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jueves, 8 de septiembre de 2022

“Humanae vitae” bajo asedio. El cardenal Müller la defiende y contrataca



La irracionalidad de tantas decisiones del papa Francisco no sólo está en la selección de cardenales, tanto los promovidos como los excluidos, como dejó al descubierto entre serio y burlesco el 31 de agosto el arzobispo de Milán, monseñor Mario Delpini, en su inolvidable elogio (a las 2h 14′ 20” de la grabación en vídeo) del obispo de la pequeña diócesis de Como, monseñor Oscar Cantoni, revestido con vestimenta púrpura a diferencia de él.

La irracionalidad parece haber contagiado también a los institutos vaticanos más afines a Jorge Mario Bergoglio, entre ellos la Pontificia Academia para la Vida presidida por monseñor Vincenzo Paglia, de 77 años, figura destacada de la Comunidad de San Egidio.

Este es, al menos, el severo juicio sobre el último producto teológico de la Academia realizado por dos estudiosos de primer orden, el cardenal Gerhard L. Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y el profesor Stephan Kampowski, catedrático de Antropología Filosófica en el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia.

Cae bajo su crítica el volumen Etica teologica della vita. Scrittura, tradizione, sfide pratiche [Ética teológica de la vida. Escritura, tradición, desafíos prácticos], editado por Paglia y publicado este verano por la Libreria Editrice Vaticana, texto que recoge las actas de un seminario de la Academia y propone “una revolución en la moral católica” que subvierte la enseñanza de la encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI, que definió la anticoncepción artificial como moralmente ilícita.

Pero hasta aquí no hay nada nuevo. Ya después de su publicación en 1968, la “Humanae vitae” fue contestada y rechazada no sólo por legiones de teólogos, sino por conferencias episcopales enteras.

La novedad, sin embargo, estaría -en opinión de Müller y Kampowski- precisamente en la irracionalidad de la tesis sostenida hoy por la Pontificia Academia para la Vida, que declara estar de acuerdo con la enseñanza de la “Humanae vitae” y al mismo tiempo afirma lo contrario, es decir, que la anticoncepción artificial puede ser moralmente lícita, porque ésta sería, más allá de la letra, “la intención más profunda” de la encíclica de Pablo VI.

No está claro si el papa Francisco comparte esta opinión o no. Pero permite que sea apoyada por una importante institución de la Santa Sede, y sus menciones sobre el tema no están exentas de ambigüedad.

Es cierto que siempre ha dicho que admira a Pablo VI más que a cualquier otro Papa del último siglo. Pero en una de sus primeras y amplias entrevistas, en el “Corriere della Sera” del 5 de marzo de 2014, al ser preguntado por la “Humanae vitae”, respondió que “todo depende de cómo se interprete”, ya que “no se trata de cambiar la doctrina, sino de profundizar y hacer que la pastoral tenga en cuenta las situaciones”.

Además, el Papa Francisco utiliza con mucha frecuencia, en apoyo de los cambios que él auspicia -la última vez recientemente en la conversación con los jesuitas de Canadá publicada por “La Civiltà Cattolica”- el antiguo dicho de San Vicente de Lérins, según el cual el dogma “progresa, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo, se profundiza con la edad”.

En síntesis, ya hay quienes en la Iglesia calculan que el Sínodo promovido por el Papa sobre la sinodalidad -abierto como está a las más variadas y temerarias propuestas de innovación- podría tener también entre sus resultados la superación de la doctrina de la “Humanae vitae”.

Pero volvamos al ensayo del cardenal Müller y del profesor Kampowski. Es extenso y bien argumentado, con abundantes notas, y puede leerse completo, por primera vez en italiano, en esta otra página de Settimo Cielo:


Mientras que en inglés ya está en red desde el 27 de agosto en el sitio web estadounidense “First Things”:


Lo que sigue es su brevísimo “íncipit”, que termina precisamente denunciando la irracionalidad de la tesis sostenida por la Academia Pontificia para la Vida, consistente justamente en “afirmar lo contrario de la enseñanza, sosteniendo al mismo tiempo que está de acuerdo con ella”. Todo lo opuesto al principio aristotélico de no contradicción.

*

IR MÁS ALLÁ DE LA OBSERVANCIA LITERAL DE LA LEY


La Academia Pontificia para la Vida desafía las enseñanzas de “Humanae vitae” y de “Donum vitae”

por Gerhard Müller y Stephan Kampowski

En su reciente publicación “Ética teológica de la vida. Escritura, Tradición, Desafíos Prácticos”, la Academia Pontificia para la Vida propone una revolución de la moral sexual católica, sugiriendo que, en presencia de actitudes correctas por parte de los cónyuges, la práctica de la anticoncepción y la procreación artificial homóloga pueden ser moralmente lícitas, contradiciendo así directamente el Magisterio de la Iglesia, tal como se encuentra, por ejemplo, en la encíclica “Humanae vitae” del papa Pablo VI (1968), en la encíclica “Evangelium vitae” del papa Juan Pablo II (1995), y en las instrucciones “Donum vitae” (1987) y “Dignitatis personae” (2008) de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La revolución afecta tanto al contenido como a la forma de argumentar.

A continuación, ofreceremos un análisis crítico de la sección del libro que contiene estas afirmaciones. Es necesario un análisis cuidadoso porque el dictado del texto es sutil y no se limita simplemente a decir que la “Humanae vitae” (como documento básico del magisterio sobre la anticoncepción) o la “Donum vitae” (como documento básico del magisterio sobre las técnicas de procreación médicamente asistida) son erróneas. De hecho, al proponer la posible licitud moral de la anticoncepción y la procreación artificial, los autores sostienen que no van en contra, sino simplemente más allá de la letra de los documentos anteriores de la Iglesia, llevando a su cumplimiento las intenciones más profundas de estos textos magisteriales. Esto es una novedad. En el pasado, los que no estaban de acuerdo con la enseñanza de la “Humanae vitae” o de la “Donum vitae” se limitaban a decir que no estaban de acuerdo y a dar sus razones. El nuevo enfoque adoptado por el texto de la Academia Pontificia para la Vida consiste, en cambio, en afirmar lo contrario de la enseñanza, al mismo tiempo sosteniendo que está de acuerdo con ella. [...]

Sandro Magister

martes, 21 de agosto de 2018

Adiós a la Tregua del 68 (Carlos Esteban)



Con la publicación de la Humanae Vitae, el rechazo tácito de muchísimos obispos y sacerdotes occidentales a la encíclica y la negativa de Roma a disciplinar a los rebeldes se inició una hipócrita ‘tregua’ doctrinal que ha desembocado en la presente crisis.

