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lunes, 10 de septiembre de 2018

George Weigel también confía en la buena fe de Viganó.



A continuación el fragmento de unas declaraciones de George Weigel a favor del ex-nuncio Viganó:

“La crisis actual de la Iglesia es una crisis de fidelidad y una crisis de santidad, una crisis de infidelidad y una crisis de pecado. También es una crisis de evangelización, porque los pastores sin credibilidad impiden la proclamación del Evangelio, que, como sugieren otros titulares del día, el mundo necesita con urgencia.

Inmediatamente después del “Testimonio” del Arzobispo Carlo María Viganò, y su declaración de que el Papa conocía los pecados de Theodore McCarrick, ex arzobispo de Washington, y levantó las sanciones contra McCarrick que el Papa había impuesto (pero nunca había aplicado seriamente) Benedicto XVI, las polémicas dentro de la Iglesia se intensificaron de inmediato y rebotaron a través de los medios. En este ambiente febril, es virtualmente imposible que alguien diga algo sin levantar sospechas y acusaciones. Pero como conocí bien al arzobispo Viganò durante su servicio como representante papal en Washington, me siento obligado a hablar de él, lo cual espero que ayude a otros a considerar sus muy, muy serios reclamos pensativamente.

En primer lugar, el arzobispo Viganò es un reformador valiente, que fue expulsado del Vaticano por sus superiores inmediatos porque estaba decidido a enfrentar la corrupción financiera en el Governatorato , la administración del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Segundo, el arzobispo Viganò es, en mi experiencia, un hombre honesto. Hablamos a menudo sobre muchas cosas, grandes y pequeñas, y nunca tuve la impresión de que me estuvieran dando otra cosa que no fuera lo que él creía en su conciencia como la verdad. Eso no significa que él consiguió todo bien; un hombre de humildad y oración, él sería el primero en conceder eso. Pero sugiere que los intentos de retratarlo como alguien que deliberadamente hace acusaciones falsas, alguien que no sea un testigo honesto de lo que él cree que es la verdad, no son convincentes. Cuando escribe en su testimonio que está “listo para afirmar [estas acusaciones] en un juramento llamando a Dios como mi testigo”, lo dice en serio. Y lo dice en serio. El arzobispo Viganò sabe que, al jurar tal juramento, estaría tomando su alma en sus manos; lo que significa que sabe que si hablara falsamente, es poco probable que encuentre su alma otra vez.

En tercer lugar, el arzobispo Viganò es un hombre de iglesia leal de cierta generación y formación, criado con una verdadera piedad acerca del papado. Su entrenamiento en el servicio diplomático papal instintivamente lo llevaría a hacer de la defensa del Papa su primera, segunda, tercera y cien prioridades.Si él cree que lo que ha dicho ahora es cierto, y que la Iglesia necesita aprender esa verdad para limpiarse de lo que está impidiendo su misión evangélica, entonces está anulando sus instintos arraigados por la más grave de las razones.

Lo que el Arzobispo Viganò testifica al conocer sobre la base de experiencias directas, personales y en muchos casos documentables en Roma y Washington, merece ser tomado en serio, no descartado perentoriamente o ignorado. El cardenal Daniel DiNardo, el presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, evidentemente está de acuerdo, como deja en claro su declaración del 27 de agosto. Ese es otro paso hacia la purificación y la reforma que necesitamos.”

https://www.firstthings.com/web-exclusives/2018/08/why-we-stay-and-the-vigan-testimony

sábado, 8 de septiembre de 2018

Obispo de Madison pide investigación sobre la carta de Monseñor Viganò



Mons. Robert Morlino, obispo de Madison, se unió ayer a las voces episcopales que piden una investigación de las alegaciones realizadas por el ex Nuncio en los Estados Unidos sobre la actuación de obispos, cardenales e incluso el mismo Papa Francisco en relación con el encubrimiento de diversos abusos sexuales. Considera que es una acusación «creíble», por los datos aportados y la integridad de su autor.
(InfoCatólica) Declaración de Monseñor Robert C. Morlino del 27 de agosto de 2018 sobre la crisis actual de abusos sexuales en la Iglesia
En primer lugar, me gustaría señalar que me uno al Cardenal DiNardo y su declaración en nombre de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, particularmente en dos aspectos:
1) En su declaración, el Card. DiNardo indica que la reciente carta del Arzobispo Carlo Maria Viganó, ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos, «aumenta de forma especial la concreción y urgencia» del examen por parte de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de los graves defectos morales de algunos obispos. «Las cuestiones planteadas«, afirma el Card. DiNardo, »merecen respuestas que sean concluyentes y estén demostradas. Sin esas respuestas, algunos inocentes pueden quedar manchados por acusaciones falsas y los culpables pueden repetir los pecados del pasado».
2) También indica el Card. DiNardo que «renovamos nuestro afecto fraterno por el Santo Padre en estos días difíciles».
Me uno completamente a esas convicciones y sentimientos. Sin embargo, debo confesar mi desilusión por el hecho de que, en sus comentarios en el vuelo de regreso de Dublín a Roma, el Santo Padre haya decidido no hacer declaraciones sobre las conclusiones que pueden extraerse de las alegaciones de Mons. Viganò. El Papa Francisco dijo además expresamente que tales conclusiones debían dejarse a la «madurez profesional» de los periodistas. De hecho, tanto en los Estados Unidos como en otros lugares, pocas cosas hay más cuestionables que la madurez profesional de los periodistas. El sesgo de los principales medios de comunicación no podría ser más claro y casi todo el mundo lo reconoce. Yo nunca atribuiría madurez profesional al periodismo del National Catholic Reporter, por ejemplo (y, como era previsible, es ese periódico el que está liderando el ataque y la campaña de difamación contra Mons. Viganò).
Después de renovar mi expresión de respeto y afecto filial por el Santo Padre, debo agregar que, durante el tiempo en que Mons. Viganò fue Nuncio Apostólico, llegué a conocerlo profesional y personalmente, y estoy profundamente convencido de su honestidad, lealtad y amor para con la Iglesia, e impecable integridad.
De hecho, Mons. Viganò ha planteado diversas acusaciones concretas y reales en su escrito reciente, en el que proporciona nombres, fechas, lugares y la ubicación de la documentación de prueba, ya sea en la Secretaría de Estado o en la Nunciatura Apostólica. Por lo tanto, los criterios para que una acusación sea creíble se cumplen más que de sobra y ciertamente conviene realizar una investigación, de acuerdo con los procedimientos canónicos pertinentes.
Debo añadir que mi fe en la Iglesia no se ve afectada en absoluto por la situación actual. Situaciones similares, y peores, se han producido en el pasado, aunque quizás no en los Estados Unidos. Es hora de renovar nuestro convencimiento y fe en ese artículo del final del Credo de Nicea: Credo […] et unam, sanctam catolicam et apostolicam Ecclesiam, que traducido literalmente significa, creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y, como preguntaba el Evangelio de ayer: «Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de la vida eterna».
Que Nuestra Señora, Madre de la Iglesia y Madre de Obispos y Sacerdotes, interceda por nosotros, junto con San Miguel Arcángel, mientras continuamos nuestra batalla contra el antiguo enemigo.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Después de Viganò ...


