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sábado, 28 de octubre de 2023

Las cinco dubias al papa: un análisis en profundidad, por el Lic. Juan Carlos Monedero


Ha sido noticia reciente la respuesta del Papa Francisco a las 5 dubias de los cardenales. Estas dubias no son las mismas que quedaron sin responder en el año 2016, cuando el Papa recibió unas dubias en relación al documento Amoris Laetitia. Hemos consultado al Lic. Juan Carlos Monedero al respecto de los temas que están discutidos en estas dubias.

Primer tema de las dubias: “La Iglesia profundiza su doctrina”. ¿Cierto o no?

Totalmente cierto siempre y cuando se entienda lo que realmente se quiere decir. La Revelación es inmutable, es la Verdad Divina, Absoluta, intemporal y eterna. Por esas verdades vale la pena vivir y morir. No cambian ni pueden cambiar. La comprensión humana de esa Revelación, en cambio, participa de la naturaleza de todo acto humano, especialmente el acto de comprender. Y así como una persona comprende más cosas a medida que crece, que estudia, que madura, con la Iglesia ocurre lo mismo.


En ese sentido, es cierto que -como dice la respuesta del Papa Francisco- el juicio de la Iglesia va madurando. Siempre se puede explicitar más, siempre se puede mejorar la expresión de una verdad. En efecto, agregamos nosotros, la Iglesia es una realidad divino-humana. En tanto que humana, la Iglesia no escapa a la temporalidad y a las condiciones (y hasta limitaciones) propias de esa temporalidad. Justamente, en 2000 años de Iglesia, se ha ido acumulando un tesoro inagotable de profundización, un cuerpo intangible de verdades, un océano de conocimiento que aumenta con el paso del tiempo a medida que las distintas generaciones de personas van aportando su esfuerzo intelectual.

Por otro lado, habida cuenta de que la Verdad Infinita procede de la Mente Infinita de Dios (estamos parafraseando gustosamente a Pieper), la mente humana limitada nunca puede cruzar ese mar inabarcable que es el Intelecto Creador. Y, por tanto, necesariamente toda expresión de esa verdad es por su naturaleza perfectible.

Por eso no hay que confundir una mejor expresión de una verdad ya definitiva con la sustitución de una doctrina por otra. Ahora bien, para quienes fueron formados en el relativismo, la fenomenología o el modernismo teológico, esto que acabamos de decir es -lo digo con dolor- pura dinamita. Ellos probablemente entenderán que la Iglesia modifica sus verdades por otras. Por eso, considero que sólo puede entenderse rectamente esta respuesta si se parte de una filosofía aristotélico-tomista. De lo contrario, por mal camino vamos.

En este sentido, sobre muchos temas la Iglesia comprende más hoy que ayer o que en el siglo I. Esto, insisto, no debería escandalizar a nadie, si se entiende a derechas.

Profundizar la misma doctrina, esto es, comprenderla mejor, más acabadamente, ir aplicando la doctrina a cada vez más segmentos de la realidad, poder detallarla y desglosar sus consecuencias, es aquello que la Iglesia viene haciendo desde hace 2000 años. Lo más normal del mundo.

Ahora bien, hay que tener cuidado. Que no se nos venda gato por liebre. Porque también es cierto que hay ciertos teólogos que -bajo pretexto de “profundización”- lo que hacen es introducir doctrinas heterodoxas, heréticas o al menos heretizantes que contradicen aquellas que dicen profundizar.

Por ejemplo, hace varias décadas se intentó imponer el término transignificación para suplantar el vocablo Transubstanciación, so pretexto de que se estaba “profundizando” en el misterio de la Eucaristía. En realidad, no era así, pero se presentó como si lo fuera y muchos cayeron en la trampa.

¿La Iglesia puede enseñar hoy algo distinto a lo que enseñó ayer?

Decir “la Iglesia” sin un contexto puede resultar impreciso. La Iglesia tiene distintos niveles de magisterio. Si hablamos del magisterio ex cathedra, la respuesta es clara y contundente: NO. En efecto, no puede enseñar de manera infalible una cosa y tiempo después enseñar de manera infalible algo contradictorio.

En ese sentido -y especialmente atento a las desfiguraciones que ciertos protestantes realizan de nuestra doctrina- es bueno recordar que la infalibilidad no es un poder especial de los Papas. Es un atributo de Dios: sólo Dios es infalible. Lo que hace Dios es participar su infalibilidad a ciertas declaraciones del Papa. Por eso, el sujeto lógico sobre quien recae la infalibilidad no es la persona del Papa (por buena que sea) sino la declaración o palabras que se enseñan como vinculantes. Así lo podemos leer claramente en Pastor Aeternus, el documento emanado del Concilio Vaticano I. Se suele hablar de Pío XII como “La última declaración infalible de la Iglesia”, en torno al dogma de la Asunción de la Virgen. Pero -como he aprendido del Profesor Víctor Basterretche, argentino- veo todas las notas de infalibilidad en los párrafos del documento Evangelium Vitae de Juan Pablo II, condenando el aborto y la eutanasia.

Bien, quedó claro que la Iglesia no puede contradecirse si de sentencias infalibles se trata. Sin embargo, en niveles de Magisterio que no gozan de infalibilidad, es un hecho histórico que distintos órganos de la Iglesia, diferentes mandatarios o autoridades han enseñado o al menos expresado ideas distintas, contrarias y hasta contradictorias.

Constatar esto no debería conmover la fe de nadie. Hay quienes creen que esto contradice Mt. 16,18 (“Las puertas del Infierno no prevalecerán”) e infieren que, si la Iglesia se contradice, entonces el Averno prevaleció. No es así, mis queridos amigos. No tenemos nada que temer a la verdadera historia (la verdadera, no las Leyendas Negras) y no tenemos porqué ocultar ni mitigar lo que realmente pasó. Hay doctrina que explica esas contradicciones y discrepancias. En todo caso, hay que rectificar la interpretación de Mt. 16,18.

El Papa Francisco, en su respuesta a la dubia 1, menciona el caso de un Papa que autorizaba a los portugueses a esclavizar a sarracenos y paganos.


Tomemos este caso. Recién dijimos que no puede haber contradicción si hablamos de enseñanzas infalibles. Y que, si de magisterio no infalible se trata, históricamente no se ha enseñado lo mismo, siempre y en todos los puntos.

Voy a desarrollar esto, pero primero permíteme comentar aquello del Papa y los portugueses.

En la respuesta a la dubia 1, y en el marco del asunto de la profundización de la doctrina, el Papa Francisco habla de la bula del Papa Nicolás V en donde -como has dicho- este pontífice otorga “permiso” al Imperio Portugués para reducir a la esclavitud a sarracenos y paganos. Y Francisco pone esta bula como ejemplo de un progreso en la doctrina, como si antes la Iglesia veía con buenos ojos la esclavitud y ahora no.

Ahora ejerzamos el discernimiento. Esta bula no es una enseñanza magisterial, ni infalible ni falible. Es una autorización -con la cual podemos enérgicamente disentir- del Papa a un rey. No es un acto magisterial. Por tanto, no hay que confundir un acto de magisterio con una orden papal o un permiso del Papa.

Retome por favor el punto de que ha habido, históricamente, y en enseñanzas no infalibles, contradicciones y diferencias dentro de los mandatarios de la Iglesia.

Así es. Lo prueba el estudio de la historia: han surgido diferencias en relación a temas esenciales. Es uno de los dramas del católico actual, que representa -como diría Castellani- una auténtica crux intellectus. Sin ir más lejos, en el siglo XIX hubo clérigos liberales, a finales del XIX y principios del XX la Iglesia padeció eclesiásticos modernistas, hacia mitad del siglo XX a los progresistas y después del Concilio la infiltración marxista en la teología.

Entonces, es un hecho que hubo y hay eclesiásticos cuyas afirmaciones contradicen verdades de la Revelación y/o enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.

