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jueves, 12 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (19) [Tentaciones (3ª) Proselitismo]


Si hacemos un breve resumen de lo que se ha dicho hasta ahora, con relación a la tercera tentación de Jesús nos encontramos con el hecho de que no podremos salir airosos de este tipo de tentación si no actuamos como lo hizo el Señor: "Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás" (Mt 4, 10). La proposición diabólica era realmente "tentadora". Le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dice:  "Te daré todo esto si postrándote, me adoras" (Mt 4, 9). Jesús salió victorioso de esta tentación (y también de las otras dos) porque su corazón estaba completamente entregado a la voluntad de su Padre, el Único que merece adoración. 

A lo largo de su vida pública Jesús nos ha recordado en varias ocasiones: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Lc 16, 13). El que se decide por las riquezas, ipso facto, se vuelve contra Dios, cometiendo un pecado de idolatría, que va directamente contra el primer mandamiento de la ley de Dios. Se elige al Diablo (por el poder que ofrece) y se rechaza a Dios. Por la avaricia se cae en la idolatría: sólo importa tener y tener. Y cuanto más se tiene tanto más se quiere tener. Un "tener" que, por cierto, no conduce al hombre a ser feliz, sino que lo deja vacío. San Pablo no se anda con remilgos a la hora de hablar y afirma con contundencia, que "la avaricia es una idolatría" (Col 3, 5) y "raíz de todos los males" (1 Tim 6, 10a), hasta el punto de que "algunos, llevados de ella, se apartaron de la fe" (1 Tim 6, 10b).


Es absolutamente necesario tener siempre presentes las palabras del Señor con respecto a este tema: "Estad atentos y guardaos de toda avaricia, pues aunque uno abunde en bienes, su vida no depende de aquello que posee" (Lc 12, 15). Y dijo más: "No os preocupéis por vuestra vida acerca de qué comeréis, ni por vuestro cuerpo acerca de qué os vestiréis. Porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido" (Lc 12, 22-23). Y un poco más adelante: "No estéis intranquilos, porque son las gentes del mundo las que se afanan por estas cosas. Bien sabe vuestro Padre que las necesitáis. Buscad, ante todo, su Reino, que esas otras cosas se os darán por añadidura" (Lc 12, 29-31)


El afán por las cosas del mundo sólo produce estrés, ansiedad y soledad: esclavitud, en definitiva. En cambio, el cristiano que intenta vivir como tal, procurando hacer realidad en sí las palabras de Jesús, trabaja con afán (¡por supuesto!) y posee cosas, pero no es poseido por esas cosas (las que sean). Es consciente de que "nada hemos traído a este mundo, y nada podremos tampoco llevarnos de él" (1 Tim 6, 7). La razón de ser y el sentido de la existencia para un cristiano consiste en tener como única meta el parecerse a Jesús y conformar su vida a la de Él; lo que conlleva, entre otras cosas, el mandato de dar a conocer su Mensaje a todas las gentes: "Id y predicad, diciendo: 'El Reino de los cielos está al llegar! " (Mt 10, 7) "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10, 8). 


El cristiano no tiene derecho a guardarse para sí solo el tesoro del que disfruta: "Que cada cual ponga al servicio de los demás los dones recibidos" (1 Pet 4, 10). De ahí la importancia del proselitismo en contra de lo que a veces se oye: ¿Qué sentido tendrían, si no, las misiones? El mayor don recibido por los cristianos, sin merecimiento alguno de su parte, es la posibilidad de conocer a Jesucristo: su Persona y sus palabras. Éste es el don por excelencia que debe transmitir a los demás. Y eso es, precisamente, el proselitismo: se trata de que haya un número cada vez mayor de personas que se conviertan al catolicismo, sin violentar nunca su voluntad.  

