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viernes, 14 de marzo de 2025

¿Tiene algún sentido no comer carne los viernes de Cuaresma?



De los cinco mandamientos de la Iglesia, el que habla de “ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia”, es probablemente el más desconocido, despreciado e ignorado de todos. Dudo que una encuesta en España entre restaurantes, cafeterías, mercados o servicios de comida a domicilio revelase una gran diferencia entre el consumo de carne los viernes de cuaresma y el resto del año. Hace un par de años, fui de convivencias con la parroquia durante la Cuaresma a una casa regentada por religiosos y, el viernes, nos pusieron para comer muslitos de pollo.

¿Por qué sucede esto? Generalmente, cuando una norma o un mandamiento son olvidados o despreciados de forma casi universal, se debe a una de dos causas: o bien se trata de una norma obsoleta, que ya no tiene sentido en el tiempo actual, o bien sucede exactamente lo contrario, la norma pone el dedo donde más duele y, por eso, se evita. Creo que conviene que intentemos discernir a cuál de los dos casos corresponde la abstinencia de carne los viernes de Cuaresma.

A mi juicio, el problema fundamental que impide comprender adecuadamente este tema ya existía en tiempos de San Pablo: es la obsesión con la ley. Si lo importante de esto para nosotros es, ante todo, cumplir o no cumplir un precepto, no entenderemos nada. Si sólo se trata de marcar con una crucecita otra obligación cumplida, para que podamos estar tranquilos, estamos engañándonos a nosotros mismos.

No comer carne los viernes de Cuaresma simplemente porque está mandado y quedarnos ahí apenas tiene valor. Dios no gana nada con que comamos merluza en lugar de ternera, porque no tiene acciones de pescaderías ni está obsesionado por el colesterol. Es como si alguien dijera, con respecto al 7º mandamiento: “yo no robo nunca, así que soy un buen cristiano”, a la vez que tiene el corazón totalmente esclavizado por el dinero y sólo piensa en ganar más todos los días de su vida. Se estaría engañando, porque Dios lo que quiere es su corazón, su vida entera. No podemos negociar con Dios y decirle: “Yo hago esto por ti, pero luego me dejas en paz para que viva mi vida”.

Este engaño de limitarnos a la letra de la ley, sin embargo, no se limita a las personas cumplidoras que se abstienen de carne. Generalmente, los que desprecian esta práctica caen en lo mismo. Las objeciones más habituales a la abstinencia de carne los viernes de cuaresma son: ¿Y si alguien no come carne y se da un banquetazo con una mariscada? Y, si a mí me encanta el pescado ¿no es una tontería que coma pescado en lugar de carne? Estas preguntas llevan implícita la convicción de que lo único importante es la materialidad de comer o no comer carne, pero lo que nos pide la Iglesia es muchísimo más que eso. Quien se quede ahí, ya sea para hacerlo o para no hacerlo, no ha entendido nada.

La abstinencia de carne es, ante todo, un signo que nos regala la Iglesia, que nos recuerda que estamos en un momento de gracia, en la Cuaresma. Nos despierta de nuestro letargo, para que no se nos pase este tiempo maravilloso de conversión sin pena ni gloria, porque quizá sea la última Cuaresma que vivamos, quizá no tengamos otro momento para volvernos a Dios. Y es un signo especialmente útil, porque no se queda en el templo, como las vestiduras moradas o la falta del “Aleluya”, sino que se mete en nuestra casa, en nuestra vida, porque la conversión cambia el corazón, es decir, la vida entera y absolutamente todos los segundos de nuestra existencia.

Y parece que, a pesar de todo, cumple su cometido, porque, de otro modo, no estaríamos hablando de esto. Todos los viernes del año, la Iglesia nos recomienda recordar la pasión de Cristo para convertirnos, pero yo diría que son poquísimos los cristianos que se acuerdan de ello. En cambio, en Cuaresma, la obligación de abstenernos de carne los viernes es un recordatorio de que estos días son especiales, que no podemos seguir en nuestros mismos pecados, siendo los mismos hombres viejos, comiendo y bebiendo y esperando la muerte.

La abstinencia tiene también otra utilidad: es un clavo que la Iglesia pone en nuestro sofá, es una señal de peligro que nos avisa de nuestro aburguesamiento. La pequeña incomodidad de no comernos esas lonchas de jamón pata negra que acabamos de comprar nos puede recordar que es Dios quien nos da lo que necesitamos para vivir. Así podremos decir con más sinceridad “Danos hoy nuestro pan de cada día”, en lugar de pensar secretamente que es nuestro esfuerzo el que verdaderamente se gana el pan de cada día. Tener que renunciar a alguna cosa que nos gusta debería mostrarnos también en nuestra propia carne una pequeña parte del sufrimiento de aquellos que apenas tienen que comer y que son hermanos nuestros.

Además, la abstinencia, si se vive adecuadamente, puede ser una preciosa catequesis familiar, en la que la familia entera vive ese signo cuaresmal, de forma comunitaria, como una iglesia doméstica. El padre puede mencionarlo en la bendición de la mesa e incluso puede aprovechar para dar una breve catequesis sobre la cuaresma a los hijos que van a comer pescado. Así, los hijos verán que la Cuaresma no es de esas cosas que los padres dicen pero no cumplen, como cruzar las calles por el paso de zebra. De forma similar, es también un signo externo, una forma de dar testimonio del cristianismo si coincide una comida de trabajo o familiar.

