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miércoles, 26 de marzo de 2025

Monseñor Lefebvre, 34 años después: el profeta incomprendido de nuestro tiempo



Ayer, 25 de marzo, la Iglesia recordó —aunque en muchos ámbitos aún en voz baja— el 34º aniversario del fallecimiento de Monseñor Marcel Lefebvre, arzobispo católico, misionero, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y, sin duda, una de las voces más proféticas del siglo XX.

Cuando en plena tormenta posconciliar todo parecía derrumbarse —la liturgia, la fe, la formación sacerdotal, la moral—, Monseñor Lefebvre se mantuvo firme en la Tradición de la Iglesia, no por nostalgia, sino por convicción. Fue testigo de primera línea del Concilio Vaticano II, y no tardó en advertir los peligros de ambigüedades doctrinales que abrían las puertas al modernismo. No calló, y por ello fue señalado.

Muchos lo acusaron de desobediencia cuando, en 1988, consagró cuatro obispos sin mandato pontificio. Pero quienes lo conocieron de cerca saben que fue un acto doloroso, no de rebeldía, sino de supervivencia: la Tradición no podía morir. Lo hizo “para preservar el sacerdocio católico y el sacrificio de la Misa”, como él mismo declaró. Le costó una excomunión declarada por Roma… pero el tiempo le fue dando la razón.

En 2009, Benedicto XVI —con gran sabiduría y caridad pastoral— levantó la excomunión a los obispos consagrados por Lefebvre, reconociendo implícitamente que la situación era más compleja de lo que algunos querían admitir. El propio Papa alemán reconoció que lo que movía a la FSSPX no era la herejía, sino un apego firme y legítimo a la Tradición. Años antes, ya había liberalizado la Misa tradicional con Summorum Pontificum, rehabilitando la liturgia que Lefebvre jamás quiso abandonar.

Hoy, su legado está más vivo que nunca: miles de fieles, familias, vocaciones, seminarios florecientes… ¿No será este el fruto de un árbol bueno? Quienes en su tiempo lo tildaron de cismático callan hoy ante el derrumbe doctrinal y litúrgico que él denunció con claridad profética hace más de cinco décadas.

Monseñor Lefebvre murió el 25 de marzo de 1991, en la fiesta de la Anunciación. Tal vez no sea casual: él también dijo “fiat” a una misión que no pidió, pero que aceptó por amor a Cristo y a su Iglesia.

A 34 años de su partida, muchos ya no dudan en decirlo abiertamente: Monseñor Lefebvre fue un visionario, un obispo fiel que prefirió ser malinterpretado antes que traicionar lo recibido. La historia aún le debe justicia.

Jaime Gurpegui

sábado, 26 de agosto de 2023

La brújula apunta al sur La primera parte de la respuesta de la FSSPX a La Bussola.

 CHIESA E POST CONCILIO

O cómo equivocarse en el rumbo a seguir en la crisis que afecta a la Iglesia: indicios de una respuesta a un dossier sobre la Fraternidad San Pío X escrito por el periódico conservador ON LINE La Nuova Bussola Quotidiana [1 ]


Introducción

Monseñor Marcel Lefebvre, fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, consagró cuatro obispos sin mandato papal y contra la voluntad explícita del Papa Juan Pablo II el 30 de junio de 1988, justificando este acto en sí mismo grave como una "operación de supervivencia" de la Sacerdocio católico, ya que creía que la fe de toda la Iglesia estaba en peligro tras las derivas del Vaticano II. En el mundo de la Tradición de aquella época esto agradaba a muchos, pero no a todos. Hoy, siempre en el mundo de la Tradición, muchos agradecen a Monseñor el gesto heroico de hace treinta y cinco años, pero todavía hay alguien, cíclicamente, que persiste en criticarlo. Intentemos, una vez más, aclarar el problema, que es esencialmente y sobre todo teológico, pero que tiene naturalmente un fundamento canónico preciso [2].

El dossier del periódico online al que respondemos, bien redactado y aparentemente muy erudito, adolece de serios fallos por imprecisiones y sofismas canónicos, pero sobre todo tiene el colosal defecto de quedar, en todas sus líneas, un escalón por debajo del problema real de que no lo dejamos: desde hace sesenta años está en marcha una crisis gravísima que está trastornando a la Iglesia en todos sus ámbitos y afectando a todos los escalones de la jerarquía.

No sería necesario demostrar la existencia de esta crisis a un lector que frecuenta el mundo de la Tradición católica, pero hagamos un breve recorrido para identificar la verdadera clave del problema.

La crisis

Después del Concilio Vaticano II, sus errores y desvíos doctrinales y pastorales terminaron involucrando a todo el episcopado y en consecuencia al clero católico en su totalidad; desde hace sesenta años la predicación eclesiástica se ha alejado de la auténtica profesión de fe prefiriendo el ecumenismo, la libertad religiosa, el relativismo doctrinal y moral en la enseñanza catequética y homilética; las reformas litúrgicas de los años inmediatamente posteriores al Concilio afectaron a todos los sacramentos, sin excluir ninguno, para adaptarlos a las nuevas necesidades ecuménicas; sobre todo, el rito de la Misa ha sufrido una transformación aterradora que lo ha asimilado a un rito de sabor protestante, y que expresa "un alejamiento impresionante de la teología católica de la Santa Misa" [3]. 

En la vida cotidiana de la parroquia al fiel católico, muchas veces inconsciente, se le enseñan cosas nuevas completamente contrarias a la doctrina, y es testigo de abusos litúrgicos de todo tipo; el sacramento de la confesión es olvidado o maltratado, la necesidad de reparar el pecado es un tema ausente (porque el tema mismo del pecado está ausente en la predicación eclesiástica actual); la atmósfera que se respira es profundamente mundana y la dimensión sobrenatural de la gracia y de la salvación eterna ha desaparecido por completo. el tema del pecado mismo); la atmósfera que se respira es profundamente mundana y la dimensión sobrenatural de la gracia y de la salvación eterna ha desaparecido por completo. el tema del pecado mismo); la atmósfera que se respira es profundamente mundana y la dimensión sobrenatural de la gracia y de la salvación eterna ha desaparecido por completo.

Sin embargo, lo que hace aún más grave esta crisis es que procede y es fomentada directamente por la máxima autoridad: son los Papas posconciliares, todos sin excepción, quienes la fomentaron y agravaron. A partir de Pablo VI, todos los sumos pontífices se han convertido en protagonistas de la communicatio in sacriscon miembros de religiones falsas, escandalizando objetivamente a todo el planeta (el ejemplo más llamativo es el encuentro ecuménico de Asís en 1986 en presencia y participación de Juan Pablo II) [4]; todos los sumos pontífices posconciliares han expresado claramente la posibilidad de que miembros de religiones falsas o confesiones no cristianas puedan tener acceso a la salvación permaneciendo como tales, e incluso hay quienes han afirmado que la diversidad de religiones es voluntad de Dios mismo [5]. 

Desde hace décadas en algunas zonas atribuibles al área germánica (pero el uso se extiende progresivamente también a otros países) es una práctica común bendecir las "bodas" homosexuales en las iglesias y fomentar dichas uniones, sin que la Santa Sede intervenga sancionando realmente tales actos. Estos elementos gravemente problemáticos tienen la característica de constituir una crisis universal y permanente desde el Concilio hasta hoy, y ciertamente no un problema local o personal de nadie. Desgraciadamente, no es posible trazar en unas pocas líneas una imagen completa del desastre eclesial al que asistimos, por lo que nos hemos limitado a algunas indicaciones.

Sin embargo, el propósito de este brevísimo panorama catastrófico es mostrar cómo el conjunto de elementos constituye un estado de necesidad: ¿qué significa esto?

