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jueves, 2 de noviembre de 2017

Sobre la Correctio filialis (Bruno Moreno)



Varios lectores me han preguntado sobre la Correctio filialis (corrección filial) que un grupo de teólogos y otros católicos enviaron al Papa en agosto y que, al no recibir respuesta, se hizo pública a finales de septiembre. Como es un tema importante, me ha parecido oportuno traerlo al blog, con la esperanza de que contrastar las distintas opiniones nos permita profundizar en él para, dentro de lo posible, no equivocarnos.

A mi entender, conviene distinguir, dentro de este asunto de la Correctio, tres cuestiones de naturaleza muy diferente. La primera se refiere a si las alegaciones planteadas por la Corrección son objetivamente ciertas. La segunda cuestión consiste en si los redactores y firmantes de la Correctio tienen derecho a hacer una corrección de este tipo. La tercera corresponde a la conveniencia o inconveniencia de firmar esa corrección. Es decir, dos cuestiones de hecho y otra prudencial.

1. A mi juicio, la respuesta a la primera pregunta cada vez está más clara. Hasta donde puedo ver, las afirmaciones que hace la corrección son sustancialmente ciertas y se refieren a cuestiones de la máxima gravedad.

Para darse cuenta de ello, conviene señalar que no se trata de una postura aislada. Anteriormente ha habido otros documentos similares. Por supuesto, el más conocido es el documento presentado al Papa por cuatro cardenales, Caffarra, Meisner, Brandmuller y Burke, con la tradicional forma de dubia o solicitudes de clarificación a cinco preguntas muy concretas. Bastante antes, sólo tres meses después de la publicación de Amoris Laetitia, cuarenta y cinco teólogos publicaron una carta abierta al Colegio cardenalicio, en la que se analizaban cuidadosamente varias afirmaciones de la exhortación postsinodal. También podemos recordar la Declaración de fidelidad a la enseñanza inmutable de la Iglesia sobre el matrimonio y a su ininterrumpida disciplina o Súplica filial, firmada por siete obispos y un cardenal, que recordaba puntos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la moral. Algunos de los miembros de este portal estuvimos entre los firmantes originales de la Declaración, que terminó recogiendo unas treinta y cinco mil firmas. Incluso se publicó, en julio de 2016, una Solicitud al Papa (Plea to the Pope) en vídeo, en la que participaron 16 personalidades del movimiento provida para pedir al Papa que terminase con la confusión surgida tras los dos Sínodos de la familia y la exhortación postsinodal.

Los puntos recogidos por todos estos documentos coinciden en lo esencial: los dos Sínodos de la familia y la publicación de la exhortación postsinodal Amoris Laetitia han dado lugar a la proliferación en la Iglesia de posturas heterodoxas sobre moral, que parecen contar con el apoyo del Papa Francisco, ya sea por acción u omisión (y podríamos añadir, confusión). Estas posturas heterodoxas niegan en la práctica la existencia de actos intrínsecamente malos, convierten la moral en subjetiva, dan carta de naturaleza al divorcio en la Iglesia al permitir la comunión a los adúlteros sin propósito de la enmienda, niegan que Dios dé la gracia necesaria para evitar el pecado mortal, consideran que, en algunas ocasiones, Dios quiere que sigamos pecando, etc.

Por supuesto, en algunos casos, puede tratarse de mera confusión en las afirmaciones del Papa, pero lo cierto es que, por su misión, el Papa tiene la obligación de despejar esa confusión y no dar ni siquiera la apariencia de que aprueba posturas contrarias a la fe de la Iglesia, como muestra el caso del Papa Honorio. Además de eso, siempre se pueden hacer matizaciones de detalle a la Correctio y a los otros documentos similares, cuestionar sus características formales o intentar interpretar algunas actuaciones y declaraciones papales que se critican de forma diferente. Sin embargo, es muy difícil negar que, en esencia, las alegaciones son correctas.

En primer lugar, por algunas afirmaciones insalvables ya presentes en Amoris Laetitia (por ejemplo, AL 301, 303 y 304, que, respectivamente, afirman que es necesario pecar para evitar males mayores, indican que la voluntad de Dios es que pequemos algunas veces y niegan la existencia de actos intrínsecamente malos, al menos aparentemente). 

En segundo lugar, por la carta de apoyo del Papa a la interpretación de los puntos confusos de Amoris Laetitia dada por los obispos de Buenos Aires, una interpretación basada fundamentalmente en el principio de que el fin justifica los medios. Aquella carta marcó un punto de inflexión en esta cuestión, ya que el Papa se puso inequívocamente de lado de la interpretación heterodoxa de Amoris Laetitia (lo que motivó mi artículo La situación de la Iglesia es muy grave). 

