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sábado, 25 de abril de 2020

A favor y en contra de la Misa en TV. Una carta desde el Reino Unido


 
> Todos los artículos de Settimo Cielo en español

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El grito de alarma elevado por el papa Francisco contra el peligro que las Misas “virtuales”, transmitidas por televisión en este tiempo de pandemia, sustituyan a las Misas reales y abran el camino a una Iglesia “gnóstica” ya no más con la presencia del pueblo y con los sacramentos, verdadero Cuerpo de Cristo, ha animado aún más una discusión ya en curso:

> El Papa contra las Misas por televisión: “Ésta no es la Iglesia”

Una prueba de ello es la carta reproducida a continuación, proveniente del Reino Unido.

Los cinco casos que el autor de la carta examina, en realidad – a diferencia de lo que él escribe -, confirman no la equivalencia sino el primado absoluto que tiene la participación viva y real de la Misa, también en los contextos más difíciles, respecto a cualquier otra visibilidad mediata.

Y también las consideraciones de David Critchley sobre la “oportunidad misionera” que las Misas transmitidas electrónicamente podrían ofrecer tienen sentido precisamente en cuanto a la celebración real de la Eucaristía.

Inadvertidamente, quizás, han atestiguado el carácter insustituible de la Eucaristía viva y real como “culmen et fons” de la vida de la Iglesia también los que se han batido, en el último sínodo, por la ordenación de hombres casados, para asegurar a través de ellos la celebración de la Misa en las zonas más apartadas de la Amazonia. Ninguno de esos padres sinodales jamás salió a hablar de hacer llegar la Misa por vía electrónica a esos lugares remotos.

El motivo era que a ellos les importaba únicamente la ordenación de varones casados, no sólo en la Amazonia sino en todos lados.

Pero la Providencia se vale muchas veces de caminos torcidos para avanzar derecho.

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Estimado doctor Magister,

Gracias por el post ”El Papa contra las Misas por televisión”: reflexivo y provocativo como siempre, esta vez con la contribución del Santo Padre.

Tengo el temor que estemos descuidando la oportunidad misionera que nos ofrecen las Misas online. En los años pasados pienso que algunas iglesias ya habían transmitido las Misas en vivo simplemente porque la tecnología estaba disponible y “¿por qué no? ¡Probemos! Quizás los obligados a guardar cama lo apreciarán”. Pero no hubo ninguna reflexión más profunda sobre la cuestión. Ahora estamos animados a pensar la cosa más en profundidad.

Ante todo, pienso que las Misas transmitidas electrónicamente no representan un gran paso atrás respecto a la tradición. Consideremos estos casos:

1. Un sacerdote obtiene el permiso para celebrar Misa en una prisión para criminales violentos. El director de la prisión le dice que los prisioneros son tan violentos e imprevisibles que no se los pueden reunir en una capilla. La Misa se celebrará entonces en el atrio de la prisión y los prisioneros estarán presentes a través de las ventanas de sus celdas.

2. Un rey o un gran dignatario asiste a Misa en tiempos anteriores a 1790. Se sienta en un banco reservado, blindado del resto de la iglesia y observa la Misa a través de la reja.

3. Un paciente en el histórico Hôtel Dieu de Beaune, en Borgoña [ver foto], asiste a Misa, hace algunos siglos. El altar está al fondo del dormitorio y los enfermos, la mayor parte, lo ven desde sus camas o cubículos.

No pienso que alguna de estas tres situaciones sea significativamente diferente de la asistencia a una Misa transmitida vía electrónica.

Pero he aquí un caso más difícil.

4. Un fiel católico, que cuando está en casa va a Misa todos los días, viaja al exterior. El domingo tiene la posibilidad de elegir si asiste a la Misa transmitida online desde la iglesia de su país, o bien identificar una iglesia en los alrededores, encontrar la calle para llegar a ella y escuchar allí Misa en un idioma diferente al suyo, o quizás descubrir que ha recibido del hotel un horario equivocado de la Misa. Para mí no es tan obvio que deba optar por una iglesia del lugar.

O bien puede darse este otro caso.

5. Una iglesia católica de una zona rural ofrece una Misa el domingo y una sola Misa en el resto de la semana. No hay otras iglesias católicas en las cercanías. Durante los otros días de la semana, entonces, un católico de la zona tiene en la práctica que decidir entre asistir a una Misa diaria online o quedarse sin Misa, dado que no puede pasar todo el tiempo viajando. ¿Deberíamos decir: ninguna Misa?

Y todavía no hemos comenzado a pensar en el rol de las Misas online en la evangelización. ¿No debemos quizás animar a los que piensan hacerse católicos a asistir regularmente a una Misa online? ¿Quizás no hay personas a las que jamás se habrá visto entrar a una iglesia católica, pero que podrían sentirse estimuladas a mirar una Misa online? Hay personas que podrían ver una Misa online y después decir: “Mi Dios, jamás habría pensado que la Misa pudiera ser así. Justamente debo ir a un lugar así”. ¿Qué decir de las personas que viven en sociedades en la cuales se castiga la conversión al cristianismo: las Misas online no podrían tener un rol en su vida? ¿Qué decir de las personas que les gusta escuchar conciertos religiosos, pero no van a Misa? ¿No podrían terminar asistiendo a una Misa online por el placer de la música?

En síntesis, en cualquier lado y en todas partes hoy hay acceso a una vida litúrgica anteriormente disponible sólo para los católicos que vivían en comunidades religiosas o muy próximas a una iglesia grande y bien administrada.

Seguramente tenemos mucho sobre lo cual pensar.

