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lunes, 3 de febrero de 2025

El PP y Trump: La alineación con el globalismo de izquierdas en su ataque al presidente estadounidense



El Partido Popular ha dejado en evidencia su alineamiento con la agenda globalista, una postura que se ha manifestado no solo en su connivencia con el Partido Socialista en Bruselas, y del blanqueamiento cada vez más descarado a Pedro Sánchez y al PSOE en el ámbito nacional sino también en su rechazo a figuras que desafían el statu quo internacional por sus políticas soberanistas y antiglobalistas. El último ejemplo de esta tendencia ha sido la reacción de animadversión de varios líderes del PP hacia Donald Trump.
Críticas de Aznar y la cúpula del PP contra Trump

Uno de los primeros en manifestar su oposición a Trump fue el expresidente del Gobierno, José María Aznar, quien expresó su inquietud por el retorno del líder republicano. «Algo muy serio sucede en el fondo de un país que elige presidente a una persona que ha sido responsable de un asalto al Congreso y de un intento de golpe de Estado», declaró Aznar. Además, dejó claro que nunca habría votado a Trump y aseguró que, de haber sido estadounidense, habría votado por Joe Biden o Hillary Clinton «sin duda«.

Pero Aznar no ha sido el único en el PP que ha arremetido contra Trump. El eurodiputado y director de FAES, Javier Zarzalejos, también se sumó a la ofensiva contra el presidente norteamericano con declaraciones incendiarias en las que incluso llegó a compararlo con Adolf Hitler. «Él es un presidente que se jacta de no haber entrado en guerras. Menos mal que no estaba en la Casa Blanca cuando Hitler arrasaba Europa«, afirmó en un artículo publicado en El Diario Montañés.

Zarzalejos continuó con su ataque: «Trump es un tratante, en sentido literal, un hacedor de tratos, autoritario y absolutamente personalista en la forma de ejercer su enorme poder». Estas declaraciones evidencian la animadversión del PP hacia el presidente republicano, alineándose con la narrativa impulsada por los demócratas y la élite mediática estadounidense.
González Pons y el desprecio hacia el presidente Trump

El vicesecretario general del PP, Esteban González Pons, también se ha unido a la campaña contra Trump con expresiones despectivas que han causado gran controversia. En una de sus intervenciones, llegó a referirse a Trump como «el macho alfa de una manada de gorilas».

Este tipo de declaraciones muestran de manera evidente el rumbo ideológico que ha tomado el PP en los últimos años. Se han posicionado abiertamente del lado del globalismo de izquierdas tanto de EEUU como de Europa, rechazando las políticas soberanistas e identitarias que defienden la independencia nacional y la autodeterminación de los pueblos. Mientras otras fuerzas políticas en Europa y Estados Unidos fortalecen el discurso en defensa de la soberanía y los valores tradicionales, el Partido Popular prefiere atacar a quienes desafían el pensamiento único promovido por las élites globalistas ya sea Trump en Estados Unidos o figuras como Giorgia Meloni en Italia.
Un PP alineado con la agenda globalista

La insistencia del PP en marcar distancia con Trump no responde únicamente a una estrategia comunicativa coyuntural. Se trata de un movimiento premeditado con el objetivo de reforzar su relación con los organismos supranacionales que dictan la agenda política en Europa. A pesar de que el PP mantiene un discurso conservador en España, sus acciones demuestran que está plenamente integrado en la corriente globalista que defiende el control supranacional de los Estados y el sometimiento a instituciones como la Unión Europea y la ONU y abandonando cualquier atisbo de soberanismo y defensa de los intereses nacionales.

El Partido Popular, que en su día simuló representar una alternativa conservadora en España, se ha convertido en un engranaje más del sistema que promueve la agenda globalista. Sus dirigentes ya no esconden su desprecio por los movimientos que desafían este orden, como el liderado por Donald Trump. Esto es lo que representa el PP. Ha optado por la senda globalista izquierdista. Es un agente más de la agenda globalista. Es una realidad.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Periodismo y globalismo: una alianza contra la libertad





Una de las principales batallas que se está librando en Occidente es la batalla por la libertad de expresión. Considerada irrenunciable hasta no hace mucho, su deterioro se ha acelerado tras el exitoso experimento totalitario puesto en marcha durante la pandemia. Sin embargo, los contendientes en esta batalla no son tan obvios como parece. ¿Quiénes son los enemigos de la libertad de expresión, es decir, los amigos de la censura?

