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martes, 27 de julio de 2021

Stat Crux ... ¡firme en medio de todo tipo de ruinas!

 CHIESA E POST CONCILIO

Imagen simbólica del desastre en Alemania

Imagen simbólica del desastre en Alemania


En el pueblo de Weindorf Rech, esta foto fue tomada en medio del desastre causado por la reciente inundación. Todo destruído, sólo una estatua de madera permaneció intacta.

La destrucción, la muerte, el desastre se detienen ahí, en las proximidades de la Cruz de Cristo, sin poder tocar no sólo la Cruz misma y el Crucifijo, sino también a la Madre y al Discípulo amado que, desafiando toda lógica humana, creyó que su refugio estaba allí mismo, donde humanamente no se ve más que desesperación y muerte.

No se necesitan comentarios, todos pueden ver o no ver: una señal, una casualidad, un significado o nada.

jueves, 18 de julio de 2019

Carta de los malos de InfoVaticana a los buenos oficiales (Carlos Esteban)



La primera, en la frente: no soy bueno. Reconozco, admito y confieso que no soy bueno. Afortunadamente, nunca me han exigido en InfoVaticana la santidad; no es, que yo sepa, un requisito imprescindible para ejercer el periodismo eclesial, salvo en algunos medios que, esos sí, son muy buenos, santos súbitos todos; y lo de súbito no es solo por recurrir a la expresión hecha, sino por recalcar que lo que a muchos hace santos hoy ha aparecido súbitamente, en una adaptación encomiable a los nuevos aires.

No soy, repito, bueno, y uno de mis principales defectos es la impaciencia. No tengo paciencia, especialmente, con los santos súbitos, con los maestros de la ley que, además de alargarse unas filacterias totalmente figuradas, me insultan y me excomulgan ‘por lo periodístico’, por así decir.

Hoy me he fijado en un artículo aparecido en Alfa y Omega, órgano de la Archidiócesis de Madrid, firmado por su mismísimo director, que ocupa los primeros puestos en la sinagoga gracias a su fidelísima capacidad de adaptarse a lo que venga, de un modo no muy distinto a su remoto jefe, el señor arzobispo, don Carlos Osoro, que ha visto la luz ecológica en cuanto le ha sido conveniente verla.

Así que voy a dedicar este artículo de perdición, que ignoro si querrán publicarme, a uno que publica ese espejo de ortodoxia que es Ricardo Benjumea, a quien Dios guarde luengos años, más que nada porque tira la piedra y esconde la mano, y la piedra va contra esta publicación y yo no tengo, ni he tenido nunca, la intención de esconderme.
Hablo de esa cosa fofa que escribe bajo el titular ‘La Iglesia busca aliados contra «los discursos del miedo» (ya les advertí que no soy bueno: dejen de leerme). Me limitaré a comentar fragmentos, porque, ya saben, ellos son los buenos y yo, malo.

El titular ya les dará una idea de lo que va la vaina, lo que no es nada difícil, porque si el Papa tiene dos obsesiones -inmigración masiva y cambio climático-, ya podemos imaginar que esos prelados tan, tan sinodales y libres y descentralizados tendrán exactamente esas dos mismas obsesiones, por un principio de ósmosis o coincidencia milagrosa que debería explicar algún científico o un teólogo ‘a la moda’, porque yo no sabría. Yo soy sólo una mala persona.

Benjumea se regocija y saca pecho de que la “Santa Sede fue el mayor impulsor del Pacto Mundial sobre Migración, suscrito por 164 países en diciembre de 2018 en Marrakech”. Muy meritorio, aunque el Vaticano, esa última monarquía absoluta de Occidente, siga siendo el Estado más restrictivo en acogida de extranjeros del mundo. O de que el famoso Pacto Mundial diga en su Artículo 31 que se facilitará “el acceso a servicios de atención de la salud sexual y reproductiva”. ¿Qué piensa exactamente Benjumea que significa eso? ¿Quizá desconoce la postura de la ONU sobre el aborto, o ignora que es, digamos, difícilmente compatible con la doctrina de la Iglesia, reiterada en este punto -¡faltaría más!- por Francisco? Pero eso no toca, ¿verdad? Ya si eso.

Benjumea no tiene por un segundo la menor duda de que es deber del cristiano cumplir celosamente un texto de la ONU, una organización que no ha destacado exactamente por su amor a la Iglesia o el escrupuloso respeto por su doctrina, como si fuera un undécimo mandamiento, pese a que lo que se propone en ese texto -el derecho de cualquiera, en cualquier lugar, de trasladarse a cualquier otro, de cualquier manera- no se le ha ocurrido en dos mil años a ningún Papa, santo, teólogo o doctor de la Iglesia, por no hablar de que no lo va a admitir ningún Estado que no se haya hecho a la idea de desaparecer, empezando muy particularmente por ese con el que está la Santa Sede a partir un piñón y el arzobispo Sánchez Sorondo considera ejemplar en la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, China.

No, no: la Iglesia ahora tiene la obligación de hacer presión política para lograr que se imponga un estado de cosas que jamás hasta ahora se le había ocurrido a nadie. Pero los extremistas, naturalmente, son los otros, como el infierno para Sartre.

Cita abundante y con aplauso a un Michael Czerny, responsable de la Sección de Migrantes y Refugiados del Vaticano, que dice cosas como: “Es puro Vaticano II. Esa es la Iglesia que queremos. Pedirle al Papa que haga él las cosas, eso es la Iglesia anterior al Concilio, la que no queremos”.

¿Está de acuerdo con eso Benjumea? La Iglesia anterior a UN concilio, que da la circunstancia trivial en una Iglesia eterna que es el más reciente, ¿no la queremos? ¿Han estado casi dos mil años despistados los católicos mientras evangelizaban todo el orbe, haciendo el idiota en una Iglesia “que no queremos”? ¿Es consciente Czerny -y Benjumea, y Osoro- que sin esa iglesia, la de Santo Tomás, San Ignacio de Loyola o San Francisco de Asís, el Concilio Vaticano II hubiera sido imposible, no habría razón alguna para que nadie le hiciera el menor caso?

“El populismo xenófobo, al menos en España, nace de sectores que se reconocen ampliamente católicos y es amplificado por medios de comunicación que dicen ser afines a las posturas católicas”. Benjumea entrecomilla la frase, pero no la atribuye, así que daré por hecho que es de Czerby. Da un poco igual, porque todos dicen lo mismo.

Carlos Esteban


martes, 2 de abril de 2019

KEEPING YOUR PEACE Not how you think (Michael Voris)


Duración 7:14 minutos

All the continuing, non-stop news about the evil and corruption in the Church has the unhappy side effect of causing some people to become discouraged.

