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jueves, 2 de agosto de 2018

Al Papa lo elige Dios (José Luis Aberasturi)


Es un aserto al que se agarra mucha gente, la verdad. Y se agarra a eso, bien por poca formación doctrinal y/o espiritual; bien por un afán -lícito, aunque equivocado- de seguridad. De seguridad en Dios y en la Iglesia, para uno mismo y para los demás; bien porque, sin más, así lo creen ya que, quizás, así se lo han enseñado. Pero hay que decir que las buenas intenciones no hacen verdadera una idea, o un deseo, o una historia.
Otra cosa es que se pueda decir tal cual…, porque no se puede. Simplemente, no es verdad.
Que se sepa, pues está incluso revelado, es que Jesús -verdadero Hombre y verdadero Dios- escogió al primer Papa, a Pedro: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y fuera de este -que se sepa, insisto- a ninguno más.
También escogió a los primeros Obispos, los demás Apóstoles. E instituyó el Sacerdocio Católico el dia del Jueves Santo: el mismo día en que instituyó el Sacramento de la Eucaristía y les dio a los hombres la capacidad -sobrenatural- de hacerlo en “su” Nombre: nunca en nombre propio.
Por tanto, lo que Cristo ha dado a “su” Iglesia -la Iglesia Católica y a ninguna otra, aunque esté de moda no decirlo así- como señas de identidad fundacionales y para siempre, es el Papado -con el Papa que lo encarna en cada momento-, son los Obispos -sucesores de los Apóstoles- y los Sacerdotes: su Presbiterio. Que se suceden históricamente a lo largo de los siglos: sin ellos no habría Misa, ni Eucaristía; ni siquiera habría Iglesia, porque no estaría Él presente y actuante: Salvador. 
Por contra, ¡nadie ha dicho jamás que haya visto votar al Espíritu Santo en ninguno de los múltiples cónclaves que ha habido en la historia de la Iglesia! Y no lo han dicho porque no lo han visto: de hecho, nunca ha pasado. Y no ha habido nigún Padre de la Iglesia, ni teólogo digno de ese nombre, ni escuela eclesial ni familia religiosa que haya afirmado tal cosa: que Dios elege al Papa. Nunca.
Porque al Papa lo votan exclusivamente los Cardenales Electores; es decir, los que tienen derecho a voto. Y nadie más. Y sale elegido el que sale elegido, con perdón por la perogullada.
Lo que también se sabe -porque lo han dicho los interesados en hacerlo así y en decirlo-, es que ha habido elecciones en las que el resultado estaba más que amañado de antemano. ¡Cosas de la poca integridad de las personas, aunque sean Cardenales! ¡Así es la vida!
Podría citar casos y dar nombres pero, ¿para qué? No aportan mucho a lo que estamos considerando. Nada, de hecho: ¡si hasta ha habido algún momento con más de uno o más de dos papas! Lo que demuestra, negro sobre blanco, quién elige al Papa. Y a los Obispos los nombra el Papa. Y a los Sacerdotes, su obispo,
Otra cosa es -yendo de abajo a arriba- que la vocacion sacerdotal es divina: ahí sí es Dios quien elige, quien da la vocación. Y uno, la acepta o la rechaza. Y la acepta con todas sus consecuencias, incluido el celibato, renunciando a otras posibilidades -icluso realidades presentes- para ser consecuente con esa llamada divina. Llamada que nadie puede darse a sí mismo. Llamada de la que deben asegurarse -les va en ello su felicidad terrena y eterna- los superiores, empezando por el Obispo. O el Papa y sus asesores, de cara a los mismos Ordinarios que va a llamar personalmente..
Otra cosa es ya la “carrera": la “plenitud del sacerdocio” -los obispos-, reservado a unos pocos que son llamados por sus superiores; y las dignidades -los Cardenales-, que crea el Santo Padre y de donde sale elegido el Papa.
Y así, unas veces sale elegido un Papa a la altura del Corazón de Cristo -los hemos conocido-, y otras veces sale elegido un Papa a la altura del corazón de los hombres, que ya sabemos cómo va la cosa. También los hemos conocido.
En el primer caso, la Iglesia va como la seda, por decirlo de alguna manera; aunque siempre hay “problemas” porque, ni el demonio ni los pastores mercenarios dejan por eso de existir. En el segundo caso y para todos en la Iglesia Católica, son tiempos de más Fe, de más Oración, de más exigencia personal -mayor Santidad, en definitiva-, porque son tiempos de prueba: no para Dios, sino para nosotros por parte de Dios. Porque ahí nos espera.
Y esto no desmiente que, se dé el caso que se dé, Dios siempre escribe derecho: hasta con renglones torcidos. Y “saque de los males bienes, y de los grandes males, grandes bienes".
Amén.
José Luis Aberasturi