Aquí también juegan un papel los gestos. Hace unos años el obispo Casaldáliga (ya fallecido) escribió un poema en homenaje al Che Guevara. Ciertamente, no lo ha hecho desde una instancia institucional. Pero la enorme mayoría de la gente no distingue eso. Y se produce el escándalo. Porque Casaldáliga está comunicando una doctrina implícita. A través de sus palabras, está empujando a sus fieles a que vean con buenos ojos tanto a este asesino como a la causa por la que él combatía: el Marxismo Internacional. Se trata de la misma ideología que acabó con la vida de 100 millones, sólo en el siglo XX. Es gravísimo.

¿Qué pasaría si alguna persona dentro de la Iglesia contradijera o enseñara algo distinto de su doctrina?

Como hemos visto, ya ha pasado. Cuando cardenales, obispos, teólogos, párrocos -e incluso papas- indujeron al error, afortunadamente la Divina Providencia dispuso de adecuados remedios. Ahí lo tienes a San Atanasio sosteniendo a capa y espada que Cristo es Dios, contra Arrio. Otro caso: Honorio I. Los papas posteriores al papa Honorio I lo declararon hereje, lo excomulgaron post mortem y durante siglos su nombre fue vituperado durante generaciones.

Honorio I, quien ofició de Papa durante 13 años, recibió la excomunión de nada menos que TRES concilios ecuménicos posteriores: Constantinopla 681, Segundo de Nicea 787 y Cuarto de Constantinopla 870. Honorio fue anatematizado por el Papa San León II. Son todos documentos públicos. Más aún, como aprendí de Mons. Schneider, por lo menos hasta el siglo XI los papas (cuando juraban como tales) reconocían como artífices de la herejía a varios personajes, ¡incluido al Papa Honorio! Honorio es mencionado como hereje hasta en breviarios del siglo XVIII y en lecciones de maitines del día 28 de junio (fiesta de San León II). Estos datos históricos nos permiten no sólo iluminar las objeciones del sedevacantismo sino prevenirnos contra cualquier infantilismo teológico.

Otro caso: hacia 1300, el Papa Juan XXII fue resistido por sus errores por una gran cantidad y calidad de católicos, como cuenta el brillante historiador Roberto de Mattei. Son algunos ejemplos. Hay muchos más.

La ley natural y sobrenatural habilitan a los fieles a resistir a quienes esparcen el error, ocupen los cargos que ocupen, y con todos los medios lícitos a su alcance. Incluso lo vemos en Hechos de los Apóstoles: Pablo enfrentando a Pedro “cara a cara” (Gálatas 2,11) cuando nuestro querido Cefas cede ante los judíos. Santo Tomás comenta esto (II-II, q. 33, art. 4, ad 2) y dice: «en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos». Los que se quedaron calladitos para no perder sus cargos no quedaron como ejemplo de virtud, al menos que yo sepa.

El segundo tema de las dubias gira en torno a la sexualidad. ¿Por qué no puede ser nunca lícito bendecir las uniones del mismo sexo?

Porque no se puede bendecir (lo cual implica invocar a Dios) algo que va contra lo que Dios pensó y quiso. Realizar una bendición sobre una unión que se da en torno a una conducta sexual objetivamente desordenada (más allá de las intenciones o de la subjetividad personal de los involucrados) es un sacrilegio. Es como tomar la Mano de Dios y usarla contra la obra de Dios. Otra vez tomo la imagen del Padre Castellani.


Como bien dice la respuesta a la dubia 2, las bendiciones no deben transmitir un concepto equivocado del matrimonio.

Sin embargo, la misma respuesta a la dubia 2 da a entender que la unión homosexual realiza de manera “parcial” o “análoga” el matrimonio. Lo cual es totalmente falso. Entiendo que, a causa de este tipo de respuestas, los cardenales hayan repreguntado al Papa, como lo hicieron.

¿Qué actitud debe tener la Iglesia ante estas uniones?

La actitud que tiene a partir de sus textos y doctrina magisteriales. Verdad y Caridad, caritas in veritate. Para aquellas personas que sufren esta condición, la Iglesia debe favorecer todas las instancias psicológicas que los ayuden a recuperarse. Es sabido que miles de personas que han tenido prácticas homosexuales pueden reorientar su conducta sexual hacia el sexo opuesto. E incluso formar familias. No es imposible. Hay una luz de esperanza y la Iglesia (por fidelidad a Cristo) debe señalar ese camino. Guante de seda, puño de hierro. Y ese puño de hierro debe aplicarlo la Iglesia con la ideología de género, formando comunicadores católicos, promoviendo a los ya existentes, difundirlos, editar sus libros, favorecer su actividad profesional, invitarlos a los colegios católicos, boicotear las leyes que manifiesten esta ideología, cuestionar a las empresas que la promueven. En definitiva, librar esta batalla metafísica entre el Bien y el mal. Con alegría y poesía, si me permites. Porque batirse por la verdad, en inferioridad absoluta de condiciones, y sin certeza de victoria es heroico… ¡qué emoción! Cualquiera lucha si tiene el éxito garantizado.

Vayamos a la dubia 3. ¿Qué es la sinodalidad y por qué no puede ser el criterio más alto de gobierno de la Iglesia?

Tengo entendido que el Sínodo es un organismo de consulta (o sea, un conjunto de personas) cuyo fin es favorecer la comunicación de los obispos de todo el mundo a fin de que las opiniones de todos ellos sean tenidas en cuenta por el Papa para gobernar la Iglesia.

En cuanto a la palabra “sinodalidad” (perdóname mi amigo), no existe.

Pero, hasta donde puedo interpretar, por sinodalidad se suele entender este carácter de deliberación, de intercambio de opiniones.

La ‘sinodalidad’ no puede ser el criterio más alto de gobierno porque, por definición, el Sínodo es un medio, no un fin. Y si fuese un fin, el Sínodo se agotaría en sí mismo. No tiene sentido intercambiar ideas y puntos de vista para intercambiar ideas y puntos de vista. Lo que da sentido al Sínodo es algo que, obviamente, va más allá del Sínodo. Un sínodo de la sinodalidad sería como tomar un teléfono, marcar un número, que del otro lado nos atienda Pedro y que comencemos a hablar con Pedro, por teléfono, de cómo hablamos por teléfono. Un delirio total y absoluto.

En la respuesta a la dubia 4, punto c), el Papa contesta con un texto particularmente difícil.



Sí. En el punto a), Francisco reconoce que Juan Pablo II cerró el asunto “de modo definitivo” (sic) sobre la ordenación sacerdotal para mujeres, negando que sea posible. Y en el punto c) leemos: “para ser rigurosos, reconozcamos que aún no se ha desarrollado exhaustivamente una doctrina clara y autoritativa acerca de la naturaleza exacta de una ‘declaración definitiva’”.

O sea, la respuesta del Papa se puede interpretar de esta forma: si es verdad que no sabemos qué significa una declaración definitiva, sostener que el asunto de la ordenación a las mujeres está definitivamente cerrado carece de sentido.

Me imagino que el buen lector pueda sentir que este tipo de respuestas -llena de oraciones subordinadas que lo confunden- le produce cierto malestar en su cabeza.. Pero créame que haré el esfuerzo para ayudarle a comprender.

Primero: la respuesta a la dubia 4 pretende neutralizar el poder de lo dicho por Juan Pablo II. O sea, donde el papa polaco da un portazo, el papa argentino desliza que no hay una doctrina clara de lo que es un portazo.

Segundo: si fuese verdad que no hay doctrina exhaustiva de una declaración definitiva, entonces cabe preguntarse lo siguiente. Esta afirmación del Papa de que no hay doctrina exhaustiva de una declaración definitiva, ¿es, a su vez, definitiva? ¿Es exhaustiva? Si lo es, incurre en contradicción. Por tanto, la lógica nos lleva a decir que no. Esto que dice el Papa no puede ser definitivo ni exhaustivo.