Una de las estrategias a las que ya Francisco nos tiene acostumbrados es hablar cuando hay que callar y callar cuando hay que hablar.
Podríamos enumerar todas sus contradicciones, ambigüedades, astucias y sinrazones, pero no merece la pena.
A estas alturas de la película hace falta estar muy , muy ciego para ignorar donde está el bando de la Luz. Unos, para no tomar partido dirán que son intrigas vaticanas, otros dirán que son los enemigos del papa (a estos habría que preguntarles si los enemigos del papa coinciden con los enemigos de la Iglesia o si por el contrario los enemigos de la Iglesia son los amigos del papa).
La prensa secular y mundana con su doble moral se ha lanzado a defender al papa y los cardenales y obispos que durante todo el pontificado de Francisco los hemos tenido como los guardianes de la fe, han salido para pedirle claridad y verdad.
Mons. Viganó acusa al papa de encubrir a abusadores. Me hace gracia, porque todos esos abusadores, todo el mundo conocía sus deslices y sin embargo todo el mundo sabía que gozaban de las simpatías de Francisco, a todos los rehabilitó y a todos los ascendió en su carrera (no voy a poner enlaces, quienes me leen y están preocupados, conocen perfectamente todos los detalles y los papólatras que lean esto, pues que empiecen a bucear en la prensa y que se enteren de los amigos de Francisco)
Cuando al comienzo de su pontificado Francisco nos dijo “quien soy yo para juzgar” todos lo aplaudieron y algunos, hasta llegaron a decir para justificarlo, que solo decía lo que había dicho Jesús (esto último lo leí de una entrevista de un sacerdote llamado Mariano Fazzio).
Pues bien, Francisco ha llevado a rajatabla su frasecita, no solo no ha juzgado, sino que ha “perdonado” y “olvidado” a diestra y siniestra. No solo no los ha juzgado, sino que se ha rodeado de ellos.
Hay que decir, que la truculenta historia del sacerdote al que se refería Francisco con su ya famosa frasecita, y que tantos sacerdotes o no sacerdotes que conocemos, la justificaron y la aplaudieron, ahora se rasgan las vestiduras . Para muchos de ellos la tragedia no son los abusos perpetrados sino que salgan a la luz. Parece ser que mientras los homosexuales y simpatizantes se paseen en sotana por los pasillos de Santa Marta y a nadie le importe no pasa nada . Lo grave es cuando a Viganó le importó y decidió empezar a golpear las conciencias adormecidas. Viganó sabe que la Verdad triunfará
Sin más, Francisco una vez más hace lo que nos dijo que iba a hacer: “No juzgar”.

Una imagen vale más que mil palabras

domingo, 19 de agosto de 2018

Leon Bloy: "La oposición creciente a la pena de muerte es consecuencia natural del declinar de la fe en la vida eterna" (Juan Manuel de Prada)



Un lector del blog nos manda estas aportaciones sobre la pena de muerte:
Afirmaba Léon Bloy que «la oposición creciente a la pena de muerte es consecuencia natural del declinar de la fe en la vida eterna». En efecto, en las sociedades que han dejado de creer en la vida eterna, esta pobre vida mortal se percibe como un bien absoluto que debe protegerse a toda costa; pues su pérdida equivale a una aniquilación definitiva. En cambio, en una sociedad religiosa, nuestra existencia terrenal tiene un valor relativo y el derecho a la vida propia impone unos deberes correlativos cuyo incumplimiento puede acarrear su pérdida. No olvidemos que, para una sociedad religiosa, el asesino, además de quitar la vida a otra persona, pone en peligro su salvación eterna, pues le impide ponerse en paz con Dios; es decir, obstaculiza los efectos benéficos de la redención y quiebra la nueva alianza que Dios selló con el hombre en la Cruz.
No encontramos en el Nuevo Testamento ninguna condena explícita de la pena capital. Jesús reprende a quien se toma la justicia por su mano (a Pedro cuando le corta la oreja a Malco en Getsemaní, a los discípulos que quieren atraer fuego del cielo sobre los samaritanos inhospitalarios); pero aprueba la pena de muerte para los que maldicen a sus padres (Mt 15, 4 y Mc 7, 10) y ni siquiera discute la autoridad de Poncio Pilatos para condenarlo a muerte. En los Hechos de los Apóstoles (5,1-11), Pedro dicta sentencia de muerte contra Ananías y su mujer Safira; y la sentencia la ejecuta Dios mismo. Y, en fin, en la Carta a los Hebreos (10, 28) se establece que debe morir sin misericordia quien haya profanado la Ley de Moisés. Todos los Padres y Doctores de la Iglesia se muestran unánimes en aceptar la pena de muerte, con tal de que al condenado se le permita salvar su alma (pues para esto fue instituida la Iglesia). Santo Tomás, por ejemplo, considera que la muerte de los malhechores es plenamente lícita cuando sus acciones constituyan un grave peligro para el bien común. Y sólo exige dos condiciones para que sea lícita la aplicación de la pena capital: que su motivación no sea el odio o la venganza; y que sea impuesta por una autoridad legítima.
Son estas condiciones las que tornan «inadmisible», conforme a la doctrina católica, la aplicación de la pena capital en nuestros días. Ya no existen gobernantes que se sometan a la ley divina y elaboren sus leyes conforme a ella; por lo tanto, su autoridad no es legítima. La pena de muerte, que siempre es indeseable, en manos de gobernantes inicuos se torna un instrumento temible que mañana mismo puede utilizarse, por odio o venganza, para perseguir y exterminar a los justos. Todas las demás razones contra la pena de muerte son paparruchas de un sentimentalismo divorciado de la razón, cuando no argumentos en los que subyace la negación del origen divino del Derecho y de la vida eterna. Escucharlos en ciertos labios provoca, en verdad, sobrecogimiento.
Chesterton advertía perspicazmente que, a medida que se restringía la pena de muerte, se favorecía la expansión del antinatalismo. Mientras el culpable que había empleado su existencia en infligir daño a los demás era perdonado, el inocente que apenas empezaba a existir era condenado a muerte. Y señalaba que, cuando la pena de muerte nos perturba más que los crímenes que la justifican, es porque en el fondo ya nos han dejado de perturbar los crímenes, incluso porque los crímenes han empezado a complacernos. Esta reflexión de Chesterton explica que haya personas que, a la vez que sacan pecho condenando la pena de muerte, se encojan ante el crimen legalizado de los inocentes. A esto se llama, en lenguaje apocalíptico, fornicar con los reyes de la tierra; y es lo que hace una señora de nombre muy feo.
Juan Manuel de Prada
El autor de este artículo no se atreve a citar al papa Francisco, quien reprueba la pena de muerte por motivos mundanos, elevados a rango de Catecismo, contradictorio con el de la Verdad, que siempre prevalecerá ante tamaña patochada.
El Oriente en Llamas

domingo, 5 de agosto de 2018

El tsunami del modernismo ha entrado de lleno en la Iglesia, ¿quién protegerá la buena doctrina?



Debo decir que cuando hace un par de días leí el cambio del punto del catecismo sobre la pena de muerte, tuve la misma sensación de impotencia ante los acontecimientos, que cuando leí hace un par de años el capítulo VIII de AL, que dicho sea de paso supuso para mí el despertar a otra realidad.

Lees que el papa va a cambiar un punto del catecismo, en el momento que más escándalos sexuales entre sacerdotes y seminaristas han salido a la luz y no deja de producirte cierta sensación de tristeza ante el panorama desolador.

Lo primero que pensé fue; debo proteger a mis hijos del papa Francisco. Pero luego ves que el problema no es solo el papa, sino todos sus súbditos que aplauden sus fechorías y los otros súbditos que intentan justificar de la forma más abyecta cualquier dicho y hecho perpetrado por su persona, hasta el cambio de la doctrina de siempre, apoyada en la tradición y en las escrituras.

