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jueves, 9 de noviembre de 2017

Todo empezó con el "espíritu del Concilio". La "Correctio" explicada por Pietro De Marco (Sandro Magister)



> Todos los artículos de Settimo Cielo en español
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Recibo y publico. El autor ha enseñado en la universidad pública de Florencia y en la pontificia facultad teológica de Italia central.

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EL BAGAJE HERÉTICO DE MUCHA DE LA PRÁCTICA PASTORAL ACTUAL

por Pietro De Marco

Lo que me ha convencido a firmar la "Correctio" es su núcleo doctrinal, es decir, el poner en claro las "propuestas falsas y heréticas propagadas en la Iglesia", también por el Papa Francisco. Las propuestas censuradas tienen, de hecho, la característica de ir al corazón de las opiniones y actitudes intelectuales de relevancia teológico-dogmática, difundidas desde hace decenios en la "koinè" intelectual católica.

El Papa Jorge Mario Bergoglio participa espontáneamente en dicha "koinè", efecto de lo que se llama habitualmente "espíritu del Concilio", es decir, del Concilio construido por la intelligentsia fuera del aula conciliar y afirmado en los años sucesivos. Enteras generaciones, sobre todo las que hoy son más mayores de edad, están impregnadas de este espíritu, del que son aún portadoras sin hacer autocrítica, como si la Iglesia no hubiera pasado más de medio siglo de tormento por los errores y los efectos perversos inducidos precisamente por ese "espíritu".

Con el actual pontificado se va difundiendo e imponiendo, como opinión pública de la Iglesia, una visión "conciliar" hecha de pocas fórmulas, que en su mayoría liquidan lo que es la esencia del catolicismo -razón e institución, dogma y liturgia, sacramentos y moral-; opinión reforzada por el apoyo personal del Papa, llena de certezas, sin discernimiento de las implicaciones, suficiente y despreciativa hacia quien se opone a ella. Actúa exactamente como cualquier otra ideología.

Efectivamente, se capta un aspecto suyo argumentativo y retórico no sólo en las continúas exteriorizaciones del pontífice, sino también en documentos oficiales como "Amoris laetitia"De este modo, por poner algún ejemplo, 
- la distinción entre regular e irregular se considera "artificiosa y externa";
- el juicio que se tiene acerca del protestantismo desde hace siglos se atribuye al "miedo y el prejuicio sobre la fe del otro"
- el respeto a la Tradición significa "guardar en naftalina, como si fuera una manta que hay que proteger contra los parásitos"
- la multisecular legitimación de la pena de muerte por parte de la Iglesia se reconduce a la "preocupación de conservar íntegros el poder y las riquezas", etcétera. 
Son las actitudes de supresión y las retóricas "de base" típicas -además del repertorio anticlerical- que infestaron los años sesenta y setenta (tengo un recuerdo concreto y copioso de todo esto, entre Florencia y Bolonia), del que nunca se ha liberado el "momentum" conciliar militante, pero que estaba en declive hasta que la elección de Bergoglio como Papa, paradójicamente, lo ha legitimado de nuevo en los vértices de la Iglesia.

De hecho, premisas y efectos de esta cultura están expresados en las propuestas definidas "falsas y heréticas" por la "Correctio". Dichas propuestas deben entenderse como las tesis implícitas, o sea, como las premisas mayores de lo que habitualmente esa visión "conciliar" afirma desde hace años, o propone creer, e implementa en el llamado terreno pastoral. Cuando palabra y práctica son llevadas a su objetiva premisa de naturaleza doctrinal, aparece el poder erosivo, destructivo. Son éstas, de hecho, las vorágines doctrinales que hacen posible desde hace decenios que la pastoral se base en fórmulas liberadoras, accesibles, generosas, acompañadas por garantías para el fiel respecto a su fundamento "evangélico": fundamento dado por evidente, dada la conformidad de Jesús, -un Jesús débil y "pecador"- a cuanto experimentado de manera habitual por lo humano.

Ante todo esto, la "Correctio" es como una pequeña "Pascendi", la encíclica antimodernista de hace ciento diez años, pero que -y esto es dramático- no procede de un pontífice, sino que está dirigida a él censurándolo.

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Se ha observado con detalle como precisamente en las culturas teológicas y pastorales "críticas" que acompañan la acción del Papa, cuyo fin es siempre degradar la ley canónica, hay actualmente una atención inédita a la norma. ¿Por qué? Porque la sensibilidad pastoral, vacía de razones teológicas, se ha convertido en una carrera para aligerar, para eximir. Las preocupaciones pastorales que guían al clero y al episcopado consisten, hoy en día, en intentar garantizar una especie de tratamiento igualitario a los fieles, en gratificarlos con un reconocimiento público de igualdad de derechos de los cuales el acceso a la eucaristía es sólo la parte emergente, sin importar cuál es su situación ante la teología moral y el derecho canónico. Muy pocos parecen darse cuenta -tampoco el Papa lo hace-, pero hoy en día la praxis pastoral de la misericordia copia precisamente la maquinaria perversa de la hipertrofia de los derechos individuales, sobre todo en las sociedades urbanas y secularizadas de todo el mundo, en las "periferias existenciales" pequeñoburguesas más que en las "favelas".

