Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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sábado, 28 de octubre de 2023
miércoles, 18 de noviembre de 2020
El Cardenal George Pell y sus puntos de vista sobre el infierno
Durante décadas creyó que casi todo el mundo se salvaría, que muy pocos irían al infierno y que muchos necesitarían purificarse en el purgatorio, aunque sabía que los Doctores de la Iglesia enseñaban que la mayoría de la raza humana está condenada.
El cardenal era muy consciente de la advertencia de Cristo en Lc 13, 24: “Esfuércense para entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos querrán entrar y no podrán”.
Él “cambió” sus puntos de vista cuando un obispo estadounidense le dijo que la crucifixión de Cristo y la actividad sacerdotal serían inútiles si no hubiera castigo eterno.
Ahora, Pell dice que él era un “sentimentalista cómodo” que desconocía el terrible sufrimiento causado por el pecado y subestimaba “la terquedad de la voluntad humana”.
Él cree que no tomar en serio el hecho que Cristo juzgará a todos en el último día está “en el corazón de la crisis de la fe y de la moral”.
domingo, 12 de enero de 2020
NOTICIAS VARIAS 11 de Enero de 2010
INFOVATICANA
SPECOLA
IL SETTIMO CIELO
Selección por José Martí
lunes, 25 de marzo de 2019
Acerca del limbo, intentando contestar a unas preguntas realizadas por niños de 12 y 13 años (José Martí)

Del 7 al 16 de septiembre de 2013 traté en este blog sobre el tema del limbo, como puede comprobarse en los siguientes enlaces:
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Anexo
A modo de resumen se podría decir que la existencia del Limbo no es un dogma de fe; y, sin embargo, negar su existencia podría poner en peligro la existencia del pecado original y, por tanto, la necesidad de la Redención.
Si algo quedó claro es que en estado de pecado, aunque se trate del pecado de naturaleza (pecado original) con el que todos nacemos y no de pecados personales, es imposible la entrada en el Cielo. Los niños no bautizados se encuentran en esa situación. Por lo que, al menos, en el presente eón, debe de existir algún lugar, de felicidad natural, al que irían estos niños, dado que, al no haber cometido pecados personales, no irían al infierno, obviamente: si tal ocurriera Dios sería injusto, pero Dios es infinitamente justo. Pues bien: a ese lugar le llamamos limbo. El limbo no es lo mismo que lo que se conoce con el nombre de Seno de Abraham; la nota esencial de este último lugar es que es ahí donde se encontraban los justos del Antiguo Testamento, en una situación de espera de la venida de Jesucristo. Cuando se dice que Jesús descendió a "los infiernos", con la palabra "infierno" se designa el Seno de Abraham. Con la muerte y resurrección de Jesucristo, las puertas del cielo quedaron abiertas para ellos, viendo así cumplidas las promesas que Dios les hizo; y que se pueden leer en el Antiguo Testamento. El Seno de Abraham era un lugar existente previo a la muerte de Jesús, pero Cristo, muriendo en la Cruz, por su inmenso Amor, rescató de ese lugar a los justos que, ahora, están con Él en el Cielo. El Seno de Abraham ya no existe.
Hablando de este tema con dos jovencitos, de 12 y 13 años, me encontré con la "sorpresa" de que ellos piensan que el limbo es algo temporal, y que sólo durará hasta que llegue el final de los tiempos: una vez que todo acabe, el limbo dejará de existir, quedando sólo el Cielo y el Infierno ... pues Dios, en su infinita misericordia, haría partícipes de su gracia a quienes estuviesen entonces en el Limbo, dándoles así la posibilidad de entrar en el Cielo: esto ocurriría cuando se acabara la historia.
Escribo a continuación la respuesta que les di a las preguntas que me iban haciendo:
- En principio, les decía, está claro que, en estado de pecado, aunque sea el pecado original [ pecado de naturaleza, pero pecado, al fin y al cabo], no es posible entrar en el Cielo. Dicho esto -y puesto que nos encontramos en el terreno del Misterio y de la Misericordia de Dios- hay que añadir que -estrictamente hablando- sólo Dios sabe quién se salva y quién se condena ... o bien quien es salvado del Limbo.
- Me preguntaron: ¿se puede decir, con total seguridad, que no hay nadie, absolutamente nadie que pueda estar en el Cielo si no ha sido bautizado? ¿Ni siquiera los niños que no hay llegado a nacer porque han muerto antes, en el seno de su madre? Tal vez, si hubiesen nacido, lo más propio es que la mayoría de ellos habrían sido bautizados. Sin embargo, sin culpa alguna de su parte, no han tenido esa posibilidad. Pensamos que eso no es justo.
Les expliqué que Dios no está obligado a dar a todos su gracia: ésta es un puro don gratuito y no es exigible por nuestra naturaleza. Además, aunque no vayan al cielo, no sufrirán, sino que se encontrarán en un estado de felicidad natural. Les expliqué que una vez que pasamos de esta vida a la otra, nuestra situación, por toda la eternidad, será aquella en la que nos encontremos en el momento de la muerte. Las oportunidades se tienen sólo en esta vida. Y no hay otra. Después ya no se puede merecer.