El estado de necesidad

Significa precisamente que el fiel católico, miembro de la Iglesia, si bien tiene derecho a recibir de ella la enseñanza de la fe y los sacramentos, ya no puede hacerlo en el contexto habitual de las parroquias y en general en el post- contexto eclesial conciliar ya que éste está viciado por errores doctrinales y malas reformas litúrgicas que no le permiten el acceso a los sacramentos tradicionales. Y, lo que importa, esta situación es lamentablemente refrendada por la jerarquía y por el propio pontífice reinante, hoy en 2023 como durante estos sesenta años desde el Concilio, sin interrupción alguna, por breve que sea. Está en peligro la salvación eterna de los fieles católicos, privados de la enseñanza de la fe y del alimento de los verdaderos sacramentos; esta crisis, repetimos, no es deplorada por la autoridad papal (como lo fue en la época de la crisis arriana o protestante), sino alentada por ella: es una crisis de autoridad en sí misma. El cortocircuito de los argumentos falaces de los conservadores reside precisamente en esto: se invoca la obediencia al Papa, garante de la Fe, cuyo vínculo es esencial para pertenecer a la Iglesia (y esto es sacrosanto), olvidando sin embargo que el modernismo profesada abiertamente vicia el uso mismo de la autoridad papal y en general de la jerarquía, que, aunque conserva siempre esta autoridad, se niega a utilizarla para el fin para el que fue instituida: la salvación de las almas.

Qué remedio

¿Qué hacer cuando surge una crisis así? A decir verdad, nadie podría haberlo sabido antes de que sucediera; De hecho, se trata de una crisis sin precedentes, sin precedentes históricos, aunque de vez en cuando se intenta encontrar comparaciones débiles que, en cualquier caso, nunca serán exhaustivas. No hay nada previsto explícitamente a tal efecto ni en el derecho canónico, ni en los manuales de teología moral o dogmática, ni en los de historia de la Iglesia. Aquí hay otra causa más del cortocircuito neoconservador: la respuesta a la crisis no pudo ni puede encontrarse en los libros, al menos digamos en forma de una receta precisa y detallada.

En la Tradición, sin embargo, y más generalmente en la Revelación misma, encontramos los principios que ayudan a resolver el problema en la medida de lo posible, y que ayudaron a Mons. Lefebvre a tomar la dolorosa elección de las consagraciones de 1988: salus animarum suprema lex, una vez más . ; Siendo el fin del hombre la salvación eterna, y siendo instituida la autoridad de la Iglesia jerárquica para llevar al hombre a esta salvación, todas las leyes canónicas y todo el aparato jurídico, bueno y santo porque apunta al bien, no pueden constituir un obstáculo cuando, por caso muy raro, la misma obediencia a la jerarquía debería llevar a profesar el error y cometer el mal.

Nadie puede consagrar a un obispo sin mandato pontificio, pero ningún Papa tiene el derecho de llevar a la Iglesia a enseñar cosas nuevas y a desviar a los fieles de la verdadera fe: y esta última eventualidad, sin precedentes, efectivamente se ha producido. Por tanto debe resolverse con un principio superior al de la obediencia a las leyes canónicas, y este principio es precisamente la salvaguarda de la Fe.

Pero la salvaguardia de la Fe pasa por la salvación del sacerdocio auténticamente católico, formado en los seminarios católicos; ahora no puede haber sacerdotes sin obispos. Es decir. Muy simple.

La historia real del arzobispo Lefebvre [6] muestra cómo los repetidos intentos de llegar a un acuerdo antes de junio de 1988 se llevaron a cabo de tal manera que la Santa Sede pospuso repetidas veces y durante el mayor tiempo posible la aceptación de una ceremonia de consagración con el mandato, y el prelado francés consideró con razón que esto era "andarse por las ramas"; pero sobre todo quedó y permanece, en las intenciones de la Santa Sede, una regularización canónica de la FSSPX, sujeta a la aceptación de aquellos principios doctrinales inaceptables que forman la base del nuevo rumbo eclesial. La urgencia estaba ahí, la necesidad también, y como el acto de prudencia consta de tres fases: la deliberación, el juicio y el precepto [7], al final el Arzobispo actuó. Y hoy, gracias a esto, 700 sacerdotes miembros de la Fraternidad fundada por Lefebvre, esparcidos por todo el mundo,

Dudas por disipar

«Válido» pero «ilegítimo». ¿Qué significa? La validez, lo sabemos, en el campo de la teología es la condición relativa a la eficacia metafísica de un sacramento (si la Eucaristía es válida, en lugar del pan está el cuerpo de Cristo, si no lo es, es sólo un poco de pan). . Dado que la validez de los sacramentos está ligada a elementos materiales de la institución divina, no existe una lex suprema que se mantenga: sin pan no se celebra la Misa; sin agua no se es bautizado.

La legitimidad, en cambio, es el cumplimiento de una ley: ¿cuál? Disipemos una duda y distingamos el término "legalidad" (conformidad literal a una ley positiva) del término más genérico "legitimidad" que indica conformidad a una ley moral y, por lo tanto, aquí es sinónimo de legitimidad o incluso de bondad.

Pasarse un semáforo en rojo es una violación del código de circulación, pero quien transporta a un herido puede hacerlo en virtud de un principio superior: su acto será más que legítimo. El uso del aborto en Italia y en casi todo el mundo respeta el derecho positivo del sistema jurídico; todos sabemos que ante la ley de Dios es ilegítimo, etc. Las consagraciones del año 88, por el peligro para la Fe y la necesidad de salvar a ésta y al sacerdocio, fueron un acto de prudencia sobrenatural en la aplicación de un principio superior al derecho canónico (además no excluido por este último en casos de necesidad). , como se demuestra ampliamente en los estudios reportados en la nota a pie de página de este artículo). Así que no sólo fueron legítimos sino incluso obedientes: la crisis en la Iglesia está lejos de terminar.

Conclusión El católico no puede vivir de artículos y editoriales, por muy interesantes y bien hechos que sean; De nada sirve denunciar una crisis si, a pesar de saber que es grave y que pone en peligro la salvación eterna, no se busca una solución. La diferencia entre monseñor Lefebvre y muchos otros, entre la Fraternidad San Pío X y muchas otras realidades, es que unos hablan, otros actúan.

Actuó monseñor Lefebvre al realizar este acto heroico de aparente desobediencia que le costó una excomunión (injusta e inexistente); la FSSPX actúa hoy permitiendo a muchos católicos recibir lo que normalmente deberían recibir de los ministros de la Iglesia Católica y que ya no es posible recibir de ellos en su totalidad, como ya se mencionó. Lo que inquieta a los redactores del periódico on line tan expertos en cuestiones canónicas es el gran número de fieles que llegan a las capillas de la FSSPX decepcionados por la Roma neomodernista, lo que es, en realidad, el signo del sensus fidei. El auténtico  sensus Ecclesiae sigue presente en la Iglesia católica: el vínculo jurídico y canónico, fundamental para la visibilidad de la Iglesia, desaparece más tarde si la fe está en peligro. Si la casa se quema vas a un lugar seguro sin esperar la autorización del administrador del condominio. Especialmente si él inició el fuego.

Por lo tanto, invitamos a los lectores católicos que llegan por la gracia de Dios al mundo de la Tradición a profundizar cada vez más en la validez de su elección de abandonar las parroquias para buscar un refugio seguro y así permanecer en la Iglesia profesando principalmente la verdadera Fe, transmitida por los papas de veinte siglos, y recibiendo los verdaderos sacramentos no reformados. No se trata de abandonar a la Iglesia sino de permanecer fieles a ella tomando los medios adecuados que la Providencia pone a su disposición. La FSSPX no es en modo alguno una solución cómoda ni una puerta de salida de la Iglesia Católica Romana, sino un medio para servirla y amarla, proporcional a la crisis actual, que -repetimos- toca a la propia autoridad.

También les invitamos a alimentarse del verdadero espíritu sobrenatural de la Fe Católica que pone la autoridad al servicio de la Verdad y no al revés; Por eso les invitamos a seguir la Tradición, como fuente auténtica de Revelación, en el Magisterio de todos los tiempos, en el catecismo de San Pío X, en los escritos de Santo Tomás de Aquino y de todos los autores recomendados por la Iglesia en el pasado.