Como muy bien explica el Padre Aberasturi en su última entrada:
“Bueno: pues ya se ha abierto el melón; y se ha tocado la Doctrina de siempre: de hecho, se ha cambiado algún punto del Catecismo de la Iglesia Católica. El primero. Claro que siempre se empieza por uno: se quita el “tapón” y ya se puede beber y/o verter su contenido. Podrá argumentarse que es un punto de segundo orden, y que además “la sensibilidad” de la cultura actual “lo exigía”, etc., etc. Ya…
Pero esto es como el rascar, que “todo es empezar”. Y ya se ha empezado. Por cierto: a esto se le coge gusto enseguidita; especialmente desde el poder, o desde los contubernios.
Como en las series que están tan de moda hoy, estamos en el cap. 1, de la T1. Habrá más capítulos y más temporadas. Necesariamente. Porque la “pastoral”, especialmente la desnortada, “necesita” credibilidad y honorabilidad para salvar la cara. ¡Por eso precisamente necesita cambiar muchas cosas de la Doctrina y de la Teología! ¡Y las va a cambiar para poder seguir llamando “pastoral” a lo que ya no lo es! Lo otro, cambiar la pastoral sin cambiar la Doctrina ha sido, y es, un tranpantojo y un engañabobos: la gran mentira.”
Nota 1:

Uno de los temas que más escalofríos me produce y en el que prefiero no pensar demasiado es que si la Iglesia ha considerado durante dos mil años que, en ciertos casos, es lícita la pena de muerte y para apoyarlo se ha basado en las Escrituras inspiradas por el mismo Dios,  una de dos: o Dios estaba equivocado o la Iglesia lleva dos mil años equivocada,  interpretando las Escrituras.Y esto nos lleva a la siguiente reflexión:  si ha errado en un punto,¿quién nos dice que no ha podido errar en más puntos?

Claramente se ha cometido una tropelía. Como en tiempos del arrianismo surgirán los arrianos y los semiarrianos y quedarán unos pocos fieles que seguirán defendiendo la auténtica doctrina, aun a costa de su vida y de su honra.

Nota 2:

Hoy, en una entrada de blog en el Ministerio New Ways – un grupo de defensa de la “justicia e igualdad para católicos lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT)” – vemos claramente que la compuerta se ha abierto:
Es importante que los defensores católicos de la igualdad LGBT tomen nota de este cambio, porque durante décadas los opositores católicos a la igualdad LGBT argumentaron que es imposible cambiar la enseñanza de la iglesia. A menudo señalaban el hecho de que las condenas de las relaciones entre personas del mismo sexo estaban inscritas en el Catecismo y, por lo tanto, no estaban abiertas a discusión o cambio. Sin embargo, la enseñanza sobre la pena de muerte también está en el Catecismo, y, de hecho, para hacer este cambio en la enseñanza, fue el texto del Catecismo el que Francisco cambió.(https://translate.google.es/translate?hl=es&sl=en&u=https://onepeterfive.com/&prev=search)
El tsunami del modernismo ha entrado de lleno en la Iglesia, ¿quien protegerá la buena doctrina?

El Oriente en llamas

jueves, 2 de agosto de 2018

Papa contra Papas. Mortalium animus vs Unitatis Redintegratio



Me hace gracia como muchos intentan buscar una explicación a la crisis de la Iglesia y se quedan en el papa Francisco. Ven el lenguaje confuso, ambiguo, claramente carente de esa fuerza que tiene el auténtico lenguaje católico en el capítulo VIII de AL y sin embargo no son capaces de ver el juego de palabras, los giros y ambigüedades de gran cantidad de documentos postconciliares, sobre todo aquellos más problemáticos que han dado pie a la ruptura con muchas de las doctrinas que la iglesia ha defendido durante 2000 años. Una de estas doctrinas ha sido la unión de los cristianos. Dios juzgará a todos aquellos que han sido cómplices de estas ambigüedades . Ambigüedades que ningún papa postconciliar fue capaz de corregir , ni de aclarar. Es más todos y cada uno fueron dando un pasito hacia adelante hasta llegar a Francisco para quien el mayor enemigo del ecumenismo es el “proselitimo”.  
                                       MORTALIUM ANIMUS
  1. Otro error – La unión de todos los cristianos. – Argumentos falaces
    Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa?(1). y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros?(2). ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada más, amenaza debilitar el Evangelio.
    5. Debajo de esos argumentos se oculta un error gravísimo 
    Estos y otros argumentos parecidos divulgan y difunden los llamados “pancristianos”; los cuales, lejos de ser pocos en número, han llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de hombres católicos, aunque discordes entre sí en materia de fe.
UNITATIS REDINTEGRATIO
Es más: de entre el conjunto de elementos o bienes con que la Iglesia se edifica y vive, algunos, o mejor, muchísimos y muy importantes pueden encontrarse fuera del recinto visible de la Iglesia católica: la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y algunos dones interiores del Espíritu Santo y elementos visibles; todo esto, que proviene de Cristo y a El conduce, pertenece por derecho a la única Iglesia de Cristo.
Los hermanos separados practican no pocos actos de culto de la religión cristiana, los cuales, de varias formas, según la diversa condición de cada Iglesia o comunidad, pueden, sin duda alguna, producir la vida de la gracia, y hay que confesar que son aptos para dejar abierto el acceso a la comunión de la salvación.
Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia.
Nota 1: La aplicación de este ecumenismo lleva a la caída de las conversiones. Si con la conversión al catolicismo nada varía sustancialmente y como dice este ambiguo documento “Cristo no ha rehusado servirse de estas iglesias como medios de salvación”, el mensaje que manda es que da lo mismo estar en una iglesia que en otra. En los EEUU, antes del Concilio se contaban anualmente cerca de ciento setenta mil conversiones: después del concilio cae dramáticamente la cifra a pocos centenares (1). El paralelismo entre este lenguaje y el utilizado por Francisco es indiscutible. Francisco es hijo del concilio y de sus concesiones y caprichos. Quejarse ahora de que el hijo les ha salido respondón creo que es totalmente incoherente teniendo en cuenta su contribución a la causa.
Nota 2: Hay que decir que es totalmente deshonesto enseñar en una universidad católica el documento Unitatis redintegratio sin explicar Mortalium animus. Yo he oído a profesores de religión de colegios católicos decir que la salvación está en otras iglesias también y que tampoco hay que ponerse dramáticos con lo de la Iglesia católica. Estos profesores han estudiado teología en universidades católicas.
Nota 3: La hermenéutica de la continuidad se cae a pedazos, el papa Benedicto XVI quiso arreglar un juguete roto. Si en el documento postconciliar pone A, no entiendo porque tenemos que leer B. Como siempre todos aquellos que tienen en su mano solucionar el problema y retractarse prefieren que la nieve vaya cubriendo el paisaje y las almas se vayan enfriando.
Nota 4: La crisis de fe y doctrina que ya existía y que el CVII en lugar de corregirla la agravó hasta extremos insospechados, oculta una crisis moral, la de los abusos a menores y la de la homosexualidad. El silencio cómplice de tantos obispos, cardenales y los mismos papas refleja que no les importa que los inocentes sean abusados, ni que las almas sean llevadas al desfiladero, no les importa que a los jóvenes se les arranque la inocencia y tampoco que las almas sean privadas de la salvación.
Todos y cada uno responderán ante Dios.
Nota 5: Una de las causas de estos silencios es síntoma de una grave enfermedad, el clericalismo.
(1) Iota Unum. Romano Amerio

Teofantes de no sé qué nueva era cristiana, que hacéis la teología de la transacción y del acomodo. Mons. Pie



¿CONOCÉIS EN NUESTROS TIEMPOS A ALGUIEN QUE HABLE ASÍ DE LA VERDAD?

Debo decir que en cierta ocasión pude presenciar una conversación en la que cierta persona que dudaba de la integridad de la doctrina del capítulo VIII de AL era tachada de intolerante y fundamentalista. Es verdad que nuestro cristianismo lo hemos ido acomodando a las necesidades de cada uno y a falta de alguien con autoridad, seguiremos relajando nuestra manera de pensar y de actuar, hasta dejar de reconocer la Verdad. Por mucho que se empeñen algunos e intenten cambiar, adaptar y rebajar la doctrina solo nos queda ser fieles a todo aquello que se nos ha transmitido por mucho que los de la línea media nos tachen de lo que nos tachen , ¿o es que acaso creemos que el cielo se gana a cualquier precio?

