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miércoles, 3 de mayo de 2023

Suspenden ‘a divinis’ a sacerdote italiano por criticar Amoris laetitia (Carlos Esteban)







El padre Tullio Rotondo, sacerdote italiano, ha sido suspendido ‘a divinis’ por su obispo, lo que le impide administrar los sacramentos, por un libro en el que critica la exhortación postsinodal Amoris laetitia por defender lo que ha sido la postura de la Iglesia durante toda su historia.

El primer documento de trabajo que se hizo público sobre el sínodo de la sinodalidad escandalizó a no pocos fieles porque en él se dejó claro que la asamblea sinodal iba a debatir asuntos que son ya parte del Depósito de la Revelación y para los que holgaba todo debate. Sin embargo, se nos dijo que no debíamos temer el diálogo sobre cosa alguna.

Otra cosa, en cambio, es criticar cualquier cosa que haya salido de la pluma del actual pontífice. En tal caso, la reacción es fulminante e implacable. Ni escucha atenta, ni diálogo ni apertura al ‘diferente’: toda la capacidad punitiva de la Iglesia caerá sobre el osado.

Que se lo digan, si no, al padre Tullio Rotondo, suspendido a divinis por su obispo por haber publicado un libro contra los errores del Papa Francisco contenidos en su exhortación postsinodal Amoris Laetitia de 2016.

Rotondo ha concedido una entrevista a LifeSite en la que explica en detalle los argumentos de su libro, titulado La traición de la sana doctrina a través de Amoris laetitia. Cómo el Papa Francisco y algunos de sus colaboradores están difundiendo una moral contraria al depósito de la fe. El libro destaca “varios errores que el Papa y algunos de sus asociados están difundiendo respecto al Sacramento de la Confesión, la conciencia moral, la Ley Moral y la pena de muerte”, según Rotondo.

El sacerdote no ha perdido la paz por la implacable medida de su obispo, más bien al contrario.

“Es un momento muy feliz en mi vida, porque, como decían los Apóstoles, me alegro de poder sufrir algo con Cristo y por Cristo, por Su Verdad. Estoy en paz interiormente y siento que he encontrado mi vocación”. Se negó a retractarse de su libro cuando su obispo, Camillo Cibotti de la Diócesis de Isernia-Venafro, le dijo que lo hiciera.

El decreto menciona explícitamente la “desobediencia al propio ordinario” e invoca el can. 1371 del Código de Derecho Canónico, que establece que el sacerdote que “persiste en la desobediencia después de una advertencia” puede ser castigado.

En una explicación de su libro publicado por el periodista italiano Aldo Maria Valli, Don Rotondo explicó en junio de 2022 su comprensión de la obediencia: “Preciso al respecto que algunos cristianos, evidentemente incompetentes, creen, también por una interpretación incorrecta de los textos bíblicos, que la obediencia cristiana consiste en hacer siempre lo que dice el superior, sobre todo si es el Papa, y por eso lo señalan como desobediente. cualquiera que se oponga a las declaraciones y decisiones del Pontífice; estos cristianos necesitan que se les recuerde que su concepción de la obediencia es en realidad “nazi” y no cristiana. El cristiano debe ante todo obedecer al Supremo Superior que es Dios y por tanto debe someterse a las indicaciones y mandatos de los demás superiores sólo en la medida en que estas indicaciones y mandatos no se opongan a los divinos. Santo Tomás es muy claro en este punto”.
 
Carlos Esteban

lunes, 26 de septiembre de 2022

Respuesta a un lector defensor de Amoris Laetitia



Como por desgracia me ocurre frecuentemente, la respuesta al comentario de un lector, Oscar Alejandro Campillay Paz, me ha salido más larga que los propios artículos, así que he decidido cortar por lo sano y convertirla en artículo. Además, se trata de un tema interesante, la cuestión de si hay contenido heterodoxo en Amoris Laetitia y cómo hay que interpretar ese contenido, que ha salido frecuentemente en el blog.

En negro pondré las afirmaciones de Óscar Alejandro Campillay y mis comentarios, como siempre, irán en rojo.
……………………….

Cómo católico no afirmo la impecabilidad de Nuestro Santo Padre Francisco, ni lo hago de nadie, ni de Óscar Alejandro, ni de Bruno Moreno.

Ciertamente, no afirma de forma teórica que el Papa sea impecable o perfecto. Pero, en la práctica, cuando se muestra razonadamente que una conducta del Papa es criticable y grave, se pone como una furia e insulta a los que lo muestran. Eso es defender, de hecho, la impecabilidad del Papa como si fuera un dogma de fe. Es una heteropraxis que corresponde a una heterodoxia implícita por su parte, que intenta imponer a los demás.

Lo que si afirmo es lo que establece la doctrina; el Papa es infalible en materia de Fe y Moral, cuando habla ex cáthedra.

Cierto, pero irrelevante. Este Papa no lo ha hecho nunca, de modo que nada tiene eso que ver con absolutamente nada de lo que se ha discutido en este blog.

Lo que sí afirmo, es que un texto magisterial cuando presenta temas o enfoques que puedan presentarse a confusión, o a más de una interpretación posible, debe elegirse siempre la interpretación que esté en concordancia y continuidad con el magisterio precedente, es decir una hermenéutica de la continuidad y no de la ruptura.

Me temo que no entiende bien lo que está diciendo. En efecto, se trata de una regla general e fundamental para interpretar cualquier afirmación magisterial. Aunque esa formulación particular corresponda a Benedicto XVI, es un principio tradicional, que siempre ha existido y sin el cual no se podría entender el magisterio de ninguna época. Obviamente, en la enseñanza de la Iglesia hay una continuidad sustancial, por la que la Iglesia enseña siempre el mismo depósito de la fe. Eso sí, usted ha citado una formulación incompleta, de andar por casa, del principio. El principio no afirma que todo lo que pueda decir una autoridad de la Iglesia sea conforme con la fe católica, sino que, al contrario, incluye necesariamente rechazar todo aquello que se pretenda enseñar cualquier autoridad eclesial y que sea contradictorio con la fe de la Iglesia. Si no se incluye esta precisión obvia, para nosotros serían iguales los prelados herejes y los católicos, veneraríamos a la par los textos de Atanasio y los de Arrio, los de Pablo de Samosata y los de San Gregorio, los de Honorio I y los del tercer Concilio de Constantinopla.

Lo que sí afirmo en que en el supuesto que un texto o expresión de una autoridad superior, sea el Papa o los Obispos reunidos, sea evidentemente y sin duda de interpretación, heterodoxo, será a todas luces, materia no magisterial.


De nuevo, no entiende bien lo que afirma, por no hacer las distinciones fundamentales. En sentido estricto, lo heterodoxo no puede ser, por su propia naturaleza, magisterial. Eso es evidente. Nadie tiene autoridad, ni en la tierra ni en el cielo, para enseñar con la autoridad de Cristo algo que es contrario a la fe católica. Quien pretenda hacerlo está usurpando una autoridad que no se le ha dado ni se le puede dar. Eso no significa que los obispos, que son seres humanos falibles, incluido el obispo de Roma, no vayan a intentar en ocasiones imponer magisterialmente afirmaciones heterodoxas. Esas afirmaciones no son en sentido estricto magisteriales (por ser heterodoxas), pero sí lo son en el sentido amplio de que ellos las pueden presentar como tales, para que como tales sean recibidas por los fieles. Si existe un magisterio infalible (lo definido por un Papa ex cathedra o lo definido dogmáticamente en un concilio ecuménico) eso necesariamente quiere decir que hay un magisterio falible, del Papa y de los obispos reunidos o sin reunir. Luego ese magisterio puede incluir heterodoxias. Luego defender a capa y espada que eso no puede ocurrir (como ha hecho usted repetidas veces en este blog) es absurdo y no lleva a ningún sitio. Como hemos dicho, esas afirmaciones contrarias a la fe no serán magisteriales en sentido estricto, pero sus autores las presentarán como tales (de otro modo, no sería magisterio falible). Y, cuando lo hagan, como ya lo han hecho en otras ocasiones durante la historia, habrá que rechazar esas afirmaciones heterodoxas. Que es lo que se ha dicho en este blog sobre las graves afirmaciones erróneas que contiene Amoris Laetitia, entre otros documentos. Su postura de que el Papa o los obispos reunidos no pueden nunca errar al enseñar en materia de fe es equivalente a negar que existe el magisterio ordinario o magisterio falible, porque, si su magisterio es falible, pueden errar en lo que enseñan. De otro modo el concepto mismo de magisterio falible e infalible carece de sentido.