sábado, 30 de junio de 2018

¿O sea: que Jesús era contrario a la igualdad? (padre Aberasturi)



¿Alguien en su sano juicio -y con un mínimo de sentido moral y religioso: en católico, me refiero- puede pretender a estas alturas que Jesús era un discriminador de tomo y lomo? ¿Se puede ser más “cortito", por muy cardenal de la Iglesia Católica que se sea?

Por cierto: ya se ve -patet, que diría mi maestro- que lo de ser cardenal, arzobispo, obispo, sacerdote, religioso o asimilado … no aporta absolutamente nada a lo que natura non dat; la gracia presupone la naturaleza y, por eso precisamente, se asienta en ella como en su sujeto, pero no la sustituye: sólo la mejora, si uno lucha por ser santo; en caso contrario, se hace uno más tonto de lo que ya es.

Por cierto: no sólo es el caso del señor que nos ocupa, como si fuese algo raro o insólito; sino el de ya tantos y tantos reiterados, cansinos, enfermizos, bobalicones, ilógicos, cerriles y nada “eclesiales” miembros de la Jerarquía Católica, que “se dejan llevar por todo tipo de doctrinas” (cf. Ef 4, 14; Hbr 13, 9) menos por las que deben. Lo digo con dolor, porque soy sacerdote; pero, en conciencia, no puedo callar ante estas memeces que, se quieran o no, hacen daño a la misma Iglesia, y a sus mismos hijos.

Hablar, a estas alturas, de “sacerdocio exclusivamente masculino” -cuando es bien sabido que, hasta ayer mismo, la Iglesia como tal no se sentÍa autorizada ni legitimada para hacer algo distinto a lo que hizo Cristo, ni en éste ni en ningún otro tema-, y presentarlo -consciente o inconscientemente- con toda la mala baba de que uno es capaz, como algo “negativo", que “no está ayudando a la Iglesia a presentarse como una pionera de la igualdad de derechos"…, es pasarse, por donde le da la gana -fruto también, pero no sólo, de su cortedad manifiesta- 
desde la misma Institución del Sacerdocio por parte de Jesucristo hasta todo el conjunto de la teología de siempre respecto al mismo, pisoteando la praxis de siempre y sin ningún “corte” o “laguna” desde su nacimiento; además de ningunear a san Juan Pablo II, que dejó escrito y rubricado, que la pretensión de un sacerdocio “femenino” era “un caso cerrado en la Iglesia Católica".

El tal Marx, card. Reinhard, se suma a la ya larguísima lista de miembros de la Jerarquía que, abducidos por las insanas ensoñaciones que producen los despachos eclesiales (les pasa lo mismo a cierto tipo de “teólogos") cuando en ellos no se hace nada de lo que se debería de hacer. Y se cumple lo que me decía mi madre, fruto de la sabiduría popular: “cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas". Y es el caso.