Éstas son las verdaderas, buenas y antiguas brújulas para uso diario.
Las nuevas ocasionalmente se rompen.
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[2] Para el aspecto canónico nos remitimos a un estudio que pronto será publicado; sin embargo, señalamos ya tres referencias importantes:
Un artículo aparecido en La Tradizione Cattolica en 2010 (año XXI, n° 3 [76], 2010, páginas 18 - 24) y retomado recientemente: https://fsspx. it/ it/news-events/news/l-apostolato-della-fsspx-e-lo-stato...
El libro recientemente publicado por ediciones Radiospada de los sacerdotes de la FSSPX: Palabras claras sobre la Iglesia, disponible para su compra aquí : https://edizionipiane.it/prodotto/parole-chiare-sulla-chiesa-perche-ce-u...
El estudio más completo jamás escrito sobre el tema, y ​​tan actual como siempre: https://edizionipiane.it/prodotto/la-tradizione-scomunicata/
[3] Card. Bacci y Ottaviani, Breve examen crítico del Novus Ordo Missae , 1969.
[4] Las consideraciones que hemos publicado recientemente en nuestros sitios serán leídas con provecho:
[5 ] Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común firmado por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmed al-Tayyb, el 4 de febrero de 2019. [6]
[7] Santo Tomás, Summa Theologica, IIa-IIae, Quest. 47 años. 8.

lunes, 9 de enero de 2023

¿Se puede ir a las misas de los «lefebvristas» (FSSPX)? Vídeo (padre Javier Olivera Ravasi)



Hace ya más de tres años publicábamos en este sitio (AQUÍ) un breve texto con una puesta al día canónica de los sacramentos impartidos por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Ante reiteradas consultas a este blog y con el fin de ser aún más didácticos, es que ahora invitamos a ver un breve vídeo que se encuentra en la misma línea para,

Que no te la cuenten

P. Javier Olivera Ravasi, SE

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Duración 26:11 minutos


NUESTROS CONSEJOS:

1) Ir a Misa (tanto en la misa Novus ordo como en la Vetus ordo está Cristo).

2) Si se desea ir a Misa tradicional, buscar PRIMERO un lugar donde esté permitida por el obispo.

3) Si no existe y se desea ir a las misas de la FSSPX, tomar esas precauciones que se dicen en el vídeo y evitar toda posible mentalidad cismática o "sectarista".

Bendiciones. P. Javier

jueves, 3 de septiembre de 2020

Monseñor Lefebvre fue un Confesor ejemplar de la Fe (Mons. Viganò)



Estimado Dr. Kokx:

He leído con vivo interés su artículo titulado "Preguntas para Viganò: Su Excelencia tiene razón en cuanto al Concilio pero,¿qué piensa que deberían hacer los católicos ahora?", publicado en Catholic Family News el pasado 22 de agosto (aquí). Por tratarse de cuestiones de grave importancia para los fieles, respondo gustoso a sus preguntas.

Me pregunta: «¿Qué significa para el arzobispo Viganò separarse de la Iglesia conciliar?» Le respondo igualmente con una pregunta: ¿Qué significa separarse de la Iglesia para los partidarios del Concilio? Aun siendo evidente que no es posible la menor comunión con quienes proponen las doctrinas adulteradas del manifiesto ideológico conciliar, es necesario precisar que el mero hecho de estar bautizado y pertenecer a la Iglesia de Cristo no supone adhesión a la camarilla del Concilio. Y esto también se aplica a los simples fieles y a los clérigos seculares y regulares que por diversas razones se consideran sinceramente católicos y reconocen a la Jerarquía.

Por el contrario, habría que aclarar la postura de cuantos, declarándose católicos, abrazan doctrinas heterodoxas que se han difundido en los últimos decenios, conscientes de que suponen una ruptura con el Magisterio anterior. En este caso, es lícito poner en duda la verdadera pertenencia de ellos a la Iglesia Católica, en la que todavía ejercen cargos que les confieren autoridad. Una autoridad ejercida ilícitamente cuando a lo que se aspira es a obligar a los fieles a aceptar la revolución que se ha impuesto después del Concilio.

Aclarado este punto, es evidente que no son los fieles tradicionalistas -o sea, los verdaderos católicos, según San Pío X- los que deben abandonar la Iglesia en la que tienen pleno derecho a seguir y de la cual sería una insensatez apartarse, sino los modernistas, que han usurpado el nombre de católicos precisamente porque es el único término burocrático que impide que se los equipare a cualquier secta herética. Esta pretensión suya les sirve para no terminar como los centenares de movimientos heréticos que a lo largo de los siglos se han creído capaces de reformar la Iglesia a su antojo, anteponiendo el orgullo a la humilde custodia de las enseñanzas recibidas de Nuestro Señor. Pero así como no es posible reivindicar la ciudadanía de una patria con la que no se comparte lengua, derecho, fe y tradición, también es imposible que quien no comparte la fe, la moral, la liturgia y la disciplina de la Iglesia Católica pueda arrogarse el derecho a permanecer en ella y ascender grados en la Jerarquía.

No cedamos, pues, a la tentación de abandonar –aunque con un justificada indignación– la Iglesia católica con el pretexto de que ha sido invadida por herejes y fornicarios; es a ellos a quienes hay que expulsar del recinto sagrado en una labor de purificación y penitencia que debe partir de cada uno de nosotros.

También es patente que hay numerosos casos en que los fieles se topan con graves problemas al frecuentar su parroquia, como también son muy escasos los templos en que se celebra la Santa Misa según el rito católico. Los horrores que se propagan desde hace décadas en muchas de nuestras parroquias y santuarios hacen también imposible asistir a una eucaristía sin sentirse incómodos y poner en peligro la propia fe. Así como también es muy difícil obtener para uno mismo y para sus hijos una formación católica, sacramentos celebrados dignamente y una formación espiritual sólida. En estos casos, los fieles laicos tienen el derecho y el deber de buscar sacerdotes, congregaciones e instituciones que sean fieles al Magisterio de siempre. Y que a la loable celebración del Rito Tradicional se añada una fiel adhesión a la doctrina y la moral sin hacer la menor concesión al Concilio.

La situación es, desde luego, demasiado compleja para los sacerdotes, que dependen jerárquicamente de su obispo o su superior, pero al mismo tiempo tienen el sacrosanto derecho de seguir siendo católicos y poder celebrar según el rito católico. Si por un lado los seglares tienen más libertad de acción para escoger a qué comunidad dirigirse para oír Misa, recibir los sacramentos y formarse, aunque con menos autonomía por tener que depender de todos modos de un sacerdote, por otro lado los sacerdotes tienen menos libertad de acción al estar incardinados en una diócesis o una orden y sometidos a la autoridad eclesiástica, pero tienen más autonomía por estar en situación de decidir legítimamente celebrar la Misa y administrar los sacramentos por el Rito Tridentino. 

El motu proprio Summorum pontificum recalcó que fieles y sacerdotes tienen el derecho inalienable -derecho que no se les puede negar- de servirse de la liturgia que expresa con más perfección nuestra Fe. Pero hoy en día ese derecho se debe aprovechar no sólo y no tanto para conservar el Rito extraordinario, sino para dar testimonio de adhesión al Depósito de la Fe que sólo encuentra plena correspondencia en el Rito Antiguo.

Todos los días me llegan sentidas cartas de sacerdotes que son marginados, transferidos a otra parroquia o condenados al ostracismo por su fidelidad a la Iglesia: la tentación de encontrar un punto de apoyo lejos del estrépito de los novadores es grande, pero debemos tomar ejemplo de las persecuciones que sufrieron muchos santos. Entre ellos San Atanasio, en el que tenemos un modelo de cómo hay que desempeñarse cuando se propaga la herejía y se desata la furia perseguidora. Como ha recordado muchas veces mi venerado hermano en el episcopado monseñor Athanasius Schneider, el arrianismo que afligió a la Iglesia en tiempos del santo doctor de Alejandría de Egipto estaban tan difundido entre los obispos que cualquiera hubiera creído que la Iglesia Católica iba a desaparecer del todo. Pero gracias a la fidelidad y al testimonio heroico de los pocos prelados que se mantuvieron fieles, la Iglesia supo remontarse. Sin aquel testimonio, el arrianismo no habría sido derrotado. Y sin nuestro testimonio actual, no será derrotado el modernismo y la apostasía globalista del presente pontificado.