No obstante, no descarto que Dios, que es Todopoderoso y Misericordioso, pueda actuar en el sentido de conceder su gracia a algunos de ellos; o tal vez a todos, si lo preferimos así, pero esto es algo que no se puede saber. Nadie puede saberlo. Lo que sí es cierto es que no se puede negar "alegremente" que el limbo no exista, amparándose en la idea -por otra parte cierta- de que la existencia del limbo no es ningún dogma de fe. La razón ya se la había dicho al principio: su negación conllevaría la no existencia del pecado y la no necesidad de la Redención, lo que daría al traste con toda la Doctrina Cristiana.
No quedaron muy convencidos. Lo curioso del caso es que me dejaron también a mí en duda: ellos no discuten que el Limbo no exista. Lo que discuten es que sea eterno. Piensan que, al final de los tiempos, el limbo dejará de existir. Y a los habitantes del limbo Dios los llevará, entonces, consigo, al Cielo. De ese modo, no se pone en duda la existencia del pecado y la necesidad de la Redención por Jesucristo. Y, por otra parte, parecería que así el Amor de Dios y su Poder se manifestarían en toda su Plenitud.
La verdad es que me pusieron en un verdadero aprieto: Les dije que lo estudiaría mejor y que escribiría en el blog la respuesta a su pregunta. Ciertamente, es preciso dejar muy claro que siempre se da la posibilidad de la misericordia divina, la cual es infinita. En ese sentido, la idea de estos niños, ya adolescentes, podría considerarse como una hipótesis plausible y bastante probable ... pero no es algo que pueda afirmarse de un modo apodíctico: ¡sería peligroso hacerlo, como puede verse en lo que digo a continuación!
Es preciso llevar mucho cuidado con los términos que se utilizan cuando se habla. Y, en cualquier caso, hay que estar en todo momento a lo que la Iglesia siempre ha dicho. Éste es el patrón de conducta de un católico que lo quiera ser de veras: no debe anteponer sus opiniones personales a lo que la Iglesia ha establecido. Y esto en todos los casos. En este caso concreto, si se admite que Dios salvaría a todos los que se encuentran en el Limbo, no se entiende por qué no salvaría también entonces a los que se encuentran en el infierno ... e incluso al mismo Satanás y a toda su cohorte: es lo que se conoce como teoría de la apocatástasis, debida a Orígenes (184-254), que reaparece posteriormente en Escoto Eriúgena y Schleiermacher; y que fue condenada por la Iglesia en los siguientes documentos:
(1) En el Sínodo de Constantinopla (a. 543);
(2) En el Concilio Constantinopolitano II (a. 553);
(3) En el Concilio IV de Letrán (a. 1215);
(4) En la Constitución Dogmática Benedictus Deus, de Benedicto XII (29 enero de 1336)
De manera que, sea de ello lo que fuere, y aceptando siempre lo que la Iglesia mantiene, sin sombra alguna de duda, hay que estar abierto en toda situación a aquello que es lo esencial; a saber, hay que dejar siempre abierta la puerta a la gracia y a la misericordia de Dios, que son las únicas que nos pueden salvar. Insisto: manteniendo siempre, con fuerza, y en primer lugar, lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de veinte siglos de Historia. Rebelarse contra la Iglesia, la Iglesia perenne, es rebelarse contra Dios. Esto no debe olvidarse (nos referimos, claro está, a la Iglesia de siempre, puesto que la Iglesia no nació ayer ni hace cincuenta o sesenta años, como algunos, ingenua o maliciosamente, piensan).
Antes de dar fin a esta entrada, consciente, como soy, de que no he conseguido la aquiescencia completa de mis estimados "jovencitos", me gustaría añadir algo más, pensando en voz alta. Y me voy a referir al tema de los infiernos.
Lo primero de todo es decir, cuando se habla de los "infiernos", que -según santo Tomás- los infiernos eran cuatro (ahora tres): el de los condenados, el purgatorio, el limbo de los justos (o Seno de Abraham) y el limbo de los niños. El seno de Abraham desapareció con la muerte de Jesús: esos son los infiernos a los que nos referimos cuando rezamos el Credo y decimos de Jesús que "descendió a los infiernos".
Por otra parte, tengo entendido -no recuerdo dónde lo he leído, creo que en la Suma- que tanto en el cielo como en el infierno hay bastantes moradas. Referente al cielo está claro, pues lo dijo el mismo Señor: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Jn 14, 2). En el caso del infierno es de lógica que, por extensión, sea también algo parecido (Dante así lo pensaba, en su Divina Comedia). En otras palabras, que no todos ocupan el mismo nivel, por así decirlo.
Sé que la pena de daño supone la ausencia de la visión beatífica. Sé también que en el purgatorio hay pena de daño y de sentido, pero con esperanza y en el infierno igual, pero sin esperanza. En el limbo de los niños sólo se da la pena de daño y no la de sentido. De ahí su estado de felicidad natural (que no sobrenatural, pues no poseen la gracia santificante).
Mi pregunta concreta -la que yo me hago a mí mismo- es si los que están en el limbo han llegado a ver a Dios antes de ir allí. Yo creo que no, pues entonces ya no podrían ser felices ni siquiera con una felicidad natural. Simplemente no poseen la visión beatífica, ni pueden poseerla (pues no están en gracia), pero tampoco la echan de menos (pues no cometieron pecados personales). Tienen una felicidad natural de conocimiento, como si conocieran el Bien Supremo aristotélico, por decirlo de alguna manera.