En el seno de la Iglesia, y por parte de bastantes de sus miembros, se está produciendo -con plena conciencia- todo un entramado de “opiniones", “praxis", “pastorales", “documentos", “declaraciones", “términos", “medias verdades", “afirmaciones sin fundamentar y sin explicar lo que quieren decir", “aperturas", etc., que tienen como intención y finalidad la presentación de la realidad de la Iglesia Católica hasta el día de hoy -bueno, exactamente hasta hace 4 años- como algo “superado” porque ya no comunica con la gente, con la mentalidad de las gentes, con los jóvenes, con los religiosos y éstos con el personal, con los sacerdotes, con la sociedad…, con el mundo, en definitiva. Con esta premisa -falsa de toda falsedad; falta de Fe, de Esperanza, de Caridad, de Comunión y de Eclesialidad- se “motiva” entonces la “creación” de la “nueva Iglesia", empezando por “una nueva imagen” de la misma, como dice el sr. cardenal.

Se pretende asentar que "más que la religión nos debería preocupar la salud, la comida y las relaciones humanas": esto lo dice uno que se las da de teólogo -y durante años ha sido incluso referente para la jerarquía española-, presentando como verdadera y única misión de la Iglesia “humanizar el mundo". Es la “cultura” de la acogida, la de tender puentes, la que no juzga, la de la paz…:

Ahí tiene que estar la Iglesia, ése ha de ser su único horizonte; al precio, claro, de esconder todo signo visible de Dios, empezando por su misma Palabra -encarnada en Jesucristo, sí, pero del que ya no sabemos realmente nada cierto-, porque ésta -la Palabra, Jesús mismo, sus Sacramentos, su Salvación- ya “no sirve” al “hombre de hoy". Luego tampoco sirve la Iglesia de hasta ayer mismo.

Si para eso se ha de acusar a la Iglesia de lo que nunca ha dicho ni hecho, y si se ha de tergiversar lo que siempre ha dicho y hecho…, pues se hace. 

Y “aquí paz y después gloria".

Amén.

José Luis Aberasturi

martes, 27 de marzo de 2018

Noticias varias 26 de marzo de 2018


¿No hay que predicar a los judíos? (Bruno Moreno, Infocatólica)

"Conversaciones" de Francisco. (Padre José Luis Aberasturi, Infocatólica)

En lugar de marchas y concentraciones de control de armas estilo nazi, las escuelas públicas deben reformarse o proscribirse para detener los tiroteos escolares (MONITOR CATÓLICO)

A cuarenta años del aborto en Italia (1978-2018) (Roberto de Mattei

Más que continuidad, aquí hay una voragine. La verdadera historia de los once opúsculos (Sandro Magister)

Nuevo libro del arzobispo Negris en un "clima de retribución" (Katholisches)

Humanae Vitae se necesita ahora más que nunca, dicen los asistentes a la conferencia (The Catholic World Report)

What I saw that the (w)REC in LA (Lepanto Institute)

UK Nursing Group se mueve para permitir abortos a largo plazo (NCR)

Para Amnistía Internacional el aborto podría ser sinónimo de democracia (AF)

La Cruz de Callosa de Segura seguirá presente durante la Semana Santa (Infocatólica)

¿El sínodo de la juventud o la nostalgia de viejas juventudes? (Carlos Esteban, de Infovaticana)

El obispo de Oporto, “preocupado” por el creciente interés por la misa en latín (Infovaticana)

El Papa denuncia a “quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia (Infovaticana)

El aborto, el No de la Iglesia y la gente estrangulada por las élites (NBQ)

Documento final de la reunión de jóvenes del Vaticano sobre la mujer, problemas morales, liderazgo (1P5)

Arnaud Beltrame, reconocido por la Iglesia como un "héroe de la caridad cristiana" (1P5)

LO QUE LOS JÓVENES CATÓLICOS QUIEREN (First Things)

Testimonio textual del padre Jean-Baptiste, el sacerdote que conoció a Arnaud Beltrame (Chiesa e post Concilio)


Selección por José Martí

martes, 20 de marzo de 2018

El Sacerdote, ¿un hombre como los demás? (P. José L. Aberasturi)




Hoy, Solemnidad de san José, se celebra también en la Iglesia Católica el “Día del Seminario": no hay ni puede haber mejor Patrono para los sacerdotes; como no hay ni puede haber mejor Madre que la Virgen María que, siendo Madre de todos, lo es “un poquito más” -si se me permite la expresión- de los sacerdotes.