Ha dicho Joseph Cardenal Tobin, Arzobispo de Newark, que no es consciente de que exista una ‘subcultura gay’ en el clero de su diócesis, al tiempo que ha enviado a todos sus sacerdotes una carta imponiendo la ‘omertà’, la ley del silencio.

Y el cardenal, miembro de honor del círculo de McCarrick hasta que el ex cardenal se volvió ‘radioactivo’, que estaría llamándose o llamándonos imbéciles si entendemos por sus palabras que desconoce que en su diócesis las relaciones homosexuales del clero son cosa común, dice, sin embargo, la verdad: no hay nada de ‘sub’ en una cultura que prácticamente se ha convertido en la cultura principal en buena parte de las diócesis americanas… Y no americanas.

Basta leer por encima el siempre aleccionador blog de Joseph Sciambra para advertir que la promoción de la homosexualidad es moneda corriente en el clero a lo largo y ancho de la geografía estadounidense, ya en forma de ceremonias de ‘acogida’ y ‘encuentro’, ya en las homilías y en el confesionario, negando que lo que la doctrina considera un gravísimo pecado lo sea en absoluto.

Algún lector podría achacar a una empecinada homofobia la insistencia de esta publicación en la existencia de poderosas redes homosexuales dentro del clero católico y su importancia clave en la cadena de abusos que solo ahora empieza a revelarse, una vez más, después del gran escándalo de 2002. Hemos llamado la atención, últimamente, sobre la clamorosa ausencia de toda referencia a la homosexualidad -a la castidad, incluso- en la reciente carta de Su Santidad al Pueblo de Dios.

Pero no, créanme, no es obsesión extemporánea ni conspiracionismo homófobo: es absolutamente real. Detrás de aquellos abusos que son directamente delito, por tratarse de menores de edad, hay muchos otros que son simples abusos de autoridad, y muchísimos más que se consienten sin problemas porque se trata de ‘parejas’ de adultos en los que ambos consienten.

¿Cómo es posible que se haya llegado a esto? Porque Roma no ha cambiado -ni podría hacerlo- un ápice su doctrina sobre la grave ilicitud de las relaciones homosexuales -denominadas con el más antiguo término de sodomía-, ni los obispos que la toleran, la disculpan y la amparan tampoco se han declarado en abierta rebeldía contra Roma.

Pero lo que sucede con la homosexualidad se reproduce en otros ámbitos, muy especialmente en lo que se refiere a la moral sexual que, a todos los efectos, ha dejado de predicarse, enseñarse o exhortarse en amplísimas zonas de la Iglesia occidental.

Es lo que se conoce como ‘la Tregua del 68’, el año en que Pablo VI promulgó su encíclica Humanae Vitae, en la que condenaba como ‘intrínsicamente inmorales’ los métodos anticonceptivos artificiales.

Con la Humanae Vitae -de la que se cumple ahora medio siglo y que se disponen a ‘revisar’-, Pablo VI no hizo otra cosa que confirmar y aplicar al tiempo presente la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio y la sexualidad. Pero, y esto es lo que nos atañe, se negó a disciplinar a los obispos y sacerdotes que rechazaron la doctrina expresada en la encíclica, que no eran precisamente pocos.

A menudo, cuando en el Imperio Español no se ponía el sol, el rey enviaba un decreto a alguno de sus remotos virreinatos que, en su recepción, no podían o no convenía aplicarse porque las circunstancias habían cambiado o porque resultaba imposible. En esos casos, el virrey recibía la orden señalando: “se acata pero no se cumple”. Algo parecido es lo que tenemos en buena parte de la Iglesia desde el 68: la Humanae Vitae, como casi toda la moral sexual de la Iglesia, se ‘acata’ -es decir, no hay una rebelión explícita contra ella-, pero se la ignora y contradice sistemáticamente.

Una reedición de esa tregua, más pertinente a la situación que ahora vivimos, se produjo en 2005, cuando Benedicto XVI dio a los obispos de todo el mundo instrucciones para que no se ordenase a varones “con tendencias homosexuales profundas”. Aunque ningún obispo tuvo los redaños de oponerse abierta y públicamente a la decisión del Santo Padre -reiterada recientemente por Francisco-, muchísimos de ellos se limitaron a ignorarla. Ni siquiera es desusado que permitan romances homosexuales a sus sacerdotes, mientras todo esté dentro de la ley y sean discretos. Y, sobre todo, que no desafíen abierta e inequivicamente la doctrina de la Iglesia.

Las consecuencias de esta incómoda tregua han sido desastrosas. Quien no cree en una doctrina no va a vivirla, ni enseñarla, ni predicarla. Por otra parte, quien no hace pública su oposición, no permite la necesaria clarificación. Es como vivir con un secreto de familia, algo que todo el mundo sabe pero todo el mundo niega. Nadie está contento, porque los fieles no ven predicada la verdad católica íntegra, ni los revolucionarios tienen la doctrina que querrían ver hecha pública y asentada.

Por eso resulta especialmente doloroso que, ni siquiera en medio de una crisis que amenaza gravísimamente con destruir la credibilidad de la Iglesia, sea capaz el Santo Padre de pronunciar la palabra, de reconocer el hecho, de clarificar un malentendido que se vuelve ya insostenible y que está en la base misma de todo este escándalo.

Carlos Esteban

sábado, 28 de julio de 2018

Humanae vitae: una encíclica valiente pero no profética (Roberto de Mattei)



Reproducimos el texto de una entrevista de Diane Montagna al profesor Roberto de Mattei publicada en el portal canadiense LifeSiteNews el 24 de julio de 2018

El 25 de julio de 1968 Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae. Cincuenta años después, ¿cuál es su juicio histórico de la misma?

Humanae vitae es una encíclica de gran relevancia histórica, porque recuerda que existe una ley natural inmutable en una época en que el punto de referencia de la cultura y de las costumbres era la negación de unos valores que son permanentes a lo largo de la historia.

El documento de Pablo VI fue además una respuesta a la revolución eclesiástica que desde la clausura del Concilio Vaticano II atacaba a la Iglesia desde dentro. Hay que dar las gracias a Pablo VI por no ceder a las tremendas presiones de los medios y los grupos de presión que pretendían modificar las enseñanzas de la Iglesia en este sentido.

Contra lo que muchos afirman, usted sostiene que Humanae vitae no fue un documento profético. ¿Por qué?