Los párrafos que escribo a continuación están sacados del pensamiento del cardenal Pie. No han perdido actualidad. Es un reflejo fiel de nuestro cristianismo del siglo XXI, es una condena a todas las concesiones de nuestros obispos a la democracia liberal, a las reuniones ecuménicas todos agarrados de la mano haciendo el ridículo. ¿De verdad creen que eso los va a salvar?, ¿no están acaso traicionando la fe de nuestros padres? Babean ante el político de turno y se venden al mejor postor. Y como dejarnos atrás nuestras vidas acomodadas dedicando apenas unos minutos del día a dar gracias, como olvidarnos cuando priorizamos todos los éxitos mundanos.

La conciliación de la linea media.

La renuncia a la integridad doctrinal conduce a numerosos católicos a propiciar una línea medianera entre la rebelión y la doctrina de Cristo. Una actitud semejante lleva a decir a Mons. Pie que si comparamos el cristianismo de nuestro tiempo con el de la época de San Martín de Tours, uno podría francamente preguntarse si se nos ha enseñado el mismo evangelio, si hemos recibido el mismo bautismo, si son los mismos los compromisos que hemos asumido. “Un cristianismo que capitula cotidianamente ante Satán, que pacta con las pompas del mundo, que amalgama las tinieblas con la luz, a Belial con Jesucristo; un cristianismo que cambia según todo viento de doctrina, que revisa a cada instante y corrige las verdades de fe, las enseñanzas de la Iglesia, según los prejuicios y las opiniones móviles del tiempo; un cristianismo que duda de sí mismo, y que no tiene ni el coraje ni la dignidad de sus convicciones; un cristianismo sin espíritu de penitencia, sin mortificación y que se imagina poder subsistir en una vida cómoda y sensual; un cristianismo que relega a último lugar el sentimiento de lo religioso. 
Así muchos intentan con Cristo y con Satán, hay quienes intentan una línea de conciliación de los contrarios y cuántos católicos se glorían de pertenecer al partido de la moderación, y que cometen el error de dar cada día nuevas fuerzas al monstruo que los devora; generación sin principios, sin ardor y que está dispuesta a sufrir el mal antes que ponerle remedio.
Hablando a los sacerdotes el cardenal Pie les decía que el enemigo cambia de lenguaje y modifica el tono de su voz según la necesidad de los tiempos. Así por ejemplo a las negaciones atrevidas de los arrianos, sucedieron las concesiones hipócritas de los semi-arrianos. Así como los asertos descarados del naturalismo pelagiano cedieron el puesto a las afirmaciones aparentemente moderadas de los semipelagianos de rostro inocente.

Podríamos decir que después del CVII los modernistas ganaron la batalla y aquellos que pudiera parecer que se mantuvieron en la trinchera durante algún tiempo conservando la fe y la doctrina, en seguida claudicaron y consiguieron encontrar su justo medio, Dios mío en cuantos sacerdotes estoy pensando, en cuantos fieles que quisieron acabar la guerra antes de tiempo y cedieron y siguen cediendo. Son esos nuevos católicos moderados que han conseguido la paz a costa de ceder, como los semiarrianos y como los semipelagianos. Estos católicos no son modernistas agresivos porque no les van los enfrentamientos, ellos prefieren dialogar y ceder. Ha ocurrido con el capítulo VIII de la AL de Francisco, ocurrió con muchos documentos del CVII. 


En todos aquellos que callaron y han callado es en los que estoy pensando. Los semiarrianos cedieron en una coma y los neocatólicos del siglo XXI han tragado carros y carretas. Ellos dicen que ya han pasado los peligros para la religión y que esta época ofrece todas las ventajas. Nada más lejos de la realidad, pensar que el enemigo dejará de atacar a Cristo y a su Iglesia. No hay nada más cobarde que un soldado desertor .

Así es, pero es que los nuevos cristianos son así. No les gusta pelear, les repele el combate.

El Oriente en llamas

miércoles, 1 de agosto de 2018

Rechazad las amalgamas mortíferas. No es cristiano quien dirige su sonrisa complaciente a lo verdadero y a lo falso.




¿Por qué tan pocos teólogos y pastores combaten el error que amenaza nuestra fe y nos asedia por todos los lados?
La respuesta está en San Agustín. En vida de este santo obispo se había establecido en Africa la secta de los donatistas. De manera semejante a los librepensadores de nuestro tiempo, reivindicaban para sí el privilegio de construirse una religión propia y seguirla sin riesgo social alguno. Viendo como el poder temporal toleraba su cisma, enrostraban a los obispos su obstinación en atacarlos y tratar de convencerlos de que volviesen a la doctrina tradicional. ¿Por qué os ocupáis de nosotros?, ¿por qué no buscáis?, decían estos desertores de la verdad.
Les predicaba insistentemente San Agustín: Si tu quieres errar y si tu quieres perderte, más razón tengo yo para no quererlo. Soy inoportuno decía San Agustín, es verdad pero oigo al Apóstol que me dice: “Predica a tiempo y a destiempo”. A tiempo, para los que quieren oir mi palabra ; a destiempo , para los que no la quieren oir. Por tanto debo saber ser inoportuno e intempestivo. Tú quieres errar y perecer, pero yo no lo quiero. Por consiguiente mientras estés en el error , te buscaré, mientras yerres para tu pérdida , te perseguiré. Lo quieras o no, así lo haré. Aunque todas las zarzas de la selva me desgarren, correré por los senderos más estrechos, atravesaré todos los zarzales; mientras me quede el temor de Dios y un átomo de fuerza, no me detendré, clamaré, caminaré.¡Si mis persecuciones te fatigan , sólo te queda un recurso; dejar de extraviarte y de perderte! Sabedlo pues: Cuando hablo contra el error, me mueve sin duda el deseo de convertir a alguien que está afuera, el deseo de una conquista exterior , pero más me mueve el temor de un daño interior”.
La frialdad ante la herejía en tantos pastores lleva a los fieles a pensar que Dios puede estar en un lado y en el otro, que Dios puede ser honrado en todos los campos y que no importa la elección; que son querellas intestinas las que producen estas luchas. Hoy la amplia mayoría de los fieles piensan así, a nadie le interesa combatir el error, al contrario que San Agustín no les mueve ni la conquista interior , ni la exterior, ni el deseo de convertir, ni el temor de Dios. ¿Puede decirme alguien qué tipo de fe es la que profesan?
Hoy después de 14 siglos nos volvemos a encontrar cristianos que conocen la verdad pero que se dejan seducir por el error. Viviendo en una nación cuyo derecho público concede igual protección a la religión verdadera y a las herejías, tales cristianos corren el peligro de llegar a creer que es indiferente ante la ley divina y ante Dios mismo lo que es indiferente ante la ley de los hombres. Toca a nosotros promulgar que no hay sino un solo nombre bajo el cielo en el cual los hombres puedan ser salvos, que no hay sino un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Toca a nosotros proclamar que el cristianismo es inmutable.
Callar es un crimen. El silencio se produce por falta de amor de Dios y por falta de odio al error. Resulta insuficiente la afirmación de la Verdad cuando se evita la censurar el error. Como dice el cardenal Pie, “la afirmación calla, si deja indiferentemente que la negación se ponga de su lado”
No es símbolo del cristiano ese instrumento llamado veleta. No, dice San Pablo, no nos dejemos llevar por todo viento de doctrina (Ef 4,14)
Ideas sacadas del libro de Alfredo Sáenz, El cardenal Pie
El Oriente en llamas

lunes, 30 de julio de 2018

Id y dialogad con todos los pueblos, pero no los bauticéis, solo abrazaros con ellos, no vaya a ser que violéis su libertad de conciencia.


