note: His Eminence Raymond Leo Cardinal Burke, Patron of the Sovereign Military Order of Malta, recently paid a visit to the Shrine of Our Lady of Guadalupe in La Crosse, Wis. His Eminence graciously allotted time in his demanding schedule to grant The Wanderer an extensive interview and provided many illuminating insights. Among the topics he addressed is the troubling situation in which the Church finds herself and how the faithful can best respond. Part one of this important interview appeared in last week’s Wanderer.)
+ + +
Q. High-placed members of the hierarchy, including Pope Francis, seem to attribute the underlying cause of the clerical sexual abuse crisis to “clericalism.” It seems as if the findings of the 2002 John Jay Study commissioned by the Dallas Charter — which found that over 80 percent of clerical abuse cases were related to homosexuality — clearly indicates otherwise. [Note: Even Gerhard Cardinal Mueller was recently quoted to reaffirm his position that “homosexuality and clerical abuse are clearly linked.”] Can you explain exactly what the term “clericalism” means? Do you think it can accurately be portrayed as the underlying root cause of the clerical sexual abuse and cover-up problem that plagues the Church?
A. Clericalism is the using of the clerical state for other than its true purpose, namely, to teach correct doctrine and to lead the Church in her correct discipline. Clericalism is typically present when a person uses his authority for his own personal gains or to exercise undue power over people. I do not think it is accurate to say that the sexual abuse of minors is owed to clericalism. That would be to give the impression that there is something about the clerical state that involves the sexual abuse of minors. The problem lies in the fact that over 80 percent of these acts are committed with male adolescents or young male adults, a fact that is very clear from the John Jay Study. The root cause is sin, lust, disordered sexual desire in which one indulges to the great harm of the one who suffers this abuse.I just do not see where it has anything to do, in particular, with clericalism. You could say that it is related to an abuse of authority because a young person would be more susceptible to think that a priest is doing something which can be justified that clearly cannot be. But I do not think it has anything to do with clericalism at all. In fact, the more firmly and solidly a priest is identified with being a cleric, the more sense he has that he belongs to Christ. In former times it was signified by the tonsure, the cutting of the hair of a young man prior to receiving the Sacrament of Orders, to show that he belongs totally to Christ. This is diametrically opposed to any kind of abuse of others.
Q. I know it is your firm conviction that the witness of priestly celibacy is of incalculable importance to the lay faithful. Please elaborate on why this is true from both theological and practical perspectives.
A. We are all called to lead a chaste life. We also are all victims of the effects of original sin. Thus, people can be tempted to sin against their own bodies, to commit sins against the truth of their human sexuality. The gift of priestly celibacy, of a man who truly lives a life of perfect continence, is a great source of strength to young men and women in their struggle to grow in purity and chastity. Priestly celibacy also provides a great witness to those called to the married life — it is an example that helps them always remain faithful to their marriage vows. That is why it has always been typical in the Church for faithful Catholic couples to have good friends who are priests. The priest is a sign to them of the purity of their relationship as husband and wife and of its ultimate good in eternal life. In the same way, the priest is reinforced in his commitment to clerical celibacy by seeing that married couples live chaste lives. In other words, he is strengthened by the witness of their faithful and lifelong love for each other and how they express that love in a correct way, in a moral way in accordance with the natural law.
Q. As a follow-up, there seems to be an upsurge in the number of young women who are accepting the call to consecrated virginity. For example, in 2018 three young ladies in the Archdiocese of St. Paul and Minneapolis joyfully accepted this call. Please comment on the value of the witness of these generous souls to the life of the Church.
A. When people know a consecrated virgin, that is another sign to them of our final destiny, which is eternal life. It is a witness to how we should live each day in preparing to meet the Lord, which means living a chaste life according to the vocation to which we are called, whether married, single, consecrated religious, or priest. Yes, there is a growing number of those who are asking to receive the Church’s consecration as virgins living in the world. But there are also more and more young women who want to enter religious communities, especially contemplative communities. Just in November, I celebrated a Mass for a new Carmel in Fairfield, Pennsylvania, which I believe is the fifth or sixth foundation from the Carmel in Valparaiso, Nebraska. They have a great number of young women who are joining. It is a very difficult life and they live in somewhat harsh conditions, yet I have never before seen such a happy group of women. People think of cloistered sisters as being isolated from the world, but in fact Mother Mary Francis, the Poor Clare author, says: “The walls of the enclosure surround the whole world.” In other words, they are praying and making sacrifices for everyone.
Bishop Morlino And The Liturgy
Q. The Diocese of Madison, Wisconsin, recently lost a faithful and courageous prelate in Bishop Robert Morlino, well-known for his heroic opposition of abortion and same-sex unions as well as his conviction that the homosexual subculture that exists within the Church must be addressed. How well did you know Bishop Morlino? Can you offer some words on the legacy he left behind?
A. Yes, I knew Bishop Morlino somewhat well. He leaves a very powerful legacy, most of all as a teacher of the Faith. He was tireless in teaching the natural moral law, which is the foundation of right reason. In our heart, there is an order which corresponds to the order which God has placed in the whole of creation. Bishop Morlino taught faithfully in so many areas, as the shepherd of a diocese which has its seat in a very secular city, that of Madison, Wisconsin. He was not afraid to stand up for what the Church teaches, even though he took a lot of grief for it — in the media and from other-minded people in the diocese. He was never affected by it. I am sorry that he died at such young age — he was doing such great work. The other thing connected with his solid teaching was his great appreciation for the beauty of the sacred liturgy. He fostered proper placement of the holy tabernacle in strict relationship with the altar of sacrifice in the sanctuary of the Church. And he strived to eliminate liturgical abuses and also promoted in a very appropriate way the Extraordinary Form of the Roman Rite.