Con mis saludos más cordiales,

David Critchley
Winslow, Buckinghamshire, Reino Unido

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POST SCRIPTUM

Dear Sandro Magister,

Thank you for sharing David Chritchley's comments. I have watched a number of televised Masses or on CDs. Even as a demonstration they pale in comparison to participating in an actual Mass regardless of the conditions. Imagine a group of soldiers kneeling around a makeshift altar on the frozen ground in Korea on the one hand and attending Mass at a beautiful church. Two extreme examples but similar to the meaningful act of true participation and reception of the Eucharist.
Vivat Jesus,

Peter J. Brock
Sun City Center, Florida, U.S.A.

viernes, 4 de enero de 2019

Para los prelados católicos de hoy, no hay sitio dónde esconderse (Peter Kwasniewski)



Durante mucho tiempo, el papa y los obispos fueron vistos como “hombres separados”, ocupando una esfera elevada en la que ningún laico podía atreverse a entrar, con una posición especial que bloqueaba todas las críticas. Esta actitud tiene un fundamento razonable: estamos tratando aquí con los sucesores de los apóstoles, con aquellos que representan a Cristo el Buen Pastor en la tierra, enseñando, gobernando y santificando en Su nombre y por Su autoridad.

Sin embargo, también es una actitud que tiene sus límites cuando recordamos que no estamos tratando con Cristo mismo, ni con los apóstoles insustituibles que se sientan en los 12 tronos, sino con hombres caídos que pueden cumplir su alta vocación o fallar de forma grave en ello.

En épocas pasadas, los prelados pecaminosos a menudo vivían “como reyes” a expensas de los laicos, y había poco que se pudiera hacer para exponerlos, influenciarlos o avergonzarlos. De la misma manera, los prelados santos y valientes podrían ser alabados localmente; tal vez su reputación finalmente se extendería (especialmente después de su muerte, cuando comenzaría un cultus para el más sagrado de todos) pero, nuevamente, habría un límite práctico en el alcance de su buena influencia.

Hoy, sin embargo, la situación ha cambiado dramáticamente gracias a los medios de comunicación. Ya no es posible para un obispo hacer el bien en silencio o hacer el mal en silencio. Esto ya era cierto en la era de los periódicos y las revistas, pero internet ha intensificado exponencialmente el brillante foco de atención en las acciones y declaraciones públicas de cualquier obispo. No puede esconderse. Debe hacer una elección: ser audazmente bueno; ser audazmente malvado; o mostrarse indiferente, desvinculado, cobarde.

A pesar de los muchos inconvenientes que indudablemente tiene, internet se ha convertido, de una manera un tanto torpe, en una horca de aventar y en una era (cf. Mt 3:12). Es cierto que los laicos todavía no tienen, y nunca tendrán, ninguna autoridad directa con respecto a la jerarquía. Pero sí tienen la autoridad moral y pueden empuñar las armas de exposición, protesta y retiro de apoyo. Al pedir continuamente a sus pastores que den buen ejemplo, que permanezcan fieles a las enseñanzas de Cristo y su Iglesia (que no es la última doctrina de moda, modernizada, del Vaticano), que lidien rápidamente con las malas acciones, que reconozcan y se arrepientan de ellas y que tengan en cuenta “todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito” (cf. Fil 4, 8).

Internet ha hecho que se sepa (como me dijo un amigo) que se han pagado miles de millones de dólares en daños y perjuicios por los delitos de ciertos miembros enfermos del clero. ¿Fue este el propósito al que usted destinó sus contribuciones diocesanas? ¿Qué hay de sus antepasados, que trabajaron para ganarse el pan, lo guardaron y lo entregaron generosamente a su iglesia local por amor de Dios? ¿Querían que se utilizara para la construcción de hermosas iglesias y el mantenimiento de clérigos dignos, o pensaban que los honorarios de los abogados, los agentes de relaciones públicas profesionales, los sobornos y los enormes acuerdos judiciales para las víctimas eran un propósito igualmente bueno?

Como el padre John Zuhlsdorf sucintamente declaró: “Es hora de cortar todos los fondos y canalizarlos sólo a causas tradicionales confiables”. Los laicos informados de hoy no deben dar ni un centavo a nada dirigido por, patrocinado por o recomendado por cualquier diócesis o la Conferencia episcopal de los Estados Unidos en conjunto hasta que los obispos comiencen a actuar como san Ambrosio, san Atanasio y san Juan Fisher, en lugar de hackear al Partido Demócrata.

En la actualidad, lamentablemente, este desenlace no parece demasiado probable. En noviembre, los obispos de EE.UU. se convirtieron en un espectáculo al dar a luz, en el centro del escenario ante los ojos del mundo, a un fruto particularmente nocivo de hiper-papalismo: el pusilánime abandono de la auténtica responsabilidad episcopal. “Pero en los profetas de Jerusalén, observo una cosa monstruosa: son adúlteros, van tras la mentira, les gusta animar a los malvados, pues ninguno abandona su maldad. Se me han vuelto como Sodoma, sus habitantes igual que Gomorra” (Jeremías 23, 14).

Mientras el Papa y los obispos vacilan y muestran su total incapacidad (o incluso su falta de voluntad) de hacer frente a la crisis que ellos mismos han causado y, como la próxima reunión de febrero promete ser “más de lo mismo”, la voz de los fieles continúa levantándose, como el rugido del trueno que se mueve a medida que la tormenta se acerca. Los golpes de martillo de juicios, investigaciones, redadas de documentos y sentencias penales caerán de manera cada vez más implacable sobre los hombros de los perpetradores, colaboradores y cómplices.

Mientras tanto, los verdaderos héroes de la Fe, como el obispo Joseph Strickland, se levantarán y serán distinguidos por sus contra-testimonios. Que el Señor nos envíe muchos más en nuestra hora de necesidad.
Peter Kwasniewski en LifeSiteNews
(traducido por Pablo Rostán para InfoVaticana)