Conclusión: Francisco está cortando la rama del árbol que a él mismo lo sostiene. Y, al intentar desactivar los conceptos de Juan Pablo II, desactiva también los propios. De nuevo: se entiende porqué los cardenales repreguntaron.

¿Por qué las mujeres nunca podrán recibir el orden sacerdotal?

Cristo no ordenó mujeres, ordenó varones, y esto en razón de que cada uno tiene una misión distinta. La mujer se identifica con el misterio de la Iglesia de manera diferente al varón. Por su misma condición de mujer, es la imagen más acabada de la Iglesia como Esposa de Cristo. Si bien Cristo no incorporó a las mujeres al Sacerdocio, las incorporó a su predicación, como en el caso de María Magdalena.

En otro orden de cosas, dado que el periodismo todo lo confunde, parece mentira pero debemos explicar esta obviedad: la Iglesia sólo puede ordenar varones y no mujeres pero esto no es un poder supremo que “los hombres” tienen. Es un poder que tiene la Iglesia, que tiene Cristo. Y además, no sólo es un poder, es también una responsabilidad, que lleva consigo deberes, ¡exigencias!


El mundo mundano tiene tanta ignorancia y desinformación… está tan CIEGO que considera que ser sacerdote es vivir a cuerpo de rey, o pasar la vida en Disneylandia. Y por puro igualitarismo, pide para la mujer el mismo cambalache. No, señores. SER SACERDOTE debe ser trazar la propia vida como un Guerrero de Cristo, en disputa permanente contra las Potencias Infernales, desatando pecados en la confesión y levantando en Alto a Cristo cada día en la Eucaristía. Dispuestos a morir por la fe y por llevar sotana.

¿Cuáles son las condiciones para hacer una buena confesión? ¿Por qué nunca puede ser posible para un sacerdote absolver a un fiel sin arrepentimiento?

Como enseña la Iglesia, una buena confesión requiere: 1) Examen de conciencia; 2) Arrepentimiento y propósito de enmienda; 3) Confesión propiamente dicha y 4) Penitencia.

Es importante cada uno de estos puntos. Hay que tomarse un tiempo para contrastar la propia conducta y pensamientos. A mí me han recomendado confrontarla con los Diez Mandamientos, con las 7 virtudes, con las virtudes derivadas, etc. El arrepentimiento implica que nos decimos: “si pudiera volver el tiempo atrás, no haría lo mismo”. Asimismo, es importante reparar –en la medida de lo posible- el daño que se ha realizado al prójimo. Luego, hay que comentar todo lo que se recuerde al sacerdote. Y finalmente, aunque no es parte del Sacramento porque se realiza después de recibirlo, debemos cumplir con la penitencia que se nos impone.

Lamentablemente, hoy circulan ciertos párrocos que -a caballo de pseudos teólogos- desvirtúan este sacramento al no hablar o no hablar suficientemente del arrepentimiento. Como respuesta a este tipo de espiritualidad light, es lógico que los sacerdotes fieles estén interesados en enfatizar la necesidad del arrepentimiento. Esto no significa que se crean “dueños” del sacramento ni que transformen la confesión en una “aduana”, expresiones a mi juicio desafortunadas que están contenidas en la respuesta a la dubia 5. Este celo por el sacramento es consecuencia del amor a Cristo y a los hombres de estos buenos sacerdotes, que no quieren favorecer el mal a través de un bien. Lo cual es muy bueno.

Si bien la respuesta a la dubia 5 ratifica lo que todos ya sabemos (la necesidad del arrepentimiento), introduce otros tópicos y evita la forma tradicional de contestación a la dubia: sí-no.

Estos son los 5 temas principales acerca de los cuales los cardenales Burke, Sarah, Sandoval, Brandmüller y Zen preguntaron al Papa Francisco.

Entrevista por Javier Navascués

miércoles, 18 de octubre de 2023

¿Los “dubia” son un arma contra el Papa o una defensa de los fieles? Una respuesta razonada




*

No hay paz para el nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el argentino Víctor Manuel Fernández.

A poco de haber asumido el cargo se encontró lidiando con un par de cuestiones abiertas incómodas, que creyó que podría cerrar rápidamente con la aprobación del papa Francisco, pero en cambio obtuvo el resultado opuesto.

La primera cuestión estaba constituida por los cinco “Dubia” remitidas el 10 de julio y luego el 21 de agosto a él y al Papa por cinco cardenales, referidos a otros tantos puntos críticos de la doctrina y de la práctica, entre ellos la bendición de las parejas homosexuales.

La segunda cuestión fue planteada, también en julio, por el cardenal Dominik Jaroslav Duka, arzobispo emérito de Praga, y se refería a la Comunión eucarística para los divorciados vueltos a casar.

Satisfecho con la aprobación firmada el 25 de septiembre por el papa Francisco, el 2 de octubre Fernández hizo públicos en el sitio web del dicasterio dos bloques de respuestas a ambas preguntas.

Pero en ambos casos las respuestas prácticamente fueron devueltas al remitente.

Respecto a la cuestión planteada por Duka, el cardenal y teólogo Gerhard Ludwig Müller tomó providencias para derribar las respuestas dadas por Fernández. Un rechazo no menor, teniendo en cuenta que Müller fue también, de 2012 a 2017, prefecto del mismo Dicasterio para la Doctrina de la fe:


Mientras que, en cuanto a los “Dubia” de los cinco cardenales, las respuestas proporcionadas por Fernández -en forma de carta enviada por el Papa Francisco el 11 de julio- fueron por ellos para nada esclarecedoras mucho antes de que el propio Fernández las hiciera públicas, tanto es así que plantearon las mismas preguntas al Papa por segunda vez en una forma más estricta.

A este relanzamiento de los “Dubia”, realizado el 21 de agosto, los cinco cardenales nunca recibieron respuesta, como luego decidieron documentar públicamente el 2 de octubre, pocas horas antes de que Fernández hiciera públicas las respuestas anteriores del 11 de julio como si fueran las definitivas:


Pero el problema no ha terminado. Porque no sólo los cinco cardenales protestaron contra el forzamiento llevado a cabo por Fernández, sino que uno de ellos, el chino Joseph Zen Ze-kiun, retomó las respuestas del Papa a la primera formulación de los “Dubia” y las criticó una a una, mostrando cómo eran cualquier cosa, incapaces de aportar claridad.

Zen publicó su acusación el 13 de octubre en su blog personal, en chino, inglés e italiano:


Por otra parte, en el bando de los apologistas del actual pontificado, los “Dubia” con las cuestiones que plantean han sido ignorados o, peor aún, acusados de ser un arma impropia esgrimida contra el Papa para obligarle a decir lo que se quiere.
¿Pero esto es necesariamente así? ¿O si, por el contrario, se tratara de una justa iniciativa de obispos y cardenales para proteger la fe del pueblo cristiano de las dudas sobre puntos importantes de la doctrina y de la moral, dudas generadas por expresiones poco claras de las máximas autoridades de la Iglesia?
Y si esta segunda respuesta es válida, ¿cómo justificar entonces los silencios o las respuestas evasivas por parte de las autoridades llamadas a aportar claridad?

La siguiente intervención ofrece una respuesta razonada precisamente a estas preguntas. El autor de la carta es bien conocido en Settimo Cielo, pero pide ser identificado simplemente como “un sacerdote que durante muchos años ha colaborado con la Santa Sede”. ¿Por qué? Evidentemente por razones opuestas a aquellas por las que el cardenal Zen, de 91 años, firma lo que publica: “Viejo como soy, no tengo nada que ganar, nada que perder”.

