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domingo, 11 de mayo de 2025

León XIV: esto es lo que piensa el Papa del Opus Dei




DURACIÓN 10:54 MINUTOS

León XIV y el futuro de la Iglesia



La fumata blanca sorprendió elevándose desde la chimenea de la Capilla Sixtina a las 6 y 8 minutos de la tarde del jueves 8 de mayo mientras las luces del crepúsculo iluminaban la columnata de Bernini. Una hora después, la plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione eran un hormiguero en el que bullían más de cien mil personas, mientras cerca de mil millones se conectaban a los medios de comunicación para verlo. Como ya había sucedido en 1978 con el papa Wojtyła, no entendieron en un primer momento el nombre del nuevo pontífice cuando lo anunció el cardenal Dominique Mamberti. La multitud estalló en un largo y sonoro aplauso. La muchedumbre aclamaba al 267º sucesor de San Pedro, el cardenal Robert Francis Prevost, que asumía el cargo con el nombre de León XIV.

La primera impresión es la más importante, porque es intuitiva y se imprime en la memoria. Por eso, en un artículo anterior, mientras nos preguntábamos cuáles serían las primeras palabras que diría el recién elegido pontífice desde el balcón de San Pedro, escribimos: «Es indudable que las palabras y gestos con que el próximo papa inaugure su pontificado revelarán ya una tendencia y brindarán un primer elemento para que el sensus fidei del pueblo católico pueda discernir. Sea cual sea el nombre que elija, el pontífice elegido por el colegio cardenalicio, ¿querrá seguir las huellas de Francisco, o emprenderá una vía diferente a la de un pontificado que, según muchos, ha sido catastrófico para la Iglesia?»

Ya conocemos la respuesta, y ha sido un indicio de cambio, al menos en lo que respecta al estilo de gobierno del que se sirvió Francisco para su primer mensaje. Escoger un nombre tan poco común, que evoca a un papa con un amplio magisterio doctrinal como fue León XIII, así como a pontífices santos y luchadores, como San León Magno y San León IX, revela claramente una tendencia. Igualmente significativa ha sido la manera en que se ha presentado el nuevo papa al pueblo romano. La sobriedad manifestada por León XIV vino acompañada de su reconocimiento de la dignidad de la Iglesia, al la cual honró con las solemnes vestiduras que exige el ceremonial: la muceta roja, la estola pontificia y la cruz pectoral de oro, cosa que no se hizo hace once años.

En las primeras palabras de su alocución, León XIV deseó paz en nombre de Cristo resucitado, y en las últimas recordó que el 8 de mayo es la festividad en que tradicionalmente se hace la súplica a Nuestra Señora de Pompeya, tras lo cual rezó el Avemaría junto con los fieles e impartió su primera bendición Urbi et orbi concediendo indulgencia plenaria. Hay que añadir que el 8 de mayo es la fiesta de María Mediadora de todas las Gracias yla Aparición de San Miguel Arcángel, príncipe de las milicias celestiales y protector de la Iglesia. Esto no ha escapado a los que conocen el lenguaje de los símbolos. [* N. del T.: Agreguemos por nuestra parte que los argentinos celebran el 8 de mayo a su patrona, Nuestra Señora de Luján. En cuanto a la Virgen de Pompeya, es una devoción muy arraigada en Italia, y no sólo en su basílica de Nápoles, pues de hecho esta práctica devocional se transmite por radio y televisión a todo el país].

Muchos se están desviviendo por rescatar hechos y dichos del obispo y más tarde cardenal Prevost, a fin de hacerse una idea del rumbo que puede imprimir a su pontificado. Temen que la ruptura en las formas con el papa Francisco se corresponda con un distanciamiento análogo en los contenidos. Pero en una época en que la praxis se impone sobre la doctrina, la restauración de las formas lleva implícito un restablecimiento de la sustancia. Téngase presente, además, que todo pontífice recibe en el momento de su elección gracias de estado proporcionales a la labor que habrá de cumplir, y en muchos casos se han producido cambios en la actitud de un papa una vez asumido el ministerio petrino. Por eso, como acertadamente ha afirmado en un comunicado el cardenal Raymond Leo Burke garantizando su apoyo al nuevo pontífice, hace falta rezar para que el Señor le conceda «sabiduría, fuerza y ánimo en abundancia para hacer todo lo que pide Dios en estos tormentos tiempos». Proponemos que la intercesión sugerida por monseñor Burke a la Virgen de Guadalupe se añada la de la Virgen del Buen Consejo que se venera en el santuario agustino de Genazzano.