Por tanto, no es cuestión de trabajar dentro o fuera; los viñadores son llamados a trabajar en la viña del Señor, y deben permanecer en ella aunque les cueste la vida. Los pastores son llamados a apacentar la grey del Señor, mantener alejados a los lobos rapaces y ahuyentar a los mercenarios que no se preocupan de salvar a las ovejas y los corderos.

Esta labor en muchos casos silenciosa y oculta la viene realizando la Fraternidad San Pío X, a la que hay que reconocer el mérito de no haber permitido que se apague la llama de la Tradición en un momento en el que celebrar la Misa antigua se consideraba subversivo y motivo de excomunión. Sus sacerdotes han constituido una saludable espina en el costado del Cuerpo de la Iglesia, considerados un inaceptable ejemplo para los fieles, un constante reproche para la traición cometida contra el pueblo de Dios, una opción inadmisible al nuevo rumbo trazado por el Concilio. Y si su fidelidad hizo inevitable la desobediencia al Papa al realizar las consagraciones episcopales, gracias a ellas la Fraternidad se libró de los furiosos ataques de los novadores y ha hecho posible con su existencia que se manifiesten las contradicciones y errores de la secta conciliar, siempre amistosa hacia los herejes e idólatras e implacablemente rígida e intolerante con la Verdad católica.

Considero a monseñor Lefevbre un confesor ejemplar de la Fe, y creo que ya es palmario hasta qué punto su denuncia del Concilio y de la apostasía modernista está fundada y tiene mucha vigencia. No olvidemos que la persecución que sufrió monseñor Lefebvre por parte de la Santa Sede y los obispos de todo el mundo ha servido ante todo de elemento disuasorio para los católicos refractarios a la revolución conciliar.

Concuerdo asimismo con todo lo que señaló S.E. Bernard Tissier de Mallerais sobre la presencia simultánea de dos entidades en Roma: la Iglesia de Cristo está ocupada y eclipsada por la camarilla modernista conciliar que se ha impuesto en la propia jerarqqqquía y se vale de la autoridad de sus ministros para prevalecer en la Esposa de Cristo y madre nuestra.

La Iglesia de Cristo -que no sólo subsiste en la Iglesia Católica, sino que es exclusivamente la Iglesia Católica- está simplemente ensombrecida, eclipsada por una iglesia extraña y extravagante que se ha instalado en Roma, conforme a la visión que tuvo la beata Ana Catalina Emmerick. Convive, como la cizaña, en la Curia Romana, en las diócesis y en las parroquias. No podemos juzgar las intenciones de nuestros pastores ni dar por sentado que todos se han corrompido en la fe y la moral; por el contrario, podemos esperar que muchos de ellos, hasta ahora intimidados y silenciados, se den cuenta conforme avanzan la confusión y la apostasía del engaño de que han sido objeto y terminen por despertar de su letargo. Innumerables laicos están alzando la voz; otros habrán de seguirles necesariamente, junto a buenos sacerdotes, sin duda presentes en cada diócesis. Este despertar de la Iglesia militante -me atrevería a llamarlo resurrección- es necesario, improrrogable e inevitable; ningún hijo tolera que su madre sea objeto de ofensa por parte de los sirvientes, ni que el padre sufra la tiranía de de los administradores de sus bienes. En esta dolorosa situación, el Señor nos ofrece la oportunidad de ser sus aliados y combatir bajo su bandera en esta santa batalla. El Rey vencedor de los errores y de la muerte nos brinda la oportunidad de compartir el honor de la victoria y el premio eterno que ésta comporta, tras haber padecido con él.

Pero para hacernos acreedores a la gloria del Cielo estamos llamados a redescubrir –en una época afeminada y desprovista de valores como el honor, la fidelidad a la palabra empeñada y el heroísmo un aspecto fundamental para todo bautizado– que la vida cristiana es una milicia, y que por el Sacramento de la Confirmación estamos llamados a ser soldados de Cristo, bajo cuya enseña debemos combatir. 

Cierto es que en la mayor parte de los casos se trata de un combate esencialmente espiritual. Pero a lo largo de la historia hemos visto con cuánta frecuencia, ante las violaciones de los derechos fundamentales de Dios y de la libertad de la Iglesia se ha hecho necesario empuñar la armas. Nos lo enseña la denodada resistencia a la invasión islámica en Lepanto y a las puertas de Viena, la persecución de los cristeros en México y de los católicos en España, y todavía en nuestros días la cruel guerra que se libra contra los cristianos por todo el mundo

Hoy estamos más que nunca en situación de comprender el odio teológico de los enemigos de Dios inspirados por Satanás, los ataques a todo lo que recuerde  la Cruz de Cristo: la Virtud, el Bien, la belleza, la pureza… Todo ello debe espolearnos para levantarnos en un arranque de sano orgullo para reivindicar nuestro derecho no sólo a no ser perseguidos por enemigos externos, sino también y sobre todo a tener pastores firmes y valerosos, santos y temerosos de Dios, que hagan ni menos lo que hicieron durante siglos sus predecesores: predicar el Evangelio de Cristo, convertir a los hombres y las naciones y propagar por todo el mundo el Reino del Dios vivo y verdadero.

Todos estamos llamados a realizar un gesto de fortaleza –virtud cardinal olvidada, que no por casualidad exige fuerza viril, ἀνδρεία: saber hacer frente a los modernistas; resistencia que hunde sus raíces en la caridad y la verdad, atributos de Dios.

Si sólo celebráis la Misa Tridentina y predicáis la sana doctrina sin mencionar el Concilio, ¿qué os podrán hacer? ¿Echaros tal vez de vuestras iglesias? Y después, ¿qué? Nadie os podrá impedir celebrar la renovación del Santo Sacrificio sobre un altar improvisado o en una buhardilla, como hacían los sacerdotes refractarios durante la Revolución Francesa y hacen todavía en China. Y si intentan apartaros, resistid; el Derecho Canónico garantiza el gobierno de la Iglesia en la prosecución de sus fines principales, no para demolerla. Dejemos de temer que la culpa del cisma es de quien lo denuncia y no de quien lo lleva a efecto; ¡cismáticos y herejes son los que hieren y crucifican el Cuerpo Místico de Cristo, no quienes lo defienden denunciando a los verdugos!

Los laicos pueden exigir a sus pastores que se comporten como tales, prefiriendo a los que demuestren no estar contaminados con los errores actuales. Si una Misa se vuelve un tormento para los fieles y éstos se ven obligados a asistir a sacrilegios, soportar herejías o desvaríos impropios de la Casa del Señor, es mil veces preferible ir a una iglesia en la que el sacerdote celebre dignamente el Santo Sacrificio, según el rito que nos ha transmitido la Tradición, y predique conforme a la sana doctrina. 

Cuando obispos y párrocos se den cuenta de que el pueblo cristiano quiere el pan de la Fe en vez de las piedras y escorpiones de la neoiglesia, dejarán de lado sus temores y atenderán a las legitimas peticiones de los fieles. Los otros, auténticos mercenarios, demostrarán lo que son y sólo serán capaces de congregar en torno suyo a quienes comparten sus errores y perversiones. Se extinguirán por sí solos; el Señor seca el pantano y volverá árida la tierra sobre la que crecen los espinos, y acaba con las vocaciones en los seminarios corruptos y los conventos rebeldes a la regla.

Los fieles laicos tienen un deber sagrado hoy en día: consolar a los sacerdotes y obispos buenos apiñándose en torno a ellos como las ovejas a su pastor. Alojarlos, ayudarlos y consolarlos en sus tribulaciones. Que creen comunidades en las que no predominen las murmuraciones y divisiones, sino la Caridad fraterna en el vínculo de la Fe. Y como en el orden establecido por Dios –κόσμος– los súbditos deben obediencia a la autoridad y no pueden hacer otra cosa que resistirla cuando ésta abusa de su poder, no incurrirán en culpa alguna por la infidelidad de sus jefes, sobre los cuales pesa en cambio una gravísima responsabilidad por la manera en que ejercen el poder vicario que se les ha conferido. No debemos complacernos de los errores de nuestros pastores, sino rezar por ellos y amonestarlos respetuosamente. No se debe poner en tela de juicio su autoridad, sino el uso que hacen de ella.