Lo que sí afirmo es que A.L. tiene importantes elementos magisteriales y también, otros eminentemente pastorales, más observaciones, reflexiones y pistas teológicas absolutamente personales del Papa.

Eso es evidente y se ha señalado a menudo en este propio blog. De nuevo, un principio fundamental para entender el magisterio es distinguir lo que hay en él de materia magisterial y lo que hay de materia que no lo es, como sugerencias, los “sueños” a los que tan aficionado es este Papa, afirmaciones sobre temas no magisteriales, etc. Dicho eso, es indiscutible que el Papa ha pretendido presentar como magisteriales sus afirmaciones sobre la comunión de los divorciados en una nueva unión, las ha remachado una y otra vez y las ha convertido en criterio para toda la Iglesia, permitiendo y elogiando lo que siempre ha estado prohibido, porque la fe exige que se prohíba. Por mucho menos que esto el Papa Honorio fue condenado como hereje y el Papa San León dijo que él que “en vez de purificar a esta Iglesia apostólica, se esforzó, por una traición sacrílega en destruir la fe inmaculada”.

Lo que si afirmo es que, no solo es posible, sino que es la única opción válida, leer A.L. en concordancia con el Magisterio precedente, especialmente F.C.

De nuevo, no hace las distinciones oportunas. Leer Amoris Laetitia en concordancia con el magisterio precedente implica necesariamente (salvo que lo que se esté haciendo sea un simple ejercicio de salvar las apariencias) rechazar lo que en ella haya que sea contrario a ese magisterio de siempre de la Iglesia. La concordancia no puede existir entre una afirmación y su contradictoria. Me alegra que haya mencionado usted Familiaris Consortio, donde se afirma expresamente lo contrario que en Amoris Laetitia sobre la comunión de los adúlteros impenitentes. No puede haber concordancia ni continuidad entre que los divorciados vueltos a casar están en situación objetiva de pecado grave y no pueden comulgar y que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar porque seguir adulterando es lo que Dios quiere para ellos. Luego leer esos dos documentos (y Veritatis Splendor y todos los anteriores) en continuidad requiere necesariamente rechazar lo que se dice en Amoris Laetitia sobre la comunión de los adúlteros, la inexistencia de actos intrínsecamente malos, la (horrorosa) afirmación de que Dios quiere que pequemos gravemente en ocasiones, etc. Así lo hizo San León con los textos del Papa Honorio, por ejemplo, y no pretendió que lo que enseñaban esos textos era concorde con la Tradición de la Iglesia. Eso y no otra cosa es lo que se ha hecho en este blog y en este portal. Y eso y no otra cosa es lo que usted ha criticado una y otra vez con graves acusaciones contra los que aquí escribimos.

Es lo que han hecho multitud de moralistas. También es lo que se ha hecho en este portal, léase por ejemplo la precisa reflexión de Fray Nelson Medina en “A.L. , ante la confusión, qué?”

Claro, pero hay que hacerlo bien. Y teniendo en cuenta cómo el propio Papa ha interpretado posteriormente esa exhortación. Usted, significativamente, omite que ese artículo de Fray Nelson es inmediatamente posterior a la publicación de la exhortación e intentó hacer una interpretación ortodoxa, más o menos forzada, de las afirmaciones heterodoxas. Pero esa interpretación ya no es posible cuando el propio autor, posteriormente, se ha encargado de confirmar que la interpretación correcta es la heterodoxa y “no hay otras interpretaciones”. Lo que es inadmisible es pretender interpretar hoy Amoris Laetitia en contra de la interpretación que ha dado el propio Papa en su carta a los obispos de Buenos Aires y en su práctica. Si el Papa dice que debe interpretarse como la han interpretado los obispos de Buenos Aires (como la defensa de la comunión de los adúlteros impenitentes y la negación de los actos intrínsecamente malos) es que hay que interpretarla así. Si la práctica del Papa en su propia diócesis de Roma donde se da de comulgar a los adúlteros y al felicitar a las diócesis que dan la comunión a los adúlteros confirma la interpretación heterodoxa de Amoris Laetitia, entonces no cabe ninguna otra interpretación.

Es por ello que no hemos escuchado oponerse por ejemplo al Cardenal Sarah, a Mons. Munilla, o a el Papa emérito Benedicto XVI.

Ni usted ni yo sabemos por qué hablan o dejan de hablar el cardenal Sarah, Mons. Munilla o Benedicto XVI, salvo quizá en el caso de este último, que no debe hablar como Papa, porque ya no lo es, y prudentemente debe guardar silencio para que no parezca que lo hace. El argumento ex silentio es debilísimo y pretender que su interpretación de ese silencio es correcta no pasa de wishful thinking. Se puede interpretar el (relativo) silencio de los obispos buenos de mil maneras. La más probable (y que me consta que es la acertada en varios casos) quiza sea la intención de no hablar públicamente contra Amoris Laetitia (pero sí privadamente), por el deseo de seguir defendiendo la buena doctrina (contraria a Amoris Laetitia y otros textos) sin que les echen de sus sedes, para así poder defender a sus fieles de la mala doctrina. Es decir, la idea de “si me echan a mí, vendrá otro peor, así que mejor que no me echen”. Otros tienen miedo de escandalizar a los fieles más sencillos, que no se enteran de nada y no saben todavía que el Papa ha enseñado graves errores. Otros simplemente tienen miedo de lo que les pueda pasar. Otros muchos creen que lo mejor es esperar a que se muera el Papa y venga otro mejor. Y otros, aunque esos ya no son realmente obispos buenos, ponen al Papa por encima de la Tradición y la fe de la Iglesia, de manera que defienden lo que diga cualquier Papa, aunque sea lo contrario que han enseñado siempre. En cualquier caso, todo esto es irrelevante, porque, si en tiempos de San Atanasio, “el mundo se despertó arriano” e innumerables obispos se pasaron al arrianismo, eso no hizo que el arrianismo fuera más verdad o menos herético. Lo importante no es quién dice qué, sino si lo que se dice es cierto o erróneo.

Lo que si afirmo es que el Papa no ha negado ninguna verdad de la doctrina, ni es hereje, ni nadie en la tierra tiene potestad ni autoridad para afirmar lo contrario.

Esta afirmación es evidentemente errónea, además de engañosa. Errónea porque, si nadie pudiera decir eso de un Papa, no habría podido hacerlo el tercer Concilio de Constantinopla sobre Honorio y tampoco podrían haberlo hecho los sucesores de Honorio. Si eso fuera verdad, los teólogos de París y el resto de la cristiandad no habrían podido decirlo del Papa Juan XXII, ni tampoco su sucesor. Si eso fuera así, Santo Tomás no habría enseñado que, cuando hay peligro para la fe, los súbditos pueden corregir públicamente a los prelados. Y engañosa porque pretende ilegítimamente que el hecho verdadero de que la primera Sede no puede ser juzgada por nadie equivale a que nadie puede afirmar que un Papa ha dicho una herejía. Una cosa es que nadie (a no ser quizá un concilio imperfecto) pueda hacer un juicio canónico al Papa y otra muy diferente que un católico no pueda y deba rechazar las heterodoxias que diga cualquier pastor, incluido un Papa. Que esto último es legítimo es evidente, porque nos lo manda la propia Palabra de Dios por boca de San Pablo: si nosotros o un ángel del cielo os enseñara algo diferente al Evangelio que habéis recibido, sea anatema. Si esto se puede decir de un Apóstol, se puede decir igualmente de cualquier obispo o Papa, excepto en el caso particularísimo de que hable ex cathedra. Al final, todas sus afirmaciones se basan en el (comprensible pero rechazable) voluntarismo de empeñarse en que el Papa no ha dicho nada contrario a la fe cuando lo ha hecho de forma evidente. Ojalá no lo hubiera hecho, pero lo ha hecho. Todo esto se le ha explicado muchas veces, con gran paciencia, mostrándole una y otra vez los textos del Papa en que expresamente se enseñan cosas contrarias a la fe. Pero le da igual, porque cree usted firmemente en una serie de dogmas que nada tienen de católicos (sobre la impecabilidad práctica del Papa, sobre su supuesta infalibilidad también en su magisterio falible y sobre la necesidad de acallar cualquier voz que señale lo contrario) y que le impiden ver la realidad. De ahí que insulte a todo el que se atreva a recordar la incómoda realidad. ¿Qué quiere que le diga? La realidad es la realidad, aunque no nos guste

Por otro lado, le agradecería explicite y pruebe, cuándo y a quiénes he insultado. Que si logra probarlo, me imagino que creerán mucho menos en mí.