Pope Francis hugs Lutheran Archbishop Ante Jackelen, Primate of the Church of Sweden, during an ecumenical prayer at Lund’s Lutheran Cathedral, in Sweden, Monday, Oct. 31, 2016. Francis traveled to secular Sweden on Monday to mark the 500th anniversary of the Protestant Reformation, a remarkably bold gesture given his very own Jesuit religious order was founded to defend the faith against Martin Luther’s “heretical” reforms five centuries ago. (AP Photo/Andrew Medichini)

Hace días un prelado de la Iglesia Católica hablaba en estos términos; “En el ecumenismo no buscamos convertir, buscamos el diálogo”. Estas palabras oídas de la boca de un prelado no dejan de ser un escándalo para los católicosA este prelado le diría: “Apártate de mí, Satanás, porque no piensas como Dios, sino como los hombres” (Mt 16, 23)
¿Cuándo nuestros obispos dejaron de ser católicos? ¿Cuándo convirtieron el Id y predicad a TODOS los pueblos por Id y dialogad con todos los pueblos? ¿Cuándo han perdido la fe en el Evangelio, en la Verdad? Son traidores a Cristo y a su Iglesia. Viven de la Iglesia, a su costa, pero la flagelan, le colocan la corona de espinas cada día y con cada palabra venenosa que sale de su boca.
Son tibios. A ellos les dirige el Señor estas palabras: “Las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos” (Mt 21, 31) porque tuvieron todas las oportunidades para conocer a Dios, para estar al lado del Padre, pero como el hijo pródigo prefieren comer las algarrobas destinadas a los cerdos. Han malgastado toda la fortuna, han traicionado la Tradición.
La palabra diálogo escribe Romano Amerio en su libro Iota Unum era completamente desconocida e inusitada en la doctrina previa al Concilio. Esta palabra no se encuentra ni una sola vez en los concilios anteriores y sin embargo 28 veces en el CVII, doce de las cuales en el documento Unitatis Redintegratio sobre el ecumenismo.
[Nota del blog: Esta palabra novísima en la Iglesia Católica se convirtió en la palabra talismán postconciliar].
Sigue Romano Amerio: No sólo se habla de diálogo ecuménico, de diálogo entre la Iglesia y el mundo, o de diálogo eclesial, sino que de forma asombrosa se extiende este concepto a la Teología, a la pedagogía, a la catequesis, a la Trinidad, a la historia de la Salvación, a la escuela, a la familia, al sacerdocio, a los sacramentos, a la Redención y a cuánto había existido durante siglos en la Iglesia. 
Este concepto de diálogo no encuentra ningún apoyo evangélico. Los apóstoles Pedro y Pablo disputan en las sinagogas , pero no se trata de este diálogo en sentido moderno, sino del diálogo de refutación e impugnación del error. 
La posibilidad de diálogo desaparece cuando el disputante, por obstinación o incapacidad, ya no es susceptible de ser convencido; se ve en el rechazo del diálogo por parte de San Pablo en Hech.19,8-9.Así como Cristo hablaba con autoridad, los Apóstoles evangelizaban con palabras investidas de una autoridad intrínseca que no esperan recibir del diálogo.
Notas:
- Hoy la mayoría de obispos y prelados han renunciado a hablar con autoridad: son asalariados que han abandonado a las ovejas.
- En esta profunda crisis eclesial en la que vemos cómo, ante los abusos a menores, ante la cloaca putrefacta de las prácticas homosexuales de dónde se deriva la mayor parte de los casos de abusos, la mayoría de los obispos y superiores han mirado para otro lado. Pero también miran para otro lado cuando la herejía golpea la pureza de la fe. Tampoco les importa.
- Llevamos más de 60 años de abusos contra la Madre Iglesia, la jerarquía mira para otro lado, unos por miedo, no vaya a ser que sean intervenidas sus muchas posesiones, no vaya a ser que peligre su carrera. Han convertido sus movimientos, sus instituciones en un fin en sí mismo. No les importa la Iglesia, otros actúan por papolatría.
- Seguiremos en la trinchera, rogando por nuestros hijos para que toda esta mierda no les salpique y no sean víctimas de los abusos de tanto "pastor" con piel de cordero.
- Muchas veces lo he dicho en este blog, cuando te pones a hablar con un católico, por desgracia, ya no sabes qué es lo que piensa en tantas materias y doctrinas que hasta hace poco eran incuestionables.
El Oriente en llamas

jueves, 26 de julio de 2018

Vivimos una crisis eclesial que afecta a las mismas venas de la Iglesia



Hace varios días leía un artículo de un sacerdote alertando del peligro de cisma y sedevacantismo en esas personas que se atreven a criticar el magisterio del papa Francisco y de criticar ciertos errores que pudieron cometerse durante los pontificados posteriores al concilio vaticano II. [No olvidemos que para esta Iglesia del siglo XXI, en el que la mayoría del clero y movimientos eclesiales han sido cómplices en mayor o menos medida de la demolición de la fe, el CVII - por unanimidad - no se toca; todos y cada uno de los desmanes doctrinales que de él salieron hay que bendecirlos con las dos manos, prueba de ello es la canonización de todos sus papas]

Como decía, me llamaba la atención que, para este sacerdote, ante una situación de crisis eclesial sin precedentes en la historia de la Iglesia, crisis que afecta no sólo a la cabeza sino a la raíz y cual veneno recorre todas las venas de la Iglesia sólo le preocuparan las críticas al magisterio de este papa en particular y a los anteriores en general.


La herejía del modernismo afecta a casi la mayoría del clero, salvo honrosas excepciones, los abusos sexuales a menores, cual escándalo que pide justicia, amenaza el redil de Cristo, la homosexualidad en la Iglesia, en sacerdotes que se les dejó entrar por la puerta de atrás, la masonería eclesiástica, los escándalos financieros, los ataques a la eucaristía desde fuera y desde aquellos que están llamados a protegerla, la demolición del sacramento del matrimonio en un sínodo nefasto, del que, cual fruto corrompido salió un capítulo VIII en el que defiende una moral que siempre fue condenada por la Iglesia pero que, a partir del CVII y a través de teólogos heréticos, se fue infiltrando en la mente de tantos sacerdotes incluido el papa Francisco. La crisis de vocaciones y de paralización de las misiones después de poner en práctica un ecumenismo absolutamente demencial y suicida, pero en el que siguen empecinados, la protestantización de la Iglesia a través de la liturgia, entre otras cosas, para la que los curas, ellos solitos se han encargado de demolerla, no han necesitado ayuda de fuera.  Podríamos seguir y seguir enumerando.

Me gustaría decirle a este sacerdotes y a otros cómo él que se ve que no hemos aprendido nada de la historia de la Iglesia, Con su forma de pensar hubieran censurado también a un San Atanasio, a una Santa Catalina de Siena y a una Santa Brígida de Suecia, entre otros muchos santos que han sabido afrontar las crisis de la Iglesia con la doctrina católica y con la Verdad en la mano y no con la papolatría. La papolatría es un problema muy grave que afecta a no pocos sacerdotes y seglares.


La historia de la Iglesia nos ofrece una larga lista de papas, antipapas y no pocos de ellos herejes, pusilánimes y apóstatas, papas que durante épocas no se ha sabido si eran papas o antipapas. 

Este sacerdote -y otros como él- nos piden que elijamos entre fe y razón, nos están diciendo que si utilizamos la razón perderemos la fe y que por eso es lo mejor que nos volvamos sordos, mudos y ciegos. En lugar de asumir los errores de este papado y de los anteriores, haciendo una crítica sana para reafirmar la fe de los creyentes, nos piden que obedezcamos como cadáveres. 