Por otra parte, la abstinencia es una puerta muy baja, como la de la basílica de Belén. Es un gesto de humildad, de obediencia a nuestra Madre y no a nuestros propios criterios. Nos obliga a ajustarnos a los planes de la Iglesia, que no son los nuestros, aunque sea en un detalle sin importancia. Esto es quizá, lo que más molesta de la abstinencia, el hecho de tener que obedecer en lugar de ser como Dios y hacer siempre y en todo lo que nos da la gana. Sólo este pequeño detalle haría ya que no comer carne los viernes de Cuaresma mereciera la pena. Pocas cosas hay que necesitemos más que la humildad.

Finalmente, la abstinencia es una flecha que señala más allá de sí misma. Si nos quedamos en simplemente cambiar el menú, apenas habremos hecho nada. La abstinencia, como todos los signos y prácticas de Cuaresma, señala hacia Cristo y hacia la Pascua. Abre nuestro apetito de disfrutar del cordero pascual, que es Jesucristo, y de celebrar la noche santa de su Resurrección. Ojalá lleguemos todos a esa noche con un hambre voraz de recibir el Cuerpo glorioso del Resucitado, que es la única verdadera medicina de inmortalidad.

Bruno Moreno

martes, 11 de marzo de 2025

La popularidad de la ceniza (BRUNO MORENO)



El otro día leí en algún sitio que un sacerdote se quejaba de la popularidad del Miércoles de Ceniza. Con razón, señalaba que cualquier domingo de Cuaresma es más importante que el Miércoles de Ceniza y se preguntaba por qué iba más gente a recibir la ceniza el miércoles que a Misa esos domingos.

Por supuesto, no es mi intención criticar al sacerdote, que tenía razón y, además, si no recuerdo mal, era ortodoxo y benemérito. Hablando en general, sin embargo, me llama la atención que justo cuando la Iglesia se declaró a sí misma “experta en humanidad” (cf. Populorum progressio, Pablo VI), los clérigos parezcan haber perdido cualquier conocimiento de lo que es la naturaleza humana.

La respuesta de la pregunta que se hacía el sacerdote es muy sencilla: a los fieles nos encantan los sacramentales. Puede que muchos no sepan siquiera lo que son los sacramentales, pero lo cierto es que nos encantan y notamos con desazón su intencionada ausencia desde hace muchas décadas. Tenemos hambre de sacramentales.

Los cristianos no somos ángeles, sino seres humanos, con cuerpo y alma, así que, comprensiblemente, nos gustan las cosas materiales que podemos ver y tocar. Tenemos, en ese sentido, predilección por lo concreto sobre lo abstracto e, instintivamente, sabemos desde pequeñitos que se puede llegar a lo invisible e intangible a través de lo visible y lo que se puede tocar.

Testarudamente, a los fieles nos gusta el sacramental de la ceniza, como signo de penitencia y conversión, de que somos polvo y al polvo volveremos. Nos encantan el agua bendita abundante y el incienso generoso, aunque parece que los curas paguen ambas cosas de su bolsillo, a juzgar por lo cicateros que a menudo son con ellas. Nos gustan los ramos del Domingo de Ramos, las campanillas en el canto del gloria, la postración el Viernes Santo, las luces de la vigilia pascual, los belenes en Navidad y los monaguillos siempre.

Diga lo que diga el Papa, a los fieles nos gusta que los ornamentos litúrgicos sean de la mayor calidad posible, porque el sensus fidei del fiel más analfabeto entiende que solo lo mejor es apropiado para el culto a Dios. Nos gusta la liturgia bien cuidada, los cantos dignos y que los cálices, copones y patenas sean de metales preciosos y no de barro, ya que en ellos se recogen el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nos gustan las flores hermosas y abundantes en honor a la realeza de Cristo y a la hermosura de nuestra Señora. Nos gustan los lampadarios y las velas de verdad, no las bombillas eléctricas.

A diferencia de los encargados de diseñar los templos modernos, los católicos de a pie apreciamos muchísimo las iglesias bonitas, que parecen iglesias y no fábricas o monstruosidades de cemento. Lejos de los minimalismos de moda, que no revelan más que una pavorosa falta de fe, alimentamos nuestra piedad con iconos, imágenes y mosaicos que sean piadosos y nos hablen de Dios, de nuestra Señora, de los santos y de los misterios de la salvación, porque una nube de testigos nos rodea. Nos gusta que los sacerdotes vistan como sacerdotes y que los religiosos y las monjas lleven su hábito, para que su misma vestimenta nos recuerde que son del todo de Dios y nos hable del cielo.

Disfrutamos cuando se bendicen medallas, casas, coches, animales e imágenes y, en general, nos gustaría que los sacerdotes bendijeran mucho más, porque hemos sido llamados a heredar una bendición. Nos gusta el crisma perfumado, nos gustaría ver bautismos durante la Misa de los domingos, que nos recuerden el nuestro, y nos gustaba la sal que se daba a los que se bautizaban, antes de que dejara de hacerse. Nos gusta besar la cruz y tocar con los dedos las cuentas del rosario. Nos gustan los santuarios, que conmemoran las acciones y los milagros que Dios ha hecho y sigue haciendo en la historia de la salvación. Nos gustan las procesiones y las peregrinaciones, porque, como dice el salmista, peregrino soy sobre la tierra.