Concedido. Citemos simplemente algunas cosas que ha dicho en mi blog: que necesito censurarle para silenciarle, que me he alejado de la verdad, que actúo contra mi conciencia, que somos enemigos del Papa, que nos escondemos dentro de la Iglesia, que somos soberbios y maliciosos, que acostumbro a eliminar los comentarios que me afectan, que le temo, que calumniamos, que nos molesta la coherencia de los demás, que mentimos, que intentamos mostrar al Papa como antipático, que elegimos titulares engañosos, que soy de una cobardía impresentable, que tengo un problema de madurez psicológica, que no puedo engañar siempre a todos, que renuncio a debatir como un hombre de bien, que le recuerdo a un niño enrabietado, que soy un soberbio, que me limito a escribir y no hago nada más, que me burlo del Vicario de Cristo, que cometemos burdas faltas de respeto al Papa, que engañamos en nuestras noticias sobre el Papa, que somos enemigos del Papa, que maquinamos desde dentro la ruina de la Iglesia, que nos provoca escozor lo que dice el Cardenal Sarah, que somos desobedientes, que me burlo de su sinceridad, que ataco con virulencia, que mi pretendido diálogo es un monólogo, que tengo miedo de publicar sus comentarios, que miento al decir por qué hago las cosas, que insultamos al Vicario de Cristo, que soy un hipócrita, que digo tonterías infantiles, que no tenemos valentía, que no respetamos a los demás, que adolecemos de impotencia de ideas y un largo etcétera porque ya me he cansado de leer sus comentarios pasados.

Todo ello, envuelto en lenguaje pasivo-agresivo y mucha referencia al “buen Dios” y a lo malo que es usted y lo importante que es respetar a todo el mundo, como si los insultos aderezados con buenismo y miel fueran menos insultos. Y añadiendo el desviar invariablemente los temas hacia lo buenos o malos que son los otros comentaristas y el hacerse el ofendidito después de insultar constantemente a los demás. Por eso, y no por otra cosa, se borran sus comentarios y, como no se enmienda, seguirán borrándose.

Saludos y que Dios le bendiga abundantemente.

Bruno Moreno

sábado, 14 de mayo de 2022

Francisco pretende que «el verdadero tomismo es el de Amoris Laetitia» LO CIERTO ES QUE MANIPULA EL MAGISTERIO DE SANTO TOMÁS



En un discurso dirigido a los participantes en el congreso de teología moral organizado por la Pontificia Universidad Gregoriana con motivo del año dedicado a Amoris Laetitia, el papa Francisco ha advertido contra un «retroceso» - «ya sea por miedo, por falta de imaginación o por falta de coraje»- que actualmente «hace tanto daño a la Iglesia». Y refiriéndose a su Exhortación Apostólica de 2016, ha asegurado que «el verdadero tomismo es el de Amoris laetitia». La realidad es que manipula las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino.

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(CNAd/InfoCatólica) Aunque es necesario «volver a las raíces», dijo el pontífice, porque sin ellas «no podemos dar un paso adelante», al mismo tiempo «debemos avanzar».

Ir hacia atrás «no es cristiano». Este retroceso, dijo, significa «retroceder para tener una protección, una seguridad, para evitar el riesgo de ir hacia adelante, el riesgo cristiano de llevar la fe, el riesgo cristiano de recorrer el camino con Jesucristo. Y eso es un riesgo».

Especialmente en la teología moral, dijo, hay «una conversión con propuestas casuísticas, y la casuística que creía enterrada bajo siete metros reaparece como una propuesta -un poco velada: 'Hasta aquí puedes, hasta aquí no puedes, aquí sí, aquí no'».

¿Tomismo decadente o verdadero tomismo?

El Pontífice indica que «el pecado de la regresión» consiste en tratar de reducir la teología moral a la casuística:

«La casuística ha sido superada. La casuística fue la base del estudio de la teología moral para mí y mi generación. Pero es propio del tomismo decadente».

«El verdadero tomismo es el de Amoris laetitia» asegura Francisco, «el que tiene lugar allí, está bien explicado en el Sínodo y es aceptado por todos. Es la enseñanza viva de Santo Tomás la que nos lleva a avanzar con riesgo pero en obediencia. Y esto no es fácil. Por favor, tengan cuidado con este atraso, que es una tentación actual incluso para ustedes como teólogos morales».

La verdad sobre Amoris Laetitia

La afirmación de que Amoris Laetitia es un documento tomista no se corresponde con la verdad -de hecho es exactamente lo contrario- y ha sido refutada en varias ocasiones. El sacerdote dominico y teólogo moral Basil Cole escribió para el National Catholic Register en 2016:
«La enseñanza de Santo Tomás de Aquino es clara: Una persona que no tiene la intención de cambiar su vida y abandonar el pecado público -incluyendo las relaciones sexuales con una persona que no es el cónyuge sacramental- no debe recibir la Sagrada Comunión ni la absolución, porque [el pecado público] es un pecado de escándalo por el que se hace pecar a otros.

Invocar la enseñanza de Santo Tomás sobre las virtudes eventualmente no-operativas, con el fin de atenuar o eximir de culpa a las parejas «irregulares» que no logran salir de su situación objetivamente pecaminosa –adúlteros crónicos, uniones homosexuales, etc.– es un error. La doctrina de Santo Tomás, que es la católica, exime de culpa a quien no puede ejercitar cierta virtud en las obras buenas que son su objeto propio, debido a impedimentos externos a su voluntad. Pero el texto aducido en la Exhortación se refiere a situaciones «irregulares», en las que la persona se ejercita pertinazmente en obras malas –adulterio, unión homosexual, etc.–.

La única interpretación posible de Amoris Laetitia según el propio papa Francisco permite a los divorciados vueltos a casar civilmente, a los que Cristo califica de adúlteros, recibir la comunión en determinados casos. Sin embargo Juan Pablo II afirma en la encíclica Veritatis Splendor:
En el caso de los preceptos morales positivos, la prudencia ha de jugar siempre el papel de verificar su incumbencia en una determinada situación, por ejemplo, teniendo en cuenta otros deberes quizás más importantes o urgentes. Pero los preceptos morales negativos, es decir, los que prohíben algunos actos o comportamientos concretos como intrínsecamente malos, no admiten ninguna excepción legítima; no dejan ningún espacio moralmente aceptable para la creatividad de alguna determinación contraria. Una vez reconocida concretamente la especie moral de una acción prohibida por una norma universal, el acto moralmente bueno es sólo aquel que obedece a la ley moral y se abstiene de la acción que dicha ley prohíbe.
El resto del Magisterio de Juan Pablo II, así como el de Benedicto XVI, excluye la posibilidad de que los adúlteros comulguen. En la exhortación apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II se lee:
La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»
(Familiaris Consortio 83)
Y Benedicto XVI indica en Sacramentum Caritatis:

El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía...