Derechos y ventajas, por consiguiente: la pastoral tiende a parecerse a una acción empresarial de fidelización de los clientes. Hoy el acceso a petición a la eucaristía; mañana, mucho más. Efectivamente, más allá de la teología moral y del derecho, son cada vez más evidentes la disolución de la teología de la gracia y de la vida sobrenatural, la reducción de los sacramentos a antropología y ética social.

El resultado inmediato es un paradójico pelagianismo sin normas, a no ser las individuales, intuitivas, emocionales, de situación, que es la línea recorrida durante siglos por los protestantismos modernizados y por los cristianismos "sin Iglesia". No asombra, entonces, el descubrimiento casi entusiasta de Lutero que aflora en las palabras de Bergoglio y que la "Correctio" denuncia desconcertada.

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Por esto, la primera formulación censurada por la "Correctio" ("Homo iustificatus iis caret viribus…") es, en su tecnicidad, la más profunda, en el sentido que va más al centro del drama pluridecenal de la teología católica reciente y que denuncia, en la "pastoralidad" corriente, el vaciamiento de la cognición de la gracia, sobre todo de la gracia santificadora, sustituida por la pretensión del fiel a la justificación con respecto a Dios y a la Iglesia.

Incluso la más generosa de las hipótesis respecto a Francisco, a saber: que pretenda ganar un consenso general en el mundo para Roma para vehicular, después, con la autoridad que le conferiría una nueva legitimación universal, el anuncio eterno, hoy no escuchado, más bien imposible de recibir, tendría sentido si la actual fase de fidelización no dejara tras de sí los escombros de las verdades como realidad en la que creer mañana.

Esta hipótesis en dos tiempos (ser "accesible" hoy para ser nuevamente escuchado mañana, en una predicación y un anuncio rigurosamente ortodoxos) caracterizaba aún las rectas intenciones del Papa Juan XXIII y de los Padres Conciliares. 

Pero la cultura "de base" que obra en Bergoglio ya no participa en ello de ningún modo. Hoy, el ser "accesibles" equivale en realidad a un acrítico hacerse iguales para ser aceptados, sin ninguna "metanoia" en el otro. Porque mientras tanto el otro se ha convertido en un canon, y además líquido.

Esta atracción mimética hacia el mundo, es decir, hacia la laicidad moderna, que en cincuenta años ha producido en la Iglesia un dramático desangramiento de hombres, siendo la Compañía de Jesús una de las más afectadas, tiene como bagaje un nudo de convenciones falsas y heréticas. A dichos conjuntos miméticos, propuestos con autoridad por intelectuales innovadores, a dicho cúmulo de medias verdades y errores, se opusieron todos los últimos Papas.

Pero ahora hay un Papa que, por primera vez, se convierte en garante y actor "in capite" precisamente de ese corrosivo magma postconciliar y del infeliz intento hodierno de contentar a los fieles rebeldes a expensas de la verdad y profundidad cristianas. Y la presión sociológica del mundo de los divorciados es, para muchos teólogos y moralistas, sólo un pretexto.

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Este texto es una síntesis de una intervención más amplia del profesor Pietro De Marco, que puede leerse integramente en esta otra página de Settimo Cielo:

> La mia posizione entro la "Correctio"

jueves, 2 de noviembre de 2017

Sobre la Correctio filialis (Bruno Moreno)



Varios lectores me han preguntado sobre la Correctio filialis (corrección filial) que un grupo de teólogos y otros católicos enviaron al Papa en agosto y que, al no recibir respuesta, se hizo pública a finales de septiembre. Como es un tema importante, me ha parecido oportuno traerlo al blog, con la esperanza de que contrastar las distintas opiniones nos permita profundizar en él para, dentro de lo posible, no equivocarnos.

A mi entender, conviene distinguir, dentro de este asunto de la Correctio, tres cuestiones de naturaleza muy diferente. La primera se refiere a si las alegaciones planteadas por la Corrección son objetivamente ciertas. La segunda cuestión consiste en si los redactores y firmantes de la Correctio tienen derecho a hacer una corrección de este tipo. La tercera corresponde a la conveniencia o inconveniencia de firmar esa corrección. Es decir, dos cuestiones de hecho y otra prudencial.