¿Por qué es como más “Madre” de los sacerdotes? Porque ellos, por la ordenación sacerdotal, son “Cristo” sacramentalmente hablando y, en el ejercicio de su ministerio, actúan “in persona Christi". De ahí que la Virgen “los ve más” como a su Hijo.

No es desdoro para nadie el no ser sacerdote. Ni el que la Virgen María nos quiera un poco más. Porque las madres, como decía un santo sacerdote “quieren desigual a sus hijos desiguales” y, de este modo, los quieren a todos por igual. Son cosas de las madres, y no sirve darle más vueltas; porque “las madres, madres son". Y punto.

Esta era la doctrina de siempre en la Iglesia: “el sacerdote, otro Cristo". No tenía ningún problema “de identidad” que venía a ser algo así como un preludio o anticipo de un problema “de género", que es lo que se impone hoy y ahora a todo el mundo.

“Era", claro; porque tras el CV II la Iglesia Católica se infectó con un virus, un “ébola” maligno, que se llevó, de un total de más de cuatrocientos mil sacerdotes como había en todo el mundo, a más de CIEN MIL en cosa de siete u ocho años, que se dice pronto, durante los últimos años del pontificado de Pablo VI. Una “mortandad” terrorífica e incuestionable.

¿Cómo se pudo llegar a esto? Pues no es fácil de explicar, porque se juntaron, sumando, varias “circunstancias". La primera de ellas fue la “curiosa” pretensión del Concilio de poner a la Iglesia al mismo nivel del mundo, y convertir a éste en interlocutor no sólo válido sino “autorizado": de igual a igual con la Iglesia. Y se pegó un tiro en el pie o en otras partes, queriendo o sin querer. Y de ahí vino casi todo lo demás, empezando por el “tema” de la “identidad sacerdotal", que había que “redefinir". ¡Y vaya si se redefinió!

Esta “nueva” composición de lugar tergiversó los términos de la relación Iglesia-mundo. Hasta el punto de que los echó abajo, y destruyó los cimientos de esa relación; una relación, por cierto, que no había puesto -ni mucho menos “impuesto"- la Iglesia, sino Dios, y que se enunciaba así: “Vosotros sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo".

Con esos “títulos” la Iglesia Católica -y con Ella y en Ella, los cristianos todos- era “el alma” de la sociedad y del mundo, la “levadura que hace fermentar toda la masa” puesto que, sin Ella, la masa se corrompe. Y, además, el mundo -con sus máximas contrarias a Dios- era uno de los enemigos “clásicos” de la salvación de las almas: había que santificarse en el mundo, sÍ; pero no como el mundo pretendía seducir al hombre: “te daré todo esto si, postrándote, me adoras".

Con este “nuevo” planteamiento del lugar y posición de la Iglesia respecto al mundo, a la sociedad y, por supuesto y en primer lugar, a los hombres, “cambió” también la relación del sacerdote con los demás hombres, con la sociedad y con el mundo.

El sacerdote, “elegido por Dios en el mundo, pero separado de él", “debía” de entrada no significarse en nada respecto a los demás: “debía ser uno más"; y actuar también como uno más. De ahí y como primera provisión, el abandono de la sotana -los religiosos de sus hábitos-, al grito -justificación confesa de pequeñísimo recorrido intelectual, espiritual y eclesial- de que “el hábito no hace al monje"; y no lo hace, ciertamente; pero, “si te lo quitas, te deshace", como se ha demostrado desgraciada y ampliamente.