.... se ha de evitar que la preocupación pastoral sea interpretada como una contraposición con el derecho. Más bien se debe partir del presupuesto de que el amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el derecho y la pastoral: en efecto, la verdad nunca es abstracta, sino que «se integra en el itinerario humano y cristiano de cada fiel ». Por esto, cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse por vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis eclesial.
        (Sacramentum Caritatis, 29)

Y esto enseña el concilio de Trento:
De la observancia de los mandamientos, y de cómo es necesario y posible observarlos. Pero nadie, aunque esté justificado, debe persuadirse que está exento de la observancia de los mandamientos, ni valerse tampoco de aquellas voces temerarias, y prohibidas con anatema por los Padres, es a saber: que la observancia de los preceptos divinos es imposible al hombre justificado. Porque Dios no manda imposibles; sino mandando, amonesta a que hagas lo que puedas, y a que pidas lo que no puedas; ayudando al mismo tiempo con sus auxilios para que puedas; pues no son pesados los mandamientos de aquel, cuyo yugo es suave, y su carga ligera. (Cap. XI del Decreto sobre la justificación).
Y también:
Si alguno dijere que es imposible al hombre aun justificado y constituido en gracia, observar los mandamientos de Dios; sea excomulgado.
(Canon XVIII sobre la justificación)

Y la Escritura enseña igualmente que:
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla. (1ª Cor 10,13)
Y:
porque Dios es quien obra en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito. (Fil 2,13)
Por tanto:

1- No hay excepciones a la hora de cumplir los mandamientos de Dios. Cualquier incumplimiento es moralmente inaceptable.

2- No es imposible para el cristiano cumplir los mandamientos de Dios.

3- Dios mismo, por medio de su gracia, hace que el cristiano pueda serle fiel cumpliendo sus mandamientos.

Todo ello pretende ser anulado por Amoris Laetita, especialmente en su punto 301, que dice así:

Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.

Donde la Biblia, la Tradición y el Magisterio decían que no hay excepciones al cumplimiento de los mandamientos de Dios, pues Dios mismo ayuda a cumplirlos, Amoris Laetitia indica que sí hay excepciones en las que el cristiano no puede hacer lo que Dios le concede hacer. Ni Santo Tomás ni ningún otro santo, padre de la Iglesia, doctor de la Iglesia, concilio ecuménico o Papa puede ser usado para defender la enseñanza heterodoxa de esa Cap. XI del Decreto sobre la justificación.

viernes, 24 de septiembre de 2021

De la boca de los comentaristas y los niños de pecho (Bruno Moreno)



El otro día, en Eslovaquia, el Papa Francisco se reunió con jesuitas del país y tuvo una conversación distendida con ellos. Prefiero no comentar la mayor parte de esa conversación, porque creo que tiene más que ver con debilidades humanas que otra cosa. Hay una frase, sin embargo, de la que conviene hablar, porque afecta a toda la Iglesia y a la fe y la moral católicas.

Ante la pregunta de un joven jesuita, el Papa dijo: “Estoy pensando en el trabajo que se ha realizado —el Padre Spadaro estaba allí— en el Sínodo de la Familia para hacer entender que las parejas en segunda unión no están ya condenadas al infierno”. Es una frase asombrosa, que nos revela lo que piensa el Papa sobre Amoris Laetitia y sobre el cambio que quiere realizar en la moral de la Iglesia.

A mí la frase más bien me deja sin palabras, pero, por suerte, una comentarista con el norteño seudónimo de Argia ha hecho honor a su nombre (argia significa luz) y ha dejado en mi blog un resumen difícilmente mejorable de lo que ha dicho el Papa:

“Lo que yo entiendo, con ese párrafo es:

El matrimonio, ya no es indisoluble

Los casados vueltos a casar, después de Amoris Laetitia, ya no se van al infierno, es decir ya no viven en pecado mortal.

Los de antes es muy posible que sí, porque ellos sí vivían en pecado mortal.

Lo que dice Jesús en el evangelio: “el que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio” o “el que mire a una mujer deseándola” también, ya no está vigente.”

Más claro, imposible. Conviene señalar que Argia, que yo sepa, no es teóloga ni nada por el estilo y precisamente por eso su reacción es tan importante. No se trata de especulaciones de teólogos y moralistas. Todo el mundo puede ver los efectos de este nuevo paradigma moral que se nos quiere imponer.

Son efectos terribles: destrucción del sacramento del matrimonio, destrucción de la idea misma de pecado mortal, ruptura con la Iglesia de los dos milenios anteriores porque puede estar equivocada en sus preceptos fundamentales y rechazo frontal del propio Evangelio y de las palabras del mismo Cristo para actualizarlas a la mentalidad del mundo en nuestra época. Es para echarse a llorar.

Esos son, además, solo los efectos inmediatos, porque este nuevo paradigma conlleva consecuencias inevitables que únicamente algunos (capitaneados por los obispos alemanes) han empezado a sugerir. A fin de cuentas, si uno puede seguir adulterando y no ir al infierno, ¿por qué no va a poder seguir mintiendo, robando, abusando de niños o asesinando? La única diferencia es que algunos de esos pecados están de moda y otros no, pero moralmente hablando, si es posible para uno también lo será para los otros. Si es posible divorciarse y vivir en adulterio y recibir a Cristo con la conciencia tranquila, ¿por qué no lo va a ser usar anticonceptivos, vivir en pareja del mismo sexo, abortar, negar la fe o desobedecer al Papa o al obispo con la conciencia igualmente tranquila y comulgando todos los domingos? ¿Por qué vamos a “acompañar” un pecado y otros no?

Por otro lado, si la Iglesia ha estado equivocada en algo fundamental durante dos milenios, ¿por qué no va a estar equivocada en todo lo demás? Cualquier doctrina, cualquier dogma de fe estarían sujetos a revisión y cambio cuando dejen de ser políticamente correctos, como hoy es políticamente incorrecta la indisolubilidad del matrimonio. ¿Dónde queda, entonces, la roca firme de la fe de la Iglesia? Ya no hay fe, sino solo una multiplicidad de las más dispares opiniones, apenas relacionadas con la figura vaga y buenista del Jesús mítico que cada uno se invente en su propia imaginación.

Ya sé que, cinco años después de Amoris Laetitia, algunos lectores preferirían olvidar el tema y que este blog no diera la lata con él, pero no puedo callarme. Como decía, esto afecta a toda la Iglesia, pero de forma especial a los laicos, los seglares, como Argia o como yo mismo, porque lo que está amenazado es particularmente nuestro: el sacramento del matrimonio.

Yo me casé con un sacramento indisoluble, hasta la muerte, con la garantía del amor mismo de Cristo en la cruz, que no puede fallar. Un sacramento en el que Dios hace posible lo que al mundo le parece imposible. Ahora, en cambio, veo que quieren cambiármelo por el triste y pobre sucedáneo que el mundo secularizado actual llama matrimonio y que está herido en su raíz por la desesperanza de una época apóstata que no entiende de compromisos permanentes, de gracia de Dios o de la victoria de Cristo. Quieren darme gato por liebre, cambiar un sacramento por una pálida imitación y sustituir la ley divina por otra humana más “misericordiosa". Quieren, en fin, arrebatarme la herencia más preciada que recibí y que quiero dejar a mis hijos, porque solo en ella se encuentra la vida eterna.

No, no y no. Sobre mi cadáver.

Bruno Moreno

lunes, 28 de diciembre de 2020

El año perfecto para responder a las Dubia (Carlos Esteban)

 INFOVATICANA


Francisco ha querido dedicar el año que pronto empieza, 2021, al estudio y profundización de la exhortación postsinodal Amoris Laetitia, igual que este año que acaba se dedicó a su encíclica ecológica Laudato Sì. En estos 365 días, suponemos, habrá tiempo para responder a las ‘dudas’ -Dubia- planteadas por cuatro cardenales, de los que solo sobreviven dos: el americano Raymond Burke y el alemán Walter Brandmüller.

Los otros dos, Carlo Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia, y Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, murieron esperando ser recibidos por el Papa durante meses.

La exhortación a la que va a dedicarse todo el próximo año contenía un capítulo, el octavo, que, en opinión de estos cuatro cardenales y otros muchos teólogos, clérigos y laicos, consideraban confuso en torno al espinoso asunto de la recepción por parte de los fieles divorciados vueltos a casar. Esto llevó a los cuatro cardenales a enviar a Roma una carta en la que solicitaban al Santo Padre y a la Congregación para la Doctrina de la Fe, que respondieran a cinco dudas -Dubia, en latín- en torno al significado de determinadas declaraciones vertidas en el documento.