1. A mi juicio, la respuesta a la primera pregunta cada vez está más clara. Hasta donde puedo ver, las afirmaciones que hace la corrección son sustancialmente ciertas y se refieren a cuestiones de la máxima gravedad.

Para darse cuenta de ello, conviene señalar que no se trata de una postura aislada. Anteriormente ha habido otros documentos similares. Por supuesto, el más conocido es el documento presentado al Papa por cuatro cardenales, Caffarra, Meisner, Brandmuller y Burke, con la tradicional forma de dubia o solicitudes de clarificación a cinco preguntas muy concretas. Bastante antes, sólo tres meses después de la publicación de Amoris Laetitia, cuarenta y cinco teólogos publicaron una carta abierta al Colegio cardenalicio, en la que se analizaban cuidadosamente varias afirmaciones de la exhortación postsinodal. También podemos recordar la Declaración de fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina o Súplica filial, firmada por siete obispos y un cardenal, que recordaba puntos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral. Algunos de los miembros de este portal estuvimos entre los firmantes originales de la Declaración, que terminó recogiendo unas treinta y cinco mil firmas. Incluso se publicó, en julio de 2016, una Solicitud al Papa (Plea to the Pope) en vídeo, en la que participaron 16 personalidades del movimiento provida para pedir al Papa que terminase con la confusión surgida tras los dos Sínodos de la familia y la exhortación postsinodal.

Los puntos recogidos por todos estos documentos coinciden en lo esencial: los dos Sínodos de la familia y la publicación de la exhortación postsinodal Amoris Laetitia han dado lugar a la proliferación en la Iglesia de posturas heterodoxas sobre moral, que parecen contar con el apoyo del Papa Francisco, ya sea por acción u omisión (y podríamos añadir, confusión). Estas posturas heterodoxas niegan en la práctica la existencia de actos intrínsecamente malos, convierten la moral en subjetiva, dan carta de naturaleza al divorcio en la Iglesia al permitir la comunión a los adúlteros sin propósito de la enmienda, niegan que Dios dé la gracia necesaria para evitar el pecado mortal, consideran que, en algunas ocasiones, Dios quiere que sigamos pecando, etc.

Por supuesto, en algunos casos, puede tratarse de mera confusión en las afirmaciones del Papa, pero lo cierto es que, por su misión, el Papa tiene la obligación de despejar esa confusión y no dar ni siquiera la apariencia de que aprueba posturas contrarias a la fe de la Iglesia, como muestra el caso del Papa Honorio. Además de eso, siempre se pueden hacer matizaciones de detalle a la Correctio y a los otros documentos similares, cuestionar sus características formales o intentar interpretar algunas actuaciones y declaraciones papales que se critican de forma diferente. Sin embargo, es muy difícil negar que, en esencia, las alegaciones son correctas.

En primer lugar, por algunas afirmaciones insalvables ya presentes en Amoris Laetitia (por ejemplo, AL 301, 303 y 304, que, respectivamente, afirman que es necesario pecar para evitar males mayores, indican que la voluntad de Dios es que pequemos algunas veces y niegan la existencia de actos intrínsecamente malos, al menos aparentemente). 

En segundo lugar, por la carta de apoyo del Papa a la interpretación de los puntos confusos de Amoris Laetitia dada por los obispos de Buenos Aires, una interpretación basada fundamentalmente en el principio de que el fin justifica los medios. Aquella carta marcó un punto de inflexión en esta cuestión, ya que el Papa se puso inequívocamente de lado de la interpretación heterodoxa de Amoris Laetitia (lo que motivó mi artículo La situación de la Iglesia es muy grave). 

Finalmente, porque de hecho un buen número de obispos y conferencias episcopales enteras han anunciado públicamente que, siguiendo lo expuesto en la exhortación postsinodal, darán la comunión (en algunos casos, solemnemente) a adúlteros sin propósito de la enmienda. Es más, la propia diócesis del Papa está entre ellas. De este modo, incluso los fieles que viven en diócesis que mantienen la doctrina tradicional ven su fe atacada, porque descubren que la enseñanza de la Iglesia sobre algo tan importante como el matrimonio, aparentemente, depende de si uno vive en una ciudad o en otra.

Podríamos sumar a esto las voces que, sin ser corregidas, piden que se aplique el nuevo principio moral de Amoris Laetitia a otros actos intrínsecamente malos, como la eutanasia, la apostasía, el aborto, la anticoncepción, las parejas del mismo sexo o las relaciones prematrimoniales

A esto hay que añadir que la presentación de la negación de la moral tradicional como un “desarrollo” o una “evolución” de esa moral ha dado lugar a un clima en el que la moral entera de la Iglesia parece ser susceptible de cambios radicales, al hilo de las “sorpresas” del Espíritu Santo, como muestran últimamente los casos de la pena de muerte o la guerra justa. La Pontificia Academia para la Vida ha sido completamente reestructurada y, además de prescindir de los miembros vitalicios nombrados por Juan Pablo II para su Instituto opuestos a la agenda de cambio de la moral, se ha incluido a nuevos miembros favorables al aborto o la eutanasia

Increíblemente, aquellos que osan defender la moral que siempre ha enseñado la Iglesia son objeto de críticas salvajes o incluso son desposeídos de sus cátedras.