En el lenguaje corriente se entiende por profecía la capacidad de prever sucesos futuros a la luz de la razón iluminada por la Gracia. Desde esta perspectiva, en los años del Concilio Vaticano II fueron profetas 500 padres conciliares que exigieron la condena del comunismo previendo que por ser un mal intrínseco se desmoronaría pronto, mientras que no fueron profeta los que se opusieron a dicha condena, convencidos de que el comunismo tenía su lado bueno y duraría siglos. En aquellos mismos años se difundió el mito de la explosión demográfica, y todos hablaban de la necesidad de reducir el número de nacimientos.

No fueron profetas aquellos que, como el cardenal Suenens, pidieron que se autorizara la anticoncepción para limitar los nacimientos, mientras que sí lo fueron padres conciliares como los cardenales Ottaviani y Browne, que se oponían dichas demandas recordando las palabras del Génesis, creced y multiplicaos. El problema que afronta actualmente el Occidente cristiano no es desde luego el de la superpoblación, sino el desplome demógrafico. Humanae vitae no fue una encíclica profética, porque aceptaba el principio de la regulación de nacimientos, bajo la forma de una paternidad responsable, aunque sí fue un documento valiente porque reiteraba la condena de los métodos anticonceptivos y del aborto. En este sentido sí que merece conmemorarla.

Algunos han insinuado que Humanae vitae presenta una nueva doctrina, recordando la inseparabilidad de los dos fines del matrimonio, el procreativo y el unitivo, y colocándolos en pie de igualdad. ¿Está de acuerdo?

La inseparabilidad de los fines del matrimonio es parte de la doctrina de la Iglesia, y Humanae vitae lo recuerda como es debido. Ahora bien, para evitar malinterpretaciones, es importante recordar que hay una jerarquía de los fines. Según la doctrina de la Iglesia, el matrimonio es, por naturaleza, una institución de carácter jurídico-moral, elevada por el cristianismo a la dignidad de sacramento. Su fin principal es la procreación, que no es una mera función biológica ni puede separarse del acto conyugal.

Es más, el matrimonio cristiano tiene por objeto dar hijos a Dios y a la Iglesia para que sean futuros ciudadanos del Cielo. Como enseña Santo Tomás (Summa contra gentiles, 4, 58), el matrimonio hace a los esposos «propagadores y conservadores de la vida espiritual», la cual consiste en engendrar la prole y educarla para el culto divino. Los padres no comunican directamente la vida espiritual a sus hijos, pero deben encargarse de su formación, transmitiéndoles el legado de la fe, empezando por el bautismo. A este objeto, el fin principal de matrimonio supone también la educación de los hijos; obra que, como afirmó Pío XII en un discurso el 19 de mayo de 1956, por su alcance y sus consecuencias sobrepasa ampliamente la de la generación.

¿Qué autoridad magisterial tiene la Humanae vitae?

A fin de atenuar el desencuentro doctrinal con los católicos partidarios del control de natalidad, Pablo VI no quiso dar un carácter definitorio a la encíclica. Pero la condena de la anticoncepción sí puede considerarse un acto infalible del magisterio ordinario, por cuanto reitera lo que siempre se ha enseñado: que todo uso del matrimonio en que se impida por medio de métodos artificiales el acto conyugal de transmitir la vida vulnera la ley natural y constituye una culpa grave. La primacía conyugal de procrear también se puede considerar doctrina infalible del magisterio ordinario, porque, afirmada de modo solemne por Pío XI en Casti connubii, la reiteró Pío XII en su fundamental Discurso a las comadronas del 29 de octubre de 1951.

Pío XII declara sin ambigüedades: «La verdad es que el matrimonio, como institución natural, en virtud de la voluntad del Creador, no tiene como fin primario e íntimo el perfeccionamiento personal de los esposos, sino la procreación y la educación de la nueva vida. Los otros fines, aunque también los haga la Naturaleza, no se encuentran en el mismo grado del primero y mucho menos le son superiores, sino que le están esencialmente subordinados. Esto vale para todo matrimonio, aunque sea infecundo; como de todo ojo se puede decir que está destinado y formado para ver, aunque en casos anormales, por especiales condiciones internas y externas, no llegue nunca a estar en situación de conducir a la percepción visual.».

A este respecto el Papa recuerda que la Santa Sede, en un decreto público del Santo Oficio, «decretó que no podía admitirse la opinión de algunos autores recientes que negaban que el fin primario fuera la procreación y la educación de la prole, o bien enseñan que los fines secundarios no están esencialmente subordinados al primario, sino que son equivalentes e independientes de él» (S.C.S.Officii, 1 de abril de 1944, Acta Apostolica Sedis vol.36, año 1944).

En su artículo, usted pone de relieve que un elemento nuevo que surge del libro de monseñor Marengo es el texto completo del primer borrador de la encíclica de Pablo VI, que llevaba por título De nascendi prolis. Esta encíclica se convirtió más tarde en la Humanae vitae. ¿Nos podría decir algo sobre dicha transformación?

La historia de la Humanae vitae es compleja y turbulenta. Empieza por el rechazo, por parte de los padres conciliares, del esquema preparatorio sobre la familia y el matrimonio redactado por la comisión preparatoria del Concilio y aprobado por Juan XXIII. El principal artífice del cambio de rumbo fue el cardenal Leo-Joseph Suenens, arzobispo de Bruselas, que influyó profundamente en la declaración Gaudium et spes, y dirigió la comisión ad hoc sobre la regulación de nacimientos nombrada por Juan XXIII y ampliada por Pablo VI.

En 1966 esa comisión elaboró un texto en el cual la mayoría de los redactores se declaraba a favor del control de natalidad. Siguieron dos años de polémica y confusión, como confirman los documentos que acaba de publicar monseñor Marengo. Al informe de la mayoría, dado a conocer en 1967 por el National Catholic Report, se contrapone un informe de la minoría que se oponía al empleo de métodos anticonceptivos. Pablo VI nombró entonces un nuevo grupo de estudio, dirigido por su teólogo, monseñor Colombo. Al cabo mucho debate se llegó a la redacción de De nascendi prolis, pero entonces se produjo un giro inesperado, porque los traductores franceses expresaron serias reservas sobre el documento. Pablo VI hizo nuevas modificaciones, y finalmente, el 25 de julio de 1968, se publicó Humanae vitae.