Como es lógico, cada fiel en particular tendrá sus preferencias, pero, en conjunto, nos gustan esas cosas. Y es bueno y justo que nos gusten, porque Cristo no nos dijo “buscadme en el vacío”, sino que se encarnó por nosotros, se hizo carne de nuestra carne, para que se le pudiera ver, oír y tocar. Nuestra religión es esencialmente sacramental. Somos católicos y sabemos que nuestro cuerpo, que se ha santificado a través de esos sacramentales, un día resucitará.

A quien no le gusta todo eso, aparentemente, es a un gran número de clérigos, que se han empeñado en que los sacramentales caigan en desuso, los sustituyen por el feísmo, el minimalismo o el pobrismo, los cambian por abstracciones y consignas, los usan a regañadientes, los desprecian o, simplemente, son incapaces de entenderlos. Una vez más, se cumple que Dios ha ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños.
 
Bruno Moreno

martes, 21 de febrero de 2023

9 cosas que conviene saber sobre el Miércoles de Ceniza



Comienza la Cuaresma, el desayuno ha sido hervidero de preguntas de mis hijos. Seguro que a más de uno también le ayudan.


1.- ¿Qué es el Miércoles de Ceniza?

Es el día en el que comienza la Cuaresma. No es el día en el que acaba el Carnaval.

Siempre cae en miércoles (parece obvio, pero alguno duda todavía) y da igual que el año sea bisiesto porque se cuenta hacia atrás desde la Misa de la Cena del Señor.

Misal Romano:

En la Misa de este día se bendice y se impone la ceniza, hecha de los ramos de olivo o de otros árboles, bendecidos en el Domingo de Ramos del año precedente.

2.- ¿Dónde se compra la Ceniza?

En ningún sitio. Se obtiene de quemar los ramos bendecidos el Domingo de Ramos del año anterior.

Muchas familias guardan los ramos o las palmas y los llevan a la parroquia los días previos.

3.- ¿Por qué se impone la ceniza?


El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.

4.- ¿A quién se puede imponer?

No hace falta ser católico para que te impongan la ceniza. De hecho, muchos catecúmenos participan en la ceremonia en preparación para su bautismo el día/noche de Pascua de Resurrección.

Digamos que, en este sentido, es un «día de puertas abiertas»: creyente o no, niño, adolescente, maduro, mayor sin madurar o anciano. Todos. Los ateos habituales comentaristas de este blog también.

5.- ¿Cómo y cuándo se impone?

No hay reglas fijas. Depende del ámbito cultural y de las costumbres locales.En los países de tradición latina, las cenizas se imponen más hacia el pelo que en la frente, espolvoreando. En los países del ámbito anglosajón, con agua bendita se hace una pasta y se suele «marcar la frente».

Después de la homilía, el sacerdote bendice las cenizas y las rocía con agua bendita. Luego se impone con una de estas dos fórmulas: Conviértete y cree en el Evangelio. O, Recuerda que eres polvo y al polvo volverás.

En el Misal romano dice que mientras se canta. Creo que no es una simple sugerencia. [Nota: en este 2021 año de pandemia se ha modificado el rito. Don Javier explica las modificaciones]

6.- ¿Es obligatorio?, ¿es día de precepto?

No, no es obligatorio, y no, no es día de precepto. Aunque curiosamente sin «ser obligatorio» y siendo día laborable, suele aumentar considerablemente la asistencia a la Santa Misa ese día. Tampoco es «obligatorio» confesarse. Pero, sinceramente, me parece una extraordinaria oportunidad. Tan extraordinaria como la que disfrutan los sacerdotes para explicar bien las cosas.

7.- ¿Cuánto tiempo hay que tener la ceniza en la cabeza o la frente?

Lo que quieras. Los hay que se lo quitan al volver al banco, en especial señoras. Otros, como testimonio, esperan a que desaparezca naturalmente.

8.- ¿Hace falta que la imponga un sacerdote?

La bendición, como todo sacramental, sólo un sacerdote o un diácono. Para la imposición pueden ser ayudados por laicos. Puede hacerse fuera de la celebración de la Misa:

La bendición e imposición de la ceniza puede hacerse también fuera de la Misa. En este caso es recomendable que preceda una liturgia de la palabra, utilizando la antífona de entrada, la oración colecta, las lecturas con sus cantos, como en la Misa. Sigue después la homilía y la bendición e imposición de la ceniza. El rito concluye con la oración universal, la bendición y la despedida.

9.- ¿Es obligatorio el ayuno y la abstinencia?

El Miércoles de Ceniza no hay obligación para los católicos de imponerse la ceniza, pero sí de hacer ayuno y abstinencia según las normas generales y las particulares de cada diócesis.

El ayuno es obligado, al igual que el Viernes Santo, a los mayores de 18 años y menores de 60. Fuera de los límites también se puede. Consiste en hacer solo una comida fuerte al día.

La abstinencia de comer carne es obligada desde los 14 años. Todos los viernes de Cuaresma también lo son de abstinencia obligatoria. Los demás viernes del año también, aunque según el país puede sustituirse por otro tipo de sacrificio o mortificación.