Inevitablemente, los frutos de esta incertidumbre no se han limitado a la moral, sino que parecen afectar también a la dogmática. La doctrina dogmática de la Iglesia se ha relativizado hasta tal punto que la Reforma protestante, condenada por más dogmas que ninguna otra herejía en la historia de la Iglesia, puede ser considerada públicamente por un obispo como un “acontecimiento del Espíritu Santo” y los heresiarcas iniciadores de aquella revolución anticatólica como “heraldos del Evangelio", dignos de homenajes y elogios.

2. La segunda cuestión, como decíamos, es la siguiente: ¿Se puede escribir un documento así en la Iglesia? ¿Es posible cuestionar públicamente las afirmaciones de todo un Papa? 

Hay que tener en cuenta que la Correctio ha dado un paso más con respecto a los documentos anteriores (excepto el de los 45 teólogos): pretende corregir al Papa en lugar de preguntarle dudas, declarar en general la doctrina o suplicarle algo. Es más que comprensible que un católico tenga que pensarse dos veces algo así. Sin embargo, parece que la respuesta también debe ser afirmativa.

Hay que comenzar precisando, sin embargo, y es una precisión muy importante, que los autores y firmantes de la Correctio no pueden juzgar al Papa (ni tampoco lo pretenden). De hecho, nadie puede juzgar al Papa en el sentido canónico del término juzgar. Que la primera Sede no es juzgada por nadie es un principio fundamental de la disciplina de la Iglesia. Tampoco puede ser un juicio moral del interior de la conciencia del Papa, que está prohibido a los cristianos en general. Los autores de la Correctio, muy adecuadamente, recuerdan que “no osan juzgar el grado de conciencia” del Papa Francisco.


Lo que sí es posible es realizar una corrección pública cuando, objetivamente, la enseñanza de un prelado o incluso del Papa no se ajusta a la enseñanza de la Iglesia

Como recuerda el mismo Santo Tomás de Aquino, “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4). 

El Papa Pablo IV enseñó, en Cum ex apostolatus officio, que un error en la fe “es tan grave y peligroso que el Romano Pontífice, que es el representante en la tierra de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que ostenta la plenitud del poder sobre las gentes y los reinos, que puede juzgar a todos y no puede ser juzgado por nadie en este mundo, podría ser rebatido si se encontrara que se ha desviado de la fe”. Nadie en la Iglesia tiene derecho a cambiar la fe católica, ni siquiera el Papa. Ante una negación o deformación de la fe de la Iglesia, todo católico, en virtud del ministerio profético recibido en el bautismo, tiene el deber de alzar la voz para defender esa fe.

Así lo reconoce el Código de Derecho Canónico incluso en el caso de meros seglares, diciendo que los fieles “tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas” (canon 212 § 3). 
Es más, los fieles “tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos” y también “a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia principalmente la palabra de Dios y los sacramentos” (cánones 212 § 2 y 213). 

Por lo tanto, cuando los pastores desatienden sus necesidades al no transmitirles fielmente los bienes espirituales de la Iglesia, cuando en lugar de pan les dan una piedra y en lugar de un huevo les dan un escorpión, los fieles pueden y deben reclamar su derecho a recibir de los pastores la verdadera fe de la Iglesia y no un sucedáneo.

Así actuó San Pablo cuando la conducta del primer Papa era escandalosa, como él mismo escribió de forma pública en su Carta a los Gálatas (Gal 2,14). Así lo hicieron los teólogos de París cuando Juan XXII negó el juicio particular. Así actuó Santa Catalina de Siena, dirigiendo palabras cariñosísimas pero también durísimas a Gregorio XI. Así lo hizo Eusebio contra el hereje Nestorio.

En cuanto al modo de la crítica, creo que algunos han afirmado que no debería haberse hecho pública. Lo cierto es que la tradición de la Iglesia siempre ha señalado que, a un comportamiento escandaloso público, corresponde una crítica igualmente pública. El mismo Cristo enseñó que, si alguien no atendía a una corrección privada, debía repetirse la corrección de forma pública.