Por supuesto, no se puede cejar en la vigilancia y la lucha contra los enemigos externos e internos de la Iglesia, pero no es este momento de desengaño y la preocupación, sino de alegría y esperanza. Es un momento de alegría porque la Iglesia Romana ha elegido al Vicario de Cristo, León XIV, añadiendo otro eslabón a la cadena apostólica que lo vincula a San Pedro. Es la hora de la esperanza, porque el sucesor de San Pedro es el jefe en la Tierra del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Y la Iglesia, a pesar de las pruebas y persecuciones a las que se ha visto sometida a lo largo de la historia, siempre resurge triunfante como su divino Fundador.

Comentando las palabras del Evangelio de San Lucas (24, 36-47), escribe San Agustín: «Como acabasteis de oír, después de la resurrección el Señor se apareció a sus discípulos y los saludó con estas palabras: “Paz a vosotros”. Esta es la paz y este el saludo de la salud, pues saludo es nombre derivado de salud. ¿Qué hay mejor que el hecho de que la salud misma salude al hombre? Cristo es, en efecto, nuestra salud. Es nuestra salud él que por nosotros fue herido y fijado con clavos a un madero y, tras ser bajado de él, colocado en un sepulcro. Pero resucitó del mismo con las heridas curadas, aunque conservando las cicatrices, pues juzgó que, en bien de sus discípulos, era conveniente mantenerlas para sanar con ellas las heridas de su corazón. ¿Qué heridas? Las de la incredulidad» (Sermón 116, 1).

La incredulidad de un mundo que ha dado la espalda a Cristo es la causa principal de falta de paz en nuestros tiempos. Por esa razón, León XIV, hijo de San Agustín, en su primera homilía, pronunciada el 8 de mayo ante los cardenales electores, hablando de un mundo sin fe ha afirmado que la Iglesia debe ser «cada vez más la ciudad puesta sobre el monte, arca de salvación que navega a través de las mareas de la historia, faro que ilumina las noches del mundo». El Papa evocó la célebre expresión de San Ignacio de Antioquía (Carta a los romanos, proemio), cuando «conducido en cadenas a esta ciudad, lugar de su inminente sacrificio, escribía a los cristianos que allí se encontraban: “En ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo, cuando el mundo ya no vea más mi cuerpo” (Carta a los Romanos, IV, 1). Hacía referencia a ser devorado por las fieras del circo –y así ocurrió– pero sus palabras evocan en un sentido más general un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejerza un ministerio de autoridad: desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo.

Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia».

Se podría decir que en estas palabras resuena un presagio. En su primera aparición en el balcón de la Plaza de San Pedro, alguna lágrima corrió por el rostro de León XIV. Esas discretas lágrimas pueden expresar la emoción de un hombre que ante una multitud que lo aclama contempla todo su pasado desde la parroquia de Chicago hasta su inesperada llegada al vértice de la Iglesia. Pero pueden r igualmente manifestar la tristeza de quien vislumbra el futuro de la Iglesia y del mundo.

¿Cómo no recordar el llanto silencioso y profético de la Virgen de Siracusa, adonde se dirigió el cardenal Prevost en septiembre del año pasado con ocasión del septuagésimo primer aniversario de su milagrosa lacrimación? ¿Y cómo recordar también, en vísperas del 13 de mayo, el Tercer Secreto de Fátima, que describe a un papa afligido de dolor y pena que atraviesa una ciudad en ruinas y asciende a un monte en el que el martirio lo espera a los pies de la cruz?

Sólo Dios conoce el futuro del papa León XIV, pero el mensaje de Fátima, con su promesa del triunfo final del Corazón Inmaculado de María, es una certeza que anima a los corazones devotos en estos sorprendentes días de mayo que han traído un nuevo pontífice a la Iglesia.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto De Mattei