En el vértice de la pirámide (nunca mejor dicho) está el Lado Oscuro, esto es, el globalismo de Davos, ese movimiento elitista formado por un grupo de megalómanos con delirios mesiánicos que, desde su soberbia, sienten un gran desprecio e incluso un cierto odio (fruto del temor) hacia el hombre común y hacia su libertad, y sólo desean esclavizarlo «por su propio bien». Sus correas de transmisión preferidas son las instituciones supranacionales, que reúnen tres características: inelegibilidad de sus líderes, opacidad y poder. Es el caso de la UE, la ONU y su IPCC, la OMS o la OCDE, por poner algunos ejemplos.

En segundo lugar, se encuentran los partidos políticos, que, o bien son esclavos de la corrección política que el globalismo marca como linde a la oposición consentida o están directamente infiltrados y controlados por el mismo.

Finalmente, nos encontramos con la inmensa mayoría de medios de comunicación tradicionales, sin los cuales las consignas no podrían ser trasladadas a la población. No se confundan: aunque defiendan posturas opuestas en cuestiones políticas de menor importancia, coinciden prácticamente por unanimidad en los grandes dogmas globalistas, como la ideología de género, el cambio climático o el covid.

La revolución de internet

Debemos poner la situación actual en contexto. Hasta hace muy poco, para informarse, el ciudadano dependía de un oligopolio de medios de comunicación que constituía un estrecho embudo por cuyo filtro tenía que pasar la realidad para llegar a conocimiento de la ciudadanía. Lo que no se publicaba, no existía. Este peaje de obligado paso otorgaba a los medios un poder inmenso.

Su supuesta independencia del poder político nunca pasó de ser una entelequia, pues jamás jugaron el papel de «cuarto poder» independiente, sino que se fusionaron con la política de forma incestuosa: unos defendían a un partido y, otros, al otro; a la oposición y al poder, alternativamente. A pesar de mencionar constantemente la ética, ante las órdenes sus ampulosos códigos deontológicos eran papel mojado. Así, exaltaban las virtudes del partido afín y negaban las del contrario, mientras que lo opuesto ocurría con sus defectos y tropelías, que en un caso eran un desliz sin importancia y en el otro un escándalo mayúsculo. A pesar de sus evidentes sesgos, su carácter de oligopolio convirtió al sector en un gran negocio durante el s. XX. Sin embargo, la tecnología lo cambió todo.

En efecto, internet devastó el modelo de negocio de los medios tradicionales, que se enfrentaron a una competencia imprevista de medios digitales y a una desafección de sus usuarios, liberados de toda atadura. Repentinamente, el peaje por el que los ciudadanos tenían que pasar para conocer la realidad ―y por el que las empresas tenían que pasar para anunciarse― fue puenteado por el acceso directo a fuentes primarias y por las posibilidades de publicidad alternativa que ofrecía la red. Los medios dejaron de ser imprescindibles. Como consecuencia de ello, sufrieron un irrecuperable deterioro económico y un ajuste masivo de plantillas, lo que condujo a una disminución de su nivel profesional (fruto de un enorme desequilibrio entre oferta y demanda de periodistas). En paralelo a esta enorme destrucción de valor, su poder se convirtió en una sombra de lo que había sido, aunque la arrogancia con la que estaban acostumbrados a actuar continuara por inercia.

Para el globalismo, este movimiento tectónico supuso una noticia ambivalente. Por un lado, siempre había preferido lidiar con pocos actores, más fáciles de controlar cuanto menor fuera su número (¿por qué creen que, en su objetivo de controlar la producción alimentaria, ha declarado la guerra a los pequeños agricultores y ganaderos independientes en favor de grandes corporaciones?). Por otro lado, aunque la multiplicación de actores dificultara su control, la mayor vulnerabilidad financiera de los medios tradicionales aumentaba su dependencia de fuentes de financiación externas, públicas o privadas, frecuentemente opacas, y por tanto su sumisión a quienes las proveyeran.

Sin embargo, la mejor noticia para el globalismo fue que internet fue pronto controlado por un número muy reducido de jugadores. El mercado de motores de búsqueda se convirtió prácticamente en un monopolio en manos de Google (90% de cuota de mercado mundial), y las redes sociales se convirtieron en un oligopolio de dos: Meta y X (antes, Twitter). El globalismo no necesitaba más que controlar a tres actores.

En cuanto a Google, los algoritmos del buscador favorecían unas noticias frente a otras y primaban a los fact-checkers, chiringuitos ideados y muchos de ellos financiados por el globalismo con la misión de desacreditar toda información hostil, es decir, una policía del pensamiento o, si lo prefieren, una especie de Gestapo de internet.