Lo que sigue a continuación son disquisiciones personales que yo me hago a mí mismo, razonando el porqué la pena de daño de los niños del limbo es diferente a la pena de daño de los demás.
La pena de daño de los moradores del purgatorio o del infierno sí produce un inmenso sufrimiento, puesto que han visto a Dios, en el juicio particular, y ahora ya no lo ven (con la diferencia de que quienes están en el purgatorio tienen la esperanza de volver a verlo. No así los condenados en la gehenna). A esta pena de daño se le sumará luego la de sentido, después de la resurrección de los muertos, cuando las almas recobren sus cuerpos.
Conclusión: los niños del limbo sufren la pena de daño (no así la de sentido) y no gozan, por lo tanto, de la visión beatífica ... pero esta pena de daño es diferente de la que sufren quienes están en el infierno o en el purgatorio. Estos últimos vieron a Dios y ahora no lo ven [penas de daño "iguales" en principio -y consecuencia de sus pecados personales concretos- pero con la gran diferencia de que los que están en el purgatorio saben que el tiempo en este lugar es pasajero y tendrá un final, de manera que viven con esperanza, lo que no ocurre con aquellos que están en el infierno].La situación de los niños del limbo es diferente. No poseen la gracia santificante al no haber sido bautizados y no pueden, por lo tanto, gozar de la visión beatífica. Pero no han cometido ningún pecado personal de rebelión contra Dios. De modo que es lógico pensar en una pena de daño diferente a la de los casos anteriores. Pienso, como digo, que no gozarán nunca de la visión de Dios, pero -por otra parte- nunca deben de haberlo visto previamente, porque -de ser así- su sufrimiento (de pena de daño) sería exactamente igual al que sufren los condenados en el infierno (aunque los del limbo no tuviesen la pena de sentido). Y, es más: ni siquiera podrían gozar de una simple felicidad natural, pues ésta estaría empañada por la desesperación de que habiendo visto a Dios no podrán volver a verle nunca más, por toda la eternidad, que es lo que les ocurre a los condenados en el infierno. Dios, que es Justo, con mayúsculas, no puede tratar igualmente a quienes, de un modo definitivo y por voluntad personal, no han querido saber nada de Él que a aquellos otros que -por las circunstancias que sean- no le han negado explícitamente con su voluntad, aun cuando esta negación se encuentre en su propia naturaleza caída ... ¡pero no es igual! Lo propio [siempre según mi opinión, pues yo no soy Dios] sería que se mantuviesen en esa situación de "infierno", en cuanto que no poseen la gracia pero que, por otra parte, no fuesen conscientes de esta situación, al no haberse encontrado nunca cara a cara con Dios. Yo así lo veo.
Tengo la esperanza de que este tipo de consideraciones personales en torno al Limbo ayudará a mis queridos "jovencitos" a clarificar sus ideas. A mí, al menos, me ha ayudado.
José Martí
jueves, 14 de junio de 2018
El infierno va a estar abarrotado de gente, especialmente de obispos y sacerdotes (Michael Voris)
Duración 9:13 minutos
So we haven't mentioned this directly in a while, but the truth is a hard thing to keep suppressed. Bishop Robert Barron's spiritually destructive position that we have a reasonable hope that all men are saved must continually be examined in light of new information.
So, let's look at some new information, shall we? A record percentage of Americans now believe that gay and lesbian relations, pornography and polygamy are morally acceptable. This according to the Gallup Polling Agency in its annual "Values and Beliefs" survey released last week, which began in 2001 and surveys Americans' attitudes on a host of issues.
A record high 67 percent of American adults believe that gay and lesbian relations are morally acceptable, up from last year's high of 63 percent. Other record-setting attitudes were also revealed.
Seventy-six percent now hold divorce is morally acceptable. Up from 73 percent last year.
Forty-three percent say pornography is morally acceptable. Up from 36 percent last year.
Nineteen percent say polygamy is morally acceptable. Up from 17 percent last year.
On the pornography front specifically, 67 percent of men aged 18 to 49 this year say pornography is morally acceptable, a 14-point increase from last year. The abortion question remains essentially neutral and unchanged, as it has for decades. Forty-eight percent opposed. Forty-three percent supportive.
So, let's go back now to Bp. Barron's anti-Catholic, deeply held, promoted and constantly preached inanity that we have a reasonable hope that all men are saved. Really? All men? Seriously? So the two-thirds of men in the U.S. under 50 who routinely participate in pornography and masturbation — because that's the point of pornography — there is a reasonable hope that they are saved?
Based on what exactly, Bishop? Some stupid theological theory which relies on a third and fourth-century heresy and brought back to life again by a Protestant theologian? See, clerics and prelates like Bp. Barron — and there are many others like him who are happy to believe this idiocy and whistle past the graveyard — they like to make their preaching and presentations sound all "reasonable" and easy to digest and non-confrontational. In short, popular.
But they are lying to you when they use this approach. They don't care about you or the truth. They care about their own popularity. So they dress up the Faith as reasonable sounding because they don't want to offend anyone. And they promote themselves and their anti-tradition phony Catholicism, no matter how warm and friendly it might sound in other areas.
It only takes one drop of poison to kill, even if it is in a glass of nice warm milk. So let's get down to brass tacks here, shall we? Bishop Barron believes there is a reasonable hope all men are saved.