We here at Church Militant have our noses in this every day — not because we necessarily seek it out, but ever since the McCarrick news broke last summer, an incredible number of people have started coming to us with their own stories.

Some of those stories are of physical/sexual abuse; others are about the cover-up of it. Some are about financial malfeasance on the part of priests and/or bishops.

Some — actually quite a few — are about active homosexual relationships between clergy or clergy involved with non-clerical homosexual partners.

You name it, we hear about it — and again, not necessarily because we seek it out.

Long before McCarrick, Church Militant was already being tipped off on a regular basis to the homosexual current in the Church, the same homo-current Abp. Viganò confirmed last August in his first testimony.

We took a lot of heat back in the day for our reporting of what we were both being told and were verifying left and right: There is a homosexual hive which seized operational control of the Church decades ago and has only flourished under this current pontificate.

That's the bottom line. Men like James Martin and Theodore McCarrick and these scores of crooked, wicked bishops did not just come into existence since Pope Francis was elected.

And you can take this to the bank: When his pontificate is over, whoever steps out on to that loggia in Rome, it won't end there either. The majority of clerics in positions of authority and influence in the Church right now and have been for decades are homosexual.

Those who aren't are sympathetic to it or are emasculated men terrified to confront the homosexual hive. Would it be better to have a pope who fights this as opposed to, at the bare minimum, gives the impression he is somehow neutral to it? Sure, but even if Cardinal Burke or Cardinal Sarah stepped out on the balcony dressed in white, any Catholic who thinks that all would be right with the Church again is out of their ecclesiastical mind.

Of course, it would be a good start, but no pope, no matter who he is, is going to destroy that homosexual hive because it is much deeper and more powerful than most people realize.

Sure, even if Martin and Cupich and Tobin and Farrell and many others were reduced to the lay state by the new pope — which would be a good beginning — there are thousands of homosexual priests, many of whom are very good at hiding, waiting in the wings.

This is not to say anything other than we must be realistic when confronting this horror in the Church, which let it be said very clearly is one of clergy lacking supernatural faith.

That problem gets exhibited in many different ways, and one very prevalent way is the control that these homoheretics have, again as Archbishop Viganò clearly demonstrated by naming names.

So how does a faithful Catholic, just "Joe Catholic," keep his peace in all this turmoil? You realize that what you do every day when you get up is get to fight evil. You were created from all eternity by Almighty God specifically for these times.

Your time and place in salvation history is not by accident. Your creation in your mother's womb wasn't a surprise to God. He planned it. And he planned it specifically for you. Fighting against this evil is your path to salvation because these are the times, not just in which you live, but the times in which you were deliberately placed by God.

While understandable on a natural level that this is all distressing and dispiriting and all that — again, naturally speaking it is, but faithful Catholics don't just live on a natural level.

We dwell not just on, but actually in the supernatural as well. We have been born — meaning created by God — for combat.

That is the entire meaning of the theological term "Church Militant," from which this particular apostolate derives its name. How do you keep your peace? You fight — you fight the demon. You fight him at every turn.

If you fall, by sin or failure or cowardice from time to time, you have the peace of knowing that Our Heavenly Father has already baked that into the battle plan — that's what confession is for.

Fight like Heaven. If you get bested here and there, realize it's only for a moment. Just get to confession and pick your sword back up and rush right back into battle.

What do you think you are alive for, if not this? Being Catholic isn't easy. In fact, there is nothing more difficult on earth than being a good, faithful Catholic.

This is the most titanic fight the Church has ever been engaged in. Whatever territory the Church had conquered in men's hearts and minds since Pentecost, has largely been lost. Most of that loss has come at the hands of Judas clerics — throughout our 2,000-year sacred history, no doubt, but especially in our day.

You keep your peace by keeping your sword in your hand. Don't be discouraged. Be angry, as long as it is justified and does not overcome you. Be angry at the loss of souls, at the despoiling of truth, at the ravaging of the faith — and fight. Fight evil clerics. Fight the homoheresy. Fight the spiritual corruption. Fight every bit of it.

If you are busy in the fight, you don't have time to think about things like "how do I keep my peace?"

Peace is something we possess, a gift granted to us because we do the will of God. God wills that the truth be proclaimed.

If at times, which in these days is quite frequently, that means assaulting the lies and deceptions and weakness of those in the Church, then so be it. You keep your peace by fighting — a glorious army under the queenship of our 12-star general.

And, as it will come for every human, when your final day comes, you will simply carry that peace into the next life where you will rest in it for eternity, for everything here is a preparation for there.

Michael Voris

jueves, 17 de enero de 2019

Francisco pone prelados comprometidos en cargos en los que pueden chantajear a otros



ESPAÑOL

Los casos del obispo Gustavo Zanchetta y de monseñor Battista Ricca muestran que el papa Francisco protege a sus amigos, independientemente de su compromiso profesado de responsabilidad, advirtió Phil Lawler el 11 de enero en la página web CatholicCulture.org.

Zanchetta y Ricca han sido acusados por grave inconducta homosexual, pero Francisco encontró trabajo para ellos, donde son responsables de detectar inconductas de otros:

“Ambos fueron obvios blancos potenciales para chantaje. Y se los puso en puestos donde podrían tener amplia oportunidad para chantajear a otros”.

Según Lawler, con Francisco el Vaticano se ha movido al revés en dos frentes cruciales: la lucha contra el abuso homosexual y la búsqueda para la transparencia financiera.

Él concluye diciendo que en este pontificado “la causa de la reforma está muerta, a menos que la reforma comience con el pontífice mismo”.


ENGLISH

The cases of Bishop Gustavo Zanchetta and Msgr. Battista Ricca show that Pope Francis protects his friends regardless of his professed commitment to accountability, Phil Lawler noticed on CatholicCulture.org (January 11).

Zanchetta and Ricca have both been charged with grave homosexual misconduct, yet Francis has found Vatican jobs for them where they are responsible for detecting misconduct by others,

"Both were obvious potential targets for blackmail. And they were put in positions where they might have ample opportunity to blackmail others."

According to Lawyer with Francis the Vatican has moved backward on two crucial fronts: the fight against homosexual abuse and the quest for financial transparency.

He concludes that in this pontificate, "the cause of reform is dead, unless the reform begins with the Pontiff himself."

martes, 8 de enero de 2019

El Opus Dei pagó 977.000 dólares a una víctima de abuso sexual del padre McCloskey (Carlos Esteban)



El Washington Post informa hoy que el Opus Dei pagó 977.000 dólares en 2005 a una mujer que alega haber sido objeto de atenciones sexuales impropias por parte del sacerdote de la Obra John McCloskey, conocido por su participación en la conversión de prominentes personajes de la vida pública norteramericana.