Juanjo Romero

martes, 1 de marzo de 2022

Importancia de los buenos libros de espiritualidad. Se aconsejan algunos para esta cuaresma (José Martí)




ARTÍCULOS SOBRE CUARESMA EN ESTE BLOG

Cuaresma: un tiempo de preparación para la Semana Santa
(Los precios que aparecen son los de Amazon)


Alguna vez ... pensaste?: El llamado de Cristo (12, 14 euros) del padre Javier Olivera Ravasi (201 págs)

¿Alguna vez pensaste…?¿Alguna vez tu alma se vio tan inquieta, de modo tal que nada ni nadie podía detenerla al pensar en la inmensidad de Dios? ¿Alguna vez te detuviste a considerar que Dios sigue llamando a sus discípulos a que lo ayuden en la obra redentora?¿Alguna vez se te pasó por la cabeza que quizás podría estar llamándote? ¿Alguna vez pensaste que podrías tener vocación a la vida consagrada o al sacerdocio?Con las presentes páginas, que intentan seguir en todo la doctrina de los santos y maestros autorizados, deseamos brindar una ayuda para definir si es que Dios llama o no a alguien a la vida sacerdotal o religiosa. Nuestra idea es tranquilizar ante toda incertidumbre que aún mantiene al alma en un estado de indecisión, para hacerla reposar finalmente en las verdes praderas de la voluntad de Dios.

La humildad del corazón (9,99 euros) de Fray Cayetano María de Bérgamo (178 págs)

La humildad del corazón es un clásico de espiritualidad católica, para leer, meditar, poner en práctica y volver a leer muchas veces durante toda la vida. (Léase al respecto el excelente comentario de Bruno Moreno, de Infocatólica, sobre este libro)

Dios no es un aguafiestas (10,41 euros) de José Martí (282 págs)

Nada más lejos de la realidad que un cristiano “triste”. Si nos encontramos con alguien así, podemos estar seguros de que no es su condición de cristiano la que le produce esa tristeza, sino otros motivos. Tal vez esté atravesando por alguna depresión y requiera de cuidados médicos. Pero, es más: incluso en este caso, si verdaderamente cree en Jesucristo, unirá sus sufrimientos a los de Jesús, pidiéndole que se cumpla en todo su voluntad. Y eso, aun en medio del dolor, le dará una gran paz, una paz que es inexpresable e incomunicable, pero que es real. El mundo no lo comprende, pero es así.


La poesía olvidada: encontrar a Dios a través de la poesía (10, 40 euros) de José Martí (294 págs)

El lenguaje de la poesía llega a veces donde la Teología no alcanza. Un ejemplo:

El olor de las rosas
me llegó paseando por el prado.
Y las vi tan hermosas
que, su aroma inhalado,
me llevó, sin notarlo, hasta mi Amado.

Nueve días para recuperar la alegría de rezar (4,75 euros) de Jacques Philippe (78 págs)

Conceder a Dios la primacía absoluta sobre cualquier otra realidad (el trabajo, las relaciones humanas, etc.) es el único modo de establecer una recta relación con las cosas, con un interés proporcionado y una distancia que permita conservar la libertad interior y la unidad de vida. Si no, se cae en la indiferencia, en la negligencia o al revés: en las ataduras, en el agobio, en la dispersión, en preocupaciones inútiles.

Nueve días para recuperar la paz (4,75 euros) de Jacques Philippe (88 págs)

La paz que nos promete Jesús no es la del mundo. No es la tranquilidad de aquel a quien todo le va bien. que tiene los problemas resueltos y los deseos satisfechos. La paz que Jesús nos promete es una paz que puede recibirse y experimentarse en situaciones difíciles y de incertidumbre, porque tiene su origen y su fundamento en Dios.

Nueve días para fortalecer la fe (4,75 euros) de Jacques Philippe (84 págs)

La fe, el acto de fe, nos pone verdaderamente en contacto con Dios, nos abre, poco a poco, toda la riqueza y la profundidad del misterio de Dios. Todo progreso en la fe supone progreso en la esperanza y progreso en el amor. La fe es la luz que nunca nos decepcionará. Es de hecho nuestra verdadera fuerza. Nos permite apoyarnos en Dios. Puede decirse que todos nuestros pecados y todas nuestras faltas provienen, de algún modo, de una falta de fe. No creemos bastante en el poder y el amor de Dios y ese es, a fin de cuentas, el verdadero problema de nuestra vida. 

No anteponer nada a Cristo (18,52 euros) del cardenal Carlo Caffarra (232 págs)

Si la persona humana, cada persona humana, ha sido pensada y deseada por Dios mismo, a cada uno de nosotros se le ha conferido una tarea, es depositario de una "misión" confiada, precisamente, a su libertad. El sentido de la vida no debe ser inventado, sino descubierto.

Por José Martí

NOTA: Libros católicos gratis (en español y en formato pdf)

martes, 22 de febrero de 2022

LA HUMILDAD DEL CORAZÓN



¿Cuál es el principal problema de los cristianos corrientes? Me refiero a los de Misa dominical o incluso diaria, los de buena intención, los que hacemos lo posible por vivir en gracia y nos confesamos regularmente, rezamos el rosario y nos esforzamos por convertirnos en cuaresma o abrir el corazón en adviento. Problemas tenemos muchos, claro, como todo el mundo, pero ¿cuál es el principal, el que siempre está presente, como una piedra molesta e irritante en el zapato de la que no nos podemos librar?

