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lunes, 1 de mayo de 2017

Entrevista con el cardenal Burke en Folha de Sao Paulo (Secretum meum mihi)



Con relación al cardenal Burke, mi opinión viene reflejada en una "carta" que le dirigí en este blog, dividida en tres entradas (aquí, aquí y aquí) y un anexo (aquí)

La locura de la cruz (Homilía del padre Alfonso Gálvez) [incluye reflexiones personales sobre ella]

Padre Alfonso Gálvez

Homilía del padre Alfonso Gálvez pronunciada el 30 de abril de 2017, basada en las palabras de san Pablo: "Yo predico a Cristo, y a Cristo crucificado" (1 Cor 1, 23a; 1 Cor 2, 2), donde muestra y, en cierto modo, demuestra que nada en este mundo nos puede hacer felices, excepto la unión con Jesucristo ... y éste crucificado.

Estas cosas, que son palabra de Dios, hoy no se predican, lo que supone una estafa al pueblo cristiano por parte de muchos falsos pastores y falsos profetas (bastantes de ellos apóstatas) que se erigen en intérpretes de Jesucristo, tergiversando, cambiando, manipulando y silenciando el verdadero mensaje del Señor Jesús, Aquél cuyas palabras son Espíritu y Vida.

El mundo de hoy padece mucho: familias destruidas por el divorcio, padres despreocupados de sus hijos, hijos que odian a sus padres, mujeres que cargan con el terrible peso de haber asesinado al hijo de sus entrañas, aberraciones de todo tipo; engaños, robos, afán de poder, guerras y un largo etcétera, con la agravante de que su dolor y su sufrimiento son desesperanzados; acaban en la nada o peor, en el infierno (que, aun cuando no crean en él, no por eso deja de existir).

Existe una inmensa ignorancia y un grave desconocimiento de lo que significa realmente ser cristiano, ser católico. Se piensa, erróneamente, que los cristianos no aman la vida y que prefieren sufrir, como si fueran masoquistas ... ¡y nada más lejos de la realidad que siempre ha enseñado la Iglesia!

El matrimonio, por ejemplo, entre un hombre y una mujer hasta que la muerte los separe, aceptando los hijos que Dios les mande ... algo que hoy es tan raro ... eso no da lugar a personas desgraciadas. Por supuesto que sufren, como sufren también aquellos que tienen alguna enfermedad incurable y los que tienen problemas económicos, que apenas si llegan a fin de mes para poder subsistir.

Pero hay una gran diferencia entre el sufrimiento de un pagano o apóstata y el de un cristiano; y es que el sufrimiento cristiano, además de suponer una participación en la cruz de Cristo, con quien están unidos en lo más profundo de su ser y a quien aman con todo su corazón, es un sufrimiento abierto a la esperanza: aquí estamos de paso. Ésta no es nuestra patria verdadera. Esa convicción profunda es la que les lleva a ser felices aun en medio del dolor y de sufrimientos terribles muchas veces. ¿Por qué? Porque ese sufrimiento tiene un sentido. Y porque la muerte no es un acabamiento.

Jesucristo murió, ciertamente. Pero también resucitó. Ambas cosas.

Un Cristo que muere y no resucita no sería Cristo. Y un Cristo que resucita ha tenido que pasar primero por la muerte. La resurrección va unida a la muerte. Y la muerte va acompañada de la esperanza en la resurrección. Esto hace posible que los auténticos cristianos sean realmente felices, con una felicidad que el mundo no conoce ni puede conocer, porque no conocen a Jesucristo ... ni quieren conocerlo. Al contrario, lo odian y odian a todo aquel que lo sigue ... aunque en el pecado llevan la penitencia.

Hoy, que tanto se habla de libertad, de democracia, etc ... con palabras altisonantes, que parece que significan algo ... la realidad es que son palabras sin sentido y mentirosas. 

Cada uno entiende una cosa distinta por democracia, por poner un ejemplo. Son demócratas desde los de ultraizquierda marxista hasta los de ultraderecha y los de centro, sea centro derecha o centro izquierda, palabras todas que no dejan de ser una farsa. Todo son componendas. Y en todos los casos, eso sí, coinciden en algo que los une a todos. Y es que son anticatólicos, aunque presuman de serlo. No tienen principios y suelen ser, además, bastante incompetentes.

Así todos aprueban, prácticamente, comportamientos que no tienen nada de católicos, comportamientos que suponen un enorme retroceso hacia épocas ya superadas en la historia de la humanidad, con la venida de Jesucristo a este mundo. Curiosamente, todos éstos se tildan a sí mismos de "progresistas" cuando lo que persiguen no tiene nada de progreso, precisamente. Lo cual ha hecho posible que se legalicen situaciones muy extrañas, como pueden ser:

- La homosexualidad, considerada como un derecho y algo normal, hasta el extremo de llamar "matrimonio" a una "unión" entre personas del mismo sexo; y que puedan, además, adoptar niños. Todo esto es una aberración por más que se diga lo contrario.
- El divorcio y el adulterio están a la orden del día, como algo natural
- El aborto, que es un crimen horrendo contra personas inocentes e indefensas, se considera como un derecho de la mujer. Y se legaliza.

Y así un sinfín de cosas más, del mismo estilo.

Todos pueden presumir: de ser marxistas, socialistas, gays, lesbianas, adúlteros, gamberros, borrachos ... Y está bien visto. No pasa nada.

¿Todos? ... ¡No ... todos ... menos los católicos! (que lo sean de veras, claro está). A éstos se les persigue, se les ridiculiza, se les quita el puesto de trabajo, se les hace la vida imposible, etc... Se les odia, en definitiva. Y en los países musulmanes se les asesina impunemente.

En realidad, eso no tiene nada de extraño, dado que ya nos los advertía Jesús: "Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20b). Pero siempre habrá algunos que permanecerán fieles a la verdad, pues continúa diciendo Jesús: "Si guardaron mi Palabra también guardarán la vuestra" (Jn 15, 20c).

De manera que si algo queda claro es que, como decía Bernanos, el cristiano posee el secreto de la alegría. Y es el único que, aunque sufra, sabe que esa cruz y ese sufrimiento son pasajeros; la muerte no es, en realidad, sino un sueño: "No lloréis: la niña no está muerta, sino dormida" (Lc 8, 52). Jesús mismo pasó por ella.

Y es que el cristiano vive de esperanza, que es una certeza de lo que se cree y que da sentido a toda su vida. Así se expresaba san Pablo: "Tengo por cierto que los sufrimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rom 8, 18). Y también: "Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). 

Por eso los cristianos vivimos "atribulados en todo, pero no angustiados; perplejos, pero no desconcertados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos" (2 Cor 4, 8-9) ... "sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos presentará con él, junto con vosotros" (2 Cor 4, 14).

José Martí