En cuanto a las redes sociales, la herramienta elegida fue la censura de toda noticia políticamente incorrecta llegando al extremo de querer influir en las elecciones norteamericanas del 2020 al eliminar, de forma alucinante, la cuenta del presidente en ejercicio. Cualquier noticia que cuestionara los tabúes del globalismo, como la consigna climática o el relato oficial del covid ―por muy respetable, rigurosa, objetiva o científica que fuera―, era inmediatamente eliminada.

A esta escandalosa normalización de la censura en redes se unió la censura en los medios tradicionales (que yo mismo sufrí[1]) y, sobre todo, la generalización de la autocensura de la corrección política, una eficaz herramienta de control cuya sombra cubre incluso conversaciones privadas, como ocurría en la Unión Soviética (a la que cada vez se parece más la UE). Todo ello ha constituido un ataque concertado contra la libertad que no se vivía desde los sistemas totalitarios del s. XX y contribuye a vaciar de contenido las democracias para transformarlas en tiranías encubiertas que guardan las apariencias mediante una ficción: el ritual inconsecuente de depositar cada cuatro años un voto perfectamente inútil.

Musk compra Twitter y lo cambia todo

En definitiva, todo parecía ir viento en popa para el globalismo, pero ocurrió lo imprevisto: el hombre más rico del mundo, Elon Musk, se negó a pasarse al Lado Oscuro y compró Twitter, devolviendo la voz a millones de ciudadanos anónimos previamente silenciados por la censura. Repentinamente, el escenario cambió, y su primera consecuencia relevante ha sido la victoria de Trump, que este blog supo predecir[2]. Como una carga de profundidad, tras las elecciones de EEUU Musk tuiteó a los usuarios de su red social: «Ahora los medios de comunicación sois vosotros».

En este sentido, la victoria de Trump ha supuesto una derrota de los medios tradicionales, casi unánimemente contrarios a su candidatura, los cuales se han quedado boquiabiertos al descubrir que la población ya no les obedece. Sin embargo, no deberían sorprenderse. Compararon a Trump con Hitler[3], y el primer mandatario internacional en felicitarle ha sido un judío, el primer ministro de Israel. Le acusaron de racismo, pero ha nombrado a un hispano como secretario de Estado por primera vez en la historia. También le acusaron de misoginia, pero el director de Inteligencia Nacional y el jefe de Gabinete de la Casa Blanca serán, también por primera vez en la historia, mujeres. Y para qué mencionar el tratamiento informativo de su primer atentado, que pasó de la negación inicial (utilizando expresiones como «incidente» o «tiroteo» en vez de «atentado») al enterramiento de la noticia en pocos días.

La merecida pérdida de credibilidad de los medios

La compra de Twitter por parte de Musk desató todas las alarmas en Davos, que, en su última reunión y con su cinismo habitual, declaró que la «desinformación» era una las mayores amenazas a la que se enfrentaba el mundo[4]. Naturalmente, dicha amenaza parecía no ser tan grave cuando Twitter estaba sólidamente en manos globalistas, puesto que para ellos «desinformación» es un eufemismo para designar toda aquella información que contradiga sus intereses.

Un Twitter libre ha puesto de manifiesto el enorme nivel de mentira que impregna la inmensa mayoría de la información publicada. Antes, los medios podían tergiversar o silenciar la realidad. Ahora, un solo ciudadano con un móvil puede informar al mundo de lo que ocurre. Esta desintermediación supone un cambio formidable. Por tanto, la mentira es el primer factor que explica la pérdida de credibilidad de los medios.

En segundo lugar, resulta cada vez más obvio ―particularmente en España―, el bajo nivel de formación de los periodistas, que adolecen de un gran déficit cultural, de una ignorancia extrema sobre la mayoría de temas que tocan y de un sorprendente analfabetismo numeral: como dirían ellos, 12 de cada 10 no saben interpretar un dato o un porcentaje.

En tercer lugar, el gremio tiene un serio problema de sectarismo: la inmensa mayoría de periodistas es de izquierdas, y la mayoría de quienes creen no serlo no superarían un interrogatorio con pentotal sódico. Para que se hagan una idea, en EEUU sólo el 3% de los periodistas se identifica como republicano[5]. Imaginen cuál será el resultado en España, lo que significa que la objetividad sencillamente no existe, sino que es sustituida por un enfoque preconcebido de la historia y por una preselección interesada de las fuentes (cuando las hay)[6].