Otro sacerdote acusado de conducta sexual impropia, otra organización católica que paga una sustanciosa suma para que el asunto no llegue ni a los tribunales ni, sobre todo, a los medios. ¿Qué hay de especial en ello, a estas alturas? Lo especial es el personaje en el centro del caso, el padre John C. McCloskey, que es cualquier cosa menos un cura del montón.

McCloskey es lo más parecido a un ‘capellán de celebrities’ que puede darse, un sacerdote brillante y verdadero icono en sí mismo, al menos en la escena católica cercana al poder en Estados Unidos. La lista de políticos y prominentes comentaristas políticos a quienes evangelizó con éxito y en cuya conversión al catolicismo fue clave es impresionante, desde la vieja estrella del Partido Republicano Newt Gingrich hasta el director del consejo económico del presidente Trump, el comentarista político conservador Larry Kudlow, o el gobernador de Kansas, Sam Brownback, entre muchos otros.

Según la información publicada por el Post, la mujer víctima de la indebida atención de McCloskey era una alta ejecutiva católica con problemas matrimoniales que sufría una depresión, lo que le hizo buscar los consejos del sacerdote a través del Catholic Information Center de Washington D.C. La presunta víctima afirma que McCloskey la sometió a tocamientos libidinosos de los que, sintiéndose ella misma culpable, se confesó con el propio sacerdote.

Hay otras dos acusaciones contra McCloskey que el Opus Dei está investigando, una de ellas potencialmente “grave”. Según un portavoz del Opus Dei, tras discernir la credibilidad de la acusación apartó a McCloskey de Washington y le dio otras tareas. El caso se ha conocido ahora a petición de la víctima, que quiere que su caso sirva para que otras mujeres que hayan podido sufrir un acoso similar reúnan el valor para confesarlo públicamente. Por lo demás, declaró al Post estar muy satisfecha de cómo el Opus Dei ha gestionado todo el asunto y, de hecho, sigue implicada con la organización católica.

De hecho, la ‘desaparición’ de McCloskey de la escena capitalina a partir de 2005 fue comentada, después de una presencia tan brillante. Aunque las acusaciones que ahora se ventilan podrían no ser la única razón, ya que el sacerdote ha sido recientemente diagnosticado de Alzheimer en estado avanzado.

Monseñor Thomas Bohlin, vicario del Opus Dei en Estados Unidos, ha publicado una nota en la página web oficial de la Prelatura explicando detalladamente el caso, en la que hace referencia al hecho de que a McCloskey, en consideración a su alto perfil público, se le toleraba administrar el sacramento de la penitencia a mujeres fuera del confesionario, algo absolutamente vedado en la Obra.

Carlos Esteban

Cuba celebra 60 años de la revolución (el artículo que Vatican News no quiere que veas)



AQUÍ LOS ENLACES:


viernes, 14 de diciembre de 2018

Robert Spaemann, el último gran filósofo católico (Sandro Magister)



*
Era el filósofo más cercano a Benedicto XVI, su amigo y coetáneo. Falleció el 10 de diciembre a los 91 años, a la luz del tiempo de Adviento.
Pocas líneas más abajo extractamos un perfil elaborado por uno de sus discípulos más fieles, Sergio Belardinelli, profesor de Sociología de los Procesos Culturales en la Universidad de Boloña y coordinador científico del “Proyecto Cultural” de la Conferencia Episcopal Italiana, en los años de presidencia del cardenal Camillo Ruini.
Pero hay que destacar que Spaemann era filósofo, aunque también hombre de Iglesia, católico íntegro, muy severo con las derivaciones del actual pontificado, especialmente después de la publicación de “Amoris laetitia”.
En sus últimas intervenciones públicas relampaguean estos juicios sobre el tiempo presente de la Iglesia:
“El papa Francisco no ama la claridad unívoca. Su respuesta es tan ambigua que cada uno puede interpretarlo, y lo interpreta, a favor de la propia opinión. Sólo quiere “hacer propuestas”. Pero contradecir las propuestas no está prohibido. A mí me parece que se lo debe contradecir enérgicamente”.
“Al papa Francisco le gusta equiparar a quien es crítico con su política con los que ‘se han sentado en la cátedra de Moisés’. Pero de este modo el golpe vuelve hacia quien lo ha arrojado. Eran precisamente los escribas los que defendían el divorcio y derivaban reglas sobre éste. Los discípulos de Jesús, por el contrario, estaban desconcertados por la severa prohibición del divorcio por parte del Maestro”.
“En la Iglesia crecen la incertidumbre, la inseguridad y la confusión: desde las conferencias episcopales hasta el último párroco en la jungla”.
“El caos ha sido instituido en principio con un golpe de pluma. El Papa habría debido saber que con un paso así divide a la Iglesia y la lleva hacia un cisma. Este cisma no residiría en la periferia, sino en el corazón mismo de la Iglesia”.
Dos de sus entrevistas tomadas por Settimo Cielo:
Éste es el perfil de Spaemann que su discípulo Belardinelli publicó el 12 de diciembre en el diario “Il Foglio”.
*
Un verdadero maestro que obligaba a pensar
por Sergio Belardinelli
Con Robert Spaemann se va un verdadero maestro, uno de los pocos todavía en circulación. Por eso el luto es todavía más grande.
Pensador católico, discípulo de Joachim Ritter, Spaemann consideraba la fiosofía como un verdadero ejercicio de “ingenuidad institucionalizada”. En un mundo complejo, repetía con frecuencia, ¿qué otra cosa debe hacer un filósofo si no decir en voz alta lo que está a la vista de todos y que nadie dice? Por esto parangonaba al filósofo con la niña de la célebre fábula de Andersen. Es natural entonces que algún poderoso se haya resentido.
Su reflexión ha girado sustancialmente en torno a dos órdenes de problemas.
El primero se refiere a la conciencia moderna, a su grandeza, pero también a sus límites y su crisis;
El segundo se refiere a la reposición de la teleología y del derecho natural, en consecuencia del concepto de persona, como criterios a la luz de las cuales se deberían afrontar los temas más ardientes de la ética y de la política contemporánea: los problemas ecológicos, los problemas bioéticos, los de la educación y los referidos a la salvaguarda del Estado de derecho en una sociedad cada vez más funcionalizada, sólo para citar algunos temas, ciertamente centrales en muchas de sus obras.
Su confrontación con los clásicos del pensamiento moderno y contemporáneo, desde Descartes a Kant, desde Rousseau a Marx, desde Hobbes a los iluministas escoceses, hasta Nietzsche, Habermas o Luhmann, siguió siempre más o menos el mismo esquema:
- en primer lugar una confrontación crítica, dirigida a penetrar su pensamiento que una y otra vez estaba en el centro de su atención, mostrando la importancia, pero también las dificultades y los límites;
- posteriormente la confrontación se convertía, por así decir, en constructiva y, gracias sobre todo a la ayuda de los clásicos más antiguos, en particular Platón y Aristóteles, pero también san Agustín y santo Tomás de Aquino, señalaba cómo ciertas dificultades podían ser superadas y al mismo tiempo valorizadas.
Diría que ha sido éste el estilo inconfundible de Robert Spaemann.
Que se hablara de racionalidad del obrar, de la racionalidad del poder, de Dios, de justicia, del sentido de la educación o de la necesaria salvaguarda de la naturaleza y de la naturaleza humana, Spaemann impactaba siempre por la claridad y la profundidad de sus argumentaciones, por la capacidad de hacerse guiar por la cosa misma con una libertad y una radicalidad de pensamiento verdaderamente impresionantes, sorprendentes, directamente inquietantes.
El suyo era un estilo que inspiraba confianza y obligaba a pensar, permaneciendo durante años – al menos para mí – como fuente de inspiración inagotable.
Sandro Magister