Q. It seems that Archbishop Viganò’s third letter is being met with further attempts to discredit him personally rather than addressing his apparently credible allegations. Do you have any insights as to how this matter will eventually play out? Please elaborate.
A. This is the great dishonesty. Whatever you think of the opportuneness or prudence of making these declarations, it is clear that he made them as an act of conscience. They include allegations to which the Church has to respond. If the allegations are not responded to, then there must be something deeply wrong in the Church.
As far as I am concerned, the character assassinations of Archbishop Viganò are profoundly wrong — character assassination always is wrong. Moreover, I see them also as an attempt to draw attention away from the gravity of the matters which he addresses.
Q. Your Eminence, it has been your unwavering position that formal schism must be avoided at all costs. In fact, you have often been quoted to say that “schism can never be right.” Some suggest, however, that an informal de facto schism exists at the present moment. This is in light of concerns such as the unanswered dubia questions, Holy Communion for Protestants, divorced and remarried Catholics receiving Holy Communion, etc. Prelates and priests have taken opposing sides on issues that can have only one true answer that conforms to the authentic Deposit of Faith — the result is a confused laity. In your estimation, does a de facto schism currently exist? How long can the current situation continue before a formal schism occurs? Are bishops and cardinals who remain silent complicit by allowing the controversy to continue?
A. I will simply renew my statement of what the Church has always understood about herself, that no situation justifies introducing a division in the Body of Christ. The situation that exists is not what I would call schism, but of apostasy, a situation where prelates, priests, and laypeople have effectively abandoned the Catholic Faith by espousing teachings and practices that are contrary to the Deposit of Faith. Abandonment of the truth causes apostasy as well as tremendous suffering in the Church. But it is our response to that situation, especially if we see it among prelates or bishops, that is important. We may be tempted to walk away from the Faith because of this person and say, “I can’t be a Catholic anymore because of what this or that bishop has done.” However, that man, whoever he is, is not the Church. The Church is Jesus Christ — and we cannot walk away from Him, even if we are the ones who are made to suffer from within the Church, even if we are made to think that we are the ones who are causing division and conflict. We must remain faithful to Christ and teach what He has always taught. So, I believe what people are describing with the term de facto schism is, in fact, a practical apostasy from the Faith. Therefore, it is more critical than ever that those who are faithful and who are striving to follow the teaching of the Church in its integrity remain solidly within the Body of Christ. Recall St. Athanasius who was sent into exile, persecuted, and oftentimes treated with indifference. Like him, we need to persevere in giving our witnessWith regard to the silence of so many cardinals and bishops, this is a very serious question. A bishop is ordained to the fullness of the priestly office, and a cardinal is inscribed in the College of Cardinals to defend the Faith. And this must be done vocally. To remain silent in the midst of this tremendous confusion cannot be right — it can never be right. I even heard recently that some spiritual director told a bishop: “This is the time to remain silent.” How can this be correct for a bishop, if there is growing confusion and division in the Church? A bishop needs to tell his people that which will bring unity, namely, fidelity to Christ and to His teaching and to His discipline.
What Is The Reform?
Q. Several years ago, I remember running across a statistic indicating that if such a category existed, the second-largest Christian denomination in the United States would consist of fallen-away Catholics. More recently, I ran across an article stating that fallen-away Catholics is now the largest category. What needs to happen for this trend to be reversed, for the Church to experience a renewal?
A. Yes, a reform has to take place. What is the reform? It is that we have to once again teach the Faith in its integrity. The Creed has to be expounded in public and in Sunday sermons and in other forms of adult catechesis. It has to be taught to children and young people. The present deplorable situation is the fruit of decades of poor catechesis. We have generations of Catholics who say openly that they do not know the Catholic Faith themselves, and therefore they are unable to defend the Faith to others. I think the fundamental solution is to return to a solid teaching of the Faith and to purify the Church of all these scandals that are tremendous tests of people’s faith. Above all, the Catholic Church depends upon a worthy clergy. We need to have seminaries that prepare young men to be the best possible priests, and they, in turn, must lead personal lives that reflect the ontological change that occurs when they are ordained priests, when they are configured to the Person of Christ, Head and Shepherd of the flock at every time and in every place.
Q. Fr. Hardon, whose Cause for Beatification and Canonization you initiated in 2005 (and whose many apostolates you now guide and oversee), was a tireless catechist. He firmly believed that authentic catechesis of the unvarnished truth was necessary to stem the tide — and he labored valiantly toward that goal right up until his last breath. If he were still alive, would he be surprised at the current situation the Church faces? In your estimation, what would the Servant of God’s counsel be?
A. I do not think Fr. Hardon would be surprised. When you read his writings, it is evident that he understood profoundly the warning our Lady gave us in Fatima, Portugal — that there was great danger of apostasy in the Church and apostasy from the Faith. He saw it coming and would not be surprised about it. At the same time, he would also be profoundly saddened and disturbed to see the situation in which the Church finds herself. His counsel would be the same counsel he was giving right up to the end of his life. I worked with him the last three years of his life and his constant call was for “catechesis, catechesis, catechesis” — that the truth of the Faith and the moral law must be tirelessly taught and lived.