*

Estimado Magister,

La presentación de preguntas al papa Francisco sobre expresiones presentes en los textos que llevan su firma, que los autores de los llamados “Dubia” consideraban de interpretación poco clara, sigue suscitando interés y avivando un debate “intra et extra Ecclesiam catholicam”.

No pretendo afrontar aquí la formidable lista de cuestiones, algunas inéditas al menos en la historia reciente de la Iglesia, planteadas por los “Dubia”, sino sólo hacer algunas consideraciones respecto a algunos puntos, en primer lugar el que se centra sobre la posición (sin duda incómoda) de sus firmantes.

Lo hago inspirándome en una sospecha que circula entre el clero, los fieles católicos y algunos no creyentes. Es la que sugiere que detrás de los “Dubia” se esconde el deseo de “forzar la mano” del papa Francisco a “retractarse” o “corregir” algunas de sus declaraciones que entrarían en conflicto con la supuesta “inmutabilidad de la doctrina” en materia de fe y moral.

Pero antes quisiera detenerme en una distinción que me parece apropiada: la que existe entre “dubium unius fidelis vel pastoris” y “dubium gregis vel collegii pastorum”, es decir, entre la duda de un creyente o pastor individual y la duda de la grey o del colegio de pastores.

En cuanto al primer género de “dubium”, el del individuo, el deseable logro de una inteligencia adecuada y de una conciencia recta respecto de lo que el Santo Padre enunció puede ser perseguido práctica y fácilmente mediante la comparación del creyente individual (o de grupos limitados de fieles), de un obispo o de un presbítero (o incluso de una conferencia episcopal o de un presbiterio secular o regular) con un guía espiritual, teológica o pastoral de fe comprobado y de sólida moral, o -en particular, en los dos últimos casos- recurriendo de manera confidencial a los Dicasterios competentes de la Curia Romana, designados para entrar en el fondo de determinadas cuestiones doctrinales o canónico-legislativas. Dado que no concierne a todos o a la mayoría de los fieles y pastores, normalmente no es necesario ni apropiado que el propio Papa responda personalmente a los “dubia unius fidelis vel pastoris”.

En el segundo género de “dubium” las cosas son diferentes. Por razones práctico-pastorales, no es posible que un gran número de fieles o pastores, en todas partes del mundo, tengan acceso a una conversación con creyentes autorizados, bien formados espiritual, teológica y pastoralmente, y que estén razonablemente seguros del significado auténtico de las afirmaciones del Magisterio pontificio que han dado lugar a los “dubia gregis vel collegii pastorum”, para poder resolverlos de manera convincente.

Debe ser así, ya que, por su naturaleza, la enseñanza del Santo Padre que trata temas de carácter universal en materia de fe y de moral es pública (ya sea oral o escrita) y llega a creyentes y no creyentes en todas partes, también la respuesta a los “Dubia” sobre cómo deben interpretarse algunas declaraciones y traducirse en la práctica algunas normas debe hacerse pública, porque la incertidumbre de muchos puede ser la de todos o de la mayoría de los fieles y pastores. Al no existir una norma canónica ni una costumbre “ab immemorabilis” que prevea una iniciativa “anónima” de los fieles católicos o incluso del clero que pueda formular y presentar una pregunta al Papa sobre sus declaraciones, corresponde a quienes tienen el mandato eclesial de cuidar de los laicos y del clero -los cardenales y los obispos- y sienten ellos mismos la urgencia de ser “confirmados” en la fe y en la moral recoger los “Dubia” y someterlos filialmente al Supremo Pontífice.

Al proceder de este modo, cardenales y obispos no se arrogan un derecho -que no tienen- de “juzgar” al Papa o “presionarlo” para que corrija sus afirmaciones como les plazca, sino que solicitan la “caridad pastoral de la verdad” que es ” munus et virtus ” de un Papa, llamando a él mismo (y no sustituyéndolo) a ejercerla personalmente, ofreciendo públicamente una interpretación auténtica de su enseñanza pública. Esta “solicitud” del trono pontificio nace de la preocupación de cardenales y obispos por la “salus animarum” en la que se resume el “bonum Ecclesiae”.

En cuanto a la modalidad a través de la cual el Papa puede hacer público el “responsum” a los “dubia gregis vel collegii pastorum”, depende de las circunstancias y de las oportunidades: puede ser mediante su publicación directa por parte de la Santa Sede (como ha ocurrido recientemente), o bien autorizando a los firmantes de los “Dubia” a dar a conocer el “responsum” que les haya sido enviado.

UN EJEMPLO

Para que quede claro lo que intento decir, consideremos este ejemplo.

Un suboficial de un cuerpo de policía, plenamente disciplinado con sus superiores, cuyas órdenes ha obedecido constantemente, tiene como principio deontológico de su profesión el de rechazar cualquier forma de coacción física para conseguir que un delincuente confiese haber cometido un delito, y siempre ha prohibido a sus subordinados que lo hagan. Pero un día oye a su Comandante regional afirmar públicamente -en referencia a un hombre detenido por estar acusado de cometer una serie de asesinatos- lo siguiente: “Le mantendremos bajo presión. No le dejaremos en paz hasta que admita su culpabilidad”.

No se trató de un exabrupto privado del Comandante susurrado al oído de alguno de los oficiales, suboficiales o agentes, sino de una afirmación hecha delante de todo el cuerpo de policía y recogida por los medios de comunicación, de modo que hasta los ciudadanos de a pie pudieron enterarse.

El propio suboficial queda perplejo por el significado de la afirmación de su superior y percibe que entre los demás suboficiales y los mismos agentes surgen diferentes interpretaciones de estas palabras. Algunos de ellos empiezan a hacer circular la idea de que el comandante pretende autorizar – en el caso en cuestión y en otros similares – además de interrogatorios intensos, prolongados y repetidos, también el uso de la violencia física para arrancar una confesión. El suboficial, a pesar de ser inflexible en que ninguna forma de tortura es admisible en ningún caso, para evitar que la interpretación favorable se difunda entre los agentes y se arraigue esta práctica inaceptable, se dirige por escrito al Comandante Regional pidiéndole que aclare, disipando cualquier duda, de qué quiso decir con esa expresión. “Sí, es correcto que en casos de delitos especialmente brutales lleguemos incluso a inducir una confesión mediante presión física sobre el presunto culpable, a fin de que, para que lo dejen en paz, confiese el delito cometido”. O: “No, bajo ninguna circunstancia es correcto utilizar la violencia física para obtener la confesión de una persona arrestada, por muy grave que haya sido su delito”.

La firme certeza de que la tortura de un presunto delincuente es siempre un mal que debe evitarse, porque no respeta la vida y la dignidad que es propia de todo hombre y mujer, no invalida la legítima y debida petición de aclaración sobre la declaración de un Superior que se presta (y así fue, en el ejemplo denunciado) a diferentes interpretaciones. El “dubium” del suboficial no se refiere a su conciencia, que es cierta, sino a la aplicación de las normas (o reglamentos) del cuerpo de policía al que pertenece, a partir de la reciente declaración del Comandante. Y ello para evitar que los agentes cuya conciencia no esté adecuadamente formada para discernir el bien del mal sigan su propia “interpretación permisiva” de la afirmación del Comandante y, en consecuencia, cometan un mal creyéndolo un bien (por ejemplo, para prevenir delitos posteriores o impartir justicia a las víctimas) como si se lo permitiera la autoridad a la que están sometidos.

Los otros suboficiales, aunque también permanecían perplejos respecto al significado de la expresión de su Comandante Regional, para poder vivir en paz y no querer enemistarse con él molestándolo con una pregunta incómoda (se sabe que rara vez un subordinado que molesta a un Superior con peticiones atrevidas podrá hacer carrera) no presentan ningún pedido de aclaración, ni firman la carta con el dubium que envió su colega.