Apparently, that applies to the three-fourths of the U.S. population that believes cheating on your spouse, divorcing them and abandoning your vows — not to mention your children — just for the sake of sexual satisfaction with someone other than your spouse.
That's what the Gallup poll reveals. Three out of every four Americans is fine with divorce and remarriage. Reasonable hope? Seriously? Reasonable hope that those who leave their spouse and shack up with another are going to be admitted into the Beatific Vision?
How about the gay sex lovers? Two out of three are down with sodomy, so I guess no need to worry about them either, huh Bishop? After all, we have your reasonable hope. Your reasonable hope that in the end denies the justice of God and the free will of man. Heck, you might as well break your vows while the rest of the country is at it. They support you in it, and you'll go to Heaven anyway because we have a reasonable hope all men are saved.
For that matter, why even become Catholic or stay Catholic? Everyone goes to Heaven, so what the Hell, there is no real Hell with humans in it, right Bishop? Just some theoretical possibility.
To that point, Judas Iscariot is in Hell. Bishop Barron is fond of using the throwaway line that the Church has never declared anyone is in Hell. First, Our Blessed Lord did. He also said other human beings would be damned.
But in the case of Judas, it is wrong and deceptive to pretend the Church has never said he's not burning Hell. Here is what the Council of Trent Catechism says of Judas, in two separate instances:
"Such certainly was the condition of Judas, who, repenting, hanged himself, and thus lost soul and body."
And of bad and misleading priests and bishops, "but also end in this, that they derive no other fruit from their priesthood than was derived by Judas from the Apostleship, which only brought him everlasting destruction."
That doesn't sound like we have a reasonable hope that all men are saved. It also sounds like a good number of the ordained will end up damned for spreading error and false teaching and confusion. Hint, hint.
And in the Liturgy for Holy Thursday from the Old Rite, the prayer during Mass reads: "O God, from whom Judas receive the punishment of his guilt, and the thief received the reward of his confession, grant us the effect of your clemency."
So much for all men being saved. This idiocy about no one being damned is fuel for the homoheresy in the Church. And, while Bishop Barron has not — to our knowledge — come out and publicly supported it directly, by giving the impression in people's minds that everyone is saved and no one goes to Hell, he provides a powerful underpinning for the arguments of the homo-heretics.
In fact, why hasn't Bp. Barron come out and publicly condemned the false teachings and lies of Fr. Martin and his wicked cabal. Is he afraid he will lose some valuable personal capital?
Is he aware that the moment he would speak in condemning terms of the homoheresy dominatingthe Church right now, people would correctly throw back in his face his own spiritual poison that we have a reasonable hope that all men are saved, so why does it matter if these men are sodomizing each other, Bishop?
Yeah, got to keep current on all this.
Bishop Barron is wrong and deceiving millions with this reasonable hope garbage. And he's fueling the homoheresy — perhaps intentionally, perhaps not. But he's doing it nonetheless.
All you priests and bishops with zippers over your mouths, dwell on that line from the Council of Trent about how meaningless and fruitless your priesthoods will be when you are burning in the fires of Hell.
Michael Voris
lunes, 4 de junio de 2018
EL INFIERNO (IV) (Capitán Ryder)
Nuestro Señor Jesucristo ha confirmado solemnemente esta terrible revelación, y en el Evangelio nos habla catorce veces del infierno (1).
No trasladaremos aquí todas sus palabras, a fin de evitar repeticiones. He aquí las principales. No olvides, caro lector, que es Dios mismo quien habla y dice: “Pasarán el cielo y la tierra, pero mis palabras no pasarán”.
Poco después de su admirable transfiguración en el Monte Tabor, Nuestro Señor decía a sus Discípulos y a la muchedumbre que le seguía: “Si vuestra mano (es decir, lo que tenéis de más precioso) es para vosotros ocasión de pecado, cortadla: vale más entrar en la otra vida con una sola mano, que ir con dos al infierno, al fuego que no se extingue, donde no muere el gusano del remordimiento, y donde el fuego no cesará jamás…”
Hablando de lo que sucederá al fin de los tiempos, dice: "Entonces el Hijo del hombre enviará a sus Ángeles, quienes tomarán a los que habrán obrado mal para echarlos en el horno de fuego, donde habrá llanto y rechinar de dientes. El que tenga oídos para oír, que oiga".
Cuando el Hijo de Dios predice el juicio final, en el capítulo vigésimoquinto del Evangelio de San Mateo, nos manifiesta anticipadamente los términos mismos de la sentencia que pronunciará contra los réprobos: “Apartaos de Mí, malditos, id al fuego eterno” Y añade: “Y éstos irán al suplicio eterno”.
Los Apóstoles encargados por el Salvador de enseñar su Doctrina y completar sus revelaciones, nos hablan de una manera no menos explícita del infierno y de sus llamas eternas.
Recordaremos a San Pablo, quien predicando el juicio final a los cristianos de Tesalónica, les dice que el Hijo de Dios “tomará venganza en la llama del fuego de los impíos que no han querido reconocer a Dios, y que no obedecen el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo; quienes tendrían que sufrir a su muerte penas eternas lejos de la presencia del Señor” (2).