En cuarto lugar, la información se ha convertido en un mal negocio de un grupo de desesperados que compite por su supervivencia, como en los Juegos del Hambre. Siguiendo la pauta de La Era de la Propaganda («si usted no tiene nada que decirles, distráigales»), la información ha dado paso al entretenimiento más banal, a un espectáculo sensacionalista cada vez más chabacano y sórdido que en vez de dignificar al hombre lo deshumaniza, pues el mal y la mentira suelen ir acompañados de la fealdad.

Finalmente, la ética brilla por su ausencia en un gremio que, paradójicamente, no para de mencionarla. Hay que reconocer que el sistema de incentivos no ayuda: la dependencia económica de sus anunciantes —aprovechado por las administraciones públicas para poner sordina a la crítica y por los directivos de ciertas empresas para convertirse en intocables—, las afinidades ideológicas o la enorme susceptibilidad del periodista a ser sobornado por el poder —una confidencia, un café con el poderoso o un plato de lentejas bastan—, se convierten en obstáculos para informar con honestidad.

Naturalmente, conozco unos pocos periodistas que son claras excepciones a estas reglas, pero son tan pocos que incluir la habitual expresión «con las debidas excepciones» resultaría exagerado. Ellos estarían de acuerdo con la generalización que hago.

La combinación de estos síntomas de decadencia, acelerada por el cataclismo que ha producido internet y la eliminación de la censura en Twitter, ha producido una brecha enorme entre la percepción que tiene el público de los medios y la ilusoria percepción que éstos tienen de sí mismos: en EEUU, el 70% de la población desconfía de los medios[7], cifra sólo un poco superior a la que se da en España[8]. El emperador está desnudo, y lo único que le mantiene a flote es un determinado segmento demográfico formado por una generación que conoció otro periodismo más fiable o que sencillamente fue educada en confiar en la única fuente de información entonces disponible. Para muchos medios, por tanto, el tiempo se ha convertido en una cuenta atrás.

Davos y el control de la información

El control de la información es un elemento clave para el globalismo como lo fue para los sistemas totalitarios del s. XX, pues, por muy opresivo que sea el sistema político, la permanencia en el poder depende de cierto grado de aquiescencia de la población. Así como las dictaduras comunistas la controlaron de modo insidioso, ocultando astutamente sus verdaderas intenciones (bajo sus actuales disfraces, el marxismo cultural aún lo hace), la dictadura nacionalsocialista de Hitler lo hizo de modo menos pudoroso. En efecto, su máximo órgano censor se denominó abiertamente Ministerio de Propaganda, aunque Goebbels había sugerido llamarlo Ministerio de Cultura. Tras controlar con mano férrea todo lo que se publicaba, el propio Goebbels escribió en su diario: «Cualquiera que aún mantenga un vestigio de honor se cuidará mucho de no convertirse en periodista».[9] Me pregunto si la máxima vuelve a ser aplicable hoy.

Como hemos visto anteriormente, la reacción de Davos al cambio de propiedad de Twitter ha sido señalar a la libertad de expresión (que ellos denominan «desinformación») como enemigo público número uno. Para que se hagan una idea de la importancia que le dan a este hecho, una organización británica ligada al laborismo, que ayudó activamente a la campaña de Kamala Harris, consideraba su primer objetivo «acabar con el Twitter de Musk» (sic)[10].

En este sentido, el laboratorio por excelencia del globalismo, la UE, fue pionera del ataque a la libertad de expresión al aprobar en diciembre del 2020 la controvertida Ley de Servicios Digitales con el objeto escasamente disimulado de controlar la información que se publicaba en redes. No es casualidad que su aprobación coincidiera con el experimento totalitario del covid, puesto que su función inicial era evitar que surgieran relatos contrarios a la falsa consigna oficial. Recuerden que las principales fuentes de desinformación durante la pandemia fueron precisamente la propia UE, los políticos y los medios, que transmitieron a la población un Himalaya de falsedades a cada cual más grotesca, no en balde la señal indeleble del globalismo es la mentira.