¿Cuál de ellos -el valiente autor del “dubium” o sus compañeros suboficiales que se mostraron dudosos pero temerosos frente el Comandante- prestó realmente un servicio a los oficiales bajo su mando, ayudándoles a ser “buenos policías” y no “agentes depravados”? ¿Quiénes han mostrado concretamente que se preocupan por la dignidad, el honor y la función pública del cuerpo policial al que pertenecen, promoviendo su respeto y estima entre los ciudadanos? ¿Quién ha protegido mejor a los ciudadanos acusados ​​de un delito, evitando que sean sometidos a actos de tortura durante un interrogatorio policial?

Obviamente, la Iglesia no es un cuerpo de policía, el Papa no es su Comandante y sus afirmaciones a interpretar no se refieren -en el caso de los “Dubia” presentados a Francisco- a la práctica de los interrogatorios. Los cardenales y obispos no son oficiales ni suboficiales, y los fieles no son agentes ni acusados. Pero tal vez este ejemplo tenga algo que decirnos respecto a la discusión sobre los “Dubia”.

Estar personalmente seguro de las verdades reveladas por Dios y de la fe de la Iglesia, del bien que se debe hacer y del mal que se debe evitar, no convierte de por sí en “insinceros” o “incorrectos” a aquellos pastores que están preocupados por la difusión entre otros pastores o entre los fieles de interpretaciones arbitrarias de algunas expresiones del Magisterio pontificio que nacen de la evidencia no inmediata de las mismas a los ojos de la fe y de la razón, o que a primera vista parecen estar en conflicto con la enseñanza anterior de la Iglesia. Al decidir recurrir al Santo Padre para obtener su interpretación auténtica no buscan algo para ellos mismos, sino para la tarea que les ha confiado el mismo Papa: colaborar con él para cuidar del rebaño que les ha sido confiado por Cristo.

RESPUESTAS Y SILENCIO

¿Pero qué puede suceder si el Papa decide no responder a los “Dubia”? ¿Y si el “responsum” proporcionado no es considerado por quienes lo presentaron como suficiente para disipar las dudas y proporcionar una interpretación auténtica y completa que cierre la cuestión de una vez por todas?

En su libertad soberana (que implica una responsabilidad “coram Deo et coram Dei populo”), el Sumo Pontífice puede ciertamente no responder a los “Dubia”.

Los motivos que eventualmente le llevan a esta decisión pueden ser de diferente naturaleza: desde el vinculado a su tiempo y a las energías físicas y mentales de que dispone, considerando los numerosos y onerosos compromisos de un Papa, su edad y su salud, hasta el que surge de la convicción de haber sido suficientemente claro e inequívoco al pronunciarse sobre una determinada cuestión; o puede surgir del deseo de dejar la cuestión “abierta” a ulteriores profundizaciones teológicas y morales o a “discernimientos” en el interior de la Iglesia universal o particular, sin definirla de una vez para siempre.

Tampoco se puede excluir la preocupación por fuertes desacuerdos que surjan entre pastores o laicos sobre el objeto de la afirmación del Papa, contrastes que podrían socavar la unidad de la Iglesia. Y ni siquiera el miedo a una reacción de los medios de comunicación y de los no creyentes que podría desencadenarse en el caso de una interpretación que consideran inaceptable, en detrimento del diálogo con las diferentes culturas, religiones y sociedades o comprometiendo las oportunidades de presencia de la Iglesia en ciertos ambientes. Y otros motivos más todavía.

Ciertamente, sólo tenemos lo que el papa Francisco escribió en la carta, fechada el 10 de julio de 2023, dirigida a los cardenales Walter Brandmüller y Raymond Leo Burke, con la que acompaña su “responsum”: “Aunque no siempre me parece prudente responder las preguntas dirigidas directamente a mi persona (ya que sería imposible responderlas a todas), en este caso creo es adecuado hacerlo debido a cercanía del Sínodo”. En la expresión “no siempre me parece prudente” se puede vislumbrar una alusión a diferentes motivos de oportunidad para el silencio, de la misma manera que en la referencia a la “cercanía del Sínodo” se escucha el eco de los muy animados debates y controversias que lo precedieron y lo acompañan.

Nada autoriza a interpretar una “falta de respuesta” a los “Dubia” como expresión de la voluntad del Papa de acreditar una u otra de las interpretaciones que circulan sobre lo que ha dicho o escrito sobre un tema. Hay otras vías por las cuales, eventualmente, uno puede aproximarse a una supuesta “interpretación plausible” que se acerque lo más posible a la “auténtica” que no se proporcionó.

Finalmente, la situación más embarazosa para los fieles y los pastores, así como (podemos suponer) para el mismo Santo Padre, es el caso en el que quien extendió y presentó los “Dubia” no se declara satisfecho con lo contenido en el “responsum” y hace pública esta insatisfacción.

Es lo que ocurrió con la serie de los “Dubia” a los que Francisco respondió con la citada carta del 10 de julio. Los cardenales interpelantes reformularon los “Dubia” y los volvieron a presentar, sin haber recibido más respuesta. Si el objetivo de los “Dubia” -como debería ser- no es resolver una duda personal de conciencia de los redactores (escuchando sus declaraciones públicas en diferentes fechas y lugares, todos parecen demostrar una conciencia certera sobre las cuestiones a las que se refieren los “Dubia”), sino disipar las dudas presentes en un gran número de pastores y fieles (“mentis et cordis confusio”) respecto al significado de las expresiones del Santo Padre y encaminarlos por el camino de la verdad y del bien, este objetivo ha fracasado y el riesgo de acrecentar la “confusión” es grave.

¿De quién es la responsabilidad de este fracaso y de sus consecuencias, que son especialmente graves para los pastores y fieles más “frágiles” en la fe y en la moral? Considero que no corresponde a ningún hombre establecerlo: será el Señor de la historia (incluida la de la Iglesia) quien dictará la sentencia cuando “vendrá otra vez, en gloria, para juzgar a los vivos y a los muertos y su reino no tendrá fin”.

Carta firmada

Roma, 14 de octubre de 2023

viernes, 6 de octubre de 2023

Mis tres ‘dubia’ sobre Laudate Deum (un excelente artículo de Carlos Esteban)



La reciente exhortación Laudate Deum, anunciada como segunda parte de la encíclica ecológica Laudato sì, suscita, al menos en quien esto escribe, ciertas dudas que expongo a continuación.

Las dubia, como las sometidas recientemente al Papa por cinco cardenales sobre asuntos que conciernen al sínodo de la sinodalidad, son un procedimiento formal, previsto aunque excepcional, por el que se ruegan aclaraciones sobre un texto pontificio. Sus protagonistas suelen ser prelados, pero el propio Papa Francisco ha expresado en incontables ocasiones, y muy especialmente con el presente sínodo, su voluntad de que los laicos transmitamos nuestras preocupaciones y sugerencias, lo que me ha animado a exponer las presentes ‘dubia’.

Primum dubium. Incluso si la teoría del cambio climático antropogénico se revela como no solo cierta, sino incluso como una catástrofe de proporciones apocalípticas para todo el planeta, ¿es competencia del Santo Padre? La misión estricta del sucesor de Pedro es, según las Escrituras y la Tradición, “confirmar en la fe a los hermanos” como custodio del Depósito de la Revelación. ¿Pertenece a la Revelación el Cambio Climático y sus consecuencias?

Una vez más, partamos de la hipótesis (más que discutible, como veremos más adelante) de que, en efecto, la actividad humana está contribuyendo a un dramático cambio en el clima planetario. ¿Qué autoridad tiene la cabeza de la Iglesia Católica para disertar sobre el mismo, urgiendo a adoptar ciertas medidas sobre las que no es un experto? Incluso el más fiel de los católicos, si acepta las premisas de esta teoría, prestará naturalmente más atención a los mensajes de investigadores de primera línea y autoridades científicas.