Juicio de brujas contra Pell: "Asombro total" por condena falsa



Hubo un “asombro total” en la sala del tribunal después que un Jurado de Melbourne condenó el 11 de diciembre al cardenal George Pell, informó la página web LifeSiteNews.com.

Los que estaban presentes en la sala del tribunal hablaron de una “injusticia terrible” cuando la parte acusadora presentó solamente un único denunciante y ninguna otra evidencia.

Se presume que Pell abusó de dos niños de coro durante su desempeño oficial en la catedral de Melbourne en 1997, aunque la ubicación y las circunstancias hacen imposible que esto pudiera haber ocurrido. Pell no estaba viviendo cerca de la catedral.

Las acusaciones insensatas fueron puestas en circulación primero por Louise Milligan en su libro “Cardinal: The Rise and Fall of George Pell” [El cardenal: el surgimiento y la caída de George Pell], al que el prestigioso crítico literario Peter Craven llamó un “intento de 384 páginas de una profecía autocumplida” y “un caso que ha sido montado para un juicio de brujas”.

Angela Shanahan, una columnista del The Australian, escribió que la caza de brujas de los medios de comunicación contra el cardenal Pell “nunca le permitirá tener un juicio justo”, agregando que “cualquier evidencia real de mala conducta se ha convertido a la larga en una consideración secundaria en el ambiente”.

Amanda Vanstone, una ex embajadora austrialiana en el Vaticano, llamó al frenesí mediático que envolvía a Pell en mayo de 2017 “el punto más bajo en el discurso civil a lo largo de mi vida” y “de ninguna manera mejor que una muchedumbre de linchamiento propia de las edades oscuras”.

La sentencia contra Pell está prevista para febrero de 2019. Él está esperando un tiempo de cárcel de hasta 14 años. Sólo después que haya sentencia se le permitirá apelar simplemente sobre cuestiones técnicas.

Un segundo juicio conocido como el “juicio de los nadadores” comenzará en los primeros meses del 2019. Pell está acusado de haber “ofendido sexualmente” a dos niños mientras jugaban en una pileta de natación pública y controlada hace más de cuarenta años.


viernes, 7 de diciembre de 2018

El cambio de paradigma del papa Francisco. ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia? (Roberto de Mattei)




Presentación del libro de José Antonio Ureta

Hablamos de un tema de enorme importancia, y me gustaría recalcarlo.

En general, nos gusta hablar de aquello que constituye nuestra máxima preocupación. Por naturaleza, una madre tiende a hablar de sus hijos, ya que son el bien más querido para ella, y aunque no hable de ellos no deja de tenerlos siempre presentes en sus pensamientos.

Hablan quienes sólo hablan de la propia salud y no piensan en otra cosa. Me refiero a la salud física, porque hoy en día nos hemos olvidado de que tenemos alma.

Hay quienes sólo hablan de comida, porque a fin de cuentas, de lo que se come se cría y la comida se convierte en el horizonte de los propios intereses.

Son éstos los temas de conversación más habituales, aparte del fútbol, que es el medio por el que ordinariamente los italianos (y no sólo ellos) se evaden de la realidad.

De política ya no se habla con tanta pasión como en otros tiempos, porque se ha perdido el sentido del bien común.

Y poco o nada es lo que se habla de la Iglesia y de sus problemas. En Italia, al hombre de la calle no le gustan estos temas; lo aburren y a veces lo sacan de quicio, porque vive inmerso en el ateísmo práctico.

Ya pasó la época del ateísmo radical, del anticlericalismo rabioso. El ateísmo ha penetrado en nuestro organismo y circula por nuestras venas de resultas de una labor de secularización sistemática de la sociedad, propuesta y llevada a cabo por la nueva izquierda gramsciana.

Por ese motivo, felicito a los organizadores de esta conferencia, que confirma que queda un resto de personas inmunes al secularismo que sigue muy activo. Con nuestra presencia, manifestamos que espiritual y culturalmente estamos vivos, que no nos ha sofocado el miasma tóxico de la secularización, y ello es motivo de optimismo cara a nuestro futuro.

Un futuro que el libro de José Antonio Ureta, El cambio de paradigma del papa Francisco ¿Continuidad o ruptura en la misión de la Iglesia?, contribuye a iluminar. Obra que aprecio por dos razones fundamentales.

- La primera es que nos presenta un balance sintético, pero claro y preciso, de lo que ha hecho el papa Francisco en los cinco años que lleva de pontificado.

Es un cuadro inquietante que constituye, como plantea el autor, un cambio de paradigma, es decir, una solución de continuidad en los usos, las costumbres, las instituciones y el Magisterio de siempre de la Iglesia. Un cambio de paradigma que tal vez no se haga patente en cada gesto y discurso de Francisco, pero que se muestra irrefutable si se tienen en cuenta esos gestos y actos en su conjunto, en el contexto de cinco años de pontificado.

Puede que a algunos les haya bastado con un «buenas tardes» o un «¿quién soy para juzgar?» para intuir que algo no marcha, pero la mayoría de los católicos ha aceptado al papa Francisco sin hacerse mucho problema y rehúye todo debate sobre las consecuencias de su pontificado. Este libro es importante ante todo para hacer ver la realidad a quien no quiere ver, a quienes prefieren olvidar, a quienes desean autoconvencerse de que todo sigue tan normal y en orden como siempre.