El apóstol San Pedro dice que los malos participarán del castigo de los ángeles malos, que el Señor ha precipitado en las profundidades del infierno, en los suplicios del Tártaro. Los llama “hijos de la maldición, a los cuales están reservados los horrores de las tinieblas”.
San Juan nos habla igualmente del infierno y de sus fuegos eternos. A propósito del Anticristo y de su falso profeta, dice: “Serán arrojados vivos al abismo abrasado de fuego y azufre, para ser atormentados noche y día por todos los siglos de los siglos” (3).
Finalmente, el apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno, manifestándonos los demonios y los condenados “encadenados por una eternidad en las tinieblas, y sufriendo las penas del fuego eterno”.
Y en todo el decurso de sus inspiradas Epístolas los Apóstoles hablan continuamente del terror de los juicios de Dios y de los eternos castigos que aguardan a los pecadores impenitentes.
Después de tan claras enseñanzas ¿debemos maravillarnos de que la Iglesia nos presente la eternidad de las penas y del fuego del infierno como un dogma de fe propiamente dicho, de tal suerte que aquel que se atreviese a negarlo, o únicamente a dudar de él, sería hereje? (4)
Luego la existencia del infierno es un artículo de fe católica, del cual estamos tan ciertos como de la existencia de Dios.
Luego hay infierno.
Monseñor Segur
(1) ¡Como si nos hubiese hablado cuatrocientas! Monseñor Segur no entiende que en aquel tiempo no había grabadoras, como dice el superior de los jesuitas, por lo que en realidad estaba hablando de otra cosa. ¡Cualquiera sabe!
(2) Todo el mundo sabe que San Pablo no entendía el “discernimiento” ni la “misericordia”.
(3) También se equivoca San Juan. No son arrojados al infierno, simplemente desaparecen, que lo ha dicho Scalfaro, que se lo ha oído a un amigo.
(4) La Iglesia siempre lo ha enseñado, aunque ahora …parece que hay algunas dudillas.
(5) Este librito se publico con el Nihil Obstat correspondiente, como se hacían entonces las cosas: para que la gente supiese que la Iglesia le había dado el visto bueno y que lo que en él figuraba se ajustaba a Doctrina.
Los Apóstoles encargados por el Salvador de enseñar su Doctrina y completar sus revelaciones, nos hablan de una manera no menos explícita del infierno y de sus llamas eternas.
Recordaremos a San Pablo, quien predicando el juicio final a los cristianos de Tesalónica, les dice que el Hijo de Dios “tomará venganza en la llama del fuego de los impíos que no han querido reconocer a Dios, y que no obedecen el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo; quienes tendrían que sufrir a su muerte penas eternas lejos de la presencia del Señor” (2).
El apóstol San Pedro dice que los malos participarán del castigo de los ángeles malos, que el Señor ha precipitado en las profundidades del infierno, en los suplicios del Tártaro. Los llama “hijos de la maldición, a los cuales están reservados los horrores de las tinieblas”.
San Juan nos habla igualmente del infierno y de sus fuegos eternos. A propósito del Anticristo y de su falso profeta, dice: “Serán arrojados vivos al abismo abrasado de fuego y azufre, para ser atormentados noche y día por todos los siglos de los siglos” (3).
Finalmente, el apóstol San Judas nos habla a su vez del infierno, manifestándonos los demonios y los condenados “encadenados por una eternidad en las tinieblas, y sufriendo las penas del fuego eterno”.
Y en todo el decurso de sus inspiradas Epístolas los Apóstoles hablan continuamente del terror de los juicios de Dios y de los eternos castigos que aguardan a los pecadores impenitentes.
Después de tan claras enseñanzas ¿debemos maravillarnos de que la Iglesia nos presente la eternidad de las penas y del fuego del infierno como un dogma de fe propiamente dicho, de tal suerte que aquel que se atreviese a negarlo, o únicamente a dudar de él, sería hereje? (4)
Luego la existencia del infierno es un artículo de fe católica, del cual estamos tan ciertos como de la existencia de Dios.
Luego hay infierno.
Monseñor Segur
Notas del Capitán
(1) ¡Como si nos hubiese hablado cuatrocientas! Monseñor Segur no entiende que en aquel tiempo no había grabadoras, como dice el superior de los jesuitas, por lo que en realidad estaba hablando de otra cosa. ¡Cualquiera sabe!
(2) Todo el mundo sabe que San Pablo no entendía el “discernimiento” ni la “misericordia”.
(3) También se equivoca San Juan. No son arrojados al infierno, simplemente desaparecen, que lo ha dicho Scalfaro, que se lo ha oído a un amigo.
(4) La Iglesia siempre lo ha enseñado, aunque ahora …parece que hay algunas dudillas.
(5) Este librito se publico con el Nihil Obstat correspondiente, como se hacían entonces las cosas: para que la gente supiese que la Iglesia le había dado el visto bueno y que lo que en él figuraba se ajustaba a Doctrina.
Capitán Ryder
domingo, 3 de junio de 2018
EL INFIERNO (III). PARA MEDITAR …Y REZAR (Capitán Ryder)
Medita en los horrores del infierno, que durará por la eternidad debido a un pecado mortal fácilmente cometido. Intenta ser uno de los pocos elegidos. Piensa en las llamas eternas del Infierno, y cuán pocos son los que se salvan. San Benito José Labre
Seamos santos, para que después de haber estado juntos en la tierra, estemos juntos para siempre en el cielo. Padre Pio
Cuántas almas son atormentadas en los incendios inextinguibles, simplemente porque siguen a los herejes y sus ideas. Prepárate, todos los días de tu vida. Cuántos se pierden porque quieren disfrutar de su juventud y de sus placeres mundanos. San Alfonso María de Ligorio.