Porque una cosa es incidir desde la Cátedra de Pedro en la obligación de todos los hombres, no solo los cristianos, de cuidar la Creación -un aspecto de la teología moral sobre el que, en cualquier caso, ni el Evangelio ni los Padres han dedicado especial atención-, y otra muy distinta es abrazar una hipótesis científica concreta que no guarda relación alguna con la fe.

Y esto me lleva directamente a la segunda cuestión:

Secundum dubium. En nuestra primera cuestión hemos partido, ex hypothesi, de que existe una certeza sobre la realidad de la teoría del cambio climático antropogénico. Pero eso está lejos de ser cierto. ¿Es prudente que el Santo Padre comprometa, como mínimo, el prestigio de la Sede Petrina, abrazando autoritativamente una hipótesis científica que bien podría revelarse errada en todo o en parte? ¿Tiene sentido dar la apariencia de un respaldo casi dogmático a un saber científico, por claro que aparezca a ojos humanos?

Antes de continuar conviene aclarar qué comporta la teoría del cambio climático antropogénico dominante ahora en el panorama internacional. Para no ser tachado de negacionista y arrojado a las tinieblas exteriores es necesario creer con fe cierta todas y cada una de las siguientes afirmaciones:

1. No basta afirmar que existe el cambio climático, que equivale a hablar del agua mojada o del fuego ardiente, porque la naturaleza del clima es el cambio. No: hay que creer en un cambio significativo y permanente del clima a escala planetaria, evidenciado sobre todo por un aumento de la temperatura media, mediante un mecanismo que implica el aumento de emisiones de determinados gases, muy especialmente el dióxido de carbono.

2. Asimismo hay que creer que este cambio de paradigma climático es debido a la actividad humana, muy especialmente a la actividad industrial.

3. Es también necesario creer que las consecuencias de este cambio son un mal sin mezcla de bien alguno. No es aceptable argumentar que el planeta ha vivido periodos bastante más cálidos que el actual, incluso en épocas históricas, y que las consecuencias han sido, en general, bastante positivas, como en el Óptimo Medieval, o que la tierra ha salido solo recientemente (en el siglo XIX) de una Pequeña Glaciación que ha durado siglos, por lo que podría considerarse, en forma impropia, que se está volviendo “a la normalidad”.

4. Por último, hay que creer que el fenómeno es reversible. Este último punto es de los más delicados, pero también de los más cruciales. Desde que se anunció este proceso, allá por los años ochenta del pasado siglo, se nos ha venido advirtiendo regularmente que nos quedaban X años para que no hubiera marcha atrás, pero en cada caso la fecha ha llegado, la catástrofe no se ha materializado y, como en las sectas milenaristas, los profetas han vuelto a atrasar la fecha del apocalipsis. La razón que aducen los negacionistas es que si alguna vez se declarara la irreversibilidad, las medidas draconianas que se nos quieren imponer no tendrían razón de ser.

Pero pese a que el Papa afirma que el consenso científico es casi absoluto, que los disidentes son una minoría ínfima y, sugiere, irrelevante, lo evidente es que ese no parece ser el caso.

La ciencia es un saber que avanza por confirmación física. Si las previsiones que se hacen a partir de una hipótesis no se cumplen, la hipótesis es falsa, al menos en alguna medida. Y muchas profecías se han incumplido; todas, de hecho.

Por otra parte, recientemente se hizo pública una declaración firmada por más de un millar de científicos asegurando que no estamos ante una emergencia climática. No hablamos de opinadores o aficionados: son investigadores de primera línea, y entre los firmantes figuran dos premios Nobel.

¿Pueden estar errados? Naturalmente. Pero eso no puede saberlo el Papa, que con esta exhortación se arriesga a comprometer el prestigio de la Sede Apostólica.

No está lejos en absoluto el repetido mensaje papal exhortando a la vacunación contra el covid, que declaró como un ‘deber moral’ y calificó de ‘acto de amor’. Las intenciones, incluso la lógica, de ese mensaje es impecable, pero solo si el tratamiento recomendado funcionaba exactamente como se anunció universal y repetidamente. No fue el caso. Los propios fabricantes confesaron que la ‘vacuna’ no pretendía detener la transmisión de la enfermedad -de hecho, no lo hacía-, negando así lo que la podía convertir teóricamente en un ‘acto de amor’. Por otra parte, aún es pronto para analizar todos los datos que van apareciendo sobre sus efectos secundarios en una minoría de sujetos, que quizá podrían hacerla poco aconsejable para una campaña universal.

Y, por último:

Tertium dubium. La Iglesia vive objetivamente un momento de crisis y confusión. La crisis es perfectamente medible con parámetros usados para cualquier realidad humana: número de católicos en Occidente, apostasías, vocaciones sacerdotales y religiosas, práctica de los sacramentos, desacuerdos doctrinales. Se mida como se mida, todos los factores apuntan no solo a una reducción de la Iglesia, sino a su irrelevancia como ‘sal’ de las sociedades donde habitan los cristianos.

Por otra parte, los principios de nuestra fe están en continua y ruidosa discusión, y la palabra ‘cisma’ aparece cada vez más a menudo en boca de los comentaristas, e incluso del propio Santo Padre.

Así las cosas, ¿tiene sentido, en este panorama, que el Papa dedique dos documentos magisteriales al ‘cuidado de la casa (material) común’, ignorando aparentemente la angustia de tantas almas? Al fin, el objetivo último de toda la estructura eclesial, la razón de ser de cada uno de sus elementos, es la salvación de las almas, no la supervivencia del planeta.

Carlos Esteban

lunes, 2 de octubre de 2023

Una «respuesta» a los dubia que no es ni siquiera cristiana (BRUNO MORENO)

ESPADA DE DOBLE FILO




Leo con asombro y tristeza la carta que escribió el Papa Francisco a los dubia presentados por cinco cardenales sobre los temas que van a debatirse en el tristemente famoso Sínodo de la sinodalidad. No vamos a entrar en si fue redactada por el propio Papa o por el cardenal Fernández. En realidad da igual: está firmada por el Papa y eso es lo que importa.

Esta “respuesta”, como era de prever dada la confusión actual, no responde a las preguntas, sino que se limita a confundir más las cuestiones en lugar de aclararlas, una forma de actuar que, hasta donde puedo ver, es inédita en el Magisterio de dos milenios de historia de la Iglesia. Desgraciadamente, eso no es lo peor y decía que he leído la respuesta con asombro y tristeza porque me veo obligado a concluir que no es simplemente confusa y errónea, sino que ni siquiera cumple los requisitos mínimos para ser considerada cristiana. Al menos a mi (falible) juicio. Vamos a verlo brevemente.

En la respuesta se encuentran afirmaciones asombrosas, que, hasta donde puedo ver, en cualquier momento de la historia de la Iglesia (excepto el presente, por lo visto), habrían recibido una condena universal por parte de todos los católicos. Por ejemplo:
“f) Por otra parte, es cierto que el Magisterio no es superior a la Palabra de Dios, pero también es verdad que tanto los textos de las Escrituras como los testimonios de la Tradición necesitan una interpretación que permita distinguir su substancia perenne de los condicionamientos culturales. Es evidente, por ejemplo, en los textos bíblicos (como Éx 21,20-21) y en algunas intervenciones magisteriales que toleraban la esclavitud (cf. Nicolás V, Bula Dum Diversas, 1452). No es un tema menor dada su íntima conexión con la verdad perenne de la dignidad inalienable de la persona humana. Esos textos necesitan una interpretación. Lo mismo vale para algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres (1 Cor 11,3-10; 1 Tim 2,11-14) y para otros textos de las Escrituras y testimonios de la Tradición que hoy no pueden ser repetidos materialmente”
Esto es, sencillamente, increíble. Es dogma de fe que la Sagrada Escritura está libre de error. El Concilio Vaticano II recordó esta verdad básica de la fe católica: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación” (Dei Verbum 11). Si alguien no reconoce esta verdad fundamental y evidente de que la Palabra de Dios no se equivoca, no puede ser considerado ni siquiera cristiano, mucho menos católico.