La diferencia entre ambos documentos radicaba en que el primero era de naturaleza más doctrinal y el segundo tenía un carácter más pastoral. Según monseñor Marengo, se percibía «la voluntad de evitar que el empeño de lograr claridad doctrinal se interpretase como rigidez insensible». Aunque se confirmaba la doctrina tradicional de la Iglesia, la doctrina de los fines del matrimonio no se expresaba con suficiente claridad.

Dice usted en su artículo que Juan Pablo recalcó enérgicamente las enseñanzas de Humanae vitae, pero que el concepto de amor conyugal que se difundió durante su pontificado a dado origen a numerosos malentendidos. ¿Podría decirnos algo más a este respecto?

Guardo gratitud a Juan Pablo II por su clara reiteración de los absolutos morales que hizo en Veritatis splendor. Pero la teología del cuerpo de Juan Pablo II, tomada en parte del nuevo Código de Derecho Canónico y del nuevo Catecismo, expresa un concepto del matrimonio centrado casi exclusivamente en el amor conyugal. Al cabo de cincuenta años es necesario tener el valor para hacer una reevaluación objetiva de la cuestión, con la única motivación de la búsqueda de la verdad y del bien de las almas.

Los frutos de la nueva pastoral están a la vista de todos. El control de natalidad goza de amplia difusión en el mundo católico, y se lo justifica con un concepto distorsionado del amor y el matrimonio. Si no se deja sentada la jerarquía de los fines, se corre el riesgo de que suceda precisamente aquello que se quiere evitar, es decir, la tensión, el conflicto y, en definitiva, la separación de los dos fines del matrimonio.

Pero, ¿acaso el vínculo matrimonial no es también símbolo de la unión íntima de Cristo con la Iglesia?

Efectivamente, pero la célebre expresión de San Pablo (Ef. 5, 32) se suele aplicar casi siempre al acto conyugal, aunque el amor conyugal no es sólo amor sensible, sino ante todo amor racional. El amor racional, elevado por la caridad, se convierte en una forma de amor que sobrenatural y santifica el matrimonio. El amor sensible puede degradarse hasta considerar la persona del cónyuge como un objeto de placer. Este peligro se corre tambiénn cuando se pone excesivamente el acento en el carácter esponsalicio del matrimonio.

Es más, refiriéndose a la ilustración de la unión de Cristo con su Iglesia, Pío XII afirmó: «Tanto en el uno como en la otra la donación de sí es total, exclusiva e irrevocable. Tanto en un caso como en otro el esposo es cabeza de la esposa, que le está sujeta como al Señor (cf. íbid., 22-33); tanto en el uno como en la otra la donación mutua se convierte en principio de expansión y fuente de vida» (Discurso a los nuevos esposos, 23 de octubre de 1940).

Hoy en día se pone el acento exclusivamente en la donación recíproca, y se pasa por alto que el hombre es cabeza de la mujer y de la familia, así como Cristo lo es de la Iglesia. La negación implícita de la primacía del marido sobre la mujer es análoga a la negación de la prioridad del fin procreativo sobre el unitivo, lo cual introduce en el seno de la familia una confusión de funciones cuyas consecuencias estamos presenciando actualmente.

lunes, 23 de julio de 2018

50 YEARS LATER And counting (Michael Voris)


Duración 6:18 minutos


This week, Wednesday specifically, July 25 marks the 50th anniversary of the release of Blessed Pope Paul VI's earthquake encyclical, Humanae Vitae — "On Human Life." There are a number of very important dynamics to this encyclical that now, 50 years later, need to be spoken of freely and discussed with what few remaining Catholics there are, relatively speaking.
Here is a quick rundown of the eight various dynamics that need to be studied, understood and talked about so the same mistakes are not repeated.
First, Humanae Vitae has been an utter failure in convincing Catholics to follow Church teaching regarding the ends of marriage and the marital act. Before Humanae Vitae, Catholics in the West had substantially higher birth rates than Protestants. Since Humanae Vitae, the Catholic birth rate is actually lower than that of Protestants.
Second, the reasoning — not the conclusion — of Pope Paul was flawed in its approach. He abandoned Natural Law in presenting Church teaching. He abandoned the practice of quoting Scripture in encyclicals. He abandoned the practice of heavily quoting former popes. He quoted from no council documents, other than Vatican II. In short: right answer, wrong math.
Third, following the release of Humanae Vitae, Pope Paul specifically stated that he had turned to the prevailing philosophy of the day — personalism — instead of the traditional approach of Natural Law to defend the Church's perennial teaching forbidding contraception.  
FourthHumanae Vitae revealed a massive century-old rebellion by many clergy against the Church's teaching authority that had been hidden from the laity.
Fifth, Pope Paul and Vatican researchers merely accepted at face value the propaganda of the day regarding an alleged population explosion — which has never materialized, because it's not true.
Sixth, the consequences that Pope Paul accurately predicted which would hit society as a result of widespread acceptance of contraception have all come true — and then some.
Seventh, when the Church of England approved of contraception at their infamous 1930 Lambeth Conference — the first time in history any Christian body had approved of it — Pope Pius XI immediately answered the evil by speaking about the marital act in the context of marriage and the family in his encyclical Casti Connubii. Pope Paul almost completely disregarded the context.
Eighth, the time delay of three years between the end of the commission studying the question and the release of the encyclical was devastating to its reception.
Humanae Vitae was an earthquake, revealing massive fault lines of rebellion, as well as the fallout of a near-complete rejection of Church's teaching authority following its release. There was massive deception on the part of theologians and bishops in the run-up to the encyclical, plotting and lobbying strongly to change Church teaching. This involved some of the most notable luminaries in the Church at the time, from some of the most powerful clergy to some of the most famous, like Notre Dame's Fr. Ted Hesburgh, all who threw the Church under the bus to accommodate the world.
This coming Wednesday, on the 50th anniversary to the day, Church Militant is going to be hosting a day-long live conference going over all of this in great detail. We want to invite you to watch as much of it as you can, even all of it. In the last hour, we will be taking your questions live.
This is the most notable anniversary — a devastating anniversary — in the Church in the last 500 years. Things had been falling apart prior to 1968. Humanae Vitae pushed it over the cliff.
Please make a note to tune in two days from now, starting in the morning and going throughout the entire day.
We are covering this in depth because this has been the epicenter of nearly everything that has gone wrong in the Church since, and the fallout is looking more and more damaging as every generation goes by. Catholics need to understand, completely, all these various dynamics and begin to address them.
Please tune in this Wednesday, July 25, for our day-long coverage of Humanae Vitae.
Michael Voris

jueves, 19 de julio de 2018

"Humanae vitae". Así ha nacido y ¡ay de quien la toque! (Sandro Magister)