Hay que reconocer que la teología de estos Santos no era tan sofisticada, ni tenía tantos giros y contragiros como la de Antonio Spadaro, Tucho Fernández, Kasper, Marx o Schönborn, pero se les entendía todo, todo, todo.
Capitán Ryder
P.D: No he encontrado ni una sola vez la palabra “discernimiento”.
miércoles, 30 de mayo de 2018
EL INFIERNO (II) (Capitán Ryder)
En este post, Monseñor Segur, desgrana la infinidad de testimonios históricos, proféticos, evangélicos que hacen referencia al infierno.
El Señor, en su infinita misericordia, ha impreso en la conciencia de todos los pueblos esta gran verdad, para que todos ellos tengan su oportunidad de alcanzar la salvación.
Vamos con algunos, de los infinitos, testimonios que ponen de manifiesto esta gran e incomoda verdad, hoy en día.
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Desde un principio se encuentra consignada claramente la existencia de un infierno eterno de fuego en los más antiguos libros conocidos, los de Mises … En ellos se encuentra el nombre mismo del infierno, con todas sus letras.
Así, en el capítulo decimosexto del libro de los Números, vemos a los tres levitas Coré, Dathan y Abiron que habían blasfemado de Dios y rebelándose contra Moisés, “tragados por el infierno”, repitiendo el texto: “Y bajaron vivos al infierno; y el fuego que hizo salir el Señor devoró a otros doscientos cincuenta rebeldes”.
Moisés escribía esto más de mil seiscientos años antes del nacimiento de nuestro Señor, es decir, hace cosa de tres mil quinientos años.
En el Deuteronomio dice el Señor por boca de Moisés: “se ha encendido en mi cólera el fuego, y sus ardores penetrarán hasta las profundidades del infierno”.
En el libro de Job, escrito también por Moisés, según parecer de los más grandes sabios, los impíos, cuya vida rebosa de bienes, y que dicen a Dios: “No tenemos necesidad de Tí, no queremos tu ley: ¿para qué servirte y rogarte?” esos impíos caen de repente en el infierno.
Job llama al infierno “la región de las tinieblas, la región sumergida en las sombras de la muerte, la región de las desdichas y las tinieblas, en la que no existe orden alguno, pero donde reina el horror eterno". He aquí testimonios ciertamente más que respetables y que se remontan a los más apartados orígenes históricos.
Mil años antes de la Era cristiana, cuando no se trataba aún de historia griega ni romana, David y Salomón hablan con frecuencia del infierno como de una gran verdad, de tal modo conocida y admirada de todos, que no hay necesidad de demostrarla. En el libro de los Salmos, David dice, entre otras cosas, hablando de los pecadores: “Sean arrojados al infierno; que los impíos sean confundidos y precipitados al infierno”. Y en otra parte habla de los “dolores del infierno”.
Salomón no es menos explícito. Refiriendo los propósitos de los impíos que quieren seducir y perder al justo, dice: “devorémoslo vivo, como hace el infierno”. Y en aquel hermoso pasaje del libro de la Sabiduría, en que tan admirable pinta la desesperación de los condenados, añade: “He aquí lo que dicen en el infierno, aquellos que han pecado, pues la esperanza del impío se desvanece como el humo que el viento se lleva”.
En otro de sus libros, llamado Eclesiástico, dice también: “La multitud de los pecadores es como un manojo de estopa, y su último fin es la llama de fuego; tales son los infiernos y las tinieblas y las penas”.
Dos siglos después, más de ochocientos antes de Jesucristo, el gran profeta Isaías decía a su vez: “¿Cómo has caído de lo alto de los cielos, oh Lucifer? Tú que decías en tu corazón: Yo subiré hasta el cielo y seré semejante al Altísimo, te vemos precipitado en el infierno, en el fondo del abismo”…
En otro pasaje de sus profecías, Isaías habla del fuego, “del fuego eterno del infierno”. "Los pecadores, dice, deben temblar de espanto. ¿Quién de vosotros podrá habitar en el fuego devorador, en las llamas eternas?"
El profeta Daniel, que vivió doscientos años después de Isaías, dice, hablando de la resurrección final y del juicio: “Y la muchedumbre de aquellos que duermen en el polvo, se despertarán, los unos para la vida eterna, los otros para un oprobio que no acabará nunca”.
Existe igual testimonio de los demás profetas, hasta el precursor del Mesías, San Juan Bautista, el cual habla al pueblo de Jerusalén del fuego eterno del infierno, como de una verdad de todos conocida y de la que nadie jamás ha dudado. Hablando de Cristo que viene, exclama: "En su mano tiene el bieldo y limpiará su era y recogerá su trigo (los elegidos) en el granero, pero la paja (los pecadores) la arrojará al fuego inextinguible” (Mt 3, 12)
La antigüedad pagana, griega y latina, nos habla igualmente del infierno y de sus terribles castigos, que no tendrán fin. Bajo formas más o menos exactas, según que los pueblos se alejaban más o menos de las tradiciones primitivas y de las enseñanzas de los Patriarcas y Profetas, se encuentra siempre la creencia de un infierno, de un infierno de fuego y de tinieblas.