La alianza entre periodismo y globalismo

Pues bien, recientemente ha sido la OCDE la que ha marcado la agenda de supresión de la libertad de expresión con un farragoso documento denominado «Facts not Fakes», un verdadero ejemplo de «neolengua» al más típico estilo 1984[11] en el que resulta elocuente que el concepto de «verdad» brille por su ausencia. En él, la organización actúa en su papel soterrado de think tank del globalismo para proponer medidas que hagan frente a la amenaza que para ellos plantea la «desinformación». El texto acusa a las plataformas online de facilitar la proliferación de información engañosa, polarizadora y falsa (como si la banda de Davos, los políticos o los medios tradicionales no lo hicieran) y propone sostener financieramente a aquellos medios «que cumplan determinados criterios» y contribuyan a alcanzar objetivos «democráticos». Asimismo, propone la creación de oficinas y unidades de control para reforzar «la integridad de la información» y actuar conjuntamente para lograr una «coordinación regulatoria internacional». Aplica un doble rasero: mientras las redes deben ser férreamente controladas y reguladas, a los medios tradicionales se les permitirá «autorregularse». También sugiere proteger a los periodistas por encima de cualquier otro ciudadano para intimidar a quienes les «ataquen», aunque sea virtualmente. Me pregunto si una crítica será suficiente para desencadenar la persecución.

Lo relevante del asunto no es que la OCDE proponga cercenar la libertad de expresión, sino que los periodistas lo apoyen. En efecto, el secretario general de la Federación Europea de Periodistas (¿otro brazo del globalismo?) ha aplaudido dicho documento en un discurso reciente[12]. Dicha Federación afirma representar a casi 300.000 periodistas europeos y ha sido una de las pocas organizaciones que ha decidido abandonar Twitter (junto con The Guardian o La Vanguardia), un movimiento que no parece haber ganado excesiva tracción. En dicho discurso, tras tildar a Musk, cómo no, de «extrema derecha» (sólo un periodista de extrema izquierda ―perdonen la tautología― puede sostener semejante memez) insta a los gobiernos e instituciones intergubernamentales a actuar para «desarmar a los desinformadores», alabando a la UE por su liberticida Ley de Servicios Digitales («va por buen camino», afirma condescendiente). Finalmente, muestra su acuerdo con la OCDE en fomentar una lucha integrada de todos los «actores virtuosos», los primeros de los cuales son, según él, «los periodistas y medios de comunicación». Me pregunto quiénes seremos los ciudadanos catalogados como «no virtuosos», pero sé que de ahí a crear un sistema de crédito social como en China sólo hay un paso. Por último, aboga por fomentar sólo la difusión de «información verificada», supongo que por verificadores oficiales o fact-checkers designados desde Davos.

La muerte de este periodismo decadente puede dar lugar al resurgimiento de otro periodismo que sencillamente defienda la verdad, sin la que no puede haber libertad. La pregunta es: ¿encontrará lectores ese periodismo riguroso y veraz? Dicho de otro modo: ¿podemos separar la decadencia moral del periodismo de la decadencia moral de nuestra sociedad?


[6] Ver La Muerte del periodismo, de Teodoro León Gross, Ed. Deusto, 2024.

viernes, 7 de enero de 2022

ESTE MOMENTO CRUCIAL 1



Duración 17:12 minutos


Vídeo imprescindible para entender el propósito de los pasaportes vacunales, de las vacunas y de la plandemia que estamos viviendo. 

Si quieres saber lo que estás firmando y aceptando cuando te haces el pasaporte covid. No es ningún juego. 

Hay un objetivo de control promovido por un futuro gobierno global, único que pasa por el ID2020, la digitalización de nuestra identidad y de toda nuestra información para entrar a formar parte de un sistema de control de puntos que vigilará si somos o no buenos ciudadanos y si nos hemos "ganado" el derecho a disfrutar temporalmente de ciertos privilegios que hasta hace nada eran nuestros por derecho incontestable. 

No debemos ser ciegos al objetivo de esta plandemia, vacunación, instauración del pasaporte vacunal (a toda costa) que no es otro que esclavizarnos (los que no hayamos muerto por el camino) tanto física como espiritualmente. 

Ahí nos encontrarán a muchos de nosotros, dando la batalla y resistiendo con todo lo que tenemos, por nosotros y por nuestros hijos. ¡Ni un paso atrás! 

Las posibilidades terminan solamente cuando dejamos caer los brazos, porque la Verdad es tan incontenible como la Vida.

miércoles, 28 de abril de 2021

El culto al Covid: cómo escapar del totalitarismo patologizado global


LA LECTURA DE ESTE ARTÍCULO ES IMPORTANTÍSIMA PARA "ENTENDER" LO QUE ESTÁ OCURRIENDO ACTUALMENTE EN EL MUNDO.


Una de las señas de identidad del totalitarismo es la conformación de las masas a una narrativa psicopática oficial: no al menos una narrativa coherente, como la de la "Guerra Fría" o la "Guerra contra el Terrorismo", sino una ideología delirante que tiene poca o sin conexión con la realidad y que se contradice con los hechos.