Tengo la certeza -y es una certeza que me nace de la Fe- de que el Señor no dejará de premiar nuestra fidelidad después de habernos castigado por las culpas de los eclesiásticos, dándonos sacerdotes, obispos y cardenales santos, y sobre todo un papa santo

Esos santos saldrán de nuestras familias, comunidades e iglesias, en las que se debe cultivar la Gracia de Dios con la oración constante, con la frecuencia de los Sacramentos, y ofreciendo sacrificios y penitencias que la Comunión de los Santos nos permite ofrecer a la Divina Majestad en expiación por nuestros pecados y los de nuestros hermanos, incluidos los que ejercen autoridad. 

En esto los seglares tienen una misión importante que cumplir: custodiar la fe en el seno de su familia, para que los jóvenes que sean educados en el amor y el temor del Señor puedan un día ser padres responsables, y también ministros del Señor, sus heraldos en las órdenes religiosas de ambos sexos, apóstoles suyos en la sociedad civil.

El remedio contra la rebeldía es la obediencia. 
El remedio contra la herejía es la fidelidad a las enseñanzas de la Tradición. 
El remedio contra el cisma es la devoción filial a los sagrados pastores. 
El remedio contra la apostasía es el amor a Dios y a su santísima Madre. 
El remedio contra el vicio es la práctica humilde de la virtud. El remedio contra la corrupción de las costumbres es vivir constantemente en presencia de Dios. 

Pero la obediencia no puede pervertirse convirtiéndose en un estúpido servilismo, ni el respeto a la autoridad puede pervertirse volviéndose lisonja. Y no olvidemos que si los laicos tienen la obligación de obedecer a sus pastores, más grave aún es el deber que éstos tienen de obedecer a Dios, usque ad efussionem sanguinis, hasta derramar la sangre.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

1º de septiembre de 2020

(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)

sábado, 15 de diciembre de 2018

Old Rite Priest Claims that Archbishop Marcel Lefebvre Was Sedevacantist


Duración 3:28 minutos

The Catholic Register, owned by the Archdiocese of Toronto, published on November 30 an article about the Old Rite Priestly Fraternity of Saint Peter. The piece carries the contradictory heading: "Traditional Priestly Fraternity of St. Peter stresses unity with Pope Francis". 
The article quotes the Fraternity's Superior General, Father Andrzej Komorowski, saying that “There is no possibility to get to Heaven without being united to the Pope”. There is very little likelihood that Pope Francis would agree with this statement.

The article goes on quoting from a lecture Father Joseph Bisig, the Fraternity’s first superior general who was removed by the Vatican in 2000, gave in Ottawa on November 24. Bisig stressed that "we believe in the visibility of authority" and “we are not Protestants”. A hypothetical question: What would happen if an authority, blindly followed by those who do not want to be Protestants, leads them into Protestantism?

Bisig even claimed that Archbishop Lefebvre entertained sedevacantism saying that Paul VI was not the real pope, and thus the Chair of Peter was vacant. According to Bisig, Lefebvre kept this opinion largely out of the public realm – quote – "because most priests in the SSPX would have been scandalized."

Bisig left the SSPX in 1988 when Archbishop Lefebvre consecrated four bishops against the will of John Paul II. Quote, “We did not want to leave the SSPX,” Bisig said. “We were forced to do so. Our superior became schismatic. We felt like orphans abandoned by our father.” However, Bisig himself was ordained a priest by Archbishop Lefebvre against the will of John Paul II in a time when Lefebvre was already suspended. The question is whether this, according to Bisig’s interpretation, was also a schismatic act.

Now, Bisig says about himself that "I pray very much for my old, good friends (in the SSPX) to join the Church” and to “come in without any conditions,” but to “accept the authority of the living magisterium.” "Living magisterium" is a term used by modernists in order to pretend that the magisterium may invent new doctrines or contradict old ones.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Old Rite Priest Claims that Archbishop Marcel Lefebvre Was Sedevacantist


The Catholic Register, owned by the Archdiocese of Toronto, published on November 30 an article about the Old Rite Priestly Fraternity of Saint Peter. The piece carries the contradictory heading: "Traditional Priestly Fraternity of St. Peter stresses unity with Pope Francis".

The article quotes the Fraternity's Superior General, Father Andrzej Komorowski, saying that “There is no possibility to get to Heaven without being united to the Pope”. There is very little likelihood that Pope Francis would agree with this statement.

The article goes on quoting from a lecture Father Joseph Bisig, the Fraternity’s first superior general who was removed by the Vatican in 2000, gave in Ottawa on November 24. Bisig stressed that "we believe in the visibility of authority" and “we are not Protestants”. A hypothetical question: What would happen if an authority, blindly followed by those who do not want to be Protestants, leads them into Protestantism?

Bisig even claimed that Archbishop Lefebvre entertained sedevacantism saying that Paul VI was not the real pope, and thus the Chair of Peter was vacant. According to Bisig, Lefebvre kept this opinion largely out of the public realm – quote – "because most priests in the SSPX would have been scandalized."

Bisig left the SSPX in 1988 when Archbishop Lefebvre consecrated four bishops against the will of John Paul II. Quote, “We did not want to leave the SSPX,” Bisig said. “We were forced to do so. Our superior became schismatic. We felt like orphans abandoned by our father.” However, Bisig himself was ordained a priest by Archbishop Lefebvre against the will of John Paul II in a time when Lefebvre was already suspended. The question is whether this, according to Bisig’s interpretation, was also a schismatic act.

Now, Bisig says about himself that "I pray very much for my old, good friends (in the SSPX) to join the Church” and to “come in without any conditions,” but to “accept the authority of the living magisterium.” "Living magisterium" is a term used by modernists in order to pretend that the magisterium may invent new doctrines or contradict old ones.

viernes, 14 de septiembre de 2018

La Iglesia debe volverse otra vez signo de contradicción (Spencer Hall)



En 1986, el arzobispo Marcel Lefebvre escribió las siguientes palabras tremendas:

“Porque, en efecto, se ha planteado un grave problema a la conciencia y a la fe de todos los católicos durante el pontificado de Pablo VI. ¿Cómo un papa, verdadero sucesor de Pedro, seguro de la asistencia del Espíritu Santo, puede presidir la destrucción de la Iglesia, la destrucción más profunda y más extensa de su historia, en el lapso de tan poco tiempo, algo que ningún heresiarca nunca logró hacer? Algún día habrá que dar respuesta a esta pregunta.” (Carta Abierta a los Católicos Perplejos, 1986)

Unos diez años antes, en un libro que llevaba el mismo título y con un tono más optimista, el papa Juan Pablo II se refería a la Iglesia como a Cristo, como un “signo de contradicción” contra el pecado y el error del mundo. Varias décadas después, la pregunta de Lefebvre continúa sin responderse, y la caracterización que Juan Pablo II hizo de la enemistad entre la Iglesia y el mundo se ha tornado progresivamente más irrisoria, dado que numerosos obispos y cardenales nombrados durante su propio pontificado están haciendo las paces con el mundo y sus pecados. Sin embargo, muchos comentaristas católicos conservadores continúan insistiendo en que, debido a la ortodoxia doctrinal de la “Nueva Evangelización”, la Iglesia ha mantenido su apariencia de contradicción con los pecados del mundo.

El que todos los aspectos de la Nueva Evangelización en verdad sean ortodoxos es otro tema. Lo importante es notar que la mera ortodoxia en la doctrina es insuficiente para que la Iglesia resulte un signo de contradicción frente al mundo. Así como es posible que un individuo católico sostenga la doctrina correcta y se encuentre en estado de gracia aunque mantenga una conducta cobarde, también es posible que la Iglesia como un todo vacile en oponerse fuertemente al mundo sin caer realmente en error doctrinal. De hecho, es precisamente eso lo que ha ocurrido desde el Concilio Vaticano Segundo. La pregunta de Lefebvre y la descripción de la Iglesia del anterior Papa están íntimamente ligadas: la destrucción de la estabilidad interna de la Iglesia destruyó su habilidad para ser un signo de contradicción frente al mundo. Si la Iglesia desea tener la esperanza de recuperar su antigua fuerza, los fieles católicos deberán comprender primero lo que se perdió en el Concilio: no la ortodoxia doctrinal, no la infalibilidad, sino un espíritu, un carácter, tanto de fuerza como de oposición, que en algún tiempo el mundo conoció bien.