*
El ajetreo en curso para demoler la "Humanae vitae" –la encíclica de Pablo VI, de 1968, que ha dicho no a los anticonceptivos artificiales–, ha encontrado en estos días un inesperado contratiempo en un libro que reconstruye la génesis de aquél texto, gracias al acceso, por primera vez, a los documentos secretos que le conciernen; acceso autorizado en persona por el Papa Francisco:
El contratiempo es tanto más serio en cuanto que los promotores de un "cambio de paradigma", es decir, de una liberalización de los anticonceptivos –desde el cardenal Walter Kasper al teólogo Maurizio Chiodi, autor de la ya célebre conferencia en la Pontificia Universidad Gregoriana que ha desencadenado la campaña, con la aparente aprobación del Papa Francisco–, se esperaban precisamente de este libro no un obstáculo, sino un posterior apoyo a sus tesis.
De hecho, el autor del libro ha sido coordinador de un grupo de estudio constituido hace más de un año en el Vaticano, precisamente en el clima de una revisión de la "Humanae vitae". Además de Marengo, el grupo lo componían el teólogo Pierangelo Sequeri, nombrado por el Papa presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las ciencias del matrimonio y de la familia, Angelo Maffeis del Instituto Paolo VI de Brescia y el histórico Philippe Chenaux, de la Pontificia Universidad Lateranense.
La institución del grupo de estudio había sido saludada con mucho fervor por los promotores de la "superación" de la enseñanza de la "Humanae vitae", dado que había sido lanzada precisamente por uno de ellos, monseñor Vincenzo Paglia, muy cercano al Papa Francisco, presidente de la Pontificia Academia para la Vida y Gran Canciller del Instituto Juan Pablo II. El pasado 8 de marzo, el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana "Avvenire" –también plenamente alineado con los innovadores– había llegado a pronosticar "resultados sorprendentes por los estudios autorizados por la Pontificia Academia para la Vida", respecto a la génesis y, consiguientemente, también a la interpretación en términos más liberales de la "Humanae vitae".
Pero mientras tanto, el 9 de mayo, a los innovadores les ha llegado una primera desilusión del miembro más acreditado del grupo de estudio, Sequeri, que en una docta conferencia sobre la "Humanae vitae" en la Universidad Católica de Milán, ha vuelto a confirmar como "injustificable la práctica que procura e impone una esterilización artificial del acto conyugal":
Pero ahora, después de la salida del libro de Marengo, de la desilusión se ha pasado a la consternación. Porque el libro contradice con la fuerza de los hechos justo las tesis más queridas por los promotores del cambio.
De hecho, basta leer sólo la síntesis que Andrea Tornielli ha dado del libro en Vatican Insider –fuente no sospechosa dada su proximidad al Papa Francisco–, para entender cómo ha fracasado sustancialmente el cálculo de exhibir, de entre los papeles secretos de la preparación de la encíclica de Pablo VI, algún asidero que permita redimensionar su enseñanza.
Por ejemplo, es verdad que Pablo VI hizo reescribir a los futuros cardenales Jacques-Paul Martin e Paul Poupard, en la época funcionarios de la secretaría de Estado, el primer borrador de la encíclica, escrita por el entonces teólogo de la Casa Pontificia y también él futuro cardenal Mario Luigi Ciappi. Pero en ambos borradores los contenidos doctrinales eran los mismos, aunque formulados diversamente. Y tampoco el segundo borrador satisfizo a Pablo VI, hasta el punto que lo adaptó de nuevo para remover lo que le parecían ambigüedades, con correcciones de su propia mano o de su teólogo de confianza, el milanés Carlo Colombo.
Los hechos también desmienten que Pablo VI haya descuidado, en la preparación de la encíclica, las exigencias de sinodalidad y de colegialidad, hoy tan ensalzadas –paradójicamente– durante uno de los pontificados más monocráticos de la historia.
En 1967, el año precedente a su publicación, Pablo VI pidió a los casi doscientos padres sinodales reunidos en Roma para la primera asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos, que le entregaran su opinión de manera reservada. Le respondieron 26, cuyas opiniones se encuentran en el libro; entre los que se decantaron por el no a los anticonceptivos artificiales había un futuro Papa y santo, Karol Wojtyla, y el entonces popularísimo obispo americano Fulton Sheen, un predicador de gran temple, también él en camino hacia los altares. Wojtyla, arzobispo de Cracovia en esa época, en sus apuntes entregados a Pablo VI anticipó las profundizaciones de la enseñanza de la "Humanae vitae" a las que después, como Papa, habría dado curso.
Entre los favorables a admitir los anticonceptivos había algunos cardenales y obispos destacados en el campo progresista, desde Suenens a Döpfner y a Léger. También en la importante comisión de estudio constituida por Juan XXIII, y después potenciada por su sucesor, los favorables eran más que los contrarios. Pero según el libro de Marengo, resulta también confirmado que Pablo VI "examinó con muchísima atención" sus posturas y las rechazó –como escribió después en el prólogo de la encíclica– sólo porque había reconocido en ellas "algunos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza".
Con otras palabras, del libro se deduce que Pablo VI, lejos de vacilar y dudar hasta lo último, ejerció "en virtud del mandato que Cristo nos confió" precisamente ese "discernimiento" que hoy se exalta tanto y que, en ese mismo año 1968, le llevó a volver a confirmar solemnemente las verdades fundamentales de la fe católica contra las dudas difusas, con la proclamación pública de lo que definió el "Credo del Pueblo de Dios".
Como es sabido, la "Humanae vitae" fue inmediatamente sometida a una onda masiva de contestaciones, incluso por parte de importantes sectores de la jerarquía. Pero Pablo VI nunca retrocedió ni un solo paso. Al contrario, la consideró siempre uno de los puntos más altos de su misión de sucesor de Pedro. En su última homilía pública, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo de 1978, al resumir su pontificado indicó sus actos más significativos precisamente en la "Humanae vitae" y en el "Credo del Pueblo de Dios".
A los partidarios de una revisión de la "Humanae vitae" no les queda más que insistir –como están haciendo– diciendo que su enseñanza no es "ni infalible ni irreformable", como efectivamente declaró, en la época de su publicación, un teólogo de primer plano de la Pontificia Universidad Laterananse, Ferdinando Lambruschini, que según la opinión corriente, se expresó de tal forma por petición directa del Papa.
El hecho es que, inmediatamente después de aquellas declaraciones, Lambruschini fue apartado de la enseñanza, nombrado arzobispo de Perugia y sustituido, en la Lateranense, por un teólogo moralista de extremo rigor, Ermenegildo Lio.
Por no decir que, planteada así, la cuestión parece más bien impropia, ya que la "Humanae vitae" no contiene proclamación alguna de un dogma de fe, por lo que la encíclica no configura un "magisterio definitorio", sino más bien un "magisterio definitivo", es decir, la reafirmación de una enseñanza constante en la historia de la Iglesia, como confirmó solemnemente Juan Pablo II, sucesor de Pablo VI, en un memorable discurso en el vigésimo aniversario de la encíclica:
Sandro Magister

sábado, 7 de julio de 2018

ADELANTE LA FE Releamos Humanae vitae a la luz de Casti Connubii (Roberto de Mattei)