Irónicamente sólo se les ocurre pedir perdón de la Inquisición, si cabe un poco más, para echar leña al fuego sobre la leyenda negra de la historia de la Iglesia, por no hablar de lo que opina el papa Francisco sobre el indigenismo y la conquista de América, que también podría contribuir a la leyenda negra.

No hay nada más frustrante para un creyente que encontrarte con un sacerdote al que quieres transmitir tus inquietudes y te quiere convencer que son todo imaginaciones y que todo va muy bien y que el papa Francisco es impecable.

Estos sacerdotes han sido tentados por el autoritarismo, a imitación de nuestros gobernantes que prefieren tener borregos como súbditos, para así manejarlos mejor. Tenemos un amplio número de sacerdotes y pastores que prefieren tener un rebaño aborregado, que no piense y que dócilmente sea conducido al desfiladero.

Últimamente, cuando me cruzo por la calle con un sacerdote, me pregunto: ¿en qué creerá? ¿Se habrá dejado embaucar por todos esos documentos sobre ecumenismo, libertad religiosa, libertad de cultos que han pretendido hacer borrón y cuenta nueva de todo el Magisterio anterior, o seguirá creyendo en el reinado social de Cristo, en la confesionalidad del Estado, en que fuera de la Iglesia católica no hay salvación, en que los musulmanes no adoran al mismo Dios que los cristianos por mucho que Pablo VI redactara un documento puramente naturalista sobre este tema (Nostra Aetate) y que el papa Francisco se haya apresurado a reafirmar?.

Entiendo que si creen en el Símbolo Atanasiano no pueden creer que lo que ponga en Nostra Aetate sea cierto.

Antes, cuando veías a un sacerdote vestido de sacerdote podías pensar que creía en toda la fe de la Iglesia católica, pero ahora -por desgracia- ya no es así.

Continuará…

martes, 24 de julio de 2018

"¡Cuántas conciencias estarían tranquilas el día que la Iglesia católica diera el beso fraternal a todas las sectas, sus rivales!" Cardenal Pie(VI)



Las palabras que pronuncia a continuación el cardenal Pie, no es la fe que ahora mismo profesa la Iglesia, ni la fe que ha profesado en estas últimas décadas. Para confusión y escándalo de los sencillos. Aquellos que escandalizaron y quienes los secundan no se detuvieron a valorar el mal que hicieron. Aquellos que trataron a la esposa de Cristo como una más no les importó hacerlo.

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Mis hermanos, a menudo estamos desconcertados de lo que escuchamos decir sobre todas estas cuestiones a personas, por lo demás, sensatas. Les falla completamente la lógica tratándose de religión. ¿Es la pasión, es el prejuicio lo que los ciega? Es lo uno y lo otro.

En el fondo, las pasiones saben bien lo que quieren cuando buscan trastornar los fundamentos de la fe, hasta colocar a la religión entre las cosas sin consistencia. No ignoran que, demoliendo el dogma, se preparan una moral fácil. Se ha dicho con perfecta exactitud: “Es más bien el decálogo que el símbolo lo que hace a los incrédulos”. Si todas las religiones pueden ser colocadas en un mismo nivel, es que todas son válidas; y si todas son verdaderas, es que todas son falsas; y si todos los dioses se toleran, es que no hay Dios.

Y cuando se ha podido llegar hasta allí, ya no queda más moral molesta. ¡Cuántas conciencias estarían tranquilas el día que la Iglesia católica diera el beso fraternal a todas las sectas, sus rivales!

La indiferencia de las religiones es, por consiguiente, un sistema que tiene sus raíces en las pasiones del corazón humano; pero es necesario decir también que, para muchos hombres de nuestro tiempo, se debe a los prejuicios de la educación. Ciertamente, ora se trate de hombres ya avanzados en edad y que han mamado la leche de la generación precedente, o bien de quienes pertenecen a la nueva generación: los primeros han buscado el espíritu filosófico y religioso en el Emilio de Juan Jacobo; los otros, en la escuela ecléctica o progresista de esos semi-protestantes y semi-racionalistas que retienen hoy día el cetro de la enseñanza.

Juan Jacobo Rousseau ha sido entre nosotros el apologista y propagador de este sistema de tolerancia religiosa. La invención no le pertenece, aunque él audazmente superó al paganismo, que jamás llevó tan lejos la indiferencia.

Veamos, en un breve comentario, los principales puntos del catecismo ginebrino, lamentablemente popularizado: “Todas las religiones son buenas“, o dicho de otro modo, a la francesa, “todas las religiones son malas“. “Es necesario practicar la religión de su país“, es decir, de la comarca: verdadero de las cumbres para acá, falso tras las cumbres.

Por consiguiente, lo que es aún más grave, es necesario o no tener francamente ninguna religión y actuar como hipócrita en todas partes, o teniendo una religión en el fondo del corazón, convertirse en apóstata y renegado cuando las circunstancias lo requieran. La mujer debe profesar la misma religión que su marido, y los niños la misma religión que su padre; es decir, que aquello que era falso y malo antes del contrato de matrimonio debe ser verdadero y bueno después, ¡y que resultaría malo para los niños de los antropófagos apartarse de las excelentes prácticas de sus padres!

Pero ya los escucho decirme que el siglo de la Enciclopedia ha pasado y que una refutación más extensa sería un anacronismo. ¡En buena hora! Cerremos el libro de la Educación y abramos en su lugar los eruditos Ensayos, que son como la fuente común desde donde la filosofía del siglo XIX se irradia por mil canales escrupulosos sobre toda la superficie de nuestro país. Esta filosofía se llama ecléctica, sincrética y — con una pequeña modificación — también progresista.

Este hermoso sistema consiste en decir que no hay nada de falso; que todas las opiniones y todas las religiones pueden ser conciliadas; que el error no es posible al hombre, salvo que se despoje de su humanidad; que el único error de los hombres consiste en creer poseer exclusivamente toda la verdad, cuando cada uno de ellos no tiene más que un eslabón y que de la reunión de todos esos eslabones debe formarse la cadena completa de la verdad.

Así, según esta inconcebible teoría, no hay religiones falsas, si bien son todas incompletas la una sin la otra. La verdadera religión sería la religión del eclecticismo sincrético y progresivo, que reunirá a todas las otras, pasadas, presentes y por venir; todas las otras, es decir: la religión natural que reconoce un Dios; el ateísmo que no conoce ninguno; el panteísmo, que lo reconoce en todo y por doquier; el espiritualismo, que cree en el alma, y el materialismo, que no cree más que en la carne, la sangre y los humores; las sociedades evangélicas, que admiten una revelación, y el deísmo racionalista que la rechaza; el cristianismo que cree en el Mesías venido, y el judaísmo que lo espera todavía; el catolicismo que obedece al Papa, y el protestantismo que ve al Papa como anticristo. Todo esto es conciliable: son diferentes aspectos de la verdad, y del conjunto de estos cultos resultará un culto más amplio, más vasto, el gran culto verdaderamente católico — es decir, universal — puesto que el contendrá a todos los otros en su seno.


"Nosotros somos, exclusivistas en materia de doctrina. Si no lo fuéramos, es que no tendríamos la Verdad, puesto que la Verdad es Una". Cardenal Pie(V)



Nosotros somos, por consiguiente, intolerantes, exclusivistas en materia de doctrina: en suma, somos decididos. Si no lo fuéramos, es que no tendríamos la verdad, puesto que la verdad es una y, en consecuencia, intolerante. Hija del cielo, al descender sobre la tierra la religión cristiana ha presentado los títulos de su origen, ha ofrecido al examen de la razón hechos incontestables y que prueban indiscutiblemente su divinidad.