Creo que, si lo pensamos un poco, no hay duda de que ese problema es generalmente la rutina y la tibieza. Para el cristiano, los pecados se solucionan confesándose, pero ¿y esa mediocridad de la que no podemos salir? ¿Para eso nos redimió Cristo en la cruz, para que viviéramos más o menos como los demás hombres, sin grandes vicios, pero también sin grandes virtudes? ¿Para que fuéramos tirando por la vida? ¿Acaso no estamos llamados a ser santos? ¿Por qué nos confesamos una y otra vez, año tras año, de lo mismo y parece que no avanzamos nada? ¿Por qué pasan cuaresmas y cuaresmas y no nos convertimos?

Esto nos lleva al problema real, que no es la tibieza en sí misma, sino algo más profundo: ¿de dónde viene esa tibieza? ¿Por qué nos domina? ¿Por qué estamos tan esclavizados por ella que no podemos liberarnos? ¿Es que no tiene remedio y solo un puñadito de santos estaba llamado a salir de la mediocridad? ¿Y nosotros?

Para encontrar la respuesta, propongo que acudamos a uno de los maestros de la vida espiritual que tiene la Iglesia en su Tradición: Fray Cayetano María de Bérgamo. Se trata de un capuchino italiano, que vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII y que fue uno de los grandes predicadores de su época. He leído recientemente un libro suyo en el que se habla del tema que nos ocupa y me ha gustado tanto que he pensado: estoy tiene que leerlo mucha más gente y, en particular, los lectores del blog. Así que lo he traducido y acaba de ser publicado por la Editorial Vita Brevis: La humildad del corazón.

Como sospecharán los lectores por el título del libro, Fray Cayetano explica que vivimos en la tibieza porque nos falta la humildad del corazón. Es decir, el problema está en la gran soberbia oculta que hay en nuestro interior. Somos soberbios y no sabemos que lo somos. Puede que digamos que ya lo sabíamos, pero estamos hablando de boquilla. Esa soberbia, como un iceberg, es enorme y nosotros creemos que no es más que un problemilla, es una herida por la que nos desangramos mientras pensamos que solo tenemos un pequeño arañazo.

De ahí vienen nuestras dificultades. Dios está deseando darnos la gracia de la santidad y liberarnos de la tibieza que nos domina, pero lo cierto es que no podemos recibir esa gracia, porque la gracia solo actúa en los humildes. La soberbia, por definición, rechaza la gracia, no la soporta ni puede acogerla y estamos enfangados y atascados en el barro de la soberbia, que forma en nuestras vidas el pantano de la mediocridad.

En el libro, con una grandísima paciencia y poco a poco, Fray Cayetano nos enseña a desear, amar, pedir y buscar la santa humildad de Cristo, mostrándonos la necesidad que tenemos de ella, el gran tesoro que es y los bienes que lleva consigo. A fin de cuentas, sin la humildad ninguna virtud puede subsistir mucho tiempo, mientras que, si tenemos humildad, Dios nos irá dando todas las virtudes. Como se nos recuerda desde la primera página, en el cielo hay santos de muchos tipos y que vivieron de formas muy diferentes, pero no hay nadie que no haya sido humilde.

Además de eso, en el libro se nos va descubriendo la soberbia escondida que tenemos dentro. No es agradable, lo confieso, encontrar soberbia por todas partes en el alma, incluidos los rincones más insospechados. Al arrojar luz sobre esos rincones es cuando se puede ver la suciedad de años y años de descuido que hay en ellos. Un descubrimiento duro, pero muy muy necesario. Del mismo modo que sin la humildad las demás virtudes no duran mucho, todos los pecados están mezclados con soberbia. Por ello, al final del libro se incluyen varios capítulos prácticos dedicados en concreto a cómo hacer examen de conciencia sobre la humildad para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos.

El libro es sencillo y claro, como si estuviera escrito para torpes, que, en cierto modo y si reconocemos la verdad, es lo que somos. Además, está cuajado de frases de la Escritura, que forman el entramado de todo lo que se dice y que claramente provienen de años de meditación del autor. También abundan las enseñanzas de los padres de la Iglesia y los grandes teólogos católicos, desde San Agustín hasta Santo Tomás, San Juan Crisóstomo, San Gregorio Magno y muchos otros.

Me permito decir que es un libro especialmente apropiado para leer en Cuaresma, ya que va al centro de la cuestión de por qué no nos convertimos. En fin, se trata de un libro magnífico, para leer, meditar, poner en práctica y releer muchas veces a lo largo de la vida. No se lo pierdan.

………………..

El libro se puede comprar, al económico precio de 9,99 euros en papel y 3,99 euros en formato electrónico, en la Editorial Vita Brevis, Amazon.es, Amazon.com, Amazon.mx, Apple ibooks, Barnes&Noble, Kobo, etc.

Bruno Moreno

domingo, 28 de marzo de 2021

Cuaresma: un tiempo de preparación para la Semana Santa (José Martí [20])

LA POESÍA OLVIDADA



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CANTO DE ESPERANZA


48. Bregando sin descanso
mientras cumplo, a tu lado, mi faena ...
aguardo, ansioso y manso,
con el alma serena,
compartir, tú y yo, la misma cena.