En los últimos decenios, Occidente ha experimentado una revolución antifamilia sin precedentes en la historia. Uno de las claves de este proceso de disgregación de la institución familiar ha sido la separación de los dos fines primarios del matrimonio: el procreativo y el unitivo.
El fin procreativo, separado de la unión conyugal, ha llevado a la fecundación in vitro y a los vientres de alquiler. El fin unitivo, emancipado de la procreación, ha desembocado en la apoteosis del amor libre, hetero u homosexual. Entre los frutos de esta aberración está el recurso de las parejas homosexuales a los vientres de alquiler para realizar una grotesca caricatura de la familia natural.
La encíclica Humanae vitae de Pablo VI, cuyo quincuagésimo aniversario se cumplirá el próximo 25 de julio, tuvo el  mérito de reiterar la inseparabilidad de los dos sentidos del matrimonio y de condenar sin medias tintas la contracepción artificial, que desde los años sesenta del pasado siglo había hecho posible la píldora del doctor Pinkus.
Sin embargo, la Humanae vitae tiene una responsabilidad: no afirmó con igual claridad la jerarquía de los fines, es decir la prioridad del fin procreativo por encima del unitivo. Dos principios o valores no están jamás en un plano de igualdad. Uno queda siempre subordinado al otro.
Así sucede con la relación entre la fe y la razón, la gracia y la naturaleza, la Iglesia y el Estado, etc. Se trata de realidades inseparables, pero distintas, y ordenadas jerárquicamente. Si no se  especifica el orden de dicha relación,    habrá tensiones y conflictos, y a larga se trastornarán los principios. Desde esta perspectiva, el proceso de disgregación moral interna en la Iglesia tiene también entre sus causas la falta de una definición clara del fin primario del matrimonio en la encíclica de Pablo VI.
La doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio fue declarada definitiva y vinculante por el papa Pío XI en su encíclica Casti connubii del 31 de diciembre de 1930. En dicho documento, el Sumo Pontífice orienta a toda la Iglesia y todo el género humano hacia las verdades fundamentales sobre la naturaleza del matrimonio, que no es una institución humana, sino creada por el propio Dios, y sobre las bendiciones y ventajas que de ello se derivan para la sociedad.
El primero de los fines es la procreación: que no sólo significa traer hijos al mundo, sino educarlos intelectual, moral y sobre todo espiritualmente, a fin de encaminarlos a su destino eterno, que es el Cielo. El segundo fin es la asistencia mutua entre los esposos, que no es sólo material, ni tampoco un acuerdo meramente sexual o sentimental, sino ante todo una asistencia y una unión espiritual.
La encíclica contiene una clara y enérgica condena del empleo de los medios anticonceptivos, a los que califica de «acción torpe e intrínsecamente deshonesta». Por eso, «cualquier uso del matrimonio en el que maliciosamente quede el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural, y los que tal cometen se hacen culpables de grave delito».
En muchos de sus discursos, Pío XII confirmó las enseñanzas de su predecesor. El esquema original sobre la familia y el matrimonio del Concilio Vaticano II, aprobado por Juan XXIII en julio de 1962 pero rechazado al inicio de la labor de los padres conciliares, reiteró la mencionada doctrina, condenando explícitamente «las teorías que invierten el debido orden de los valores, colocando el fin primario del matrimonio en un segundo plano con respecto a valores biológicos y personales de los cónyuges y que, en el mismo orden objetivo, señalan al amor conyugal como fin primario» (nº 14).
El fin procreativo, objetivo y fundamentado en la naturaleza, jamás debe sufrir menoscabo. El fin unitivo, que es subjetivo y se basa en la voluntad de los esposos, puede desaparecer. La prioridad del fin procreativo salva al matrimonio; la del unitivo lo expone a graves riesgos.
No debemos olvidar por otra parte que el matrimonio no tiene solamente esos dos fines, ya que existe incluso, subordinado, el de remedio a la concupiscencia. Nadie habla de este tercer fin del matrimonio, porque se ha perdido la noción de concupiscencia, la cual en muchos casos es confundida con el pecado, a la manera luterana.
La concupiscencia, presente en todo hombre excepto en la bienaventurada Virgen María, inmune del pecado original, nos recuerda que la vida sobre la Tierra es una lucha incesante, porque, como dice San Juan en el mundo hay «concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida» (1 Jn. 2, 16).
La exaltación de los instintos sexuales, inoculada en la cultura dominante por el marxismo-freudismo, no es otra cosa que la glorificación de la concupiscencia y, consecuentemente, del pecado original.
Esta inversión de los fines del matrimonio, que conduce inevitablemente a un estallido de la concupiscencia en la sociedad, aflora en la exhortación del papa Francisco Amoris laetitia, del 8 de abril de 2016, en cuyo número 36 se puede leer «con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación.».
Estas palabras repiten casi textualmente las pronunciadas el 29 de octubre de 1964 en el aula conciliar por el cardenal Leo-Joseph Suenens, en un discurso que escandalizó a Pablo VI: «Puede suceder –dijo el cardenal arzobispo de Bruselas– que hayamos aceptado las palabras de la Escritura “creced y multiplicaos” hasta de dejar eclipsadas otras palabras divinas: “Los dos serán una sola carne…” (…) A la Comisión le corresponderá determinar si no habremos concedido excesiva importancia al primero de los fines, que es la procreación, en desmedro de una finalidad igual de imperativa, que es el cultivo de la unión conyugal».
Insinúa el cardenal Suenens que la finalidad primaria del matrimonio no es crecer y multiplicarse, sino que los dos sean una sola carne. Se pasa de una definición teológica y filosófica a una descripción psicológica del matrimonio, que no es presentado como un vínculo que hunde sus raíces en la naturaleza y tiene por objeto la propagación de la especie humana, sino como una íntima comunión, que encuentra su finalidad en el amor mutuo de los esposos.
Pero una vez que el matrimonio se reduce a una comunidad de amor, el control de natalidad, ya sea natural o artificial, se ve como un bien digno de ser fomentado con el nombre de paternidad responsable, ya que contribuye a reforzar el bien primario de la unión conyugal. La consecuencia inevitable es que, en el momento en que llegara a faltar esa íntima comunión, el matrimonio debería disolverse.
La inversión de los fines viene acompañada de una inversión de funciones en la unión conyugal. El bienestar psico-físico de la mujer suplanta su misión de madre. El nacimiento de un hijo se ve como un factor que puede alterar la íntima comunión amorosa de los esposos. De ese modo, el niño puede considerarse como alguien que interrumpe injustamente el equilibro familiar y del que hay que defenderse por medio de la anticoncepción o, en casos extremos, con el aborto.
Nuestra interpretación de las palabras del cardenal Suenens no está forzada. En coherencia con su discurso, el cardenal primado de Bélgica encabezó en 1968 la revuelta de los obispos y teólogos que se alzaron contra la Humanae vitae. La declaración del episcopado belga del 30 agosto de ese mismo año contra la encíclica de Pablo VI fue, junto con la del episcopado alemán, una de las primeras redactadas por una conferencia episcopal, y sirvió de modelo de protesta a otros episcopados.
A los herederos de aquella protesta que nos proponen reinterpretar Humanae vitae a la luz de Amoris laetitia, respondemos enérgicamente que seguiremos interpretando la encíclica de Pablo VI a la luz de Casti connubii y del Magisterio perenne de la Iglesia.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)
Roberto de Mattei