Finalmente, porque de hecho un buen número de obispos y conferencias episcopales enteras han anunciado públicamente que, siguiendo lo expuesto en la exhortación postsinodal, darán la comunión (en algunos casos, solemnemente) a adúlteros sin propósito de la enmienda. Es más, la propia diócesis del Papa está entre ellas. De este modo, incluso los fieles que viven en diócesis que mantienen la doctrina tradicional ven su fe atacada, porque descubren que la enseñanza de la Iglesia sobre algo tan importante como el matrimonio, aparentemente, depende de si uno vive en una ciudad o en otra.

Podríamos sumar a esto las voces que, sin ser corregidas, piden que se aplique el nuevo principio moral de Amoris Laetitia a otros actos intrínsecamente malos, como la eutanasia, la apostasía, el aborto, la anticoncepción, las parejas del mismo sexo o las relaciones prematrimoniales

A esto hay que añadir que la presentación de la negación de la moral tradicional como un “desarrollo” o una “evolución” de esa moral ha dado lugar a un clima en el que la moral entera de la Iglesia parece ser susceptible de cambios radicales, al hilo de las “sorpresas” del Espíritu Santo, como muestran últimamente los casos de la pena de muerte o la guerra justa. La Pontificia Academia para la Vida ha sido completamente reestructurada y, además de prescindir de los miembros vitalicios nombrados por Juan Pablo II para su Instituto opuestos a la agenda de cambio de la moral, se ha incluido a nuevos miembros favorables al aborto o la eutanasia

Increíblemente, aquellos que osan defender la moral que siempre ha enseñado la Iglesia son objeto de críticas salvajes o incluso son desposeídos de sus cátedras.

Inevitablemente, los frutos de esta incertidumbre no se han limitado a la moral, sino que parecen afectar también a la dogmática. La doctrina dogmática de la Iglesia se ha relativizado hasta tal punto que la Reforma protestante, condenada por más dogmas que ninguna otra herejía en la historia de la Iglesia, puede ser considerada públicamente por un obispo como un “acontecimiento del Espíritu Santo” y los heresiarcas iniciadores de aquella revolución anticatólica como “heraldos del Evangelio", dignos de homenajes y elogios.

2. La segunda cuestión, como decíamos, es la siguiente: ¿Se puede escribir un documento así en la Iglesia? ¿Es posible cuestionar públicamente las afirmaciones de todo un Papa? 

Hay que tener en cuenta que la Correctio ha dado un paso más con respecto a los documentos anteriores (excepto el de los 45 teólogos): pretende corregir al Papa en lugar de preguntarle dudas, declarar en general la doctrina o suplicarle algo. Es más que comprensible que un católico tenga que pensarse dos veces algo así. Sin embargo, parece que la respuesta también debe ser afirmativa.

Hay que comenzar precisando, sin embargo, y es una precisión muy importante, que los autores y firmantes de la Correctio no pueden juzgar al Papa (ni tampoco lo pretenden). De hecho, nadie puede juzgar al Papa en el sentido canónico del término juzgar. Que la primera Sede no es juzgada por nadie es un principio fundamental de la disciplina de la Iglesia. Tampoco puede ser un juicio moral del interior de la conciencia del Papa, que está prohibido a los cristianos en general. Los autores de la Correctio, muy adecuadamente, recuerdan que “no osan juzgar el grado de conciencia” del Papa Francisco.


Lo que sí es posible es realizar una corrección pública cuando, objetivamente, la enseñanza de un prelado o incluso del Papa no se ajusta a la enseñanza de la Iglesia

Como recuerda el mismo Santo Tomás de Aquino, “en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos” (S. Th., II-II, 33, 4). 

El Papa Pablo IV enseñó, en Cum ex apostolatus officio, que un error en la fe “es tan grave y peligroso que el Romano Pontífice, que es el representante en la tierra de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que ostenta la plenitud del poder sobre las gentes y los reinos, que puede juzgar a todos y no puede ser juzgado por nadie en este mundo, podría ser rebatido si se encontrara que se ha desviado de la fe”. Nadie en la Iglesia tiene derecho a cambiar la fe católica, ni siquiera el Papa. Ante una negación o deformación de la fe de la Iglesia, todo católico, en virtud del ministerio profético recibido en el bautismo, tiene el deber de alzar la voz para defender esa fe.

Así lo reconoce el Código de Derecho Canónico incluso en el caso de meros seglares, diciendo que los fieles “tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas” (canon 212 § 3). 
Es más, los fieles “tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos” y también “a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia principalmente la palabra de Dios y los sacramentos” (cánones 212 § 2 y 213). 

Por lo tanto, cuando los pastores desatienden sus necesidades al no transmitirles fielmente los bienes espirituales de la Iglesia, cuando en lugar de pan les dan una piedra y en lugar de un huevo les dan un escorpión, los fieles pueden y deben reclamar su derecho a recibir de los pastores la verdadera fe de la Iglesia y no un sucedáneo.