Por lo tanto, si ella viene de Dios; si Jesucristo, su autor, ha podido decir: “Yo soy la verdad, Ego sum veritas“, es indispensable, por forzosa conclusión, que la Iglesia cristiana conserve íntegramente esta verdad tal como ella la ha recibido del mismo cielo; es ineludible que ella rechace, que excluya todo lo que es contrario a esa verdad, todo lo que la destruiría.

Reprochar a la Iglesia católica su intolerancia dogmática, su afirmación absoluta en materia de doctrina, es hacerle un reproche muy honroso: es reprochar a la centinela por ser demasiado fiel y demasiado vigilante; es reprochar a la esposa por ser demasiado delicada y demasiado exclusiva.

Nosotros los toleramos bien, dicen algunas veces las sectas a la Iglesia, ¿por qué, entonces, vosotros no nos toleráis? Mis hermanos, es como si las esclavas dijesen a la esposa legítima: Nosotras os soportamos bien ¿por qué ser más exclusiva que nosotras?

Las intrusas soportando a la esposa, ¡es un gran favor, verdaderamente! Y la esposa es muy injusta por pretender para ella sola los derechos y los privilegios, de los cuales desean dejarle una parte, ¡al menos hasta lograr alejarla del todo!

¡Observen, pues, esta intolerancia de los católicos! — se dice a menudo a nuestro alrededor — ¡No pueden soportar ninguna otra iglesia que la suya!; ¡los protestantes los toleran bien!

Mis hermanos: vosotros estáis en la tranquila posesión de vuestra casa y de vuestra finca, y unos hombres armados se abalanzan sobre ellas, apoderándose de vuestra cama, de vuestra mesa, de vuestro dinero; en una palabra, ellos se instalan en vuestra casa, pero no os expulsan: tienen la condescendencia hasta de cederles vuestra parte. ¿De qué tenéis que quejaros? ¡Sois demasiado exigente al no contentaros con la porción conveniente!

Los protestantes afirman que uno puede salvarse en nuestra Iglesia. ¿Por qué pretendéis vosotros que uno no pueda salvarse en la suya? Mis hermanos: trasladémonos a una de las plazas de esta ciudad; un viajero me pregunta por la ruta que conduce a la capital, y yo se la indico.

Entonces uno de mis conciudadanos se aproxima y me dice: “Yo reconozco que esa ruta conduce a París: se lo concedo. Pero usted me debe consideraciones recíprocas, y no me discutirá que esta otra ruta — la ruta de Burdeos, por ejemplo — conduce igualmente a París“.

En verdad esta ruta de París será muy intolerante y exclusivista al no querer que una ruta que le es directamente opuesta conduce a la misma meta. Ella no tiene un espíritu conciliador, incluso ¿no incurre en el abuso y el fanatismo?

Mis hermanos, yo podría incluso hasta admitirlo, pues las rutas más opuestas terminarán tal vez por reencontrarse, luego de haber dado la vuelta al mundo, en tanto que se seguirá eternamente el camino del error sin llegar jamás al cielo. Entonces, no nos pregunten más porqué, mientras los protestantes reconocen que uno puede salvarse en nuestra religión, nosotros nos rehusamos a reconocer que — generalmente hablando y excepto el caso de buena fe e ignorancia invencible — uno puede salvarse en la suya. Los espinos pueden admitir que la viña produce racimos, sin que la viña este obligada a reconocer a los espinos la misma propiedad.

Primer fragmento de un sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres, publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H. Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)

lunes, 23 de julio de 2018

Cuando se hubo comprobado el espíritu intolerante de la fe cristiana, fue entonces cuando comenzó la persecución de los primeros cristianos. Cardenal Pie(IV)



Pero la palabra del profeta no tardaría en verificarse: la multitud de ídolos, que veían de ordinario sin celos a los dioses nuevos y foráneos venir a situarse a su lado, a la llegada del Dios de los cristianos repentinamente profirieron un grito de espanto y, sacudiendo su apacible polvo, se estremecieron sobre sus altares amenazados: “Ecce Dominus ascendit, et commovebuntur simulacra a facies ejus”.

Roma estuvo atenta a ese espectáculo y pronto, cuando se advirtió que ese Dios nuevo era el irreconciliable enemigo de los otros dioses; cuando se vio que los cristianos, cuyo culto se había admitido, no querían admitir el culto de la nación; en una palabra, cuando se hubo comprobado el espíritu intolerante de la fe cristiana, fue entonces cuando comenzó la persecución.

Escuchen cómo los historiadores de la época justificaban las torturas a los cristianos: ellos no dicen nada malo de su religión, de su Dios, de sus prácticas; no fue sino más tarde que se inventaron las calumnias. Ellos les reprochan solamente el no poder soportar ninguna otra religión que la suya. “Yo no dudaba — dice Plinio el Joven — sea lo que fuere su dogma, que no fuese necesario castigar su testarudez y su obstinación inflexible: Pervicaciam et inflexibilem óbstinationem”.

“No son en absoluto criminales — dice Tácito — pero son intolerantes, misántropos, enemigos del género humano. Tienen dentro de ellos una fe obstinada a sus principios, y una fe exclusiva que condena las creencias de todos los otros pueblos: Apud ipsos fides obstinata, sed adversus omnes alios hostiles odium“. 

Los paganos decían bastante frecuentemente de los cristianos lo que Celso ha dicho de los judíos, quienes fueron confundidos mucho tiempo con ellos porque la doctrina cristiana había tenido su nacimiento en Judea: “Que estos hombres se adhieran inalterablemente a sus leyes — decía este sofista — yo no se lo censuro; ¡yo no censuro más que a aquellos que abandonan la religión de sus padres para abrazar una diferente! Pero si los judíos o los cristianos quieren darse aires de una sabiduría más sublime que la del resto del mundo, diré que no debe creerse que ellos sean más agradables a Dios que los otros“.

De esta suerte, mis hermanos, la principal queja contra los cristianos era la rigidez demasiado rigurosa de su ley y, como se decía, el humor insociable de su teología. Si sólo se hubiera tratado de un dios más, no habría habido reclamos, pero era un Dios incompatible que excluía a todos los otros: he ahí el porqué de la persecución.

Así, el establecimiento de la Iglesia fue una obra de intolerancia dogmática y, de la misma manera, toda la historia de la Iglesia no es más que la historia de esa intolerancia. 

¿Qué son los mártires? Unos intolerantes en materia de fe, que desean más los suplicios que profesar el error.

¿Qué son los símbolos? Fórmulas de intolerancia, que reglamentan lo que se debe creer y que imponen a la razón misterios necesarios.

¿Qué es el Papado? Una institución de intolerancia doctrinal, que por la unidad jerárquica mantiene la unidad de la fe.

¿Para qué los concilios? Para detener los desvíos del pensamiento, condenar las falsas interpretaciones del dogma, anatematizar las proposiciones contrarias a la fe.