martes, 29 de mayo de 2018

Jesús Bastante llama ‘ultraconservador’ a pedir claridad a los obispos (Carlos Esteban)


Sacerdote Christopher Hartley Sartorius en Etiopía

No cabe duda de que Religión Digital se sabe en la cresta de la ola, después de haberse ‘retratado’ con Su Santidad y recibir todos los parabienes de la Conferencia Episcopal Española -que para InfoVaticana se vuelven desprecios cuando no demandas-, lo que les permite, incluso, tomarse su tiempo para los ‘asesinatos de carácter’, como éste al que someten al misionero español Christopher Hartley Sartorius con un mes de retraso.

La noticia es la ya vieja carta (InfoVaticana habló el 3 de mayo de ella) de una serie de sacerdotes a sus obispos implorándoles que confirmen la fe de la Iglesia, la de siempre, especialmente en aquellas materias más cuestionadas hoy, como son los sacramentos y la moral sexual.

Jesús Bastante, autor del artículo, después de complacerse en señalar que son una ‘minúscula parte de los sacerdotes’ de la Iglesia Universal -extraña manera de medir en una institución que empezó con doce-, habla de “un cisma en toda regla provocado por clérigos y obispos ultraconservadores”. Porque, al parecer, atenerse a lo que ha sido el Magisterio sostenido durante dos mil años es ser ‘ultraconservador’ (¿por qué le gusta a esta gente tanto la hipérbole, que ni siquiera les vale con ‘conservador’?), y pedir claridad en la doctrina es provocar un cisma.

El caso del Padre Christopher, naturalmente, le desconcierta, porque no se ajusta a su esquema de baratillo, y la frase en que ponen de manifiesto su perplejidad no puede ser más inconscientemente cómica: “Uno de los sacerdotes más activos es el misionero español Christopher Hartley Sartorius, que trabaja con los más pobres en Etiopía pero, a la vez, empuña con mano de hierro la espada de la oposición más radical entre los eclesiásticos españoles”.

¡Ay, ese “pero”, que ha sido el malentendido principal desde hace tantos años! Ese “pero” dice volúmenes, créanme: trabajar con los más pobres en Etiopía, para Bastante, hace incomprensible, al parecer, ser un sacerdote ortodoxo. Trabajar con los más pobres, se deduce de esa reveladora adversativa, debería llevar de forma natural a relativizar dos mil años de doctrina asentada y a tontear con el marxismo, como han hecho los admirados curas guerrilleros de la Teología de la Liberación, que aún no ha liberado absolutamente a un solo pobre.

Quizá el ‘pecado’ del Padre Christopher, la razón por la que Bastante le ha individualizado entre los once sacerdotes españoles que firman la apelación pastoral, sea ésa, la osadía de mantenerse ortodoxo en las condiciones más duras, sirviendo, en las periferias que tanto ama Su Santidad, a esos pobres entre los pobres sobre los que Su Santidad nos pide que nos centremos. Pero, hombre de Dios -parece decir Bastante-, ¿por qué no es usted un buen revolucionado, como corresponde al tópico?

Pero la cosa, al menos para Harley Sartorius, es exactamente al revés: él sirve a los más pobres y está en lo más ‘periférico’ precisamente porque cree lo que la Iglesia siempre ha enseñado. Y la misma, idéntica razón que le ha llevado a una aldea remota de Etiopía es la que le ha empujado a pedir, implorar, rogar a los obispos que reafirmen la fe. ¿Cómo puede eso ser ‘provocar un cisma’, señores de Religión Digital? Quienes tanto han hecho de la disidencia un timbre de gloria cuando los vientos vaticanos soplaban en otra dirección, ¿van a convertirse ahora en los más rígidos defensores de cada ocurrencia que llegue ahora de Roma?

El Padre Christopher tiene razones, digamos, biográficas para anhelar la máxima claridad en los pastores. Hijo de anglicano y una católica, el día que se ordenaba diácono en la catedral de Toledo, pidió licencia a su obispo que en ese tiempo era el Cardenal Don Marcelo Gonzalez Martín, Arzobispo de Toledo y Primado de España, para dar de comulgar a su padre en la misa de su ordenación de diácono, que les había educado en la fe y que se consideraba a sí mismo católico pero no romano. Don Marcelo, obispo entonces, le negó el permiso y el lo aceptó con obediencia gozosa.

Afortunadamente, tras dos años de catequesis vio cumplido su ardiente deseo de recibir a su propio padre en la Iglesia Católica y administrarle la primera comunión, por eso hoy es comprensible que se pregunte: ¿por qué entonces no podía dar la comunión a mi padre, perteneciendo a una denominación cristiana más cercana a la Iglesia que la luterana, y ahora se permite que los cónyuges luteranos de fieles católicos reciban la Sagrada Eucaristía?