Para ello es necesario estar enamorados de Jesús, tener la máxima seguridad en su Amor y dar a conocerlo a la gente: cada uno lo hará de modo diferente, según cuál sea su oficio; pero todo cristiano tiene que estar dispuesto a dar testimonio de su fe a cualquiera que se lo pida, ya que "quien se avergüence de Mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria, en la del Padre y en la de los santos ángeles" (Lc 9, 26). Estas palabras fueron pronunciadas por Jesucristo. 

Tengamos presente que "Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque uno solo es Dios y uno solo también el Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se dio a Sí mismo como rescate por todos" (1 Tim 2, 4-6). De ahí la urgencia de la predicación del Evangelio de Jesucristo a toda criatura. El proselitismo no es ninguna tontería sino un mandato de Jesús a los suyos. Por lo tanto, de ninguna de las maneras se puede relegar la Religión Católica, como si se tratase de algo privado y subjetivo, algo de tipo personal y sentimental. Quien así piense es que no ha entendido nada de la Religión fundada por Jesucristo.


Dios instituyó su Iglesia con una finalidad muy concreta: la de que su Palabra, encarnada en Jesucristo [y fielmente guardada e interpretada por el Magisterio y la Tradición perenne de la Iglesia] llegue al mayor número posible de personas, de manera que éstas puedan llegar a ser auténticamente felices, ya en este mundo. A pesar de las contrariedades que, sin duda alguna, van a encontrar en su camino a la conversión, no les importará demasiado porque en Jesucristo habrán hallado el sentido de su vida: el que supone saberse amados, de un modo único y exclusivo por Aquél que, siendo Dios, se hizo hombre para que pudiéramos salvarnos y para que pudiéramos amarle también nosotros a Él.

El Mensaje cristiano es el de la Alegría, una Alegría que debe serlo para todos ... ¡Pero este Mensaje necesita ser conocido! Y para ello debe ser predicado. "¡Ay de mí si no predicara!" (1 Cor 9, 16), decía el apóstol Pablo. El hacerlo era para él una obligación que hacía a la fuerza y que cumplía por ser "una misión que se le ha confiado" (1Cor 9, 17): "Id por todo el mundo y enseñad a todas las gentes ... todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Estas fueron las palabras que dirigió el Señor a sus discípulos, inmediatamente antes de ascender en cuerpo y alma a los cielos. En ellas se hacía patente su voluntad con relación a los cristianos y, en particular, a los que son llamados al sacerdocio.

Nunca acabamos de darnos cuenta del todo de la enorme importancia del sacerdocio y de la acuciante necesidad que tiene el mundo (incluso aun cuando no sea consciente de ello) de buenos y santos sacerdotes. Sin ellos la Iglesia no podría salir adelante. Decía Jesús que "la mies es mucha, pero los obreros pocos" (Mt 9, 37). Ante la escasez de sacerdotes, y de sacerdotes santos, los cristianos tenemos la obligación de actuar conforme al mandato expreso de Jesús para que esta situación se solucione: "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). La oración ardiente, ante el sagrario, y la súplica confiada, por nuestra parte. El Señor hará el resto. Para que el hombre salga de esta idolatría que supone valorar las riquezas, el poder, el aplauso, etc... más que a Dios, es necesario que la gente conozca a Jesucristo, es necesaria la Evangelización; en otras palabras: es necesario el proselitismo, que viene a ser lo mismo. 

Se utiliza mucho, hoy en día, la expresión "nueva evangelización" ... a mi entender, expresión poco afortunada, confusa; y, en rigor, falsa y sin sentido, en sí misma: no hay nada nuevo que anunciarle a la gente. El Mensaje no ha cambiado. Se trataría, en todo caso, de hacerlo más comprensible, pero no de alterarlo. Puede que el uso de esa expresión se refiera a esto, pero -desde luego- si se piensa un poco y se analiza, el uso del adjetivo nuevo, refiriéndose a la Evangelización, supone otra evangelización; o sea, otro Mensaje, distinto del que se ha recibido de una vez por todas y para siempre. En cualquier caso, es lo cierto que -cuando menos- tal frase se presta a confusión, lo que no tendría por qué ocurrir si se tratase de una expresión clara e inequívoca. Pero el hecho real nos indica que se hacen diferentes lecturas e interpretaciones de ella. No es ese el Mensaje de Jesús a sus discípulos:  "Sea vuestra palabra: 'Sí, sí','No, no'. Lo que pasa de esto del Maligno viene" (Mt 5, 37) 