Uno de los aspectos de la Iglesia Católica que hasta hace poco enfatizaban más fuertemente sus enemigos y sus hijos, conversos y opositores, era la severidad y consistencia con la que la Iglesia insistía en la adhesión absoluta a fórmulas doctrinales precisas, a diferencia de la libertad de pensamiento que gozaban los protestantes. Desde el lado de los protestantes y librepensadores, se la condenaba como oscurantista y dogmática; desde el lado católico, se la aclamaba como única garantía de fe cierta – de conocer aquello que un cristiano debía creer.

Es llamativa la unanimidad con la que se describía el carácter de la Iglesia. Cuando David Hume deseó atacar la obra “Superstición Cristiana,” apuntó hacia los católicos romanos sabiendo que su audiencia ampliamente protestante simpatizaría con su denuncia de Roma y su afirmación en su Tratado de la Naturaleza Humana: “Los católicos romanos son ciertamente la más celosa de las sectas del mundo cristiano.” Charles Hodge, teólogo presbiteriano de gran influencia en el siglo XIX, se refirió en Teología Sistemática a la proclamación de infalibilidad magisterial de la Iglesia como “una tiranía sin igual en la historia del mundo,” una crítica con la cual coincidió el teólogo anglicano evangélico de aquel tiempo, J.C. Ryle, calificando la sumisión católica al Magisterio como “holgazanería, ociosidad, y pereza”. En referencia al Movimiento de Oxford y la simpatía creciente hacia el catolicismo entre anglicanos encumbrados, Ryle prosiguió:

“En nuestra insensatez, soñamos que la Reforma había dado fin a la controversia del papado, que si el Romanismo iba a sobrevivir, el Romanismo cambiaría por completo. Si en verdad lo creímos, hemos vivido para darnos cuenta que cometimos el error más lamentable. Roma nunca cambia.” (“Sobre el Juicio Privado,” énfasis en el original.)

El teólogo liberal de principios de siglo XX, Charles Gore, influyente en el escenario del Moximiento post-Oxford del anglicanismo encumbrado, llamó “desastrosa” a la encíclica de León XIII, Providentissimus Deus, sobre la autoridad de las escrituras. Contrastó el supuesto oscurantismo de León con la libertad de consulta gozada por los protestantes de la iglesia anglicana, criticando la encíclica como:

“… diseñada para reprimir a la escuela de crítica real y libre que parecía estar formándose y tomando raíces firmes en la Iglesia Romana [.] … No debe permitirse nada más – hasta que la verdad se tome venganza, tal como se vengó de la Iglesia cuando lidió de forma parecida con la ciencia de Galileo.” (Gore, Aseveraciones Católicas Romanas, 1920)

Los autores católicos que observaron la misma diferencia entre el aprieto de los laicos protestantes al tener que elegir autoridades que competían entre sí, mientras su equivalente católico podía recaer en la viva voz de la Iglesia, conforman una lista de eminencias del siglo XIX y principios del siglo XX: Henry Edward Manning, John Henry Newman, Gerard Manley Hopkins, Robert Hugh Benson, Hilaire Belloc, Adrian Fortescue, Dom John Chapman, G.K. Chesterton, y Ronald Knox, por nombrar algunos. Tomando algunos como ejemplo, Newman observó en su Apología, que el punto de inflexión crucial en el cual se dio cuenta que la teoría del anglicanismo sobre la Iglesia era indefendible, fue al reconocer la perfecta similitud en el aspecto externo de la Roma durante la controversia monofisista del siglo IV y la de doce años más tarde, durante la Reforma, y dijo:

“El drama de la religión y la lucha de la verdad y el error han sido siempre uno y lo mismo. Los principios y modos de actuar de la Iglesia ahora, eran los de la Iglesia entonces [.] … La Iglesia podía ser considerada entonces como ahora, expeditiva y firme, decidida, imponente, infatigable [.]” (Apologia Pro Vita Sua, 1864)

La clave a considerar en esta afirmación de Newman, que enfatizó en otro momento, es que el asunto crucial no era simplemente un asunto de continuidad doctrinal entre la Roma del siglo IV y la del siglo XVI, sino una continuidad en el espíritu, el carácter, en cómo lidiaba con las herejías y el mundo exterior. Sin duda, la cuestión de la continuidad doctrinal fue precisamente la dificultad que mantuvo a Newman fuera de la Iglesia durante años, tras haber perdido la fe en el anglicanismo; tal como relata en Apología, se encontró impedido de pasar a Roma por una larga convicción de que los desarrollos tridentinos, especialmente la veneración de santos, no correspondían con las escrituras y fueron desconocidos en los primeros siglos de Iglesia. No fue la persuasión de que la doctrina de Roma no había cambiado, lo que llevó a Newman a concluir que la Iglesia Católica de su tiempo era la misma que la del siglo IV – ciertamente, eso es casi contrario a la verdad. Fue un sentido general de que la persona de Roma en los dos períodos era la misma lo que lo llevó, a pesar de sus dificultades, a concluir finalmente que las supuestas contradicciones y novedades en la doctrina solo eran aparentes.

Otro ejemplo ilustrativo de cómo era vista la Iglesia por quienes se convirtieron a ella, proviene de un converso del anglicanismo de principios del siglo XX y luego canciller del papa San Pío X, monseñor Robert Hugh Benson, quien escribió un apocalipsis titulado Señor del Mundo en 1908. En la historia alternativa de este libro, Benson imagina un escenario en el que el Vaticano del siglo XX convoca un concilio como continuación del Concilio Vaticano Primero, pero donde el ficticio Concilio Vaticano Segundo mantiene una estricta ortodoxia y condena la crítica bíblica modernista. En un oscuro paralelismo con el curso actual de la historia, uno de los personajes de Benson cuenta que una gran apostasía se desarrolló tras el Concilio Vaticano Segundo del libro, pero que tomó la forma de éxodo hacia fuera de la Iglesia a la luz de la intransigencia doctrinal de la jerarquía, en lugar de una traición desde adentro, y con una Iglesia reduciéndose pero manteniéndose ortodoxa. Si bien la predicción de Benson sobre la naturaleza de la apostasía futura fue errónea, arroja luz considerable sobre la forma en la que los católicos de su tiempo veían la relación entre la Iglesia y la herejía. La forma natural de describir a ambas en la ficción era simplemente haciendo que la Iglesia mantuviera el mismo “oscurantismo romano” que había mostrado siempre. Pareciera que la posibilidad de que la propia Iglesia dejara de ser dogmática y firme en su apariencia frente al mundo no se le ocurrió a Benson, ni siquiera en un contexto distópico.

Hacia la década de 1950, el contraste entre la supuesta uniformidad dogmática de la Iglesia Católica Romana en asuntos doctrinales, en comparación con la apertura relativa de las comuniones protestantes, fue observada por C.S. Lewis al dirigirse a sacerdotes anglicanos sobre la crítica bíblica modernista, destacando la visión negativa de la Iglesia Católica sobre el asunto. Una observación similar fue realizada casi una década antes del Vaticano II, en 1952, por el agnóstico convertido al anglicanismo, el filósofo CEM Joad, poco antes de su muerte y reconversión al cristianismo, quien afirmó que los pastores anglicanos eran libres de contradecirse entre sí en asuntos significativos como el parto virginal, mientras los católicos estaban sujetos a una fe única y constante, y sobre la vitalidad relativa de la Iglesia Católica a la luz de su firmeza doctrinal dijo:

“El hecho de que la elasticidad y la vaguedad del credo de la Iglesia [Anglicana] hayan sido una parte no menor en el declive de su influencia, y que la popularidad comparativa de la Iglesia Católica Romana, que ha hecho pocas concesiones al ‘espíritu de la época’, si es que hizo alguna, haya resistido el desafío de la ciencia, demuestra convincentemente [.] …que hay, imagino, poca evidencia de que la Iglesia Católica Romana esté en declive tanto en su influencia como en número. Al contrario, está creciendo en ambos.” (CEM Joad, Recuperar la Fe, 1952)

Podría multiplicar fácilmente afirmaciones como las de los católicos citados – incluyendo disidentes liberales – y protestantes antes del Concilio, hasta triplicar la longitud de este artículo. Todos atestiguan lo mismo: el carácter de la Iglesia antes del Concilio Vaticano Segundo era considerado universalmente, tanto por amigos como por enemigos, como firme, receloso ante novedades, y dogmáticamente insistente en la adhesión a fórmulas doctrinales precisas. Ya sea que la deploraran o la elogiaran, los de afuera y los de adentro de la Iglesia no habrían tenido dificultad para coincidir en que su actitud hacia el error doctrinal y el exterior era sin duda un “signo de contradicción” por encima y enfrentado a la creciente tolerancia doctrinal del protestantismo. Tal vez no exista una palabra más opuesta al espíritu de la Iglesia, descrito por quienes la conocían, que aggiornamento.