Tal es el Tártaro de los griegos y de los latinos. “Los impíos que han despreciado las santas leyes, son precipitados en el Tártaro para no salir jamás, y para sufrir allí horribles y eternos tormentos”, dice Sócrates, citado por Platón, discípulo suyo.
Y Platón dice también: “Debe prestarse fe a las antiguas y sagradas tradiciones, que enseñan que después de esta vida el alma será juzgada y castigada severamente, si no ha vivido como convenía”. Aristóteles, Cicerón, Séneca, hablan de las mismas tradiciones, que se pierden en la noche de los tiempos.
Homero y Virgilio las han revestido de los colores de su inmortal poesía. ¿Quién no ha leído la relación de la bajada de Eneas a los infiernos, donde bajo el nombre de Tártaro, de Platón, etc, hallamos las grandes verdades primitivas, desfiguradas, pero conservadas por el Paganismo? Los suplicios de los malos son allí eternos, y uno de ellos está pintado como “fijo, eternamente fijo, en el infierno”.
El infierno, Monseñor Segur
Capitán Ryder
lunes, 28 de mayo de 2018
EL INFIERNO (I) (Capitán Ryder)
Lo único bueno de los ataques de Francisco a la Fe es que se vuelve a hablar de temas, ciertamente importantes, que parecían enterrados para la mayoría de católicos.
Uno de ellos es el del infierno, el único examen que hay que aprobar en esta vida y del que muchos católicos dicen que no hay tal examen o, que de haberlo, ya está aprobado por todos.
Es una pena que tantos laicos, sacerdotes y obispos, incluido el de Roma, busquen respuestas donde no las hay, en las baratijas intelectuales tipo Paulo Coelho.
Porque ése es el problema, las respuestas las tenemos delante, sólo es necesario un poco de humildad, de la de verdad. Aceptar lo que Dios ha dispuesto aunque no lo entendamos. No queramos enmendarle la plana al Señor, ¡pobres criaturas como nosotros!.
Porque ése es el problema, las respuestas las tenemos delante, sólo es necesario un poco de humildad, de la de verdad. Aceptar lo que Dios ha dispuesto aunque no lo entendamos. No queramos enmendarle la plana al Señor, ¡pobres criaturas como nosotros!.
Comenzamos una pequeña serie sobre el infierno de la mano de Monseñor Segur, siglo XIX. Un pequeño compendio, desde distintos ángulos, de lo que siempre ha creído y proclamado la Iglesia.
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Era el año 1837. Dos jóvenes subtenientes recién salidos del Colegio de Saint-Cir visitaban los monumentos y curiosidades de Paris. Habiendo entrado en la iglesia de la Asunción, cerca de las Tullerías, miraban los cuadros, las pinturas y otros detalles artísticos de aquella hermosa rotonda, sin que pensasen en orar. Cerca de un confesionario vio uno de ellos a un joven sacerdote con sobrepelliz, que oraba ante el Santísimo Sacramento.
- Mira a ese cura, dice a su camarada, diríase que está esperando a alguno.
- Tal vez a ti, responde el otro riendo.
- ¡A mí! ¿y para qué?
- ¿Quién sabe? Tal vez para confesarte.
- ¿Para confesarme? Pues bien, ¿qué quieres apostar y voy a hacerlo?
- ¡Tú! ¿ir a confesarte? ¡bah!
Y echóse a reír encogiéndose de hombros.
- ¿Quieres apostar? Replica el joven oficial con ademán entre zumbón y decidido. Apostamos una buena comida con una botella de Champagne.
- Va la comida y la botella. Te desafío a que no vas a meterte en la caja.
Apenas había concluido, cuando el otro, yendo a encontrar al joven sacerdote, hablóle una palabra al oído; y éste, levantándose, entra en el confesionario, mientras que el improvisado penitente echa sobre su camarada una mirada de triunfo y se arrodilla como para confesarse.
-¿Habrá descaro? Murmura el otro, y siéntase para ver lo que iba a pasar. Aguarda cinco, diez minutos, un cuarto de hora ¡Qué es lo que hace? Se pregunta con curiosidad algún tanto impaciente. ¿Qué es lo que puede decir tanto tiempo ha?
Por fin ábrase el confesionario, sale el sacerdote con animado y grave continente, y después de saludar al joven militar, entra en la sacristía. Habíase levantado también el oficial, colorado como un gallo, estirándose el bigote con aire aturdido, y haciendo a su amigo seña de que le siguiese para salir de la Iglesia.
- Vamos, le dice aquél, ¿qué es lo que te ha pasado? ¿Sabes que has permanecido cerca de veinte minutos con el Cura? A fe mía he creído por un momento que te confesabas de veras. Has ganado la apuesta. ¿Quieres que sea esta tarde?
- No respondía con malhumor el otro; hoy no, veremos otro día; tengo que hacer, he de dejarte.
Y estrechando la mano de su compañero, se alejó bruscamente con ademán meditabundo. ¿Qué había pasado entre el subteniente y el confesor? Helo aquí:
Apenas el confesor había abierto la ventanilla del confesionario, cuando por el ademán del joven comprendió que se trataba de una broma. Este había llevado su imprudencia hasta decir al acabar no sé qué frase: "¡La Religión! ¡la Confesión! ¡me burlo de ellas!".