Así actuó San Pablo cuando la conducta del primer Papa era escandalosa, como él mismo escribió de forma pública en su Carta a los Gálatas (Gal 2,14). Así lo hicieron los teólogos de París cuando Juan XXII negó el juicio particular. Así actuó Santa Catalina de Siena, dirigiendo palabras cariñosísimas pero también durísimas a Gregorio XI. Así lo hizo Eusebio contra el hereje Nestorio.

En cuanto al modo de la crítica, creo que algunos han afirmado que no debería haberse hecho pública. Lo cierto es que la tradición de la Iglesia siempre ha señalado que, a un comportamiento escandaloso público, corresponde una crítica igualmente pública. El mismo Cristo enseñó que, si alguien no atendía a una corrección privada, debía repetirse la corrección de forma pública.

Como es lógico, este tipo de comportamiento solo estaría justificado en casos muy graves, para evitar un escándalo que hiciera más daño que el mal que se pretende corregir. Pero, como hemos visto, es indudable la gravedad de los acontecimientos que han motivado la Correctio y los otros textos similares. El resultado de la aplicación general y coherente de los aparentes principios de Amoris Laetitia sería la destrucción completa de la moral de la Iglesia por la primacía absoluta de la conciencia subjetiva sobre la norma moral objetiva, desaparición del pecado mortal, el rechazo de la existencia de actos intrínsecamente malos, el relativismo moral y la entronización de que el fin justifica los medios como nuevo principio básico de la moral.

La gravedad de la situación, además, va aumentando por el silencio del Papa ante las peticiones de aclaración, que, con el paso del tiempo y teniendo en cuenta sus actos y la omisión de la corrección de las interpretaciones heterodoxas, sólo puede entenderse como aceptación tácita de esas interpretaciones. Este extraordinario, prolongado y elocuentísimo silencio es el que, tristemente, ha causado que las súplicas y peticiones de aclaración pasen a ser correcciones.

Por lo tanto, hasta donde puedo ver, parece que las alegaciones de la Correctio filialis(y de los dubia, la Súplica filial, la Petición al Papa, etc.) están sustancialmente justificadas y que un católico, por el hecho de serlo, podría firmar una declaración en la que se rebata lo dicho o hecho por un Papa si considerase justificadamente que se había apartado gravemente de la enseñanza de la Iglesia. 


3. En cambio, la cuestión de si es conveniente firmar la Correctio en concreto, por su propia naturaleza, no puede estar tan clara. En efecto, se trata de una cuestión prudencial y este tipo de cuestiones a menudo no admiten una respuesta drástica, en un sentido o en otro. Por este motivo, me voy a limitar a dar mi propia opinión sobre ella, con unas breves razones, pero sin pretender que sea una respuesta aplicable a otros.

Para determinar si es conveniente firmar la corrección, creo que hay que empezar por considerar su nombre para entender bien cuál es su naturaleza. Se trata de una corrección filial, es decir, hecha fundamentalmente por sacerdotes y seglares (a los que posteriormente se sumaron dos obispos) al Papa, reconociendo su carácter de Sucesor de Pedro. Como ya he dicho, estoy básicamente de acuerdo con ella (aunque suavizaría algunas de sus afirmaciones) y creo que las matizaciones que se podrían hacer al documento son poco importantes. 

A mi entender, sin embargo, lo que realmente conviene es una correctio fraterna, una corrección fraterna, liderada por obispos y dirigida a su hermano, el Romano Pontífice, Papa y Obispo de Roma. No sería, por supuesto, una corrección entre iguales, ya que el Papa es el Vicario de Cristo, pero sí, al menos, realizada por los Sucesores de los Apóstoles, que son los que tienen que actuar cuando se produce una situación de este calibre en la Iglesia, porque a ellos se les ha confiado el depósito de la fe. La Iglesia Católica es esencialmente jerárquica y el liderazgo en esto lo tienen que tomar obispos y cardenales.

En ese sentido, es de esperar que, como ya anunció el cardenal Burke, se produzca una corrección de los dos cardenales supervivientes de los dubia (con el apoyo, si Dios quiere, de más obispos y cardenales). Si así lo hicieran, creo que deberían contar con el apoyo de todos los católicos que quieran defender la doctrina de la Iglesia (manteniendo el respeto debido al Papa, por supuesto).

En cambio, si por cualquier razón, ni los cardenales de los dubia ni otros obispos realizasen una corrección entonces sí que habría que firmar la Correctio o plantear otras correcciones escritas por sacerdotes o seglares para decir las cosas con claridad. Como Eusebio ante Nestorio, quizá sea necesario que los seglares se levanten en medio de la Iglesia y defiendan la doctrina, porque el escándalo y el daño causados por el abandono de la moral católica superan ya el escándalo que se pueda producir por el hecho de que unos simples fieles se atrevan a corregir al Papa.

Bruno Moreno