Sin embargo, a menos de veinte años de la afirmación de Joad, la Iglesia entraría en un período en el que los fieles de todo el mundo serían arrojados en una confusión doctrinal como no se había visto desde la Reforma, y en la que los propios pastores de la Iglesia estarían al frente de las novedades ganadoras y de todo tipo en la Iglesia. Al día de hoy, la mayoría de los miembros de la jerarquía, empapados en el espíritu del Concilio durante su juventud, transmiten el mensaje de abandonar el viejo, rígido, y seco autoritarismo de la Iglesia pre-conciliar.

Esta llamativa contradicción entre las características externas de la Iglesia antes y después del Concilio, indica que los católicos conservadores que intentaron defender la ortodoxia de los documentos conciliares, o de las declaraciones papales individuales de los Papas post-conciliares, en gran medida no terminan de comprender. El demostrar que el Concilio no enseñó nada técnicamente heterodoxo no es suficiente para resolver la objeción central en su contra, que es que ha introducido un espíritu de novedades y apertura al cambio doctrinal que era y es diametralmente opuesto al que la Iglesia tuvo siempre antes del Concilio. Parafraseando el viejo dicho de que el medio es el mensaje, cuando se trata de la forma en la que el mundo exterior percibe a la fe, en sentido práctico, la actitud de la Iglesia es su enseñanza. El mundo, perdido en la oscuridad espiritual, tal vez no discierna los matices precisos de la enseñanza doctrinal de la Iglesia, pero puede diferenciar la forma y la apariencia de un enemigo devoto de aquel que es un lánguido cómplice. En una época, el mundo no tenía dificultades para reconocer a la Iglesia como el primero, sin importar cuán grande era su enemistad. Hoy, en la era del padre James Martin y el papa Francisco, al mundo le cuesta cada vez más reconocer en la Iglesia al viejo enemigo que una vez tuvo.

La Iglesia debe convertirse una vez más en signo de contradicción. Pero para ser ese signo, no es suficiente con que la Iglesia mantenga simplemente la ortodoxia doctrinal. Se necesita algo más: una recuperación colectiva del viejo sentido de certeza sobre las enseñanzas de la Iglesia y la autosuficiencia de los recursos espirituales de la Iglesia. El mundo no se convertirá por medio una Iglesia que sale a hacer alianzas con su decadencia espiritual. Es la Iglesia en su viejo atuendo, el atuendo de la confianza y la fortaleza en la verdad de su enseñanza y en la gravedad del error espiritual, y solo ella, la que será reconocida por el mundo como el signo de contradicción que fue su Esposo mucho tiempo atrás, y que continúa siendo.

Spencer Hall 

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

miércoles, 20 de junio de 2018

RESPUESTA A JUAN SUAREZ FALCO (I) del BLOG “COMO VARA DE ALMENDRO” (Capitán Ryder)



Hace unos días Juan Suarez Falcó, en el blog “Como Vara de Almendro”, nos dedicaba unas líneas a quienes creemos que la crisis de la Iglesia no empezó hace 5 años, por muy destructivos que hayan sido éstos.
En concreto, señalaba que: 
“Este artículo no va dirigido a ellos, sino a los que, conociendo las herejías de Bergoglio y criticándolas, le tienen por Papa”.
La dedicatoria, no sobrada de cariño, nos imputaba nada menos que haber caído en “una dulce trampa del diablo”. De paso, nos imputaba lo único que no se puede ser en la Iglesia de hoy “filolefebvriano(1). La mayoría de los católicos hoy permiten ser casi cualquier cosa, pero lefebvriano, ¡eso nunca!. 
Y ¿qué es ser filolefebvriano? Ni idea aunque, por eliminación, puedo hacerme una idea al leer el artículo. Una de las cosas que -parece- te hace filolefebvriano es hacer alguna crítica a los papados anteriores, pues eran días de vino y rosas y quizá, solo quizá, se pudo cometer algún error.
Sí, creo que el debate que abre es muy interesante, al menos para los católicos que queremos que la Iglesia vuelva a ser luz del mundo.
Entro en él con la mejor de las intenciones, pues la barca de Pedro amenaza con hundirse y es preciso que todos pongamos de nuestra parte para evitarlo.
- Si he entendido bien el contenido del artículo (si no es así el autor me corregirá) las tesis del artículo serían:
  • Francisco no es Papa.
  • El Papa es Benedicto XVI
  • Todos los Papados post-conciliares fueron buenos o muy buenos.
  • La doctrina de la Iglesia se ha mantenido intacta hasta el advenimiento de Francisco. A los que comparten la tesis de don Juan les gusta mucho utilizar la expresión “Francisco ha traicionado/destruido la tradición bimilenaria de la Iglesia”
  • La doctrina de los Papas post-conciliares nunca ha supuesto ruptura con lo afirmado por la Iglesia anteriormente.
  • El mal vendría del “espíritu del Concilio”, que los papas combatieron fuertemente.
  • Puede que los Papas post-conciliares cometiesen algún error, pero sólo eso, como el nombramiento de Bergoglio o besar el Corán.
- ¿Que defendemos otras personas?
  • Que en el Concilio Vaticano II triunfaron unas ideas ajenas a la Tradición de la Iglesia.
  • Que esas ideas son corrosivas para la Fe. El principal error, del que se derivan el resto, sería el giro antropocéntrico, nada disimulado, por el que los derechos de los hombres han sido entronizados en la Iglesia.
  • Que esas ideas son ahora mayoritarias.
  • Que cuando abres una ventana, la que a ti te gusta, otro Papa puede venir más fácilmente a abrir otras, las que a él le gusten. Y, como cada vez habrá menos oposición se podrán abrir más fácilmente.
  • Eso no iguala el papado de Francisco con el de Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero no obvia los problemas generados por esos pontífices. No hablamos ya de Pablo VI, un absoluto horror.
Una obviedad antes de empezar: eso no te convierte en sedevacantista.
La respuesta tiene que ser necesariamente larga. Serán varios artículos. Estas cosas no se pueden ventilar en pocas líneas, pero es ciertamente sorprendente que alguien sostenga, sin hacer caso a las vías de agua que tiene la tesis, más o menos (2) lo siguiente:
  • Cuando Francisco es elegido Papa llevábamos 35 años (de 1978 al 2013) de gobierno maravilloso de la Iglesia aunque habían tenido que lidiar con el “Espíritu del Concilio”, y habían cometido algún pequeño error.
  • Los Papados anteriores también habían sido muy meritorios.
  • Desde el 2013 Francisco se ha dedicado a desmontar la Iglesia.
¿Cuáles serían estas vías de agua?
  • ¿Una organización sana elige Papa a alguien como Francisco?
  • Y si lo elige por alguna razón o error, ¿cuánto tardaría en ponerlo en su sitio si tuviese vigor?
  • El colegio cardenalicio, elegido íntegramente por Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha votado por Francisco. ¿Seguro que sólo cometieron algún pequeño error?
  • El colegio cardenalicio, elegido íntegramente por Juan Pablo II y Benedicto XVI, salvo contadas excepciones, permanece callado o nos explica sin ningún rubor que el blanco y el negro es el mismo color. ¿Seguros que sólo cometieron algún pequeño error?
  • Si mañana muere Benedicto XVI, y dado que no se hará un nuevo cónclave, ¿les haría eso a quienes sostienen esta tesis sedevacantistas?
  • Cuando hablamos de doctrina de la Iglesia ¿a qué nos referimos exactamente? ¿Se incluye ahí el ecumenismo, la libertad religiosa, el reinado social de Cristo, la reforma litúrgica etc?
  • Hace unos ideas enlazábamos a los datos sobre los fieles católicos en Hispanoamérica. Del año 1995 al 2017 más de 10 países han perdido al menos 20 puntos porcentuales entre los que se declaran católicos. ¿Podemos achacar esto sólo a los 5 últimos años?
  • Un ejemplo europeo. En Bélgica, en los años 60, acudían a Misa más del 40% de los católicos. Hoy, apenas roza el 4%. Cualquiera podríamos hablar de algo similar de nuestra diócesis, pero ¿Qué parte imputamos a Francisco?
  • Es decir, la Fe ha muerto en la otrora Cristiandad y nada predice que pueda volver a brotar. Y no ha muerto estos últimos 5 años. Dice el Evangelio que “por sus frutos los conoceréis”, luego, ¿cuál es el origen de la crisis?
(1) El tema de monseñor Lefebvre daría para mucho pero es, ciertamente irónico, trágicamente irónico, que en una época en que muchos obispos, arzobispos o cardenales nieguen verdades de Fe sólo Lefebvre, sin negar ninguna, fuese excomulgado.