- La segunda razón que hace tan importante a este libro es que, si en los nueve primeros capítulos nos presenta un exhaustivo balance del cambio de paradigma, las últimas veinte páginas –el capítulo diez y la conclusión–, nos proponen cómo debemos actuar en esta dramática situación. Ureta nos ofrece una solución equilibrada.

Cuando estamos sometidos a graves tensiones es difícil mantener el equilibrio. Y una de las virtudes más necesarias en la crisis que vive actualmente la Iglesia es el equilibrio. El equilibrio es necesario para mantenerse en pie. El que pierde el equilibrio cae; quien está en pie, resiste. Y hoy en día es imposible resistir sin mantenerse en equilibrio.

Se podría decir que el equilibrio es, junto con la virtud de la paciencia, la virtud de los fuertes. El equilibrio es una fortaleza prudente, o una prudencia fuerte. Quién actúa de modo impaciente, desequilibrado o desordenado se aleja de la verdad y de la paz interior, que es la tranquilidad en el orden.
Manifiesta desequilibrio quien dice: «Prefiero equivocarme con el Papa a tener razón sin él». Y también es señal de desequilibrio afirmar: «Pues si el Papa está engañado y me engaña, eso quiere decir que no es papa».
La postura de José Antonio Ureta, que compartimos, es equilibrada porque se basa en la fundamental distinción entre la Iglesia, que es santa e inmune a todo error, y los hombres de la Iglesia, que pueden pecar y errar. La infalibilidad sólo está reservada al Papa cuando enseña en unas condiciones determinadas, o al Magisterio ordinario, cuando reitera con continuidad y coherencia las verdades inmutables de la Iglesia.

En la última entrevista que concedió a LifeSiteNews, el cardenal Müller dijo:
«El magisterio de los obispos y del Papa se subordina a la Palabras de Dios tal como ésta se encuentra en las Escrituras y en la Tradición, y debe estar al servicio de Dios. No es católico creer que el Papa es alguien que puede recibir la Revelación directamente del Espíritu Santo y puede interpretarla a su gusto mientras los fieles lo siguen sin decir palabra».
Si las autoridades eclesiásticas enseñan el error, es lícito resistirlas, y el derecho a la resistencia se convierte en un deber cuando está en juego el bien común. Ése es el ejemplo que nos dio San Pablo (Gál.2,11)

No siempre basta con resistir. Hay situaciones en que debemos manifestar nuestra resistencia suspendiendo toda convivencia habitual con los malos pastores. También en este caso es necesario el equilibrio. No hablamos de apartarse jurídicamente de los malos pastores. Hablamos de una separación espiritual y moral que pone en duda en el plano jurídico la legitimidad de quien gobierna la Iglesia. José Antonio Ureta establece una comparación precisa con la separación, reconocida por el Código de Derecho Canónico, en la que un hombre y una mujer dejan de vivir juntos sin divorciarse ni declarar inválido su matrimonio.
Si luego las autoridades eclesiásticas aplicaran sanciones canónicas a quienes siguen fieles a la Tradición, provocarían una división formal en la Iglesia. La responsabilidad de la ruptura recaería en ese caso sobre las autoridades que hacen uso ilegítimo de su potestad, y no sobre quienes, respetando el derecho canónico, se limitan a seguir fieles al bautismo que recibieron.
La reacción a esas eventuales sanciones no debería ser afirmar: «Como me condenas, eso quiere decir que no eres el Papa», sino: «Aunque estas sanciones son injustas e ilegítimas, hasta que se demuestre lo contrario sigues siendo el Papa legítimo». Hasta que se demuestre lo contrario, significa que aunque un pontífice puede perder su cargo por diversas razones, incluida la herejía, esas razones deben ser irrefutables. La herejía, y también la invalidez de una elección, debe ser manifiesta y notoria a toda la Iglesia, porque la Iglesia es una sociedad visible y no una congregación invisible como las sectas protestantes. Para que se pueda hablar de herejía notoria y manifiesta, no basta con que el Papa profese o favorezca públicamente la herejía. Es necesario que ésta sea percibida como tal por la opinión pública católica. Que los obispos, y sobre todo los cardenales, que son los electores y consejeros del Papa, constaten esa realidad y obren en consecuencia. Mientras no lo hagan, debe considerarse que el Papa es legítimo.

Esto es equilibrio. Pero es sólo una parte de un problema mucho más amplio que no puede eludir esta pregunta de fondo: ¿cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo hemos llegado a la necesidad de tener que imaginar la posibilidad de separarnos incluso del Pastor Supremo que, hoy por hoy, es Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, primero con este nombre?

Permítanme que, en este aspecto, vaya más allá del libro de José Antonio Ureta, pero estoy convencido de ello, animado por el mismo espíritu.

No podemos pensar que el fin del pontificado de Francisco significará el fin de la autodemolición de la Iglesia.

En 2012, un año antes de su renuncia al pontificado, Benedicto XVI quiso hacer coincidir el Año de la Fe con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, con la esperanza de que los textos que nos legaron los padres conciliares fueran «conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia». Esta tesis –la llamada hermenéutica de la continuidad– es el hilo conductor de su pontificado desde su célebre discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005 hasta su último discurso, menos conocido, pero no por ello menos importante: el del 14 de febrero de 2013 al clero de Roma.

En estos discursos, Benedicto XVI reconoce la vinculación entre la crisis actual de la fe y el Concilio Vaticano II, pero sostiene que esa crisis no es culpa del Concilio en sí, sino de una hermenéutica defectuosa, de una incorrecta interpretación de los textos.

La hermenéutica de la continuidad fue la brújula que guió los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI durante nada menos que 35 años, entre 1978 y 2013.

Pero en esos 35 años, a pesar de los esfuerzos de ambos papas y de los obispos que se movían en la misma linea, la hermenéutica de la continuidad no logró detener el proceso de autodemolición de la Iglesia denunciado desde 1968, cincuenta años antes, por Pablo VI. Y no consiguió detenerlo porque es imposible detener un proceso histórico con un debate hermenéutico. Si en los últimos cincuenta años no se han impuesto los partidarios de la hermenéutica de la continuidad sino los de la discontinuidad, es porque los primeros se han hecho la ilusión de que pueden limitar el debate al plano hermenéutico, a la interpretación de los documentos, mientras que los segundos no han prestado atención a los textos y han avanzado en el terreno de la praxis, en coherencia con el espíritu del Concilio, que declaró la primacía de la pastoral, esto es, de la praxis, sobre la doctrina.
En esencia, el Concilio Vaticano II ha supuesto el triunfo de la pastoral sobre la doctrina, la transformación de la pastoral en teología de la praxis y la aplicación de la filosofía de la praxis marxista en la vida de la Iglesia.
La renuncia al pontificado de Benedicto XVI el 11 de febrero de 2013 supone, en mi opinión, el fracaso de su tentativa de separar la praxis postconciliar del Concilio Vaticano II aislando los textos de éste de la historia: es el fracaso de la hermenéutica de la continuidad.