No hay que inventarse ningún Evangelio distinto del que ya hay y que, por desgracia, hay infinidad de cristianos que desconocen. Bastaría -y sobraría- con hablar a la gente de Jesucristo que es "el mismo ayer y hoy y lo será siempre" (Heb 13, 8). Ésta es la auténtica pastoral que el mundo de hoy necesita, más que nunca: oir hablar de Jesucristo, para que así sus mentes se iluminen y pueda arder su corazón. ¡Grave es la responsabilidad de los pastores que tienen ovejas a su cargo y les enseñan doctrinas mundanas, en lugar de procurarles el sano alimento, que es la Palabra de Jesús!



Escuchemos otra vez al Señor, utilizando ejemplos de sentido común, que todos pueden entender. Dice así:  "Nadie enciende una lámpara para ponerla en un sitio oculto, ni debajo del celemín sino sobre el candelero, para que los que entren vean la luz" (Lc 11, 33). Y añade:  Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos!"  (Mt 5, 16), pues "vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14). De nuevo el imperativo, el mandato: ¡Brille vuestra luz!; aunque nos quedamos con la duda de no saber a qué luz se refiere Jesús: ¿acaso puede venir luz alguna de los apóstoles? La pregunta es legítima. Y la respuesta está recogida en los Evangelios para que no quepa la más mínima duda acerca de cuál es esa luz que debe brillar en los discípulos y, además, como luz propia.


La respuesta, como siempre, se encuentra en las palabras de Nuestro Señor:  "Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Y puesto que sus discípulos "dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5, 11); y lo acogieron en su vida ... ellos mismos, por la gracia de Dios, se transformaron en luz para el mundo, cuando llegó la hora prevista; es decir, cuando Jesús se marchó y envió su Espíritu. Desde entonces, la luz que sale de ellos es la Luz de Jesús mismo, la única que puede iluminar al mundo ...; bien es cierto que para ser luz de Cristo deben de vivir la Vida de Cristo en sus propias vidas. Sólo así podrán dar un testimonio veraz de Jesús ... y la gente, viéndoles y escuchándoles, irán a Jesús y creerán en Él, que ese es el fruto que el Padre espera. 


Hay que decir que, aun siendo cierto que la Luz de Cristo es luz de Vida que ilumina todo y a todo da su sentido, se trata, no obstante, de una Luz especial ... especial en el sentido de que no se impone, no se manifiesta al hombre en todo su esplendor, pues sólo así puede darse una respuesta amorosa y libre del hombre al Amor de Dios. De hecho, así ocurrió con una gran cantidad de personas cuya libre respuesta al Amor de Dios no fue la esperada ... de modo que, aunque "la luz luce en las tinieblas, ..., las tinieblas no la acogieron" (Jn 1,5) ...  ¡Y eso que "Él era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo!.(Jn 1, 9). ¡Misterio tremendo éste de la libertad del hombre que llega hasta el extremo de rechazar a su Creador!


De manera que, debido a la libertad que Dios concedió al hombre, y aun sabiendo que  "todo fue hecho por Él y que sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho, que  en Él estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres" (Jn 1, 3-4); pese a todo ello, el hombre hace un mal uso de la libertad que le había sido dada y, procediendo del mismo modo en que lo hizo Adán, se produce, de nuevo, lo insólito: "En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron"  (Jn 1, 10-11)



(Continuará)