El nazismo y el estalinismo son ejemplos clásicos, pero el fenómeno también es observable en sectas y otros grupos sociales (cada uno con su propia narrativa psicótica) como la familia Manson , el Templo del Pueblo de Jim Jones y la Cienciología . La naturaleza delirante de estas narrativas es obvia para la mayoría de los individuos racionales. Lo que muchos no comprenden, sin embargo, es que para aquellos que caen presa de ellos (ya sean miembros individuales de una secta o sociedades totalitarias enteras) tales narrativas no se perciben como una locura. Todo en su "realidad" reafirma la narrativa, y lo que la contradice se percibe como una amenaza.

Estas narrativas suelen ser paranoicas: presentan al culto amenazado o perseguido por enemigos o entidades malignas de las que solo puede salvarse con perfecta adhesión a su ideología. No importa si el antagonista es la cultura dominante, los contrarrevolucionarios, los judíos o un virus. El punto no es la identidad del enemigo, sino la sensación de paranoia e histeria que la narrativa oficial es capaz de despertar y que mantiene a raya a los miembros de una secta (o de toda una sociedad).

Además de ser paranoicos, tales narrativas son a menudo inconsistentes e ilógicas, si no simplemente ridículas. Sin embargo, esto no los debilita, por el contrario aumenta su poder, ya que obliga a los seguidores a reconciliar su inconsistencia e irracionalidad con su concepción del mundo, con el fin de respetar el culto. Tal conciliación es obviamente imposible y hace que las mentes de los miembros de la secta se acorten y pierdan cualquier apariencia de pensamiento crítico, exactamente lo que el líder de la secta está buscando.

Los gerentes de las sectas a menudo cambian radicalmente la narrativa sin razón aparente, lo que obliga a los seguidores a renunciar en el acto (y a menudo incluso a denunciar como "herejía") las creencias que previamente se vieron obligados a profesar y a comportarse como si nunca las hubieran creído. Fenómeno que provoca un nuevo cortocircuito en sus mentes, hasta que finalmente terminan repitiendo cualquier tontería con la que el líder del culto les llena la cabeza.

Además, las narrativas sin sentido del líder de la secta no son tan insignificantes como podrían parecer. El líder de la secta no está tratando de "comunicar" nada, sino sólo de desorientar al adepto y controlar su mente, con una corriente de asociaciones sin sentido, como la descrita por el psiquiatra Robert J. Lifton en un estudio sobre " lavado de cerebro " en China en 1961:
“El lenguaje del entorno totalitario se caracteriza por los clichés que anulan el pensamiento. Los problemas humanos más complejos y de mayor alcance se comprimen en frases breves, altamente selectivas, que suenan definitivas, que se memorizan y expresan con facilidad. Se convierten en el principio y el final de cualquier análisis ideológico ”.
Las mismas técnicas que utilizan las sectas para controlar las mentes han sido utilizadas por sistemas totalitarios para controlar sociedades enteras. Puede sucederle a prácticamente cualquier sociedad, al igual que cualquier persona, en determinadas circunstancias, puede ser víctima de una secta.

De hecho, le está sucediendo a la mayoría de nuestras sociedades en este momento. Se está desarrollando una narrativa oficial totalitaria, totalmente psicótica, no menos delirante que la de los nazis, o la familia Manson, o cualquier otro culto.

La mayoría de las personas no comprenden lo que está sucediendo, precisamente porque les está sucediendo a ellos: literalmente son incapaces de verlo. La mente humana es extremadamente resistente cuando se la empuja más allá de sus límites. Pregúntele a cualquier persona que haya sufrido psicosis o haya tomado demasiado LSD. No sabemos cuando nos estamos volviendo locos. Si nuestra percepción de la realidad se desmorona por completo, la mente crea una narrativa delirante, que parece tan "real" como nuestra realidad normal, porque incluso una ilusión es mejor que el terror y el caos.

Los rituales de iniciación reales (a diferencia de los rituales puramente simbólicos) comienzan minando la mente del sujeto con terror, dolor, agotamiento físico, drogas psicodélicas o algún otro medio de borrar la percepción de la realidad del sujeto. Una vez logrado esto, la mente del sujeto intentará desesperadamente construir una nueva narrativa para dar sentido al caos cognitivo y al trauma psicológico que está experimentando: en ese punto será relativamente fácil "guiar" el proceso y hacerle creer cualquier narrativa.