Por lo mismo, el sacerdote, que tenía por disciplina eclesial evitar sitios, modos y maneras mundanas, empezó a ver esas “prohibiciones” -que no eran otra cosa que su defensa frente al mundo y lo mundano, y frene a su propia debilidad humana-, como impedimentos que “coartaban” su “realización personal” y no le dejaban ser “hombre", por decirlo de alguna manera.

Surgió así, en muchos, un “complejo de inferioridad” que, junto a la dejación de su vida espiritual más la deficiencia en su formación, les llevó a querer trabajar en cosas ajenas a su ministerio, a ir a sitios donde nunca había pisado un sacerdote, a quitar el confesonario y confesar al personal en un banco o en una salita, a tratar a la gente -en especial a las chicas, mujeres, jovencitos y jovencitas, niños y así- con “naturalidad mundana", impropia de un sacerdote que debe vivir la “naturalidad sacerdotal", que es otra cosa y está en otro plano. Y sin hábito sacerdotal -o, en su caso, religioso- que le protegiera. Y pasó lo que pasó, como está archidemostrado y más que documentado. Desgraciadamente.

En otra vuelta de tuerca de ese absurdo “complejo de inferioridad", a muchos el “celibato sacerdotal” se les empezó a quedar tan en las antípodas de lo que vivian los demás hombres, “sus iguales", que, instalados en esta (i)lógica, “reverdecieron” los intentos -de siempre- de cargárselo y pasar a poder casarse. Y como en eso, romper la disciplina del celibato para ordenarse sacerdote, ya no cedió la Jerarquía -en todo lo demás hizo la vista no gorda, sino que voluntariamente cerró los ojos y se cegó-, poco a poco primero, y luego ya en una catarata que se hizo casi imparable -un aluvión incontenible-, llegaron las demandas de secularización. Y pasó lo que pasó, con números y todo.

¿Cómo un hombre que puede consagrar “in persona Christi", que trae a Dios al mundo y a las almas, que perdona los pecados, que salva a los hombres para toda la eternidad, que anima, reconstruye vidas, habla, sana, aconseja, cura, y es uno de los signos vivos de Cristo presente entre los hombres pueda sentirse “inferior” a ellos, “no realizado” o dejarse llevar de un insensato e ilógico “complejo de inferioridad” que le destroza la vida? Misterios.

Curiosamente, y como “novedad postconciliar", en Roma las secularizaciones se tramitaron en tiempo record, y a miles: ¡deprisa, deprisa! Pero con dos connotaciones, “perversas” a mi modo de ver. La primera, se cambiaron de un plumazo los “motivos” de las secularizaciones.

Antes del Concilio, una secularización era, normalmente, una “pena canónica” recogida en el Código: es decir, la propia Iglesia, por motivos muy graves, quitaba a un sacerdote o religioso el caracter sagrado o consagrado; y el que un sacerdote pidiese la secularización había sido rarísimo, y tenía que demostrar la nulidad de su Ordenación, por ejemplo, para que se le concediese; aunque también estaba previsto en el Código que se pudiese subsanar tal anomalía. Cuando las cosas eran irreversibles, se concedía. Pero esas peticiones, hasta entonces, habían sido rarísimas: habas contadas. Porque, y para decirlo claro, siempre eran un baldón, que además se arrrastraba toda la vida, incluso aunque no fuese público.

Con el estatus secular, la persona perdía su carácter sacerdotal y todas las connotaciones inherentes a ese estado en relación al ejercicio del ministerio. Todas…, menos una: seguía siendo “célibe", y no podía, por tanto, atentar matrimonio: se era “sacerdote para siempre". Por lo mismo, en caso de peligro de muerte un “sacerdote secularizado” podía absolver los pecados a un moribundo, o darle la unción. Se es “sacerdos in aeternum". También en el Cielo. O en el infierno.

Pero tras el Concilio, esto es lo que cambia, esto es lo “nuevo": es la iglesia la que “concede” por gracia maternal y misericordiosamente, la secularización a quien dice que no se siente con fuerzas para seguir. Pero, y aquí viene la segunda connotación: la reducción al estado secular llevaba aparejado el “derecho” a poder “casarse". Y esto fue el acabose. Hubo como un toque de “a rebato” y se produjo todo un efecto “llamada". Y el Vaticano quedó literlamente enterrado de demandas.