El sacerdote era un hombre de corazón.
- Mirad, querido caballero, le dice interrumpiéndole con dulzura; veo que lo que hacéis no anda muy conforme. Dejemos a un lado la confesión y, si os place, platiquemos un poco. Yo aprecio mucho a los militares y, por otra parte, me parecéis un joven bueno y amable. ¿Cuál es vuestro grado?.
El oficial empezaba a conocer que había hecho una tontería. Contento con hallar medio de salir del paso, contesta con finura:
- No soy más que subteniente; acabo de salir de Saint-Cyr.
- ¿Subteniente? ¿y continuaréis mucho tiempo de subteniente?
- No lo sé; dos, tres, cuatro años tal vez.
- ¿Y después?
- ¿Después? Pasaré a teniente.
- ¿Y después?
- ¿Después? Seré capitán.
- ¿Capitán? ¿A qué edad se puede ser capitán?
- Si me favorece la suerte, dice sonriendo el joven, puedo ser capitán a los veintiocho o veintinueve años.
- ¿Y después?
- ¡Oh! Después esa carrera es difícil; se continúa siendo capitán por largo tiempo. Más tarde se asciende a comandante; después a teniente coronel; después a coronel.
- ¡Y bien! Heos aquí coronel a los cuarenta o cuarenta y dos años. ¿Y después de esto?
- ¿Después? Pasaré a brigadier, y después a general.
- ¿Y después?
- ¿Después? Ya no hay más que el bastón de mariscal; pero no son tan altas mis pretensiones.
- Está bien, ¿pero no os casaréis?
- Sin duda, cuando sea oficial superior.
- Enhorabuena. Heos aquí casado, oficial superior, general, quizás mariscal de Francia. ¿Quién sabe? ... ¿Y después, caballero?, añadió con autoridad el sacerdote.
- ¿Después? ¿después? Replicó el oficial algo turbado; a fe mía no sé lo que sucederá después.
- Ved cuán singular es esto; dice entonces el sacerdote en tono más y más grave. Sabéis lo que sucederá hasta entonces y no sabéis lo que ocurrirá después. Pues bien, yo lo sé y voy a decíroslo: después, caballero, después moriréis: después de vuestra muerte compareceréis delante de Dios y seréis juzgado, y si continuáis haciendo lo que habéis hecho, seréis condenado, iréis al fuego eterno del infierno. ¡He aquí lo qué pasará después!
Y como el joven atolondrado, disgustado de este final, pareciese que quería levantarse:
- Un instante caballero, añadió el cura: tengo que deciros aún una palabra: Sois hombre de honor, ¿no es verdad? Yo también lo soy: acabáis de faltarme gravemente; me debéis una reparación. Os la pido y exijo en nombre del honor: por otra parte es muy sencilla. Vais a adarme vuestra palabra de que durante ocho días, cada noche antes de acostaros, os arrodillaréis y diréis en alta voz: “Un día moriré, me río. Después de mi muerte seré juzgado, pero me río. Después de juzgado seré condenado, pero me río. Iré al fuego eterno del infierno, pero me río”. Nada más. Pero vais a darme vuestra palabra de honor de no faltar a eso, ¿no es así?
Más y más fastidiado, queriendo a toda costa salir de aquel mal paso, el subteniente lo había prometido todo, y el buen sacerdote lo había despedido con dulzura, añadiendo:
- No necesito deciros, mi querido amigo, que os perdono de todo corazón. Si alguna vez puedo prestaros algún servicio, me encontraréis siempre aquí, en este mismo lugar; pero no olvidéis la palabra empeñada.
El joven oficial comió solo, y estaba manifiestamente inquieto. Por la noche, al momento de acostarse, vaciló un poco, mas había empeñado su palabra, y se decidió.
“Moriré, seré juzgado, iré quizás al infierno…”No tuvo valor para añadir: me río”.
Pasáronse así algunos días. Su penitencia le venía sin cesar a la memoria, y parecía que resonaba en sus oídos.
No había transcurrido la semana, cuando volvía, pero solo, a la iglesia de la Asunción, se confesaba de verás y salía del confesionario con el rostro bañado en lágrimas y la alegría en el corazón.
Se me ha asegurado después que ha sido un digno y fervoroso cristiano.
El pensamiento serio del infierno había obrado, con la gracia de Dios, la transformación. Pues bien, lo que ha hecho en el espíritu de ese joven oficial, ¿Por qué no había de hacerlo en el suyo, amigo lector? Es menester, pues, reflexionarlo bien de una vez.
Es menester reflexionarlo; es ésta una cuestión personal, si las hay, y profundamente temible; debes confesarlo: se presenta delante de cada uno de nosotros, y de buen o mal grado exige una solución positiva.
Vamos, pues, si te parece bien, a examinar juntos, breve, pero seriamente, dos cosas: Primera, si hay verdaderamente infierno; y segunda, qué es el infierno. Apelo aquí únicamente a tu buena fe y a tu lealtad.
Monseñor Segur
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Nota: Es necesario redoblar las oraciones por la Iglesia y su Vicario. Es, ciertamente, incomprensible el juego de Francisco
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