Nunca creí que vería el día en que un documento pontificio se dijera, con toda naturalidad, que “algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres” y otras cuestiones “hoy no pueden” ser repetidas “materialmente” por la Iglesia. ¿Y qué vamos a repetir entonces? ¿Lo que dicen los vedas, El Capital o El arte de besar? Si eso no es ponerse por encima de la Palabra de Dios no sé lo que es. Con ese criterio, se puede enseñar cualquier cosa. Hoy ya no se puede repetir lo que dice la Palabra de Dios sobre las mujeres, mañana no se aceptará lo que dice sobre las parejas del mismo sexo o sobre el adulterio y pasado mañana le tocará al asesinato (al menos para niños y ancianos), a la resurrección de Cristo o a la Santísima Trinidad. Un completo despropósito.

Decía que este criterio no es ni siquiera cristiano porque disuelve por completo la fe y a la misma Iglesia. A fin de cuentas, la misión de la Iglesia en su conjunto y del Magisterio en concreto es transmitir la Revelación de Jesucristo, contenida en las dos fuentes gemelas de Escritura y Tradición. Si el Magisterio, en vez de transmitir lo revelado, pasa a elegir qué partes de la Escritura y la Tradición se pueden “repetir materialmente” y qué partes no porque ya están obsoletas, ha convertido al Papa en fuente de la revelación, en una especie de nuevo Mesías, mejor y más misericordioso que Jesucristo. Es una idea por completo incompatible con la fe.

En cuanto a la esclavitud y brevemente para no alargarnos, es lamentable que el documento haga uso de un bulo anticatólico muy extendido, al afirmar que la Iglesia ha cambiado de opinión con respecto a la esclavitud (¡y además lo ha hecho abandonando lo que afirma la Escritura sobre el tema!). La realidad, evidente para cualquiera que sabe algo de moral, es que lo moral e inmoral no son los nombres. La palabra “esclavitud” no es moral ni inmoral y se ha referido a lo largo de la historia a realidades variadísimas, desde los trabajos forzados a la servidumbre de la gleba, los trabajos para saldar una deuda, la prisión, etc. Algunas de esas realidades son intrínsecamente rechazables y otras no lo eran necesariamente en sus circunstancias.

Lo inmoral, que siempre ha sido condenado por la Iglesia y por la Palabra de Dios, es tratar a una persona como si fuera un objeto. En ese sentido, por ejemplo, las leyes sobre la esclavitud existentes en Norteamérica (la llamada “chattel slavery”, que consideraba objetos a los esclavos) permitían que los amos vendieran a los hijos de los esclavos, los maltrataran cruelmente, se acostaran con las esclavas a voluntad y un largo etcétera y, por lo tanto, eran evidentemente inmorales, no por la palabra “esclavitud”, sino por esas inmoralidades que permitían. En cambio, en los países católicos se entendía que esas inmoralidades debían estar prohibidas, porque el hecho de que alguien, jurídicamente, tuviera la condición de “esclavo” no significaba que dejara de ser una persona. Del mismo modo, San Pablo, cuando habla a un amo sobre su esclavo escapado Onésimo, le dice que lo trate como a un “querido hermano en el Señor”, como una persona y no como un objeto de su posesión, rechazando así cualquier inmoralidad. Es decir, no ha cambiado la doctrina moral sobre esta cuestión, porque lo que hoy es inmoral también lo era hace mil años, aunque por supuesto hayan cambiado los juicios prudenciales sobre estructuras jurídicas que dependen de las circunstancias. Es tristísimo que un documento papal aproveche falsas acusaciones anticristianas para “demostrar” así que la doctrina católica puede cambiar.

Asimismo, en la respuesta papal se afirma que “la Iglesia debe discernir constantemente entre aquello que es esencial para la salvación y aquello que es secundario o está conectado menos directamente con este objetivo”. Eso es cierto, pero irrelevante para la pregunta de los cardenales, a no ser que, como parece, por “distinguir” se esté entendiendo abandonar lo que no nos gusta y que, precisamente para eso, hemos calificado de secundario, como, por ejemplo, la enseñanza de la Iglesia sobre la inmoralidad del adulterio, la existencia de actos intrínsecamente malos, la licitud de la pena de muerte, la imposibilidad de que Dios quiera que pequemos en algunas ocasiones, el hecho de que Dios siempre da la gracia necesaria para no pecar o la existencia de la guerra justa, doctrinas todas ellas que han sido negadas en diversos documentos o declaraciones de este pontificado.

En la misma línea de confusión aparentemente deliberada, se nos asegura que “cada línea teológica tiene sus riesgos pero también sus oportunidades”. Esto es un evidente despropósito. La “línea teológica” de Lutero, Calvino, Tyrrell o Cerinto, por dar cuatro ejemplos, no tenía simplemente “riesgos” y “oportunidades”. Eran herejías, errores mayúsculos que apartaban a los fieles de la verdadera fe. Por eso la Iglesia determinó que no cabían en la Iglesia. Esa pretensión moderna de que todo es bueno y no hay nada malo (excepto defender la fe católica de siempre) no es más que una aplicación de dos viejos refranes castellanos: de noche todos los gatos son pardos y a río revuelto, ganancia de pescadores. Es decir, es un claro intento de introducir la confusión para poder llevar a cabo los cambios deseados, sin que se note mucho que son opuestos por completo a la fe católica. Hay de los que llaman mal al bien y bien al mal, dice Isaías (aunque a lo mejor es una de esas afirmaciones de la Palabra de Dios que no se pueden “repetir materialmente”, quién sabe).

Con respecto a las parejas del mismo sexo, abundan en el texto las simplificaciones engañosas. Por ejemplo, se nos asegura que la Iglesia “evita todo tipo de rito o de sacramental que pueda contradecir esta convicción [de que el matrimonio es entre un hombre y una mujer] y dar a entender que se reconoce como matrimonio algo que no lo es”. Esto es una simplificación evidentemente engañosa porque omite lo más importante: la Iglesia no solo enseña que esas uniones no son matrimonio. La fe católica enseña también que son gravísimamente inmorales, contrarias a la ley de Dios y, por su propia naturaleza, conducen al infierno y no al cielo. ¡Por eso no se pueden bendecir y no por cuestiones de apariencias!

También se simplifica engañosamente cuando se nos dice que “no podemos constituirnos en jueces que sólo niegan, rechazan, excluyen”. Esto es engañoso porque no existe absolutamente nadie en el mundo que solo niegue, rechace o excluya. Lo que se hace es negar, rechazar o excluir lo que vulnera la Ley de Dios, como siempre ha hecho la Iglesia, porque no puede hacer otra cosa. En esto no puede haber ninguna duda y ciertamente no tiene nada que ver con “constituirnos en jueces”, sino en reconocer que el Juez divino ha hablado sobre esta cuestión y nosotros no podemos hacer más que aceptar lo que Dios manda. Obedecer y recordar lo que ha dictaminado el mismo Dios es lo contrario de constituirse en jueces, es constituirse en siervos y discípulos. En cambio, rechazar la Ley de Dios sí que es constituirse en jueces por encima del único Juez.
Asimismo, se nos dice que es necesario “que no sólo la jerarquía sino todo el Pueblo de Dios de distintas maneras y en diversos niveles pueda hacer oír su voz y sentirse parte en el camino de la Iglesia”. 
Lo que se oculta con esta respuesta aparentemente tan bonita es que quien hace “oír su voz” contra la doctrina de la Iglesia, por ese mismo hecho no es parte del Pueblo de Dios. Si la sinodalidad, como estamos viendo y como ya sucedió en los sínodos anteriores, consiste en abrir la veda para que todo el mundo pueda negar sin consecuencias lo que enseña la Iglesia y para que se acepte la posibilidad de aceptar esas negaciones de la fe, eso no tiene nada que ver con el sensus fidei, ni con el “camino de la Iglesia” ni con nada lejanamente católico. Es, simplemente, la confusión de Babel elevada de forma blasfema al rango de Pentecostés.