El papa Francisco personifica la tesis contraria a la de Ratzinger. A él no le interesan el debate teológico ni el hermenéutico. Francisco representa el Concilio en acción, el triunfo en su persona de la pastoral sobre la teología. Entre el Concilio y el papa Francisco no habido por tanto ninguna ruptura, sino continuidad histórica. Francisco es el fruto maduro del Concilio Vaticano II.

Sin duda alguna, el pontificado de Francisco ha supuesto un cambio de paradigma, como afirma acertadamente Ureta, pero en mi opinión el punto de inflexión de estos cincuenta años no es el pontificado de Francisco sino la reacción que ha suscitado este pontificado entre los católicos de todo el mundo.

El pontificado francisquista, precisamente por ser desastroso, ha puesto en evidencia que en la Iglesia reina una crisis que, de otro modo, habría pasado desapercibida, y ha provocado una reacción.

Esa reacción se ha manifestado por medio de varias iniciativas:

- En 2015, una coalición de asociaciones de laicos recogió, bajo el título de Súplica filial, 900.000 firmas de fieles que pedían una aclaración sobre los problemas planteados por el Sínodo Extraordinario de la Familia. Esta súplica recibió la callada por respuesta.

- En 2016, cuatro cardenales presentaron al papa Francisco cinco dubia relativos al capítulo 8 de la exhortación Amoris laetitia. Nuevamente, el silencio por toda respuesta.

- En 2017, 40 intelectuales, número que más tarde ascendió a 250, dirigieron a Francisco una corrección filial acusándolo de propagar errores y herejías en la Iglesia. Y una vez más, la corrección cayó en oídos sordos.

- Y en 2018, el arzobispo Carlo Maria Viganò ha dado a conocer la existencia de una red de corrupción entre la jerarquía eclesiástica, poniendo en tela de juicio a todos los responsables, empezando por el papa Francisco, cuya dimisión ha pedidoEste documento también se ha estrellado contra el silencio.

Todas estas iniciativas han tenido unas repercusiones tremendas. Y todas han recibido el silencio por respuesta.

Un silencio que confirma dramáticamente la verdad de las acusaciones.

La Iglesia que escucha del papa Francisco los escucha a todos menos a quienes son fieles a la integridad del Evangelio y al Magisterio perenne de la Iglesia. Para hablar de sus opositores, Francisco emplea el mismo lenguaje que Lenin al hablar de los suyos.

El pasado 3 de septiembre en Santa Marta comparó a sus críticos con una jauría de perros salvajes. El escritor Marcello Veneziani lo comentó con estas palabras en el diario Il tempo el 5 del mismo mes:
«No, Santidad. Un papa no puede llamar perros salvajes al prójimo, y menos aún si se trata de católicos, de cristianos, de creyentes. De perros califican peyorativamente los islamistas a los infieles y los cristianos. Hasta los más despiadados terroristas fueron llamados por los pontífices predecesores de Francisco hombres de las Brigadas Rojas u hombres del ISIS. Nunca perros. No es digno de un Santo Padre rebajarse a utilizar términos tan rencorosos».
No nos inquieta la calificación de perros. La Sagrada Escritura llama perros mudos a los pastores que dejan de ladrar y se duermen (Is. 56,11). Nos gloriamos de ser Domini canes, perros del Señor, que ladran en la noche para romper el silencio. San Gregorio Magno escribe en su Regla pastoral que los malos pastores «por miedo a perder el favor de los hombres no se atreven a decir libremente la verdad, y huyen en cuanto aparece el lobo y se refugian en el silencio. El Señor los reprende por medio del profeta diciendo: “Todos son perros mudos que no pueden ladrar”» (Is. 56, 10).

Hoy en día los pastores mudos amenazan a los perros diciéndoles: «Al acusar a Francisco acusáis a los papas que lo precedieron, porque las imputaciones que alegáis contra él vienen de ellos».

En su último libro, El día del juicio, el vaticanista Andrea Tornielli no niega las revelaciones de monseñor Viganò sobre la corrupción del cardenal Theodore McCarrick y sobre la amplia difusión de la inmoralidad al interior de la Iglesia, pero como su objetivo no es tanto refutar a Viganò como salvar a Francisco, hace lo que el jugador de cartas que sube la apuesta ante una dificultad: si el culpable es Francisco –afirma–, más responsables son sus predecesores Benedicto XVI y Juan Pablo II, bajo cuyos pontificados se difundió la corrupción.

No nos molesta la acusación, y si llegara a probarse la responsabilidad de Juan Pablo II y de Benedicto XVI en la decadencia moral y la difusión de errores en las últimas décadas, no temeremos reconocerla, porque ante todo buscamos la verdad.

La Iglesia no tiene miedo de la verdad, porque la Iglesia es la verdad. La Iglesia es la verdad porque es divina y porque anuncia al mundo la verdad de su Cabeza y Fundador, Jesucristo. Él mismo dijo: «Ego sum via, veritas et vita» (Jn. 14,6). Por eso no nos asusta decir la verdad sobre la honda crisis doctrinal y moral que atraviesa la Iglesia.

El amor a la verdad nos impulsa a afirmar que: 

- Es hipócrita limitar los escándalos a la pedofilia, como harán los presidentes de las conferencias episcopales que se reunirán en Roma con Francisco el próximo 21 de febrero, sin prestar atención a la plaga de homosexualidad, que no sólo es un vicio contra natura, sino incluso una estructura de poder dentro de la Iglesia.

- Y también es hipócrita limitarse a denunciar los escándalos morales sin remontarse a sus raíces doctrinales, que están en los años del Concilio y el postconcilio.

Si cinco años de pontificado de Francisco pueden calificarse de calamitosos, ¿cómo vamos a negarnos el derecho a calificar de catástrofe el proceso de autodemolición de la Iglesia que está llegando a sus últimas consecuencias?

Ha llegado el momento de la verdad. Y la verdad que se hace patente a nuestros ojos es el fracaso de un proyecto pastoral que no sólo es del papa Francisco sino del Concilio Vaticano II. Aquel concilio anunció una gran reforma pastoral para purificar la Iglesia, pero todo lo contrario: ha resultado en una corrupción de la fe y la moral sin precedentes en la historia, porque ha llegado hasta el punto de no sólo entronizar la homosexualidad entre las más altas jerarquías eclesiásticas, sino de permitir que se defienda y teorice públicamente.