Y con un “toque” aún más clamoroso: a muchos de los nuevos secularizados, se les mantuvo en sus diócesis en quehaceres eclesiales -profesores de religión, catequistas, etc.,- con sueldo y demás de la misma Iglesia. Porque esto de la “misericorditis” viene de más atrás, aunque se haya pretendido que lo ha inventado el actual pontífice.

¿Cómo la Iglesia pudo “aceptar” todo esto? Misterio. Más profundo que el anterior si cabe. Y cabe.

¿Quién cortó este desastre? ¿Cómo se cortó? Lo hizo, de un plumazo y de la noche a la mañana, san Juan Pablo II en cuanto fue elegido en Roma. Dijo: “¡se acabó!", y se acabó. Así de sencillo. Y las aguas, en este tema como en otros, volvieron casi a su cauce.

Y ahora vienen las declaraciones, calentitas, del arzobispo Vives, de La Seo de Urgell, que preside la Comisión Episcopal de Seminarios en lel seno de a CEE: “nuestros seminaristas gozan de buena salud humana y espiritual". Y me lo creo. Él lo debe saber porque es el encargado; claro que en la CEE y tal como están las cosas no significa gran cosa. Pero…

Me chocan dos cosas. La primera, que el encargado de seminarios en España sea un arzobispo que ha cerrado el suyo desde hace años -bastantes- o que ya se lo encontró cerrado: el hecho es que en su diócesis no tiene, ni se le espera. Los últimos datos que publica la diócesis de Urgell, del curso 2014-2015, dice que tiene SEIS seminaristas, que están en el seminario interdiocesano de Barcelona; de ellos, tres en el curso propedeutico -o sea, y para entendernos: el curso previo a entrar en el seminario y ser seminarista; es decir, aún no lo son-, dos en filosofía -en 1º y en 3º- y otro externo, sin más connotaciones. A día de hoy no sabemos nada de nada de ellos. ¿Han desaparecido?

Pues como para ir de experto. Claro que quizá le han nombrado porque debe tener tiempo para dedicarse a los demás seminarios. No sé.

Y la segunda cosa “chocante” -para mí; pero lógica según están las cosas- es su declaración a tumba abierta: “"El reto es ofrecer a los pastores del futuro una formación que encarne la reforma de Francisco".

Tal cual. Y me he quedado sin palabras. Mudo.

Amén.
Padre José Luis Aberasturi

domingo, 14 de enero de 2018

La "nueva sabiduría". Por el cardenal Parolin (José Luis Aberasturi)


Cardenal Parolín, Secretario de Estado del Vaticano

Se relanza la AL. Hoy, por boca del mismísimo Secretario de Estado del Vaticano, card. Parolin y, ayer como quien dice, por Chiodi y sus intentos de destrucción directa -"fuego amigo", dirían los yanquis- de la encíclica “Humanae Vitae” de Pablo VI.

Y se relanza en la misma Iglesia Católica desde hace unos pocos añitos, con el sonsonete de LO NUEVO. Siempre es “el nuevo advenimiento"; porque “lo que hay -y lo que ha habido hasta ahora- me lo voy a cargar". Que así las gastan.

Todo el “discurso” -mero trampantojo, o simple engañabobos- se monta en la mejor y más fiel lexicografía marxista, que vuelve a infectar a algún sector poco avisado y menos leído de la misma Jerarquía católica, pero que ahí está, instalado por puesto e impuesto; intentando -el cardenal- hacer honor a su sueldo y a la mano que le da de comer.