Como es lógico, este tipo de comportamiento solo estaría justificado en casos muy graves, para evitar un escándalo que hiciera más daño que el mal que se pretende corregir. Pero, como hemos visto, es indudable la gravedad de los acontecimientos que han motivado la Correctio y los otros textos similares. El resultado de la aplicación general y coherente de los aparentes principios de Amoris Laetitia sería la destrucción completa de la moral de la Iglesia por la primacía absoluta de la conciencia subjetiva sobre la norma moral objetiva, desaparición del pecado mortal, el rechazo de la existencia de actos intrínsecamente malos, el relativismo moral y la entronización de que el fin justifica los medios como nuevo principio básico de la moral.

La gravedad de la situación, además, va aumentando por el silencio del Papa ante las peticiones de aclaración, que, con el paso del tiempo y teniendo en cuenta sus actos y la omisión de la corrección de las interpretaciones heterodoxas, sólo puede entenderse como aceptación tácita de esas interpretaciones. Este extraordinario, prolongado y elocuentísimo silencio es el que, tristemente, ha causado que las súplicas y peticiones de aclaración pasen a ser correcciones.

Por lo tanto, hasta donde puedo ver, parece que las alegaciones de la Correctio filialis(y de los dubia, la Súplica filial, la Petición al Papa, etc.) están sustancialmente justificadas y que un católico, por el hecho de serlo, podría firmar una declaración en la que se rebata lo dicho o hecho por un Papa si considerase justificadamente que se había apartado gravemente de la enseñanza de la Iglesia. 


3. En cambio, la cuestión de si es conveniente firmar la Correctio en concreto, por su propia naturaleza, no puede estar tan clara. En efecto, se trata de una cuestión prudencial y este tipo de cuestiones a menudo no admiten una respuesta drástica, en un sentido o en otro. Por este motivo, me voy a limitar a dar mi propia opinión sobre ella, con unas breves razones, pero sin pretender que sea una respuesta aplicable a otros.

Para determinar si es conveniente firmar la corrección, creo que hay que empezar por considerar su nombre para entender bien cuál es su naturaleza. Se trata de una corrección filial, es decir, hecha fundamentalmente por sacerdotes y seglares (a los que posteriormente se sumaron dos obispos) al Papa, reconociendo su carácter de Sucesor de Pedro. Como ya he dicho, estoy básicamente de acuerdo con ella (aunque suavizaría algunas de sus afirmaciones) y creo que las matizaciones que se podrían hacer al documento son poco importantes. 

A mi entender, sin embargo, lo que realmente conviene es una correctio fraterna, una corrección fraterna, liderada por obispos y dirigida a su hermano, el Romano Pontífice, Papa y Obispo de Roma. No sería, por supuesto, una corrección entre iguales, ya que el Papa es el Vicario de Cristo, pero sí, al menos, realizada por los Sucesores de los Apóstoles, que son los que tienen que actuar cuando se produce una situación de este calibre en la Iglesia, porque a ellos se les ha confiado el depósito de la fe. La Iglesia Católica es esencialmente jerárquica y el liderazgo en esto lo tienen que tomar obispos y cardenales.

En ese sentido, es de esperar que, como ya anunció el cardenal Burke, se produzca una corrección de los dos cardenales supervivientes de los dubia (con el apoyo, si Dios quiere, de más obispos y cardenales). Si así lo hicieran, creo que deberían contar con el apoyo de todos los católicos que quieran defender la doctrina de la Iglesia (manteniendo el respeto debido al Papa, por supuesto).

En cambio, si por cualquier razón, ni los cardenales de los dubia ni otros obispos realizasen una corrección entonces sí que habría que firmar la Correctio o plantear otras correcciones escritas por sacerdotes o seglares para decir las cosas con claridad. Como Eusebio ante Nestorio, quizá sea necesario que los seglares se levanten en medio de la Iglesia y defiendan la doctrina, porque el escándalo y el daño causados por el abandono de la moral católica superan ya el escándalo que se pueda producir por el hecho de que unos simples fieles se atrevan a corregir al Papa.

Bruno Moreno

viernes, 27 de octubre de 2017

Cuando se acusa a los fieles a la doctrina católica de ser los ‘enemigos del Papa’ (Carlos Esteban)




Cardenales como Sarah y Burke, obispos como Luigi Negri o laicos como Gotti Tedeschi sufren permanentes ataques personales por parte de, casi siempre, los mismos, por defender la doctrina católica. Entre los agresores suelen estar los mismos: Spadaro, Tornielli, James Martin

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La Iglesia militante, la que pena y se arrastra en penumbras aquí abajo, sin ser del mundo, vive inmersa en él y sus fieles no son invulnerables a las modas y tendencias del mundo. Quizá por eso no sorprenda ver en el entorno eclesial el reflejo de un singular fenómeno que experimentamos cada día en el panorama político de Occidente.