Al no obtener respuesta alguna, hicieron pública la carta en lo que no pocos consideraron un gesto de desafío a la autoridad pontificia, aunque seguía tratándose meramente de preguntas y petición de aclaraciones siguiendo un modelo formal usual en la historia de la Iglesia. Pero el Papa siguió ignorando a los cardenales y sus dudas y negándose a concederles audiencia.

De hecho, Su Santidad apenas ha hecho referencia a la presentación de estas dudas. La única que recordamos sucedió en junio de 2018, en una extensa entrevista concedida a la agencia internacional de noticias Reuters, asegurando que había conocido la existencia de la carta “por los periódicos” y añadió que es “una forma de hacer las cosas, digamos, no eclesiástica, pero todos cometemos errores”.

A esas declaraciones reaccionó uno de los cardenales firmantes supervivientes, Brandmüller, quien en una entrevista señaló que “los Dubia fueron publicados después -creo que dos meses después- de que el Papa ni siquiera confirmara su recepción. Es muy claro que escribimos directamente al Papa y al mismo tiempo a la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Qué no ha quedado claro en todo esto?”.

Su compañero Burke tampoco permaneció callado, y en entrevista con LifeSiteNews aseguró que “el difunto cardenal Carlo Caffarra entregó personalmente la carta que contiene el dubia a la Residencia Papal, y al mismo tiempo a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 19 de septiembre de 2016”. Burke agregó que, “durante todo el tiempo desde la presentación de la dubia, nadie ha cuestionado el hecho de que se presentaron al Santo Padre, de acuerdo con la práctica de la Iglesia y con pleno respeto por su cargo”.

El cardenal Burke insistió en que “la presentación de los dubia al Santo Padre se hizo de acuerdo con la antigua práctica de la Iglesia, es decir, se presentaron al Santo Padre sin ninguna publicación, a fin de que él pudiera responderlas por el bien de toda la Iglesia “. Explicó: “Solo cuando, después de varias semanas, no hubo reconocimiento de los dubia o respuesta a ellos, y los Cardenales nos dieron a entender que no habría respuesta a estas preguntas con respecto a los sacramentos del Santo Matrimonio y la Santa Comunión y sobre los fundamentos de la enseñanza moral de la Iglesia, los cuatro Cardenales, incluyéndome a mí, fuimos obligados, en conciencia como Cardenales, a publicar el dubia, el 14 de noviembre de 2016, para que los fieles conocieran estas serias preguntas relativas a la salvación de las almas “.

Los Dubia cubren cinco cuestiones referidas a la enseñanza del magisterio de San Juan Pablo II, contenida notablemente en los textos de referencia Familiaris Consortio y Veritatis Splendor. Las cuestiones, presentadas respetuosamente y con argumentos detallados, parecen sugerir dificultades en reconciliar Amoris Laetitia, o al menos sus implicaciones, con la doctrina católica establecida.

Carlos Esteban

sábado, 15 de junio de 2019

Dos ejemplos de ambigüedad y confusión: Dignitates Humanae, Amoris Laetitia…



Uno de los temas que como bien dice en su última entrada, el padre Javier Oliveira, ha conseguido poner de acuerdo a los progresistas y a los tradicionales, ha sido el tema de la libertad religiosa, proclamado en Dignitates Humanae de forma ambigua y contradictoria. Todos están de acuerdo para bien o para mal que detrás de esta declaración ha habido un intento de cambio en el magisterio eclesiástico, sobre la doctrina de la libertad religiosa. Hoy, apenas un resto fiel, cree en este concepto tal cual lo fue desarrollando el magisterio hasta el controvertido CVII. Quizás ningún documento postconciliar haya hecho correr tantos ríos de tinta . Hoy quizás podríamos haber sido testigos de la publicación de un documentos postconciliar que supere al anterior, me refiero por supuesto a Amoris Laetitia. Como todos los males, nunca vienen solos, y este, es uno de tantos, que contribuyó a la situación de confusión y ambigüedad que padece la Iglesia.

Seguiremos hablando de este documento porque tiene tela. Les dejo con el artículo publicado en correspondencia romana:

Al hombre no le fue dada el habla para ocultar sus pensamientos, sino para expresar la verdad. Sin embargo, para difundir sus errores, los herejes ocultan las profundidades de su pensamiento, ocultándolos en la obscuridad para que solo los iniciados puedan entenderlos.1

Ambigüedad y herejía

En general, un hereje utiliza las sombras de la ambigüedad para engañar a los fieles, así como los búhos y otras aves de presa nocturnas aprovechan la obscuridad de la noche para sorprender a sus presas. Esto es lo que hicieron los herejes jansenistas cuando intentaron escapar de la condenación a través de sucesivas metamorfosis. Sus trucos no escaparon a la vigilancia del Papa Pío VI. En su Bula Auctorem Fidei, promulgada el 28 de Agosto de 1794, él denuncia a los promotores del Sínodo de Pistoia del siguiente modo:2

“Conocían bien el arte malicioso de los innovadores, quienes, temiendo ofender a los oídos católicos, se esfuerzan por cubrir sus trampas con palabras fraudulentas para que el error, oculto entre el sentido y el significado (San León el Grande, Carta 129, de la edición de Baller), se insinúa más fácilmente a sí misma en la mente de las personas y -después de haber alterado la verdad de la frase por medio de un agregado o variante muy breves- se asegura de que el testimonio que tenía que traer la salvación pueda, después de un cierto cambio sutil, conducir a la muerte.«3

In dubio pro reo?

¿La ambigüedad protege a un hereje de la condena? ¿Le evita ser denunciado?

Algunos católicos creen que si una proposición es capaz de una buena interpretación, entonces, a pesar de su manifiesto mal significado, no se puede tomar ninguna medida canónica contra ella o su autor. In dubio pro reo, dicen ellos.

En efecto, si se trata de una única declaración ambigua, o sólo de unas pocas, pueden atribuirse a la mala elección de las palabras, a una torpe improvisación, a la fatiga o a alguna otra explicación razonable de este tipo.

Sin embargo, cuando las ambigüedades son continuas, repetidas y, además, acompañadas de actos,  gestos, actitudes y omisiones que confirman la interpretación errónea de las afirmaciones, entonces uno puede concluir legítimamente que este es su verdadero significado. En este caso, ya no hay duda sobre su significado. Por lo tanto, el axioma in dubio pro reo no se aplica.4

 
Desenmascarando la herejía camuflada «bajo el velo de la ambigüedad«

Por lo tanto, como afirma el Papa Pío VI, es necesario desenmascarar la herejía que se camufla «bajo el velo de la ambigüedad«. Esto se hace exponiendo su verdadero significado:

«Contra estos escollos, que desafortunadamente se renuevan en todas las edades, no se establecieron mejores medios que exponer las oraciones que, bajo el velo de la ambigüedad, envuelven una peligrosa discrepancia de sentidos, señalando el significado perverso bajo el cual se encuentra el error que la Doctrina Católica condena «5.
Esto es precisamente lo que hizo San Pío X con el modernismo. En su encíclica Pascendi Dominici Gregis, el Papa mostró cómo las declaraciones ambiguas, confusas y sospechosas de los modernistas formaron un sistema coherente y herético cuando se analizaron en su conjunto y desde la perspectiva de su filosofía inmanentista subyacente:

«Es uno de los dispositivos más inteligentes de los modernistas (como se les llama comúnmente y con razón) para presentar sus doctrinas sin orden y disposición sistemática, de manera dispersa e inconexa, para que parezca que sus mentes están en duda o vacilación, cuando en realidad, están bastante inamovibles y firmes. Por esta razón, será una ventaja, Venerables Hermanos, reunir sus enseñanzas aquí en un grupo, y señalar sus interconexiones, y así pasar a un examen de las fuentes de los errores, y prescribir remedios para evitar los malos resultados.«6

Además de desenmascarar el significado herético subyacente en las declaraciones ambiguas, los actos, gestos, actitudes y omisiones de alguien que es sospechoso de herejía, deben ser analizados para ver si confirman o no la desviación doctrinal y la intención de favorecer el error.
Herejía y odio de Dios

Para comprender mejor la gravedad de la enseñanza ambigua, debemos considerar la gravedad del pecado de herejía.

En nuestros días dominados por el relativismo y con el diálogo ecuménico e interreligioso que se presenta como la nueva norma de la fe, las nociones de verdad y error, bien y mal, se vuelven cada vez más confusas. Así se ha perdido casi por completo la noción de la gravedad de la herejía y sus consecuencias.