(2) No pretendo simplificar o trivializar las opiniones del autor. Creo que es. más o menos, lo que dice.
Capitán Ryder
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Finalmente, y como aperitivo, citamos unas palabras del teólogo jesuita Avery Dulles, creado Cardenal por Juan Pablo II en 2001 (artículo tomado de infocaótica, 1 de diciembre de 2012, de título Todos herejes 
“Es más interesante para nuestro problema observar que el Vaticano II dio marcha atrás silenciosamente sobre posiciones anteriores del magisterio Romano en numerosas cuestiones de importancia. Los ejemplos más claros son suficientemente conocidos. En los estudios  bíblicos, por ejemplo, la Constitución sobre la Divina Revelación aceptó un acceso crítico al Nuevo Testamento, apoyando así las iniciativas previas de Pío XII y liberando a la Iglesia, de una vez por todas, de las pesadillas de los decretos anteriores de la comisión bíblica. En el Decreto de Ecumenismo, el Concilio dio la cordial bienvenida al movimiento ecuménico y comprometió a la Iglesia Católica en la cuestión más amplia de la unidad Cristiana, acabando así con la hostilidad santificada en la Mortalium animos de Pío XI. En las relaciones entre la Iglesia y el Estado, la Declaración sobre la Libertad Religiosa aceptó al Estado religiosamente neutro, negando así la opinión aprobada previamente de que el Estado debería reconocer formalmente la verdad del Catolicismo. 
En la teología de las realidades terrenas, la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual adoptó una visión evolutiva de la historia y un optimismo moderado con respecto a los sistemas seculares de pensamiento, acabando así con más de un siglo de denuncias vehementes contra la civilización moderna.
Como resultado de éstas y otras revisiones de antiguas posturas oficiales, el Concilio rehabilitó a muchos teólogos que habían sufrido restricciones severas en su capacidad de enseñar y publicar. Los nombres de John Courtney Murray, Teilhard de Chardin, Henri de Lubac e Yves Congar, todos ellos tenidos como sospechosos en la década de los 50, aparecieron de repente rodeados por un halo brillante de entusiasmo.
Con su práctica concreta del revisionismo, el Concilio enseñó implícitamente que es legítimo y hasta valioso disentir. De hecho el Concilio admitió que  el magisterio ordinario del Romano Pontífice se había equivocado, y había dañado injustamente las carreras de hábiles y fieles teólogos”.

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P.D. Parece que este conocido teólogo, sin ningún empacho, proclamaba que la, tan cacareada “doctrina bimilenaria” fue convenientemente arrinconada en algunos aspectos. Aún estamos esperando que hagan la valoración sobre el camino que ellos decidieron emprender y en el que embarcaron a toda la Iglesia.

jueves, 17 de mayo de 2018

La tensa y dramática conversación entre Pablo VI y Marcel Lefebvre



El 11 de septiembre de 1976, once años después del concilio, se produjo en Castel Gandolfo un encuentro entre el Papa Pablo VI y uno de los principales escépticos con las reformas que se habían producido en la Iglesia a raíz del citado concilio, el arzobispo francés Marcel Lefebvre.

En ese momento, el fundador de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, contaba ya con un seminario propio en Écône, en la diócesis suiza de Friburgo, que era reconocido por el obispo François Charrière. Tras la negativa de esta comunidad a celebrar según el nuevo misal romano en 1974, el obispo Pierre Mamie, sucesor de Charriere, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, le retiró el reconocimiento canónico y pidió su clausura.

La Santa Sede, por tanto, trató de dialogar con Lefebvre y tras varios procedimientos, dos años más tarde, Pablo VI recibió al francés en Castel Gandolfo. Ambos mantuvieron una reunión, de poco más de media hora, que fue sellada en un acta transcrita por el Sustituto de la Secretaría de Estado por aquel entonces, Giovanni Benelli. También estuvo presente el Secretario particular del pontífice, Pasquale Macchi.

Décadas más tarde, el documento ha salido a la luz gracias al libro La barca de Pablo, escrito por el regente de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza.

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A continuación, gran parte de la conversación publicada por Vatican Insider:
“Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa –comienza Pablo VI- ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un hombre pobre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad”.
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: 
“Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos”. Y añade que no es el único, pues con él están “obispos, sacerdotes, numerosos fieles”. Afirma que “la situación en la Iglesia después del Concilio” es tal que no saben qué hacer. “Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento”, sino los fieles “que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condena porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia”.
Pablo VI interviene para desmentir: 
“No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición”.
 Lefebvre retoma la palabra: 
“Muchos sacerdotes y fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron al día siguiente del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…”.
“Pero, ¿qué está diciendo?”, interrumpe Montini. 
“No soy yo… es la televisión”, balbucea Lefebvre para defenderse. 
“Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa”
El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: 
“Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo”.
El Papa Montini observa: 
“Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras”.
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque “lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus Predecesores”
El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, pero asegura tomar nota de su perplejidad y actitud contra el Concilio… 
"No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos". 
Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe sumarse a él, a todos sus documentos”
El arzobispo francés replica: “Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores”
Después Lefebvre dirige al Papa una petición:
 “¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?” 
Responde Pablo VI: 
“Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes”. 
Lefebvre argumenta:
 “El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…”. 
Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos “vigile mi Seminario”, se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario “sin salir”.
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) vino para hablarle en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza. 
“Para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?” 
“Nunca ha sido mi intención…”, se defiende Lefebvre. 
Pero el Papa Montini replica: 
“Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia”. 
Y Lefebvre responde: 
“La crisis de la Iglesia existe”.
 Pablo VI: 
“Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa”.
Lefebvre replica: 
“No se me juzga como se debería”. 
Montini responde: 
“El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Es consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?”.
El arzobispo propone:
 “A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos”. (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
“No puedo permitir que usted se convierta en culpable de un cisma”
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que "hay por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística". 
Pablo VI responde: 
“No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos”.
El arzobispo responde:
 “No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia”. 
Y afirma Montini: 
“Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿es usted consciente de lo que hace? ¿Es consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus méritos, que hemos estado de acuerdo en el Concilio sobre muchos problemas…”. 
Reconoce Lefebvre, 
“es cierto”.
“Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión”. 
El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: 

“El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus””.

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NOTA:

El final de este escrito, de Andrea Tornielli, en Vatican Insider, titulado
He aquí el acta secreta del encuentro entre Pablo VI y Lefebvre 
continúa diciendo:

Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se habría verificado más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre, ya cerca de la muerte, decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa, Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».