Me refiero a cómo esa facción que se autodenomina progresista y que durante décadas ha clamado por la apertura y la flexibilidad, que ha demandado libertad de expresión y misericordia, que ha predicado la necesidad de cuestionar toda autoridad, al alcanzar el poder -y, no se engañen, son el poder, no importan las siglas-, cierran filas y buscan ahogar la más tímida disidencia, acallan toda voz crítica lanzándose sin piedad como una jauría contra el osado y hacen de la autoridad formal, que ahora es la suya, el criterio definitivo de verdad.

En el caso de la Iglesia, que es el que nos interesa aquí, los ejemplos abundan y arrecian en los últimos meses, demasiado numerosos para consignarlos todos, aun los de mayor peso. Hemos visto cómo, especialmente desde la publicación de la exhortación papal Amoris Laetitia, ha bastado que cuatro cardenales planteen a Su Santidad dudas razonables sobre el sentido de algunas partes del texto para que los teólogos de cámara salten a la palestra como movidos por un resorte para imponer silencio.

Más triste, quizá, ha sido la respuesta de los perros de presa de la nueva ortodoxia contra los firmantes de la ‘correctio filialis’, porque aquí no se ha cuidado ni ese ‘modicum’ de caridad o respeto reservado para los príncipes de la Iglesia. Curiosamente -o no-, la abrumadora mayoría de las críticas ha pasado por alto la sustancia de lo que allí se dice para centrarse en la supuesta insignificancia de quién lo dice y de su escaso número, como si alguno de los dos modos de combate fueran argumentos teológicos.

Son pocos, son de segunda fila, no cuentan, en suma.

¿Nombres de los atacantes? No faltan, pero no tenemos inconveniente en citar a algunos de los más denodados, desde el teólogo e historiador, vaticanista de la revista católica Commonweal Magazine, Massimo Faggioli, al redactor jefe de America, el órgano de los jesuitas en Estados Unidos, e incansable defensor de los derechos del colectivo LGTBI, padre James Martin, pasando por el director del jesuita Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, o el biógrafo de Francisco, Austen Ivereigh, sin olvidar al director de Vatican Insider Andrea Tornielli.

La paradoja en todos estos ataques y otros similares es que atacantes y atacados, críticos y defensores del status quo, parecen haberse intercambiado los papeles en una desconcertante comedia de las equivocaciones.

Quiero decir que quienes dan la voz de alarma ante innovaciones doctrinales que parecen aguar el mensaje lo hacen, no como disidentes o rebeldes, sino apoyados en la autoridad de una Tradición milenaria, mientras que quienes apelan a la autoridad del momento lo hacen en nombre de una ‘apertura’, de una ‘relativización’ del Depósito de la Fe en el que se basa, precisamente, la autoridad que esgrimen.

Pero los ataques no se circunscriben en absoluto a los firmantes de las Dubia o de la ‘correctio’, ni es la materia de la que se ocupa Amoris Laetitia el único campo de batalla en la aparente guerra sorda y no declarada para cambiar las prácticas eclesiales.

De hecho, uno de los personajes objeto de un gran número de críticas -el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ni es firmante de alguno de los textos en discordia ni puede decirse que sea, por temperamento o hábito, amigo de polémicas.

Y, sin embargo, se ha visto envuelto en una, a cuenta del motu proprio papal Magnum Principium, que deja en manos de los obispos locales la autoridad sobre las traducciones del canon de la misa. El texto es sorprendente, con independencia de su contenido, por el hecho de referirse a una cuestión litúrgica y prescindir en su redacción o supervisión del que podríamos llamar ‘ministro’ del ramo, el Cardenal Sarah.

Pero Sarah se ha sentido obligado, por razón de su cargo, a responder a las dudas que ha suscitado la enésima innovación papal, y ha escrito un comentario al motu proprio, interpretándolo en el sentido más acorde posible con la tradición, que ha sido rápida y tajantemente desautorizado por Su Santidad.

De hecho, el Pontífice ha ordenado a Sarah que escriba una rectificación y la envíe a las publicaciones que, como InfoVaticana, se habían hecho previamente eco de su comentario.

Otro de esos críticos que hoy es blanco de las críticas de los guardianes del nuevo poder -si se me excusa la vaga etiqueta- tiene el mérito de ser uno de los firmantes de la ‘correctio filialis’ sin ser clérigo, religioso o aun teólogo, Ettore Gotti-Tedeschi.

Gotti-Tedeschi, que fuera presidente del IOR, el banco vaticano, explicó en su momento a Infovaticana sus razones para firmar la ‘correctio filialis’, en la que una cuarentena de teólogos y pensadores exponían los graves errores que podían inferirse, sin una redacción más precisa, del texto de la exhortación papal.