El balance de cinco años de pontificado de Francisco es también el fracaso de un cambio de paradigma que es a su vez el fracaso de un proyecto pastoral.

Las muletillas preferidas del papa Francisco son las palabras sinodalidad y periferias.

- La sinodalidad supone el trasvase de la autoridad desde la cúpula a la base: una revolución que desverticaliza la Iglesia.

- Por su parte, las periferias representan una revolución horizontal que descentraliza y desterritorializa la Iglesia.

Ahora bien:

- En las últimas semanas la Santa Sede ha negado la primacía de la sinodalidad y de las periferias al intervenir enérgicamente para impedir a los obispos estadounidenses que publiquen orientaciones transparentes sobre el tema de los abusos sexuales.

Esta intervención supone igualmente una traición a la limpieza de la Iglesia, en nombre de la cual Francisco había pedido a los cardenales estadounidenses que lo votasen. Es más que nada en Estados Unidos donde se alza más fuerte en la actualidad la voz de la fidelidad a la ley del Evangelio.

El pontificado de Francisco está en discontinuidad con la Tradición de la Iglesia, que aunque acusada de fariseísmo, de inmovilidad y de legalismo no ha sofocado la llama de la Tradición en la Iglesia.
Al contrario, nunca como en los últimos cinco años se ha visto revivir a la Tradición entre los jóvenes y los no tan jóvenes, en los laicos y en el clero, que en el centro y en las periferias, en seminarios y en blogs, redescubren cada día la verdad perenne de la Fe y de los ritos tradicionales de la Iglesia y están dispuestos a defenderlos con la ayuda de Dios.
Hoy comienza la novena a la Inmaculada Concepción, que nos introduce en una de las fiestas más hermosas de la liturgia católica. A los pies de la Virgen, nosotros, hijos de Eva heridos por el pecado original, proclamamos con inmensa confianza en María: Tota pulchra es Maria et non est in te macula.

Del mismo modo nosotros, miembros de una Iglesia enferma en su parte humana, desfigurada por errores y pecados de los hombres que la gobiernan, pero inmaculada en su esencia, proclamamos: Tota pulchra es Ecclesia et non est in te macula. La Iglesia es hermosísima y no hay en ella mancha, pecado ni error alguno.

La Santa Iglesia Romana, una, santa, católica y apostólica, es nuesta Madre y sigue nutriéndonos con sus sacramentos y protegiéndonos con el escudo de su doctrina mientras, con la ayuda de Dios, nos esforzamos por defenderla de todos los enemigos externos e internos que la acechan. El Corazón Inmaculado de María triunfará.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)
Roberto de Mattei

jueves, 15 de noviembre de 2018

Sinodalidad humeante. Ejercicios de monarquía pontificia en Estados Unidos y en China (Sandro Magister)