También se nos asegura que la enseñanza de la Iglesia sobre la diferencia esencial entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles (señalada con toda claridad por el Concilio Vaticano II) equivale a decir que “no es conveniente sostener una diferencia de grado que implique considerar al sacerdocio común de los fieles como algo de ‘segunda categoría’ o de menor valor (‘un grado más bajo’). Ambas formas de sacerdocio se iluminan y se sostienen mutuamente”. Esto es asombroso. Precisamente, el hecho de que la diferencia sea esencial indica que no se puede hacer esa equiparación, que pone todo al mismo nivel, en la que los sacerdotes ordenados iluminan a los seglares y los seglares iluminan a los sacerdotes, como si, en la práctica, todos fueran lo mismo. La realidad es que una diferencia esencial y cualitativa implica ministerios esencialmente distintos y que el triple munus de enseñar, santificar y gobernar se ha encomendado al sacerdocio ordenado por voluntad de Dios. Los seglares podemos y debemos colaborar con los clérigos, pero este intento de usurpar su misión específica y distinta (manifestado en el hecho delirante de que se permita votar a los laicos en el Sínodo de los Obispos como si diera igual ser obispo que seglar) es completamente contrario a la doctrina de la Iglesia.

De nuevo, se intenta sembrar la confusión en lugar de dar claridad cuando se nos asegura que no se conoce del todo la “naturaleza exacta” de la “declaración definitiva” que hizo Juan Pablo II de que la Iglesia no puede ordenar mujeres. Ante esta afirmación, creo que conviene hablar con claridad: todo el mundo conoce la “naturaleza exacta” de lo que enseñó Juan Pablo II sobre la ordenación de mujeres excepto los que se empeñan en negarlo contra viento y marea. A fin de cuentas, la doctrina de que la Iglesia no está facultada para ordenar mujeres ha sido enseñada siempre por el Magisterio, sigue el ejemplo del mismo Cristo y es parte de la fe católica. Recogiendo una larga sucesión de textos magisteriales sobre el mismo tema, Juan Pablo II enseñó que:
“Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia” (Ordinatio Sacerdotalis)
Por si eso fuera poco, la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró un año después que “la Iglesia no tiene facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres” y que esa verdad, “exige un asentimiento definitivo”, está “basada en la Palabra de Dios escrita y constantemente conservada y aplicada en la Tradición de la Iglesia desde el principio”, “se ha de entender como perteneciente al depósito de la fe” y “ha sido propuesta infaliblemente por el Magisterio ordinario y universal” (Congregación para la Doctrina de la Fe, respuesta a dubia del 28 de octubre de 1995).

En principio, uno pensaría que “infalible”, “definitivo”, “Palabra de Dios”, “Tradición” y “depósito de la fe” bastan para que un tema quede perfectamente claro para los católicos. Sin embargo, aparentemente, el autor del documento, sea el propio Papa o el cardenal Fernández, no lo tiene claro.

Hay algunos párrafos de la carta papal que a uno le dejan patidifuso, por la confusión que muestran:
“Hay muchas maneras de expresar el arrepentimiento. Frecuentemente, en las personas que tienen una autoestima muy herida, declararse culpables es una tortura cruel, pero el sólo hecho de acercarse a la confesión es una expresión simbólica de arrepentimiento y de búsqueda de la ayuda divina”
No. Esto es un mero intento de marear la perdiz. El arrepentimiento es el arrepentimiento. Todo lo demás estará muy bien y Dios sin duda lo tendrá en cuenta, pero no es arrepentimiento. Y sin arrepentimiento, incluido el propósito de la enmienda, no hay ni puede haber perdón de los pecados. Esto es dogma de fe y nadie lo puede cambiar, como enseña infaliblemente el Concilio de Trento al afirmar que es parte de la materia del sacramento (can IV, sesión XIV). Si una persona va a confesarse con la intención de seguir adulterando (que es de lo que estamos hablando), no tiene arrepentimiento. Cualquier intento de oscurecer este hecho básico es, en realidad, una excusa para considerar que algunos pecados, que están de moda en nuestro tiempo, ya no son verdaderamente pecados.

Me horroriza también que en este documento, siguiendo una lamentable práctica que hemos observado en varias ocasiones (empezando por Amoris Laetitia), se cite a San Juan Pablo II para decir exactamente lo contrario de lo que él enseñaba. Por ejemplo, se nos dice que “siguiendo a san Juan Pablo II, sostengo que no debemos exigir a los fieles propósitos de enmienda demasiado precisos y seguros, que en el fondo terminan siendo abstractos o incluso ególatras”. La diferencia, por supuesto, está en que San Juan Pablo II, como todos los moralistas católicos, sabía que el propósito de la enmienda no asegura que uno vaya a actuar bien, igual que sucede con los demás propósitos. Uno puede tener propósito de no volver a pecar y, aun así, al día siguiente peca, porque somos débiles. Nada tiene esto que ver con la situación que ha permitido y promovido el Papa Francisco, en la que a personas sin ningún propósito de la enmienda (porque no piensan dejar de adulterar con su nueva pareja) se les da (inválidamente) la absolución y se les permite recibir la Comunión. Esto es la ausencia de arrepentimiento y, repitámoslo, hace imposible recibir el perdón.

En la misma línea, se nos asegura que “todas las condiciones que habitualmente se ponen en la confesión, generalmente no son aplicables cuando la persona se encuentra en una situación de agonía, o con sus capacidades mentales y psíquicas muy limitadas”. Esto, de nuevo, no es cierto. Porque, como hemos visto, las condiciones de propósito de la enmienda y dolor de los pecados son parte esencial del sacramento y, sin ellas, no puede haber absolución, como siempre ha enseñado la Iglesia. Se puede dispensar de lo que es accidental, pero no de lo que es esencial según la enseñanza de la Iglesia.

¿Cómo se intenta escapar a esta evidente doctrina de la Iglesia en el documento? Siguiendo una táctica que ya hemos visto muchas veces: se afirma la doctrina de forma teórica, pero se procede a negarla en la práctica:
“El arrepentimiento es necesario para la validez de la absolución sacramental, e implica el propósito de no pecar. Pero aquí no hay matemáticas y una vez más debo recordar que el confesionario no es una aduana”
Es decir, como “aquí no hay matemáticas” no se puede decir que el arrepentimiento es distinto del no arrepentimiento. ¿Qué pensará el autor que son las “matemáticas”? No son matemáticas, es la verdad más básica. Si el arrepentimiento, incluido el propósito de la enmienda, es esencial para recibir la absolución, eso significa que sin arrepentimiento no hay absolución, aunque lo parezca o aunque un confesor indigno o engañado diga las palabras. Y aunque todo un Papa afirme lo contrario, porque en la Iglesia a quien seguimos es a Jesucristo y su Palabra y si alguien, sea quien sea, se aparta de la fe católica, hay que responder sintiéndolo mucho como San Pablo nos enseñó: anathema sit.

No es extraño que los cardenales autores de los dubia hayan señalado que las respuestas del papa Francisco “no han resuelto las dudas que planteamos, sino que, si acaso, las han profundizado”. Lo mismo me parece a mí. Es tristísimo, como decía al principio, tener que escribir este artículo, pero magis amica veritas. Si en la carta se niegan doctrinas básicas de la fe católica, se siembra la confusión en lugar de la claridad y se niega incluso la lógica más elemental, yo no puedo hacer otras cosa que señalarlo con todo el dolor de mi corazón. Y rezar mucho por el Papa y por la Iglesia.

Bruno Moreno