Para Gotti-Tedeschi, la necesidad de aclaración era ineludible porque “preocuparse de las almas no es prerrogativa solamente de los curas, también de los laicos”. La necesidad era ahora especialmente acuciante porque “las verdades de la fe y los sacramentos son como un “dominó”: si cae uno, todo cae”, recordando que “en Amoris Laetitia tres sacramentos pueden vacilar”.

El banquero no quiere ver “enemigos” suyos en quienes atacan a los firmantes de la ‘correctio’, sino “enemigos del Papa”, que es exactamente de lo que ha sido acusado. En cualquier caso, añade, “temería más bien ser tomado por enemigo de la Iglesia de Cristo”.

Y si antes hablábamos de la paradoja de que sean tomados por disidentes y rebeldes quienes sólo quieren mantenerse fieles a la tradición, y por ortodoxos quienes se han complacido en jugar durante toda su carrera en la cuerda floja de la disidencia teológica, aún nos queda una nueva contradicción.

Así, estos mismos teólogos y clérigos progresistas que han hecho de cierto tercermundismo izquierdista una de sus banderas favoritas y que huyen como de la peste de la etiqueta de ‘eurocéntricos’, apenas logran disimular su desprecio intelectual por Sarah y otros prelados africanos… por ser africanos.

Es difícil interpretar de otro modo las palabras del cardenal alemán Walter Kasper, uno de los hombres de confianza de Francisco, en una entrevista concedida a la agencia católica de noticias Zenit.

Kasper empieza por decir que los católicos africanos “no deberían decirnos demasiado lo que tenemos que hacer”, y admite que no se les hizo el menor caso en el Sínodo sobre la Familia en materias como la homosexualidad, el divorcio y la vida de familia.

"África es totalmente diferente de Occidente", apunta Kasper. “También los países asiáticos y musulmanes, son muy distintos, especialmente sobre los gays. No se puede hablar de esto con los africanos o con la gente de países musulmanes. No es posible. Es un tabú”.

Repitiendo una pregunta que me hacía en un artículo anterior: 

¿Es ‘conspiranoico’ ver en todas estas señales un intento deliberado por ‘relativizar’ la doctrina católica, apoyado por fuerzas muy poderosas en su seno?  Y si fuera así, ¿con qué legitimidad se pueden aceptar cambios que, al relativizarlo todo, también hacen relativa la obligación de obedecer a los pastores?

“¡Nadie te escucha, Atanasio! El mundo entero está contra ti!”, dicen que le gritaban por las calles. Y el respondía: “Entonces, yo estoy contra el mundo”.

Carlos Esteban

lunes, 16 de octubre de 2017

Súplica Filial al papa Francisco sobre el futuro de la Familia




Comunicado de prensa de la Filial Súplica en el Centenario de la última aparición de Nuestra Señora de Fátima

Roma, 13 de octubre del 2017

El día 29 de septiembre de 2017, festividad de San Miguel y de todos los Arcángeles, la Secretaría de Estado de la Santa Sede recibió la Filial Súplica al Papa Francisco sobre el futuro de la Familia, suscrita por 790.190 católicos procedentes de 178 países, entre los cuales ocho cardenales, 203 arzobispos y obispos e incontables sacerdotes de todo el mundo. Más tarde, fueron entregadas 89.261 nuevas adhesiones, totalizando 879.451 firmantes.

El texto suplicaba al Papa Francisco “una esclarecedora palabra” que disipase la “generalizada desorientación causada por la eventualidad de que en el seno de la Iglesia se haya abierto una brecha que permita la aceptación del adulterio —mediante la admisión a la Eucaristía de parejas divorciadas vueltas a casar civilmente”.

Hasta el día de hoy, el seccretariado de la “Filial Súplica”, que para el efecto representa una coalición de más de 60 instituciones pro-familia y pro-vida de los 5 Continentes, no ha recibido siquiera un acuse de recibo de parte de la Santa Sede. Esa omisión resulta tanto más paradójica en cuanto que el Papa Francisco manifiesta que desea una Iglesia abierta a los problemas de los fieles y al pueblo en general, y abierta al diálogo.

Trascurrido el segundo Sínodo sobre la Familia y publicada la exhortación Amoris Laetitia, los organizadores de la “Filial Súplica” redactaron una “Declaración de Fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina” recibida de los Apóstoles, dando curso así a una sugerencia comunicada por altas esferas eclesiásticas. No disponiendo de los mismos medios logísticos de la primera iniciativa y tratándose esta vez de un documento significativamente más extenso, el secretariado de la“Filial Súplica” colocó en fecha XXX dicha Declaración en su sito internet, de modo que la pudieran firmar aquellos que así lo desearan.