COLOFÓN


49. Necesito, Señor, verte.
Necesito ser tu amigo,
necesito estar contigo ...
... y venga luego la muerte.


José Martí


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Cómo conseguir el libro


- El libro (1ª edición) puede conseguirse en la librería Diocesana de Murcia capital (968212489) y  en la Diocesana de Cartagena (968521709).  Pueden realizarse encargos en esos números de teléfono. El precio del libro en estas tiendas es de 10 euros.

- También en la librería González-Palencia (Tel 968242829). Disponible en tienda o en la web:

https://www.diegomarin.com/9788418009617-poesia-olvidada-la.html (Precio libro 9, 51 €)

https://www.diegomarin.com/la-poesia-olvidada.html (Precio e-book 4,13 €)

-  La 2ª edición del libro (versión corregida y aumentada) puede adquirirse en Amazon (edición impresa 13,55 euros y precio Kindle 2,69 euros)

sábado, 27 de marzo de 2021

Cuaresma: un tiempo de preparación para la Semana Santa (José Martí [19])

LA POESÍA OLVIDADA



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RESPUESTA DEL AMADO


45. Si supieras, paloma,
que te quiero, tu llanto cesaría.
Y lejos, a la loma,
allí te llevaría
y, en silencio de amor, te besaría.



RESPUESTA DE LA AMADA


46. Tras la escondida senda,
por la que nadie nunca ha transitado,
quise dejar, en prenda,
el tesoro encontrado
en mí, y tan querido por mi amado.



47. Pues sé que así me quieres
y lágrimas por mí has derramado,
si tu vida me dieres ...
... y pues ya me la has dado,
yo, por tí, sin la mía me he quedado.



José Martí


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Cuaresma: un tiempo de preparación para la Semana Santa (José Martí [18])

LA POESÍA OLVIDADA



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42. Oh, si tú me importaras
más que todo, yo todo dejaría;
oh, y si me besaras ...
... mi vida viviría
cantando, pues de tí todo vendría.




43. No sería ya el mismo
habiendo en tu mundo penetrado,
en ese inmenso abismo,
en mi interior hallado,
donde moras, de mí enamorado.




44. Y, en perfecto sosiego,
las cosas de esta tierra yo amaría;
el continuo trasiego
ya no me turbaría
y la gente, en mis ojos, te vería.


José Martí


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Cómo conseguir el libro


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viernes, 26 de marzo de 2021

Cuaresma: un tiempo de preparación para la Semana Santa (José Martí [17])

LA POESÍA OLVIDADA



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39. Paciencia esperanzada
en él, que impide en mí toda amargura;
y la vida es amada
pues aun siendo muy dura,
de mi amado me dice su ternura.




40. Quemada ya mi nave,
y todo retroceso eliminado,
compruebo en mí lo suave
del yugo de mi amado,
y a su lado me siento confortado.




41. Sintiendo su presencia
en mi huerto, no encuentro vid ni rosa
que le haga competencia;
y compruebo lo hermosa
que es ahora la vida, lo preciosa.



José Martí


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Cómo conseguir el libro


- El libro (1ª edición) puede conseguirse en la librería Diocesana de Murcia capital (968212489) y  en la Diocesana de Cartagena (968521709).  Pueden realizarse encargos en esos números de teléfono. El precio del libro en estas tiendas es de 10 euros.

- También en la librería González-Palencia (Tel 968242829). Disponible en tienda o en la web:

https://www.diegomarin.com/9788418009617-poesia-olvidada-la.html (Precio libro 9, 51 €)

https://www.diegomarin.com/la-poesia-olvidada.html (Precio e-book 4,13 €)

-  La 2ª edición del libro (versión corregida y aumentada) puede adquirirse en Amazon (edición impresa 13,55 euros y precio Kindle 2,69 euros)

jueves, 25 de marzo de 2021

Cuaresma: un tiempo de preparación para la Semana Santa (José Martí [16])

LA POESÍA OLVIDADA



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36. El mar embravecido
y en la zozobra, casi, de la nave ...
... de lo desconocido
un vientecillo suave
llega, y nadie de dónde viene sabe.




37. Y, en lo más escondido,
cuando mi ser entero se conmueve
y parece perdido,
un vientecillo leve
de mi alma el centro lo remueve.




38. Y libre alzo el vuelo,
pues antes un hilillo lo impedía.
Y encuentro así el consuelo
que antes no tenía,
esclavo, cuando libre me creía.



José Martí


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- El libro (1ª edición) puede conseguirse en la librería Diocesana de Murcia capital (968212489) y  en la Diocesana de Cartagena (968521709).  Pueden realizarse encargos en esos números de teléfono. El precio del libro en estas tiendas es de 10 euros.

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martes, 23 de marzo de 2021

Meditación pascual (Monseñor Viganò)

 ADELANTE LA FE



El año pasado, mediante una decisión tan incomprensible como desafortunada, y por primera vez en la era cristiana, la jerarquía católica limitó la celebración pascual ateniéndose al discurso dominante de la pandemia. Muchos fieles, obligados a someterse a un confinamiento que demostró ser inútil y contraproducente, pudieron participar espiritualmente en el Santo Sacrificio asistiendo a las ceremonias litúrgicas en línea. Ha pasado un año y todo sigue igual que entonces, y ahora nos repiten constantemente que debemos prepararnos para más confinamiento para que la población se pueda someter a un suero génico experimental impuesto por el lobby farmacéutico, y ello a pesar de que se desconocen los efectos secundarios a largo plazo. En numerosos países comienza a prohibirse su utilización en vista de fallecimientos a consecuencia de la vacunación. Pero a pesar de la machacante campaña de terror por parte de los medios, los tratamientos están demostrando ser eficaces y capaces de reducir drásticamente las hospitalizaciones y, en consecuencia, el número de defunciones.