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Fragmento de un sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres, publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H. Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)

domingo, 22 de julio de 2018

«Jesucristo no se ha andado con ambigüedades acerca del dogma». Cardenal Pie (III)


Un pastor inglés ha tenido la osadía de escribir un libro sobre la tolerancia de Jesucristo, y el filósofo de Ginebra ha dicho, hablando del Salvador de los hombres: “Yo no veo para nada que mi divino Maestro se haya andado con ambigüedades acerca del dogma”


Nada más cierto, mis hermanos: Jesucristo no se ha andado para nada con ambigüedades acerca del dogma. Él ha traído a los hombres la verdad, y ha dicho: “Si alguno no fuera bautizado en el agua y en el Espíritu; si alguien rehusase comer de mi carne y beber de mi sangre, no tendrá ninguna parte en mi reino

Lo reconozco, allí no hay ninguna ambigüedad: es la intolerancia, la exclusión más indudable, la más franca. Y además, Jesucristo ha enviado a sus Apóstoles a predicar a todas las naciones, es decir, a violentar todas las religiones existentes para establecer la única religión cristiana por toda la tierra y sustituir, por la unidad del dogma católico, todas las creencias adoptadas por los diferentes pueblos

Y previendo las revueltas y las divisiones que esta doctrina va a provocar sobre la tierra, Él no se detiene y declara que no ha venido a traer la paz sino la espada, a encender la guerra no solamente entre los pueblos sino aun en el seno de una misma familia, y separar — al menos en cuanto a las convicciones — a la esposa creyente del esposo incrédulo, al yerno cristiano del suegro idólatra. Esto es así, y el filósofo tiene razón: “Jesucristo no se ha andado con ambigüedades acerca del dogma”.
El mismo sofista dice en otro lugar : “Yo hago como San Pablo y coloco la caridad por encima de la fe. Pienso que lo esencial de la religión consiste en que, en la práctica, no solamente es preciso ser hombre de bien, humano y caritativo, sino que a todo el que es verdaderamente tal le basta con creer para ser salvado, no importa cuál religión profese”.

Tenemos ciertamente, mis hermanos, un hermoso comentario de San Pablo que dice, por ejemplo, que sin la fe es imposible complacer a Dios; de San Pablo que declara que Jesucristo no está de manera alguna dividido, que en Él no existe el sí y el no: solamente el sí; de San Pablo que afirma que, si por un imposible, un ángel viniera a evangelizar con otra doctrina que la doctrina apostólica, será necesario declararlo anatema. ¡San Pablo, apóstol de la tolerancia! ¡San Pablo, que marcha derribando toda ciencia orgullosa que se levanta contra Jesucristo, reduciendo todas las inteligencias a la servidumbre de Jesucristo!

Se nos habla de la tolerancia de los primeros siglos, de la tolerancia de los Apóstoles. Mis hermanos, ¡ni lo penséis! Muy por el contrario, el establecimiento de la religión cristiana ha sido por excelencia una obra de intolerancia religiosa. En tiempos de la predicación de los Apóstoles el universo entero poseía, poco más o menos, esa tolerancia dogmática tan elogiada: como todas las religiones eran igualmente falsas e igualmente erróneas, tanto las unas como las otras, ellas no se hacían la guerra; como todos los dioses se ayudaban entre ellos — en tanto que demonios — no eran para nada exclusivistas, se toleraban; Satanás no está divido contra sí mismo. Roma, al multiplicar sus conquistas multiplicaba sus divinidades, y el estudio de su mitología se complicaba en la misma proporción que el de su geografía.

El triunfador que subía al Capitolio hacía marchar delante suyo a los dioses conquistados, con mayor orgullo aún con el que arrastrara a su zaga a los reyes vencidos. Muy a menudo, en virtud de un senado-consultor, los ídolos de los bárbaros se confundían en lo sucesivo con el territorio de la patria, y el Olimpo nacional se agrandaba como el imperio.

El cristianismo, al momento de aparecer (anoten esto, mis hermanos, pues son esquemas históricos de indudable valor relacionados con la cuestión presente); el cristianismo, en su primera aparición, no fue rechazado de plano.

El paganismo se preguntaba si, en lugar de combatir a esta religión nueva, no debía darle cabida en su seno: la Judea se había convertido en provincia romana; Roma, acostumbrada a recibir y conciliar todas las religiones, acogía inicialmente sin mucho esfuerzo al culto venido de la Judea. Un emperador colocaba a Jesucristo, tanto como a Abraham entre las divinidades de su oratorio, como se vio más tarde a otro Cesar proponer rendirle homenajes solemnes.

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Fragmento de sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres, publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H. Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)

"Es de la esencia de toda verdad no tolerar el principio de contradicción". Cardenal Pie(II)



Es de la esencia de toda verdad no tolerar el principio de contradicción. La afirmación de una cosa excluye la negación de esa misma cosa, como la luz excluye las tinieblas. Allí donde nada es cierto, donde nada es definido, los sentimientos pueden estar divididos, las opiniones pueden variar.

Yo comprendo y pido la libertad en las cosas discutibles: In dubiis libertas. Pero cuando la verdad se presenta con los distintivos de certeza que la distinguen, por lo mismo que es verdad ella es afirmativa, es necesaria y, por consecuencia, es una e intolerante: In necessariis unitas


Condenar la verdad a la tolerancia es forzarla al suicidio.

La afirmación se aniquila si ella duda de sí misma, y duda de sí misma si permanece indiferente a que la negación se coloque a su lado. Para la verdad, la intolerancia es el anhelo de la conservación, el ejercicio legítimo del derecho de propiedad. Cuando se posee, es preciso defenderse, bajo pena de ser en breve totalmente despojado.

Por eso, mis hermanos, por la necesidad misma de las cosas, la intolerancia es necesaria en todo, porque en todo hay bien y mal, verdad y falsedad, orden y desorden; en todas partes lo verdadero no soporta lo falso, el bien excluye el mal, el orden combate el desorden. 

¿Qué más intolerante, por ejemplo, que esta proposición: “dos y dos son cuatro”? Si usted viene a decirme que dos y dos son tres, o que dos y dos son cinco, le responderé que dos y dos son cuatro. Y si usted me dijera que no impugna mi manera de contar, pero que mantiene la suya, y que me pide ser tan indulgente con usted como usted lo es conmigo, permaneciendo yo totalmente convencido de que tengo razón y que usted está equivocado, posiblemente yo me callaré, en rigor, porque después de todo me importa muy poco que haya sobre la tierra un hombre para el que dos más dos sean tres o cinco.

Sobre un cierto número de asuntos, donde la verdad fuera menos absoluta o las consecuencias fueran menos graves, yo podría hasta cierto punto transigir con usted. Seré conciliador si usted me habla de literatura, de política, de arte, de ciencias amenas, porque en todas estas cosas no hay un modelo único y determinado. Ahí lo bello y lo cierto son, más o menos, convenciones; y, por lo demás la herejía, en esta materia, no incurre en otros anatemas que los del sentido común y del buen gusto.

Pero si se trata de la verdad religiosa, enseñada o revelada por Dios mismo; si va en ello vuestro destino eterno y el de la salvación de mi alma, por consiguiente ninguna transacción es posible. Me encontrareis inflexible, y debo serlo

Es condición de toda verdad el ser intolerante, pero siendo la verdad religiosa la más absoluta y la más importante de todas las verdades, es por lo tanto también la más intolerante y la más exclusivista.

Mis hermanos: nada es tan exclusivo como la unidad; por lo tanto, escuchad la palabra de San Pablo: “Unus Dominus, una fides, unum baptisma”. No hay en el cielo más que un solo Señor: Unus Dominus. Ese Dios, cuyo gran atributo es la unidad, no ha dado a la tierra más que un solo símbolo, una sola doctrina, una sola fe: Una fides. Y esta fe, este símbolo, El no los ha confiado más que a una sola sociedad visible, a una sola Iglesia, todos cuyos niños son señalados con el mismo sello y regenerados por la misma gracia: Unum baptisma

De este modo la unidad divina, que reside desde toda la eternidad en los esplendores de la Gloria, se manifiesta sobre la tierra por la unidad del dogma evangélico, cuyo depósito ha sido dado en custodia por Jesucristo a la unidad jerárquica del sacerdocio: Un Dios, una fe, una Iglesia (“Unus Dominus, una fides, unum baptisma”).
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Fragmento de sermón predicado por el Cardenal Pie en la Catedral de Chartres, publicado en “Obras Sacerdotales del Cardenal Pie”, editorial religiosa H. Oudin, 1901, Tomo I pág. 356-377)