La Declaración de Fidelidad ha alcanzado la suma de 35.112 firmas, entre las cuales se cuentan las firmas de 3 cardenales, 9 obispos, 636 entre sacerdotes diocesanos y religiosos, 46 diáconos, 25 seminaristas, 51 hermanos religiosos, 150 entre religiosas de clausura y de vida activa, a los cuales se deben agregar 458 laicos entre académicos en general, profesores de teología, profesores de religión, catequistas y agentes pastorales.

¿Qué afirman los firmantes de la Declaración de fidelidad?*

Como ya el título lo dice, ellos reiteran en modo explícito y formal “la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y su ininterrumpida disciplina” a causa de que “errores acerca del matrimonio y de la familia han sido muy difundidos en el ámbito católico después del Sínodo extraordinario y del Sínodo ordinario sobre la familia y la publicación de Amoris Laetitia”.
En este cuadro general, la Declaración expresa “la voluntad de los firmantes de permanecer fieles a las enseñanzas inmutables de la Iglesia sobre la moral y sobre los sacramentos del matrimonio, de la Reconciliación y de la Eucaristía y a su perenne disciplina por lo que dice respecto a dichos sacramentos”.
Entre otros importantes aspectos, los firmantes específicamente desean reiterar que “todas las formas de convivencia more uxorio (como esposo y esposa) fuera de un matrimonio válido son gravemente contrarias a la voluntad de Dios; que las uniones irregulares contradicen el matrimonio querido por Dios y jamás pueden ser aconsejadas como un prudente y gradual cumplimiento de la Ley Divina”.

Ellos reafirman también que una conciencia bien formada no puede concluir:

- Que la permanencia en una situación objetivamente pecaminosa sea lo que Dios en esa circunstancia pida de ella; 
- que el cumplimiento del sexto mandamiento y la indisolubilidad del Evangelio sean meros ideales; 
- que a veces pueda ser insuficiente la gracia para vivir castamente en el propio estado, lo que supuestamente daría un “derecho” a algunos a recibir la absolución y la Eucaristía; 
- que basta tener una conciencia subjetiva para auto-absolverse del pecado de adulterio.
Enseñar y ayudar los fieles a vivir conforme a estas verdades – concluyen los signatarios – es en sí mismo una “eminente obra de misericordia y caridad”, recordando que si la Iglesia alterara la norma de negar el acceso a la Eucaristía a quien se encuentra manifiestamente en un estado objetivo de pecado grave, Ella se comportaría como “propietaria de los sacramentos” y no como “su fiel administradora”, encargo que le fuera conferido por Nuestro Señor.

Si bien diferente de otras iniciativas tendientes a pedir esclarecimientos para poner fin a la situación patente de anómala confusión y perplejidad imperante en la Iglesia, la Declaración de Fidelidad, con su nutrido y calificado número de firmantes eclesiásticos y civiles, se constituye así como otra voz que emerge en el coro de preocupaciones suscitadas por el capítulo 8 de Amoris Laetitia y por las contradictorias interpretaciones que lo han seguido.

En efecto, esta perplejidad de innumerables fieles de todos los continentes encuentra una resonancia de autoridad en los cinco dubia presentados por cuatro cardenales en septiembre del 2016, solicitando fraternalmente al Papa que les hiciera saber si, después de dicha exhortación apostólica, continuaba vigente la enseñanza acerca de la existencia de normas morales absolutas, válidas sin excepción, que prohiben practicar actos intrínsecamente malos como el adulterio, y si era posible ahora conceder la absolución en el sacramento de la Penitencia y, en consecuencia, admitir a la Santa Eucaristía a una persona que, estando unida por un vínculo matrimonial válido, convive en adulterio con otra, sin que se hayan cumplido las condiciones previstas por la moral tradicional y el código de derecho canónico. 

El Santo Padre ha decidido no responderles y – causando aún mayor desconcierto entre tantos fieles – tampoco concederles la audiencia privada que los referidos purpurados le solicitaban en carta del 25 de abril pasado, para tratar de ese tema, en vista de las “numerosas declaraciones de obispos, cardenales y hasta de conferencias episcopales que aprueban lo que el Magisterio de la Iglesia jamás aprobó”, de suerte que “lo que es pecado en Polonia es bueno en Alemania y lo que es prohibido en la arquidiócesis de Filadelfia es lícito en Malta”.
La más reciente manifestación de esa voluntad del Papa Francisco de mantenerse en silencio y de permitir que se agrave el panorama de confusión por la difusión de graves errores teológicos y morales es el mutismo ante la “Corrección filial por la propagación de errores” elevada a Su Santidad el pasado 11 de Agosto por un grupo de pastores de almas y de académicos. Grupo éste al cual cada día se suman nuevos y calificados adherentes.
En archivo separado sigue una lista de algunas de las personalidades de relieve que han firmado la “Declaración de Fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina”.

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Nota: Aparecen al día de hoy 1378 firmantes en esa lista. Ver aquí