El pecado de herejía participa del pecado más grave, el odio de Dios. Debido a que la herejía, siendo un rechazo de la verdad revelada, constituye un acto de rebelión contra Dios, por cuya autoridad creemos en lo que Él ha revelado. Al rechazar la verdad revelada, el hereje substituye a Dios por sí mismo.

Santo Tomás de Aquino explica que «la herejía es una especie de incredulidad, que pertenece a aquellos que profesan la fe Cristiana, pero corrompe sus dogmas«.7 La herejía «se vuelve voluntaria por el hecho de que un hombre odia la verdad que se le propone«. Por lo tanto, «es evidente que la incredulidad alcanza su pecamminosidad a través del odio a Dios8, ¿De quién es la verdad el objeto de la fe?9 A su vez, el odio a Dios «es el pecado más grave» y «es principalmente un pecado contra el Espíritu Santo«.10

«Sin fe, es imposible agradar a Dios»

La herejía destruye la vida sobrenatural, porque separa al hereje de la fuente de la gracia, que es Dios. El hereje «tiene la intención de asentir a Cristo, pero fracasa en su elección de las cosas en las que él asiente a Cristo, porque no elige lo que Cristo realmente enseñó, sino las sugerencias de su propia mente«.11 En consecuencia, incluso si un hereje acepta algunas verdades reveladas, su creencia no es un acto de obediencia a Dios, sino un acto de adhesión a lo que él ha elegido. Por lo tanto, él anula la Divina Voluntad con la suya propia. Su fe es puramente humana, sin valor sobrenatural.

Ahora bien, San Pablo enseña, y esta enseñanza se repite en el Magisterio de la Iglesia12—que “sin fe, es imposible agradar a Dios” (Hebreos, 11: 6). Por lo tanto, al adherir a la herejía y abandonar la fe sobrenatural, el hereje rompe con Dios, pierde la vida sobrenatural y toma el camino de la condenación eterna.

Un hereje debe ser evitado

Dada la extrema gravedad del pecado de herejía y el peligro de ser influenciado por un hereje, el Apóstol hizo una seria advertencia a los Gálatas: «Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel del Cielo os anunciara un Evangelio distinto del que os hemos predicado, sea anatema. » (Gál. 1: 8).

Él completa su pensamiento en la Epístola a Tito: «A un hombre que es un hereje, después de la primera y la segunda amonestación, evítalo: sabiendo que él se ha pervertido, y pecado y está condenado por su propio juicio «. (Tit. 3: 10-11).

Del mismo modo, San Juan, el Apóstol del Divino Amor, ordenó: «Si alguien no permanece en la enseñanza de Cristo… no deben recibirlo en su casa ni saludarlo» (2 Juan 9-10).

Ambigüedad y odio a Dios

La ambigüedad doctrinal y moral, especialmente en actos y documentos del Magisterio, 13 es algo muy serio, que debe tratarse con la misma severidad que una herejía que es profesada abiertamente. Más bien, incluso más rigurosamente, ya que se abre paso subrepticiamente. La ambigüedad oculta la herejía y conduce a la herejía. En otras palabras, lleva a los fieles al odio de Dios.


1 «La palabra fue dada al hombre para ocultar sus pensamientos.» Esta cínica frase es atribuida a Charles-Maurice Talleyrand (1754-1838), el famoso obispo apóstata Charles Maurice Talleyrand (1754-1838), el famoso obispo apóstata, que abandonó el estado eclesiástico y se transformó en un político y diplomático al servicio de la Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte.


2 El Sínodo de Pistoia fue un sínodo diocesano convocado por el Obispo Scipione de´ Ricci. El quería reformar a la Iglesia Católica utilizando las doctrinas del Jansenismo.


3 Pío VI, Bula Auctorem Fidei, 28 de agosto de 1794, http://w2.vatican.va/content/plus-vi/it/documents/bolla-auctorem-fidei-28-agosto-1794.html. (La traducción es nuestra).


4 Ver Arnaldo Vidigal Xavier da Silveira, “Not Only Heresy Can Be Condemned by Ecclesiastical Authority” in Can Documents of the Magisterium of the Church Contain Errors? Can the Catholic Faithful Resist Them? (Spring Grove, Penn.: The American Society for the Defense of Tradition, Family and Property, 2015).


5 Pío VI, Auctorem Fidei.


6 http://w2.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html


7 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II q. 11, a, 1, c.


8 Alguien puede objetar que el hombre no puede odiar a Dios como su bien supremo y último fin, lo cual es cierto. Pero el Doctor Angélico explica que «hay efectos que contrarían a la voluntad humana desordenada, como, por ejemplo, la inflicción de un castigo, la cohibición de los pecados por la ley divina que contraría a la voluntad depravada por el pecado. Ante la consideración de estos efectos puede haber quien odie a Dios, porque le considera como quien prohibe pecados e inflige castigos.» (ib. id. II-II, 34, 1)


9 Ibid, II-II, q. 34, a. 2, ad 2 (El destaque es nuestro)


10 Ibid, II-II, q. 34, a. 2, corpus y respuesta ad. 1.


11 Ibid., II-II, q. 11, a, 1, c. (El destaque es nuestro)


12 Concilio de Trento, «Decreto sobre la Justificación», cap. 7; Concilio Vaticano I, Dei Filius, cap. 3, «Sobre la fe», nro. 5.


13 Como señala Pío VI «Si esta convulsionada y errónea forma de disertar es viciosa en alguna manifestación oratoria, de ninguna manera debe ser utilizada en un Sínodo, del cual el primer mérito consistir en adoptar, en sus enseñanzas, una expresión tan clara y límpida como para no dejar lugar a peligrosas objeciones.» Pío VI, Auctorem Fidei.

martes, 26 de marzo de 2019

EFECTO RETARDADO (Capitán Ryder)