Suele hablarse de que la Iglesia debe adaptarse a los cambios, pero, exactamente, ¿qué ha cambiado? ¿No es la Iglesia custodia de un mensaje eterno e inmutable, no es Roca?

No, no es Hartley Sartorius el ‘ultraconservador’, ni lo son los otros firmantes de la apelación. Eso no es más que una cansina injuria que nada significa. 


Llamar ‘ultraconservador’ a todo lo que ha enseñado la Iglesia durante dos mil años es bastante tonto, fruto de una vanidad cronológica inexplicable en un católico.

Carlos Esteban

martes, 15 de mayo de 2018

Sorpresa. Entre los hombres de Francisco está quien defiende "Humanae vitae" (Sandro Magister)


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Increíble, pero cierto. La oleada revisionista que con evidente beneplácito del papa Francisco está atropellando la encíclica de Pablo VI, "Humanae vitae", se estrella en el Vaticano contra un escollo que defiende esta encíclica justamente en su enseñanza más controvertida, esto es, el recurso únicamente a los ritmos naturales de la fecundidad para el ejercicio de la “paternidad responsable”, y no a los anticonceptivos artificiales: aquéllos son admitidos, éstos últimos son condenados.
El elemento más sorprendente de la noticia es que la persona que se manifiesta contra la corriente, en abierta defensa de la auténtica enseñanza de "Humanae vitae", es precisamente aquél a quien Francisco puso hace dos años como cabeza del refundado Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia, esto es, del Instituto que debería sostener y reforzar la nueva línea de la Iglesia en esta materia. Es el teólogo milanés PierAngelo Sequeri (en la foto), especialista de valor reconocido, un gigante en comparación con ese Vincenzo Paglia que teóricamente estaría por encima de él, como Gran Canciller del mismo Instituto, además de ser presidente de la Pontificia Academia para la Vida, también él promovido a esta doble tarea por el papa Francisco, y notoriamente inclinado a admitir la licitud de la píldora y de los otros anticonceptivos.
La ocasión que Sequeri aprovechó para intervenir sobre la "Humanae vitae" fue un congreso importante dedicado a Pablo VI, celebrado el 9 y 10 de mayo en la Universidad Católica de Milán. El texto de su conferencia fue publicado casi íntegramente en "Avvenire", el diario de la Conferencia Episcopal Italiana, el mismo día en el que Sequeri la pronunció:
Es un texto de extraordinario espesor teológico, para ser leído en su totalidad, especialmente allí donde identifica el fundamento último del amor generativo entre el hombre y la mujer, no tanto en el simbolismo nupcial de la relación entre Dios y su pueblo, sino antes todavía y más a fondo en la vida del Dios trinitario, en la generación eterna del Padre en el Hijo, quien se exhala como Espíritu.
Es hacia este fundamento que Sequeri reconduce "la íntima unión del significado unitivo y procreativo" sacado a la luz por "Humanae vitae".
Y es así que él da razón a lo que la encíclica enseña a favor del recurso a los ritmos naturales de la fecundidad y contra los anticonceptivos artificiales:
"La íntima unión del significado unitivo y del significado procreativo instituye la justicia del acto propio de la intimidad conyugal. La integridad de esa unión pertenece a la estructura simbólica del acto conyugal: custodia el significado natural del afecto conyugal, también independientemente del efecto procreativo que los ritmos naturales de sus condiciones ya de por sí no imponen automáticamente.
"En este marco, parece entonces justificable – honesta, lícita, coherente – la práctica de la intimidad conyugal que reconoce y consiente la suspensión natural del efecto generativo, mientras que resulta injustificable la práctica que procura e impone una esterilización artificial del acto conyugal[subrayado nuestro].
"El ritmo personal de la unión y de la abstención, que armoniza el señorío de la voluntad con el ritmo 'natural' de la fecundidad y de la infertilidad, aparece como el paradigma de un sendero precioso de educación y de maduración.
"Pablo VI es consciente del hecho que esta enseñanza no será quizás fácilmente aceptada por todos (HV, n. 18). Al mismo tiempo, francamente, reconoce el peso que esta línea de responsabilidad comporta, en orden a la conciliación de las dinámicas conyugales con la fidelidad a sus principios. La comprensión de los momentos en los que este esfuerzo debe llegar a un acuerdo con nuestra fragilidad y vulnerabilidad está en la cuenta de esta conciencia".
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Esto es lo que ha dicho el decano del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia. Al publicar su conferencia "Avvenire" no dio el más mínimo relieve al pasaje en el que confirma la condena de los anticonceptivos artificiales. Y se puede entender esta reticencia, al estar también el diario de los obispos italianos empeñado desde hace meses en archivar esa condena y en adecuar la "Humanae vitae" a los presuntos "nuevos paradigmas" inaugurados por el papa Francesco.
En efecto, el actual Papa se ha pronunciado como admirador de Pablo VI, de la “genialidad profética” con la que escribió la "Humanae vitae" y de su “valentía al alinearse contra la mayoría, al defender la disciplina moral, al ejercer un freno cultural, al oponerse al neo-malthusianismo presente y futuro".
Pero Francisco no ha dejado de insistir en el hecho que "todo depende de cómo se interprete 'Humanae vitae'", porque “la cuestión no es cambiar la doctrina, sino profundizar y hacer efectivamente que la pastoral tenga en cuenta las situaciones y lo que para las personas es posible hacer".
Éste es el salvoconducto papal de la que se hacen fuerte las personas y las instituciones que se mueven en apoyo de una revisión de "Humanae vitae", desde el cardenal Walter Kasper a monseñor Paglia, desde la Pontificia Universidad Gregoriana – con la ahora célebre conferencia del profesor Maurizio Chiodi – al diario de los obispos italianos.
No hay que subestimar la voz de alto dada por Sequeri, ya que proviene de un teólogo al cual el papa Francisco le confirió un destacado rol de conducción.
Pero hay que excluir que detendrá la ola revisionista. En el “proceso” puesto en movimiento por Jorge Mario Bergoglio también puede estar la voz de Sequeri, junto a muchas otras opuestas, pero serán éstas últimas las que prevalezcan.
En el transcurrir de este año Francisco proclamará santo al Papa de la "Humanae vitae". Pero es fácil prever que sucederá con Pablo VI y su encíclica lo que ya sucedió con Juan Pablo II, también él canonizado y alabado como “el Papa de la familia”, justamente mientras se abatía la enseñanza respecto a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar y se legitimaba de hecho el divorcio.
Sandro Magister