Todo se resuelve y se lleva al terreno -irreal, porque “no es"- de la “nueva hermenéutica", la “nueva apertura", el “nuevo entendimiento", la “nueva acogida” de los “nuevos problemas", para construir “la nueva iglesia” construída según “la nueva sabiduría”

Ciertamente, calificar todo esto de “nueva sabiduría", si no fuera porque lo dice en serio -lo que tiene su mérito, indudablemente-, sería de chiste: malo, por supuesto. Pero así están las cosas. Y le voy a entrar a “esto", porque creo que hace falta.

En primer lugar: se apela a “lo nuevo” porque no hay ninguna razón plenamente lógica que justifique ese cambio. Y como “lo que aún no es", que eso es exactamente “lo nuevo", no está presente, la realidad o “lo que es” se puede manipular hacia cualquier dirección, porque no es contrastable y queda a merced de cualquier manipulación o de cualquier ideología. Que es lo que se busca.

Parolin se zafa del contenido -competencia y responsabilidad exclusiva del autor- que es exactamente a lo que debería entrarle, y se queda con el “nuevo paradigma” al que nos pretende llevar el Santo Padre; al menos, eso es lo que subraya el Sr. Cardenal: supongo que por encargo superior o por afición.

O sea y para entenderlo: la responsabilidad es nuestra, y nunca y para nada del que lo ha escrito y firmado; aún reconociendo -unos y otros- que su contenido ha generado estas inquietudes y estas discrepancias públicas, además de fuertes, muy fuertes. Porque el tema, o los temas, lo reclaman.

Pretender que la conciencia personal, como afirma AL, está por encima de la propia Ley Moral -"lex perfectae caritatis” o “Ley del amor a Dios sobre todas las cosas"-, no es racional: supone que la propia conciencia que, por definición, puede errar, es la única y última norma moral. Craso error; que viene de Lutero, por cierto. Porque se le hurta a Dios lo que es de Dios: la autoría de la Ley, de la persona humana y del mundo.

Argumentar con que la Ley Moral, dada su formulación abarcante e indefinida no puede aplicarse universalmente a todos los casos, también es irracional: precisamente lo propio de la Ley es su amplitud, para ser el referente de todos los casos particulares, al abarcarlos todos; de este modo, todos los casos particulares tienen siempre un referente inmutable: también para “ver” las excepciones, o para aplicar la epiqueya por parte de los legisladores.

Finalmente, la pretensión de que la praxis pastoral está por encima de la Ley también es irracional, porque no puede haber una praxis pastoral en el orden moral sin la Ley Moral o sin la Doctrina: la praxis se quedaría sin los referentes que le dan autoridad y, por tanto, legitimidad: se rebajaría a convertirse en un mero “ordeno y mando"; y de “pastoral” no quedaría ni una sola letra.

La “sabiduría", tal como parece entenderla o inventarla -la “nueva sabiduría"- el Sr. Secretario de Estado, de sabiduría no tiene nada: esa es la verdadera “novedad", porque se monta sin verdad y, por tanto, sin racionalidad; es decir, sin los factores que construyen la verdadera y única sabiduria: la que viene -y la que lleva- de Dios; nunca la que Le lleva la contraria.

Por cierto: todas estas “novedades” que maravillan a tantos “stultus” como nos rodean in Ecclesia, están todas condenadas ya en el Syllabus de Pio IX, allá por 1864, si no me equivoco. O sea, son errores -o quasi herejías- mas VIEJAS que el capitán Trueno. Por tanto, “nada nuevo bajo el sol".

Aunque sí hay una maligna novedad, que no podemos dejar de denunciar: que lo que Pío IX condenaba desde la Iglesia y contra el mundo, eso mismo está hoy dentro de Ella: un auténtico y terrible “caballo de Troya". Y Parolin -y desde la AL- lo ha dejado meridianamente clarito.

A mayor abundamiento, Pío X también condeno estas tesis, que vienen de Lutero, como ya he dicho, más el racionalismo y el socialismo real; pero denunciandolas ya como infección, grave -muy grave- de la misma iglesia: lo que llamó “Modernismo". Que lo están resucitando.

A seguir rezando. Que toca.

Padre José Luis Aberasturi