He comentado varias veces que, a mi modesto entender, es bastante peor para el futuro de la Iglesia Evangelii Gaudium que Amoris Laetitia. 
En la primera, Francisco quita la espoleta a dos bombas que con el tiempo explotarían, ¡y de qué manera!, en la Iglesia.
La primera hizo aparición en Amoris Laetitia, la segunda se ha mostrado en toda su crudeza las últimas semanas de la mano, ¡quien si no!, del Cardenal Marx, cercanísimo colaborador del Papa Francisco.
Ambas ideas fueron adelantadas por el propio Francisco en su primera entrevista al jesuita Antonio Spadaro en septiembre de 2013, ya formaban parte del programa de este pontificado.
La primera idea es la plasmada en los números 222-225 de EG.
Dice que “el tiempo es superior al espacio” y que “Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno.”
Estas ideas, inicialmente confusas, se han ido aclarando por la plasmación que de ellas ha hecho Francisco.
Por un lado, no importa la situación actual de cada uno de nosotros sino el camino emprendido. Por ejemplo, en Amoris Aletitia le lleva a dar por bueno el divorcio y posterior adulterio si el que lo practica ha emprendido un camino, no sabemos cuál, que se pueda considerar positivo.
Por otro lado, se plasma en un optimismo en el progreso constante del ser humano, tanto material como espiritual, por el que este aumenta, sin vuelta atrás, su conciencia de sí mismo haciéndola más profunda. Muy en la línea de Theilhard de Chardin y, porque no decirlo de Juan XXIII.
Estas consideraciones se han puesto de manifiesto en el cambio realizado en el Catecismo sobre la pena de muerte o en la interpretación que hace del Concilio Vaticano II.
En la entrevista mencionada ya adelantaba “Ciertamente la comprensión del hombre cambia con el tiempo y su conciencia de sí mismo se hace más profunda. Pensemos en cuando la esclavitud era cosa admitida y cuando la pena de muerte se aceptaba sin problemas. Por tanto, se crece en comprensión de la verdad”.
Es decir, este progreso pone de manifiesto, según Francisco, dos cosas que le interesan especialmente:
  1. No hay retorno posible pues cada vez tenemos un conocimiento más profundo de nosotros…
  2. …Y de Dios, por lo que lo que ayer era blanco, léase pena de muerte, hoy puede ser negro.
Ese progreso constante puede obrar este milagro y muchos otros que veremos en el futuro.
¿Cómo se salva esta contradicción? Con la frase mágica del “mayor conocimiento de sí mismo”.
¿Cómo se apuntala? Con sus constantes apelaciones a la inexistencia de certezas, pues ese mayor conocimiento puede hacer que el hoy sea lo contrario del ayer.
En la misma entrevista afirmaba “Sí, este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la incertidumbre. Debe dejarlo. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien”.
Esta combinación permitirá cualquier cambio en la doctrina o liturgia de la Iglesia.
La segunda bomba, también expresada en EG, 32, es la siguiente:
Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conver­sión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evange­lización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar « una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva ».35 Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden « desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplica­ción concreta ».36 Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha expli­citado suficientemente un estatuto de las Confe­rencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal.37 Una exce­siva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.
Este número de EG casi iguala a la Iglesia católica con la protestante, con una ligera matización. En vez del hombre protestante en la Iglesia operaría una especie de comunidad protestante delimitada por su Conferencia Episcopal que podría tener una doctrina distinta de la Conferencia vecina pues “una excesiva centralización, más que ayudar complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”.
Hay que reconocer, al menos, la originalidad de Francisco. Desde el Vaticano II cualquier menoscabo de la liturgia o la doctrina se hacía atendiendo a “la pastoral”, ahora es debido a la “dinámica misionera”.
El caso es que, atendiendo a este número de EG, el Cardenal Marx ha decidido mover ficha. Ya lo hizo con la comunión a los cónyuges protestantes casados con católicos. Y ese ejemplo demostró cuál es la idea tanto de Francisco como de Marx, ratificando lo señalado sobre el número 32.
La propuesta fue llevada a la Conferencia Episcopal Alemana y fue refrendada por más de 50 de obispos. Sólo 7 se opusieron.
La respuesta de Francisco fue sorprendente: el tema no estaba maduro, si le traían una opinión unánime no habría problema. Nada que argumentar sobre sobre La Verdad, si se trata de una profanación o no, el sentido de ofrecer lo más valioso de la Iglesia a quien no cree en ello etc. Cualquier consideración sobre eso sobraba le bastaba con ¡todos a una!. Es decir, refrendaría lo escrito en EG, pues en cierto modo esa autorización afectaría a la doctrina aunque no sea doctrina en sentido estricto.
Adiós a la Universalidad de la Iglesia.
Estos días se ha dado un paso más, y ahora sí, se apunta ya directamente a la doctrina, en este caso moral, de la Iglesia.
La Conferencia Episcopal Alemana ha manifestado que revisará la doctrina moral de la Iglesia, refiriéndose a la contracepción, la cohabitación, la ideología de género y la homosexualidad. Decía el Cardenal Marx ·”las cosas no pueden seguir como hasta ahora”. Añadía un tema de disciplina, también a revisar, como el del celibato sacerdotal.
Ahí tenemos Evangelii Gaudium, las bombas a las que Francisco ha quitado la espoleta van haciendo explosión y transformando la Iglesia en una auténtica jaula de grillos.
Caos por todas partes.
Capitán Ryder
https://infovaticana.com/2019/03/16/el-cardenal-marx-anuncia-que-la-iglesia-alemana-revisara-la-moral-sexual/

jueves, 21 de marzo de 2019

Basílica romana desafía a “Amoris Laetitia”



En la basílica romana Santa María en Aracoeli, en el auténtico centro de Roma, se exhibe una placa que restringe la recepción de la Santa Comunión, informa el 20 de marzo el sitio web MessaInLatino.it.

La basílica es administrada por frailes franciscanos. La placa está escrita en italiano y en otros tres idiomas, mal traducidos.
En inglés dice: “Durante la Santa Misa sólo pueden celebrar la Comunión eucarística los bautizados en estado de gracia”.

domingo, 6 de enero de 2019

Suspenso del Magisterio Petrino y Parrhesia

IPSI GLORIA


Suspenso del Magisterio Petrino y Parrhesia


[Apuntes 65] El confuso "hacer lío" (para usar los mismos términos agradables al papa Francisco) que caracteriza este pontificado, nos exige recordar continuamente los hechos y palabras más notables (en cuanto sorprendentes y escandalosos) que vienen jalonando estos casi seis años de régimen en la Sede Romana. Si no lo hiciéramos así, si no los recordáramos, si no acometiéramos con esfuerzo la tarea de discernir (otra palabrita del gusto de Su Santidad) lo que es importante de lo que no lo es, seríamos arrastrados por el tsunami del “lío” en el que navega al garete hoy la barca de Pedro.

Hacia mediados de 2017, año y medio atrás, los fieles católicos pudimos conocer el texto de la última solicitud de los Cuatro Cardenales para que, en una audiencia con el Soberano Pontífice, se pudieran considerar los Dubia que habían planteado anteriormente. Debemos agradecer la respetuosa y valiente actitud de responsable parrhesía que los Cardenales Walter Brandmüller, Raymond L. Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner manifestaron entonces, como claro ejemplo y testimonio para todo el Pueblo fiel, y la historia y N.S. Jesucristo algún día les hará justicia. Lo que siguió después lo conocemos: el silencio del Papa, su desconsideración hacia los Cardenales (miembros de su propio colegio de asesores), su indiferencia, su decisión de mantener viva en el seno de la Iglesia la confusión y ambigüedad doctrinal en graves cuestiones de Fe y Moral, a consecuencia de la exhortación Amoris laetitia, un documento que nunca debió ser firmado por un Romano Pontífice en los términos en que se redactó. Este tipo de actitudes y decisiones escandalosas del Vicario de Cristo son suficientes para colegir que su declamado proyecto de Iglesia sinodal al que él dice aspirar, esconde la más absoluta de las dictaduras, negadora del principio de colegialidad episcopal que él afirma querer sostener.

No pretendo discutir aquí la validez teológica, canónica o de simple conveniencia pastoral, que corresponde a la llamada colegialidad episcopal. Sólo me refiero a ella en cuanto hecho eclesial. Dicho eso, hay que decir que la colegialidad episcopal (repito, sea lo que ella sea) no esperó para existir a ser inventada por el Concilio Vaticano II. En la década de 1950, el papa Pío XII, escribió a cada obispo de la Iglesia Católica para preguntarle: 1°) si creía en la Corporal Asunción de la Madre de Dios; y 2°) si consideraba oportuno definir esa creencia como dogma. La subsiguiente Solemne Definición siguió al abrumador consenso puesto de manifiesto por las respuestas del episcopado mundial. Entiendo que si Pío XII sintió necesidad de hacer aquella consulta a los obispos del todo el mundo no fue por exigencia teológica o canónica ninguna derivada de la colegialidad episcopal, no fue por seguir un supuesto criterio de colegialidad episcopal tal cual hoy se la entiende, sino porque estaba dispuesto a ejercitar su carisma de infalibilidad sólo bajo las condiciones y límites que fueron definidos por el Concilio Vaticano I, que exigen del Papa ser no el dueño sino el servidor del Depósito de la Fe, de la Tradición, del Magisterio, realidades a las que debía someterse y obedecer, como cualquier miembro fiel de la Iglesia.
El próximo 19 de marzo se van a cumplir tres años de la publicación del documento divisivo y mal redactado llamado Amoris laetitia. En todo este tiempo, muchos obispos y conferencias episcopales han emitido directrices, guías pastorales, criterios de orientación, etc. que dejan en claro que nada ha cambiado desde que el papa Juan Pablo II en Familiaris consortio, y el papa Benedicto XVI en Sacramentum caritatis, enfatizaron la inmemorial disciplina de la Iglesia que establece que: los divorciados "vueltos a casar" que no se arrepienten de su adulterio y no se comprometen a separarse o al menos intentar, con la ayuda de la gracia de Dios, cohabitar castamente, deben excluirse de los Sacramentos durante el tiempo de su impenitencia.