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Más que Iglesia sinodal. Después de haber exaltado la “sinodalidad” como fruto preeminente del sínodo de los obispos realizado el pasado mes de octubre, y después de haber prometido desde el 2013 más autonomía y poderes a las conferencias episcopales, incluida “alguna auténtica autoridad doctrinal”, el papa Francisco decapitó el orden del día de la asamblea plenaria de uno de los episcopados más grande del mundo, el de Estados Unidos, reunido en Baltimore desde el lunes 12 de noviembre.
Y contemporáneamente abandonó en China a los obispos que no adhieran al acuerdo secreto firmado a fines de setiembre entre la Santa Sede y las autoridades de Pequín, es decir, a esos treinta obispos llamados “underground” o clandestinos que resisten impávidos al exceso de poder del régimen sobre la Iglesia.
En el Vaticano niegan que ésta sea la intención del Papa. Pero que los obispos chinos clandestinos se sientan abandonados por él es un hecho real, que el cardenal Zen Ze-kiun ha llegado a testimoniar en una apasionada carta-apelación puesta personalmente por él en las manos de Francisco durante una mañana a comienzos de noviembre.
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En efecto, con los obispos de Estados Unidos Francisco se impuso como monarca absoluto. El sábado 10 de noviembre recibió en audiencia, en Roma, al cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, y al nuncio de Estados Unidos, Christophe Pierre, y encargó al primero que transmitiera al presidente de los obispos estadounidenses, el cardenal Daniel N. DiNardo, la prohibición de votar sobre dos puntos cruciales en el orden del día de la asamblea, ambos referidos al escándalo de los abusos sexuales: un nuevo y severísimo “código de conducta” para los obispos y la creación de un organismo de laicos para investigar a los obispos acusados por esos abusos.
Al anunciar, desconsolado, la doble prohibición, el cardenal DiNardo explicó que Francisco exige que los obispos estadounidenses no vayan más allá de lo que el Derecho Canónico ya prescribe en la materia, y sobre todo no anticipen lo que se decidirá en la reunión en Roma de todos los presidentes de las conferencias episcopales del mundo, convocada por el Papa para el 21-24 de febrero.
El “diktat” de Francisco suscitó reacciones fuertemente negativas, en Estados Unidos, también en quien ha intentado identificar las razones.
Por el contrario, en el caso de los obispos chinos lo que golpea es el silencio impresionante que acompaña su “via crucis”, por parte de las más altas autoridades de la Iglesia. Un silencio no sólo público, que podría justificarse por exigencias de carácter prudencial, pero también privado de cualquier acto de acercamiento y de apoyo cumplido por vía reservada. Y envuelto en el colmo del no menos ensordecedor silencio de muchos medios católicos, especialmente los más cercanos al papa Francisco.
Es lo que denuncia el padre Bernardo Cervellera, del Pontificio Instituto de las Misiones en el Extranjero y director de la agencia “Asia News”, en el editorial reproducido a continuación, que toma nota del enésimo arresto, acontecido en días pasados, de uno de los obispos más heroicos en el rechazo de la sumisión al régimen comunista chino.
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La vergüenza ante Mons. Shao Zhumin, obispo secuestrado por la policía
de Bernardo Cervellera
Era de esperar. La noticia del enésimo arresto –el quinto en dos años– de Mons. Pedro Shao Zhumin, el obispo de Wenzhou, ha pasado bajo un manto de silencio. Excepto algunos medios españoles e ingleses, y algún raro sitio italiano además de AsiaNews, pareciera que llevarse a la rastra a un obispo, renombrado en China por su rectitud y su coraje, y obligarlo a padecer decenas de días de adoctrinamiento como en los tiempos de la Revolución Cultural, no es noticia digna de una  nota, e incluso resulta algo fastidioso, frente a lo cual es mejor callar.
Me pregunto qué sucedería si un buen obispo italiano –pongamos como ejemplo al simpático Mons. Matteo Zuppi de Boloña- fuese raptado por un grupo de fundamentalistas islámicos para adoctrinarlo y hacerlo musulmán, pero de buena fe: sin tocarle ni un cabello, como está sucediendo en el caso de Mons. Shao. Imagino que todas las primeras planas llevarían grandes titulares. En el caso del obispo de Wenzhou, no se trata de fundamentalistas islámicos, sino de fundamentalistas “de la independencia”: ellos quieren convencer al obispo de que pase a pertenecer a la Asociación Patriótica, que pretende construir una Iglesia “independiente” de la Santa Sede, y que esto es un bien para él, para la Iglesia y para el mundo.
Desde el punto de vista dogmático, siempre sigue siendo verdad cuanto fue dicho por Benedicto XVI en su Carta a los católicos de China: que el estatuto de la AP es “inconciliable con la doctrina católica”. Y varias veces en el pasado, el Papa Francisco ha dicho que la Carta de Benedicto XVI “sigue siendo válida”.
Por otro lado, pertenecer a la AP implica innumerables límites para la vida de un obispo: controles durante las 24 horas, verificación y pedido de permisos para visitas pastorales y para reunirse con huéspedes; requisas a lo largo de semanas y meses para participar en convenios de adoctrinamiento sobre las bondades de la política religiosa de Beijing.
Yo creo que el silencio de los medios -especialmente de los medios católicos, surge, ante todo, de la vergüenza. Hace pocos meses, el 22 de septiembre, ellos exaltaron a voces el acuerdo entre China y la Santa Sede, para dar la impresión de que, de allí en adelante, todo iría allanándose. Admitir, en cambio, que para la Iglesia china aún sigue habiendo muchos problemas de persecución, representa una vergüenza que -es comprensible- cuesta confesar.
Si además del arresto del obispo agregamos lo de la iglesias cerradas o prohibidas, la destrucción de las cruces, las cúpulas arrasadas, los santuarios demolidos, la prohibición a los menores de 18 años de ir a la iglesia o asistir a clases de catecismo, uno se da cuenta de que el acuerdo sobre el nombramiento de los obispos -tal como dijimos en el pasado- es bueno porque evita que surjan obispos cismáticos, pero deja intacta la situación de la AP y el Frente Unido, que se consideran como los verdaderos jefes de la Iglesia católica en China (y no el Papa). Esto se ve confirmado por las lecciones que los dos organismos están desarrollando en muchas regiones de China, en las que los curas y a los obispos reafirman que “a pesar del acuerdo sino-vaticano”, la Iglesia debe continuar siendo “independiente” (del Papa y de la Santa Sede).
Lamentablemente el acuerdo “provisorio”, no publicado y secreto, permite a China dar su propia interpretación de las cosas. El Frente Unido y la AP obligan a los sacerdotes y obispos a inscribirse en la Iglesia “independiente”, diciendo que “el Papa está de acuerdo con nosotros”, tanto que diversos católicos subterráneos sospechan, con amargura, que los han dejado abandonados en medio de la tempestad.
Algunos de los apodados “expertos” sobre China, minimizan los hechos sobre las persecuciones, diciendo que éstos suceden sólo en “algunos pocos lugares”. Pero, en realidad se registran persecuciones en muchas regiones: Hebei, Henan, Zhejiang, Shanxi, Guizhou, Mongolia interna, Xinjiang, Hubei… Y seguramente habrá otros lugares de los que no han llegado a difundir noticias.
Otra “reducción” consiste en decir que estas cosas suceden en la periferia, pero que en el centro, en Beijing, lo que se quiere es que el acuerdo realmente funcione. Pero lo cierto es que desde octubre pasado, después del Congreso del Partido comunista, el Frente Unido y la AP están bajo el control directo del Partido: es prácticamente imposible que el centro (Xi Jinping, secretario general del Partido) no sepa lo que sucede en la periferia, con casos tan evidentes que conmueven a la comunidad internacional.
Además de la vergüenza, creo que el silencio se ve alentado por otros 2 motivos.
El primero es una especie de “complejo paparil”; siendo que el Papa es un sostenedor del acuerdo con China y es un valiente defensor del diálogo con la cultura china, parece que sacar a la luz las persecuciones sea una ofensa al pontífice. Aparte del hecho de que el Papa Francisco siempre subrayó que él ama la honestidad y no la adulación: él siempre dijo que el diálogo se realiza entre dos identidades, no callando la propia y si la propia identidad está hecha de mártires, no se puede esconderla. […]
El segundo motivo podría referirse sobre todo a los medios, los denominados “laicos”, por un complejo “mercadoril”, de divinización del mercado chino. Se calla sobre las persecuciones y los arrestos porque es un “cosa demasiado pequeña”, si se la compara con la guerra de los aranceles entre China y los EEUU y con el futuro de superpotencia del Imperio del Medio. Los medios y las librerías están llenos de artículos y libros que alaban a Beijing, o la denigran, según de qué parte esté cada quien, si de parte de China o de los EEUU. Cualquiera sea el caso, de lo que no logran darse cuenta es de que la libertad religiosa en un país es signo de su “bondad”. Justamente el Papa Francisco, al reunirse el 5 de noviembre pasado con el  World Congress of Mountain Jews dijo que “la libertad es un bien sumo que hay que tutelar, un derecho humano fundamental, baluarte contra las pretensiones totalitarias”. Por eso, quien quiera defender la libertad de comercio en China, debiera defender, ante todo, la libertad religiosa. Esto es bien sabido por varios megaempresarios, que si bien quieren invertir en el extranjero, deben obedecer a las restricciones del gobierno central. Mons. Shao Zhumin no es, por lo tanto, “una cosa pequeña”, sino el signo de cómo China está evolucionando.
Vale la pena recordar una última cosa: Mons. Shao Zhumin es obispo de una Iglesia ya unificada, donde ya no existe más la división entre católicos oficiales y subterráneos, justamente aquello que esperaba el Papa Francisco en su mensaje dirigido a los católicos chinos y del mundo, publicado pocos días después del acuerdo. Sin embargo, la AP, además de secuestrar al obispo, en estos días ha prohibido a los sacerdotes “oficiales” ir a rendir homenaje a las tumbas de sacerdotes y obispos “subterráneos”. Y este es el signo de que la división en la Iglesia china no es algo que desean los católicos, ante todo. Esta política -que rige desde hace más de 60 años- no nos parece que esté a favor de la evangelización de China, sino, por el contrario -como fue expresado tantas veces en el pasado por la mismísima AP- es un paso que se encamina a la supresión de todos los cristianos.
Sandro Magister