Los católicos estamos llamados a entender la medida en que, desde hace más de un año, la humanidad entera ha sido obligada a sufrir en nombre de una emergencia que, con los datos oficiales a la vista, ha causado un número de bajas similar al de años anteriores. Estamos llamados a comprender antes que a creer; porque si el Señor nos ha dotado de inteligencia, lo ha hecho para que hagamos uso de ella a fin de reconocer y juzgar la realidad que nos rodea. En el acto de fe el bautizado no renuncia a su racionalidad en un fideísmo acrítico, sino que acepta lo que le revela el Señor inclinándose ante la autoridad de Dios, que no nos engaña y es la Verdad misma.

Nuestra capacidad para penetrar (intus legere) lo que sucede nos protege, a la luz de la Gracia, para que no caigamos en esa especie de irracionalidad imprudente que manifiestan quienes hasta ayer ensalzaban la ciencia como necesario antídoto a la superstición religiosa y hoy enaltecen a los autoproclamados expertos como nuevos sacerdotes de la pandemia, renegando de los más elementales principios de la medicina. Y si para el cristiano una epidemia es una saludable llamada a la conversión y a la penitencia por los pecados de las personas y de las naciones, para los seguidores de la religión sanitaria un síndrome gripal que tiene cura es el grito de la Madre Tierra violada por la humanidad; madrastra naturaleza a la que muchos recurren con las palabras de Leopardi: «¿Por qué no das lo que prometiste? ¿Hasta ese punto engañas a tus hijos?» Observamos que la crueldad tribal, aquella primitiva fuerza que como un virus planetario pretende exterminarnos, no reside en la naturaleza, de la cual el Creador es admirable artífice, sino en una élite sometida a la ideología mundialista, que por un lado quiere imponer la tiranía del Nuevo Orden Mundial, y por otro, con miras a mantenerse en el poder, remunera generosamente a cuantos se ponen a su servicio. Los rebeldes, los que resisten, son por el contrario desprovistos en sus posesiones, privados de libertad y obligados a someterse a pruebas de dudosa credibilidad e ineficaces vacunas en nombre de un bien superior que deben aceptar sin la menor posibilidad de disentimiento o crítica.

Hace unos días una señora, creyendo dar la impresión de tener sentido común, afirmó que era necesario someterse a normas como el uso de mascarilla y el distanciamiento social, no sólo por su eficacia, sino también para apoyar a las autoridades para que suavicen las medidas hasta ahora adoptadas: «Si nos ponemos el tapabocas y nos vacunamos, tal vez nos dejen volver a vivir», comentaba. Un anciano repuso a esta afirmación que en la Alemania de los años treinta algún judío podría haber pensado que si se cosía en la chaqueta una estrella de David aplacaría los delirios de Hitler, evitando así mayores abusos y librándose de la deportación. La señora quedó impactada por esta serena observación al darse cuenta de la inquietante semejanza entre la dictadura nazi y la locura de la pandemia que estamos viviendo; entre la forma en que tanto entonces como ahora se ha podido imponer una tiranía a millones de ciudadanos coaccionándolos con el miedo. Los alemanes se dejaron convencer, obedecieron y no reaccionaron a la vulneración de los derechos de súbditos alemanes cuyo único delito era ser judíos, y ellos mismos delataban a las autoridades civiles a quienes cometían aquel supuesto delito. Me pregunto: ¿qué diferencia hay entre denunciar a un vecino que esconde a una familia judía, y delatar entusiásticamente a las autoridades civiles a quienes incumplen las normas y recibe a unos amigos en casa incumpliendo una disposición inconstitucional que coarta las libertades de los ciudadanos? ¿Acaso en ambos casos los delatores no cumplen la ley y observan las normas, en tanto que esas normas conculcan los derechos de una parte de la población, criminalizándola, ayer por motivos raciales y hoy por motivos de salud? ¿Es que no hemos aprendido nada de los horrores del pasado?

La voz de la Iglesia invoca a Su Divina Majestad diciéndole: «Flagella tuae iracundiae, quae pro peccatis nostris meremur» [aparta tu ira, que merecemos por nuestros pecados]. Estos flagelos divinos se han manifestado a lo largo de la historia en forma de guerras, epidemias y hambrunas; hoy en día se manifiestan mediante la tiranía del mundialismo, que es capaz de causar más víctimas que una contienda mundial y de destruir la economía de las naciones con más intensidad que un terremoto. Hay que entender que si el Señor permite que se salgan con la suya los creadores de la emergencia covidiana, ello redundará sin duda en mayor bien para nosotros. Porque lo poco que quedaba en la sociedad actual que hubiera sido inspirado por la civilización cristiana y hasta ayer se consideraba normal y se daba por sentado, actualmente está prohibido: hacer uso de nuestras libertades fundamentales, ir a la iglesia a rezar, salir con nuestras amistades, cenar con familiares, poder abrir una tienda o un restaurante para ganarse honradamente la vida, ir a clase o viajar.