Y es por eso que tantas personas - personas que son capaces de reconocer fácilmente el totalitarismo en sectas u otros países - no perciben el totalitarismo que está tomando forma ahora, justo frente a sus ojos (o, más bien, justo dentro de sus propias cabezas). Tampoco pueden percibir la naturaleza delirante de la narrativa oficial del COVID-19, al igual que aquellos en la Alemania nazi no pudieron percibir cuán completamente delirante era su narrativa oficial de "raza superior". Estas personas no son ignorantes ni estúpidas. Han sido captadas con éxito en una secta.

Su iniciación en el culto covid comenzó en enero, cuando las autoridades sanitarias y los medios de comunicación despertaron el miedo al anunciar cientos de millones de muertes y distribuir fotos de chinos cayendo muertos en la calle. El condicionamiento psicológico continuó durante meses. Las masas han sido sometidas a una corriente constante de propaganda, histeria artificial, especulación salvaje, directivas contrapuestas, exageraciones, mentiras y efectos teatrales chillones. Además de encierros , hospitales de campaña y morgues de emergencia, enfermeras que bailan y camiones de la muerte, UCI colapsadas, bebés muertos, estadísticas manipuladas, monatti, máscaras y todo lo demás.

Después de un año y más, aquí estamos. El director del programa de emergencias sanitarias de la OMS básicamente confirmó una tasa de letalidad del 0,14%, aproximadamente lo mismo que la gripe estacional. Y aquí están las últimas estimaciones de la tasa de supervivencia del Centro para el Control de Enfermedades :

0-19 años: 99,997%
20-49 años: 99,98%
50-69 años: 99,5%
70+ años: 94,6%

Los argumentos "científicos" son cero. Un número creciente de médicos y expertos están saliendo de las filas que denuncian que la histeria masiva actual sobre "casos" (que ahora incluye a personas perfectamente sanas) es esencialmente propaganda sin sentido. Y luego está la presencia de Suecia y otros países que no están jugando el juego de la narrativa oficial, burlándose de la histeria colectiva.

No es necesario desacreditar nada: todos los hechos están disponibles, no en los sitios de conspiración, sino en los portales de los medios de comunicación y las autoridades sanitarias. Lo cual no importa, no para los miembros del culto al  covid. Los hechos no les importan a los miembros de la secta. Lo que importa es la lealtad al culto o al partido.

Lamentablemente, esto significa que nos enfrentamos a un problema grave, aquellos de nosotros para quienes los hechos aún importan y que hemos tratado de utilizarlos para convencer a los cultistas de que están equivocados sobre el virus. Si bien es vital seguir informando los hechos y compartirlos con la mayor cantidad de personas posible, es importante aceptar lo que estamos tratando. Es decir, un movimiento ideológico fanático, un sistema totalitario global, el primero de su tipo en la historia de la humanidad.

No es un totalitarismo limitado a una nación, porque vivimos en un imperio capitalista global, que no está gobernado por estados-nación, sino por entidades supranacionales y el propio sistema capitalista global. Y así, el paradigma culto / cultura se ha invertido: en lugar de un culto que existe dentro de la cultura dominante, aquí es el culto la cultura dominante. Y aquellos de nosotros que no nos hemos unido a él, ahora representamos los focos de resistencia dentro de él.

Para comprender cómo llegamos a este punto, es necesario comprender cómo las sectas controlan las mentes de sus seguidores, porque los movimientos ideológicos totalitarios operan de la misma manera, solo que en una escala social mucho mayor. Existe una gran cantidad de investigaciones y conocimientos sobre este tema (ya he mencionado a Robert J. Lifton), pero en resumen, utilizaré como guía las Seis condiciones para el control del pensamiento de Margaret Singer de su libro de 1995, Los siete entre nosotros .

1. Mantener al sujeto en la oscuridad sobre lo que está sucediendo y cómo su personalidad está siendo manipulada paso a paso. 

Los nuevos miembros son guiados a través de un programa de acondicionamiento conductual sin ser plenamente conscientes de las metas del grupo. Es fácil ver cómo la gente ha sido condicionada a aceptar la "nueva normalidad": ha sido bombardeada con espantosa propaganda, encerrada, privada de sus derechos civiles, obligada a llevar máscaras al aire libre, a realizar absurdos rituales de "remoción social", someterse a continuas "pruebas" y todo lo demás. Cualquiera que no se adhiera a este programa de condicionamiento es demonizado como un teórico de la conspiración, negacionista. Es, en esencia, un enemigo del culto.