Algunas conferencias episcopales y algunos obispos han emitido declaraciones entendidas en el sentido de que los así impenitentes pueden, en virtud de Amoris laetitia, recibir los Sacramentos. Como recordé en mi publicación de ayer, un grupo de obispos porteños también entendió el asunto de ese modo, y el papa Francisco, causando escándalo, aprobó y elogió la interpretación. Aún así, otras conferencias episcopales han sido manifiestamente incapaces de ponerse de acuerdo entre sí. En definitiva, está claro que el Episcopado Universal no está unido, no hay consenso, detrás de una interpretación "alemana" de Amoris laetitia. Sino muy lejos de eso. Obviamente, esta falta de consenso entre los obispos ha conducido a diferentes actitudes del propio bajo clero, es decir, de los sacerdotes con cura de almas acerca de la aplicación pastoral de Amoris laetitia, independientemente del grado de obediencia personal a su Ordinario. Así, sucede hoy que un párroco toma una actitud frente a los divorciados “recasados”, mientras que otro cura de parroquia vecina toma otra actitud completamente distinta. El resultado: un verdadero “lío”… ¿tal como lo quiere el papa Francisco?...

En el contexto de la Unidad de la Una Catholica y de la naturaleza colegiada del Episcopado Universal, cum et sub Petro, seguramente ha llegado el momento de que este "diálogo" (por cierto, infructuoso diálogo que los Cardenales de los Dubia han intentado sostener con el Papa) pase a una nueva etapa. De manera manifiesta, si como Iglesia Católica vamos a persistir con la embarazosa idea de que pertenecemos a una Iglesia con una Enseñanza sobre la Eucaristía y el Santo Sacramento del Matrimonio, se deben tomar medidas para avanzar hacia la coherencia, la armonía y el testimonio unido. La idea de que alguien, que está excluido de los Sacramentos por su propio rechazo impenitente del Evangelio, lo único que tiene que hacer es cruzar la frontera entre Polonia y Alemania, o pasar de una diócesis estadounidense a otra, o pasar de una diócesis argentina a otra o, peor aún, caminar veinte cuadras y asistir a Misa en la Parroquia vecina para poder comulgar (como de hecho ocurre, y soy testigo), es obviamente, un absurdo profundamente anti-católico que necesita ser rápidamente resuelto. La actual disonancia en doctrina y disciplina moral entre diócesis vecinas y hasta en parroquias de una misma diócesis es absolutamente ridícula y anti-católica.

Seguramente ha llegado el momento de que los Dos Cardenales que quedan de los Cuatro que intervinieron con sus Dubia, estén acompañados por otros Cardenales, para revisar y replantar las preguntas y la solicitud al Romano Pontífice. Y es también el momento para que los Obispos, Sucesores como son de los Apóstoles, de acuerdo con las enseñanzas de León XIII y del Concilio Vaticano II, ya que no son simples vicarios del Papa ni gerentes de una franquicia de Roma, hablen con coraje, claridad y unanimidad. Y es también el momento para que clérigos, laicos y académicos hagan lo mismo. Es tiempo de recordar que, en el colmo de la crisis de los Arrianos, no fue entre los Obispos, ni siquiera fue en Roma, donde la Fe se conservó y se defendió del modo más visible. Es tiempo de recordar la cuidadosa y lúcida enseñanza del Beato John Henry Newman, acerca del Transitorio Suspenso del Magisterio.

Parrhesia, que es audacia al dar testimonio de la Verdad, esa virtud que estuvo alguna vez (solo hace un puñado de años... y parece una eternidad, ¿no?) tan incesantemente en los labios del actual ocupante de la Sede Romana, seguramente sigue siendo una virtud obligatoria para todos los fieles católicos.

Si son cada vez más los que audazmente hablen, más difícil será para los fieles quedar sometidos a la antipática presión del actual régimen.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Francisco, al Príncipe Federico de Dinamarca: “El medio ambiente es el reto más importante de nuestra era” (Carlos Esteban)



Con la Iglesia sumida en una profunda crisis, sorprende a muchos la obsesión del Papa Francisco por cuestiones ecológicas que no parecen ser de su particular competencia y que están muy alejadas de la misión principal, la salvación de las almas.

No es exactamente una proclamación ‘ex cathedra’ pero, tratándose de Su Santidad llama la atención que entregara un ejemplar de su encíclica Laudato Sì al príncipe heredero de Dinamarca, de visita en Roma, al tiempo que le decía que “el medio ambiente es el reto más importante de nuestro tiempo”, según Catholic News Service. 

¿En serio? ¿Para el sucesor de Pedro, para el Vicario de Cristo, en medio de una crisis de credibilidad a cuenta del encubrimiento de abusos clericales y cuando la fe desaparece a toda velocidad de las sociedades occidentales? ¿Es “más importante” el destino físico de un planeta que, en cualquier caso, está llamado a desaparecer, a diferencia de nuestras almas inmortales?
Quizá hablando con el heredero de una dinastía luterana puede tener sentido que, como jefe de Estado, haga referencia a cuestiones ajenas a la fe y busque un campo común, pese a que no puede ser ajeno al efecto que tienen sus palabras entre su grey, pero, entonces, ¿por qué le entrega una encíclica, es decir, un texto revestido de magisterio católico?

En estos momentos, su preocupación más acuciante parece ser el acceso al agua potable. Ha enviado a la Conferencia internacional sobre la gestión del agua que se celebra en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma un mensaje en el que dice que la falta de agua potable es “una vergüenza inmensa para la humanidad”.

Pero “la humanidad” no existe, no es un sujeto que pueda pecar, hacer el bien o ser redimido. De algún modo imagino que yo mismo estoy dentro de ese amplio colectivo, y debo reconocer avergonzado mi absoluta falta de vergüenza -no digamos ya de una vergüenza “inmensa”- ante la falta de acceso de agua potable en algunas partes del mundo. Puede indignarme, puede apenarme, pero no me puede hacer sentir avergonzado algo de lo que no soy deliberadamente responsable. ¿Quién lo es, por otra parte? ¿Sabe el Papa qué hay que hacer para paliar el problema, un asunto que se me antoja bastante técnico? Y si son este tipo de asuntos los que absorben su atención, ¿por qué no dedicarse a la política o al voluntariado en lugar de ingresar en el clero?

- Los católicos necesitamos un Papa, con urgencia. Necesitamos un Vicario de Cristo que cumpla la misión que Jesús mismo le encomendó de confirmar en la fe a sus hermanos. No sé si el mundo necesita un nuevo líder; lo dudo, porque es un puesto para el que ya hay demasiados aspirantes. Tampoco sé si Francisco sería la persona adecuada; lo que sé es que no ocupa el cargo adecuado para dirigir el mundo; su responsabilidad es otra, y afecta a las almas. A su destino eterno, en concreto.

- El mensaje inmediatamente anterior trataba, se suponía, de la Doctrina Social de la Iglesia, algo que ya se acerca bastante más a su mandato, aunque dudamos seriamente que sea el más urgente en estos momentos. Y, aun así, parecía más decidido a vender su particular línea ideológica de izquierdas que de aclarar lo que aclara el magisterio en esta materia. Hizo un apasionado llamamiento a un nuevo orden económico y ecológico mundial donde todos compartan los bienes de la Tierra, y no solo los exploten los ricos.

Y está muy bien, quién podría no desear eso. Pero los sistemas políticos que Su Santidad ha dado todos los indicios de preferir no logran eso, sino más bien una igualitaria distribución de la miseria. Expresar un deseo en el que cualquier persona decente puede coincidir no ayuda en absoluto a lograrlo.

Otro asunto que parece obsesionarle es el de la “murmuración”, ya saben, el Gran Acusador y todo eso. La murmuración es, naturalmente, un pecado, pero su insistencia resulta sospechosa cuando coincide con los escándalos que plagan su pontificado y a los que se niega resueltamente a dar respuesta. En su última homilía en Santa Marta volvió a denunciar a quienes “ensucian” la fama de los demás.
“¿Qué hace un gobierno dictatorial?”, se preguntaba retóricamente. “Tomar primero el control de los medios de comunicación con una ley y, a partir de ahí, empieza a murmurar, a ningunear a cualquiera que sea un peligro para el gobierno”. 
¿Les suena a algo? Desde luego, lo que suena es raro después de que el documento final del sínodo ‘recomendara’ crear un sistema de certificación para sitios católicos de información online, como el nuestro. ¿Tomar el control de los medios de comunicación?

Carlos Esteban