Si esta pseudopandemia es un castigo divino, no es difícil entender por qué pecados nos castiga el Cielo: delitos, aborto, homicidios, divorcio, perversiones, vicio, robos, engaños, traiciones, profanaciones, crueldad. Los pecados de los enemigos Dios y los pecados de sus amigos. Pecados de laicos y pecados del clero, de los humildes y de los dirigentes, de los gobernados y de los gobernantes, de jóvenes y mayores, de hombres y mujeres.

Se equivocan los que creen que esta conculcación de nuestros derechos naturales carece de significado sobrenatural y que no tiene importancia la parte que nos toca de responsabilidad por hacernos cómplices de lo que pasa. Jesucristo es Señor de la Historia, y los que quieren desterrar al Príncipe de la Paz del mundo que Él creó y redimió con su preciosísima Sangre no quieren aceptar la derrota inevitable de Satanás, perdedor por la eternidad. Así pues, en un delirio que tiene todas las características de la soberbia, sus siervos actúan como si la victoria del mal fuera ya inevitable, cuando en realidad es inevitablemente efímera y momentánea. El justo castigo que aguarda nos hará recordar al pueblo de Israel después de atravesar el Mar Rojo, pues el Faraón no habría podido hacer nada si Dios no se lo hubiera permitido.

La Pascua cristiana, la verdadera Pascua de la que apenas fue una figura la del Antiguo Testamento, se cumplió en el Gólgota, en el bendito madero de la Cruz. Jesucristo es perfecto Altar, Sacerdote y Víctima de dicho sacrificio. El Cordero de Dios, señalado por el Precursor en las orillas del Jordán, asumió sobre Sí todos los pecados del mundo a fin de ofrecerse al Padre como víctima humana y divina, restableciendo con su Sangre el orden que había transgredido nuestro primer padre Adán. Allí, en el Calvario, fue donde tuvo lugar el Gran Reinicio, gracias al cual la deuda inextinguible de los hijos de Adán fue borrada por los infinitos méritos de la Pasión del Redentor, que nos rescató de la servidumbre del pecado y la muerte.

Sin arrepentimiento de los pecados, sin propósito de enmienda y de conformarnos a la voluntad de Dios, no podemos esperar que desaparezcan las consecuencias de nuestros pecados, que ofenden a la Divina Majestad y sólo pueden ser aplacados por la penitencia. Nuestro Señor nos enseñó el camino real de la Cruz: «Cristo padeció por vosotros dejándoos ejemplo para que sigáis sus pasos» (1 Pe. 2,21). Tomemos cada uno nuestra cruz, negándonos a nosotros mismos y siguiendo al Divino Maestro. Acerquémonos a la Santa Pascua conscientes de que en todo momento estamos bajo la mirada del Señor: «Erais como ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas» (1 Pe. 2,25). Recordemos asimismo que en el Día de la Ira todos lo tendremos ciertamente como juez, pero gracias al Bautismo hemos adquirido el derecho de reconocerlo como hermano y amigo.

Pedimos al Juez Supremo, con palabras tomadas de las Escrituras: «Discerne causam meam de gente non sancta, ab homine iniquo et doloso erue me» [defiende mi causa contra la gente malvada; del hombre perverso y engañoso líbrame]. Al Padre misericordioso que por su divino Hijo nos ha hecho herederos de gloria eterna dirigimos humildemente las palabras de David: «Amplius lava me ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me» [lávame cada vez más de mi iniquidad y límpiame de mi pecado]. Y al Espíritu Paráclito, rogamos: «Da virtutis meritum, da salutis exitum, da perenne gaudium» [recompensa la virtud, concédenos la libertad de la salvación y danos dicha eterna].

Si de verdad queremos que esta supuesta pandemia se venga abajo como un castillo de naipes –como ha sucedido siempre con plagas mucho mayores–, no nos olvidemos de reconocer a Dios y nada más que a Dios, cuya señoría universal usurpamos cada vez que pecamos, cuando nos negamos a obedecer su Santa Ley haciéndonos con ello esclavos de Satanás. Si deseamos la paz de Cristo, es Cristo quien debe reinar y es a su Reino al que debemos aspirar, empezando por nosotros mismos, nuestra familia, nuestras amistades y conocidos y de nuestra parroquia. Adveniat regnum tuum. Y si por el contrario permitimos que se implanten la odiosa tiranía del pecado y la rebelión contra Cristo, la locura del covid no será sino el comienzo de la llegada del infierno a la Tierra.

Preparémonos, pues, para la Confesión y la Comunión pascual con espíritu de reparación y expiación por nuestros pecados, por los de nuestros hermanos, por los del clero y por los de quienes nos gobiernan. El verdadero renacimiento al que todos debemos aspirar debe ser la vida de la Gracia, de la amistad con Dios y la perseverancia en el trato con su santísima Madre y con los santos. Eso de que nada volverá a ser como antes habrá de ser lo que digamos al salir del confesonario resueltos a no pecar más, ofreciendo nuestro corazón al Rey de la Eucaristía como un trono en el que le plazca habitar, y consagrándole toda obra, pensamiento y hasta cada bocanada de aire que respiremos.

Sean éstos nuestros deseos para la inminente Pascua de Resurrección, bajo la amable mirada de Nuestra Reina y Señora, Corredentora y Mediadora de todas las gracias.

+Arzobispo Carlo Maria Viganò

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)