2. Verificar el entorno social y / o físico del individuo, así como también cómo emplea su tiempo.

Desde hace más de un año, las autoridades vigilan el medio ambiente y la forma en que las personas pasan su tiempo, con encierros , rituales de distanciamiento social, cierre de actividades "no esenciales", propaganda omnipresente, aislamiento de los ancianos, prohibición de viajar, máscaras obligatorias y ahora incluso la segregación de los "no vacunados". Básicamente, la sociedad se ha convertido en una sala de enfermedades infecciosas o en un enorme hospital del que no hay escapatoria. Una patologización de la sociedad y la vida cotidiana, la manifestación física (social) de una obsesión mórbida por la enfermedad y la muerte.

3. Generar sistemáticamente una sensación de impotencia en la persona.

¿Qué tipo de persona podría sentirse más indefensa que un covidiot obediente, siguiendo obsesivamente el recuento de muertes, compartiendo fotos en una máscara o parche post-vacuna en las redes sociales, mientras espera el permiso de las autoridades para salir al aire libre, visitar a su familia, besar a alguien? o darle la mano a un colega? El hecho de que en el Culto Covidiano el líder carismático tradicional ha sido reemplazado por un puñado de expertos médicos y funcionarios del gobierno no cambia la total dependencia y total desamparo de sus miembros, que han quedado prácticamente reducidos a niños. Esta abyecta impotencia no se experimenta como negativa; al contrario, se celebra con orgullo.

4. Establecer un sistema de recompensas y castigos que inhiba una actitud que recuerde la identidad social previa del sujeto.

El punto aquí es la transformación de una persona racional en un individuo completamente diferente, convertido al culto. El punto se aplica principalmente a los cultos sectarios, no a los movimientos totalitarios a gran escala. Para nuestros propósitos, podemos agruparlo en la condición número 5.

5. Establecer un sistema de recompensas y castigos para promover el aprendizaje de la ideología o el sistema de creencias del grupo y los comportamientos grupales aprobados. 

Se premia la aceptación de las creencias del grupo y su cumplimiento, mientras que las dudas o críticas generan desaprobación. Cualquiera que exprese dudas está en condiciones de sentirse incómodo por haber cuestionado la creencia.

Así es como funciona en sectas y sociedades totalitarias más amplias. Por lo general, la Gestapo no viene a buscarte, sino amigos o colegas. Este tipo de condicionamiento ideológico se da en todas partes, todos los días, en el trabajo, entre amigos, incluso en la familia. La presión para obedecer es intensa, porque nada es más amenazante para los cultistas devotos, o miembros de movimientos ideológicos totalitarios, que aquellos que desafían sus creencias fundamentales, las confrontan con hechos o demuestran que su "realidad" no es la verdad en absoluto sino más bien una ficción delirante y paranoica.

La diferencia clave entre la forma en que funciona en las sectas y los movimientos ideológicos totalitarios es que, por lo general, una secta es un grupo subcultural y, por lo tanto, los no seguidores pueden valerse de la ideología de la sociedad dominante. En nuestro caso, sin embargo, este equilibrio de poder se invierte. Los movimientos ideológicos totalitarios tienen de su lado el poder de los gobiernos, los medios de comunicación, las fuerzas del orden, la industria cultural, la academia y las masas complacientes. Y así no necesitan persuadir a nadie. Tienen el poder de dictar la "realidad". Solo las sectas que operan en total aislamiento, como el Templo del Pueblo de Jim Jones en Guyana, pueden aprovechar este nivel de control sobre sus miembros.

Debemos resistir la presión para conformarnos y el condicionamiento ideológico, independientemente de las consecuencias, tanto en público como en privado; de lo contrario la "Nueva Normalidad" seguramente se convertirá en nuestra "realidad". Aunque los "negadores" actualmente somos superados en número por los covidiots, debemos comportarnos como si no lo fuéramos, y ceñirnos a la realidad, los hechos y la ciencia y tratar a los seguidores del culto por lo que son: un nuevo movimiento totalitario.

6. Imponer un sistema cerrado y una estructura autoritaria y piramidal que no permita ningún enfrentamiento con el mundo exterior.

Totalitarismo patologizado global. Sectarios que tratan desesperadamente de  amoldarnos a sus creencias paranoicas, presionando, intimidando, amenazando.

No dejes que te obliguen a aceptar sus premisas, de lo contrario te absorberán en su narrativa. Ponlos en su lugar, defiéndelos. Probablemente no cambien de opinión, pero el ejemplo podría ayudar a los escépticos a reconocer que les han lavado el cerebro y abandonar el culto.

Fuente: CJ Hopkins, The Covidian Cult (Part I & Part II), Consent Factory , 21 de abril de 2021) por aquí